𝟎𝟏
❛Home, sweet home❜
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Después de la llegada de Tyanna y Asger, la pareja se instaló rápidamente y se integró en la Fortaleza Roja. Tyanna asumió su puesto como Mano del Rey, y Asger pronto consiguió un asiento en el consejo real. Aunque los rumores persistieron y se intensificaron con el paso de los años, especialmente a medida que Daenerys crecía, fueron en gran medida ignorados.
Poco después del nacimiento de Daenerys, Tyanna quedó nuevamente en cinta. De ese embarazo nacieron dos mellizas, Ilaria y Celaena Blackwood. Ambos padres acordaron que su primogénita llevaría el apellido Targaryen principalmente, y el resto de sus hijos tendría el apellido Blackwood. Tres años después, dieron la bienvenida a Niylah, la menor de las hermanas. Gracias al nacimiento de cuatro niñas, el reino comenzó a murmurar sobre la supuesta incapacidad de Tyanna para dar a luz a un varón. "Está maldita y condenada a parir solo mujeres", decían. Asger, sin embargo, nunca mostró descontento por sus hijas. Recibía a cada una con alegría y jamás las hizo sentir inferiores. Tenía amor de sobra para sus cuatro hijas y su amada esposa.
No pasó mucho tiempo cuando el maestre confirmó que Tyanna estaba en cinta una vez más. Los maestres y parteras se prepararon para otra niña, pero esta vez fue diferente. Bajo la luz de las estrellas y de la luna, nació Dorian Blackwood Targaryen, el menor de la familia. Según las crónicas, la Mano del Rey susurró al recibir a su hijo en brazos que "había levantado la maldición puesta sobre ella". Otros argumentan que Tyanna estaba demasiado ocupada conociendo a su recién nacido para declarar tal cosa, pues nunca creyó en dicha maldición.
En pocos años, el matrimonio logró formar una gran familia, y más cuando los hijos de Rhaenyra y Laenor crecieron junto a los suyos. Dada la cercanía de ambas familias, los niños crecieron llamándose hermanos, con un vínculo tan fuerte que alegraba y aliviaba a ambas madres. Los hijos del rey también crecieron a su lado, aunque siempre hubo una rivalidad latente entre ellos. La excepción era Ilaria, quien pasaba más tiempo con Aemond y Aegon que con sus propios hermanos, y mostraba gran interés en la compañía de Alicent, lo cual molestaba a su hermana mayor Daenerys.
Tyanna jamás se opuso a que sus hijos se relacionaran con los hijos de Alicent. A lo contrario, siempre trató de incluirlos en su familia. Asger, en su tiempo libre, entrenaba con todos en el patio, mientras Tyanna les enseñaba el alto valyrio y los invitaba a acompañarla a la fortaleza de los Blackwood. A pesar de sus esfuerzos, sabía que no podría vencer la influencia de Alicent y Otto. Asger, en las noches, a la hora de dormir, le susurraba,"Es su madre y eso ni los dioses ni nosotros podemos cambiarlo".
Era cierto. Al final del día, Tyanna solo podía hacer lo que estaba a su alcance.
—Tyanna, —la voz de Haeran la sacó de su ensoñación, —Rhaenyra acaba de entrar en trabajo de parto.
Tyanna suspiró temblorosamente e inhaló antes de dirigirse a los aposentos de la heredera al trono. Desde el nacimiento del primogénito de Rhaenyra, Tyanna había prometido estar presente en cada uno de sus partos. Aunque era una tarea difícil para Tyanna, quien temía por la salud de la princesa, los dioses habían sido benevolentes hasta ahora.
Al entrar en la habitación, encontró a los maestres y parteras alrededor de Rhaenyra, todos enfocados en el bebé por nacer. Tyanna se acercó y se arrodilló junto a la tina donde se encontraba la próxima madre de tres.
—¿Cómo te encuentras? —susurró Tyanna. En instantes, Rhaenyra tomó su mano con fuerza al sentir una contracción que le hizo gritar de dolor.
Cuando el dolor pasó, Rhaenyra la miró con cansancio, pero le sonrió levemente —No estoy en mi mejor momento, como puedes ver.
—Aun así, te ves hermosa —admitió Tyanna sin vacilar. —Y creo que hoy tienes un brillo especial porque estás a punto de ser madre por tercera vez.
El cumplido hizo reír a Rhaenyra, quien se enderezó para juntar su frente con la de Tyanna —Gracias por estar aquí.
—Siempre.
El intercambio de miradas y palabras no sorprendía a los maestres, quienes lo habían presenciado en los dos partos anteriores, pero sabían que debían mantener la boca cerrada si querían conservar sus lenguas. La mayoría en la Fortaleza Roja era consciente de la estrecha relación entre ambas mujeres. Aunque al principio se pensó que era solo una amistad cercana, con el tiempo quedó claro que el vínculo entre ellas era más fuerte. La única excepción era el rey Viserys, quien prefería callar y argumentar que ambas tenían a sus respectivos esposos y familias, sin saber que ambas mujeres habían unido sus familias y que sus hijos las llamaban "mamá" o "madre" a ambas.
Rhaenyra apretó con fuerza la mano de Tyanna mientras pujaba, soltando un grito de dolor mientras el sudor seguía empapando su frente y descendía por su rostro. Tyanna, sin vacilar, tomó un pañuelo que le ofreció una de las parteras y, con delicadeza, limpió el sudor de la princesa, apartando su largo cabello platinado hacia un lado para hacerla sentir más cómoda.
—Aún no entiendo cómo soportaste hacer esto cuatro veces —Rhaenyra jadeó cuando finalmente recuperó el aliento.
—No es fácil, lo admito —contestó Tyanna con una sonrisa—, pero nada se compara con la sensación de tener a tu hija o hijo en brazos por primera vez.
A pesar de su miedo constante durante los partos, Tyanna había logrado traer al mundo cinco hijos sanos, algo por lo que daba gracias a los dioses todos los días. Y, al igual que ahora, había acompañado a Rhaenyra en cada uno de sus partos, siempre a su lado.
—Un poco más, princesa —alentó el maestre al empezar a ver al bebé.
Tyanna apretó la mano de Rhaenyra en apoyo mientras esta se inclinaba hacia adelante, pujando con todas sus fuerzas una última vez. Al aflojarse el agarre entre ellas, el llanto del recién nacido llenó la habitación.
—Es un varón, princesa.
La partera se apresuró a acercar al bebé a Rhaenyra, quien sonrió, agotada pero radiante, al recibir a su hijo en brazos. Una vez que el pequeño estuvo seguro en los brazos de su madre, Rhaenyra miró a Tyanna con alegría. Ver a Rhaenyra, feliz con su hijo, era una de las imágenes más hermosas que jamás había presenciado.
—¿Está sano? —preguntó Rhaenyra con una mezcla de esperanza y temor.
—Patea como una cabra, princesa —respondió la partera con una sonrisa.
Aquellas palabras fueron suficientes para que Rhaenyra se relajara completamente, sosteniendo a su hijo con una sonrisa de pura alegría. Tyanna, emocionada, susurró suavemente, —Es perfecto.
Rhaenyra, aún sonriendo, apoyó su cabeza cansada en el hombro de Tyanna. Sin embargo, la tranquilidad del momento se interrumpió abruptamente cuando una de las damas de compañía de Rhaenyra irrumpió en la habitación con un mensaje.
—Princesa, la reina ha solicitado que el niño sea llevado con ella de inmediato.
—¿Por qué? —preguntó Rhaenyra, su sonrisa desvaneciéndose mientras la incertidumbre oscurecía sus rasgos. Al no recibir respuesta, sus ojos se endurecieron. —Lo llevaré yo misma.
—Rhaenyra, déjame hablar con ella —Tyanna intentó detenerla, sabiendo lo innecesario que sería para la princesa levantarse en su estado. Sin embargo, la mirada decidida que le lanzó Rhaenyra le dejó claro que no iba a ceder.
Con un suspiro, Tyanna asintió y, con cuidado, ayudó a Rhaenyra a levantarse, asegurándose de que ni ella ni el bebé sufrieran algún daño.
—Debería quedarse en cama, princesa —aconsejó una de las parteras, preocupada por el estado de la madre.
—Sí, debería —replicó Rhaenyra con voz firme.
Tyanna observó en silencio cómo las parteras atendían al recién nacido, mientras las damas ayudaban a Rhaenyra a vestirse lo mejor posible tras dar a luz. Pronto, el pequeño estuvo listo y fue entregado a Tyanna, quien lo recibió con ternura, meciéndolo suavemente de un lado a otro. Desde su lugar, Rhaenyra observaba a su hijo en brazos de la pelinegra, pero pronto los quejidos comenzaron a salir de su boca, aumentando con cada segundo.
—Sácalo de aquí —le pidió a Tyanna, su voz entrecortada por el dolor.
Tyanna vaciló, sin querer apartarse de su lado, pero finalmente hizo lo que Rhaenyra le había pedido. Con el bebé en brazos, salió de la habitación, alejándolo de los gritos de dolor que inundaban el aire.
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Las puertas se abrieron de par en par, y Laenor entró a la habitación con una gran sonrisa, sin poder ocultar su entusiasmo. Al ver a Rhaenyra de pie, con su recién nacido en brazos, sus pasos aceleraron.
—Un niño, lo acabo de escuchar —dijo, pero su actitud no fue respondida con el entusiasmo que esperaba. Rhaenyra, con el rostro marcado por la fatiga apenas asintió mientras avanzaba hacia la salida, apoyada por Tyanna. —¿A dónde van? —preguntó, confundido.
—La reina desea ver al niño —respondió Tyanna, con una seriedad que dejó claro que no había tiempo para discusiones.
—¿Ahora? —preguntó incrédulo, pero las miradas serias que ambas le dirigieron fueron toda la respuesta que necesitó—. Iré con ustedes.
—Eso esperábamos —replicó Rhaenyra sin vacilar.
—Déjame llevarlo —sugirió, tratando de ser útil.
—No le daré ese gusto —contestó Rhaenyra, su mirada fija hacia adelante. Cada paso era doloroso, su cuerpo aún débil por el esfuerzo del parto.
Laenor ofreció su brazo, y esta vez ella lo aceptó, sabiendo que necesitaría más apoyo. —¿Fue muy doloroso?
Tyanna lo miró con incredulidad, y su mirada gritaba "¿En serio, Laenor?".
Antes de que él pudiera responder, Rhaenyra comenzó a murmurar al darse cuenta de que tendrían que atravesar el salón donde la corte se encontraba reunida—. No, no, no —susurró con nerviosismo.
—Una vez recibí una lanza en el hombro —comentó Laenor casualmente, mientras caminaban entre la gente, intercambiando sonrisas y asentimientos con algunos lords.
—Mis más sinceras condolencias —replicó Rhaenyra sarcástica.
—Me alegra no ser mujer.
De repente, los tres se detuvieron al escuchar los quejidos de Rhaenyra, que no pudo continuar caminando. El sonido lejano de las campanas resonaba en el aire.
—¿Quieres regresar? —preguntó Tyanna, claramente preocupada, sin querer obligarla a continuar.
—Maldita sea... caminen, sigan caminando —resopló Rhaenyra, preparándose mentalmente para subir las escaleras.
—¿Qué es lo que quiere ahora? Pensé que ya habíamos superado esto —murmuró Laenor, enfadado por tener que pasar por lo mismo otra vez.
—Princesa Rhaenyra, Lady Mano, Ser Laenor, es un honor ser de los primeros en felicitarlos —dijo Lord Caswell al pasar junto a ellos.
—Gracias, Lord Caswell —respondió Rhaenyra, casi sin fuerzas.
—Si puedo ser de alguna ayuda...
—Tal vez ese día llegue, mi lord —replicó Rhaenyra con cortesía, aunque claramente agotada.
Al llegar a lo alto de las escaleras, Rhaenyra se detuvo, el dolor evidente en su rostro. Subir las escaleras había sido más de lo que podía soportar.
—Vamos a regresar. Está bien, ¿de acuerdo? Ella puede venir a nosotros —sugirió Laenor, preocupado, al ver lo extenuada que estaba.
—No, a menos que quieras cargarme por estas malditas escaleras —replicó Rhaenyra con terquedad, lanzándole una mirada desafiante. Tras un breve intercambio de miradas, Laenor, resignado, no tuvo más opción que tomar el borde del vestido de Rhaenyra y ayudarla a continuar.
—Esto es absurdo —murmuró finalmente Laenor.
—Concuerdo —susurró Tyanna, frustrada.
Al fin, llegaron a las puertas de los aposentos de la reina Alicent. Ser Criston, de pie junto a la entrada, inclinó la cabeza con respeto.
—Princesas —saludó mientras les abría la puerta.
Al entrar, Rhaenyra, Tyanna y Laenor encontraron a la reina Alicent de pie sobre un pedestal de sastrería, observando la ciudad a través de una de las grandes ventanas.
—Rhaenyra, deberías estar descansando después del parto —comentó Alicent con una voz suave al voltear hacia ellas. La preocupación en su tono parecía genuina, pero la mano del rey reconoció fácilmente la fachada que la reina trataba de proyectar.
—No dudo que preferiría hacerlo, majestad —respondió Rhaenyra, devolviendo una sonrisa falsa que no llegó a sus ojos.
Alicent descendió con gracia del pedestal, caminando con la calma de quien se siente dueña del momento. —Debes sentarte, Rhaenyra —ordenó con rapidez—. Dalia, trae una almohada para la princesa.
—No es necesario —dijo Rhaenyra, rechazando el gesto.
—Tonterías —insistió Alicent con una sonrisa forzada.
Sin opción a debate, Dalia colocó la almohada en el sillón, y Laenor ayudó a Rhaenyra a sentarse cómodamente en el sillón. Apenas se acomodaron, el rey Viserys entró en la habitación, con el rostro iluminado por una sonrisa.
—¡Qué maravillosa noticia esta mañana! —proclamó Viserys con alegría, sus ojos resplandeciendo al ver a su hija y al recién nacido.
—Así es, majestad —replicó Laenor sonriendo al igual de contento.
—¿Dónde está él? ¿Dónde está mi nieto? —preguntó el rey, extendiendo sus brazos con ansias de sostener al pequeño. Laenor, sin titubear, le entregó al niño, y una ternura genuina suavizó las facciones del rey mientras acunaba al bebé—. Aquí está. Buen príncipe. Serás un impotente caballero, sí que lo serás.
La escena conmovió a Tyanna. El nacimiento de un niño siempre traía felicidad, incluso a los corazones más endurecidos, y ver al rey, que cada día parecía más consumido por su enfermedad, aferrarse a ese pequeño destello de vida llenaba el espacio de un breve pero reconfortante silencio.
—¿Ya tiene nombre? —preguntó Viserys, con la mirada fija en el bebé.
—No hemos tenido tiempo de hablarlo aún... —empezó a decir Rhaenyra, pero Laenor se adelantó.
—Joffrey. Se llamará Joffrey —declaró Laenor con firmeza, aunque la elección del nombre no pasó desapercibida para nadie.
—Es un nombre poco común para un Velaryon —comentó Alicent, sus ojos fijos en Rhaenyra, quien no respondió.
—Creo que tiene la nariz de su padre —observó Viserys con una sonrisa, tratando de aliviar el ambiente.
Laenor y Tyanna intercambiaron una mirada sutil, ambos sabiendo la verdad que todos evitaban mencionar. En su mundo, la paternidad era una cuestión compleja, y para ellos los niños eran de todos; el bienestar compartido era más importante que cualquier verdad genética.
Laenor aclaró la garganta, buscando poner fin al incómodo momento.
—Si me permite, majestad, su hija ha hecho un gran esfuerzo y necesita descansar.
—Por supuesto —concedió Viserys con un gesto de comprensión, entregando con cuidado al bebé a Alicent.
Alicent meció al pequeño Joffrey en sus brazos por un momento, antes de entregárselo a Laenor, y con una sonrisa le susurró,—Sigua intentándolo, Ser Laenor. Tarde o temprano tendrá uno que se le parezca.
Laenor apartó la mirada, su expresión tensa. Pero fue Tyanna quien se permitió dirigirle una mirada de puro desdén a la reina.
—Un pequeño consejo, mi reina —dijo Tyanna, su tono impregnado de una cortesía que casi parecía genuina—. Tal vez debería enfocarse en sus propios hijos.
Alicent la observó con una mirada severa, aunque detrás de su fachada, sus emociones la delataban. Para la reina, Tyanna siempre había sido una espina en su costado. Había intentado en repetidas ocasiones socavar a Tyanna, pero siempre de manera indirecta, siguiendo las instruciones de su padre, Otto. Pero, Tyanna no era una presa fácil. Incluso los intentos de manchar su reputación parecían no tener resultado. Era evidente que Alicent no veía a Tyanna como el objetivo principal, sino como el obstáculo más molesto para lograr lo que realmente deseaba: arruinar a Rhaenyra y asegurar el lugar de sus propios hijos.
Pero la mitad Baratheon comenzaba a cansarse. La paciencia que había demostrado ante las insinuaciones y los rumores la estaban llevando a su límite. Porque, para Tyanna, era una cosa soportar los ataques hacia ella misma, pero era completamente distinto cuando iban dirigidos hacia su familia. Los hijos de Rhaenyra eran sagrados para Tyanna, y verlos como blanco de las críticas por parte de la Hightower solo encendía aún más el fuego en su interior.
El rey Viserys, ajeno a la situacion, consumido cada vez más por su enfermedad, ya no escuchaba las súplicas de Alicent como antes. Con frecuencia, el rey simplemente la apartaba con un gesto de la mano, prometiendo que "lo discutiría con Tyanna", su Mano. Esta preferencia del rey por confiar en Tyanna no hacía más que alimentar la ira de Alicent.
Y aun así, era evidente para Tyanna que la reina no veía la verdadera ironía de la situación. Los hijos de la reina no recibían el cuidado ni la atención que necesitaban. Viserys, en su deterioro, no estaba presente, y Alicent parecía más interesada en conspirar que en ser una madre para ellos. Esos niños no deseaban más que comer pastel y correr por los pasillos de la Fortaleza Roja, pero sus días estaban envenenados por su propia madre.
Para Tyanna, la línea ya había sido cruzada. Si Alicent quería jugar con fuego, entonces no debía sorprenderse cuando ese fuego terminara consumiéndola.
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Cuando los cuatro volvieron a los aposentos de Rhaenyra, encontraron a gran parte de la familia reunida, esperándolos. Harwin supervisaba a Jacaerys, Lucerys y Celaena mientras Asger leía un libro a Daenerys, Ilaria y Niylah, quien ya cabeceaba de sueño, y al pequeño Dorian, que estaba cómodamente sentado en el regazo de su padre.
En cuanto Harwin vio a Rhaenyra, se puso de pie con una sonrisa cálida. Sus hijos hicieron lo mismo junto a Celaena, y Jacaerys rápidamente tomó la iniciativa, mostrando con entusiasmo lo que habían hecho aquella mañana.
—¡Madre, mira! —exclamó Jacaerys, destapando con cuidado un calentador revelando un huevo de dragón.
Lucerys, a su lado, saltó ligeramente de emoción. —Escogimos un huevo para el bebé.
Rhaenyra soltó una risa ligera mientras tomaba el brazo de Harwin, quien la ayudó a sentarse. Observó el huevo con interés y sonrió.
—Parece una elección perfecta.
Jacaerys alzó un poco el mentón, orgulloso. —Dejé que Lucerys escogiera.
Tyanna pasó a su lado y, con una sonrisa, le revolvió el cabello cariñosamente antes de posar una mano en la mejilla de Luke y de su propia hija, Celaena, que miraba al bebé con curiosidad. Laenor se inclinó para mostrárselo mejor, ya que la niña le había susurrado que solo quería verlo, no robárselo. Aquello hizo reír a carcajadas al Velaryon mayor.
—Gracias, Jace —dijo Luke con ternura.
Tyanna, por su parte, se acercó donde estaban sus hijos, su mirada posándose en el pequeño Dorian. El niño, al notar la presencia de su madre, estiró los brazos hacia ella con una bella sonrisa.
—Ven aquí, mi pequeño dragón —susurró, alzándolo en brazos mientras el niño pataleaba con felicidad.
Harwin, que seguía atento, comentó —No todos los días sale un huevo de la fosa, princesa.
—Pensé que sería mejor escoltar a los jóvenes y a la pequeña dama —agregó, lanzándole una mirada a Celaena, quien se irguió con orgullo al escuchar el título.
—Laenor, Tyanna y yo te lo agradecemos —respondió Rhaenyra con una sonrisa.
Harwin inclinó la cabeza en un leve gesto de respeto. —Escuché que hay un nuevo niño en la familia —dijo con cariño.
Rhaenyra y Harwin compartieron una mirada.
—Un buen caballero vas a ser, ¿eh? —Laenor miró con calidez a Joffrey, sosteniéndolo con suma delicadeza. Desde el momento en que lo vio, la conexión fue inmediata. Tyanna lo notó y sonrió. Sabía bien que, aunque Laenor a veces se mostraba distante con sus hijos, los amaba con todo su ser.
—¿Puedo? —preguntó Harwin.
Rhaenyra miró a Laenor con una sonrisa. —Ser Harwin quiere ser presentado ante Joffrey.
Laenor tardó un momento en reaccionar, aún encariñado con el bebé, pero finalmente asintió.
—Por supuesto.
Harwin tomó al pequeño con sumo cuidado y sonrió al ver su rostro. —Joffrey, ¿no es así? —preguntó, mirándolo con admiración.
—Así es —asintió Laenor.
De repente, Lucerys, que había estado observando en silencio, brincó emocionado.
—Padre, ¿puedo cargarlo?
—No, no, no —respondió Laenor, deteniéndolo antes de que el niño intentara alcanzar al recién nacido.
—De vuelta a la fosa de dragones, ustedes tres —ordenó, guiando a Celaena, Jacaerys y Lucerys hacia la salida—. Antes de que alguien tenga que buscarlos.
Celaena bufó con diversión, pero no protestó. Jacaerys rodó los ojos y empujó a su hermano con el hombro mientras Luke inflaba las mejillas con un mohín.
Tyanna observó la escena con una sonrisa y, tras un leve asentimiento a Asger, señaló que era hora de irse. Asger cerró el libro con calma antes de levantarse, cargando con facilidad a Naylah, que seguía profundamente dormida sobre su hombro.
—Vamos, pequeñas —dijo con voz amable a Daenerys e Ilaria.
Las niñas no hicieron falta de más indicaciones, ya que salieron corriendo tras Laenor, riendo entre ellas. Dorian, por su parte, permanecía tranquilo en brazos de Tyanna, ni siquiera se inmutó cuando su madre se acercó a Rhaenyra y le depositó un beso en la mejilla.
—Descansa —le susurró con afecto antes de marcharse, con Asger siguiéndola de cerca, aún sosteniendo a la dormida Naylah.
જ⁀➴ ♡
Empezamos el segundo acto después de tanto tiempo. Solo puedo decirles que deberán prepararse para lo que se viene, así que a tomar pañuelos y disfrutar estos momentos de paz antes de que terminen.
—Con amor, Val.
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