CAPÍTULO 4 | LIGHTS
Luces
—Nunca me dijiste por qué viniste a Dorioh.
Yoongi terminó de encender su cigarrillo y dedicó una mirada a Nabi, que reposaba su cabeza sobre sus piernas. Él sentado sobre la arena y ella recostada, desde aquella posición el chico podía ver los pequeños pechos caer hacia los lados debido a la gravedad y a la falta de sujetador. Le encantaba cuando Nabi se vestía de aquella manera, con vestidos de estampado floral que le daban un aire inocente, pues jamás se ponía el sujetador.
Votó el humo del cigarrillo y se lamió los labios antes de responder de manera juguetona:
—¿Quieres que me vaya?
Ella soltó una carcajada. Sus ojos rasgados se volvieron dos líneas, tal como lucía la luna en su fase menguante cóncava.
—¡No! —Le respondió, dándole un pequeño golpe en el brazo—. Sólo tengo curiosidad.
—Y tú también me causas curiosidad, pero no me has contado nada tampoco.
Por un segundo, el rostro de la chica pareció apagarse, pero lo disimuló respondiendo:
—Si tú me cuentas, yo lo haré.
Quizás una de esas cosas era lo que a Yoongi le parecía tan enigmático. Nabi parecía ser una muchacha conocida entre los habitantes, todos sabían que era la hija del pastor Yoo, pero, al parecer, nadie la conocía muy a fondo. Y no dejaba de mostrar signos de inconformidad con su vida, pues el sólo hecho de andar viendo a Hoseok y a él a escondidas era la prueba de ello.
—Mi padre quiso deshacerse de mí —comenzó, encogiéndose de hombros—. Solía decirme a diario que lo bohemio de la ciudad no me llevaba por buen camino, que no llegaría a ningún lado tocando en las calles…, pero aquí estoy: encerrado en este pueblucho.
Nabi se sentó y se giró para observarlo al rostro. Realmente no podía imaginar lo que él le relataba, pues jamás había salido de Dorioh y menos había visto una ciudad. Por otro lado, se sorprendió al enterarse que Yoongi sabía tocar instrumentos, pues, a pesar de tener la pinta de músico, jamás lo hubiese imaginado.
—Se decidió por mandarme a casa de mi tía cuando me vio junto a un amigo, un chico que había conocido una vez que toqué la guitarra en la calle y que realmente me gustó…
La chica se entristeció al escuchar aquello, pues en la voz del muchacho se podía escuchar cuánto le había afectado la situación. Y no era para menos, su padre lo había mandado lejos por gustarle alguien que no correspondía, pero con el tiempo Yoo Nabi se había dado cuenta de que no siempre los adultos tenían la razón y las cosas que decían, y transmitían al resto, no eran más que estupideces.
—Pero, si no hubiese sido por eso, no te hubiera conocido, ni a Hoseok —finalizó, regalándole una sonrisa plana.
—Comprendo el resentimiento que sientes —le dijo ella, acariciándole la mejilla.
Él se inclinó hacia su mano, recibiendo con gusto el cariño. Aquella era una de las tantas cosas que le gustaba de Nabi, siempre se sentía cómodo con ella, pues nunca se sentía juzgado. La muchacha tenía una manera diferente de ver el mundo, a pesar del padre que le había tocado tener. Era inteligente y le apenaba que estuviera encerrada en ese pueblo alejado de todo lo que involucraba el mundo moderno.
Volvió a preguntarse cuál era la historia de la chica, cómo había llegado a ser de aquella manera, y cuando estuvo a punto de insistirle en que hablara sobre ella, la voz de Hoseok resonó a su espalda:
—¡Estoy aquí! —Exclamó con alegría.
Ambos muchachos lo recibieron con una sonrisa.
Nabi volvió a tener la sensación de sentirse completa al estar con los dos chicos. Y no podía negar que le gustaba esa sensación, que la hacía sentir bien y cada vez se volvía más adicta, pues cuando estaba con Hoseok y Yoongi sentía que su vida tan gris se llenaba de luces. Todo lo malo se volvía alegre. Todo era bueno cuando estaban juntos. Y aquellas luces danzaban frente a sus ojos hasta el momento en el que le tocaba volver a casa, ver a sus padres y hacer como si siguiera llevando la misma vida miserable de siempre.
Los tres se recostaron sobre la arena, uno al lado del otro, con Nabi al medio. Únicamente se escuchaba el sonido de las olas, como una serenata que el océano cantaba exclusivamente para ellos.
—Estoy harto de hacer guirnaldas —murmuró Hoseok, mirándose las manos llenas de rastros de pegamento—. ¿Cuándo es el festival?
—El viernes —respondió Nabi.
—Cuatro días… —Suspiró.
—¿Qué es eso? —Preguntó entonces Yoongi.
Los dos chicos lo miraron desde su posición, recordando que el pálido jamás había estado un verano en Dorioh. Así que Hoseok se dispuso a contarle acerca de cómo todo el pueblo se esforzaba para crear lindos adornos veraniegos para la tan esperada noche en la que la iglesia presentaba su número con el coro y en la que además había un concurso de talentos, puestos de comida y juegos.
—Podrías participar —insinuó Nabi con una sonrisa juguetona.
El pálido negó inmediatamente con la cabeza y respondió:
—No tengo ningún talento.
—No es lo que escuché hace un rato. ¡Podrías tocar la guitarra y cantar!
Aunque seguía negándose, Nabi y Hoseok continuaron insistiendo hasta que dijo que sí. Así que se pusieron a planear qué canción debería tocar Yoongi, intentando escoger alguna que sacara su máximo potencial para poder ganar el concurso. Aquel año, Min Yoongi sería la sensación del festival, puesto que siempre participaban los mismos y nunca llegaban habitantes nuevos a Dorioh, eso sin mencionar su talento y lo guapo que era.
—Take on me de A-ha me parece una canción perfecta.
El pálido la miró con una sonrisa irónica antes de hablar:
—Pues me falta la mitad de una orquesta para lograr sonar así.
—¿Y una versión acústica? —Sugirió Hoseok.
El rostro del chico mostró duda, aunque aquel titubeo fue suficiente para Nabi.
—Podrás hacerlo, todavía quedan cuatro días para ensayar.
Se formó un momento de silencio en el que Yoongi observó a los dos con incredulidad, provocando que el par comenzara a reír. Finalmente, el chico aceptó participar en el concurso de talentos y tocar aquella canción porque Nabi dijo que era su favorita.
—Lo haré, pero ambos me deben un beso.
—¡A mí no me metas! —Le recriminó Hoseok—. Tú comenzaste.
Nabi le dio un pequeño golpe en el brazo.
—Estás tan metido en esto como yo.
El rostro de Hoseok enrojeció levemente y desvió la mirada hacia el mar.
—Es que nunca he besado a un chico.
Nabi se sentó y ellos la imitaron. Dio una vista rápida a Yoongi, que realmente no estaba por vivir nada nuevo y no parecía nervioso. En cambio Jung mantenía los ojos fijos sobre sus dedos que jugueteaban de manera obsesiva.
—Bueno —dijo ella—, besar a un chico es lo mismo que besar a una chica.
—¿Cómo lo sabes? No has besado a una chica —respondió Hoseok con rapidez.
Ella se encogió de hombros, restándole importancia.
—Si no te sientes preparado, no hay problema —intervino Yoongi, salvando a Nabi de un incómodo interrogatorio.
No tanto por haber besado a otra mujer, sino porque había sido Yuna.
—Yo no voy a desperdiciar una oportunidad de beso —resolvió ella.
Y se acercó a los labios de Yoongi para dejarle un casto beso, pero él la sujetó para mantenerla cerca. Se apoderó de ella con la boca, succionando de su labio inferior y recorriéndola con la lengua, de la misma manera en la que había hecho la primera vez que se besaron. Nabi se dejó llevar, olvidando por un segundo que Hoseok se encontraba allí también, y se fundió en los brazos del muchacho que tan fervientemente la sujetaba.
Todo mientras el tercero los observaba con las mejillas aún coloradas. Algo se removió dentro de él al ver cómo las lenguas se entremezclaban frente a sus ojos, jugando de manera lasciva, y al escuchar la manera en la que las respiraciones de los chicos comenzaban a acelerarse. De pronto, Nabi se alejó de Yoongi y observó a Hoseok, un poco sorprendida por haberlo olvidado. Abrió la boca para disculparse, pero él se le adelantó:
—Continúen.
Antes de poder reaccionar, la chica había tirado de su camisa para acercarlo. El rostro de Hoseok se encontró de cerca con las bocas de Nabi y Yoongi devorándose, y no tardó en verse envuelto, siendo poseído por los labios de la muchacha. Hipnotizado por la sensación de ser observado por otra persona, se dejó llevar y dio rienda suelta a lo que su cuerpo comenzaba a pedirle: tocar. Mientras sujetaba el cabello de Nabi con una de sus manos, con la otra jugueteaba con el tirante del vestido, ansioso de bajarlo desde que había llegado, pues la muchacha no llevaba nada debajo.
La chica soltó un pequeño gemido cuando sintió un segundo par de labios succionando con cuidado de su cuello, y una tercera mano que le acariciaba la cintura por encima de la delgada capa de ropa que vestía. Se extasió al tener a dos personas besándola y tocándola. Soltó los labios de Hoseok y se pasó a los de Yoongi, quien la recibió aún más hambriento que antes. Pares de manos la recorrieron, terminando por bajarle los tirantes del vestido, liberando sus pechos al contacto con la brisa marina.
Nabi veía cientos de luces multicolores danzando en sus párpados mientras mantenía los ojos cerrados, dejándose acariciar y tocar por los dos chicos, sintiendo que su cabeza comenzaba a dar vueltas producto de su respiración tan acelerada. De pronto ya no supo a cuál de los estaba besando, quien le jalaba el cabello, quien le acariciaba por debajo de la ropa interior, ni quien succionaba con entusiasmo de sus pezones. Nunca se había sentido de esa manera, tan a gusto, tan completa. Nunca había sentido que alguna de las cosas que hacía estaba bien, a excepción de aquello. Supo que pertenecía a los brazos de Yoongi y Hoseok, que su cuerpo estaba hecho para encajar con perfección a ellos.
Gimió sobre los labios que estaba besando cuando los dedos que acariciaban su entrepierna se introdujeron dentro de ella, moviéndose de adentro hacia afuera, rozando su clítoris como consecuencia. Echó la cabeza hacia atrás, sintiendo su interior comenzar a palpitar, y se apoyó en el pecho de alguno de los chicos, mientras el otro comenzaba a juguetear con sus pechos. Sus piernas querían comenzar a cerrarse, buscando más fricción, pero fueron detenidas por las manos de quien tenía enfrente, que buscaba observar aquel espectáculo en primera fila. Entreabrió los ojos sólo para encontrarse con las mejillas enrojecidas y el cabello revuelto de Hoseok que la miraba con los ojos brillantes, concentrado en cómo los dedos de Yoongi la acariciaban.
Aquella simple escena la hizo acabar, provocando que su cuerpo comenzara a retorcerse y a tiritar. El orgasmo se apoderó de su cuerpo con tal fuerza que tuvo que darse un momento para recobrar el aliento.
—Ponte de rodillas —le dijo a Hoseok cuando se sintió en condiciones de continuar.
El muchacho obedeció inmediatamente, aunque sin comprender del todo la intención de la chica, que se sentó y con las manos temblorosas comenzó a desabrocharle el pantalón para descubrir el miembro hinchado que se escondía debajo de la ropa pidiendo a gritos un poco de atención. Los dedos delicados de Nabi lo hicieron estremecer cuando comenzó a acariciarlo, moviendo la mano de adelante hacia atrás en un ritmo que le pareció tortuoso, aunque no quiso apresurar las cosas y se quedó viendo las mejillas rosadas de la chica combinando sus labios hinchados.
—Con la boca —intervino Yoongi desde detrás de Nabi.
Hoseok observó cómo la chica se acomodaba el cabello hacia el lado antes de inclinarse hacia adelante para engullir el miembro hinchado. Soltó un jadeo cuando su piel entró en contacto con la humedad de la boca y cerró los ojos, intentando concentrarse en no acabar de una vez.
Nabi movía su cabeza siguiendo la longitud de Hoseok mientras succionaba. Al llegar a la punta, lo sacaba de su boca y pasaba la lengua justo sobre el orificio del que no dejaba de brotar el líquido preseminal, y luego volvía a meterlo dentro, repitiendo el ciclo una y otra vez.
Por su parte, Yoongi observaba desde su posición, jadeante aunque nadie le hubiese tocado siquiera, y se moría por unirse. Así que decidió desabrochar su propio pantalón, intercalando la vista entre lo que hacía Nabi con Hoseok y cómo se curvaba su espalda frente a él, mostrando aquel lindo trasero que moría por tocar. Levantó el vestido y bajó las bragas que él mismo había humedecido para volver a acariciar, yendo desde la columna de la chica hacia su centro, pasando por los glúteos redondos. El cuerpo de Nabi seguía reaccionando bajo sus toques y mientras más se esmeraba por consentir su entrepierna, más lista parecía estar para él.
El chico tragó saliva antes de hablar:
—¿Puedo?
Le pareció urgente aquella pregunta, pues lo último que quería era incomodar a la chica, quien apenas pudo gesticular una respuesta positiva que le permitió dejar de perder tiempo e introducirse dentro de ella luego de ponerse un preservativo.
La apretada calidez lo envolvió y se deleitó con la vista que tenía: Nabi sobre sus cuatro extremidades, llena tanto por arriba como por abajo por Hoseok y por él. Un gemido escapó de sus labios cuando dio la primera embestida suave, pero que se sintió como una corriente eléctrica que subió por la columna vertebral. Sus manos se aferraron a las caderas con fuerza. Quería más. Continuó moviéndose, cada vez más fuerte, más rápido, provocando gemidos ahogados en la chica y en sí mismo, que no podía dejar de mirar todo lo que ocurría frente a sus ojos.
El sudor cubría el cuerpo de Nabi, producto de las altas temperaturas que estaba alcanzando su cuerpo, que se movía de adelante hacia atrás por la inercia, logrando un agradable ritmo en el que los tres se veían beneficiados. Las luces danzaban a su alrededor, y ya no era necesario que mantuviera los ojos cerrados para verlas, pues en aquel momento de éxtasis, en el que Hoseok daba su último jadeo antes de acabar dentro de su boca y en el que Yoongi comenzaba a acelerar el ritmo de sus embestidas, se sentía completamente plena.
Tanto que se hubiese quedado allí para siempre, incluso cuando los tres tuvieron que recostarse sobre la arena para recuperarse. Su corazón latía acelerado y no sólo por el esfuerzo físico, sino también por dicha, algo nuevo que había descubierto y a lo que quería acostumbrarse.
—Escapemos —dijo ella a los otros dos—. Escapemos y seamos felices los tres.
───────•••───────
—¡Estoy en casa! —Avisó Nabi cuando entró.
Se apresuró a llegar a la escalera, pero la voz de su padre llamándola la detuvo, como siempre. Así que caminó lentamente hacia la sala, donde estaba su padre sentado leyendo un libro tan grueso como la biblia.
—¿Sí? —Preguntó para llamar su atención.
El hombre ni siquiera levantó la mirada. Únicamente dejó la biblia a un lado y se puso de pie para caminar hacia uno de los muebles que Nabi bien conocía. La chica tragó saliva y su mente comenzó a preguntarse qué era lo que había hecho mal, pues acababa de llegar a casa y su padre sólo utilizaba ese mueble cuando estaba extremadamente furioso. ¿Sería que tendría un chupetón en el cuello? ¿O que su cabello estaba demasiado desordenado, exponiéndola?
Tuvo la intención de retroceder un paso, salir corriendo, o hacer cualquier cosa con tal de alejarse del sufrimiento que la esperaba, pero su cuerpo no fue capaz de mover un músculo. Estaba plantada, a disposición de lo que su padre quisiese.
El hombre abrió uno de los cajones y sacó un cinturón de hebilla dorada. Aquel se lo había regalado su abuelo cuando había cumplido la mayoría de edad para recordarle lo importante que era el legado familiar. Estaba hecho de cuero negro y pesado oro.
Y aquella había sido una de las tantas armas de castigo que el pastor Yoo tenía para su desobediente hija.
—Hoy recibí una llamada, Nabi —dijo él mientras acariciaba el cuero con las yemas de los dedos.
Ella no respondió nada, pues no tenía claro qué era lo que relacionaba aquella llamada con ella.
—Era la señora Hwang —aclaró él, girándose para verla. El oro de la hebilla brillaba bajo la luz cálida de la sala—. ¿Sabes qué me dijo?
Nabi intentó no expresar nada en su rostro, pero se le hizo imposible y cerró los ojos por un instante. Yuna no había podido mantenerse callada, eso había sucedido. Y de cierta manera no podía culparla, o eso pensó, pues la que había sido su amiga se veía bastante molesta con lo que había pasado entre ellas. No podía culparla por haber intentado desahogarse con su madre, aunque para Nabi no fuese nada terrible.
Después de todo, siempre se les había enseñado que no estaban permitidas las relaciones románticas ni sexuales entre mujeres porque aquello era un pecado tan grave que ni siquiera Dios podría perdonarlo. Y si Dios no lo perdonaba, nadie lo haría. Por eso la madre de Yuna había llamado tan escandalizada al pastor Yoo, porque Nabi se había aprovechado de su hija y la había llevado por el camino pecaminoso. No pudo responder nada, pues su mente se encontraba completamente en blanco. Su cuerpo comenzó a temblar, sabiendo que jamás en su vida había cometido una falta como aquella y que realmente no sabía qué clase de castigo le otorgaría su padre.
—Creo que lo olvidé, pero era algo relacionado con Yuna… —Murmuró y tomó un trozo de papel que descansaba a un lado del teléfono—. ¡Ah, sí! Por suerte lo anoté aquí. “Nabi besó a Yuna la otra noche durante la pijamada”.
Sintió su rostro palidecer al ver a su padre observar con los ojos casi desorbitados en lo que seguramente era odio. Nuevamente sintió la necesidad de salir corriendo, pero antes de llegar a mover siquiera un músculo, la hebilla de oro había impactado contra su mejilla, provocándole un dolor tan agudo que le hizo perder el equilibrio y la cegó por un momento. El dolor punzaba en su pómulo y solo se dio cuenta de que su piel estaba abierta cuando las lágrimas le hicieron arder aún más.
Su madre apareció a paso rápido, secándose las manos en el delantal de cocina que llevaba puesto, y se quedó pasmada viendo la escena desde la entrada de la sala. El pastor acomodaba el cinturón en su mano, mejorando su agarre, para volver a golpear a la chica. Nabi intentó proteger su cabeza, cubriéndose con los brazos, por lo que los siguientes golpes impactaron directamente en ellos.
—¡Seojun! —Exclamó la madre con la voz temblorosa, acercándose un par de pasos—. Por favor, basta.
Él se detuvo con la mano en alto. El cabello alborotado, la respiración acelerada y la frente brillante producto del sudor. Un incómodo silencio se formó en el que únicamente se escuchaban los sollozos de Nabi que seguía en el suelo, protegiéndose en posición fetal.
—Vuelve a la cocina —respondió él, en voz baja.
La madre de Nabi volvió a avanzar en dirección a ellos, cautelosa y lentamente, con las manos en el aire como quien se acerca a una fiera salvaje sin realizar movimientos bruscos para que no reaccione de mala forma.
—Seojun, por favor —insistió ella, de la manera más suave que pudo—, basta. No es necesario que hagas esto.
—Hana, no te metas en lo que no te concierne.
La voz amenazante del hombre la hizo retroceder sobre sus pasos, temiendo ella sufrir el mismo destino que su hija. Dedicó una última mirada al cuerpo tembloroso de Nabi, sintiéndose culpable por no poder hacer más, por dejar que el miedo la consumiera de tal manera que se le hacía imposible defenderla. Era egoísta, lo sabía, y era algo con lo que cargaba a diario, como si llevase una roca dentro de su pecho.
—Es momento de que te redimas, Nabi —murmuró él, dejando el cinturón sobre uno de los muebles de la sala—. Redímete ante Dios.
El hombre se puso de rodillas a su lado, con la intención de ponerse a su altura para poder conversar mejor.
Por primera vez, Nabi bajó los brazos ensangrentados, mostrando sus mejillas enrojecidas por el llanto y la sangre que seguía brotando de su pómulo. Observó a su padre, quien todavía tenía la respiración acelerada, interesada en lo que él podría proponerle. Iba a hacer lo que fuese con tal de que dejase de castigarla de esa manera.
—Tienes dos opciones —siguió él—: te casarás inmediatamente con quien yo diga o te expondré ante todo el pueblo en la iglesia. Sabes cuál es el castigo para los promiscuos. Tú eliges.
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