𝟎𝟏𝟗. emails i can't send
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𝐔𝐍𝐀 𝐈𝐍𝐈𝐂𝐈𝐀𝐋. 𝐋𝐀 𝐒𝐈𝐋𝐔𝐄𝐓𝐀 𝐃𝐄 un pequeño corazón. Las botas de Pedri y el íntimo momento que habían compartido en el vestuario. Para Nora, la suma de todos esos detalles sonaba como una bonita melodía—una mezcla de acordes que no podía esperar a plasmar en su libreta de canciones.
Y es que tampoco podía esperar a volver a casa del canario una vez acabara el partido.
Encerrarse en aquella burbuja que habían creado juntos durante los últimos días, dejar las preocupaciones en el mundo exterior, disfrutar de aquella sensación tan... tan adictiva que había descubierto entre sus brazos, con o sin palabras de por medio.
Eran tantas las ganas de estar a su lado que, cuando por fin terminó el primer tiempo, con el Barça teniendo una cómoda diferencia de dos goles frente a su rival, Nora tuvo que emplear todas sus fuerzas para evitar sucumbir al empuje magnético que la mantenía constantemente entrelazada con Pedri. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos—e incluso teniendo un autocontrol casi impecable—, resistirse resultó ser una tarea complicada; sus ojos no paraban de buscar la pequeña "N" que había dibujado en la bota derecha del chico antes de que entrara al campo y, cada vez que la veía, sentía que el corazón le taladraba las costillas.
Claro que también intentaba convencerse a sí misma de que lo que el canario le había dicho en el vestuario no era tan trascendente, que no debía acelerarle tanto el pulso. Jamás había escuchado nada sobre aquella extraña tradición dentro del mundo del fútbol, pero, basándose en lo que el propio Pedri le había explicado—y tras analizar de una forma casi obsesiva el calzado de cada uno de los jugadores que se hallaban en el campo—, había llegado a la conclusión de que firmar la bota de un futbolista no podía ser tan significante si la mayoría de ellos ya le habían pedido lo mismo a sus seres queridos.
Casi todos los miembros del equipo contrario llevaban firmas en los costados de sus suelas. Gavi tenía escrito el nombre de su hermana, y Ferran había dibujado un diminuto murciélago para representar al Valencia, el club en el que había debutado. No obstante, el simple hecho de que Pedri González hubiera querido incluirla en su mundo, en aquello que consumía la mayor parte de sus pensamientos, era algo que simplemente no terminaba de entrarle en la cabeza a la morena.
Durante años, se había forzado a sí misma a acostumbrarse a la idea de estar sola, de no ser importante para nadie. Y de repente, cuando menos lo esperaba, su conciencia se atrevía a creer que quizás estaba equivocada, porque una pequeña parte de ella estaba allí, acompañando al canario en lo que tanto lo apasionaba y... lo cierto era que ni siquiera sabía cómo reaccionar.
La sensación era abrumadora. Decidir entre comérselo a besos o recordarle que él era quien la había vuelto loca era una tarea complicada, y entonces empezó a pensar que quizás podía optar por las dos cosas... siempre y cuando las llevara a cabo en aquel mismo instante, claro está, pues sentía que no sería capaz aguantarse las ganas por mucho tiempo más.
Sabía, sin embargo, que debía ser paciente.
Al fin y al cabo, los representantes de Pedri se habían encargado de explicarles que, aunque hubieran tomado la decisión de permanecer juntos, lo mejor sería que mantuvieran cierta distancia mientras estuviesen en público, al menos hasta que hablaran con el staff de relaciones públicas del Barça. Lo que Nora menos quería era pensar en estrategias de marketing, pero también entendía cuál era el objetivo principal: deshacerse de los chismes y cotilleos que habían surgido tras el Mundial, lograr que la atención de los medios se centrara en el club y no en los asuntos externos al fútbol. Con tal de que aquello enterrara las dudas que tenía la prensa sobre el desempeño de Pedri—pues muchísimos periodistas, e incluso miembros de la afición, seguían pensando que la presencia de la morena lo distraía en el campo—, ella sería capaz de hacer lo que fuera.
Y aun así, incluso reconociendo que quizás aquella era la ruta más apropiada después de pasar por todo el lío de la relación falsa, las órdenes de mantenerse al margen le habían sentado como una patada en el estómago. Justo cuando por fin empezaba a perder el miedo a tenerlo cerca, Nora se veía forzada a verlo desde lejos, como si no hubiera irrumpido en un campo de fútbol de Catar para poder consolarlo hacía tan solo unas cuantas semanas.
Con las manos prácticamente atadas, no pudo hacer otra cosa más que centrarse en grabar contenido para las redes sociales del Barça durante los noventa minutos de partido.
Tampoco fue capaz de escapar de las preguntas de Ana, quien empezaba a recuperar su sonrisa tras el desastre que había tenido lugar en la fiesta de hacía ya varios días. Nora sabía bien que su amiga era una romántica empedernida, que quería saber todo lo posible sobre su situación con Pedri ahora que por fin estaban iniciando algo de verdad; por más que la rubia se hallara plenamente enfocada en borrar de su mente lo que sentía por Pablo Gavi, convencida al cien por ciento de que no estaban destinados a ser nada más que amigos, no perdía la oportunidad de hablar sobre mariposas y corazones imaginarios. Por otro lado, aunque Vera no había asistido al Camp Nou aquella noche, no se quedó atrás, llamando a Nora antes del partido para continuar con el eterno interrogatorio que había iniciado en cuanto se enteró de que había pasado varias noches en casa de Pedri.
—¡Aquí vienen, Nora!
La morena rio ante el tono animado de Ana, quien sacudió uno de sus hombros para llamar su atención al notar que los jugadores del Barça empezaban a despedirse de sus rivales tras haber obtenido la victoria. El celeste de sus ojos brillaba con un deje de picardía y diversión, y Nora no pudo hacer otra cosa más que reír ante los intentos de su amiga por señalar a Pedri de manera supuestamente disimulada.
—Lo sé... —murmuró, preparando la cámara para poder grabar a los jugadores abandonando el campo—. Me he dado cuenta.
No fue capaz de ocultar su sonrisa, ni mucho menos ignorar la euforia que calentaba a su cuerpo a pesar de las bajas temperaturas. Por el rabillo del ojo, pudo ver cómo Pedri se quitaba la camiseta exterior, intercambiándola con un jugador del Sevilla. Aunque todavía llevaba puestas las mangas largas que formaban parte del uniforme del Barça durante la temporada de invierno, supo que el chico se estaba quejando del frío cuando lo vio frotarse las manos, compartiendo un par de palabras con Ferran.
Sus comisuras no hicieron más que ensancharse ante aquella imagen.
Pedri no era Pedri si no maldecía al invierno de Barcelona.
—Pues... espero que también te hayas dado cuenta de que no has dejado de mirarlo en todo el partido.
El comentario de la rubia la trajo de vuelta a la realidad, pero tan solo pudo esbozar una pequeña mueca mientras se disponía a trastear con la cámara, pretendiendo que cambiaba algunos ajustes para forzarse a mantener la mirada lejos del canario. A pesar de ello, sabía que su amiga tenía razón, y que fingir inocencia no serviría de nada.
—Mirar está permitido, ¿no? —contestó en voz baja, en un susurro casi imperceptible; jamás le había gustado la idea de ahogarse en sus propias palabras, pero, tomando en cuenta que aquella quizás era la primera vez que no negaba una acusación como aquella, tampoco se veía capaz de hacer mucho más.
—No me creo que lo hayas admitido.
Nora tan solo bufó, propiciándole un ligero empujón a su amiga a través de un choque de caderas. Tuvo que aguantar las ganas de decirle que ella también pensaba lo mismo, pues todavía no podía creerse muchas de las cosas que habían pasado en los últimos días, semanas, incluso meses.
No obstante, antes de que tuviera la oportunidad de volver a hablar, su atención fue acaparada por los miembros del Barça, quienes se encaminaban hacia el túnel de entrada y salida al campo. Ambas chicas los esperaban en la puerta; cámaras en mano, sonrisas tatuadas en los labios mientras escuchaban los cánticos eufóricos de la afición.
Los jugadores saludaban a los fanáticos, aplaudían al público del Camp Nou por su gran apoyo durante todo el partido y gritaban de alegría ante la merecida victoria, pues aquello era lo que muchos de ellos—o al menos quienes habían participado del Mundial con La Roja—necesitaban tras la derrota contra Marruecos. Fueron pasando uno a uno, siendo recibidos por un contentísimo Xavi y, en cuanto Nora reconoció la silueta del número ocho del Barça caminando delante suya, no pudo resistirse a la tentación de separar los ojos de la cámara, buscando el rostro de Pedri.
El cabello revuelto y ligeramente más largo de lo habitual, las mejillas rojas por culpa del frío y el esfuerzo físico; la manera en la que la camiseta de manga larga se pegaba a su cuerpo, destacando la siluetea de sus hombros, su espalda, los músculos de sus brazos y abdomen. No había partido en el cual saliera del campo sin lucir absolutamente arrebatador; Nora lo sabía desde hacía ya bastante tiempo, e incluso se había visto obligada a asumirlo aún cuando decía no soportar su mera presencia, pero, aunque creía que ya debía estar acostumbrada a los encantos del canario después de todo lo que habían compartido, su maldita energía siempre hallaba la manera de atraparla.
Cuando estaba serio, con aquella intensa mirada que lo acompañaba cada vez que pisaba un estadio, lucía como un ángel caído del cielo; aquel panorama la estremeció durante todo el partido, pues le había resultado imposible ignorar las similitudes entre la expresión concentrada de Pedri y la mirada que le había mostrado esa misma mañana, después de haberla subido a la encimera de la cocina para tocarla como solo él podía y sabía hacerlo. Sin embargo, en aquel momento, creía que lo único que quedaba de ella eran su corazón y el aire atrapado en sus pulmones—y es que lo vio sonreír, deteniendo sus pasos para sujetarle la mano a un niño que gritaba su nombre desde la primera fila de la grada, y Nora... Nora sintió que se derretía.
El chico resumió su camino tras hacerse un par de fotos con los fans. Levantó los brazos para volver a aplaudirle a la afición, y entonces empezó a escanear la zona como si estuviese buscando algo—o a alguien—, hasta que sus ojos finalmente atraparon los de Nora.
El encuentro duró poco más de un segundo, y el canario tan solo pudo dedicarle uno de sus famosos guiños. Fue rápido, efímero, quizás insignificante para algunos; un saludo confidencial que nadie más pudo apreciar, un secreto sobre el que solo ellos tenían el control.
A partir de entonces, los minutos transcurrieron como horas.
Con el partido culminado, había llegado el momento de seguir el plan que los representantes de Pedri les habían marcado: abandonar el Camp Nou por separado y dirigirse a las instalaciones del Barça, donde Luis Enrique y el equipo de publicidad del club los estarían esperando. Nora no tenía permitido ir junto a Pedri en el Mini Cooper, así que tuvo que coger un taxi, sin siquiera tener la oportunidad de hablar con el canario tras el partido. Acabó llegando a su destino media hora antes que el chico, quien había tenido que ducharse y cambiarse en los vestuarios del estadio antes de abandonar el recinto.
Pasearse por la Ciudad Deportiva Joan Gamper a tan solo una hora de la medianoche, con las oficinas vacías y el campo de entrenamiento desocupado, era ciertamente extraño.
Mientras esperaba a Pedri, Nora no pudo hacer otra cosa más que sentarse en el sofá de una de las salas de espera, sacando su cuadernillo de canciones para tratar de aprovechar la oleada de inspiración que la había invadido durante el partido. Su primera reunión oficial con la discográfica tendría lugar un par de días antes de Navidad, la fecha se estaba acercando, y su vena perfeccionista la obligaba a escribir en cada pequeño rato libre que lograba encontrar; los nervios, sin embargo, ni siquiera le permitieron apoyar el lápiz en el papel en aquel momento.
Su sorpresa fue grata cuando, después de escuchar unos pasos acercándose desde el pasillo de enfrente, se topó con el mismísimo Luis Enrique, quien acababa de arribar a la Ciudad Deportiva. El hombre la recibió animado, pasando un brazo por detrás de sus hombros mientras la guiaba hacia la oficina donde tendría lugar la reunión. Las conversaciones con el seleccionador siempre eran divertidas y amenas, así que, aunque la ansiedad seguía burbujeando en su estómago—pues lo único que realmente le apetecía era experimentar lo que por fin estaba dispuesta a vivir con Pedri como una persona normal, sin pensar en las consecuencias mediáticas—, al menos tuvo la oportunidad de pasar el rato entre risas, sin verse obligada a perder la paciencia en la sala de espera.
Nora no fue consciente de lo mucho que había estado esperando la llegada de Pedri hasta que la puerta de la oficina se abrió, dándole paso al canario.
Su presencia fue suficiente para calmarla de manera instantánea.
Giró la cabeza para verlo atravesar el umbral, y soltó todo el aire que había estado aguantando en cuanto se dio cuenta de sus grandes ojos ya estaban puestos sobre ella. De repente, sintió que Luis Enrique desaparecía de la estancia—que solo eran ellos dos, que no necesitaban nada más que eso.
Sus oídos apenas registraron el eco de la voz del seleccionador, quien saludaba al chico desde su posición al otro lado de la mesa; supuso que Pedri hacía lo mismo cuando lo vio mover los labios, dirigiéndose brevemente a Luis antes de volver a centrarse en ella. Nora ni siquiera fue capaz de prestarle atención al ameno intercambio entre entrenador y jugador—tan solo pudo concentrarse en la calidez de la palma del canario, la cual se había posado en el hueco entre su cuello y su hombro. Lo siguió con la mirada mientras se encaminaba hacia su silla, y entonces él le dedicó una de sus bonitas sonrisas ladeadas, llevando su mano hasta la coronilla de la morena para revolverle el cabello en un gesto cariñoso.
—Felicidades por la victoria —murmuró a modo de saludo, mientras el chico terminaba de tomar asiento a su lado.
—Gracias, guapa —respondió él con el mismo tono, uno que solo ella pudo escuchar. El canario la escaneó con la mirada, pasándose una mano por la mandíbula en un intento por disimular otra sonrisa, y Nora tuvo que emplear todas sus malditas fuerzas para evitar removerse en su asiento cuando identificó la chispa de picardía que escondían las pupilas de Pedri—. Todavía nos falta celebrarlo —añadió entonces, como si también se hubiera olvidado de la presencia de Luis Enrique.
La mente de la chica divagó, tratando de encontrar una respuesta con la que seguirle el juego al canario. No obstante, un fuerte carraspeo llamó su atención antes de que pudiera decir nada.
Luis se aclaró la garganta de manera intencionada, observándolos con una ceja enarcada.
—No quiero saber de qué estabais hablando, —El hombre enarcó una ceja, dirigiéndose a ambos; aun así, Nora notó que su expresión acusadora estaba especialmente dedicada al futbolista—, pero más os vale comportaros mientras yo esté aquí.
A la par que la sangre se acumulaba en las mejillas de la morena, los ojos de Pedri centellearon como los de un niño travieso: —¿A qué te refieres, míster? —cuestionó con fingida inocencia—. Si no hemos hecho nada.
—Tú calla, que no nací ayer. Dejad las miraditas u os tendré que sentar en esquinas opuestas.
A pesar de los intentos del seleccionador por permanecer serio, acabó soltando una carcajada, sacudiendo la cabeza con diversión ante las ocurrencias de Pedri.
Hubo una pausa, un breve silencio en el que los tres acabaron sonriendo.
El aire se sentía sorprendentemente ligero, como si no estuviesen reunidos para hablar sobre marketing, relaciones públicas y las fechorías de la prensa y... y a Nora le hubiera gustado que las cosas permanecieran de aquella manera, pero no todo podía ser tan fácil.
—¿Qué queréis que os diga? —Luis Enrique quien asumió la tarea de romper el silencio. Volvió a reír, encogiéndose de hombros; su expresión se había suavizado, las líneas que le enmarcaban los ojos derrochaban orgullo puro—. No sabéis lo mucho que me alegra que por fin os hayáis dejado de tonterías.
—Ha costado —intervino Pedri, buscando la mano de la morena por debajo de la mesa—, pero me encantan los retos.
El chico le dio un ligero apretón a los dedos de Nora, como si estuviera tratando de asegurarle que aquello solo era una broma, que no le molestaba haber tenido que romper sus barreras una por una. Le dedicó otra de sus miradas juguetonas y, aunque Nora añoraba la calidez de su tacto, intentó apartar su mano, recordando la advertencia que les había dado Luis Enrique; Pedri, sin embargo, no la dejó escapar: se las arregló para enganchar su meñique con el de la morena, justo antes de que pudiera zafarse de su agarre.
Ella no pudo hacer otra cosa más que mordisquear el interior de su mejilla para tratar de contener una risita, y él, claramente satisfecho con la reacción de la chica, por fin decidió que era momento de dejarla en libertad.
—Eso lo sé —continuó Luis Enrique, forzándolos a poner los pies en la tierra. A pesar de que no mencionó nada acerca de la silenciosa muestra de afecto que Nora y Pedri habían compartido por debajo de la mesa, la complicidad en su sonrisa revelaba que sí se había percatado del intercambio—. Estaba claro que algo iba a pasar entre vosotros tarde o temprano. Deberíais darme las gracias.
El canario bufó, claramente entretenido. Inclinó el torso ligeramente hacia la derecha, acercándose a Nora: —Es que el míster en realidad es cupido —le susurró al oído, como si le estuviese contando un secreto; sin embargo, a juzgar por la chispa vacilona que bailaba en sus facciones, Pedri sabía perfectamente que el seleccionador lo había escuchado.
–Pues sí... Entonces ya sabéis mi secreto.
Tras las palabras de Luis Enrique, la estancia volvió a llenarse de otro de esos cálidos silencios. Jugador y entrenador compartieron una mirada más larga, y la chica no tardó en reparar en el cariño que envolvía a los ojos del mayor mientras veía a Pedri. Sin previo aviso, se le vino a la mente lo que Álvaro Morata le había contado durante su estadía en Catar: fue Luis quien había hecho debutar al canario con la Selección cuando apenas tenía dieciocho años y, desde aquel momento, nadie podía negar que se había convertido en su estrella favorita.
Y entonces, de un momento a otro, Nora creyó identificar un deje diferente en el semblante del seleccionador—una pizca de amargura, quizás de impotencia, o... sencillamente de preocupación. Era evidente que Luis Enrique sabía sobre las críticas que Pedri había estado recibiendo desde la derrota contra Marruecos; al fin y al cabo, aquel era el motivo por el cual realmente se hallaban reunidos en ese despacho.
La morena había aprendido que el ruido de la prensa podía hacer daño a cualquier equipo, especialmente a uno como al Barça, y que los jugadores siempre serían los primeros afectados. El talento de Pedri se estaba viendo opacado por comentarios estúpidos y suposiciones sin sentido y, por más que el chico conociese mil y una tácticas para alejarse de la opinión de los medios—y aunque llevara los últimos días repitiéndole a Nora que lo único que quería era enfocarse en nada más que en ella y en lo que ocurriera dentro del campo—, era evidente que el entrenador de La Roja no podía ignorar lo que estaba pasando.
Nora comprendió que los chistes y las risas finalmente se habían agotado cuando Luis Enrique exhaló con pesadez, entrelazando las manos y apoyando los codos sobre la mesa antes de continuar.
—Ahora en serio... Os habréis dado cuenta de que el staff de relaciones públicas todavía no está aquí. —Tanto Pedri como Nora asintieron. Por el rabillo del ojo, la morena notó que el lenguaje corporal del canario había dado un giro de ciento ochenta grados; que estaba rígido y serio, como cuando recibía una de las típicas charlas que Xavi le daba a sus jugadores durante el descanso entre el primer y segundo tiempo de un partido—. Primero quería hablar con vosotros a solas, así que os he citado un poco antes.
» Si fuera por mí, os diría que hicierais lo que os diera la gana, que disfrutéis. —Luis enarcó una de sus cejas, una sonrisa amarga asomada en sus labios—. Pero ya sabéis cómo van las cosas en este mundillo... y justamente vosotros dos tendréis que tener más cuidado que otros. —Sus ojos cayeron sobre el canario—. Pedri, tú eres del Barça, el mundo entero sabe quién eres y cómo juegas. —Le dirigió la mirada a Nora—. Y tú vas a meterte en una industria igual o más jodida que el fútbol en lo que a prensa y paparazzis se refiere. —Su expresión se tornó aún más severa. Pronunció sus siguientes palabras con lentitud, como si quisiera asegurarse de que quedaran grabadas a fuego en sus cabezas—. Tenéis que cuidaros, protegeros el uno al otro. No dejéis que un titular afecte lo que sea que haya entre vosotros.
La chica agachó la cabeza.
Apretó la mandíbula. Fijó la mirada en sus manos, las cuales jugueteaban sobre su regazo. Las complicaciones eran evidentes, reales, y el simple hecho de pensarlo lograba que el pecho se le llenara de una sensación abrumadora.
De repente, sentía que una capa de agobio cubría sus pulmones. Los obstruía de arriba a abajo; cada poro, cada línea. La asfixiaba poco a poco, la obligaba a tomar profundas bocanadas de aire.
—¿Qué pasa, niña? ¿Por qué esa cara?
Fue el seleccionador quien se encargó de traerla de vuelta a la realidad.
Sintió las pupilas de Pedri clavadas en el costado de su rostro, cerciorándose de que se encontraba bien. Y sí, ignorando el hecho de que parte de la afición azulgrana quería comérsela viva, Nora estaba... contenta, experimentando sensaciones que en el pasado ni siquiera creyó merecer, y una parte de ella sabía bien que quizás aquello no hubiera sido posible de no haber sido por las locas ideas de Luis Enrique.
—Quería darte las gracias —habló entonces, atravesando el nudo que le ataba la garganta. Sentía la boca seca, afectada por todo el estrés que suponía aquella maldita conversación, pero una pequeña y honesta sonrisa terminó dibujándose en sus labios al pensar en lo que el seleccionador había hecho por ella—. Por todo, Luis.
—Bueno... en realidad soy yo quien debería agradeceros por meteros en este lío. —El hombre respondió con una cálida mirada; sin embargo, tras una breve pausa, sus comisuras adoptaron un matiz agridulce, y entonces sus hombros se encogieron, como si le pesara la espalda—. Por desgracia, mi camino como seleccionador termina aquí. A ver qué locura se le ocurre al siguiente.
—¿Qué? —Pedri fue el primero en reaccionar, sacudiendo la cabeza con incredulidad—. ¿Te vas de la Selección?
—La Real Federación Española de Fútbol ha decidido que mi tiempo como seleccionador ha llegado a su fin. —Luis Enrique siguió luchando por restarle importancia al asunto, dedicándoles un guiño—. No os preocupéis, que sigo satisfecho con mi trabajo.
—Es que no es justo. —Nora frunció el ceño. Mordisqueó su labio inferior mientras buscaba las palabras correctas, pero la idea de ver partir a Luis Enrique la había sacudido por completo—. El equipo... el equipo te adora.
Inconscientemente, la morena dirigió la mirada hacia Pedri. Pensó que quizás él tendría una solución, alguna idea para hablar con la Real Federación Española de Fútbol o con quien fuese necesario con tal de convencerles de que Luis Enrique era el indicado para entrenar a la Selección. Y es que aquel hombre no solo lo daba todo por sus jugadores, sino que también era adorado por aquella parte de España que no caía en las jugarretas de los medios que querían dañar su imagen desde el mismísimo instante en el que decidió llevar al Mundial un equipo formado por jóvenes novatos.
Sintió, sin embargo, que cualquier rastro de esperanza se esfumaba al ver al canario así, con la mirada fija en la mesa y la mandíbula tensa. Lucía tan perdido como ella, y su pecho se encogió al recordar que Pedri conocía a Luis Enrique prácticamente desde que comenzó su camino en la élite del fútbol.
—A veces las cosas tienen que acabar, aunque eso no sea lo que queramos. La vida va de esto: cambios constantes —sentenció Luis Enrique, con la madurez de un hombre que había tenido que soportar cientos de batallas. De pronto, un chispazo de dolor apareció en sus pupilas; con el estómago revuelto, la morena tan solo pudo suponer que tal vez estaba pensando en de la muerte de su hija menor, Xana, sobre quien Sira le había hablado a Nora alguna que otra vez. No obstante, el hombre no tardó en recuperarse, continuando con un vago intento de sonrisa—. No se lo contéis a nadie, ¿vale? Sois los primeros en enteraros, pero prefiero que el anuncio se haga de manera oficial.
Su discurso acabó con una pausa, un par de segundos para reflexionar. Nora no supo cuál fue el momento exacto en el que su mano buscó a la de Pedri, sujetándose a ella como si se tratase de un ancla. Con aquello, el canario pareció despertar, entrelazando sus dedos en un firme agarre.
Tanto Pedri como ella permanecieron callados, pero Nora presentía que estaban pensando en lo mismo: seguramente no estarían ahí, juntos en aquel despacho, de no haber sido por las descabelladas ideas de Luis Enrique.
Finalmente, el chico decidió tomar la iniciativa, soltando un suspiro pesado antes de hablar: —Te echaremos de menos, míster...
—No digas más —Luis Enrique lo interrumpió—. Ya habrá tiempo para decir adiós.
El hombre le lanzó al futbolista otra de aquellas miradas paternales, cargada de orgullo y admiración. A pesar de hallarse claramente insatisfecho con la idea de dejar la Selección, mantenía su sonrisa intacta.
Y Nora no tardó en comprender que Luis no pensaba hablar más del tema, que no iba a lamentarse por la derrota contra Marruecos ni por el veredicto de la Real Federación Española de Fútbol. Ella no quería entrometerse, ni mucho menos seguir insistiendo en el tema, pues él mismo lo había dicho: a veces las cosas tenían que acabar, la vida iba de cambios constantes.
En los meses que llevaba conociéndolo, Luis Enrique le había dado consejos, la había apoyado, cuidó de ella como si fuera un miembro más de La Roja durante el tiempo que pasaron en Catar. Aunque ya le había dado las gracias, la morena sentía que todavía le debía mucho más que eso.
De cualquier forma, tan solo pudo dedicarle su mejor intento de sonrisa sincera y, cuando el hombre asintió en su dirección, como si él también le estuviera agradeciendo por aquel pequeño gesto, entendió que no hacía falta decir nada más.
—Bien, tema zanjado... pero no os traje aquí para hablar de despedidas. Ahora necesito que me escuchéis bien —Luis comenzó nuevamente, con aquella capacidad tan suya de darle un giro a cualquier conversación. Solo entonces, tras eclipsar la atención del futbolista y la morena, se dispuso a continuar—. Si algo he aprendido después de tantos años lidiando con los periodistas más pesados de todo el jodido país, es que la prensa es dura, pero también olvida fácil —siguió con convicción—. Pensad un poco en vosotros, ¿vale? En lo que realmente queréis. El staff de relaciones públicas os dirá cómo lidiar con todo el revuelo mediático, pero yo os recomiendo que a veces hagáis lo que vosotros creáis que es correcto.
» Sé que es fácil decirlo, que en realidad nadie está lo suficientemente preparado para aguantar las críticas que recibiréis a diario, pero... solo os pido que no dejéis que lo que diga cualquier gilipollas dañe lo que estáis creando.
Las palabras de Luis Enrique botaron una y otra vez contra los tímpanos de Nora, tatuándose una a una en el centro de su mente. Su mano se aferró a la de Pedri con más fuerza, hasta que sus nudillos se tornaron blancos; se le llenó el pecho de incertidumbre ante lo que deparaba el futuro, pero también de determinación.
Aun así, no pudo evitar rogarle al destino que la prensa fuese gentil con ellos—que les dejara disfrutar de aquello a lo que tanto les había costado llegar.
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Los besos de Pedri González eran una maldita droga.
Sus labios eran suaves, pero demandantes. Embriagadores. Adictivos. Nora ni siquiera había llegado a probar ningún tipo de estupefaciente en sus dieciocho—casi diecinueve—años de vida, pero estaba completamente segura de que la necesidad de besarlo hasta quedarse sin aliento podía calificarse como una obsesión.
Cada beso le arrebataba el aire, la dejaba con ganas de más: con un insoportable picor enterrado entre sus venas, uno que solo él podía aliviar. Por más que tratara de alejarse, Pedri siempre estaría allí, como una tentación, atrayéndola hacia él sin siquiera tener que mirarla.
No, no era solo química, sino algo más profundo, más abrasador, incontrolable.
Tal vez por eso era que había terminado así, subida al regazo de Pedri—quien permanecía en el asiento del piloto—tan pronto como aparcó el Mini Cooper. El canario no había perdido ni un segundo en juntar sus bocas y, aunque se repitió a sí misma durante los veinte minutos de trayecto que no iba a sucumbir ante él, acabó buscando su pequeña dosis de éxtasis en cuanto el chico halló la manera de atraparla entre sus redes, correspondiendo el beso con el mismo ímpetu.
Pero, ¿quién podía culparla? Al fin y al cabo, la tensión había estado presente desde que salieron juntos de casa del canario.
Debían asistir a la cena de Navidad que había organizado el Barça para sus jugadores, sus respectivas parejas y varios miembros del staff, con el objetivo de celebrar que los partidos de 2022 habían llegado a su fin. La plantilla entera había sido informada por el presidente Laporta sobre el código de vestimenta: elegante, por supuesto, pues el club había reservado uno de los restaurantes más caros de la ciudad. Así pues, Pedri había tenido que abandonar las sudaderas, optando por un traje parecido al que usó para la gala del Balón de Oro, y, a petición de Ana—quien también estaba invitada a la cena—, la morena había escogido un vestido negro que Sira le había regalado para aquellos mismos premios, pero que finalmente no había utilizado por puro descarte.
Nora no podía negar que lo primero que había hecho al ver a Pedri enfundado en aquel traje, emanando gracia y masculinidad sin siquiera tener que intentarlo, fue comérselo con la mirada, y la sonrisa coqueta que el chico le había dedicado cuando por fin volvió a centrarse en sus ojos le dejó bien claro que él había hecho exactamente lo mismo con ella.
Está de más decir que el canario trató de besarla incluso antes de que entraran al coche, acorralándola contra la puerta del copiloto. Aun así, Nora no estuvo dispuesta a ceder; no solo se negaba a que los labios de Pedri arruinaran su maquillaje, pues no solo quería llegar luciendo al menos presentable a la cena, sino que también pretendía demostrarse a sí misma que todavía podía tener autocontrol cerca suya.
Sus esfuerzos, sin embargo, no sirvieron de mucho. En el interior del Mini Cooper, el aire se sentía caliente, denso; la playlist de Nora sonaba de fondo, pero ninguno de los dos se atrevía a hablar, como si supieran que aquello tan solo desencadenaría el caos.
Y, de repente, las chispas saltaron.
El chico aparcó el coche en un área privada, a solo un par de metros del restaurante. Apagó el coche, mas dejó una mano sobre el volante, sujetándolo con fuerza. Giró a verla, llamó su nombre y... y entonces se convirtieron en un desastre de besos y roces.
Discretos. Se suponía que debían ser discretos. Aquello era lo único que les había pedido el staff de publicidad en la reunión de hacía tres días.
La clave estaba en no subir ninguna foto a sus redes sociales que sugiriese que estaban juntos durante al menos un mes, alejarse de encuentros que dieran de qué hablar y, especialmente, evitar ser pillados por la prensa en situaciones comprometedoras. Parecía fácil, por supuesto, pero la imperante vocecita que dormitaba en la conciencia de Nora se empeñó en recordarle que besar a Pedri dentro de un coche conocido por casi toda Barcelona, en el aparcamiento del restaurante donde tendría lugar la cena del Barça, era una malísima idea.
No supo cómo, pero finalmente se armó de las fuerzas suficientes para separarse de los labios del canario.
—Deberíamos parar —jadeó como pudo, luchando por recuperar el oxígeno que reclamaban sus pulmones.
Llevó sus manos hasta el pecho del chico, empujándolo ligeramente hacia atrás cuando este trató de acercarse una vez más a su rostro. No obstante, una sonrisa gatuna se dibujó en los labios de Pedri en cuanto su espalda chocó contra el asiento, y aquello solo pareció motivarlo, pues sujetó las caderas de Nora con más firmeza.
—Sí... —El canario se relamió los labios, manteniendo la vista puesta sobre los de Nora—. Deberíamos.
Sus acciones contradijeron sus palabras; una de sus manos empezó a subir por la columna de la chica, acariciando la piel que el vestido dejaba al descubierto.
Nora se estremeció al instante. Sus párpados cayeron cerrados, arqueó la espalda de manera inconsciente y, aunque se permitió un momento de debilidad, dejando caer su frente contra la de Pedri, seguía decidida a mantener la cabeza fría. Así pues, no tardó en recuperarse, volviendo a depararse para observarlo con una ceja enarcada.
—Entonces paremos.
Pedri rio—dejó escapar una de esas roncas carcajadas que solo salían de su boca cuando se hallaban en medio de una situación acalorada. Ni siquiera tuvo que decir nada para que Nora supiera que él también era plenamente consciente de lo mucho que le estaba costando pisar los frenos, pero, aunque sus pupilas permanecían dilatadas, conjugadas con un claro deje de travesura, el canario optó por darle tregua: apartó sus manos de su cuerpo, mostrándole las palmas en un gesto de aparente inocencia.
Las comisuras de la morena amenazaron con curvarse. Luchó por contenerse, poniendo los ojos en blanco ante la sonrisa tonta que permanecía tatuada en los labios de Pedri, mas acabó perdiendo la batalla. Sabiendo que necesitaba una distracción para poder mantenerse enfocada, se dispuso a arreglar el cabello del canario con cuidado, peinando con sus dedos hasta estar contenta con el resultado.
¿Que si el pelo de Pedri estaba hecho un desastre por culpa de las manos de Nora? Por supuesto que sí, pero nadie tenía por qué saber eso.
Asintió para sí misma tras darle un último vistazo a la apariencia del castaño, satisfecha con su trabajo. Bueno... quizás alguien podría llegar a darse cuenta de que el chico tenía los labios ligeramente más hinchados de lo normal tras la intensa sesión de besos que habían compartido, pero optó por confiar en que sus compañeros—un grupo de futbolistas que, conociéndolos, solo querrían pasar un buen rato—no iban a fijarse en aquel minúsculo detalle.
—Ya está —anunció en un murmullo. Seguidamente, estiró su brazo para poder alcanzar su pequeño bolso, el cual había dejado sobre el asiento del copiloto—. Dame un momento...
Sin esperar respuesta, Nora sacó su móvil y su pintalabios de confianza del bolso. Usó la cámara frontal como espejo, tratando de arreglar el desastre que el canario había causado. Limpió los restos de pintura que manchaban sus comisuras, aplicó una segunda capa como buenamente pudo; era de noche, sin embargo, por lo que no podía ver con claridad.
—¿Bien? —optó por preguntarle al canario, acercándose ligeramente para que pudiese echarle un buen vistazo a sus labios.
Pedri le sujetó la barbilla con suavidad. Pasó la yema de su pulgar por debajo de su labio inferior, retirando los restos que aparentemente habían quedado: —Ahora sí. —El chico suspiró, recuperando la expresión vacilona—. Pero sabes que te lo voy a quitar otra vez, ¿no?
—No, no lo harás, —Nora enarcó una ceja—, porque vas a esperar a que acabe la cena para poder besarme.
—Me estás pidiendo demasiado, Crespo. —Poniendo los ojos en blanco, Pedri apoyó la cabeza contra el respaldo de su asiento. Exhaló con fingida frustración; bajó sus manos por los costados de Nora, posándolas finalmente en la piel de sus muslos, por debajo del vestido—. Yo no confiaría tanto en mí si fuera tú.
La chica aguantó una carcajada, subiendo sus manos hasta los costados del cuello de Pedri. Se acercó a su oído, susurrando sus siguientes palabras con diversión: —Hazlo por mí.
Aquello tan solo pareció provocarlo.
Tras maldecir para sí mismo, el canario actuó con agilidad, girando la cabeza para tratar de atrapar los labios de Nora.
Ella, sin embargo, se las arregló para apartarse antes de que Pedri pudiera ganar. Se acomodó sobre su regazo de manera inconsciente, y entonces el chico siseó por lo bajo, aferrándose con más fuerza a sus muslos para tratar de resistirse a la fricción.
—Ya veremos —murmuró él. Le tomó un par de segundos, pero finalmente recuperó el control; posó una mano en la nuca de Nora antes de que siquiera pudiera pensar en escapar—. ¿Quién sabe? —continuó, susurrando contra sus labios, y justo cuando ella creyó que volvería a besarla, cuando la hizo pensar que tal vez no sería tan malo acabar con el pintalabios desparramado por segunda vez aquella noche, el muy cabrón la dejó con las ganas; se limitó a plantar pequeños picos en su comisura, por su barbilla y la línea de su mandíbula, evitando su boca de manera deliberada—. A lo mejor serás tú quien me pida un beso.
Tenerlo tan cerca era una tortura.
La calidez de su aliento, su colonia, sus manos, sus labios. Con aquella tentación al alcance de sus dedos, lo único que Nora deseaba era tirar de su corbata, atraerlo hacia ella y continuar con lo que habían empezado. A pesar de ello, se forzó a recordar que ya había llegado demasiado lejos y que, para rematar, acabarían llegando tarde a la cena si seguían tonteando.
—Ni de coña, guapo.
Con esas palabras y una última sonrisa, la chica volvió a su asiento, y no pudo evitar soltar un suspiro aliviado cuando, al escanear sus alrededores a través de las ventanas del Mini Cooper, se dio cuenta de que no había ningún paparazzi a la vista.
No obstante, la buena suerte no duró demasiado.
Y es que, en cuanto llegaron a las puertas del restaurante, se percató de que había un coche familiar aparcado al otro lado de la calle—grande y vistoso, de color blanco puro.
El coche de su padre.
Se quedó congelada, sin siquiera percatarse de que aquello había forzado a Pedri a detenerse a su lado. Por supuesto que Nora había intuido que, como jefe del staff médico del Barça, Miguel Crespo estaría entre los invitados de aquella noche, pero Vera había tratado de tranquilizarla, asegurándole que su padre no solía asistir a aquel tipo de eventos ya que los consideraba una pérdida de tiempo.
Parecía ser que su hermana se había equivocado.
De repente, lo único que Nora deseaba era tener la capacidad de arrancarse el nudo que le ataba la garganta, de permanecer indiferente ante la presencia de su padre. Lo cierto, sin embargo, era que le acojonaba la posibilidad de verlo por primera vez desde que volvieron de Catar.
Ni siquiera habló con él para advertirle sobre su improvisada mudanza; simplemente empacó sus cosas, se fue a casa de Ana, y actualmente se dedicaba a transitar entre el piso de la familia Espinosa y la casa de Pedri mientras buscaba un lugar para ella sola. Era Vera quien se encargaba de actuar como una especie de intermediaria entre ambos, sabiendo exactamente cómo lidiar con su padre sin contarle toda la verdad. La realidad era que Nora no sabía nada sobre él desde hacía ya unas semanas, pues además había tenido la suerte de no habérselo topado en ningún partido ni en las instalaciones del club.
Aun así, Miguel actuaba a su manera, buscando la manera de traerla de vuelta a su nido.
Empezó cancelando la tarjeta de crédito que le había dado a Nora justo cuando llegó a Barcelona—tarjeta que la morena conservaba por decreto de su padre, pero que se había negado a usar desde que empezó a ganar su propio dinero trabajando en el Barça. Continuó con llamadas diarias, las cuales ella ignoraba, y siguió mediante correos electrónicos donde adjuntaba el nombre y el plan de estudios de distintas universidades de España. Ya había pasado un buen tiempo desde que Miguel fue a buscarla a Valencia con la intención de ayudarla a "reformarse" tras la fuga de su madre, determinado a impulsarla a estudiar una carrera prestigiosa, y Nora... Nora todavía no sabía de dónde venían sus repentinas ganas de redimirse como padre cuando estaba claro que ni siquiera la soportaba.
A veces quería pensar que quizás sentía culpa por haberla abandonado—o quizás no, quizás no sentía nada.
Tal vez solo quería seguir teniendo poder sobre todos los jodidos aspectos de su vida. A lo mejor se dio cuenta de que a ella no había podido controlarla, y ahora luchaba por enmendar ese error.
—Mi padre está aquí.
Sintió que su garganta ardía en llamas, que sus cuerdas vocales se habían llenado de espinas, y ni siquiera se había percatado de lo fuerte que estaba sujetando la mano de Pedri hasta que el chico le acarició los nudillos con la yema del pulgar, tratando de relajarla.
—Ey —la llamó él. Al darse cuenta de que Nora no reaccionaba, de que sus ojos seguían adheridos al coche de Miguel, Pedri tiró de su brazo con suavidad, acercándola a él. Posteriormente, acunó la mejilla de la chica con su mano libre, inclinando su rostro hasta encontrar su mirada—. No voy a dejar que se te acerque.
Las comisuras de Nora se elevaron en una pequeña sonrisa, rota pero sincera, al notar el fuego que envolvía a las pupilas del canario—aquel que aparecía cada vez que le contaba algo nuevo sobre su padre. Pedri estaba al tanto de todo, y la morena sentía que su corazón se derretía cuando lo veía apretar la mandíbula ante la mera mención de Miguel.
—No quiero que te metas en problemas con el club. —Nora suspiró, jugueteando con la corbata de Pedri en un intento por calmar sus nervios—. Recuerda que él es el jefe del equipo médico...
—Ya sabes que eso me da igual.
—Pero a mí no —insistió la morena—. Vera me ha contado que es muy amigo de Laporta; lo último que necesito es que le hable mal de ti o que... o que haga cualquier cosa con tal de vengarse.
El silencio de Pedri actuó como respuesta.
Y es que Nora tenía razón: para un jugador nunca era bueno meterse en los asuntos internos de su club—asuntos en los que a veces valían más las conexiones que el talento. Claro que Miguel Crespo seguía siendo un excelente médico a pesar de ser una terrible persona, pero... si mantenía un puesto tan alto, incluso cuando algunos miembros del staff médico se quejaban de su carácter, era por las amistades que mantenía con los altos cargos del Barça.
A pesar de reconocer que la morena estaba en lo correcto, Pedri rechistó un par de veces más, asegurando—tal y como ya lo había hecho en el pasado—que algún día perdería la paciencia y terminaría contándole a Laporta la verdad sobre su médico estrella. Sin embargo, acabó tirando la toalla cuando Nora le prometió que ya estaba lista para entrar y que no iba a permitir que aquel hombre le arruinara la noche. El chico cedió, mas se encargó de entrelazar sus dedos con especial firmeza, como si su mano fuera un ancla, y ella no necesitó nada más para convencerse a sí misma de que la presencia de su padre no tenía por qué afectarla.
Para su buena suerte, la cena empezó de maravilla.
No solo tuvo la dicha de percatarse de que su padre ni siquiera se sentaría en su mesa—donde cenarían los jugadores y sus respectivas parejas—, sino que tampoco tardó en sumergirse en el cálido ambiente que reinaba entre los invitados.
Bromas y risas saltaban desde cada esquina de su mesa, e incluso aquellos jugadores que no conocían del todo bien el idioma encontraban distintas formas de participar en la conversación. Xavi y el resto de técnicos recibían elogios por haber llevado al Barça hasta la primera posición en la Liga, Laporta era festejado por todos los miembros del staff, y Luis Enrique—quien también había sido invitado a modo de despedida, puesto que su partida de la Selección había sido anunciada la tarde anterior—había sido homenajeado tanto por su trabajo en La Roja como por su antigua labor siendo entrenador del Barça hacía unos años.
Llevaba ya varios meses trabajando para el Barça, sabía que el club era como una gran familia, pero presenciarlo en persona todavía la sorprendía. Incluso las novias y esposas de algunos jugadores la recibieron con brazos abiertos; le preguntaron su nombre, su edad, de dónde era, la invitaron a comer y cenar en un futuro... y también mostraban especial interés por los secretos de su relación falsa. Muchas se habían enterado de aquel pequeño—no tan pequeño—detalle gracias a sus respectivas parejas, y querían saber cómo era que Pedri y ella habían pasado de la actuación a la realidad.
Claro que, cuando asumieron que el canario y ella ya eran una pareja oficial, Nora no supo cómo reaccionar.
Y es que... técnicamente no lo eran, ¿verdad?
Después de todo, Pedri y ella no habían hablado nada sobre etiquetas—la chica ni siquiera sabía si podía llamarlo "novio", si quizás todavía no habían llegado a aquella fase. Lo quería, por supuesto, y él también la quería a ella... pero Nora no había tenido ningún tipo de relación amorosa en su vida: no sabía si esas cosas debían formalizarse, hablarse de manera explícita, o si tal vez se suponían sin más. La verdad, sin embargo, era que la incógnita no la molestaba; sí, despertaba ciertas dudas, mas lo importante era que se sentía bien con Pedri, disfrutando a su lado sin preocuparse por nada más.
Finalmente, Nora decidió guardar aquel tema en un rincón vacío de su mente, optando por olvidarlo. Se la estaba pasando demasiado bien como para empezar a cuestionarse las cosas y, mientras veía al canario reír con sus compañeros, supo que lo único que quería era disfrutar.
Y claro que disfrutó, sobre todo porque no había visto a Miguel Crespo en toda la noche—quizás no había podido distinguir su silueta entre la gran cantidad de gente que abarrotaba el restaurante, o tal vez se había equivocado al pensar que el coche de afuera era el de su padre, aunque estaba segura de que el número de placa era el mismo... De cualquier forma, acabó bajando completamente la guardia para cuando el reloj marcó las diez de la noche.
En aquel momento, se hallaba en la terraza junto a Sira. Las dos habían decidido salir a tomar el aire en cuanto los chicos empezaron una intensa disputa sobre quién marcaría más goles el próximo año y, aunque les habían preguntado a Vera y Ana si querían acompañarlas, ambas prefirieron quedarse dentro, disfrutando de la calefacción. Sin embargo, ya afuera, Nora no sentía frío: la zona estaba vacía, pero llena de estufas y calentadores, por no mencionar que el abrigo que llevaba puesto y la copa de vino que tenía en la mano la ayudaban a luchar contra la brisa de invierno.
—Te noto diferente.
No se había percatado de la sonrisa bobalicona que llevaba tatuada en los labios hasta que Sira pronunció aquellas palabras, captando su atención.
—¿Diferente bien o diferente mal? —optó por preguntar. Luchó por bajar sus comisuras, mirando a la mayor con una ceja enarcada, pero sus intentos no sirvieron de nada: la sonrisa seguía intacta, y la risa de Sira la hizo aún más consciente de ello.
—Diferente bien —aclaró, pasando un brazo por detrás de los hombros de Nora —. Se te ve más... relajada. Más tranquila.
En un intento por ocultar su sonrojo, la morena le dio un largo trago a su copa.
Sira ni siquiera tenía que pronunciar el nombre de Pedri en voz alta para que Nora supiera que aquella conversación también lo involucraba—que era él quien la hacía sentir fresca, liviana, como si no existieran preocupaciones.
Nora volvió a escuchar la voz de Sira antes de que siquiera pudiera formular una respuesta.
—¿Estás feliz?
Levantó inmediatamente la mirada, topándose con la sonrisa cómplice que descansaba en el rostro de la chica. Algo le decía que Sira no necesitaba confirmación, que ya sabía la respuesta, pero... se percató entonces de que tampoco le habría molestado tener que gritarla a los cuatro vientos.
Sin embargo, solo asintió. Con el corazón desbocado, trepando poco a poco por su garganta, creía que no le saldría la voz.
Sira tampoco dijo nada—simplemente acercó su copa a la de la morena, invitándola a hacer un pequeño brindis. Ambas rieron, bebieron un trago de vino, disfrutaron del silencio; si la mayor llegó a escuchar los enloquecidos latidos de Nora, al menos decidió no mencionar nada al respecto.
—Te lo mereces. De verdad —murmuró la mayor tras unos cuantos segundos. Su expresión derrochaba sinceridad; sus ojos, por otro lado, brillaban con un deje de diversión, tal y como lo hacían los de su padre—. Apuesto que ahora mismo te estás muriendo de ganas de ir con él.
—No exageres, Sira. —Tan pronto como respondió, recibió una mirada acusadora por parte de la hija de Luis Enrique, así que tuvo que tirar la toalla—. Venga, vale, solo un poco...
—Pues ahí está. Todo tuyo.
Con un movimiento de cabeza—y con la misma complicidad de antes rodeándole sus pupilas—, Sira señaló las puertas de cristal que separaban la terraza del interior del restaurante.
La morena siguió la mirada de su amiga, topándose con la silueta de Pedri. El canario se hallaba de espaldas, conversando con otro hombre, y entonces Nora se percató de que curiosamente estaban apartados del resto del grupo y...
La copa casi se le cayó de las manos cuando se dio cuenta de que el hombre con el que Pedri estaba hablando era Miguel Crespo.
Nora no alcanzaba a ver el rostro del chico desde su posición, pero pudo suponer que no estaba contento al ver lo recta que tenía la espalda, lo rígido que parecía. Su padre, por otro lado, tenía una sonrisa torcida en el rostro, cínica y condescendiente.
Verlo cerca de Pedri no le hacía ni putísima gracia.
Sintió entonces que Sira le sacudía el hombro, como si hubiese notado el cambio en su expresión: —Ese es tu padre, ¿no?
Sí. Lastimosamente, sí lo era.
Le costó, sin embargo, abrir la boca para contestar, pues tenía la mandíbula férreamente apretada, la boca seca, cientos de emociones a flor de piel. Tenía tantas cosas en la mente; palabras que decir, insultos que esperar y rabia que soltar. Nora había aprendido a controlar su ira con el paso de los años, pero a veces perdía las riendas—a veces la impotencia era demasiado fuerte, a veces estallaba, y, en aquel momento, comprendió que no sería capaz de permanecer impasible mientras su padre siguiera allí, irrumpiendo en su pequeña burbuja.
Ni siquiera fue consciente de sus propias palabras cuando le dijo a Sira que necesitaba resolver un asunto, ni mucho menos en qué mesa fue que dejó la copa de vino una vez volvió al interior del restaurante.
Su único objetivo era interrumpir la conversación, alejar a su padre del canario lo antes posible y seguir con su día como si nada hubiera pasado.
Así pues, se detuvo a un lado de Pedri, mirándolo a él y solo a él. Hizo todo lo posible por ignorar a Miguel mientras posaba una mano en el brazo del canario, tratando de llamar su atención. Sin embargo, justo cuando iba a llamar su nombre, preparada para inventarse alguna excusa que los permitiera escapar de ahí, su padre se dirigió a ella.
—¿Se puede saber dónde te habías metido?
Indignada, parpadeó una, dos, tres veces, preguntándose si realmente aquello era lo único que a su padre se le había ocurrido decir tras tantos días sin verla. No obstante, no tardó en recordar el tipo de persona con el que estaba tratando; las facciones de Miguel estaban cubiertas por una gruesa capa de rabia, la observaba como si no valiese nada, y ella no pudo hacer otra cosa más que elevar el mentón en un gesto desafiante, forzándose a mantenerse firme.
«No me voy a romper», se repitió mentalmente, una y otra y otra vez. «No me voy a romper».
—Eso es lo que me hubiera encantado saber cuando te fuiste de casa.
Nora se cruzó de brazos, dejó la frente en alto, permaneció estática incluso cuando su padre tensó la mandíbula. Lo que empezó como un intento por evitar confrontación, acabó convirtiéndose en una tormenta de veneno en cuestión de segundos.
Percibió entonces, en medio de todo el caos, la calidez de una palma en su cintura—un agarre conocido, seguro, reconfortante, pero también férreo, cargado de enfado contenido.
—Usted ha venido a hablar conmigo, señor Crespo. —El tono de Pedri era gélido, tan gélido como el semblante que llevaba tatuado en el rostro. El simple hecho de escucharlo hablar así, con tal seriedad y solidez, la dejó ciertamente sorprendida; su tacto, sin embargo, le recordó que él estaba ahí para ella, que no iba a dejarla sola—. No la meta en esto.
—Así que la defiendes —murmuró Miguel, soltando una carcajada incrédula. Seguidamente, se dedicó a escanearlos con la mirada, calculando sus siguientes palabras antes de volver a centrarse en Pedri—. ¿Por qué? ¿Qué ha hecho ella por ti? Además de dañarte la reputación, claro está...
—¿Se puede saber por qué cojones querías hablar con él? —la morena lo interrumpió con fiereza.
—Para ver si así podía averiguar de una puta vez dónde cojones estaba mi hija —espetó el hombre. Sus ojos viajaron hacia la cintura de la morena, donde todavía descansaba la mano de Pedri; cuando notó que el canario la sujetaba con cada vez más firmeza, como si aquello lo ayudara a contenerse, Miguel enarcó las cejas en una expresión de desagrado—. Ahora sé la respuesta.
Nora sintió que la sangre le hervía; que se acumulaba en sus oídos, en sus ojos, que de pronto el mundo se tornaba rojo—rojo como la ira, como el rencor acumulado, como el coraje que la atacaba cada vez que se permitía pensar en todo lo que no había tenido la oportunidad de decirle a su padre o en el dolor que había causado.
Supo que estaba a punto de reventar. Quería reventar.
A pesar de ello, se forzó a echarle un cuidadoso vistazo a sus alrededores, asegurándose de que no hubiera nadie presente. Notó entonces que estaban estratégicamente situados en una zona donde ningún invitado podría verlos a no ser que saliera a la terraza, donde ya no quedaba nadie tras la partida de Nora y el regreso de Sira al interior del restaurante; supuso que Miguel, quien siempre iba un paso más adelante, se había encargado de buscar el lugar perfecto para acercarse a Pedri sin llamar la atención.
«No me voy a romper», volvió a cantar tu conciencia.
Ahora era su turno de hablar. Hablar de verdad.
—Puedes dejarme en paz, ¿sabes? —comenzó entonces. Creyó que su voz sonaba diferente, tal vez ahogada, mas se obligó a seguir adelante—. No te necesito, y sé que tú tampoco me necesitas a mí. —Dio un paso hacia adelante, cruzándose de brazos mientras enfrentaba directamente a su padre. La mano de Pedri había caído de su cintura, pero todavía podía sentir sus atentas pupilas clavadas en ella, cuidándole las espaldas—. Llevo años cuidando de mí misma, sé tomar mis propias decisiones.
—No, no sabes —contraatacó Miguel en un tono despectivo—. No usas la cabeza, Nora, y el desastre mediático que vosotros dos habéis desatado en el club es una clara prueba de ello. —Antes de continuar, le lanzó una mirada cargada de superioridad al futbolista, dedicándole sus siguientes palabras—. Créeme, esta cría va a terminar arruinando tu imagen antes de que te des cuenta...
—Vuelva a hablar así de ella y a lo mejor le parto la cara, señor.
La respuesta de Pedri fue rápida, concisa, feroz. La morena volteó a verlo con de manera instintiva, aguantando el aliento mientras lo veía avanzar hacia el médico. Pedri y Miguel medían más o menos lo mismo, pero, en aquel momento, el aura que emanaba el canario lo hacía parecer más alto que su padre.
Nora nunca pensó que Pedri González, el mismo que siempre estaba dispuesto a sacar a sus compañeros de cualquier posible pelea en el campo, llegaría a amenazar a alguien con un jodido puñetazo.
En un principio, supuso que solo estaba exagerando—que, aunque estaba enfadado, simplemente había hablado en caliente, pues el Pedri que conocía jamás se atrevería a levantar los puños. No obstante, la manera en la que habló entre dientes, con aquel dejé protector envolviéndole las pupilas, la hizo dudar por un instante.
El propio Pedri pareció darse cuenta de su feliz tras unos instantes, bajando ligeramente la guardia tras dedicarle una última mirada a Miguel. Con el semblante suavizado, el canario optó por ver a Nora, comunicándose de aquella manera silenciosa que solo ellos podían entender.
«¿Quieres que nos vayamos?», preguntaban sus ojos, y Nora estuvo tentada a decir que sí, a mandarlo todo a la mierda y retomar el plan original, pero sentía que sus pies se hallaban adheridos al suelo, que todavía tenía demasiadas cosas que soltar.
Ni siquiera pudo contestarle, sin embargo, pues Miguel interrumpió el intercambio.
—A ver, Nora, ¿por qué no le dices a tu perro guardián que nos deje hablar a solas?
—Porque quiero que vea la clase de persona que eres.
La morena respondió de manera instantánea. Sin frenos. Corazón en la manga, ira en la garganta. Cada vez que Miguel involucraba a Pedri, la furia bombeaba con más fuerza.
—Muy bien, pues que lo haga. —El rostro del médico se tornó más serio, más severo, y Nora supo de inmediato que se estaba preparando para hacer daño, para darle en sus puntos más débiles—. Ya veremos qué pasa cuando por fin te des cuenta de que estás tirando tu vida a la basura. La música no te va a llevar a ningún sitio, Nora... Te traje a Barcelona para ofrecerte un camino seguro; eres tú quien no quiere aceptarlo.
Nora bufó, sacudiendo la cabeza con incredulidad.
¿Acaso Miguel insinuaba que estaba siendo piadoso con ella? ¿Que debía ser más agradecida, aprovechar las oportunidades que le daba?
Prácticamente había dicho que sus sueños no valían nada... ¿De verdad estaba tan ciego? ¿No se daba cuenta del daño que hacían sus palabras, de que dolían como balas? ¿De que forzarla a seguir una ruta que ella ni siquiera deseaba jamás serviría de nada? Al fin y al cabo, la había dejado caer, le había arrebatado la capacidad de confiar libremente en los demás, y ya no podía redimirse.
Comprendió entonces que su propio padre le daba asco.
Nora ya ni siquiera sabía si le apetecía reír, gritar, llorar...
No, llorar no. No iba a darle aquel gusto.
—¿Cuál fue el puto problema? —espetó entonces, derrochando impotencia. Habló entre dientes, con un maldito nudo en las cuerdas vocales, pero al menos halló la manera de detener el ligero temblor que se había apoderado de sus labios—. ¿Por qué te fuiste?
«¿Por qué me abandonaste?», gritaba también su mirada, pues recordaba perfectamente los primeros años tras la partida de Miguel—las veces que deseó tener una máquina del tiempo, para ver si aquello le permitía descubrir por qué quiso desaparecer de su vida.
Entendió que su padre sabía exactamente lo que estaba pensando en cuanto notó que se aferraba al silencio.
—Tú no eres mi padre —volvió a hablar, y sintió que se quitaba un enorme peso de encima al pronunciar aquellas simples palabras, que los ojos cristalizados y la pesadez en el estómago valían completamente la pena—. Gracias a ti, pasé años preguntándome qué cojones había hecho mal, tratando de averiguar por qué te fuiste sin decir nada. Gracias a ti, me cuesta querer y dejarme querer. Y no sé qué estás buscando con todo esto, no sé por qué de repente quieres ayudarme, pero... no va a servir de nada —continuó; voz más firme, menos temblorosa, pero también cargada de emociones, de dolor y despecho y de todo que llevaba enterrado dentro de su pecho—. Ni siquiera sabes qué es lo que yo quiero.
Nuevamente, Miguel permaneció callado.
Y aquello fue todo lo que Nora necesitó para comprender que necesitaba cerrar aquel capítulo.
Porque ya no quedaba nada más que escribir. Porque quizás ella misma se merecía un final.
—Supongo que algún día lo entenderé —apenas murmuró—. Que... que algún día te perdonaré.
Algún día.
Algún día desaparecería el rencor. Algún día respiraría con completa tranquilidad, sin el peso del pasado hundiéndole los hombros. Las heridas sanarían, se quedaría con los recuerdos y nada más. Y quizás todavía faltaba mucho tiempo para eso, pero, mientras se enfrentaba a los frígidos ojos de su padre, se prometió a sí misma que aquella sería la última vez que caminaría sobre sus dagas.
Aún no tenía las fuerzas suficientes para perdonarlo, y quería creer que aquello no estaba mal, que tenía permitido lamentarse por todo lo que Miguel Crespo le había arrebatado. Faltaba mucho que decir, cientos de preguntas y mensajes que ni siquiera se había atrevido a mandarle, mas al menos se sentía... ligera.
De repente, sintió la mano de Pedri posada en su brazo. Con la vista empañada por culpa de las lágrimas contenidas, la morena no fue capaz de leer su expresión, pero sí pudo escuchar sus palabras.
—Si no tiene nada más que decir, será mejor que se vaya.
El médico permaneció estático durante unos segundos. Se quedó allí, estancado, sin mostrar ni un solo ápice de emoción. Nora creyó que, por primera vez lo veía tragar en seco, que la máscara de indiferencia desaparecía por un mísero instante; sin embargo, cuando pensó que por fin iba a hablar, que tal vez iba a darle una respuesta, Miguel se guardó las manos en los bolsillos, se dio la vuelta, y se marchó sin decir ni una sola palabra.
«No me voy a romper. No me voy a romper».
No, no se iba a romper...
Pero Pedri la abrazó.
La atrajo a su pecho. Le permitió esconder su rostro en la tela de su camisa. La aferró a él con una mano en la nuca y la otra en su cintura, apoyó el mentón en su coronilla.
Y Nora se rompió, por supuesto que se rompió, porque llevaba demasiados años aguantando las ganas de quebrarse.
—No quiero llorar —farfulló, todavía oculta en el pecho de Pedri.
Hizo todo lo posible por contener un sollozo. Aguantó la respiración, clavó sus uñas en la camisa del canario, mordisqueó su labio inferior con todas sus fuerzas.
Se reprendió a sí misma al soltar un suspiro ahogado, temiendo que alguien pudiera escucharla—que Pedri pudiera escucharla.
—Cariño... —El chico la llamó en un susurro—. Puedes llorar. —La sostuvo con más firmeza, con más seguridad; le aseguró con sus brazos que no iba a largarse a ninguna parte, que no iba a abandonarla—. Puedes llorar —repitió contra su pelo.
Quizás fue la manera en la que pasaba sus dedos por su cabello, acariciándole la nuca; tal vez fue el reconfortante aroma de su colonia, o la dulzura de su acento susurrándole palabras de aliento al oído... Fuera lo que fuera, Nora se permitió soltar la primera lágrima, y la siguiente, y luego unas cuantas más, hasta que creyó que su pecho por fin se despejaba.
Y se sintió bien. Se sintió bien.
𓆩 ♡ 𓆪
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oo. ▇ ‧‧ . ༉‧₊˚ 𝒂𝒖𝒕𝒉𝒐𝒓'𝒔 𝒏𝒐𝒕𝒆 ... ❜
después de mucho tiempo... aquí está el capítulo que les debía.
quiero empezar diciendo que lo siento muchísimo por la falta de actualizaciones, pero con la universidad apenas me ha dado tiempo de respirar—de hecho ahora también estoy estudiando, pues tengo exámenes finales el 8 de enero. de cualquier forma, quiero que sepan que esta historia siempre estuvo en mi mente y que me moría de ganas por escribir este capítulo; además, es muy especial para mí ya que hace apenas un día «HEARTLESS» cumplió un añito en esta plataforma, y créanme que nunca pensé que llegaríamos está aquí. ♡
así pues, quería agradecerles su apoyo con un capítulo movidito JAJAJJA. pasaron muchas cosas, pero espero que les haya gustado todo el contenido, desde las interacciones de Nora y Pedri hasta el enfrentamiento con su padre. como siempre, me encantaría que me dejasen sus opiniones en los comentarios ¡!
para mí fue particularmente especial la última parte, ya que por fin nuestra niña se permitió desahogarse y ser vulnerable. díganme qué es lo que más les gustó a ustedes.
para la siguiente parte solo diré que a Pedri y Nora les toca celebrar las navidades, además que el año 2022 se está acabando para ellos y nuestra niña todavía no ha cumplido los diecinueve, así que ese día tiene que llegar... (;
en fin, esto es todo por hoy. me despido diciendo que estoy orgullosa de Nora por haberle dado la cara a Miguel. además, quería comentarles que la canción "emails i can't send" de sabrina carpenter me ha ayudado a escribir este capítulo así que ESCÚCHENLA YA... y por supuesto también "daddy issues" de the neighbourhood jiji.
les mando un beso y un abrazo enorme.
¡dejen un comentario, voten y compartan! ♡
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