𝟎𝟏𝟑. snow on the beach
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𝟎𝟏𝟑. snow on the beach
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𝐄𝐋 𝐏𝐀𝐑𝐓𝐈𝐃𝐎 𝐂𝐎𝐍𝐓𝐑𝐀 𝐂𝐎𝐒𝐓𝐀 𝐑𝐈𝐂𝐀 estaba siendo un absoluto festival de alegrías para España.
Los minutos transcurrían entre aplausos y sonrisas por parte de los aficionados que llevaban la bandera española pintada en la cara. La Selección mantenía el control y la posesión dentro del campo, dejándose la piel en cada minuto y demostrando que, a pesar de haber sido juzgado como un equipo de niños por parte de la prensa nacional, tenían la capacidad de hacer cosas grandes. Tras el séptimo gol, la morena empezó a creer que el hermano de Ana—Marcos, a quien por fin había podido conocer tras encontrar a la rubia entre la multitud—acabaría estallando de felicidad si el equipo llegaba a marcar otro más; Vera y Sira, por su parte, se hallaban sentadas al lado del chico, comentando las jugadas con el mismo ímpetu.
Nora prefería observar en silencio, con una discreta sonrisa tatuada en sus labios. Se encontraban sentados en primera fila, cerca del campo, por lo que sus ojos tenían absoluta facilidad para seguir la silueta de cierto canario.
Fue un codazo en su costado lo que la trajo de vuelta a la realidad. Se topó con la sonrisa de Ana, quien se acercó un poco más para poder hablarle en voz baja.
—Habéis arreglado las cosas, ¿no?
Una chispa de complicidad brillaba en los cristalinos iris de su amiga.
No tuvo que decir nada más para que Nora supiera exactamente a quién se refería.
Apretó los labios en una fina línea, preparando su respuesta bajo la atenta mirada de Ana. Después de todo, había sido ella quien le había dicho a Pedri que lo mejor sería mantener su extraño pacto como algo secreto; sin embargo, sabía que la rubia se acabaría enterando de una u otra manera, por lo que ocultarlo no serviría de nada.
—Pues... hemos llegado a un acuerdo —se limitó a decir, asegurándose de que Vera, Marcos y Sira siguieran distraídos antes de continuar. Si se guardaba los detalles para sí misma, exponer el trato que había hecho con Pedri no tendría por qué ser tan malo—. Hasta el final del Mundial.
Sus últimas palabras le dejaron un extraño sabor de boca, pero optó por restarle importancia.
Mientras tanto, los dedos de su mano izquierda jugueteaban con la pulsera que llevaba en la contraria, como si eso fuera suficiente para ayudarla a olvidar el encontronazo que había tenido con su padre antes del partido. Estar en un ambiente tan vivo y colorido como lo era el del Estadio Internacional Khalifa en un día como aquel le había permitido desconectar parcialmente de la conversación que habían mantenido; aun así, sus palabras seguían clavadas en sus hombros.
La expresión de Ana adquirió un matiz de curiosidad adicional: —Así que... ¿Ahora sois como amigos con derecho?
—Algo así, supongo.
—¿Y después?
—¿Después qué?
—Después del Mundial —aclaró la rubia. Hizo una pausa, posando una mano sobre la de Nora—. ¿Qué haréis cuando todo acabe?
De repente, el barullo del estadio se convirtió en un eco de fondo, un zumbido casi imperceptible—solo podía escuchar la pregunta de su amiga botando contra las paredes de su mente. Mentiría si dijera que no se había planteado la misma duda en las últimas horas, pero, cada vez que eso pasaba, hacía todo lo posible por ignorarla; al fin y al cabo, se suponía que estaba luchando por dejarse llevar, que pensar era completamente incompatible con lo que ahora compartía con Pedri.
La respuesta era nada. No pasaría nada. Se acabaría y punto, y ambos podrían seguir con sus vidas sin dar explicaciones.
No le dio tiempo a reparar en el salto de advertencia que dio su corazón, ni mucho menos en la asfixiante presión que amenazó con cerrarle la boca del estómago, pues el estadio entero rugió emocionado cuando Pedri González se encargó de marcar el octavo gol para España.
Nora ni siquiera pudo presenciar la jugada, pero sus ojos fueron directamente hacia el canario, encontrándolo de manera instintiva. Lo vio celebrar, correr por el campo mientras Gavi saltaba sobre él sin una pizca de cuidado y Morata le revolvía el cabello en un gesto cariñoso. Lo vio levantar la mirada, buscando a alguien entre las gradas hasta que finalmente se detuvo en ella, y lo vio besar la pulsera de cuero que le envolvía la muñeca, alzando el brazo para señalarla entre el público.
La chica soltó una risita incrédula, aplaudiendo en su asiento mientras los aficionados que la rodeaban se levantaban para ovacionar al futbolista canario. Incluso con millones de ojos puestos sobre él, y a pesar de la multitud y el sofocante ambiente de celebración, la mirada de Pedri la hizo sentir como si estuvieran a solas. El gol quedó en un segundo plano, sus pensamientos se apagaron, y, aunque una imperante vocecita en su cabeza insistía en recordarle que en aquel instante solo estaban actuando—que eran la "parejita estrella de la Selección", y que todo lo que hicieran en ese momento tenía el único objetivo de elevar su jodido show mediático—, las líneas entre lo real y lo falso empezaban a mezclarse.
Sintió la mirada inquisitiva de Ana quemándole el perfil. Giró a verla finalmente, aclarándose la garganta en un intento por volver a centrarse. La rubia no dijo nada, limitándose a enarcar una ceja; Nora, por su parte, sucumbió ante la necesidad de romper el silencio.
—No se lo digas a nadie, por favor —le pidió, refiriéndose a lo suyo con Pedri—. Es que no sabría cómo explicárselo a los demás y... ahora mismo no quiero preocuparme por nada más.
Para su sorpresa, fue la última parte de su pequeño monólogo lo que logró sacarle una sonrisa a Ana.
—Seré vuestra única cómplice —respondió con diversión—. Vale, no voy a hablar más del tema, pero solo si me prometes que vas a seguir sonriendo así.
La chica dejó escapar una carcajada nerviosa, llevando un mechón de cabello detrás de su oreja: —¿Así cómo?
—Como cuando lo ves a él, tonta.
Puso los ojos en blanco de forma casi mecánica, tratando de restarle importancia a las palabras de su amiga. Aun así, la delataban las mejillas rojas, la sombra de un par de hoyuelos a los costados de sus comisuras, y el rastro de una chispa que antes carecían sus ojos.
Finalmente, el partido acabó en el minuto noventa y cinco.
Nora abandonó su asiento en el minuto noventa y tres, asegurándose de llegar al túnel de entrada y salida de los jugadores antes de que acabara el partido. Luis Enrique le había pedido que estuviera presente en aquella zona, pues las cámaras estarían especialmente activas durante los momentos posteriores al juego y Pedri y ella debían aprovechar la oportunidad para lucirse frente a los periodistas; tras el ocho a cero a favor de España, no habría nada mejor que acabar el día con unas cuantas imágenes jugosas para la prensa rosa.
Era el minuto noventa y siete, los jugadores empezaban a abandonar el campo, y aquella sonrisa de la que le había hablado Ana seguía adherida a su rostro.
Y fue el mismo chico que la había causado quien se encargó de borrarla, estampando sus labios con los de Nora tan pronto como la encontró allí, al final del túnel.
La morena casi perdió el equilibrio ante la fuerza del primer impacto. No pudo hacer más que aferrarse a la camiseta del chico, trastabillando hacia atrás hasta que Pedri por fin la detuvo, anclándola a su lugar.
¿Cómo cojones podía tener tanta energía después de haber estado corriendo durante noventa jodidos minutos?
Tuvo que ponerse de puntillas para tratar de seguirle el ritmo como buenamente pudo, luchando por igualar la intensidad de su euforia. Podía escuchar al resto de jugadores celebrando de fondo—algunos incluso silbando y pitando en su dirección, pues Pedri había sido de todo menos discreto con su súbito ataque. Nora apenas se había separado en un intento por recuperar el aliento cuando vio que el canario levantaba un brazo de su cintura para mostrarle su dedo corazón a Ferran, quien se dedicaba a exclamar comentarios sugerentes antes de ser arrastrado por Busquets hacia el interior del vestuario.
Ella tan solo pudo fijarse en que los ojos de Pedri seguían clavados en su rostro.
—Estás loco —murmuró en un hilo de voz. Se sujetó a los bíceps del castaño en un intento por estabilizarse, con la respiración entrecortada y el corazón arremetiendo como un martillo contra sus pobres costillas.
Solo entonces, recordó que no estaban a solas, y que su deber consistía en darle un espectáculo a la prensa. Por el rabillo del ojo, pudo distinguir a algunos periodistas apuntando las cámaras en su dirección—micrófonos alzados como armas letales, cientos de preguntas acumuladas en la punta de sus lenguas. Sabía bien que era momento de actuar, pero Pedri la había dejado hecha un cuadro, por no mencionar el hecho de que aquella muestra de afecto tan pública, tan obvia y directa, la había tomado por sorpresa.
Se habían limitado a fingir abrazos íntimos en los últimos meses, miradas y caricias ensayadas, pero debía recordar que el patético límite de "cero besos" había sido quebrantado hacía ya un tiempo, incluso detrás de las cámaras.
—Loco no —respondió él. Tenía las mejillas rojas, como cada vez que salía del campo tras un arduo día de partido, y el manto de euforia que iluminaba a sus grandes ojos lo hacía lucir incluso más etéreo, más irreal—. Solo hago lo que nos ha pedido el míster.
La morena contuvo una carcajada mientras le echaba un vistazo a Luis Enrique por encima del hombro de Pedri. El seleccionador trataba de apaciguar a los periodistas, pidiéndoles un par de minutos antes de comenzar con la ronda de preguntas.
—Se te da bien actuar —vaciló entonces, retomando la conversación al sentir que los pulgares de Pedri dejaban caricias secretas en la curvatura de su cintura.
—Soy todo un profesional. —El chico se encogió de hombros con fingida inocencia. Hizo una breve pausa, relamiéndose los labios mientras su mirada bajaba brevemente a los de Nora, antes de volver a sus ojos—. ¿Te ha gustado mi gol?
—Bueno, yo creo que los siete anteriores han estado mejor... El tuyo fue por pura suerte.
—No juegues con fuego que te quemas, listilla.
Las comisuras de Nora volvieron a extenderse en contra de su propia voluntad. Sus ojos brillaron con un deje de travesura, tal y como solían hacerlo los de Pedri; el chico pareció percatarse de ello, y entonces sus pupilas fueron envueltas por un par de llamas inquietas, vivaces y coloridas.
La atrajo hacia él, apoyando su frente contra la de Nora.
Ella tan solo pudo atrapar su labio inferior entre sus dientes, luchando contra su propia sonrisa. De pronto, sentía unas inmensas ganas de decirle algo, de obligarlo a recordar que su trabajo en el partido había sido impecable, vital, necesario. No sabía por qué, pero parecía que la energía del canario había contagiado su sistema, llenándole el pecho de una profunda sensación de orgullo y felicidad y emoción en estado puro—como si ella misma hubiera jugado en aquel campo, como si un triunfo de Pedri también fuera su triunfo.
La necesidad era casi... abrumadora, y también absolutamente nueva. Estaba acostumbrada a velar por sus propios objetivos, pues nadie jamás se había preocupado por los suyos. Aun así, estaba tan cegada por la magia del momento que, por una vez, quiso dejar atrás el miedo a lo desconocido.
—Has estado increíble, Pedri —empezó en un suspiro. Sus rostros seguían cerca, tan cerca que podía sentir la respiración del muchacho acariciándole la piel—. Es que no sé ni cómo describirlo; la manera en la que juegas, en la que guías al equipo en todo momento es... —Se detuvo por un par de segundos, tratando de buscar las palabras correctas; no pudo, sin embargo, pues tratar de explicar el talento de Pedri en voz alta era una tarea imposible—. Felicidades —murmuró entonces, con los enterrados en el corto cabello de su nuca—. Esto es solo el principio.
Él la observaba atento, con un deje de curiosidad detrás de su intensa mirada. Nora sintió la tentación de cerrar los ojos, de esconderse antes de que descubriera que hablaba con absoluta sinceridad, pero se mantuvo firme, incluso con el corazón en la garganta y un nudo en el estómago.
Tuvo la impresión de que el semblante de Pedri se suavizaba. Sin embargo, no le dio tiempo a analizar su expresión, pues Luis Enrique apareció en escena.
—¡Pedri! —llamó el seleccionador. El canario levantó la cabeza al instante, encontrando al entrenador a un par de metros de distancia. Luis Enrique señaló a los periodistas, indicándole que se dirigiera hacia ellos con un ademán de su mano—. Venga, vas tú.
El chico asintió, mas no acató las órdenes de manera inmediata. De pronto, la morena notó que sus iris se oscurecían, como si hubiera recordado algo que no le gustaba.
—Lo de tu padre...
Los músculos de Nora se tornaron tan rígidos como los de una estatua.
Sabía que el cambio en su postura era evidente, que no había tenido las fuerzas suficientes para camuflar su reacción. Aun así, trató de repararlo al instante, obviando la manera en la que los brazos de Pedri la sujetaban con un poco más fuerza.
No, no esperaba que el canario dejara escapar el asunto de su padre. Pedri se quejaba de su terquedad, pero podía llegar a ser tan obstinado como ella; aunque el chico tan solo había presenciado un mínimo atisbo de lo que realmente era su relación con Miguel Crespo, estaba claro que no iba a olvidar el tema.
Aun así, no creyó que aquella situación siguiera rondando en su mente durante un momento como ese.
Nora tomó aire, sintiendo que su pecho se encogía más de lo necesario, que sus alarmas se disparaban ante la mera idea de contarle a alguien más lo que había vivido en los últimos años.
No obstante, el deje de preocupación que creyó detectar en el rostro de Pedri, detrás del ceño fruncido y el semblante firme, logró ablandarle el corazón. Y es que todavía recordaba claramente aquella noche en la casa de Ferran, cuando le habló del problema del alcohol de su madre y él la escuchó, incluso cuando ella todavía se empeñaba en alejarlo.
—Te lo contaré luego —habló finalmente, atravesando el nudo que le apretaba la garganta—. No pienso arruinar este día.
—Que no vas a...
—Ni para ti ni para mí —lo interrumpió con firmeza. Bajó sus manos por los brazos del chico, hasta sujetar las suyas; sin darse cuenta, su dedo índice acabo debajo de la pulsera de cuero que el canario llevaba en la muñeca, jugando con los hilos en un gesto inconsciente—. Ahora no. Pero te lo contaré, ¿vale?
Le tomó un par de segundos, pero Pedri por fin tiró la toalla. Asintió en silencio y, aunque no lucía completamente convencido, por fin la soltó.
El canario le dedicó una última mirada, y Nora tuvo la impresión de que se estaba asegurando de recordarle que no se encontraba dispuesto a olvidar el tema. Sin embargo, no dijo nada; se dirigió al periodista que Luis Enrique le había indicado, y no tardó en adoptar la fachada tranquila, amable y confiada con la que solía dirigirse a la prensa.
Ella tan solo pudo centrarse en la tarea de dejar de mirarlo.
Hizo todo lo posible, disponiéndose a saludar a unos cuantos miembros de la Selección. Abrazó a Gavi, quien no podía estar más feliz tras haber sido nombrado MVP del partido; charló brevemente con Nico Williams, con Morata, con Balde y Rodri. Aun así, de vez en cuando, su mirada viajaba hacia el futbolista canario que seguía respondiendo a las preguntas de la prensa.
Sus ojos se encontraron en unas cuantas ocasiones—más de las que a ella le hubiera gustado reconocer. Era Nora quien apartaba la cabeza primero, disimulando en vano, y Pedri ni siquiera se molestaba en ocultar la diversión en su sonrisa.
Justo en uno de aquellos momentos, cuando volvía a caer en la tentación de fijarse en el canario, Luis Enrique se acercó a ella.
Tardó un par de segundos en notar su presencia. No obstante, tan pronto como se percató de que el seleccionador estaba a su lado—y que probablemente la había visto repasando a Pedri con la mirada—, enderezó la espalda de manera instintiva, tratando de aparentar profesionalidad.
El hombre no dijo nada en un principio. Tenía los brazos cruzados, los ojos puestos sobre el futbolista que Nora había estado observando y, aunque las conversaciones con el míster jamás habían sido incómodas, los nervios empezaron a invadirla. Incluso cuando hablaban de temas más serios, como la logística de su relación con Pedri u otros asuntos de la prensa, los intercambios siempre eran divertidos y amenos.
No obstante, en esta ocasión, Nora presentía que Luis Enrique estaba maquinando algo, y no sabía si eso era algo bueno o malo.
—Lo has tenido hecho un lío desde que llegamos a Catar. —El entrenador finalmente rompió el silencio, señalando a Pedri con el mentón antes de continuar—. No te voy a mentir; estaba preocupado por el mago de mi equipo.
La morena parpadeó un par de veces, asegurándose de haber escuchado correctamente. La culpa no tardó en escalar por su esófago tan pronto como recordó lo que Pedri le había contado: que había estado distraído en los entrenamientos, que Luis Enrique le había echado la bronca en varias ocasiones. Su padre tampoco tardó en aparecer en su mente, mofándose de ella.
El seleccionador ni siquiera la había acusado de ser la responsable, pero Nora ya estaba preparando una disculpa.
Sin embargo, Luis Enrique siguió antes de que ella pudiera hablar.
—Luego me di cuenta de que tú estabas exactamente igual, y creo que ya lo entiendo todo. —La chica tragó en seco, con las mejillas sonrojadas y una expresión avergonzada apropiándose de sus facciones; aquello tan solo pareció entretener al seleccionador—. No pongas esa cara, Nora, que no te estoy riñendo —rio—. Al final creo que ha sido algo bueno.
Ante aquellas palabras, la morena por fin pudo soltar todo el aire que había estado aguantando. Aun así, se dirigió al hombre con cautela: —¿Algo bueno?
—Sí, algo bueno —confirmó Luis Enrique. Mientras volvía a echarle otro vistazo a Pedri, una sonrisa cargada de orgullo se apoderó de sus labios—. Me dio varios dolores de cabeza, pero hoy me he dado cuenta de que está jugando mejor que nunca.
Ella tuvo que pretender que su corazón no daba un vuelco ante aquellas palabras.
—Pedri siempre ha sido especial en el campo —murmuró, haciendo lo imposible por ignorar la sonrisa cómplice que el hombre le dedicaba—, o al menos eso me han dicho desde que llegué al Barça.
—Ya, por supuesto. —Nora supo que el hombre fingía estar de acuerdo, pues pudo detectar el deje de sarcasmo en su tono—. Dejémoslo así... Solo diré que ese gol lo ha marcado por algo, o por alguien.
Nora bufó, sacudiendo la cabeza en señal de negación. Luis Enrique, por su parte, se limitó a poner una mano sobre su hombro.
Cuando los ojos del canario se posaron sobre ella una vez más, mientras se disponía a responder su última pregunta, el seleccionador no se molestó en camuflar sus carcajadas.
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—Necesito ayuda.
Admitirlo en voz alta fue quizás la parte más difícil.
Recibió miradas extrañadas por parte de Gavi y Ferran, quienes la conocían lo suficientemente bien para saber que Nora detestaba pedir ayuda. Ansu estaba ocupado, jugando una partida de FIFA junto a Balde mientras los demás observaban, pero, aunque sus ojos seguían fijos en la pantalla de la televisión, sus expresiones se tornaron confundidas.
—¿Quién eres tú y qué has hecho con nuestra Nora? —cuestionó Balde.
La morena tan solo pudo fruncir el ceño, resistiendo las ganas de poner los ojos en blanco. Adoraba a los chicos, pero no podía negar que tenían el poder de sacar a cualquiera de quicio, y ella—con su tremendísima impaciencia y lo mucho que le costaba deshacerse de su orgullo—no era la excepción.
—Lo digo en serio —insistió, acomodándose en el sofá donde se hallaban sentados—. Necesito vuestra ayuda, urgentemente.
—¿Por qué no se la pides a tu novio? —vaciló Ferran.
—Porque tiene que ver con su cumpleaños.
Aquella respuesta al menos logró captar la completa atención de los cuatro. A partir de ahí, Ansu y Balde pausaron el juego, y los chicos no tardaron en bombardearla con sus propias preguntas, tratando de averiguar qué tenía en mente.
Estaban a veinticuatro de noviembre—un día después de la victoria contra Costa Rica y la tarde anterior al cumpleaños de Pedri—, y ella aún no tenía ni puñetera idea de qué podía regalarle.
No era un secreto que el cumpleaños del canario tendría lugar durante el Mundial, pero Nora apenas se había enterado de la fecha exacta aquella misma mañana, cuando Gavi lo anunció en voz alta a la hora del desayuno. A partir de ahí, no había tardado en determinar que la mejor opción que tenía era recurrir a los chicos más cercanos a Pedri; encontrarlos había sido fácil, pues sabía que solían juntarse en la sala de juegos cada vez que tenían tiempo libre, y, para su buena suerte, su novio falso no se hallaba presente, pues estaba en la piscina junto al resto de sus compañeros.
No tenía el tiempo ni los recursos suficientes para prepararle un detalle decente, y tampoco contaba con el dinero necesario para darle algo que pudiera sorprenderlo. Después de todo, ¿qué cojones se suponía que debía regalarle a un futbolista, una persona que podía tenerlo todo a sus pies?
Ni siquiera sabía por qué sentía la necesidad prepararle algo especial... Técnicamente no le debía nada, pero el pensamiento llevaba carcomiéndola desde aquella mañana.
Quizás podía echarle la culpa a las veces que Pedri la había escuchado sin juzgar, o tal vez a las tantas ocasiones en las que se había empeñado en ayudarla a bajar la guardia. El canario siempre sabía qué hacer, qué decir, cómo sorprenderla de formas que Nora nunca hubiera imaginado, y estaba completamente segura de que ella no tenía ese superpoder.
—El problema es que te lo estás pensando demasiado —rio Ansu tras escuchar su dilema. Nora se sintió tentada a buscar una excusa, pero no fue difícil comprender que el chico tenía razón—. Tú ya sabes que Pedri es de todo menos materialista.
Nora no respondió.
Ansu tenía toda la razón.
No pudo evitar maldecirse a sí misma, con las mejillas rojas por la vergüenza. Había estado tan ocupada pensando en qué regalarle que había olvidado que Pedri era quizás el chico más humilde que conocía.
Después de todo, fue el canario quien de había borrado todos los prejuicios que Nora solía tener sobre los futbolistas y su supuesto afán por derrochar el dinero.
—Ahí tienes la respuesta —intervino Ferran—. Si es que seguro que Pedri se conformaría con pasar la noche contigo.
—¿Qué estás insinuando? —habló la morena entre dientes.
—Nada, nada —continuó el chico con fingida inocencia—. Solo pienso que podríais repetir lo que hicisteis el otro día en su habitación...
Oh, claro que no iban a dejar ir aquel tema.
Nora tendría que haberlo anticipado, aunque tampoco le sorprendía el comentario de Ferran.
Claro que los chicos no sabían que también había pasado la noche anterior con el canario, y que había vuelto a dormir de maravilla entre sus brazos. Se encargaron de ser más cuidadosos que la primera vez, escurriéndose cautelosamente entre los pasillos y pidiéndole a Vera el favor de guardar el secreto; aun así, los compañeros de Pedri no estaban dispuestos a olvidar el otro día tan fácilmente—cortesía de Eric y Vera, por supuesto, quienes no se cortaron un pelo a la hora de esparcir la noticia.
—Que no pasó nada, pesado. —Suspiró con cansancio, apartando la mirada en un intento por ocultar su sonrojo. No sabía cuántas veces lo había negado ya, pero comenzaba a pensar que ya nadie le creía; a pesar de ello, siguió adelante, optando por volver a lo importante—. Entonces no vais a decirme qué hacer, ¿verdad?
—Eso sería demasiado fácil. —Gavi, quien se hallaba sentado a su lado izquierda, pateó una de sus piernas en un intento por provocarla—. Usa la cabeza, Nora.
—Patéame otra vez y te patearé yo en las pelotas, niño —contraatacó la morena, devolviéndole el gesto.
—¿Tú? Si ni siquiera sabes patear un balón.
Justo cuando se preparaba para responder, sintió que un par de manos se posaban sobre sus hombros; sabía, sin embargo, que no podía ser ninguno de los chicos, pues todos estaban sentados junto a ella en el sofá.
Ni siquiera necesitaba voltear para saber de quién se trataba.
Conocía esas manos: cálidas, firmes y decididas—manos que siempre sabían cómo obtener exactamente lo que querían y cuando querían. Si la manera en la que la sujetaban desde atrás no hubiera sido suficiente para identificar a su dueño, entonces la forma en la que sus dedos rozaban sus clavículas, tamborileando un ritmo ligero y relajante, le habría dado la respuesta.
—Pues yo le enseño. —El acento canario de Pedri irrumpió en la estancia con su típico encanto. Nora no podía verlo desde su posición, pero, aún sin soltarla, el chico se dirigió a Gavi—. ¿Tú no tenías una cita con la princesa de España?
Pablo tan solo se limitó a mascullar un insulto, cruzándose de brazos como un niño pequeño. Los demás empezaron a reír, mofándose del menor por lo que había sucedido el día anterior después del partido; todos habían visto cómo el mismísimo rey de España le pedía exclusivamente a Gavi que firmara una camiseta de la Selección para su hija y, tan pronto como los rumores de que la futura heredera del trono podía tener una relación secreta con el jugador del Barça se esparcieron por las redes, el chico se convirtió en el blanco de las bromas.
Nora se tragó sus propias carcajadas, optando por echar la cabeza hacia atrás y apoyándola contra el respaldo del sofá.
Se encontró entonces con los ojos del canario, los cuales ya la estaban observando—los tonos marrones, los destellos dorados, las pestañas oscuras y largas. El chico le dedicó una de sus sonrisas ladeadas, y ella tuvo que emplear todas sus fuerzas para evitar que sus propias comisuras se estiraran. Notó de inmediato que Pedri todavía tenía el cabello mojado, por lo que probablemente había llegado a la sala de juegos directamente desde de la piscina, y no pudo evitar admirar la forma en la que algunos mechones caían despeinados sobre su frente.
El castaño se inclinó ligeramente hacia adelante, casi llegando al nivel de su oreja: —¿Qué dices tú? ¿No quieres aprender? —Su sonrisa se ensanchó, y Nora sintió que sus pulgares se acercaban cada vez más a la base de su cuello—. Yo sería el mejor profesor.
Nora resistió las ganas de dedicarle un comentario sarcástico, soltando un bufido mientras apartaba la mirada. Sus mejillas ardieron con más fuerza, conscientes de la forma en la que las manos del chico se asentaban con más firmeza en sus hombros.
Estaba claro que no pensaba moverse de ahí.
Sabía que no era tímido, y mucho menos con el contacto físico. Había formulado aquella hipótesis hacía ya un tiempo, basándose en lo mucho que el canario disfrutaba de hervirle la sangre; no obstante, en los últimos días, había podido confirmar que su novio falso era parecido a un imán: le gustaba hablar con sus manos, con sus brazos y sus labios, y no dudaba en atraerla hacia él cada vez que tenía la oportunidad.
Y también había descubierto que, a pesar de que nunca antes se había permitido disfrutar del tacto de alguien más, no le disgustaba.
Aun así, tomando en cuenta que los chicos del Barça todavía pensaban que lo que crecía entre ambos era falso—aunque que tampoco dudaban en insinuar lo contrario—, se suponía que Pedri ni siquiera debía tener la necesidad de rozarla; Nora, sin embargo, sabía que lo que estaba haciendo era torturarla aposta, solo por decidir ocultar lo que tenían.
El castaño quería ella perdiera, pero no estaba dispuesta a rendirse.
—Sí, claro. —Ferran rio sin disimulo—. Un profesor que le comería la boca a su alumna...
No pudo terminar, pues Nora le dio una colleja que lo obligó a callar.
—Hombre, tampoco lo descarto —añadió Pedri. Los labios de la morena cayeron entreabiertos, una expresión incrédula apropiándose de sus facciones; él, sin embargo, continuó con soltura, antes de que ella pudiera reñirlo—. Nunca se sabe si hay cámaras cerca.
«Cabrón», pensó Nora. Tan solo tuvo que volver a mirar hacia arriba para encontrarse con la mirada de Pedri, quien la observaba como un pillo.
Estaba a punto de apartar las manos del canario con el único fin de molestarlo cuando Sira ingresó a la estancia. De brazos cruzados, la novia de Ferran—quien últimamente había estado ocupada ayudando a su padre con algunos asuntos—le dedicó a Pedri una mirada acusadora.
—Joder, Pedri, ¿qué haces aquí? Que mi padre me ha dicho que tienes cita con el fisio dentro de nada.
El muchacho simplemente se encogió de hombros, dándole un ligero apretón a los de Nora: —Tenía que hacer una visita importante.
Sira acabó cediendo, estirando sus labios en una sonrisa divertida. Observó a Nora con un deje de complicidad, como si comprendiera exactamente a qué se refería Pedri, mas no dijo nada al respecto; en cambio, se limitó a recordarle a los chicos la importancia de las consultas con el fisioterapeuta de la Selección, el cual se encargaba de controlar que todo estuviera en orden con los jugadores de manera periódica.
Claro que los chicos entendían lo vitales que eran sus visitas al fisio, pero también les encantaba vacilar. Trataron de picar a Sira, quien a veces llegaba a comportarse como una madre, y Ferran no tardó en engatusarla, atrayéndola a su regazo tan pronto como la chica se acercó al sofá.
La hija de Luis Enrique se derritió en los brazos de su novio.
Nora no fue capaz de contener la pequeña sonrisa que se apoderó de sus labios al verlos juntos.
Sintió entonces que Pedri se acercaba más; el rostro del muchacho posicionándose al nivel del suyo, su respiración al ras de su oreja. Estaba a tan solo unos cuantos milímetros de rozarle el lóbulo con los labios cuando sus dedos rozaron un punto sensible en el cuello de Nora, paseándolos tentativamente por la zona. Aunque en aquel momento los chicos se encontraban distraídos, molestando a Sira y Ferran, la morena tuvo que morderse la lengua para evitar soltar un suspiro.
Cerró los ojos sin siquiera darse cuenta.
A decir por la ronca carcajada que escuchó cerca su oído, el canario estaba más que satisfecho con su reacción.
—Hoy también duermes conmigo, ¿no? —le preguntó en un susurro.
La voz de Pedri trató de endulzarle el oído. Sin embargo, por más tentadora que fuera la oferta, Nora no podía aceptarla; tenía que pensar en qué demonios hacer para su cumpleaños y, si no era por la noche, no sabía cuándo podría hacerlo sin que él se diera cuenta.
—Hoy no. —respondió, luchando por sonar lo más firme posible. Abrió los ojos, girando ligeramente la cabeza para poder mirarlo a la cara—. Tengo que acabar una canción. La productora quiere un adelanto.
Su excusa pareció lo suficientemente convincente, pero Pedri no lucía del todo conforme con su respuesta.
Fue entonces cuando una conocida chispa le iluminó las pupilas—la misma que le decoraba los ojos cuando tenía una idea, cuando su mente maquinaba un nuevo plan para salirse con la suya.
Ella sabía que, cuando esa chispa parecía, estaba absolutamente jodida.
—Nora va a acompañarme a la cita con el fisio —anunció el canario en voz alta.
No esperó ni un segundo para rodear el sofá, tomándole la mano y tirando de ella hasta obligarla a levantarse. Quiso protestar, pero Pedri comenzó a guiarla hasta la salida antes de que siquiera pudiera empezar a abrir la boca.
—¡No tardes en devolvérnosla!
El chico ni siquiera se molestó en contestar al comentario de Gavi, entrelazando sus dedos con los de ella en un agarre más firme. La morena se quejó un par de veces durante el camino, pero Pedri, quien lucía claramente entretenido, no respondió a ninguno de sus reclamos.
Nora se rindió más rápido de lo que le hubiera gustado admitir.
El resto del camino fue silencioso, y ella optó por concentrarse en el eco de sus pies chocando contra el suelo. Quiso igualar el ritmo de sus latidos al de sus pasos, pero fue una tarea imposible: su pulso iba demasiado rápido. Mientras veía a Pedri presionar el botón del ascensor, sentía la boca seca; él ni siquiera la veía, con aquella estúpida sonrisa atascada en sus labios, y Nora se vio forzada a recordar lo mucho que podía llegar a exasperarla.
Había aprendido a reconocer los momentos en los que la tensión se hacía más palpable entre ambos—cuando empezaba a manifestarse en la forma de una presión en su pecho, cuando sentía que podía tocarla con la punta de los dedos.
No cabía duda de que estaba presente en aquel instante.
Tras una tortuosa espera, finalmente ingresaron al ascensor. Pedri marcó una planta que ella no pudo identificar—pues estaba demasiado ocupada forzándose a sí misma a fijar la vista al frente—y, todavía sin hablar, se posicionó a su lado.
—Vas a dormir conmigo.
El muchacho rompió el silencio tras unos cuantos segundos. Todavía no había girado a verla, pero en su rostro destacaba la silueta de su sonrisa traviesa.
—Te haré cambiar de opinión —continuó con absoluta convicción. Seguidamente, dio los pasos justos y necesarios para colocarse delante de ella, inclinando la cabeza hacia abajo para poder mirarla a los ojos.
—¿Sí? —se mofó la morena—. ¿Y cómo piensas hacer eso?
—Bueno, —Pedri contuvo otra sonrisa, como si las palabras de Nora hubieran sido precisamente lo que quería escuchar—, puedo empezar por...
Actuó tan rápido, con tanta maestría y facilidad, que ella apenas pudo distinguir sus movimientos.
El chico había escurrido una mano alrededor de su cintura, llegando a su espalda baja sin previo aviso. Sus dedos actuaron con confianza, levantando ligeramente su top para poder meterse por debajo de la tela.
La atrajo hacia él de una forma tan tajante que acabó arrebatándole un suspiro, hasta que sus cuerpos terminaron completamente pegados. Mientras trazaban la zona, las yemas de Pedri dejaban surcos de lava en la piel de su espalda, ejerciendo la presión justa para ponerle los vellos de punta.
Ella ni siquiera se atrevía a moverse, perdida en las pupilas dilatadas del canario.
—Y luego puedo hacer esto.
Pedri continuó sin esperar respuesta, empujándola contra una de las paredes del ascensor. La encarceló con su cuerpo y, antes de que Nora siquiera pudiera percatarse, Pedri se hizo paso entre sus piernas, obligándola abrirlas con una de las suyas.
Cuando el chico presionó su rodilla contra su centro, sintió que su cuerpo entero se convertía en gelatina.
Nora apoyó las manos en la pared. Sintió la tentación de clavarle las uñas, de anclarse a ella en un desesperado intento por controlar sus reacciones. Sabía, sin embargo, que el canario era plenamente consciente de cada uno de sus movimientos, y no quería demostrarle lo mucho que estaba llegando a afectarla.
—Nos pueden ver, Pedri —jadeó en advertencia. Le echó un rápido vistazo a las puertas del ascensor por encima del hombro del castaño, comprobando que siguiera cerrada; aun así, sus ojos volvieron a los de Pedri de manera automática.
—Pues que vean —continuó, acompañado de otra de esas carcajadas roncas, graves y seductoras. Apoyó sus manos sobre la pared, a cada uno de los costados de la cabeza de Nora—. Sabes que yo no tengo problema.
El canario remarcó su mensaje con otro movimiento de su rodilla, la cual acabó más pegada a su centro. La presión creó una fricción deliciosa, desconocida y peligrosa; los labios de Nora cayeron entreabiertos mientras luchaba por encontrar su propia voz, pero solo podía concentrarse en el fuego que burbujeaba en la parte más baja de su estómago.
Todavía estaba luchando contra el nudo que le apretaba la garganta cuando las puerta se abrieron.
Y el cabrón se alejó con tanta naturalidad que Nora empezó a plantearse si quizás lo había imaginado todo, y si el errático subir y bajar de su pecho era real o imaginario.
Se quedó allí, estancada en el mismo lugar, con las piernas temblando y el corazón arrebatado. Lo vio alejarse sin moverse ni un pelo; el canario salió del ascensor como si nada hubiera pasado, con una postura relajada y las mismas manos que antes la habían atrapado guardadas en sus bolsillos.
Mientras tanto, ella trataba de calcular cuánto tiempo tendría que permanecer quieta antes de poder andar nuevamente con normalidad.
Pasaron unos cuantos segundos hasta que Pedri por fin se percató de su ausencia. Miró hacia atrás, encontrándosela todavía apoyada a la pared y, aunque lucía completamente compuesto, su rostro mostraba un brillo diferente.
—¿Vienes? —preguntó con fingida inocencia.
—Creo que voy a volver con los chicos —Nora apenas logró murmurar. Hizo lo posible por recomponerse, manteniendo la frente alta a pesar del calor acumulado en sus mejillas.
El castaño tan solo sonrió, repasándola una última vez con la mirada.
—Como quieras —concluyó entonces.
En cuanto las puertas del ascensor volvieron a cerrarse, Nora apoyó la cabeza contra la pared, soltando todo el aire que había estado aguantando.
Apenas la había tocado, pero aun así la había dejado hecha trizas.
Y todavía no sabía qué demonios iba a prepararle por su cumpleaños.
Al menos tenía claro en qué consistiría su venganza: ni de coña iba a dormir con él.
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Tres toques melódicos contra la superficie de la puerta, nudillos chocando contra la madera pintada de blanco. Un suspiro tembloroso, manos inquietas escondidas detrás de su espalda, la anticipación burbujeando en su pecho. A Nora no le gustaban los nervios, pero sabía bien que tampoco podía eliminarlos.
El cumpleaños de Pedri había transcurrido en un abrir y cerrar de ojos. Los miembros de la Selección festejaron sus veinte años con una tarta, coreando su nombre mientras el chico soplaba las velas. El canario—quien no dudó en reclamarle por no haber dormido con él a pesar de sus intentos por sobornarla—la convenció de asistir de manera presencial a los entrenamientos de aquel día y, posteriormente, Nora acompañó a los chicos a la piscina, donde terminaron de celebrar. A pesar de que su familia todavía no había podido llegar a Catar, y aunque tuvo que pasar la mayor parte de la mañana y de la tarde entrenando para el próximo partido, Pedri había sonreído durante todo el día, claramente satisfecho con pasar el rato con sus amigos.
Nora, por su parte, tuvo que esperar a que cayera la noche para poder empezar con su plan.
Cuando Pedri finalmente la recibió al otro lado de la puerta, con el pijama ya puesto y el pelo despeinado, se sintió como una niña pequeña e insegura. Sus dedos se aferraron con más fuerza al asa de la cesta que había preparado, preguntándose si de verdad estaba haciendo lo correcto, y no pudo evitar tragar en seco cuando los ojos del canario se pasearon por su silueta, acabando en su rostro con una mezcla de confusión y curiosidad.
—¿Se puede saber por qué estás tan guapa?
El vestido playero que Sira la había forzado a comprar aquella mañana se sintió súbitamente apretado; la tela clavándose en su piel bajo la intensa mirada del canario. Nora no acostumbraba a usar colores claros—sentía que la hacían resaltar demasiado—, pero la hija de Luis Enrique había insistido en que, si de verdad quería comprometerse a hacerle una sorpresa al canario, debía usar el color crema, casi blanco, que ella le había recomendado.
A juzgar por la forma en la que las pupilas de Pedri se dilataban bajo la luz del pasillo, Sira había estado en lo correcto.
La morena enderezó la espalda, tratando de lucir lo más tranquila posible mientras le dedicaba una pequeña sonrisa. Su sonrojo la delataba, pero ya había asumido que aquello era algo que no podía controlar.
—Vístete —le indicó con determinación—. Nos vemos en el lobby.
—¿Por qué...
—No hagas preguntas —lo interrumpió Nora, conteniendo su propia sonrisa—. Hazme caso, por favor.
Su ímpetu pareció entretener al muchacho, quien se despidió con un ligero asentimiento de cabeza, y la chispa juguetona que adornó a sus ojos justo antes de que cerrara la puerta acompañó a Nora en su camino a la recepción.
Tras poco más de cinco minutos de espera, el canario la encontró allí.
Estaba guapísimo—como siempre, en realidad, pero Nora creía que había una luz especial iluminándole el rostro. El tono moreno que había cogido su piel tras pasar varios días entrenando bajo el ardiente sol de Catar contrastaba deliciosamente con sus mechones cafés, por no mencionar lo atractivo y masculino que se veía cada vez que se dejaba la barba. Lucía impecable, vestido con unos pantalones cortos de color beige y una camisa blanca, y Nora no pudo evitar sentir un poco de envidia, preguntándose cómo demonios lograba verse tan bien sin ningún tipo de esfuerzo.
No admitió sus pensamientos en voz alta; sin embargo, intuía que el chico podía leerlos de todas formas.
Finalmente, el canario se dejó llevar sin poner ningún pero; claro que intentó echarle un vistazo a la cesta que Nora llevaba en la mano, incluso ofreciéndose a cargarla, pero ella no se lo permitió. Sin dar explicaciones, se atrevió a tomarlo de la mano, guiándolo por el paseo marítimo que rodeaba al hotel y que daba directamente con la playa.
La noche en Catar era preciosa, iluminada por los grandes y lujosos hoteles que rodeaban la zona y los preciosos locales turísticos, todos llenos de vida y colores. Nora jamás había pisado un lugar tan hermoso, por no mencionar que nunca había salido de España. No pudo evitar perderse en el paisaje, en los niños que vestían camisetas de sus jugadores de fútbol favoritos—pues la mayoría se encontraban de vacaciones para ver a sus países participando del Mundial—, y en los turistas que fotografiaban cada pequeño detalle, cada recuerdo.
En algún punto del camino, Pedri incluso tuvo que captar su atención, posando una mano en su barbilla para indicarle que se había quedado embobada.
Nora se excusó con rapidez, afirmando que estaba exagerando.
Claro que él no le creyó.
Más allá de eso, el trayecto fue ameno, completamente diferente a lo que los hubiera recibido si estuvieran paseándose por las calles de España; era tarde, la noche los ayudaba a pasar desapercibidos, y los turistas estaban demasiado ensimismados como para reconocer al canario.
Una vez llegaron al sector que Nora estaba buscando—una zona aislada de todo el barullo turístico, más tranquila y callada—, le pidió al chico que se quitara los zapatos. Lo arrastró hasta la arena, tiró de su brazo durante todo el camino mientras Pedri utilizaba diferentes tácticas para tratar de averiguar qué tenía planeado: preguntas indirectas, susurros cerca de su oreja, roces intencionados con los que buscaba ponerla nerviosa. Ella, sin embargo, se mantuvo firme, rogando que todo estuviera como lo había dejado.
Soltó un suspiro aliviado cuando localizó la manta tendida a las orillas del mar. Las velas que tenía pensado encender al llegar también seguían presentes, junto a las cuatro rocas que había utilizado para evitar que la tela saliera volando con el viento.
Tras dejar la cesta en el medio de la manta, la morena se dio la vuelta para enfrentar al canario.
—Feliz cumpleaños, Pedri.
Mordisqueó su labio inferior mientras se balanceaba sobre sus talones, luchando por contener sus nervios mientras esperaba atentamente a su reacción.
Fue entonces cuando reparó en su sonrisa de labios sellados, en la manera en que analizaba el pequeño panorama sin decir nada. No se atrevió a ver más, superada por la necesidad de justificarse.
—Es poco —empezó en voz baja—, pero no tenía suficiente tiempo para prepararte algo mejor y... y sé lo mucho que echas de menos Canarias, así que quise traerte aquí. Claro que esta playa no se compara con las de allí, pero al menos...
No fue capaz de terminar, pues los labios del canario se encargaron de interrumpirla.
El beso era intenso, como todos los que solían compartir, pero estaba cargado de algo diferente: un deje de ternura, de gratitud, de afecto en estado puro.
Nora había estado tan estresada, machacándose antes de tiempo y creyendo que lo que había preparado era una tontería, que en aquel momento solo quería relajarse entre sus brazos.
Fue él quien se separó primero. Sus manos se habían sujetado al borde del vestido de Nora, tirando ligeramente de ella para mantenerla en su lugar. Rozó su nariz con la de la chica antes de separarse un poco más, mirándola directamente a los ojos.
—Jamás le había hecho una sorpresa a alguien —soltó la morena sin pensarlo, con las manos apoyadas en el pecho del chico.
—Pues es perfecta, —La absoluta convicción en el tono de Pedri logró ponerle fin al ansioso burbujeo que contaminaba a su estómago—, pero que sepas que me sobraba contigo y este vestido —bromeó con un guiño. Le dio un último jalón a la tela antes de continuar, señalando la cesta con un ligero movimiento de cabeza—. Ahora enséñame qué tienes ahí.
Tan pronto como Pedri la soltó, Nora se puso manos a la obra. Encendió las velas, las cuales seguidamente tapó con una serie de frascos transparentes que había traído consigo para evitar que la brisa las apagara. Seguidamente, se dispuso a sacar las dos bandejas de sushi que había pedido, acompañadas de un trozo de tarta y un par de velas de cumpleaños.
—De tus comidas favoritas —presumió con diversión—, y encima pregunté a la nutricionista si podías comerlo antes de comprarlo, así que no tienes de qué preocuparte.
El canario rio con incredulidad, tomando asiento en su lado de la manta: —Lo tienes todo controlado.
Abrieron sus respectivas bandejas entre risas y vaciles, prepararon sus palillos y, justo cuando Nora se preparaba para comer, el canario robó una pieza de su bandeja, metiéndolo a su boca antes de que ella pudiera reaccionar.
—Serás gilipollas —reclamó a morena. Trató de parecer firme, pero la expresión satisfecha de Pedri acabó sacándole una carcajada—. Me debes uno, González.
—Mmm... Buenísimo —comentó Pedri, terminado de masticar la pieza de sushi sin molestarse en ocultar su sonrisa. Seguidamente, tomó un roll de su bandeja, estirando los palillos hacia Nora—. Abre la boca, quejica.
Nora puso los ojos en blanco antes de seguir la orden del canario. Separó los labios, aceptando lo que el chico le ofrecía; no obstante, evitó mirarlo a los ojos, sintiéndose repentinamente nerviosa. Pedri, por otro lado, posó una mano en su mandíbula mientras terminaba de masticar, quitando los restos de salsa que habían quedado en sus comisuras.
—¿Qué tal? —vaciló el canario en voz baja, lamiendo el pulgar con el que había limpiado sus labios sin una pizca de reparo.
No le quitó la mirada de encima mientras lo hacía.
Nora morena tan solo se aclaró la garganta, luchando por fingir indiferencia. Enarcó una ceja, contraatacando tras un par de segundos: —Estamos a mano.
A partir de ahí, pasaron el resto del tiempo entre sonrisas cómplices y conversaciones improvisadas.
Hablaron de todo y nada. Se sumergieron el uno en el otro mientras las olas acariciaban la arena, llenando el ambiente de una paz y frescura que Nora no recordaba haber sentido jamás, ni siquiera en las playas de su ciudad natal. El olor a agua salada se mezclaba con el de la colonia de Pedri, y la combinación nublaba sus sentidos, seduciéndola poco a poco. Completamente embriagada ante la presencia del canario, acabó apoyada contra su cuerpo; él se hallaba sentado, con las piernas ligeramente abiertas para darle el espacio que necesitaba para sentarse entre ellas, con la espalda apoyada en su pecho.
Las palabras se transformaron en un cómodo silencio, dando paso a una extraña sensación de armonía, de seguridad, de calma y tranquilidad: como nieve cayendo en la playa—rara, pero jodidamente hermosa.
Los ojos de Nora se perdieron en la luna, en el reflejo plateado que generaba sobre las olas, y no pudo evitar pensar en que aquella era la primera vez que Pedri y ella se encontraban en una situación como esa: completamente solos, sin tensiones asfixiantes, sin cámaras, sin expectativas o discusiones.
Y... y se sentía tan bien que daba miedo.
Trató de mantener la mente en blanco. No sabía cuántas horas habían pasado, pero no necesitaba comprobarlo.
Se recordó entonces que tenía hasta el final del Mundial para dejar de pensar, que todavía podía disfrutar.
—Oye, Nora. —La voz de Pedri resonó cerca de su oreja, logrando estremecerla. Sintió que una de sus manos le apartaba el pelo con delicadeza, llevándolo a su hombro izquierdo para dejar despejado el derecho; seguidamente, apoyó su barbilla ahí, esperando un par de segundos antes de volver a hablar—. Todavía no me has contado lo de tu padre.
Los músculos de Nora se convirtieron en piedra, pero no se movió de su lugar.
Era consciente de que aquel tema iba a volver tarde o temprano, y que era más bien extraño que Pedri no lo hubiera vuelto a sacar.
Se quedó callada, organizando mentalmente sus palabras. Él no insistió, pero sabía bien que permanecía atento a cada una de sus reacciones; incluso evitaba tocarla de más, apoyando las manos sobre la manta en lugar de colocarlas en su cintura, como si pensara que aquello pudiera alterarla.
Fue entonces cuando se dio cuenta que quería contárselo. De que quería sacarse aquel peso de los hombros—compartirlo con alguien más.
No podía ser tan malo, ¿verdad? Después de todo, ya le había confesado más cosas de las que le hubiera gustado, y... y él las había guardado, y nunca las había usado en su contra.
Realmente quería confiar en Pedri, así que se animó a hablar.
—Se fue de casa hace unos años.
Tomó una profunda bocanada de aire tras soltar las primeras palabras. Se acomodó contra el pecho de Pedri, tratando de buscar la posición más cómoda antes de continuar.
Jamás había sentido la garganta tan apretada, pero no estaba dispuesta a que el miedo ganara la batalla.
—Mi madre y él llevaban discutiendo desde hacía ya bastante tiempo. Fueron padres jóvenes; él intentaba centrarse en su carrera, no tenía las oportunidades que buscaba en Valencia, y mi madre solo quería una familia... —Hizo una pausa para tratar de recomponerse, notando que poco a poco iba perdiendo la voz—. Tenían metas diferentes y... supongo que ya no funcionaban juntos.
» Mamá se negaba a firmar el divorcio, así que él se fue sin avisar. —Fijó la mirada en las olas, contándolas una a una en un intento por mantener la calma. La impotencia la invadía de pies a cabeza, tiñendo su vista de rojo, pero permaneció lo más quieta posible, forzándose a controlar sus emociones—. Se llevó a Vera a Barcelona cuando le surgió una oportunidad de trabajo. Solía decir que ella era mejor que yo, que podía llegar a hacer cosas grandes porque estaba dispuesta a escucharlo mientras que yo estaba empeñada en triunfar en la música. —Soltó una carcajada amarga, camuflando lo mucho que en realidad le pesaba el alma—. Obligó a Vera a cortar el contacto conmigo, y desapareció sin más. Mi madre... mi madre lo quería demasiado. Cayó en depresión.
Para ese punto, la opción de seguir se sentía imposible.
Labios temblorosos, lágrimas contenidas; mandíbula apretada, dientes chirriando por el impacto y la rabia contenida. Tan solo podía consolarse con el hecho de que Pedri no podía ver su expresión desde la posición en la que estaba, pero ni siquiera eso era suficiente para calmar las aguas. Las cicatrices todavía ardían, como si nunca se hubieran cerrado, y le aterraba ahogarse con el cúmulo de emociones oscuras que empezaban a trepar por su garganta.
Detestaba que su pasado pudiera tener tanto poder sobre ella.
Sintió entonces que un par de brazos se envolvían alrededor de su cintura. La presencia de Pedri se superpuso sobre el dolor de su pecho, recordándole que estaba en el presente, que su padre ya no tenía derecho a hacerle daño. El canario todavía no había dicho nada, como si supiera perfectamente que Nora no había terminado; su agarre, sin embargo, actuaba como un ancla.
Fue él quien le dio las agallas para continuar.
Y es que estaba ahí, escuchándola sin juzgar, y ella lo único que necesitaba era sacárselo todo del pecho—gritar si hacía falta, dejar de vivir con el secreto.
No se atrevió a darse la vuelta. Prefería no ver su reacción antes de terminar; sentía que, si lo miraba a los ojos, quizás acabaría quebrándose.
—El punto es que mi padre no me soporta —sentenció finalmente. Ni siquiera pudo reconocer su propia voz, fría y lejana, pero se obligó a recuperar el control, enderezando la espalda contra el pecho del canario—. Solo me fui a vivir con él a Barcelona porque mi madre... mi madre desapareció de la nada, y se llevó gran parte de mis ahorros. —Sacudió la cabeza, pues no estaba orgullosa del rencor acumulado en sus palabras, mas siguió adelante—. No sé cómo se enteró, ni por qué cojones me ofreció vivir con él. Dijo que podía pagarme una matrícula en la universidad, y también me consiguió un trabajo en el Barça... como si eso fuera a "arreglarme", supongo.
» Luego pasó lo que pasó. —Esbozó una sonrisa irónica—. La prensa nos pilló juntos. Mi padre se cabreó porque pensó que la bronca le caería a él y... bueno, ya sabes qué sucedió después.
Apenas terminó, lo primero que hizo fue soltar un suspiro aliviado.
Poco a poco, el oxígeno volvía a entrar a sus pulmones. Su pulso seguía acelerado, parecía que su corazón había encontrado un hogar permanente en la base de su garganta, pero al menos sabía que había ganado: llegó hasta el final, por mucho que le había costado.
No tardó en recordar a quién pertenecían los brazos que todavía la mantenían firmemente sujeta.
Giró tentativamente la cabeza al sentir que el canario levantaba la suya de su hombro. Se encontró con su rostro a un par de centímetros de distancia, pero sus ojos ucían distantes.
Aguantó la respiración mientras reparaba en la tensión acumulada en su mandíbula. Paseó sus pupilas por el ceño fruncido del canario, por los difusos destellos de emociones que podía detectar en sus iris; codificarlos era difícil, pues creía que nunca antes lo había visto tan serio.
Pensó que quizás estaba alucinando cuando creyó detectar un deje de preocupación. Sin embargo, no podía negar que reconocía los hijos de rabia y de impotencia; la forma en la que su agarre se volvía más firme, más posesivo, como si no estuviera dispuesto a dejarla ir.
Pedri no acostumbraba a perder la calma, pero, en aquel momento, parecía que estaba peleando contra sí mismo, luchando por poner la razón por delante de sus instintos.
—Menudo hijo de puta.
Su voz se proyectó con gravedad—tal gravedad que Nora tuvo que tomarse unos cuantos segundos para asimilar que realmente era él quien había hablado.
—Pedri...
—Es que no me lo puto creo. ¿Cómo se puede ser tan jodidamente malo como para...
—Pedri.
—"Pedri" nada, Nora. Si lo hubiera sabido antes te juro que...
—No vas a lograr nada si te enfadas.
La chica no tuvo otra opción más que interrumpirlo una vez más.
Y es que lo veía claramente en sus ojos: estaba maquinando otro de sus planes, dándole vueltas a la cabeza sin pensar las cosas con claridad.
No estaba dispuesta a que él tuviera que lidiar con algo que ni siquiera le correspondía.
—Puedo hablar con Laporta —sentenció a pesar de sus intentos por tranquilizarlo, hablando con absoluta seriedad—. Es el presidente del club, seguro que puede despedirlo.
Nora se acomodó en su lugar para poder mirarlo directamente a la cara. Ni siquiera lo pensó cuando posó una mano en su mejilla, forzándolo a enfrentarla.
—No quiero cargar con esa culpa. —Sacudió la cabeza, bajando la mirada de manera inconsciente—. Me gustaría... me gustaría ser mejor que él.
—Lo eres —le aseguró el muchacho. Su voz dio un giro de ciento ochenta grados, adoptando un tono más suave. Captó su atención, posando su mano sobre la que la morena mantenía en su mejilla, y, cuando Nora elevó la cabeza, continuó—. Y lo que piense tu padre de ti no te define, ¿vale?
Intentó asentir, pero todas las palabras que le había dedicado aquel hombre a lo largo de los años atacaron su mente con garras y dientes.
«Pero es que dice que voy a distraerte, que voy a arruinar tu carrera», gritaba en su cabeza, mas no se atrevía a decírselo en voz alta.
—Nora —Pedri la llamó, y ella tuvo la impresión de que la voz del canario vibraba en cada parte de su ser—. Necesito que te lo creas.
—Lo sé —respondió entonces, incapaz de negarle nada. Finalmente, dejó caer la mano con la que le sujetaba la mejilla; la detuvo en su pecho, distrayéndose con los botones de su camisa—. Lo sé, y quiero demostrárselo.
—Cariño... No puedes seguir viviendo así.
El susurro del canario fue tan bajo, tan natural e inesperado, que ella apenas pudo escucharlo.
Parecía que ni siquiera él se había percatado de que aquella primera palabra se había deslizado de sus labios. Nora, sin embargo, sintió que impactaba contra su pecho, disparando una ola de calor que irónicamente la caló hasta los huesos.
La mirada de Pedri se había suavizado. Sus ojos eran chocolate puro, terciopelo acariciando la piel de su rostro mientras lo barría con la mirada. Se sentía tan vista que sus músculos empezaron a tensarse, actuando por inercia; una parte de su conciencia le gritaba que huyera, que estaban demasiado cerca, pero había algo más fuerte anclándola a su lugar.
—Estoy ahorrando para un piso —se forzó a continuar—. A lo mejor alguno compartido, pero Vera dice que quiere quedarse en casa de mi padre por un par de años más. Ana también está con sus padres, así que tendría que buscar a otra persona... Supongo que no puede ser tan difícil.
—Puedo ayudarte con la mudanza —sentenció Pedri. Ella no pudo contener una carcajada, pensando que quizás estaba bromeando, pero el canario permaneció inamovible—. No es coña, Nora.
La morena bufó, tratando de ignorar la manera en la que su corazón intentaba traicionarla, latiendo errático contra sus costillas. Todavía quería pensar que estaba vacilándola, que tan solo buscaba aligerar el ambiente.
—No dejaría que hicieras eso.
—Sé lo jodido que es alquilar un piso en Barcelona, y no quiero que pases más tiempo con tu padre.
Finalmente, Nora perdió la sonrisa. Tragó en seco, abrumada por la severidad de sus palabras.
—Pedri —llamó su atención en un susurro—, no me debes nada.
—Te lo propongo porque quiero —afirmó con certeza—. Porque me importas. —Elevó lentamente su brazo, llevándolo al rostro de Nora; acarició su pómulo con sus nudillos, dibujando una silueta invisible—. Pero si quieres verlo como una deuda...
—¿Qué has dicho?
Latidos bombeando al ras de sus tímpanos.
Pulmones subiendo y bajando, luchando por bombear oxígeno; pecho encogido, confusión en la palma de su mano.
De repente, las olas se movían a cámara lenta, y su propia voz sonaba como un eco lejano.
¿Acaso lo había escuchado bien?
—Que te lo propongo porque quiero.
—Después —insistió; voz pendiendo de un hilo—. Justo después.
Pedri hizo una pausa, como si estuviera tratando de comprender a qué se refería. Sin embargo, su rostro no tardó en llenarse de determinación.
—Porque me importas.
Habló completamente confiado, sin rastros de duda.
A partir de ahí, Nora permitió que su cuerpo actuara por ella.
Dejó caer su cabeza, apoyando su frente contra la de barbilla de Pedri. Cerró los ojos cuando las sensaciones se volvieron demasiado abrumadores, y soltó un suspiro tembloroso, tratando de la presión que le taladraba el pecho.
No recordaba haber escuchado esas palabras—al menos nunca dirigidas a ella.
Y no, no sabía cómo cojones procesarlo, ni mucho menos cómo responder
—Lo estamos haciendo todo mal —susurró por lo bajo.
La mano de Pedri se enterró en su nuca, dedos enredándose en su pelo: —Yo creo que no.
Ella respondió a su manera, soltando una risa casi inaudible. Se quedó allí, refugiada por unos cuantos segundos—minutos, quizás, pero el tiempo ni siquiera le importaba.
Cuando finalmente se separó, no tardó en encontrarse con los ojos del canario.
—Me da igual lo que pase después del Mundial —afirmó el chico—. Vas a mudarte de ahí.
—Pues que sepas que te lo pagaría de vuelta. —Nora enarcó una ceja, queriendo asegurarse de que aquello le entrara en la cabeza—. Cada céntimo, pase lo que pase.
Pedri rio, sacudiendo la cabeza; sus iris, sin embargo, reflejaban el brillo de su sonrisa: —Es que no puedes ser más cabezota.
—Y tú...
Intentó buscar un insulto, el primer contraataque que llegara a la punta de su lengua, pero tenía la mente completamente en blanco. Él no tardó en percatarse, aumentando el volumen de sus carcajadas.
—¿Qué? ¿No se te ocurre nada?
—Calla, anda.
—Cállame.
Pensó en apartarle el rostro con la mano—en alejarse solo para picarlo, en hacer hasta lo imposible para evitar caer en sus juegos. No obstante, acabó abalanzándose sobre el muchacho.
Y lo calló, por supuesto.
Se perdieron ahí, entre la sal y la arena, explorando sus bocas como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Ella supo cómo, pero Pedri acabó tumbado en la manta, arrastrándola juguetonamente hasta posicionarla sobre él.
No fue hasta dentro de unos minutos cuando el canario se separó ligeramente, sonriendo contra sus labios.
—¿Y cuándo piensas cantarme el 'Cumpleaños Feliz'?
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oo. ▇ ‧‧ . ༉‧₊˚ 𝒂𝒖𝒕𝒉𝒐𝒓'𝒔 𝒏𝒐𝒕𝒆 ... ❜
aquí les dejo un capítulo especial para todos mis queridos lectores por el increíble apoyo que le han dado a esta historia. son más de diez mil palabras, y definitivamente lo más largo que he escrito en mi vida.
(pueden leerlo por partes si quieren JAJAJAJAJ, espero que sea suficiente contenido para varios días)
les traigo un poco de todo, y sinceramente una mezcla de sucesos aleatoria. tenía claro que el asunto del padre de Nora tenía que salir tarde o temprano, así que traté de iniciar la conversación en el mejor momento posible, en una situación en la que Nora se encontrara lo suficientemente relajada para bajar la guardia. nuevamente pido perdón por esta combinación tan extraña, pero siento que los capítulos del Mundial van a tener esta vibra, ya que digamos que son períodos de "experimentación" en la relación se Nora y Pedri; además, también me gusta incluir algunas escenas con otros personajes, pues siento que le dan una chispa necesitada a la historia.
en fin, estoy orgullosa de mi bebé por abrirse. tengo un cariño especial hacia la dinámica de Pedri y Nora y me alegro se haber escrito algo en lo que por fin son relativamente felices lmao. siento que estos dos se entienden perfectamente bien y espero que ustedes también lo vean de esa manera. ♡
también quiero informar que nos quedan dos capítulos más ambientados en el Mundial, o eso tengo pensado en un principio. solo quiero que me digan si no les está pareciendo muy aburrido, si quieren más drama o escenas subidas de todo. tengo cositas pensadas para el siguiente capítulo y estoy nerviosa por escribirlas, pero de verdad espero que les gusten ¡!
por último, aquí les dejo una sorpresita. son dos playlists extendidas de canciones que me recuerdan a Nora y Pedri y a Gavi y Ana, las cuales iré modificando con el tiempo. como algunos ya sabrán, estoy pensando en escribir la historia de Gavi y Ana, así que también quise incluirlos, pues ya tengo la trama clara y así puedo darles un pequeño adelanto ¡!
• playlist de «HEARTLESS» (Pedri & Nora):
https://open.spotify.com/playlist/3q11ybeXxh0vykVElESZ8J?si=J6eSeJjATLqONJjPCkkI8g
• playlist de «HEARTBURN» (Gavi & Ana):
https://open.spotify.com/playlist/1nx1P8CzKK2HtRRN48E2Ly?si=9YHVtlenQEi6oS7rzlllvw
también le dejo el enlace en los comentarios para que sea más accesible. recuerden que están invitad@s a recomendarme más canciones que les recuerden a estas parejitas. espero de todo corazón que las disfruten.
eso es todo por hoy. me despido con otra actualización más a las 2AM de España ¡!
¡dejen un comentario, voten y compartan! ♡
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