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CAPÍTULO 1 | LIGHTS

Besar a tu amiga

Jung Hoseok entró a la tienda de convivencia a la que acostumbraba a ir desde que tenía memoria. Había nacido y sido criado en Dorioh, un pequeño pueblo que parecía olvidado por la civilización contemporánea y que siempre había tenido una población de alrededor de tres mil habitantes. Nadie llegaba, nadie se iba. Y siempre había sido de aquella manera.
Levantó la vista y dedicó una pequeña mirada a la chica que estaba detrás del mostrador, masticando goma de mascar mientras se pintaba las uñas de color rojo y escuchaba a su amiga parlotear. Notó que ella posó sus ojos sobre él durante un momento más del habitual, lo suficiente como para provocarle una sonrisa en los labios.

Se acercó a la sección de las revistas y tomó una para leer el encabezado, aunque poco le importaba la nueva canción que había lanzado un grupo llamado A-ha, que ni siquiera conocía hasta ese momento. Sólo quería ver cómo la hermosa chica del mostrador medio sonreía al escuchar a su amiga.
Hoseok iba a comprar a aquella tienda de conveniencia desde que tenía memoria, pero no recordaba jamás haber visto una chiquilla tan hermosa como Yoo Nabi, que había comenzado a trabajar allí hacía un par de meses. La tienda siempre había sido atendida por el dueño o su familia, pero luego de varias generaciones el último de los hijos de la familia Choe y su esposa no habían podido generar descendencia, y la edad ya no les permitía pasar muchas horas detrás del mostrador.

—¡Dios! Mira la hora, ¡mi mamá va a matarme! —El grito de Yuna, la amiga de Nabi, sacó a Hoseok de sus pensamientos.
—Será mejor que vayas —le respondió la chica, con un poco de lástima.

Desde que Nabi había comenzado a trabajar allí la tienda había recibido más compradores, pues era una chica bastante popular en Dorioh y siempre había alguien conversándole, convirtiendo su horario laboral en algo más llevadero.

—Ya me seguirás contando del chico ese —animó a Yuna, al ver que no quería irse—. Podemos hacer una pijamada mañana en mi casa, ¿qué dices?

El rostro de Yuna se iluminó y luego de asentir frenéticamente con la cabeza, se despidió y corrió rumbo a su casa, que quedaba un par de manzanas hacia el sur.
Y ambos se quedaron solos, por lo que Hoseok se vio obligado a bajar la vista hacia la revista que seguía sosteniendo. La música ambiental de la tienda le había perturbado lo suficiente como para que le entraran ganas de marcharse, pero era el único momento del día en el que podía ver a Nabi sin que nadie los molestara.

—No puedes leer las revistas sin comprarlas —el chico se sobresaltó al sentir una voz a su espalda.

Se giró con los ojos bien abiertos, encontrándose con el adorable rostro de Nabi que lo observaba con una ceja alzada. Los ojos de la chica le recorrieron el rostro y luego escudriñó la revista que sostenía.

—Yo… —Murmuró Hoseok, sintiendo que sus nervios comenzaban a dispararse.

Entonces la chica no pudo aguantar más la risa y soltó una pequeña carcajada.

—Es broma, Jung, pero si te ve el señor Choe me va a regañar —lo tranquilizó—. No sabía que te gustaba A-ha.
Él bajó la vista hacia la portada, sin saber cómo explicarle que únicamente estaba allí para verla.

Yoo Nabi era una hermosura, y no únicamente en el sentido físico. Era hija del pastor encargado de la iglesia de Dorioh, una chica educada y bien portada. Hermosa y gentil. Popular, recatada y humilde.  O eso era lo que la mayoría de las personas creía. Hoseok había tenido la dicha de conocerla un poco más íntimamente y se había dado cuenta de que era una muchacha común y corriente. Lo que no estaba mal en absoluto, simplemente era diferente de lo que mostraba al resto del mundo, especialmente a sus padres.
Y con mucha razón, pues su padre tenía fama de ser un hombre serio y estricto. Todos en Dorioh sabían que había criado a su única hija siguiendo el camino de Dios, con la esperanza de que, en algún momento, el futuro esposo de Nabi se ocupara de la parroquia tan bien como lo había hecho él hasta ese momento.

—Ya comenzaron las vacaciones, ¿tienes planes? —Preguntó, evadiendo el comentario anterior.

Ella frunció los labios, maquillados con un sutil brillo color rosa, y luego hizo un puchero para negar con la cabeza.

—No realmente. Lo único que he pensado es que pasaré algunas tardes con Yuna. ¿Por qué?

Aquel tinte de inocencia fingido en el tono de voz de la chica le provocó una sonrisa coqueta. Nabi sabía que estaba interesado en ella, y ella parecía mostrar el mismo interés.

—¿Quieres ir al cine el viernes en la noche?

Ella lo miró a través de las pestañas con una pequeña sonrisa en los labios. Siempre que hacía eso a Hoseok le temblaban las rodillas y le entraban ganas de tomarla por las mejillas para devorar sus labios carnosos.

—Sí… —Alargó ella—. Quizás podríamos hacer otra cosa un poco más temprano, sabes que mi padre es un poco complicado cuando se trata de horarios.

El estómago de Hoseok cosquilleó al escuchar aquella frase que, más que sonar ambigua, le sugería una cosa en específico. Algo que sólo ellos sabían y entendían.
Ahogó un suspiro debido a que le llevaron decenas de imágenes a la cabeza y ese no era el momento adecuado para rememorarlas.

—Te recogeré a las cuatro.

Nabi ladeó su cabeza levemente, todavía observándole con esa sonrisa que lo volvía loco, y levantó la mano para quitarle una pelusa imaginaria de la camiseta.

—Te veo a las cuatro frente a la farmacia —murmuró y luego se relamió los labios.

Hoseok no pudo evitar ver cómo estos quedaban más brillantes gracias a la saliva, Nabi había logrado desviar su atención del tema de conversación para que no se sintiera mal por no querer que el chico se acercara a su casa.

—Genial —respondió él con una sonrisa.

Y antes de que pudiese decir otra cosa, Yoo Nabi ya se encontraba nuevamente detrás del mostrador con el envase de esmalte de uñas rojo entre las manos.
Hoseok se apresuró a caminar hacia el mostrador, todavía con la revista en la mano, y la puso sobre el mueble. Detrás de él se escuchó la campana de la puerta, que indicaba que esta había sido abierta y un nuevo cliente había entrado. Sacó la billetera del bolsillo de su chaqueta y preguntó con picardía:

—Aquí no venden preservativos, ¿cierto?

Quiso soltar una carcajada ante la expresión de Nabi, que había tenido que morderse los labios para aguantar también la risa. Ella negó con la cabeza.

—Son cien wones.

—¡Qué lástima! —Murmuró él, mientras buscaba un billete—. Tendré que ir a la farmacia. ¡Gracias!

Se despidió con un asentimiento de cabeza y tomó la revista, que realmente no quería comprar, pero no se perdonaría si es que llegasen a regañar a Nabi por su culpa. Se dio media vuelta para ir hacia la salida, encontrándose de frente con un chico ligeramente más bajo que él y de tez extremadamente pálida. Siguió caminando, aunque quiso detenerse a mirarlo de reojo.
Jamás lo había visto en Dorioh.

Y en Dorioh todos se conocían.
Eso sólo podía significar que aquel chico era nuevo en el pueblo.

Miró por encima de su hombro, para ser lo más disimulado posible, y vio cómo Nabi observaba al nuevo con los ojos brillantes, tal y como si tuviese a su banda favorita enfrente.
Apretó la mandíbula y se concentró en no chocar contra la puerta de salida. ¿Qué podía decir? Ambos habían acordado tener una relación informal, ambos habían estado de acuerdo. No podía reclamarle nada a Nabi porque ese había sido el trato, aunque él hubiese sido completamente exclusivo con ella.
Dio una respiración honda y siguió con su camino a casa.
Nabi bajó la vista a sus manos que reposaban sobre el mostrador al sentir que comenzaba a ponerse nerviosa.

—Una cajetilla de Marlboro, por favor —pidió el chico frente a ella.

Se incorporó lentamente y se giró para coger la pequeña caja de bordes rojos, todo bajo la atenta mirada del chico.
—Son doscientos wones —respondió en voz baja.

Aquel era el chico que Yuna le había dicho momentos atrás. Había llegado corriendo a contarle que acababa de ver a un chico nuevo en el pueblo, algo extremadamente raro, pues nadie quería irse a vivir a Dorioh. Según Nabi, cualquier cosa era mejor que Dorioh.

Su amiga no había tardado en comenzar a fantasear con una posible relación con él porque era realmente guapísimo, según había dicho. Pero, para la chica, la palabra “guapísimo” se quedaba corta.
Levantó apenas la vista para encontrarse con aquellos ojos oscuros que brillaban felinos debido al fluorescente del techo. El cabello negro caía hacia atrás, dejando ver los lados rapados de su cabeza. Tragó saliva y extendió la mano para recibir el dinero que él le tendía.

—¿Estás bien? —Preguntó con voz profunda.
Ella abrió ligeramente la boca, sin saber por qué le preguntaba eso, pero asintió con la cabeza.

—Me refiero al tipo de recién, el de los preservativos —aclaró ante la mirada confusa de la chica—. Degenerados hay tanto en la ciudad como en los pueblos.

Nabi no encontró la forma de decirle que conocía al chico y que era una manera de coqueteo, pues habían quedado en que el viernes en la tarde harían cosas que no pueden ser mencionadas en voz alta. Era alguien que acababa de conocer, ni siquiera sabía su nombre.
No podía decirle cómo gozaba de su sexualidad sin correr el riesgo de que la llamara prostituta.

—No es nada —dijo con una sonrisa queriendo escapar de sus labios.

¿Por qué le ponía feliz que un tipo desconocido se preocupara por su bienestar?
Los ojos oscuros le recorrieron el rostro como si de una caricia se tratase y la chica vio cómo una brillante lengua aparecía entre los labios masculinos para remojarlos.

—Quédate con el cambio —aplanó sus labios en una pequeña sonrisa—. Nos vemos.

Nabi se quedó parada, sin asimilar nada de lo que le había sucedido. Algo que probablemente no sería la gran cosa en la vida de una persona normal, pero que en una tan monótona como la suya significaba una gran emoción.
Quiso sonreír como boba, a pesar de que no había sucedido nada muy importante con aquel chico, nada más que un pequeño intercambio de palabras.

¿Sería que finalmente su corazón había cedido antes las redes del amor? Ella sabía que no le conocía, pero bien podría haber sido amor a primera vista, o algo por el estilo. Aunque lo descartó en seguida. Se había prometido a sí misma jamás estar con un hombre porque prefería ahorrarse todo el sufrimiento que había visto en su madre.
Decidió que lo mejor para distraerse sería continuar con su manicure. No quería que su mente comenzara a inventar cosas que jamás llegarían a suceder, todo eso sin tener en cuenta que a Yuna ya le llamaba la atención el chico nuevo.

—¿Ha sido una tarde muy lenta?

La chica se sobresaltó con la voz que la sacó de sus pensamientos. La esposa del señor Choe acababa de aparecer por la puerta que conectaba la tienda con el patio de su casa, cosa que hacía al menos una vez al día para ver cómo se encontraba su nueva empleada.

—Un poco más de lo normal —respondió la chica con una sonrisa.

La mujer caminó con dificultad hacia el mostrador y le tendió un pequeño fajo de billetes a la chica.

—Vete a casa, linda. Cerremos la tienda más temprano.

Sintió aquella sensación de calidez en el pecho que le indicaba que algo le causaba ternura, y asintió con la cabeza para luego ayudarle a la mujer a poner todo en orden. Se puso la chaqueta antes de salir, debido a que ya había comenzado a hacer frío, y cerró la puerta con llave.

Afuera ya estaba oscuro y una pequeña niebla cubría los alrededores. A Nabi le gustaba aquella hora del día, a pesar de que su padre no le permitía andar en la calle para nada más que no fuese volver a casa desde la tienda. A menudo se encontraba caminando más lento de lo normal para poder disfrutar de cómo Dorioh se veía sumido en la oscuridad y para escuchar con gozo cómo las olas reventaban contra las olas a un par de manzanas de distancia.

Después de todo, aprender a disfrutar de su monótona vida era lo único que podía hacer, pues su padre no tenía grandes planes para su futuro. Él jamás permitiría que Nabi, su única hija, abandonara el pueblo para asistir a la universidad porque lo único que debía hacer ella era encontrar un buen esposo que pudiese administrar la parroquia de manera correcta.
El pequeño esplendor de una llama la hizo detenerse un momento. Una cerilla había sido prendida a un par de metros más adelante con la intención de encender un cigarrillo. Nabi aguantó la respiración por un segundo, dándose cuenta de que aquel era el chico de la tienda y se preguntó si era bueno que él la viese, aunque ya era demasiado tarde para evitarlo.
El misterioso muchacho le dedicó una mirada fugaz antes de elevar sus ojos hacia el cielo. Se había sentado en una banca metálica que había comenzado a oxidarse producto del constante contacto con la brisa marina y de no ser por ella, su cuerpo vestido únicamente con prendas negras se habría camuflado con la oscuridad de la noche. Nabi aguantó la respiración mientras seguía su camino, si no hubiese estado tan nerviosa probablemente se hubiese molestado porque el chico no le prestó ni la más mínima atención.

Se le hacía tan enigmático, tan interesante…
Cualquier cosa que viniese de fuera de Dorioh le sería interesante.

Los pies de Nabi no detuvieron su andar hasta llegar a su casa, una hermosa construcción de dos pisos y fachada blanca que parecía nunca ensuciarse ni desgastarse por más que los años pasaran. El pueblo de Dorioh era bastante pequeño y podía dividirse en tres grandes sectores: el centro, la zona residencial y la periferia, por lo que la mayoría de las casas de los habitantes se encontraban agrupadas en el mismo sector. Cruzó el antejardín de césped verde brillante del que su madre se encontraba tan orgullosa y entró.

—¡Estoy en casa! —Avisó, yendo directo a la escalera para ir a su habitación.

—Todavía falta una hora para que tu jornada termine.
Nabi se quedó a mitad de camino al escuchar la voz de su padre, que se había asomado desde la sala para verla. Se giró con una pequeña sonrisa en los labios, juntando las manos detrás de su cuerpo.

—La esposa del señor Choe dijo que cerraría antes.

Su padre, un hombre joven al que recién comenzaban a aparecer canas en el cabello, la miró a través de los cristales de sus anteojos rectangulares por un segundo para finalmente asentir con la cabeza, dándole permiso para seguir su camino. Nabi corrió escaleras arriba y cerró la puerta su habitación apenas estuvo dentro. Se arrodilló a un lado de su cama para alcanzar una pequeña cajita de color rosa que guardaba debajo de ésta en la que solía poner cosas que no quería que sus padres encontraran en su habitación. El esmalte de uñas color rojo y el cambio que le había regalado el chico nuevo fueron escondidos allí.

Rápidamente se puso de pie y prendió la pequeña radio que sus padres le habían regalado la navidad pasada. Después de un par de segundos Take on me de A-ha comenzó a sonar por los parlantes, la primera canción de la compilación que Yuna le había grabado en un cassette para que pudiese escuchar sus canciones favoritas en vez de la aburrida programación de la radio local de Dorioh.

Un par de golpes fuertes en la puerta de su habitación la hicieron sobresaltar y se vio obligada a bajarle el volumen a la música. La puerta se abrió con extrema suavidad y el rostro gentil de su madre se asomó.

—Ya es hora de cenar —le avisó con su inalterable voz—. Y ten cuidado con el volumen de la música, Nabi, ya sabes lo que piensa tu padre sobre eso.

La chica asintió con la cabeza y terminó por apagar la radio. Cuando llegó al comedor su padres ya se encontraban sentados, por lo que también se sentó en silencio y comenzó a comer el estofado de carne que había preparado su madre.
De pronto recordó que le había ofrecido una pijamada a su amiga, aunque sin saber realmente si su padre lo aprobaría. Yuna ya se había quedado a dormir en su casa, pero Nabi jamás la había invitado sin pedir permiso. Sabía que a veces su padre no estaba de humor para recibir visitas, y menos a la chica de risa escandalosa que era Yuna.

Levantó la vista y observó disimuladamente a sus padres, que masticaban en silencio.

Tenía que preguntar, pues ya le había dicho a Yuna que fuese a su casa y no quería defraudarla. Tomó el vaso que tenía enfrente y dio un largo trago de agua. De pronto se le había quitado el hambre y una sensación desagradable se había instalado en la parte alta de su estómago, algo parecido a un nudo que le provocaba ganas de vomitar. Dejó el tenedor sobre la mesa al sentir que la mano le había comenzado a sudar tanto que este se le resbalaba.

—¿Puede Yuna venir a dormir mañana?

Su voz había salido más aguda de lo normal y había hablado más rápido de lo que acostumbraba. Mantuvo la vista sobre el plato porque el silencio posterior a su pregunta le pareció aún más pesado que el anterior.

Su padre soltó un gran suspiro, como si aquella simple petición que Nabi había hecho fuese la molestia más grande del mundo y terminó por responder con un sonido afirmativo. Instantáneamente el cuerpo de la chica se relajó, dejando atrás la tensión que le había producido el sólo hecho de pensar en que tenía que preguntarle a su padre. Volvió a tomar el tenedor y se esmeró en terminar de cenar sin que pareciera que estaba apurada por volver a su habitación, aunque esa fuera la realidad.

—Nabi —la llamó su padre cuando ella se encaminaba hacia las escaleras después de haber llevado su plato hacia la cocina.

—¿Sí?

—Ven.

Volvió al comedor a paso lento, donde su padre se encontraba aún, e instintivamente escondió sus manos detrás de su cuerpo. No se atrevió a levantar la mirada ni a preguntar qué era lo que sucedía, por lo que sólo se quedó allí esperando a que su padre se dignara a decirle lo que debía.

—Muéstrame tus manos.

La chica tuvo que aguantar las ganas de arrugar su rostro en una mueca. ¡Qué estúpida! ¿Cómo había olvidado ese pequeño detalle? Sus manos formaron dos puños cuando las llevó delante de su cuerpo, negándose a que su padre viera lo que realmente quería.

Antes de que él pudiese decir algo, sus manos se estiraron.

—¿Qué es eso? —Preguntó con dureza.

El labio inferior de Nabi tembló ligeramente y fijó sus ojos sobre el llamativo esmalte rojo de sus uñas.

—Me lo ha prestado Yuna, es un color nuevo que compró.
Un grito ahogado salió de su garganta cuando su padre levantó la mano y le golpeó todos los dedos de manera brusca.

—Ese no es un color apropiado. Es vulgar.

—Pero…

Una bofetada la hizo callar, sin darle la oportunidad de poder explicar nada.

—¡No te atrevas a responderme! —Soltó un gran suspiro—. Vete a tu habitación ahora y quítate eso de las uñas.

Nabi se dio media vuelta y obedeció. Se encerró dentro de su habitación, se sentó sobre la cama y se quedó allí un par de minutos. Ni siquiera tenía ganas de llorar, probablemente porque estaba acostumbrada a que su padre la tratara de esa manera, pero eso no calmaba la tristeza que eso le provocaba.
Se recostó sobre el colchón, con el corazón latiéndole dolorosamente. Le parecía increíble que a la corta edad de dieciocho años el único hombre que le había roto el corazón había sido su propio padre. Y no sólo una vez, sino que centenares de veces, siempre que Nabi se comportaba de manera no apropiada la chica debía esperar una bofetada.
Era la única manera en la que la haría entender, o eso le había dicho él una vez oyó a su madre reclamando por los golpes que le daba. Pero Nabi estaba segura de que debían de existir otras formas, aunque todavía no lograba descubrir cuáles eran.

───────•••───────

—Todavía no te has puesto el esmalte que te regalé.
Nabi hizo una mueca con los labios, evitando la mirada de la chica que se encontraba frente a ella.

—En realidad, sí, y papá odió el color —murmuró en respuesta.
Una sonora carcajada sorprendió a la chica. Alexandra no había podido aguantar la risa por lo absurdo que sonaba aquello.

—¿Qué? —Preguntó Nabi sin entender.

Alexandra se acomodó el cabello rubio que se le había desordenado y se relamió los labios gruesos que brillaban producto del labial que se había aplicado cinco minutos atrás.

—¿Bromeas, mariposita? Ya estamos en mil novecientos ochenta y nueve, los tiempos están cambiando y te aseguro que el rojo no es de prostitutas.

Nabi apoyó los codos sobre el mostrador de la tienda del señor Choe y negó con la cabeza. Le encantaría que su familia pensara de esa manera tan liberal en la que pensaba Alexandra, pero no podía pedir más a la gente que nunca había estado fuera de Dorioh. Alexandra, o Lexie, como le llamaban, había nacido en Estados Unidos y había dedicado su adolescencia a viajar por distintas ciudades y países, aunque fuese realizando trabajos de mala reputación.

—O sea —aclaró la rubia, mirando sus uñas pintadas de rojo—, yo sí soy prostituta y uso rojo, pero cualquier mujer puede usarlo…

Comenzó a reír nuevamente, esta vez acompañada por la tímida risa de Nabi.

Lexie había llegado a Dorioh hacía cuatro años y había sido una noticia impactante para los habitantes. La casa rodante destartalada que se instaló en la periferia del pueblo el verano del ochenta y cinco no había pasado desapercibido, tanto por su dueña de rasgos forasteros como por el trabajo que ejercía.
Por supuesto, su padre había sido el primero en realizar una reunión de vecinos con el fin de echarla del pueblo.

—Entonces —Lexie se echó un trozo de goma de mascar a la boca—, ¿qué tal las cosas con ese chico?

Nabi la imitó en un intento de pasar desapercibida su sonrisa.
—No me he atrevido a verlo más de un día a la semana, pero sus labios son… —Se detuvo un momento para encontrar la palabra adecuada— una delicia.

—¿Y? ¿Nada más que eso?

La menor negó con la cabeza.

—Mariposita, sabes que mi remolque está siempre disponible por si…

—¡Ya! —La interrumpió Nabi, dándole un pequeño golpe en el brazo.

Le hubiese encantando sonrojarse ante la propuesta tan indecorosa que le había hecho Lexie, pero no podía negar que aquella vez sí estaba contemplando pedirle prestado el remolque a su amiga secreta, pues ya estaba harta de entrar al cine para poder besar de manera desapercibida a Jung Hoseok. Incluso lo había citado frente a la farmacia de una manera muy sugerente.

La campanita de la puerta sonó, anunciando un nuevo cliente, y Lexie fingió mirar los productos que estaban detrás de Nabi. Ambas lo sabían: nadie podía saber que eran amigas, por el bien de las dos. Y quizás aquello era lo que las mantenía tan unidas, la relación era prohibida y el placer culpable que Nabi sentía cuando hacían algo tan simple como conversar no se podía reemplazar con nada.

Ni siquiera con los pensamientos que había estado teniendo con Hoseok.

—Bien, creo que todavía no traen los cigarrillos que pedí —se quejó Lexie antes de darse media vuelta y marcharse de la tienda.

Yuna, que acababa de entrar a la tienda, arrugó el rostro con desagrado al ver a la rubia pasar a su lado.

—¿Estaba molestándote? —Le preguntó a Nabi.
Ella negó con la cabeza.

—No te preocupes —la tranquilizó—. ¿Tienes ya tus cosas?
Yuna mostró todos sus dientes en una amplia sonrisa y levantó un pequeño bolso de color lila que contenía su pijama y una muda de ropa. Habían acordado que Yuna iría a la tienda de conveniencia cuando la jornada de Nabi terminara y juntas caminarían a su casa. Así que la muchacha se dedicó a dejar todo en orden para finalmente dejarle las llaves a la esposa del señor Choe e irse junto a su amiga.

Su padre actuó de la misma manera en la que actuaba cuando recibían visitas en casa: amable. Saludó a Yuna con una gran sonrisa, ignorando que la noche anterior había abofeteado a Nabi “por su culpa”, por aquel esmalte de color rojo que en realidad había sido regalado por Lexie. No demoraron en subir a la habitación de Nabi y cambiarse a ropa más cómoda.
Aquella noche, Nabi tenía permiso para escuchar música a un volumen moderado, una excepción que había hecho su padre únicamente porque estaba Yuna presente.

—¿Sabes algo? —Preguntó Nabi cuando ya había sonado al menos la mitad del compilado de música del cassette—. Ayer fue el chico nuevo a la tienda, después de que te fuiste. ¡Sí que es guapo!

Yuna arrugó el rostro y emitió un quejido, como si fuera una niña de cinco años.

—¡Me perdí la oportunidad de hablarle!

Ambas estaban sentadas en el suelo de la habitación rodeadas por cojines y mantas. Nabi se había ofrecido a pintarle las uñas de los pies a Yuna, luego de que se pintara las de las manos, porque tenía claro la inexistente flexibilidad de su amiga.

—¿Por qué no sólo te acercas y ya?

Yuna pareció pensárselo, pero finalmente negó con la cabeza.
—No creo poder superar a Jungkook.

—¡Ya déjalo, Yuna! —Exclamó Nabi en medio de una carcajada—. No deberías seguir detrás de alguien que te rechazó, tienes que conocer gente nueva.

—¡¿Estás loca?! Creo que ya no hay más espacio en mi corazón.

—Creí que sería mejor que seguir sufriendo siempre por la misma persona.

Se formó un momento de silencio entre ambas, en el que sólo se escuchó la música proveniente de la radio. Nabi cerró el envase del esmalte color rosa y lo dejó a un lado para estirar sus brazos y alcanzar los vasos con gaseosa que estaban sobre uno de los muebles de la habitación.

—Para ti es fácil decirlo —dijo Yuna después de recibir su vaso y darle un pequeño trago—. Eres linda y popular, todos quieren hablar contigo. En cambio yo ni siquiera he tenido novio, ¡Dios!, ni siquiera he dado mi primer beso. ¿Por qué alguien tan interesante como ese chico querría siquiera hablar con alguien como yo?

Yuna se echó hacia atrás, quedando recostada sobre los cojines, y fijó la vista sobre el techo. Su amiga se acomodó a su lado y la imitó. Era cierto, Nabi era popular, pero se debía netamente a su padre, quien era considerado una persona importante en el pueblo. Ser la hija del pastor Yoo era casi equivalente a ser hijo del alcalde Jeon. Sin embargo, sabía lo que la mayoría de las personas pensaban sobre ella producto de esa popularidad, pues siempre había procurado mostrarse de la manera en la que su padre le había dicho que debía ser. A diferencia de otras chicas de su edad, Nabi no solía ir a fiestas, no salía de casa todos los fines de semana con sus amigos y menos compartía algún tipo de gusto en común con sus compañeros de salón, o eso era lo que ellos creían.

Muy poca gente la conocía realmente y la chica que estaba a su lado no era una de ellas.

—Eres muy linda, Yuna —murmuró—, y el hecho de que no hayas encontrado a la persona correcta no significa lo contrario. 

Yuna acercó su cabeza a la de su amiga en señal de cariño, provocando que el estómago de Nabi cosquilleara del nerviosismo.

—Eres lo mejor que tengo, Nabi.

Su amiga no respondió, pero la tomó de la mano y le dio un apretón. No pudo concentrarse en nada que no fuera su corazón exaltado y su intento por mantener un ritmo de respiración normal. Desde hacía un tiempo a la fecha que se sentía extraña cada vez que Yuna traspasaba los límites de su espacio personal.

Se sentía extraña, pero no incómoda.

De pronto Yuna se giró y apoyó el peso de su cabeza sobre su mano, poniendo el codo en el suelo y quedando su cuerpo de costado. Sus rostros quedaron bastante cerca, tanto que Nabi podía apreciar las pintas ámbar que su amiga tenía en los ojos y que únicamente se veían cuando le llegaba el sol directo.

—Quizás volveré a hablarle a Jeon —decidió.

—¡Dios mío! —Exclamó la chica, mirando hacia el cielo—. No era precisamente eso lo que quería escuchar. ¿Acaso no aprendes?

—No, y tú vas a ayudarme a aprender.

Nabi ladeó la cabeza, sin entender.

—Vas a enseñarme a besar para impresionar a Jeon —aclaró.
Los ojos brillantes de su amiga la observaban en busca de un consejo, pero Nabi había perdido por completo el hilo de la conversación. Sin duda, estaba distraída. Se sentó para ganar un poco de espacio, aunque por la posición en la que puso sus piernas su cuerpo seguía rozándose con el de Yuna.
No sabía qué le ocurría. ¿Por qué su amiga la ponía tan nerviosa?

—¿Cómo aprendiste tú? —Insistió Yuna sentándose también.
Claramente Nabi ya había dado su primer beso y mucho más que eso, aunque Yuna no sabía lo que andaba haciendo con Jung Hoseok sí sabía que a principio de año un chico de la clase de ambas había estado coqueteándole. La chica se había dejado llevar por la sensación de ser querida, algo a lo que de había dado cuenta que no estaba acostumbrada, pero luego de avanzar rápidamente con aquel chico le había pedido que no volviese a hablarle porque la culpa le carcomió el alma.
—Simplemente lo supe —murmuró en respuesta y se encogió de hombros para restarle importancia—. Quizás podrías practicar con la palma de tu mano.

Yuna arrugó el entrecejo y se miró la mano antes de acercarla a su boca, aunque antes de llegar a apoyar los labios soltó una carcajada nerviosa.

—¡No puedo! —Chilló.

Quizás había sido un arrebato de adrenalina al no saber cómo ayudar a su amiga, o probablemente un arrebato de ira por la torpeza de Yuna, pero lo que sí supo fue que no pudo controlar sus manos, tomándola por las mejillas y dejándola quieta en su lugar para acercarse a sus labios. No sabía realmente qué estaba haciendo porque sabía que estaba equivocado, pero se sentía demasiado bien.

Atrapó con delicadeza el labio inferior de Yuna entre sus dientes y succionó, llenando su boca del dulce sabor del brillo labial que esta se había aplicado momentos antes. El corazón le martilleaba contra el pecho y por un segundo lo único que pudo escuchar fueron sus acelerados latidos. Su lengua no tardó en tomar acción, abriendo la boca de su amiga e introduciéndola.

La mano de Yuna se posó sobre la mejilla de Nabi, terminando por quitarle toda la valentía que se había apoderado de su cuerpo y llevándola nuevamente al mundo real. Aquello estaba mal, las chicas no se besaban con chicas. Eso había escuchado decir a su padre varias veces cuando predicaba frente a todo el pueblo en la iglesia. Se echó hacia atrás, creyendo que la mano de su amiga la alejaría, pero se sorprendió cuando fue ella la que la sujetó y se acercó nuevamente.

En todo el transcurso del beso, Yuna no había movido sus labios y sólo se había dejado llevar por lo que Nabi estaba haciendo, pero una vez tuvo la noción de lo que significaba besar se sintió preparada para seguirle la corriente. Pasó la lengua sobre los labios suaves de su amiga, y sin querer soltó un suspiro al sentir las extrañas mariposas que revoloteaban en su estómago.

De pronto, Nabi se alejó, con los ojos muy abiertos y las mejillas coloradas, los labios le brillaban, ligeramente hinchados, y con la respiración acelerada dijo:

—Lo siento mucho, Yuna, no quise…

—No te preocupes —la interrumpió ella con voz suave—. Gracias por enseñarme, eres la mejor.

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