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𝟎𝟓

❛The Great war❜

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La decepción se reflejaba en los ojos del rey Viserys como dagas afiladas, y el aire en sus aposentos se volvio tenso cuando quedaron solos tras el regreso de Tyanna y Rhaenyra de Rocadragón. Las palabras del rey resonaron con severidad, —Has desobedecido a tu rey — comenzó Viserys, su tono cortante llenando la habitación —. No solo arriesgaste tu propia vida, sino la de mi futura heredera, mi hija. ¿Qué habría sucedido si alguna de ustedes no hubiera regresado sana y salva?

Cada palabra de Viserys era una condena, perforando la mente de Tyanna. Sin embargo, ella sabía que su elección de acompañar a Rhaenyra se había guiado por un deseo ardiente de protegerla. Bajo su custodia, la platinada estaría a salvo de cualquier daño, y eso era lo que Tyanna más anhelaba.

—Pero no fue así —contradice Tyanna, buscando enmendar las cosas —. Bajo mi protección, ella estuvo a salvo.

Por primera vez desde que llegaron a los aposentos, Tyanna se atreve a mirar al rey directamente, su expresión desafiante. Viserys exhala, procurando relajarse. No quería que el enojo nublara su juicio; después de todo, no deseaba lamentar palabras dichas en un arrebato de ira. 

—Tyanna, prometí cuidar y velar por ti hasta mi último aliento. Tienes que ayudarme a cumplir esa promesa — habla el rey con suavidad, intentando restaurar la amistad cercana que una vez compartieron. Después de la muerte de su hermano Aenys, Tyanna era todo lo que quedaba de él, y en memoria de su hermano, Viserys estaba decidido a cuidar de ella.

—Jamás pedí su protección, alteza — responde con firmeza. No buscaba la lástima ni el perdón del rey. Ella sabía que podía valerse por sí misma. La insistencia constante sobre la promesa hecha a su difunto padre se volvía asfixiante. Ya no era una niña que necesitara ser rescatada; ella era capaz de cuidarse sola. No necesitaba a nadie.

—No puedes seguir exponiendo a Rhaenyra, ni a ti misma de tal manera — insiste el rey, notando la aparente falta de comprensión en Tyanna —. La ausencia de tu padre nos afectó a todos, y haré todo lo que esté a mi favor para que su legado prospere.

Tyanna intenta interrumpir, mencionando a Daemon, pero Viserys no le da espacio.

—Daemon ha cometido actos imperdonables, probándome que no tiene la capacidad de ser un buen líder, —declara el rey con firmeza.

— Quiero recuperar el asiento que le pertenecía a mi padre en el consejo. Siendo su única heredera, es mi derecho —proclama Tyanna, recibiendo un asentimiento por parte de Viserys —. Siempre te ha pertenecido. Solo prométeme que no se arriesgarán de tal manera de nuevo.

— Haré todo por evitarlo —asegura Tyanna. No obstante, en la profundidad de su ser, sabía que era una afirmación hueca. Aquella conversación no hizo más que avivar las llamas de sus nuevos objetivos de vida.

Aenys nunca mostró interés en el Trono de Hierro. Es verdad que Viserys lo reconoció como su heredero al no tener un hijo propio, pero después de su desaparición, fue Daemon quien asumió ese título. Tyanna no anhelaba dirigir o gobernar sobre los reinos existentes; ella ansiaba algo más, algo que pudiera construir desde las cenizas.

En sus ojos brillaba la chispa de la ambición, no por el poder efímero de un trono, sino por la creación y el establecimiento de algo único, algo que llevaría su marca. Aquella mentira piadosa sobre evitar conflictos solo servía como velo para sus verdaderas intenciones: forjar un camino propio, lejos de las sombras de su familia y de lo que la ataba al pasado.

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Tyanna estaba sentada junto al rey Viserys en el lugar que, en otro tiempo, perteneció a su padre, ahora reclamado por su única heredera: ella misma. La sala del consejo estaba llena, con la presencia de Alicent, lo que hizo que Tyanna cuestionara internamente su papel, y por supuesto, la de Rhaenyra.

La reunión dio inicio, y Viserys tomó la palabra, —He decidido tomar una nueva esposa —declaró, provocando la sorpresa de todos los presentes.

Una mirada de complicidad se intercambió entre el rey y Rhaenyra, quien le dedicó una sonrisa comprensiva y alentadora. —Voy a casarme... —el rey comenzó, pero se interrumpió brevemente para tomar aliento antes de continuar —. Con Lady Alicent Hightower, antes del verano.

La noticia resonó en la sala como un eco inesperado. La mirada de Tyanna descendió rápidamente sobre la joven Hightower, cuyo lenguaje corporal delataba su nerviosismo. La incredulidad se reflejaba en los ojos de Tyanna, mientras que los de Rhaenyra revelaban un dolor profundo al sentirse traicionada. La que una vez fue su mejor amiga se convertiría en la esposa de su padre.

Corlys Velaryon se levantó, claramente disgustado por la decisión del rey. — Es un despropósito. Mi casa es Valyria. La mayor potencia del reino.

— Y yo soy tu rey —vociferó firmemente el rey Viserys.

Tyanna tuvo que contenerse para no oponerse en voz alta al notar cómo Viserys ignoraba y rechazaba escuchar al hombre que, para ella, representaba la figura de un padre. Sabía que era su decisión decidir a quién tomaría como esposa, pero no podía evitar sentirse traicionada, recordando a Aemma. Aquella mujer que había sido amable con ella desde el primer momento, esa noble y dulce persona que fue arrebatada de este mundo de las peores formas posibles. ¿Y ahora el rey merecía vivir feliz?

Internamente, se reprendió por esos pensamientos, considerándolos merecedores de condena solo por atreverse a cuestionar a su rey. Sin embargo, le resultó inevitable sentir esa furia creciente. No solo se trataba de Aemma; era Dimitri y ahora Rhaenyra quien sufriría por la próxima unión entre su padre y su confidente.

A pesar de la lucha interna, Tyanna se dio cuenta de la mirada de superioridad que Otto le dedicó a Corlys antes de retirarse de la sala. Con los puños cerrados, respiró profundamente. Sin poder evitarlo, sintió simpatía por Rhaenyra, quien abandonó rápidamente la sala. Cuando pensó en seguirla, rápidamente enterró esos sentimientos y decidió concentrarse en sus propios beneficios.

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Durante los próximos días, Tyanna se aseguró de reunirse con los rebeldes en secreto. No era tarea fácil; Hansen, la ayudaba a deslizarse entre las sombras sin levantar sospechas. Hablar de rebelión no era algo que se pudiera hacer en cualquier lugar, después de todo.

En esas reuniones clandestinas, Tyanna compartió su visión de un nuevo comienzo, algo distinto y lejano, del tumultuoso reino en el que se encontraban. Los primeros encuentros fueron difíciles; algunos se mostraron confundidos, otros estuvieron a punto de rechazar la idea. Pero Tyanna no se dio por vencida. Pintó un cuadro vívido de la libertad y la autonomía que podrían tener en un lugar propio, donde pudieran decidir su destino sin intervenciones externas.

La aceptación no llegó de inmediato, como era de esperar. Sin embargo, después de charlas y algunos tragos, la idea comenzó a ser aceptada. Algunos se unieron con entusiasmo, otros con escepticismo, pero todos compartían el deseo de algo diferente. ¿Fue la persuasión de Tyanna o un verdadero anhelo de cambio? Sea como fuera, la idea comenzó a resonar.

El siguiente paso era llegar a la isla que Tyanna había elegido como su nuevo hogar. Ahí es donde Tyanna y Hansen volvieron a desempeñar un papel clave. Convencieron a los Velaryon, quienes la habían criado, de que este nuevo camino era el correcto. Y sí, lo lograron. Los Velaryon proporcionaron los barcos necesarios y, así, la pequeña comunidad inició su aventura hacia lo desconocido.

Desembarcaron en la isla, enfrentándose a la incertidumbre del "¿y ahora qué?". Sin embargo, entre todos, comenzaron a construir. Aunque Tyanna facilitó muchos recursos, la realidad era que no estaba levantando paredes como una experta constructora. Era un esfuerzo colectivo, y eso era lo que hacía que todo valiera la pena.

Sin embargo, Tyanna no podía evitar sentirse angustiada por estar, de alguna manera, traicionando a Rhaenyra. Anhelaba contarle sus planes, compartir con ella la construcción de ese nuevo hogar, y deseaba que Rhaenyra se sintiera feliz por sus logros. Pero, en el fondo, sabía que eso era más un sueño que una realidad. La certeza de que Rhaenyra estaría furiosa se colaba en sus pensamientos, y no podía evitar sentir el peso de la traición hacia su amiga.

Rhaenyra, sin duda, se sentiría herida al descubrir que Tyanna ocultaba sus actividades y se aliaba con los rebeldes que buscaban derrocar a su propio padre. La lealtad que compartían desde la infancia se vería amenazada por este secreto. Y no era para menos, porque la verdad es que la situación no ayudaba, sobre todo cuando Tyanna optó por marcharse sin despedirse de Rhaenyra. No se trataba de falta de respeto, sino de la incapacidad de Tyanna para enfrentar a Rhaenyra y presenciar lo que sabía sería una despedida difícil para ambas.

La idea de enfrentarse a Rhaenyra, de ver la decepción o el dolor en sus ojos, era algo que Tyanna no podía soportar. Así que, en lugar de encarar la difícil despedida, optó por la salida más fácil, aunque dolorosa: irse sin previo aviso.

No obstante, se recordaba que esto era para un bien mayor. La isla, rica en flora y fauna únicas, ofrecía recursos que aprendieron a aprovechar. La necesidad de mantener en secreto su presencia llevó a la implementación de un sistema eficiente de vigilancia y comunicación, y la comunidad se debatía sobre la posibilidad de establecer contacto con otras comunidades cercanas.

Pero antes de que las estructuras comenzaban a tomar forma, la guerra tocó la puerta.

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Tyanna había regresado a su hogar, el mar, después de enterarse de la guerra contra la Triarquía. Sabía que tenía que volver a luchar por su gente, los Velaryon, quienes le habían brindado su apoyo incondicional. Habían pasado tres años desde su última visita a la isla en construcción y, lo que era aún más significativo, tres años desde que vio a Rhaenyra en persona, la princesa que seguía apareciéndose en su mente en los momentos menos oportunos.

Una junta estratégica estaba en curso, con los soldados que habían demostrado tener la fuerza necesaria para luchar y resistir.

—Nos quedan 16, tal vez 18 barcos en buen estado, 700 hombres a pie y unos 60 caballeros. La comida se agotará pronto, salvo la que podamos pescar. Aguantaremos dos semanas, algo más con un racionamiento estricto —informa Corlys. —He pedido más barcos a Marcaderiva. Tardarán semanas en llegar. Estamos empezando a flaquear, y la Triarquía lo sabe. Tenemos que pasar a la ofensiva. Sigamos enviando dragones.

—Es inútil, padre —comenta Laenor al lado de Tyanna mientras mueve las piezas sobre el mapa. Al enterarse de que Tyanna y Hansen iban a pelear, Laenor no tardó en unirse. —Drahar ha formado un cuello de botella, detrás de las dunas. Los arqueros defienden las alturas y la infantería, la posición. Los atacamos con los dragones, pero se retiran a las cuevas.

—Los dragones sobrevolarán la zona hasta que caigan desfallecidos —dice Vaemond, provocando un fruncimiento de ceño desaprobador en Tyanna. —Tampoco se trata de sobreexplotar a los dragones —interviene ella, renuente a seguir arriesgando a Skycleles.

—Ese pirata y sus hombres no tienen motivos para dejar las cuevas —Vaemond continúa, ignorando a Tyanna como era su costumbre. Ella rueda los ojos ante su comportamiento infantil. Vaemond nunca la aceptó en la familia, proclamando que un día Tyanna les daría la espalda y que debían deshacerse de ella antes de que ella lo hiciera. Esta actitud solo generó más controversia entre él y Corlys. Tyanna nunca entendió el origen de tanto odio o rencor hacia ella, pero eso ya no le quitaba el sueño.

—Pues démosles uno —propone Laenor, provocando un entrecejo fruncido en Tyanna, reconociendo esa mirada que indicaba que tenía una idea. —Una ofrenda de carne para atraer a los cangrejos.

—¿Quién? —cuestiona Corlys.

Antes de obtener respuesta, un llamado se escucha a la deriva, —¡Vuelve un dragón!

Al voltear, Tyanna observa cómo Caraxes se acerca antes de descender a unos metros de donde se encuentran.

—Eso, ¿quién? ¿Quién se lanzará a los brazos de la muerte? El caballero que se adentre en ese infierno tendría que estar loco —comenta Vaemond, provocando un suspiro cansado en Tyanna, harta de las quejas del hombre, que sin duda es un cobarde.

—Daemon.

—Por su culpa, estamos así —Vaemond dice de manera defensiva.

—Al menos él está luchando. —Alza la voz Tyanna, capturando la atención de los hombres presentes. La mirada rabiosa de Vaemond se centra en ella. —¿Qué has hecho tú en este consejo, además de quejarte? Te niegas a que este presente en esta batalla, diciendo que este no es mi lugar y que debería estar buscando un esposo, cuando he sido yo quien te ha salvado la vida múltiples veces.

—Suficiente, Tyanna —vocifera Corlys. —La guerra no está aquí. Está allá afuera.

Tyanna guarda silencio, reconociendo la razón de Corlys, pero Laenor sonríe levemente ante las palabras de Tyanna. No puede evitar guiñarle el ojo, como si compartieran el mismo sentimiento.

—Si el Desembarco del Rey no apoya a Daemon, ¿por qué nosotros sí?

Corlys se acerca, tomando el brazo de su hermano con firmeza. —Aunque seas de mi sangre, Vaemond, no permitiré que provoques un motín —advierte Corlys, consciente de que su hermano desconoce los límites y no está dispuesto a tolerar más acciones nefastas.

Las miradas de los presentes se centran en Daemon, quien se acerca a ellos, excepto las de Tyanna, que se niega a prestarle atención. Después de tres años de convivencia, las cosas entre ellos se volvieron extrañas.

—O toman las riendas de esta guerra o seremos pasto de los cangrejos.

—Príncipe Daemon. Traigo una carta de su alteza, Viserys Targaryen, el primero de su nombre, rey de los ándalos, los rhoynar y los primeros hombres, señor de los Siete Reinos y Protector del Reino —anuncia el mensajero que se había acercado donde se encontraban reunidos, entregando la carta hacia el príncipe.

Daemon lee la carta con desinterés y luego la entrega al mensajero. Luego, voltea para ver a Tyanna, regalándole una sonrisa. Tyanna lo mira con ojos de advertencia, pero Daemon parece ignorarla y se dirige hacia el mensajero, golpeándolo sin cesar. Los gritos de protesta no tardan en escucharse mientras otros intervienen. Tyanna observa todo desde su lugar, sobándose el semblante, cansada de tanta masculinidad y ego.

Lo que menos extrañaría de la guerra era estar rodeada de hombres.

En la carta se anuncia que el rey Viserys ha enviado ayuda para asegurar la victoria, prometiendo rezar por el regreso sano y salvo de Daemon y Tyanna. Esta noticia descontrolo por completo a Daemon. Tal vez porque su hermano siente la necesidad de intervenir como si pensara que Daemon no podría lidiar con ello solo, o tal vez es la frustración constante de tener que pelear por su vida. O quizás, simplemente, tiene la necesidad de desahogar su frustración golpeando a alguien.

—¿Nos volveremos a ver? —Daemon cuestiona a Tyanna quien se encontraba junto a él a la orilla del mar, seguirían el plan de Laenor lo cual incluía que él se arriesgaria y Tyanna le cubrirá la espalda.

—Nos volveremos a ver, Daemon — Tyanna asiente despues de voltearse hacia el hombre a su lado mientras acunaba su rostro en sus manos, acariciando suavemente sus mejillas. Dejó un suave beso en su mejilla antes de separarse de él para volver donde se encontraba Laenor esperándola.

La de ojos índigos confiaba que el platinado saldría triunfante y no porque era un Targaryen y tenía un dragón, sino porque era un gran guerrero y sabía como ser feroz y nada piadoso en batalla. Durante esos años de constantes ataques había aprendido múltiples cosas y una de ellas era que derrotar a Daemon era una de las cosas más difíciles que existían.

Al estar rodeada de muerte, de los "¿que pasara mañana?," y la sangre siente que finalmente tiene un propósito. Que tal vez y solo tal vez estar ahí en medio de todo el caos era donde debería estar. Jamás creyó en el destino, pero ahora no puede más que aferrarse de que todo lo que ha pasado, que todo lo que ha vivido es por un bien. ¿Por qué la muerte de su madre no fue en vano, cierto? La desaparición de su padre, las muertes de Aemma y Dimitri eran por un propósito, debían serlo. 


La realidad era que la princesa no quería pensar que de alguna manera por ella murieron. Así que se refugiaba pensando en la guerra en combatir y en asegurar la seguridad de su gente. Eso era lo importante, las vidas que estaban salvando. Podrían decirle que ha perdido la cabeza, pero sí de algo tenía certeza era que no dejaría morir a Daemon cuando tenía la responsabilidad de cubrirle la espalda.

No fue capaz de proteger a Dimitri y es algo con lo que siempre vivirá, pero no dejaría que le pasara lo mismo a Daemon no bajo su protección.

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El fragor de la batalla envolvía el lugar cuando Tyanna y Laenor se acercaron montando a sus dragones. Sin dar tregua, Tyanna grita: —¡Dracarys! —Skycleles responde con un aliento de fuego que carboniza cuerpos a su paso. Daemon sigue la estela de Tyanna, observando cómo sus atacantes son eliminados por el ardiente aliento de los dragones.

Los gritos de dolor retumban en el aire, una melodía macabra que parece alimentar el espíritu de Tyanna. Desde la montura de su dragón, saca su arco y, desde un ángulo elevado, comienza a disparar con precisión letal. Cada flecha que suelta encuentra su blanco, segando vidas en un baile letal. Corazones y cráneos caen bajo su puntería certera, marcando su destreza desarrollada durante la guerra como guerrera.

El área queda libre de enemigos gracias a la destreza de los guerreros. La preocupación asalta a Tyanna cuando no logra localizar a Daemon entre los escombros y la ceniza teminendo lo peor. Sin embargo, la angustia se va cuando lo ve salir de la cueva, cubierto de sangre, con la victoria palpable en sus manos. Sus miradas se encuentran en un breve instante, comunicándose más allá de las palabras: estaba a salvo.

Laenor se coloca a su lado, ambos compartiendo una sonrisa de triunfo. La batalla ha llegado a su fin, y la sensación de victoria se apodera del lugar. O al menos, así parece.

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Después de tomarme un descanso de actualizaciones, finalmente volveré a estar activa en esta y en mis otras historias de la casa del dragón. Espero que les esté gustando la historia, realmente este nuevo concepto de un nuevo reino es algo, pues nuevo, así que si quieren saber algo en específico o algo no queda claro déjenme saber. Tengan un bonito día. 

-Con amor, Val

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