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CAPÍTULO 4 | ENTRE LAS SOMBRAS

Edda

Ya no tenía más reservas de sangre y los ancianos estaban castigando mi poco control frente a Cole, estaba dejando mal a la familia y estaba hablando de mal. Hacía ya tiempo que los ancianos encontraron en un montón de escritos llenos de magia y oscurantismo que recolectaron conforme las décadas en las que se hablaba de cómo romper hechizos y maldiciones. Muchos de ellos decían que los hechizos que se conjuraban con emociones fuertes, como el amor o el odio, eran hechizos irrompibles, lo que ya de por sí desilusionaba, porque era más que obvio que aquella, nuestra última bruja, la última gota de sangre que yació en las manos de las cuatro familias, conjuró aquella maldición con todo el odio que nos pudo tener. La habíamos despojado de su familia, de sus amigos, de su vida. Sin embargo, los ancianos no se rindieron, terminaron por dar con una solución; “la redención”, era esa una de las muchas razones que me orillaban a ser azotada una vez a la semana, en busca de la redención, que nunca llegaba. Me culpaban, culpaban a mi sangre y me obligaban a subsistir con lo mínimo de sangre. No se me permitía asesinar y mucho menos poner un pie fuera del recinto sagrado, si lo hacía podría poner en peligro la redención. Una redención que nunca llegaría, porque ese no era el modo de obtenerla.

La redención que buscábamos estaba a unos pasos de mí, con otra mujer. El emblema de la redención tenía los rasgos propios de mi hermano y descansaba en mi habitación, cuidado por mi gente más cercana. Esa era la verdadera redención; el perdón, el amor y la cohesión.

Deberíamos aprender de lo que hicimos; un juicio, condenamos vidas inocentes, debíamos aprender, pero no, seguíamos haciéndolo, condenando vida a vida, condenándonos los unos a los otros.

—¿Qué le pasa? —preguntó Cole cuando ayudaba a Meraki a sostenerme.

El calor de su cuerpo se sentía correcto, como si mi cuerpo lo hubiera buscado durante tanto tiempo. Era un calor familiar, un calor que mi cuerpo echaba de menos.

—La están atacando —susurró Meraki mientras veía el humo.
—¿Por nuestra culpa?

—Hace tiempo que dejo de ser tu culpa —conteste entre jadeos. Necesitaba sangre.

—¿Hace cuanto que no te alimentas? —preguntó Cole. No podía ver su rostro.

—Cole —reprendió Lisba con voz de mando.

—¿Hace cuanto? —volvió a preguntar sin hacerle caso a Lisba.
—Creo que la última vez que recibió alimento fue hace dos semanas.

—¿Por qué?, ¿es mi culpa? —me preguntó Cole con una voz llena de dolor.

—¿Tan egocéntrico eres que te crees el centro de mis problemas? —gruñí entre jadeos.

—Bebé de mi sangre —solicitó.

—¡Cole! —gruñó Lisba—, compórtate como lo que eres. ¡Mi esposo, maldita sea!

—Váyanse ya —gruñí cuando veía que la magia que Meraki usó en Miley comenzaba a fallar. No porque su magia fuera débil, sino porque los ancianos la estaban repeliendo.
—No hasta que bebas de mi sangre.

Sabía que Cole era terco y que no se haría. Si no hacía algo ya, esto sería una carnicería.

El humo rojo de los ancianos continuaba clavándose en mis piernas, cuáles cuchillas, sacado la poca sangre que me mantenía en pie.

—Si no te vas, los van a matar —advertí jadeante.

—Pero sí, a ti ya te están matando. —gruñó Cole intentando deshacer el humo con sus manos, obtenía dentadas fuertes que le cortaban las manos. Su sangre olía tal como lo recordaba.
—Llévatelo, Lisba, llévatelo, ya —le pedí, le rogué.

—¡No me iré de aquí sin ti! —gruñó Cole.

—Entonces nunca te irás —esa era la voz de Miley. Sonreía malévolamente. Ladeaba su cabeza como quien se prepara para una pelea—, porque ella también morirá.

Reí secamente, aguantando todo el dolor que estaba recibiendo.

—¿Vas a matarme? —cuestioné con la voz débil y entre cortada.

—Así es, después de todo aquel niño es la prueba inminente de que la familia Danvers ha perdido todo poderío. La traición es algo que no perdonamos —chasqueó la lengua—, después de todo, han encontrado su final, juntitos, ¿no?

—Déjate de tonterías —solté en un hilo de voz.

—No son tonterías, los ancianos apoyan mi causa, mi venganza, será nuestra verdadera redención.

Abrí la boca para renegar cuando la última gota de sangre abandono mi cuerpo, ya no tenía más, lo sentí de inmediato, fue una falla general y se sintió como si partieran mi cuerpo por la mitad. No escuché nada más ni vi nada más, mi cuerpo ya no era funcional.

No llegábamos a morir, solo entrabamos en un estado de coma del cual era difícil salir.

Lo último que ocupo mis pensamientos fue el futuro de Cole, Meraki y aquel niño que no tenía la culpa de nada.

Cole

Edda soltó un suspiro largo para dejarse caer en su totalidad en mis brazos, su corazón no latía, no lo escuchaba ni lo sentía. Aquel maldito humo lleno de dientes seguía haciéndola sangrar, aunque en su cuerpo ya no quedaba una sola gota de sangre, esos malditos la drenaron por completo. Y parecían querer más.

¿Qué rayos hacían en esta familia?

Cargué a Edda entre mis brazos en cuanto el humo rojo la abandono volviendo al círculo seseante que nos rodeaba.
Mi familia no era ningún ejemplo de moral, por más que Lisba intentara verlo así, aunque si aprendimos algo de la camaradería, de ese modo nadie se tiraba una sola piedra y todos se trataban con el suficiente respeto, aun si se odiaban.
Habíamos llegado a tratados, pero lo que parecían hacer aquí era algo enfermizo.

¿Dónde estaba Bristón?

—¿Y Bristón? —pregunté a Meraki.

—Ha muerto —contestó Miley—, ¿aún crees que fue suicidio? —Miley soltó una risotada mientras se dirigía a Meraki.

—Miley, un paso más y serás eliminada en nombre de Edda.

—Déjate de idioteces, Meraki, todos aquí saben que tú no tienes ni una pizca de poder. Los ancianos quieren que sea yo quien tome el poder.

—¡No! —gritó Meraki.

—¿No? —Miley enarcó una ceja. Se estaba divirtiendo con todo el espectáculo.

—Tienes que sacarla de aquí —me indico Meraki.
Miley chasqueó la lengua mientras ladeaba la cabeza.

—Nadie saldrá con vida de aquí. —advirtió la rubia.

—¡Ya basta! —Meraki tomo la posición de señor que le pertenecía ante aquellos. Tenía que someterla.

Miley comenzó a soltar risotadas desquiciadas mientras abría los brazos.

El humo que nos mantenía encerrados en un círculo comenzó a esparcirse en los espacios vacíos, mostrando las figuras de aquellos familiares, uno a uno, se posicionaban tras de Miley. No era broma, Meraki no tenía ningún poder.

A este paso no solo nosotros perderíamos la batalla, lo haría también Noah. Tenía que llegar a Noah.

—¿Dónde está Noah? —musité mientras echaba unos cuantos pasos hacia atrás.

A Lisba ya no le quedaba de otra que unírsenos, se quitó del lado donde los chupasangres comenzaban a aparecer, ella se colocó a unos centímetros de mí, mientras que su guardia se colocaba frente a nosotros en posición defensiva.

—Vas a pagar por esto —me advirtió en un gruñido.

—¿Qué hago? —cuestioné a Meraki.

—Es riesgoso —dijo él con una voz temblorosa. No me observaba a mí, sino a todos los que se reunían frente a nosotros.

¿Este era el fin?

—Dime que hacer, maldita sea —exigí entre gruñidos
—Córtate, abre su boca y dale de su sangre, pero te advierto, ella puede perder el control o todos los que están frente a nosotros —musitó mientras parecía meditar algo.

—No lo hagas —pidió Lisba—, por mí, Cole, no lo hagas.

Negué con la cabeza.

—Lo siento.

—¡Maldita sea!

Obligué a una de mis uñas a convertirse en garra, hice un fino corte en mi muñeca, encajándomela en la misma mano, no tenía tanta libertad de movimiento, cargaba con su cuerpo inerte. Llevé como pude y con torpeza, mi muñeca a su boca, embarré todos sus labios con mi sangre, no obtenía respuesta de ella, ni un solo movimiento. Aunque los chupasangres frente a nosotros comenzaban a gruñir.

Edda tenía que reaccionar, este no podía ser el fin para ella, tenía que vivir, tenía que conocer a Noah, sus risas, sus ocurrencias, tenía que estar conmigo.

Continué llenando sus labios con mi sangre sin obtener respuesta de ella. Negué con la cabeza.

—Ya no está —Lisba comentó mientras comenzaba a ladear la cabeza, preparándose para la pelea que se nos venía—, déjala ir.

—No —mi voz me salió como un hilo, tan afectada. No podía ni quería dejarla ir. No a ella.

—¡Maldita sea, Cole! —gruñó Lisba—, piensa en Noah.
—Sigue intentándolo —la suave voz de Sinna sonó detrás de mí. Había llegado con más refuerzos justo a tiempo. Ella era nuestra arma secreta.

Continúe llenando los labios de Edda con sangre sin lograr nada de ella. Los lobos comenzaron a rodearnos, dándonos la espalda y mostrando sus imponentes fauces a los chupasangres que gruñían sin cesar, a su cabeza aguardaba Miley. Sedienta de sangre. Vuelta una loca.

—Vamos Edda, vuelve —pedí entre ruegos musitados—, por favor, Edda, vuelve, te necesito —la pizca de concreto y dolor que endureció mi corazón hacía ya tiempo, comenzaba a dispersarse, a desmoronarse. Dudaba de que siquiera hubiera estado ahí. Sentía un amor tan profundo como lo sentí siempre—. Te necesito, Edda, siempre te he necesitado y siempre te necesitaré, no hay día que no te piense, no hay día en que tú no seas todo lo que amo y quiero en mi vida, Edda, por favor vuelve a mí. —rogué entre lágrimas—, me lo debes, Edda, nos debemos una vida juntos.

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