𝟎𝟏𝟎. shameless
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𝟎𝟏𝟎. shameless
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𝐑𝐎𝐆𝐀𝐑 𝐉𝐀𝐌𝐀́𝐒 𝐇𝐀𝐁𝐈́𝐀 𝐒𝐈𝐃𝐎 𝐔𝐍𝐀 opción para Nora.
Nunca llegó a rogar por cariño, ni siquiera cuando se percató de que su padre no iba a contestar sus llamadas tras marcharse a Barcelona. Tampoco rogó por la atención de su madre, ni mucho menos para conseguir algún trabajo o pedir un aumento de sueldo, sin importar cuánto lo necesitara.
Durante años, había tenido que afrontar la vida a solas—endurecer cada pequeña parte de su alma para poder seguir adelante. La única cosa que le permitía sentirse fuerte cuando el mundo parecía derrumbarse era tener la certeza de que todo lo que había conseguido era producto de su esfuerzo: frutos de su propia sangre, sudor y lágrimas. Era joven, muy joven cuando tuvo que asumir el papel de un adulto en el cuerpo de una niña; a pesar de ello, había aprendido a encubrir cualquier rastro de vulnerabilidad, y lo cierto era que le aterraba volver a ser débil.
Sin embargo, en aquel instante, estaba tan desesperada que incluso había empezado a valorar la posibilidad de ponerse de rodillas, de juntar sus manos y suplicarle a Xavi y Luis Enrique que no la hicieran asistir a la gala del Balón de Oro, la cual sería celebrada en un par de días.
—De verdad, no es necesario —trató de convencerlos, de dedicarles una sonrisa que denotara calma y confianza; a pesar de sus esfuerzos, sabía reconocer que estaba interviniendo con demasiada prisa, y que su tono de voz reflejaba un claro deje de angustia—. No pinto nada en unos premios como esos, no sé comportarme frente a la prensa y... y ya hemos vendido el romance, ¿no? Los fans se lo creen, Pedri no para de aparecer en las noticias... —Dejó escapar una risita nerviosa—. ¿Acaso no es suficiente?
—A ver, Nora... Está claro que habéis hecho un trabajo impecable; mejor de lo que me imaginaba, de hecho —respondió Luis Enrique. Xavi asintió, apoyando las palabras de su compañero—. Pero por ahora la gente solo ha comprado un rumor. Necesitan confirmación y, si vais juntos a la gala, te aseguro que por fin dejaréis las cosas claras.
La morena apretó los labios en una fina línea, apartando la mirada en un intento por ocultar su frustración. Aunque lo que menos quería era estar ahí, comprendía el motivo por el cual Luis Enrique había querido citarla en el despacho de Xavi Hernández.
El hombre había asistido al entrenamiento de aquella tarde con el objetivo de evaluar y conversar con los jugadores del Barça que participarían en la Selección; el Mundial estaba a la vuelta de la esquina, y la prensa estaba cada vez más atenta a los errores que el equipo pudiera cometer. Así pues, su relación con Pedri había sido engendrada como un intento de distracción—y sí, estaba funcionando, pues los medios apenas les quitaban el ojo de encima, pero, en algún punto, el chisme dejaría de llamar la atención si nunca salían del molde, si no marcaban la diferencia e iban más allá de lo antes visto: de los viajes en coche desde la Ciudad Deportiva hasta su casa, los abrazos en el túnel de salida de los jugadores después de un partido, las supuestas miradas pactadas.
Luis Enrique quería dar el siguiente paso, y lo cierto era que su propuesta tenía sentido.
Aun así, Nora no quería contemplar la posibilidad de pasar todo un día en París de la mano de Pedri, enfundada en un vestido de gala y con decenas de cámaras e importantísimos futbolistas rodeándola. Si asistía a los premios, ya no podría evadirlo; tendría que enfrentarse a la realidad, a los recuerdos que conservaba de aquella noche en el Club Havana, y al hecho de que solo podía pensar en la jodida mirada que el castaño le había dedicado tras decirle que acabaría perdiendo la cabeza por culpa suya.
Llevaba la semana entera haciendo todo lo posible por mantenerse alejada del canario. Había fabricado excusas para quedarse trabajando en el club hasta tarde, de manera que Pedri no pudiera llevarla a casa en coche; se alejaba del resto de los jugadores cuando el canario estaba con ellos y se refugiaba en la presencia de Ana. Claro que los chicos se habían percatado del súbito cambio, y por supuesto que no se habían cortado ni un pelo a la hora de preguntarle qué había pasado; aun así, Nora optaba por fingir indiferencia, con la impresión de que Pedri tampoco había admitido nada.
Después de todo, él mismo la estaba ayudando a conservar la distancia.
Se mantenía al margen, observándola desde lejos con una expresión que Nora no era capaz de leer—parecía seria a simple vista, quizás tensa y casi contemplativa, mas no podía codificarla con exactitud. Pedri solo había intentado buscarla aquella misma noche, después de su presentación, pero la morena se había escabullido de mil maneras distintas; a partir de entonces, ni siquiera habían hablado, e incluso había escuchado a sus compañeros decirle que estaba inusualmente callado.
En los últimos cinco días, el tiempo la había forzado a asumir la realidad: sentía una indudable atracción hacia Pedri González. Reconocía los síntomas, incluso a pesar de no haberlos vivido antes; cuando el canario estaba cerca, su cuerpo traicionaba a su mente—la obligaba a perder el control, el enfoque, la fuerza de voluntad. La sensación era molesta, inconveniente, y precisamente uno de los principales motivos por los cuales había dudado aceptar la oferta de Luis Enrique en primer lugar.
Solo podía esperar en secreto que él también estuviera pasando por lo mismo, que pudiera sentir aquella tremenda impotencia corriendo por sus venas. Sabía bien que Pedri tampoco quería distracciones, que él mismo le había dicho que su prioridad era centrarse en su carrera y nada más; sin embargo, el chico parecía regocijarse en el simple hecho de ponerla nerviosa. Por supuesto que también existía la posibilidad de que solo estuviera jugando con ella por mero aburrimiento, pero... pensar en esa posibilidad no hacía más que revolverle el estómago.
Fuera lo que fuera que estuviese pasando entre ambos, Nora prefería hacerse la ciega durante el mayor tiempo posible: evitar darle vueltas, buscar las explicaciones más racionales y lógicas para justificar todo lo que Pedri provocaba en ella. Ana—la única persona a la que más o menos le había contado todo—había sido comprensiva con ella, apoyando sus decisiones, mas también había insistido en que debía hablar las cosas con el canario, pues posponer lo inevitable no serviría de nada.
Por más que no quisiese reconocerlo, tendría que enfrentarlo tarde o temprano, y parecía que el momento finalmente estaba llegando.
—¿Y si me preguntan algo? —farfulló tras un par de segundos, aclarándose la garganta en un intento por escapar de sus propios pensamientos—. No voy a saber responder. —Mordisqueó su labio inferior, sus mejillas ardieron ante lo que estaba apunto de admitir—. Los periodistas me acojonan.
—Y por eso es que vamos a darte todos los consejos que necesites. —Xavi rio ante su respuesta, pero acabó dedicándole una sonrisa comprensiva—. Me han dicho los chicos que vas bien con todo el tema de la música, ¿no? Pues si sigues así vas a tener que aprender a lidiar con la prensa, así que mejor empezar desde ya. —El entrenador se acercó a ella. Depositó un par de palmadas en su espalda, tal y como lo hacía con sus jugadores a la hora de animarlos antes de un partido—. Considéralo como un entrenamiento.
Nora no contestó. Tan solo pudo soltar un suspiro pesado, tratando de darle vueltas al asunto; sabía, sin embargo, que se estaba quedando sin argumentos. Admitir que no quería estar cerca de Pedri no era una opción—aquello la haría parecer inmadura, poco profesional—, y lo cierto era que Xavi tenía razón... Si aspiraba a triunfar en el mundo de la música, tendría que aprender a tratar con todo tipo de gente.
—Venga, que te la vas a pasar bien —insistió Luis Enrique—. Además, Pedri fue uno de los ganadores del año pasado. Ya ha ido a los premios, así que él sabrá llevar la situación.
Ambos hombres le dedicaron una mirada expectante. La morena luchó por mantenerse firme, intentó idear alguna fórmula para decir que no de una vez por todas, pero la presión acabó derrotándola.
—Vale. —En un intento por despejar sus pulmones, dejó escapar un suspiro pesado. Ya había respondido; no había vuelta atrás—. Vale, iré. Pero como la líe...
—Que no vas a liarla, niña. —Xavi posó una mano sobre el hombro de Nora, dejando un apretón amistoso—. Anda, tira, que hay que seguir trabajando.
El seleccionador le dedicó otra de sus carismáticas sonrisas, claramente satisfecho con su respuesta: —Le diré a Sira que te ayude a escoger un vestido. Estate atenta al móvil, ¿vale? Te escribirá hoy mismo.
—¿Y... Sira no podría venir como acompañante? —La morena mordisqueó el interior de su mejilla, preguntándose si quizás se había pasado de la raya; aun así, se armó de valor para continuar, esta vez mirando a Xavi—. O tal vez alguna otra persona... Si no hay problema, claro.
El seleccionador y su compañero compartieron una mirada cómplice, como si estuviesen debatiendo la respuesta. Nora aguantó la respiración mientras esperaba; logró construir una fachada seria y confiada, pero por dentro estaba aterrada: necesitaba que dijeran que sí, pues no se creía capaz de asistir a la gala sin ayuda. La presencia de Sira, Ana e incluso la de Vera al menos podrían servirle de cobijo.
Sintió que un peso se desprendía de sus hombros cuando Luis Enrique finalmente volteó a verla. Los labios del seleccionar estaban ligeramente curvados, como si ya tuviese un plan en mente.
—Veré qué puedo hacer.
Tras escuchar aquellas palabras y esbozar una última sonrisa forzada, Nora salió del despacho de Xavi con un nudo en la garganta.
En cuanto la puerta se cerró a sus espaldas, tuvo que apoyar todo su peso contra la superficie de madera. Cerró los ojos, conteniendo las ganas de gritar de impotencia.
Dos días. Solo tenía dos días para prepararse mentalmente. Genial.
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Hasta hacía apenas unas horas, Nora creía que un campo de fútbol en un día de partido era el lugar más ajetreado que había pisado jamás. No obstante, en cuanto puso el primer pie dentro de la lujosa habitación de hotel donde tendría que prepararse para la gala del Balón de Oro, comprendió había estado equivocada.
El equipo de preparación corría de un lado al otro, asegurándose de que todo estuviera en perfecto orden. Aun así, mientras los supervisores exigían más y más prisa al resto del staff, Nora tan solo debía quedarse sentada; las maquilladoras charlaban con ella mientras decoraban su rostro, los peluqueros la bañaban con cumplidos cada vez que tocaban su cabello, y las modistas se encargaban de tomarle unas últimas medidas para poder darle los retoques finales a su vestido. Su única responsabilidad consistía en quedarse quieta, completamente estática entre los confines de su silla, mas lo único que deseaba era moverse.
Necesitaba deshacerse de los nervios; hacer algo—lo que fuera—para mantener su mente ocupada mientras el caos se desataba en la estancia. En algún punto de la noche, había optado por juguetear con sus uñas, pero una de las maquilladoras la había atrapado con las manos en la masa, recordándole que debía tener cuidado con su manicura.
La atención que estaba recibiendo se le hacía... extraña. Por supuesto que tampoco era mala, pues creía que nunca la habían tratado con tanto respeto, pero, al mismo tiempo, sentía que no merecía estar ahí. Era una farsante, después de todo; no sabía si el staff conocía la verdadera naturaleza de su relación con Pedri y, si lo hacían, ¿qué pensarían de ella?
A pesar de las dudas, al menos podía apoyarse en Sira y Ana, con quienes compartía habitación. En cuanto se enteró de que ambas chicas podrían viajar con ella a París, se había quedado sin palabras suficientes para agradecerle a Luis Enrique y a Xavi. Por otro lado, Vera había tenido que quedarse en Barcelona, pues le había surgido una jugosa campaña de marketing con una de sus marcas favoritas y, aunque Nora no entendía demasiado sobre los cargos de influencer que a veces asumía su hermana, sí comprendía el motivo por el cual no podía asistir; en cierta parte, llegó a pensar que aquello era un alivio—Vera no conocía el significado de la palabra "límites" y, en caso de que hubiera asistido, seguramente habría hecho todo lo posible por nombrar a Pedri González cada vez que abriera la boca.
Ya tenía suficiente con su propia mente, la cual no hacía más que recordarle que el canario se encontraba en la habitación contigua. Aunque se había librado de verlo durante todo el trayecto a París—pues los jugadores que asistirían a la gala y el presidente del Barça, Joan Laporta, habían viajado por separado por cuestión de seguridad—, sabía que pronto tendría que dar la cara.
Después de un par de horas sentada en aquella maldita silla, finalmente llegó el momento de probarse el vestido que Sira le había regalado. Se tomó unos instantes para mirarse al espejo; admiró la tela satinada que se ajustaba a cada curva de su cuerpo, la discreta apertura de la pierna derecha, la cola de sirena y las mangas largas, combinadas con un precioso escote bardot que dejaba sus hombros y cuello al descubierto. No recordaba haber usado aquel color en el pasado, pero debía agradecer a la hija de Luis Enrique por su elección: el verde botella realzaba el tono moreno de su piel, dándole un aspecto sobrio y elegante. El maquillaje que realzaba sus facciones, los pendientes dorados y los tacones negros terminaban de enmarcar el cuadro, acompañados de las suaves ondas que daban volumen a su cabello.
Aunque sabía que debía reconocerse en el espejo, tan solo veía a una impostora.
Y entonces sus ojos cayeron sobre la pulsera que rodeaba su muñeca. No se la había quitado para la gala, y ni siquiera había querido tocarla o mirarla en los últimos días. Sin embargo, de repente sintió que el cuero empezaba a arder, quemándole la piel como un recordatorio de todo lo que había sucedido en los últimos días; si los hilos hubieran tenido voz, estaba segura de que estarían riéndose de ella.
Justo cuando el pecho comenzaba a pesarle, un par de manos se apoyaron en sus hombros. A través del espejo, se encontró con la expresión reconfortante de Sira; Ana se posicionó a su otro lado, sujetándole la mano y dedicándole una sonrisa sincera. No había nadie más en la habitación y, ahora que no estaba el staff, Nora sentía que todas sus inseguridades quedaban al descubierto, que no podría seguir ocultándolas.
—Vas a matarlo con ese vestido.
Ana fue la primera en hablar. Ni siquiera tuvo que especificar a quién se refería para que tanto Nora como Sira lo entendieran; la primera, sin embargo, apartó la mirada en un intento por ocultar su vergüenza, mientras que la segunda dejó un amistoso apretón en sus hombros antes de soltarla.
—Es en serio, Nora —continuó Sira. Se posicionó delante de la morena al percatarse de que no tenía pensado hablar, desviando su atención del espejo—. Te ves increíble. Y tú también, Ana... No puedo esperar a ver las caras de los chicos cuando os vean.
Las mejillas de la rubia, quien llevaba puesto un precioso vestido de color azul marino, se tiñeron de un intenso tono de rojo: —Querrás decir la de Pedri.
—Pues yo creo que la de Gavi será más interesante —bromeó Nora, tratando de quitarle tensión al asunto. Quizás su voz todavía sonaba rígida, forzada, pero al menos se las había arreglado para dibujar un intento de sonrisa.
El miembro más joven del Barça todavía no había admitido que Ana le llamaba la atención; aun así, sus actos lo delataban.
Pablo podía llegar a ser tímido con ciertas personas, pero también era pícaro y carismático; le gustaba divertirse, hablar con distintas chicas hasta ver cuál caía. Sin embargo, desde que conoció a Ana, Nora no lo había visto tontear con nadie más, por no mencionar la sonrisita tonta que se le dibujaba en la cara cada vez que veía a la rubia.
Gavi y Ana eran dulzura, suavidad. La morena presentía que, tarde o temprano, iban a encontrarse.
En cambio, cuando pensaba en Pedri y ella... se le venían otras cosas a la cabeza. Primero fuego, luego impotencia, y por último el extraño cosquilleo que se apoderaba de su estómago cada vez que el canario la miraba por más de un par de segundos. Pensaba en distracciones, en caos, en el hecho de que su mera presencia era algo con lo que no sabía lidiar.
Casi maldijo en voz alta al darse cuenta del rumbo que estaba siguiendo su mente. Se aclaró la garganta en un intento por despejarse, pero Sira—cuya mirada adquirió un matiz aún más suave—pareció notar el cambio en su expresión.
—Estás muerta de miedo, ¿no?
Nora dejó escapar un suspiro—aquel que había estado aguantando desde el momento en el que se vio al espejo. Quizás habría mentido en cualquier otro momento, pero, entre la mirada comprensiva de Sira y la empática curvatura de sus labios, no pudo evitar responder con sinceridad.
—Siento que este no es mi lugar —murmuró entonces.
—Pues esta noche lo es, y tienes que creértelo. La clave está aquí, cariño; no hay más. —Sira señaló el pecho de la morena con su dedo índice, justo donde se debía estar su corazón—. Todos los futbolistas que asistirán a la gala vienen con sus seres queridos y parejas... Ahora mismo, tú formas parte de ese grupo. —Hizo una pausa, como si estuviese tratando de enfatizar aún más sus siguientes palabras—. Confía en Pedri; síguelo, que él ya tiene experiencia.
Nora chasqueó la lengua, escondiendo una sonrisa sarcástica: —Ese es el problema.
—Ya, eso supuse... —La mayor le mostró una mueca apenada—. Supe que había algo raro entre vosotros después de tu presentación. Ferran piensa lo mismo, aunque Pedri tampoco le ha dicho nada. —Sus ojos chispearon con un deje curiosidad—. ¿Puedes contarme qué pasó?
—Es que no lo sé; no sé qué pasó. —Nora mordió el interior de su mejilla, tratando de ocultar su frustración; sabía, sin embargo, que no estaba haciendo un muy buen trabajo—. Todo esto de actuar y fingir y pasar tanto tiempo juntos... Creo que se está saliendo de control.
Se llevó una mano a la frente, conteniendo las ganas de soltar un bufido. No, no estaba acostumbrada a hablar sobre sus sentimientos.
Y es que ni siquiera recordaba haberlo hecho nunca. Era una completa novata en el tema, y se sentía absolutamente patética cada vez que siquiera pensaba en hacerlo. Sin saber cómo proseguir, se aferró con más fuerza a la mano de Ana, quien le dedicó un apretón.
—Tenéis que hablar las cosas —le recordó la rubia—, aunque... quizás esta noche no es el momento. Ve paso a paso, y recuerda que puedes hacer esto. No será la primera vez que os enfrentaréis a las cámaras juntos, todo saldrá bien.
Nora se enfocó en las palabras de su amiga. Las repitió mentalmente; trató de aceptar el consejo y recordar que, de una forma u otra, Ana siempre parecía tener la razón.
Fue justo entonces cuando escuchó que alguien llamaba a la puerta.
Sira soltó un suspiro irritado ante la interrupción. Aun así, se dirigió a la puerta, girando el pomo para recibir al culpable.
En cuanto vio a Gavi ingresando a la estancia, Nora sacudió la cabeza, aguantando una carcajada incrédula. Una sensación de déjà vu la invadió de pies a cabeza al darse cuenta de que aquello ya se había convertido en una costumbre; a Pablo le gustaba aparecer de la nada, y siempre en los momentos menos adecuados. A pesar de ello, mientras lo veía luchar por arreglarse el cuello de su traje, no fue capaz de contener una sonrisa divertida.
—¿Y a ti qué te pasa? —le preguntó Sira, quien le apartó las manos de la camisa para poder ajustarle la pajarita—. ¿Vienes a invadirnos y no dices nada?
—Estáis muy guapas las tres —el sevillano formuló su respuesta a la par que Sira acababa su trabajo, acompañado de una sonrisa ladeada. Sus ojos se quedaron clavados sobre Ana por un par de segundos de más, pero finalmente trasladó su mirada hasta la morena—. Em... ¿Puedo hablar contigo, Nora?
La pregunta la tomó por sorpresa. Presentía, sin embargo, que lo que fuera que Gavi quería decirle estaba relacionado con cierto canario.
Sira y Ana tampoco tardaron en comprender la situación. Ambas chicas compartieron una mirada cómplice, con el silencio inundando la estancia; seguidamente, se dirigieron a Nora.
—Vamos saliendo, ¿vale? —habló la mayor—. Nos vemos fuera.
Tras dedicarle una última sonrisa de apoyo, Ana y Sira abandonaron la habitación, dejándola a solas con Gavi.
La morena se cruzó de brazos de manera instintiva, anticipando el impacto, y, aunque Pablo se tomó unos cuantos segundos antes de comenzar, fue el chico quien acabó abriendo la boca antes de que ella pudiera preguntarle qué pasaba.
—Te juro que Pedri no me ha contado lo que ha pasado entre vosotros. —Fue directo al grano, sin ningún tipo de pudor—, pero me lo puedo imaginar.
—Gavi... Hoy es tu día. —Nora le mostró un intento de sonrisa calmada, luchando por mantener una expresión impasible—. Por Dios, que encima eres uno los nominados... No tienes que preocuparte por nada más.
—Es que sé cómo sois. Tú vas a evitarlo, y él... pues estoy seguro de que va a reventar dentro de poco —insistió Pablo, acompañado de un potente ceño fruncido—. Tampoco me quiero meter entre vosotros, pero es que no has visto lo tenso que está Pedri desde ese día. El equipo se ha dado cuenta, y en nada viene el Mundial, así que... lo necesitamos calmado. Es él quien aporta el ritmo en el campo, es quien mantiene el control. —Apretó la mandíbula mientras hacía una pausa; su mirada, sin embargo, se había suavizado—. Además, sois mis amigos y... no quiero la caguéis.
Nora tragó en seco, tomándose unos cuantos segundos para procesar las palabras de Gavi. Si bien era uno de los chicos a los que más se había acercado desde que empezó a trabajar para el Barça, jamás habían compartido una charla como esa. Solían bromear, buscar maneras de picarse el uno al otro; quizás habían tenido alguna que otra conversación seria sobre fútbol cuando el sevillano salía demasiado alterado del campo—pues, irónicamente, eran ella y Pedri quienes se encargaban de tranquilizadlo la mayor parte del tiempo—, pero nada más.
Así pues, aquel intercambio se sentía completamente diferente.
Era evidente que Pablo estaba determinado a solucionar la situación. Mientras tanto, Pedri y ella escapaban del tema.
Una parte de Nora quería agradecerle por al menos intentarlo. También quería decirle que insistir no tenía sentido, que la distancia siempre era la mejor solución, pero, ¿cómo iba a explicarle que huía porque no sabía qué hacer, porque le aterraba descubrir qué cojones estaba pasando entre ella y Pedri?
—¿A qué viene todo esto? —optó por preguntar, escondiendo sus pensamientos detrás de una fachada ilegible.
—Desde que conozco a Pedri, no ha querido tener nada con nadie. Nada serio, al menos... —murmuró lo último; aun así, Nora pudo escucharlo. La curiosidad saltó en su pecho, despertando ante las palabras del chico—. Siempre ha dicho que quiere centrarse en el fútbol y nada más, y lo entiendo. —Enarcó una ceja, señalándola con un ademán de su mano—. Pero parece que las cosas han cambiado.
—Estás confundido. —Tragó en seco, se esforzó por mantener su postura defensiva, pero, mientras trataba de formular sus siguientes palabras, sus barreras acabaron cediendo: Nora suspiró, torciendo el rostro en una mueca de amargura—. Ni siquiera sé si quiere verme, Pablo. No hemos hablado en días.
—Pues hablad. Es así de fácil.
—¿Sabes que Ana me ha dicho lo mismo? —Nora dejó escapar una carcajada; un tenue deje de ironía dejó un agrio sabor en su boca. Aun así, siguió tratando de restarle tensión al asunto, empujando el pecho de Gavi en un gesto divertido—. Curioso, ¿no?
El sevillano no fue capaz de ocultar la pequeña sonrisa que se apoderó de su rostro ante la mención de Ana; la morena, por otro lado, tuvo que taparse la boca con una mano para contener otra risa: —No me jodas, Nora. —Pablo bufó, luciendo como un niño pequeño. No perdió ni un segundo en dirigirse a la puerta, ignorando la expresión vacilona de la morena—. Vámonos, anda.
Gavi le tendió su brazo, y Nora no pudo evitar sonreír por primera vez con sinceridad mientras enganchaba su codo al del muchacho.
Se aferró a él—quizás con más fuerza de la necesaria, pues todavía podía sentir los efectos de aquella conversación afectando su sistema. Por más que las palabras de Gavi habían sido directas y sinceras, ahora tenía cientos de preguntas y pensamientos, por no mencionar el nudo que le apretaba la garganta.
La cabeza le daba tantas vueltas que prefirió concentrarse en los nervios que todavía burbujeaban en su estómago.
—¿Tú también estás cagado? —le preguntó a Gavi en un murmullo.
Por el rabillo del ojo, lo vio tragar con fuerzas: —La verdad es que sí.
Nora diminuta una pequeña sonrisa.
—Al menos somos dos.
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Fue el propio Pablo quien le informó que tendría que viajar en el mismo coche que Pedri hasta la gala.
Nora no pudo evitar envidiarlo al enterarse de que el sevillano iría solo, y que Robert Lewandowski—el otro miembro del Barça que había sido nominado a uno de los premios—compartiría un vehículo con su mujer; por otro lado, Alexia Putellas, jugadora del equipo femenino, también arribaría por separado.
Al parecer, Luis Enrique se había encargado personalmente de dar las órdenes sobre su llegada: pisaría la alfombra roja junto a su novio falso, y tendría que permanecer a su lado hasta entrar al teatro donde se celebrarían los premios. Solo entonces, pasaría a sentarse con el resto de acompañantes—Sira, Ana, la familia de Gavi y algunos más—mientras los jugadores tomaban asiento en las primeras filas.
También fue Gavi quien la llevó hacia su respectivo coche tras salir del hotel. Sin embargo, justo cuando el sevillano se disponía a abrirle la puerta, alguien más tomó su lugar.
Era Pedri.
Tan solo tuvo un par de segundos para repasarlo con la mirada, pero fueron más que suficientes para dejarla sin aliento. El canario vestía el mismo traje que Gavi y, aunque ambos lucían claramente apuestos, no podía evitar pensar que el canario le daba un toque diferente. Cada prenda parecía fabricada para él y solo para él, y el color negro de los pantalones y la chaqueta le quedaba de maravilla. Nora detestaba que luciera como el sueño de cualquier chica; emanaba... elegancia, confianza y porte, sin perder la esencia relajada que tanto lo caracterizaba; su expresión, por otro lado, permanecía completamente ilegible.
Aquello último no hizo más que exasperarla, por no mencionar el hecho de que la manera en la que el chico paseaba sus ojos por su silueta le había secado la boca. No supo cuánto duró aquel trance, pero finalmente fue Pedri quien acabó apartando la mirada, apretando la mandíbula. El canario le dedicó a su amigo una sonrisa tensa; aun así, se despidió de él como siempre, con aquel amistoso saludo que solían compartir tanto dentro como fuera del campo de fútbol.
Una vez Pablo partió, el chico abrió la puerta del coche, invitándola a pasar sin decir nada. Nora tragó en seco antes de seguirle la corriente, planteándose la opción de darse la vuelta e ignorarlo, pero sabía que ya se había comportado lo suficientemente inmadura en los últimos días. Pedri entró al vehículo detrás suya; la morena optó por sentarse en la esquina opuesta, tan lejos de él como fuera posible.
Lo escuchó soltar una carcajada incrédula, lo vio sacudir la cabeza como si hubiera leído sus intenciones. Sin embargo, el castaño no dijo nada.
Así transcurrió el trayecto hasta la gala: en completo silencio. Las ventanas estaban casi empañadas debido a toda la tensión acumulada; incluso el conductor parecía incómodo, evitando mirarlos a través del espejo retrovisor.
En cuanto arribaron a su destino, las palmas de las manos comenzaron a sudarle. Incluso desde el interior del coche, podía verlo todo: los flashes de las cámaras, la multitud que esperaba la llegada de los futbolistas, el pasillo delimitado por una alfombra roja, las despampanantes parejas de los jugadores de alto rango.
No importaba cuántas veces se hubiera enfrentado a la presa: la tarea siempre sería igual de difícil y, en aquella ocasión, sentía que la presión estaba multiplicada por mil.
Y, cuando sintió una mano posándose sobre su inquieta rodilla, sobre la tela de su vestido, ni siquiera se sorprendió. Era una mano conocida, cálida y familiar—una mano que parecía haber encontrado un hogar en su pierna desde hacía ya bastante tiempo; una mano que ya pertenecía ahí, por mucho que no lo quisiera. Se encontró entonces con un par de ojos marrones, con un brillo casi dorado y un par de pupilas oscuras, casi dilatadas.
«Calma», le decía el canario con la mirada. Casi podía imaginar su voz, la suavidad de su acento acariciándole los tímpanos. Nora asintió sin pensarlo; movió la cabeza con tal precaución que, por un instante, llegó a pensar que él ni siquiera lo había notado. No obstante, cuando lo vio estirar sus comisuras en la más tenue de las sonrisas—rígida y forzada, pero claramente visible—, supo que había llegado el momento.
El momento de actuar, de seguir pretendiendo.
Pedri, sin embargo, no se movió hasta asegurarse de que estuviese tranquila.
Los siguientes pasos transcurrieron en fragmentos difusos. El canario abrió la puerta, todos los presentes empezaron a llamar su nombre, pero Pedri tenía la mirada puesta sobre ella, extendiéndole la mano para ayudarla a salir. Recordó los consejos de Sira mientras se aferraba a la mano del chico, quien la sujetaba con la misma fuerza: sonreír a algunas cámaras, pero no a todas; no responder ninguna pregunta a no ser que algún periodista la forzara a detenerse, mantener la espalda recta y la cabeza bien alta. Vio a Gavi por el rabillo del ojo, luciendo casi tan perdido como ella mientras ocupaba su lugar en la alfombra roja, y luego se fijó en el perfil de su novio falso, quien parecía tener la situación perfectamente controlada.
De alguna manera, aquello le brindó cierta sensación de seguridad.
Aun así, cuando llegó el momento de posar ante las cámaras... cualquier rastro de confianza se fue por la borda.
Sabía que estaba tensa, que cada uno de sus músculos estaban tan duros como una piedra y que el intento de sonrisa que estaba tratando de esbozar era más bien patética. Tenía que vender un romance, pero no podía estar más rígida con el brazo de Pedri pasando por detrás de su cintura y su mano posada en su cadera. Su colonia era embriagadora; jugaba con su mente, con sus latidos, y no pudo evitar preguntarse si quizás se había puesto más de lo habitual con el único objetivo de molestarla. No, no podía concentrarse, y aquello solo la estaba poniendo más nerviosa y...
—Si quieres puedes respirar.
Escuchó la voz del canario al ras de su tímpano—un susurro casi imperceptible, grave y rasposo. A Pedri le dio completamente igual que las cámaras estuvieran captando cada uno de sus movimientos; el chico se limitó a sonreír de manera casi imperceptible ante su falta de respuesta, todavía cerca de su oreja, y, tras una semana escapando de su presencia, Nora tuvo que recordar el poder que sus palabras mantenían sobre su pobre estómago. Solo entonces, se percató de que había estado aguantando el aire sin siquiera darse cuenta.
Se negó a contestar, enfocándose en el ritmo que seguían sus pulmones. Inhaló, exhaló, siguió mirando a las cámaras mientras trataba de relajarse, pero aquello no sirvió de nada cuando sintió que el agarre de Pedri se hacía más fuerte, que volvía a apretar la mandíbula tal y como lo había hecho hacía unos minutos.
—Parece que me tuvieras miedo —bufó con discreción, sin siquiera mirarla; nadie más que ella era capaz de escucharlo, pero Nora sospechaba que la frustración en su expresión era altamente palpable.
Esta vez, fue su turno de murmurar. Ocultó la naturaleza de sus palabras detrás de una sonrisa falsa, con la intención de despistar a las cámaras: —No es el momento, Pedri.
—¿Sí? ¿Y cuándo lo será?
Nora volvió a tragarse el orgullo, evitando responder al tono retador del canario.
No obstante, Pedri no se rindió.
—Me hubiera gustado ser el primero en verte con ese vestido —le susurró en un tono más bajo, incluso más ronco—, pero Gavi me ganó.
El corazón de Nora dio un salto. Los vellos de sus brazos se erizaron, y sabía bien que no era culpa del frío nocturno.
Si Pedri seguía así, jamás podría mantener la calma.
—Basta ya. —Por fin apartó la mirada de las cámaras. Tuvo que resistir las ganas de insultarlo, de acusarlo de jugar con ella cuando se suponía que debían ser profesionales; optó, en cambio, por posar su mano sobre la que él tenía en su cadera, presionando ligeramente en señal de advertencia—. Por favor —le pidió tras unos segundos, tras tomar una profunda bocanada de aire.
Tan solo pasaron unos cuantos segundos, pero a ella le pareció una eternidad. Pedri mantuvo sus ojos fijos sobre los de Nora; creyó que la mirada del canario se suavizaba por un breve instante, como si estuviera considerando sus palabras, y entonces volteó la cabeza, centrándose nuevamente en los paparazzi.
La morena aprovechó el momento para regular sus latidos. Sin embargo, con la cercanía de Pedri recordándole lo que había pasado la noche de su presentación, la tarea fue prácticamente imposible.
Al menos sobrevivió hasta llegar al final de la alfombra roja. No hubo preguntas, ni demasiado alboroto. Únicamente cuando llegaron la entrada del teatro, con la mano del canario puesta en su espalda baja, una periodista española logró detenerlos.
—Buenas noches, Pedri. Primero que todo, quería decirte que es un gusto verte asistiendo una vez más a un evento tan importante como lo es este para el fútbol —empezó la mujer de manera respetuosa. El canario le dedicó una de sus carismáticas sonrisas mientras le daba las gracias; Nora quiso apartarse, darle su espacio para responder, pero Pedri no le permitió alejarse, pues en ningún momento separó la mano de su espalda—. Discúlpame por la imprudencia, pero tampoco pude evitar notar que tienes una acompañante —continuó, dedicándole una breve mirada a la morena—. ¿Qué se siente volver a estar aquí, y esta vez de la mano de alguien?
—Bueno, tener la oportunidad de asistir a unos premios como estos siempre será un honor para mí —respondió el canario. Nora tuvo que resistir la tentación de poner los ojos en blanco al verlo responder con tanta soltura, con tanto encanto y humildad; no pudo, sin embargo, ya que pronto sintió la mirada de Pedri en su rostro—. La verdad es que ahora estoy más tranquilo porque mis compañeros son los nominados, no yo... Además, esta vez vengo con mi chica.
La morena se esforzó a devolverle la sonrisa al canario, pero sintió que sus labios titubeaban, que no eran capaces de aguantar los ojos de Pedri. Sabía bien que el chico estaba actuando; aun así, mientras sus iris se paseaban por su rostro, Nora tuvo que contener un suspiro.
Fue la voz de la periodista lo que finalmente la obligó a volver a la realidad.
Hizo un par de preguntas más—una específicamente para Nora, quien contestó como mejor pudo, pues el maldito pulgar de Pedri empezó a dejar caricias en su espalda justo cuando le tocaba responder—, les deseó una buena noche y finalmente los dejó marchar. La mujer fue astuta, haciendo las preguntas adecuadas para forzarlos a confirmar su relación de manera aún más explícita, pero el canario supo seguirle el juego, aprovechando la oportunidad para cumplir el objetivo de Luis Enrique: confirmar al cien por ciento su noviazgo con Pedri antes del Mundial.
Aun así, solo podía pensar en lo irónica que era la situación. ¿La periodista quería saber cómo les iba como pareja? Bueno... la realidad era que llevaban días sin hablar, Nora ni siquiera sabía qué cojones estaba pasando entre ambos, y apenas podía soportarlo cuando estaba tan cerca.
Con aquel pensamiento en mente, llegaron hasta las puertas del teatro. Creyó que por fin podría alejarse del canario, que ya había superado la prueba; las palabras de Gavi hacían cierto eco en su mente, pero sabía que lo más fácil era ignorarlas. En cuanto divisó a Ana y Sira a la distancia—y asegurándose de que la prensa no estuviese prestando atención—, se preparó para partir.
Pedri no se lo permitió.
La cogió del codo, deteniéndola antes de que pudiera zafarse de su agarre. A pesar de la firmeza de su tacto, cualquier espectador pensaría que el canario estaba acercando a su novia con suavidad, inclinando la cabeza ligeramente hacia abajo para poder mirarla a los ojos. No obstante, en cuanto Nora detectó la oscuridad acumulada en sus pupilas, su estómago dio un vuelco en anticipación.
—Vamos a hablar cuando esto acabe.
No era una pregunta, ni una sugerencia—era una afirmación, un hecho inmutable. Le barrió el rostro con la mirada, como si estuviera asegurándose de que no fuera a rechistar; perdida en la extraña llama que ardía en sus iris, tan similar a la de aquel día en el Club Havana, Nora ni siquiera pudo apartar los ojos.
—Lo dices como si no hubieras hecho lo mismo que yo —respondió en murmullo, tensando la mandíbula en un intento por controlar su frustración—. Tú también me has estado evitando.
El semblante de Pedri se oscureció. Su manzana de Adán subió y bajó con lentitud, y Nora creyó que sus grandes ojos se posaban sobre sus labios. El momento se sintió eterno, pero el chico acabó levantando la mirada. Le dio un vistazo a los alrededores, percatándose de que un par de paparazzis los estaban observando.
La morena fue incapaz de prevenir su siguiente movimiento: el canario le sujetó las muñecas, guiando sus brazos hasta envolverlos alrededor de su cuello; sus manos, en cambio, se posaron en la cintura de Nora.
«Es actuación», se repitió Nora, sabiendo que no tenía otra opción más que seguirle el juego. Aun así, cuando sus labios cayeron entre abiertos y sus mejillas empezaron a arder, la irritante vocecita de su cabeza se empeñó en recordarle que actuar no debía sentirse tan real.
—Sí, porque eso era lo que tú querías —susurró Pedri, encogiéndose de hombros como si admitirlo no le costara nada—, pero ya estoy cansado de fingir.
Nora no encontró ni un solo rastro de diversión en su semblante: hablaba completamente en serio, con absoluta convicción.
Y entonces se fue, siguiendo a sus compañeros de equipo tras dedicarle una última mirada. La dejó ahí, con el corazón en la garganta y la palabra en la boca.
De pronto, la noche parisina se sentía aún más fría que antes.
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Para Nora, la gala acabó en un abrir y cerrar de ojos.
Después de todo, tenía la mente tan dispersa que apenas pudo prestar atención. Tan solo recordaba los momentos claves: a Gavi, Lewandowski y Alexia subiendo al escenario para recoger sus respectivos premios, a Sira y Ana tratando de enseñarle los nombres de todos los futbolistas que se hallaban presentes, y a Pedri entregándole a Pablo el mismo trofeo que él había recibido el año pasado.
Todo lo demás se había visto opacado por la forma en la que el canario la había buscado entre el público, por la mirada que le dedicó antes de bajar del escenario.
Lo había hecho aposta—tenía que haberlo hecho aposta, solo para irritarla. Ya estaba lo suficientemente frustrada consigo misma por no ser capaz de prestar atención al evento, demasiado ocupada pensando en todas las respuestas que podría haberle dado a Pedri en lugar de quedarse callada, con los brazos alrededor de su cuello y la lengua congelada.
La llegada al hotel también fue una odisea.
Joan Laporta le había dado una bonita sorpresa a todos y cada uno de los miembros del Barça que habían asistido a los premios, y también a sus respectivos familiares. Había reservado la lujosa sala de eventos; botellas de champaña en cada mesa, caros aperitivos para cenar, música suave y elegante llenando la estancia. Todos los presentes festejaban los logros de los tres galardonados—el ambiente era ameno, alegre, propio de cualquier celebración.
Después de una patética copa de champaña, Nora finalmente encontró el momento adecuado para escapar de la estancia.
Intentó convencerse de que el único motivo por el cual se había marchado tan pronto era que le dolían los pies, y que tantas horas sin dormir en el avión de España a París le estaban pagando factura. Aun así, su lado más cobarde sabía que lo único que quería era atrasar la supuesta charla que Pedri le había prometido.
Ya había tenido demasiada suerte; el muchacho no se le había podido acercar en toda la noche, pues, como buen futbolista famoso, siempre tenía algo que hacer o alguna persona a la que saludar. Tenía que aprovechar la oportunidad, aunque quizás acabara recibiendo un regaño por parte de Sira y Ana por haber subido a la habitación sin avisar.
Entrar por la puerta se sintió como un triunfo. El silencio la llenó de paz, le permitió soltar un suspiro de alivio mientras se preparaba para deshacerse de los malditos tacones de aguja que le habían hecho la vida imposible durante toda la noche. La opción de enterrarse bajo las sábanas sin siquiera desmaquillarse sonaba extremadamente tentadora y, por más que sabía que su piel acabaría resintiéndose al día siguiente, empezó a plantearse la posibilidad de tumbarse en la cama sin lavarse la cara.
Se acercó al tocador, mirándose al espejo para retirarse los pendientes. Seguidamente, trató de continue con el collar que llevaba puesto, pero, entre el cansancio y su impaciencia, quitárselo se convirtió en una tarea imposible.
Escuchó entonces un par de toques en la puerta. Supuso que se trataba de Sira, o quizás de Ana; tal vez alguna de las dos se había percatado de su ausencia y había ido a buscarla, olvidando coger la llave de la habitación.
—¡Ahora voy! —anunció en voz alta, todavía luchando contra el maldito collar.
Se mordió el interior de la mejilla, acercándose un poco más al espejo para tener más acceso. En aquel instante, el click de la puerta le advirtió que su visitante sí tenía la llave, y que la había usado para ingresar a la estancia.
Nora se dio la vuelta, preparada para pedirle ayuda a Ana o a Sira. No obstante, acabó topándose con la única persona a la que no quería ver.
—¿Qué haces aquí? —preguntó entre dientes. Con el corazón subiéndole hasta la garganta, el colgante quedó olvidado, volviendo a caer nuevamente en el espacio entre sus clavículas.
—Tú ya sabes qué.
La respuesta de Pedri fue seria, tan seria que casi la hizo perder el aliento. Por supuesto que lo sabía... Había estado evitando aquel momento durante toda la noche, pero distraerlo con una pregunta parecía una mejor opción que pensar en el hecho de que estaban solos.
Pedri se dispuso a cerrar la puerta. Lo hizo con lentitud, tomándose todo el tiempo del mundo.
Se movía con seguridad, con determinación y confianza, y aquello no hacía más que exasperarla.
—¿Y de dónde has sacado la llave? —insistió, justo cuando los ojos de Pedri volvían a posarse sobre ella.
—Ana me dio la tarjeta.
Sacó el pequeño rectángulo de cartón de su bolsillo, enseñándole la prueba; Nora todavía no era capaz leer su expresión, por lo que no pudo hacer nada más que tragar en seco. Maldijo a su amiga mentalmente, quien la había mandado directo a la boca del lobo.
No le quedaba otra alternativa más que fingir indiferencia.
Se dio la vuelta tras soltar un suspiro frustrado, haciendo todo lo posible por concentrarse en su reflejo y nada más que en su reflejo. Volvió a la tarea de quitarse el collar, ignorando la presencia de Pedri.
Aun así, sintió que se acercaba incluso antes de poder verlo a través del espejo.
Pedri no dijo nada mientras se posicionaba detrás suya. Nora no se percató de que sus manos habían soltado el colgante de manera inconsciente, cayendo sobre la mesa del tocador.
—Apártate el pelo —habló el chico finalmente.
La morena titubeó, pero acabó haciéndole caso, sujetándose el cabello en una especie de coleta para darle acceso al canario. Tragó con fuerzas, tratando de anticipar el impacto, y tuvo que aguantar la respiración cuando los dedos de Pedri le rozaron la nuca mientras buscaban el broche del collar.
No supo cuánto tardó en quitárselo—si fueron tres, cuatro o cinco segundos, o tal vez un minuto entero; después de todo, parecía que el tiempo transcurría de manera diferente cuando él estaba cerca. Con su cálido aliento rozándole la nuca, Nora empezó a tener la sospecha de que el canario podía escuchar el rápido repiqueteo de su pulso, mas no dijo nada al respecto.
Una vez se lo quitó, Pedri dejó el collar en el tocador.
—Date la vuelta, Nora.
Esta vez, prácticamente habló en un susurro.
Sabiendo que estaba entre la espada y la pared, la morena tuvo que enfrentarlo.
—Yo tampoco quería esto —empezó el canario. Nora lo vio fruncir el ceño, tensar la mandíbula mientras se preparaba para volver a hablar. Lucía enojado, exasperado, nada que Nora no hubiera visto en el transcurso de la noche; aun así, sus pupilas la examinaban con una chispa diferente, algo que no era capaz de reconocer—. Se suponía que iba a centrarme en mi carrera, que nada más debía importar... —Soltó una carcajada irónica, seca, relamiéndose los labios antes de continuar—. Pero llegaste tú.
La morena sintió que el aire se le escapaba de los pulmones; que las puntas de sus dedos se enfriaban por los nervios, que sus labios caían entreabiertos. Rebuscó una respuesta, algún método para evadir sus palabras y fingir que no había pasado nada, pero tenía la mente en blanco.
Se forzó a pensar con la cabeza fría, a ignorar la forma en la que su garganta se cerraba. Quiso lucir firme, pero, sin darse cuenta, también le pedía piedad con la mirada.
—Es una broma, ¿no?
—¿Te parece que estoy bromeando?
Se le escapó el aliento, la seguridad, la voz.
Tuvo que tomarse unos segundos antes de poder pronunciar sus siguientes palabras. Sacudió la cabeza, abriendo y cerrando la boca como un pez fuera del agua, hasta que finalmente logró recuperar el control de sus cuerdas vocales.
—Dijimos que no podía pasar nada entre nosotros —le recordó lentamente, enfatizando cada palabra. Empezó en un tono bajo, tan bajo que creyó que Pedri no podría escucharla, pero el canario tenía toda su atención puesta sobre ella. Analizando su expresión, Nora supo de inmediato que aquello no le había agradado, pero eso solo la llenó de rabia, impulsándola a hablar con más firmeza—. Ya falta poco para el Mundial. Cuando todo esto acabe, podrás buscar a las chicas que te dé la gana y hacer lo que quieras con ellas. —Se forzó a esbozar una sonrisa cínica; sin embargo, no se percató de que su voz temblaba ligeramente, bañada de impotencia—. No tendrás que verme más si no quieres. No voy a distraerte; tú seguirás con tu carrera y yo me voy a enfocar en mi música.
—¿No lo entiendes? —El canario negó con incredulidad; las llamas ocultas tras su mirada creciendo aún más mientras daba un paso hacia adelante—. Me cambiaste todos los putos planes. Todos, Nora.
—¡No! ¡No lo entiendo!
Y entonces explotó.
Sintió que estallaba, que el cúmulo de tensión que llevaba meses aferrado a las paredes de su estómago se hacía trizas. Su pecho subía y bajaba en un ritmo acelerado, sus manos se apretaron en puños a sus costados.
Lo resentía. Oh, cuánto lo resentía... Todo era su culpa, obviamente era su culpa.
Si no fuera por él, todo estaría en orden.
—Vete —le pidió en un murmullo.
Mantuvo los ojos adheridos al suelo; no podía mirarlo a la cara.
Sin embargo, al notar que Pedri permanecía en su lugar, su sangre empezó a arder con más fuerza.
—Que te vayas —volvió a espetar, hablando con más fuerza; aun así, no levantó la mirada.
—Dilo otra vez —habló el canario con firmeza. Nora moría por ver su expresión, por averiguar qué cojones estaba pasando por su mente, pero no era capaz de hacerlo—. Si de verdad quieres que me vaya, dilo mirándome a la cara.
El corazón se le detuvo.
Lo intentó. Lo intentó con todas sus fuerzas, solo para demostrarle que decía la verdad, que no lo quería cerca.
Sin embargo, sentía que, si enfrentaba sus ojos, no podría pedirle que se fuera.
Con la voz pendiendo de un hilo, tuvo que optar por algo más.
—No quiero hablar más.
La risa de Pedri hizo eco en sus oídos—no, la sintió en cada uno de sus huesos; era ronca, y baja, y grave, y todas esas cosas que exclamaban peligro.
—Pues que le den a hablar.
Los labios del canario se estamparon contra los suyos.
Y, tan pronto cómo sintió sus cálidas manos ahuecándole la mandíbula, Nora correspondió con todas sus fuerzas.
De repente, el oxígeno se transformó en algo inequívocamente caótico. El fuego le devoraba la piel, convirtiendo en cenizas el poco sentido común que apenas lograba evocar cuando Pedri se hallaba cerca. No estaba segura de dónde empezaba ni dónde terminaba—lo sentía en todas partes; tanto por dentro como por fuera, en sus vellos erizados y en el interior de su pecho, e incluso en las puntas de sus pies.
Sintió que su espalda baja chocaba contra el borde del tocador, que sus rodillas temblaban mientras el canario pasaba a sujetar sus muslos, indicándole que diera un pequeño salto para subirla a la mesa con facilidad. Ni siquiera le importó que Pedri apartara bruscamente cada uno de los objetos que se encontraban sobre la superficie de madera, abriéndole espacio sin separar los labios de los suyos.
El beso era feroz, desesperado, cargado de toda la tensión acumulada, de la atracción que llevaban suprimiendo durante tanto tiempo. Pedri la besaba como nadie lo había hecho nunca: mantenía el control, jugueteaba con sus labios, exploraba su boca con su lengua como si fuera un experto. Cada cosa que hacía parecía intencionada, cada uno de sus movimientos la llevaban a la cima; era intenso, abrumador, y malditamente perfecto.
Nora luchaba por seguirle el ritmo, aferrándose a su cuello en un intento por acercarlo aún más, pero la longitud de su vestido convertía la tarea en un reto.
Pedri soltó una ronca carcajada, notando la desesperación de la morena; no obstante, aquello no fue un problema para él. No dudó en anclar sus manos a las caderas de la chica. Se separó momentáneamente de sus labios con la intención de subirle el vestido con movimientos expertos, lo justo y necesario para poder posicionarse entre sus piernas sin dejar ver nada más que sus muslos.
La consumía entera, sin compasión. Le arrebataba el aliento, la dejaba extasiada, tanto así que Nora tuvo que separarse por un breve instante, soltando un pequeño jadeo. El canario aprovechó el momento para atacar su mandíbula. Con las manos aferradas a su cintura, la acercó aún más a él, hasta que sus pelvis rozaron.
Nora tuvo que morderse la lengua para evitar soltar un gemido ante la fricción, aferrándose al cuello de Pedri. Sin embargo, el chico pareció leer sus reacciones, aumentando la intensidad de sus besos hasta llegar a su oreja.
—No tienes ni idea de lo que me estás haciendo —susurró Pedri; su voz sonaba ronca, rasposa, cargada de deseo. El canario no le dio tiempo a responder, volviendo a sus labios tras dejar una suave mordida en su lóbulo.
Atrapada entre el calor de su torso y la fría mesa del tocador, Nora respondió sin pensarlo, siguiendo sus instintos y dejándose llevar por el cúmulo de emociones que había enterrado en el fondo de su estómago. Aunque había besado a un par de chicos en el pasado, ninguno la había hecho sentir como Pedri.
Se sentía poderosa, pero al mismo tiempo débil; sentía que se ahogaba, pero nunca había respirado con tanta facilidad.
En algún punto, trató de separarse una vez más en busca de aire. Él tan solo dejó un apretón en sus caderas, enterrando la cabeza en su cuello para darle un respiro sin permitirle apartarse. «Ni se te ocurra alejarte», advertía su agarre.
Estaba claro que no iba a dejarla huir otra vez.
No supo cuánto tiempo había pasado cuando la mano derecha de Pedri empezó a subir lentamente por su pierna—aquella que la apertura de su vestido dejaba al descubierto. Escaló por su muslo, volvió a anclarse a su cadera, pero esta vez por debajo de la tela. El chico le rozaba la piel con la yema de los dedos, jugueteaba con el borde de su ropa interior mientras ella le clavaba las uñas en la nuca. Justo entonces, cuando el primer gemido amenazaba con salir de sus labios, un rayo de claridad iluminó la mente de Nora.
Recordó la promesa que habían hecho. Recordó la única regla que él le había jurado respetar. Se suponía que no debían besarse, que las caricias debían estar reservadas para las cámaras, que ella no podía caer por culpa de algo tan... tan estúpido y banal como la atracción y el deseo.
Pedri no tardó en percatarse de que el ritmo de sus labios había cambiado—de que las manos de Nora bajaban hasta su pecho, como si estuviera tratando de alejarlo. Se apartó ligeramente, mostrándole a la morena una perfecta imagen de su rostro: sus pupilas dilatadas, su cabello revuelto, el tono rojizo de sus labios.
Nora suspiró con pesadez; se veía aterradoramente guapo.
Mientras trataba de recuperar el aliento, el canario le apartó el cabello del rostro. La suavidad de su tacto contrastaba con la intensidad de los besos que habían compartido, y aquello le arrebató otro suspiro. Algo en su pecho se estrujó a la par que cerraba de ojos, sintiendo cómo la mano de Pedri se posaba en su mejilla.
—¿Qué pasa? —le preguntó en un murmullo.
Por su tono de voz, Nora sospechó que el canario ya sabía lo que se venía.
Sacudió la cabeza. Se obligó a levantar los párpados, enfrentando los ojos del chico con la expresión más firme que pudo esbozar.
—Esto... esto no puede volver a ocurrir, ¿vale?
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oo. ▇ ‧‧ . ༉‧₊˚ 𝒂𝒖𝒕𝒉𝒐𝒓'𝒔 𝒏𝒐𝒕𝒆 ... ❜
AAAAAAAAAA. ¿ME ESCUCHAN GRITAR?
SE HAN BESADO, GENTE. SE HAN BESADO. DIEZ CAPÍTULOS DE 8K PALABRAS DESPUÉS, LO HAN HECHO.
Y EN EL SIGUIENTE CAPÍTULO EMPEZAMOS EL MUNDIAL QJIZWNSKKQAN.
tengo que adelantar que la mente de Nora va a estar hecha un cuadro en las siguientes partes, así que tengan paciencia. ha pasado justamente lo que quería evitar, así que mi niña va a tener que luchar contra sí misma antes de poder abrirse completamente. al menos ahora tiene buenos amigos que pueden ayudarla, como Ana, Sira y obviamente Gavi... btw, ¿les ha gustado su pequeña interacción? porque a mí me ha encantado escribirla ¡!
en fin... solo puedo pedirles que me cuenten si les ha gustado toda la tensión que precedió al tan esperado beso de Pedri y Nora, así como también el beso en sí. estoy experimentando con este tipo de escenas y tengo pensado hacer bastantes cosas más, así que iremos viendo cómo funciona la cosa.
sin embargo, quiero recalcar que no pretendo sexualizar a nadie en ningún momento. son personajes, al fin y al cabo. el Pedri "real" seguramente no se parece en nada al que yo retrato en mi historia, y esto no tiene nada que ver con su vida privada; lo respeto completamente y no pretendo incomodar a nadie.
eso es todo por hoy. nos vemos lo más pronto posible ¡!
nuevamente, muchas gracias por todo.
¡dejen un comentario, voten y compartan! ♡
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