CAPÍTULO 1 | ENTRE LAS SOMBRAS
Edda
Observé por cuarta vez el Soulem, el libro de conjuros que los Danvers, Collins, Perry y Simms, mucho tiempo arrebataron a Ikail Torrec, la bruja con mayor estatus en el antiguo mundo. Este libro era el causante de todo el mal que recaía sobre las cuatro familias, este libro era la causa de que no pudiera salir, la causa de que nunca tendré una vida normal. El libro se mantenía bajo llave por razones de seguridad y por lo poderoso que era, algunos decían que en sus páginas, los susurros de Ikail se escuchaban, te embriagaban y te hacían perderte en la locura.
Un libro, el poder, la locura y la gran estupidez humana me tenían presa de algo que no había deseado, mi único problema era que la estúpida suerte me hizo nacer en la cuna Danvers, una familia de riquezas infinitas, belleza increíble, inteligencia nata, pero con un pequeño problema, algo de nada. Solté una risa sin ganas. El problema era que en conjunto con la familia Simms, se nos orilló a mantenernos en la oscuridad, aquel que osará salir al sol, moriría en cuestión de segundos.
La forma en que el sol consumía a los Danvers y Simms era terrorífica, bastaba con exponer un poco de la piel para caer preso de un ardor que quemaba la piel hasta reducirla a cenizas.
Bristón, el primogénito de la casa Danvers, mi hermano, lo hizo. Cansado de esta vida que no era vida, caminó con valentía hacia el sol para inmolarse. Y aunque para mí fue lo más doloroso que pude presenciar, juro que Bristón me sonreía y yo le sonreí porque él logró algo que nunca podría alcanzar; la libertad.
Volví a mirar al ojo vivo que guardaba sobre el libro negro, siempre estaba dormido, nunca despertaba, pero el consejo de ancianos siempre decía que hubo un tiempo en el que el ojo estuvo despierto y crearon leyendas en torno al día que el ojo se abriría. Muchos del consejo decían que el ojo se abría si sabía que la sangre de los que mataron a su dueña y señora, teñiría la tierra. Otros decían que se abriría solo cuando la elegida llegara a sus puertas, decían los ancianos, que la elegida, o elegido, sería la reencarnación de Ikail Torrec.
Sea cual fuese, ese ojo se mantenía cerrado para la calma de aquellos ancianos y creyentes de esas teorías conspirativas.
Éramos cuasi inmortales, nada nos podía dañar, sangre, tal vez nuestra sangre podría manchar a alguien, aunque era más posible que nosotros hiciéramos que alguien derramara sangre, por nuestro propio festín.
Años y años llevábamos en esta tierra, siendo incapaces de irnos.
¿Cuántas veces las familias lo intentaron? Incontable cantidad de veces.
Cuando nos descubrimos malditos, cuando nos vimos incapaces de salir al sol, cuando los malditos humanos que tanto apoyamos nos dieron la espalda y comenzaron una cacería de brujas con nuestros nombres escritos, supimos que esto nunca sería sencillo, que aquella era una sentencia de muerte.
Los ancianos tardaron mucho tiempo en conciliar la idea de un dios puro con el dios que nos dio la espalda tras la maldición. Aunque para sentirse mejor, se creó la expiación que consistía en azotarse frente a la familia para pagar la deuda con un dios que ya estaba muerto.
Odiaba hacerlo, pero si aquello calmaba sus pobres mentes en desgracia, tendría que hacerlo.
—La cabeza de la familia Danvers, perdida en el ojo de aquel libro, es casi como si desearas que despertara —la melosa voz de Meraki Simms interrumpió el hilo de mis pensamientos.
Escuché sus pasos lentos hasta que se colocó tras de mí.
Meraki era apenas dos años mayor que yo hace 1400 años, y eso seguía siendo una diferencia que a él le gustaba enmarcar.
Solté un suspiro sin ganas.
—Bueno, acabo de recibir la dosis de expiación, así que solo me queda ver con todo el odio que existe en mi corazón podrido a ese estúpido libro.
Meraki soltó una risilla.
—Ya decía yo que era muy raro verte usando una insulsa bata ensangrentada, cubriéndote, no es digno de ti, aunque amo ese corazón podrido, tuyo, princesita —Meraki se acercó hasta rodearme, se colocó frente a mí, me dedico una sonrisa con dientes para después apretar sus fríos labios contra los míos.
Meraki fue nombrado mi prometido hace a penas dos décadas, cuando los Simms y Danvers ocuparon reunir fuerzas contra otras dos familias también malditas.
En un inicio todos vivíamos intentando protegernos unos a los otros, hasta que los Collins y los Perry comenzaron a atacar a matar a los Simms, la historia, no se sabe en realidad, aunque los Danvers, con mi padre como cabeza, no dudaron en abrir las puertas de su casa y brindar un apoyo total a los Simms.
De ese modo, los Perry y los Collins, terminaron lejos de nosotros y nosotros terminamos como sus enemigos declarados.
Hay quienes dicen que ellos tienen un carácter explosivo, que se han vuelto unos salvajes incontrolables y que no entienden nada de la vida, solo se sabe que si uno de ellos se cruza con uno de los nuestros, las cosas no salen bien, son salvajes y el cuerpo que toman, cuerpo que profanan y desollán.
No puedo recordar si realmente fue así siempre o fue algo actual, ya que en el tiempo de la maldición, no estaba muy consciente de las cosas, estaba invadida por el dolor de perder mi vida, el dolor de perder a mi madre y ver a mis amigos darme la espalda tachándome de bruja, intentando quemarme y apedrearme además de la sed terrible que le siguió y las muertes que deje a su paso.
—Me han enviado con un mensaje, Edda.
Solté una risa jactanciosa.
—Me sorprendería si no fuera el caso. Ellos no dejan que te me acerques, al menos que ocupen algo.
Meraki soltó un suspiro cansado, se sobó el puente de la nariz como si supiera que estaba a punto de soltar una cantaleta, aunque esta no sería la ocasión en la que lo haría. No tenía ganas. Tal como se lo dije, la expiación solo lograba enfurecerme, sacarme de todas mis casillas. Y esos viejos lo sabían, por eso es que lo mandaban a él. Porque a Meraki no le tocaría un solo pelo. No solo porque sintiera un profundo cariño por él, sino porque Meraki era especial para Bristón y esa era mi manera de homenajear la memoria de Bristón; dándole felicidad y cuidando de Meraki.
—Al parecer han atrapado a un lobezno —Meraki estaba siendo cuidadoso con las palabras.
Si decía que era un lobezno, posiblemente provenía de la familia Collins o Perry y era un niñato inexperto que por mala suerte terminó en las garras de esta familia.
Asentí para indicarle que continuará. Sabía cuál era el rumbo de esta conversación, pero dejaría que Meraki llegará al final.
—Miley y Josh han roto sus piernas —Meraki parecía sufrir con lo que decía—, pero los ancianos quieren que convoques a los jefes de familia para entregárselos.
Mis ojos se abrieron con sorpresa.
Eso era nuevo, la norma era matarlo y ya.
Meraki volvió a suspirar como si entendiera la pregunta no dicha con solo ver mi rostro.
—No tengo los detalles claros, supongo que los discutirán contigo —Meraki se hundió de hombros—, aunque si quieres tener una idea más clara, te recomiendo que vayas a echarle un vistazo al chiquillo —en su rostro, algo parecido al dolor se hizo visible.
Mi corazón podrido que funcionaba con las reservas de sangre que quedaban de lo último con lo que me alimenté, comenzó a latir desbocado.
¿De qué se trataba?
—Pídele una cita a los ancianos, solo iré a limpiarme.
—Deberías alimentarte primero.
—Haz lo que te pido, Meraki. —subí el tono de mi voz para ordenar.
No podía ser lo que me estaba imaginando, si aquello era posible, si existía la sola posibilidad de que Bristón lo logrará, esto terminaría bastante mal.
—Edda, espera, una cosa más —Meraki corrió para alcanzar mi paso.
—¿Qué? —repliqué exaltada.
—El jefe de la familia Collins es Cole, Cole Collins.
Mi corazón, que ya se había quedado sin reservas, dio su último latido lastimero y doloroso.
Asentí intentando no inmutarme a la sola mención de su nombre.
—¿Quién es? —cuestioné demostrando desinterés mientras sentía mi corazón exprimir la poca sangre.
Meraki soltó un suspiro dolorido.
—A veces quisiera ser como tú y olvidarlo todo.
“Y yo a veces quisiera ser como tú, con la posibilidad de huir”
Cole
El castillo donde se escondían los Danvers y los Simms se escondía bajo una barrera que obligaba a quien pisara sus puertas a que se perdiera en un sendero interminable, es por eso que algunos le llamaban “la colina sin retorno”, pero bastaba con echar un buen vistazo para darse cuenta de que el castillo estaba bajo tus narices.
Para los Collins y los Perry no era un castillo difícil de entrar, solo que la promesa de mantenernos lejos la cumplíamos al pie de la letra.
Pero lo que ellos acababan de hacer rompía todo estúpido tratado de paz que se hubiera entablado con anterioridad.
—¿De verdad entraras? —la mujer que salía de la fase de lobo, con el cabello rapado me observo, sus colmillos estaban fuera.
Con el tiempo, tuvimos que aprender a dominar la fase lobuna haciéndola jugar a nuestro favor y los colmillos junto con las garras eran nuestras mejores herramientas.
—Tenemos que salvar a Noah —comenté mientras olfateaba. Llenándome de su aroma, el aroma de ella, a lilas y sangre, mucha sangre.
—No creo que lo dejen ir tan fácil, no si ella lo ve.
—Y por ello entraré antes de que se le anuncie.
—Solo di que estás entrando solo por el placer de verla.
—Está en el pasado, Sinna.
—Claro, Cole, como tú digas. Pero cuando tu esposa se entere de que has venido aquí, ella se encargará de matarte.
Solté una risilla escueta.
—¿Entonces de que te preocupas tú?
—De que ellos te maten primero.
—Solo déjame hacer mi trabajo. Usaré la magia de sangre, todo tiene que salir bien.
—A veces me pregunto si puedes ser más idiota y vaya que siempre terminas sorprendiéndome, superándote con cada idiotez.
Sinna tenía razón, una parte de mí entraba por las ganas de ver a Edda, por saber como estaba, si había cambiado, o si seguía siendo la misma chica ingenua de la que me enamoré.
Dolorosamente, sabía qué hacía ya tiempo que la perdí, Edda, la Edda que amaba estaba en el pasado, estaba detrás de esta estúpida maldición.
Ella fue quien lo terminó, ella y su gente.
—Solo recuerda, Cole, que ella fue quien ordeno la masacre.
Lo recordaba mejor que nadie. Aún no podía entender por qué ella de entre todos decidió traicionarnos, le dio los blancos a su gente y terminamos en una desventaja enorme.
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