CAPÍTULO 5 | LIGHTS
Runaway
Aquella tarde era el festival de verano y todo el pueblo comenzaba a alistarse. Los puestos de comida estaban ya estableciéndose y comenzando a preparar lo que ofrecerían a la venta, y el escenario en el centro de la plaza ya estaba casi terminado. Había un equipo de voluntarios que se encargaba de instalar los parlantes y asegurarse de que todo el cableado estuviese funcionando de manera correspondiente.
El ambiente en general era animado y entusiasta. Los participantes del concurso de talentos ya tenían puesta la ropa con la que realizarían su performance y se encontraban ensayando a un lado del escenario.
A excepción de Yoongi, quien estaba sentado en una banca junto a Hoseok, observando cómo todo el mundo trabajaba para cumplir con la hora de inicio del festival.
—Realmente no sé qué le sucedió, dijo que estaría aquí hace veinte minutos.
La última vez que se habían visto, Yoo Nabi les había sugerido juntarse antes de que comenzara el festival para conversar acerca de cómo debía vestirse Yoongi para la presentación, pero la chica no había llegado. Tampoco la habían visto trabajando en la tienda y cuando habían preguntado por ella, el señor Choe había dicho que se encontraba enferma.
No lo habían cuestionado, pero ya habían transcurrido demasiados días como para no haber mejorado aunque sea un poco, por lo que su repentina ausencia ya se les había comenzado a volver sospechosa.
Comenzaba a oscurecer, lo que significaba que el festival estaba a punto de empezar, y Yoongi de pronto sintió que entraba en pánico. No por el hecho de tener que presentarse delante de una masa de gente y tocar una canción, eso era algo a lo que, en cierto momento de su vida, se había acostumbrado, sino que porque Nabi no daba señales de aparecer y aquello nunca había sucedido.
Según el cronograma, a las ocho de la tarde, cuando ya apenas quedaba un rayo de sol sobre el cielo, saldría el pastor Yoo al escenario para dar inicio al festival. Y así ocurrió, el público recibió con animados aplausos a uno de los hombres más importantes del pueblo, quien vestía un impecable conjunto de pantalones beige, una camisa de manga corta de color blanco y una radiante sonrisa. Se veía como alguien joven, aunque no pasaban desapercibidas las pequeñas arruguitas que se formaban a cada lado de sus ojos cuando sonreía.
Era primera vez que Yoongi lo veía y, aunque el hombre no tuviera nada sospechoso, algo le dio mala espina.
—Muchas gracias a todos —comenzó Yoo con una cálida voz que hizo estremecer de disgusto al muchacho—. Realmente este año se han superado, ¡miren qué hermosas decoraciones! Bien, hemos aquí lo que nos convoca. Doy inicio al festival de verano de Dorioh presentando al primer número de la noche: ¡el coro de la iglesia!
Nuevamente se escucharon aplausos y al escenario subió una masa de veinte y tantas personas, en su mayoría adultos mayores, vestidos con túnicas blancas y entre las cuales se encontraba la abuela de Hoseok.
—¿No te parece extraño que no haya aparecido aún? —Insistió Yoongi cuando el coro comenzó a cantar.
Hoseok se rascó la nuca mientras hacía una mueca con los labios. Sí que se le hacía extraño, pero no había querido seguir insistiendo para no alarmar a Yoongi. Nabi a veces desaparecía por estar castigada, pero jamás se había perdido el festival de verano, eso era algo que Hoseok sabía, pues aunque antes no hablasen siempre se fijaba en si se aparecía cerca de él.
—Deberíamos ir a su casa a ver si está bien —sugirió.
Yoongi se puso de pie inmediatamente y dio un par de pasos hasta que se dio cuenta de que el otro chico no lo seguía.
—¿Qué esperas?
—Te toca salir en un par de números.
El pálido se pasó las manos por el rostro en señal de agobio.
—Creo que Nabi es más importante…
—Sí, tienes razón —acordó Hoseok, poniéndose de pie también para guiar a Yoongi.
Se escabulleron entre las personas justo cuando el pastor agradeció al coro por su esfuerzo y daba comienzo al concurso de talentos, presentando como primera participante a Hwang Yuna, quien aquella noche cantaría Girls Just Wanna Have Fun de Cindy Lauper.
───────•••───────
La ventana de la habitación de Nabi se abrió lentamente, procurando no provocar ruido absoluto, y el rostro de la muchacha entró en contacto con la fresca brisa nocturna del pueblo costero en muchos días. Todavía le ardía el pómulo, donde tenía aquella herida que hacía que su piel luciera enrojecida, morada, azul y verde, por más que hubiese intentado bajar la inflamación. Había permanecido encerrada por orden de su padre, a modo de castigo por lo que le había hecho a Yuna, aunque realmente ella tampoco hubiese salido por su propia cuenta con el rostro en ese estado.
Se devolvió sobre sus pasos para acercarse a la puerta con la intención de poder escuchar en qué parte de la casa se encontraba su madre. Aquella tarde, su padre había salido para animar el festival de verano, al que Nabi también tenía prohibido asistir, y las había dejado a ambas en casa. Era la primera vez que la muchacha no iba, por lo que se había quedado con una sensación amarga en el pecho puesto que no iba a poder ver a Yoongi presentarse a pesar de que ella lo había incitado a hacerlo. Por otra parte, su madre jamás había asistido al festival desde que llevaba vida de casada, prefería mantener un perfil bajo y no estar apareciendo en tantos eventos, aunque Nabi podía apostar que realmente a su padre era al que no le gustaba que ella saliese. Sin embargo, no era algo que hablaran entre ellas, era pura intuición.
Nabi sabía que había cosas que era mejor callar. Era algo común dentro de su casa el tener que esconder cada aspecto de su vida personal para mantenerse en paz con su padre, que buscaba cualquier excusa para regañarla y castigarla.
Su madre se encontraba en la cocina preparando alguna de las tantas tartas que le gustaba a su esposo. Y aquello era algo que a la muchacha le sorprendía. Aquella mujer estaba tan resignada a su vida que podía ignorar completamente su infelicidad, la inconformidad sentimental que sentía respecto a su marido, y podía seguir cumpliendo sus labores como si nada pasara. Porque Nabi sabía lo infeliz que era su madre, había aprendido a leerla al tener como máximo una conversación a la semana con ella, y podía asegurar que no era feliz.
Y no quería eso mismo para su vida.
Era cierto que había elegido casarse con quien su padre estimase conveniente con tal de no ser sometida a la opinión pública al ser expuesta ante todo el pueblo el siguiente domingo, y por un par de días se había resignado a aceptarlo. Debía esperar a que sus heridas sanaran completamente, sin dejar siquiera una cicatriz, para volver a aparecer en público y aquel sería el momento de planificar la boda para llevarla a cabo lo más pronto posible. Eso era algo que la había tenido deprimida por las noches, provocándole llantos que persistían hasta que los rayos de sol se colaban por su ventana, pues finalmente había logrado encontrar un poco de felicidad en Hoseok y Yoongi, un atisbo de sentimiento positivo que probablemente luego llamaría amor, y todo se había ido a la basura en menos de un día.
Pero después se había dado cuenta de que sí había algo que podía hacer y que la oportunidad única de librarse de su infeliz futura vida estaba a la vuelta de la esquina: el festival. De a poco y sin que nadie se diera cuenta, comenzó a guardar sus pertenencias más preciadas dentro de un bolso, cosas que básicamente incluían todo lo que tenía guardado en la caja que tenía bajo su cama y las prendas que más le gustaban de todas las temporadas que le cupieran. El festival de verano era prácticamente la única vez en la que su padre saldría de casa y no volvería hasta tarde, por lo que se le hacía perfecto para escabullirse de su habitación y escapar.
El problema de eso era decidir el lugar al que llegaría, pues más de la mitad del pueblo era devoto de su padre.
Nabi tomó su bolso y se lo colgó sobre el hombro antes de mirar por la ventana de su habitación hacia el suelo. No quería siquiera pensar en cuántos metros implicaba aquella caída ni cuánto dolería. Era hacerlo o tener una vida más miserable de la que ya llevaba. Se afirmó del marco y pasó las piernas hacia afuera, quedando sentada. Tenía miedo, pero no quería arrepentirse luego de haberse acobardado, así que simplemente se dejó caer, teniendo la esperanza de aterrizar sobre las plantas que decoraban los bordes de la casa.
Probablemente se trataba de la adrenalina, pero no sintió dolor, ni siquiera en las heridas que le habían hecho las ramas de las ligustrinas en las que había caído. Se puso de pie lo más rápido que pudo y comenzó a caminar hacia cualquier dirección que implicara alejarse de su casa.
—¿Nabi? —Se quedó congelada al escuchar la voz de su madre a su espalda.
No volteó ni arrancó, simplemente se quedó de pie con los puños apretados.
—Me voy —le respondió después de unos segundos.
—Lo sé…, estaba esperando que lo hicieras.
La muchacha giró el rostro hacia su progenitora, que la observaba desde la entrada de la casa con los ojos brillantes por las lágrimas acumuladas.
—¿No harás nada al respecto?
La mujer no respondió, simplemente bajó la mirada hacia la bolsa que sostenía entre sus manos y que desprendía un olor dulce parecido al de la mermelada de fresa. Dio un par de pasos y se lo tendió a su hija con las manos temblorosas.
—Hice esta tarta para ti. Yo… —Su voz sonó temblorosa, como si estuviese a punto de llorar—. Yo espero que algún día puedas perdonarme, hija.
Nabi recibió la bolsa. Su corazón había comenzado a doler, pero decidió seguir su camino antes de realmente arrepentirse. Dio una última mirada a su madre y siguió su camino a paso rápido y evitando las calles transitadas donde pudiese haber alguien que la reconociera, aunque no pudo evitar pasar relativamente cerca de la plaza central del pueblo, en el que se escuchaba la voz de padre hablando por el micrófono para presentar a Yuna en el concurso de talentos. Apretó las asas de su bolso con fuerza mientras seguía su camino, sabiendo que la que había sido su amiga siempre había querido participar en el festival, pero que nunca se había atrevido por pensar que no era lo suficientemente buena cantando.
Hubiese deseado verla y también haber visto a Yoongi cantar su canción favorita.
Se detuvo un segundo, sintiendo que el corazón le dolía y que los jadeos productos del llanto ya no la dejaban respirar. ¿Cómo había sido que todo resultó de esa manera? Hacía un par de días parecía haber estado viviendo los mejores días de su vida y de pronto todo se había esfumado.
Una voz llamó su atención, haciéndola girar. Sí, se había encontrado con su última oportunidad.
───────•••───────
Yoongi y Hoseok habían comenzado a correr producto de la desesperación luego de haber llegado a casa de Nabi y haberse encontrado con su madre llorando en la entrada. No estaba en casa, había huido hacía un par de minutos, había dicho la señora Yoo a los dos muchachos, algo extrañada de encontrarse con ellos.
Nabi jamás le había comentado nada acerca de tener amigos que no fuesen Hwang Yuna, por lo que, a pesar de su profundo desconsuelo, llegó a sentir un poco de curiosidad sobre quiénes eran aquellos muchachos. Mas no se atrevió a preguntar nada y simplemente señaló la dirección hacia la cual había ido Nabi.
—Creo que sé dónde puede estar —dijo Yoongi entre jadeos sin dejar de correr.
Dentro de la cabeza de Hoseok se repetía la sugerencia que Nabi les había hecho días atrás. Los tres tenían claro que viviendo en Dorioh no podrían ser felices juntos, siendo quienes eran, pero al chico jamás se le había pasado por la mente el escapar, pues había una cosa que lo seguía atando a permanecer allí: su abuela. No se atrevería a dejarla sola después de que ella se había esforzado tanto en criarlo sola. No podía dejarla siendo que ella jamás lo había dejado.
Hoseok no podía irse de Dorioh, por lo menos no en aquel momento.
Marcharse era algo que le hubiese gustado, sí, pero luego de que su abuela partiera. Él quería estar para ella hasta el final de sus tiempos y se lo había dejado en claro a los dos chicos, quienes habían estado de acuerdo y habían acordado marcharse juntos cuando ninguno de ellos se sintiera atado a nada.
No podía decir lo mismo de Yoongi. Él ni siquiera había pasado mucho tiempo allí, no conocía a nadie más que a Nabi, Hoseok y a su tía, y quizás algunas personas más. Él no pertenecía a Dorioh y no tenía nada que perder si es que se iba, pues su vida volvería a ser la que había sido antes de llegar al pueblo.
—¡Nabi! —Exclamó Yoongi.
Entonces Hoseok notó dónde se encontraban: en el remolque de la amiga de Nabi, Lexie. No había logrado identificar hacia dónde corrían, en parte por la oscuridad y la desesperación, y realmente no se le habría ocurrido ir a buscarla allí.
—¡Nabi! —La llamó también.
La puerta del remolque se abrió, dejando ver a Lexie. Mantenía los brazos cruzados y una de sus cejas elevadas, mostrándose hostil ante cualquier persona que se atreviera a llevarse a Nabi de vuelta a casa, aunque su expresión cambió al ver que se trataba de ellos dos.
—Lexie —habló Yoongi entre jadeos—, ¿está Nabi aquí?
—Aquí estoy —la voz de la chica se escuchó muy baja.
Había aparecido por detrás de Lexie, quien se apartó para que pudiese salir, no sin antes darle una mirada que los chicos no supieron interpretar. Nabi asintió con la cabeza y bajó las escaleras del remolque para después cerrar la puerta.
Hoseok miró horrorizado cómo el hermoso rostro de la chica tenía diferentes colores en el sector del pómulo, demostrando el fuerte golpe que había recibido y la herida que este había dejado en su piel. Se acercó a ella, a la par de Yoongi, y la examinó, buscando más heridas o señales de golpes.
—Mi padre —aclaró ella, intentando sonreír.
Los ojos enrojecidos comenzaron a brillar bajo la oscuridad, avisando que nuevamente comenzaría a llorar. Se tapó el rostro con las manos, intentando esconderse, porque no quería que nadie más la viese en ese estado tan deplorable. Se sentía vulnerable y estúpida, de la misma manera en la que su padre la había hecho sentir toda su vida. Su cuerpo comenzó a relajarse cuando se vio envuelto en dos pares de brazos que la sostuvieron, dándole la contención que le hubiese gustado recibir durante todos los años de sufrimiento, de abusos físicos y psicológicos. Yoongi y Hoseok lloraron con ella, en silencio, mientras uno le acariciaba la cabeza y el otro la espalda, intentando consolarla de la única manera en la que podían: estando allí para ella.
—Chicos —susurró ella, llamando su atención.
Los dos se separaron levemente para verla al rostro, pero la chica no pudo decir nada, como si las palabras no quisieran abandonar su boca por miedo a arrepentirse. La puerta del remolque chirrió detrás de los tres y Lexie asomó la cabeza:
—Ya es hora, se nos hace tarde.
—¿Tarde? —Repitió Hoseok, buscando la mirada de Nabi.
Sus ojos nuevamente se llenaron de lágrimas y su mentón comenzó a temblar. Nabi estaba intentando aguantar las ganas de romper en llanto ahí mismo. Sabía que tenía que ser fuerte. De otra manera, todo se volvería demasiado complicado.
—Me voy del pueblo —logró decir después de unos segundos de silencio.
—¿Ahora? —Preguntó Yoongi, dudoso—. ¿Te irás ahora?
Quizás era la primera vez que Hoseok había visto al pálido demostrar tanto. El labio inferior le tiritaba, sobresaliendo en cada espasmo, haciéndolo parecer un bebé.
No hubo que esperar la respuesta de Nabi, pues todos ya la sabían. Ella se marcharía, escaparía de su vida, y los dejaría atrás. Hoseok sintió como si le hubieran enterrado un puñal justo en el corazón. No podía imaginar cómo sería su vida sin Yoo Nabi y la inminente sensación de estar vacío se apoderó de su cuerpo. Se aferró a ella, temiendo desperdiciar los últimos minutos que tenían juntos, y Yoongi se les unió.
No podía culparla, ni tampoco pedirle que no se fuera. Quizás el dejarla ir sería el acto de amor más grande que podría realizar por alguien, pues estaba ignorando sus propios sentimientos por el bienestar de alguien más.
—Nabi —insistió Lexie.
La chica se escabulló del apretado abrazo, deseando quedarse allí para siempre, y con la voz temblorosa les dijo:
—Búsquenme cuando estén listos. No los olvidaré, no podía.
Y se dio media vuelta y se subió al remolque, cerrando la puerta tras de sí. El motor del vehículo comenzó a vibrar y antes de que los chicos pudiesen hacer cualquier cosa, Nabi y Lexie ya se alejaban en dirección a la carretera.
La chica no quiso mirar hacia atrás porque sabía que aquello le rompería más el corazón, por lo que solo se sentó sobre la cama de Lexie mientras se abrazaba las piernas y lloraba en silencio.
—No lo olvides, Nabi, esta es la mejor decisión que podrías tomar —le dijo Lexie desde el asiento del conductor.
La muchacha aguantó la respiración un segundo, intentando apaciguar el intenso dolor que se extendía por su pecho, como si de un corazón roto se tratase. Eso era, su corazón se rompía en cientos de pedazos con cada metro que avanzaban en dirección a la salida del pueblo.
—Lo es —le dio la razón cuando se sintió en condiciones de responder.
Y se acurrucó sobre el colchón luego de ponerse los auriculares del Walkman de Yoongi, reanudando la música justo cuando al inicio de How Am I Supposed To Live Without You, una canción que, irónicamente, describía a la perfección su dolor.
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