𝟎𝟎𝟗. jealously, jealously
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𝟎𝟎𝟗. jealously, jealously
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𝐄𝐍 𝐂𝐔𝐀𝐍𝐓𝐎 𝐏𝐔𝐒𝐎 𝐄𝐋 𝐏𝐑𝐈𝐌𝐄𝐑 pie dentro del campo de entrenamiento de la Ciudad Deportiva, Nora fue prácticamente secuestrada por Vera y Ana.
La morena suspiró, rascándose la muñeca en un gesto ansioso; la habían acorralado cerca de las gradas y, tras una noche de insomnio, no se sentía preparada para participar de lo que seguramente sería un interrogatorio exhaustivo. No le extrañaba que su hermana estuviera más que lista para obtener respuestas tras verla llegar junto a su novio falso—después de todo, llevaba advirtiéndoselo desde el día anterior, cuando Nora le avisó que pasaría la noche en casa de Pedri—, pero, al ver a Ana sonreír de oreja a oreja, preparada para bombardearla con sus propias preguntas, no pudo evitar preguntarse qué método habría utilizado Vera para tentarla a convertirse en su secuaz.
—Menudas ojeras —empezó su hermana. Entrecerró los ojos durante un par de segundos, analizando a Nora sin una pizca de reparo—. No sé si tienes cara de haber pasado toda la noche follando o si simplemente dormiste como el culo.
—Muy graciosa, Vera. —Le dedicó una sonrisa sarcástica—. De hecho, también follé esta mañana. ¿Quieres que te cuente los detalles?
La mayor soltó una carcajada, pero Nora pudo notar que su respuesta la había pillado por sorpresa. Reconociendo que se estaba comportando con más crudeza de la habitual, optó por morderse la lengua; aun así, con las pocas horas de sueño que había conciliado, no sabía si aquello sería suficiente para controlar sus siguientes palabras.
Admitirlo era difícil, pero Vera tenía razón en una cosa: Nora apenas había dormido en toda la noche. Perdió la cuenta de cuántas vueltas había dado en su lado de la cama, de los tantos minutos que pasó con los ojos abiertos y el corazón en la garganta. La situación tan solo empeoraba cada vez que sentía que Pedri se acercaba a su cuerpo de manera inconsciente; mientras Nora hacía todo lo posible por evitar rozarlo, con el aliento del canario en la nuca o uno de sus brazos al ras de su espalda, sus músculos se mantenían completamente tensos, sumidos en un constante estado de alerta.
Estaba irritada, cansada, y sobre todo molesta consigo misma por no haber sido capaz de mantener la cordura tras lo ocurrido. El tacto del canario en su cintura, la suavidad de su toque sobre su muslo, todo aquello de ser profesionales... Recordar las sensaciones hacía que la mente le diera vueltas, que el cuerpo entero le picara.
Quiso culparlo por el tremendo cacao mental con el que había tenido que lidiar durante toda la noche, por el insomnio y la rapidez de su pulso. Pero entonces Pedri la despertó como si nada hubiera pasado, con una expresión divertida al verla aferrarse a las sábanas y la promesa de pasar por su piso para que recogiera todo lo necesario antes de dirigirse a la Ciudad Deportiva y... y Nora supo que no tenía excusas para hacerlo.
Decidió, al menos, que si Pedri no sacaba el tema, ella tampoco lo haría.
Al fin y al cabo, no había sucedido nada. Tan solo un poco de tensión aquí y allá—algo a lo que ya debía estar acostumbrada, sobre todo tomando en cuenta que el canario parecía todo un maestro en el arte de ponerle los vellos de punta y que Nora, como casi toda España, siempre lo había considerado atractivo, incluso cuando apenas lo soportaba.
Por supuesto que no iba a perder la cabeza por sus jodidas hormonas, una insignificante chispa de electricidad y un par de ojos marrones; punto, no había que darle más vueltas al asunto.
No obstante, empezaba a creer que tal vez sí llegaría a perderla por un motivo diferente, pues parecía que Vera y Ana no estaban dispuestas a soltarla.
—Está de mal humor —le murmuró Ana a la mayor, propiciándole un codazo de advertencia en el costado.
—Pero todavía no ha negado la primera opción.
Como si supiese que había ganado la batalla, Vera enarcó una ceja a la par que la observaba a con un claro deje de superioridad. Nora, por su parte, tan solo pudo reír con ironía.
—¿De verdad crees que Pedri y yo...
—Oh, por supuesto. Claro que lo creo.
Incapaz de luchar contra la insistencia de su hermana, la morena tensó la mandíbula, mirando a Ana en busca de ayuda: —Por favor, dile a Vera que está mal de la cabeza.
—Bueno... tan mal no está. —La rubia dibujó una mueca apenada. Nora tan solo pudo suspirar en derrota, comprendiendo que ni siquiera contaba con su único apoyo; si antes sospechaba que no tenía escapatoria, ahora estaba más que segura—. Sé que seguramente no quieras escuchar esto, pero es que parece que no te das cuenta de cómo os miráis últimamente, y ni hablar de hoy... Creo que todos sentimos la tensión cuando Pedri se despidió de ti para ir al vestuario. —Ana escondió una sonrisa emocionada antes de continuar—. Tiene que haber pasado algo entre vosotros, sí o sí.
—Pues no, —Se encogió de hombros, fingiendo indiferencia como mejor pudo—, no ha pasado nada.
—Nora, cariño... Tú misma sabes que te estás haciendo la tonta.
Trató de replicarle a su hermana—negarlo hasta el final, quedarse sin aliento si hacía falta. Se dio cuenta, sin embargo, de que ya no tenía palabras.
Tragó en seco, resistiendo las ganas de maldecirse a sí misma cuando ambas chicas sonrieron con complicidad ante su silencio.
Si quería defenderse, no tenía otra opción más que hablar.
—Bien, os contaré lo que pasó. —Infló el pecho, enderezando la espalda en un intento por lucir más confiada. Se tomó un par de segundos, ensayando mentalmente su discurso antes de continuar—. Pedri y yo dormimos en la misma cama porque estábamos actuando, ¿vale? Actuando —enfatizó la última palabra—. Su familia piensa que estamos juntos; no teníamos otra opción. Y no, no dormí bien porque no estoy jodidamente acostumbrada a meterme en una cama con un tío al lado, así que... Ya está, eso es todo.
Al terminar, Nora tomó una necesitada bocanada de aire. Se cruzó de brazos de forma inconsciente, a la espera de una respuesta que por fin le dejara en libertad.
Aunque el semblante de Vera se había suavizado, el brillo pícaro que relucía tras sus ojos delataba sus intenciones: seguía teniendo algo en mente.
—Te voy a dar un consejillo, ¿vale? Ya verás tú si lo sigues o no —sentenció la mayor, posando una mano en el hombro de su hermana. Se acercó ligeramente, como si fuera a contarle su secreto más preciado—. Si os gustáis, entonces liaros.
La chica ni siquiera le dio la oportunidad de responder, y Nora tan solo pudo poner los ojos en blanco mientras la veía marcharse entre risas. Con su cámara colgada alrededor del cuello, la chica le dio un par de palmaditas en el brazo antes de dirigirse al campo para retomar su trabajo como una de las fotógrafas del club.
Apretó los labios en una fina linea; tendría que haber imaginado que su hermana tomaría una ruta como aquella: cien por ciento explícita y completamente ilógica. Suponía, al menos, que podría volver a respirar con normalidad tras su partida, pero la impotencia seguía ahí, intacta.
Vera había tenido la última palabra y ella... ella ni siquiera sabía por qué estaba tan alterada.
«Es el sueño», se excusó rápidamente. Sí, eso tenía que ser; en cualquier otra circunstancia, seguramente habría encontrado la manera de rebatir los argumentos de su hermana.
Derrotada, se llevó las manos a la cara, frotándose ligeramente los ojos para tratar de despejarse. Deseaba quedarse así por un buen rato, darse unos minutos de descanso para tratar de recuperar la paciencia y enfriar la cabeza; sabía, sin embargo, que no tenía tiempo para ello.
Cuando por fin levantó los párpados, se encontró con el rostro de Ana, quien la observaba con un deje de diversión.
La morena torció los labios en una pequeña mueca: —No vas a decirme lo mismo que Vera, ¿verdad?
—Podría, pero creo que ya has sufrido demasiado. —La expresión de Ana se tornó más comprensiva. Nora notó, sin embargo, que su sonrisa adquiría un matiz divertido mientras giraba la cabeza hacia el campo, donde los chicos terminaban de calentar—. Aunque... he escuchado que te toca grabar unas cuantas cosas con él, así que no estás del todo libre.
No tuvo que seguir el curso de los ojos de su amiga para saber exactamente a quién se refería. Aun así, no pudo quejarse, pues al menos Ana se había apiadado de ella.
A partir de entonces, Nora decidió que lo mejor sería depositar toda su atención en el trabajo. Le echó un vistazo a las tareas del día, discutió unas cuantas cosas con su supervisor y, aunque Ana tenía razón—efectivamente, debía grabar un reto para el canal del YouTube del Barça con Pedri, Gavi y Ferran—, al menos pudo regocijarse en el hecho de que no tenía que centrarse en cierto canario hasta que acabara el entrenamiento. Algunos miembros del equipo le dedicaron uno que otro comentario sugerente, aludiendo a su llegada junto al chico a la Ciudad Deportiva, pero Xavi no tardaba en poner orden entre los más jóvenes y, en una que otra ocasión, jugadores como Jordi Alba o Sergio Busquets los mandaban a callar con eficacia.
El propio Pedri también saltaba a defenderla, desviando la atención de los chicos y ofreciéndose a recibir gran parte de las bromas.
Aquellas eran quizás las únicas ocasiones en las que Nora se atrevía a mirarlo a los ojos, agradeciendo sus intervenciones con una pequeña sonrisa y un discreto asentimiento de cabeza. Más allá de eso, pasó el resto de su jornada de trabajo haciendo un esfuerzo inconsciente por buscar distracciones, incluso donde no las había.
El entrenamiento llegó a su fin un par de horas más tarde, y la morena estuvo a nada de quedarse dormida en el banquillo que se encontraba en el exterior de los vestuarios, esperando a que los chicos terminaran de ducharse. Después de que Ferran, Gavi y Pedri la pillaran con los ojos casi cerrados, Nora los llevó hasta el pequeño set donde el club solía grabar sus vídeos de YouTube al aire libre y, luego de dar unas cuantas indicaciones—a la par que trataba de evadir las bromas de los chicos—, comenzó a grabar.
No obstante, se encontró con un ligero problema, un detalle que le costaba digerir.
Y es que sus pupilas estaban constantemente centradas en el canario de cabello castaño.
Cuando hablaba, cuando reía—cuando sus propios ojos se posaban sobre ella, observándola sin una pizca de reparo. La cámara seguía grabando, Ferran y Gavi permanecían ajenos a sus silenciosas interacciones, y Nora sentía que estaba atrapada en una batalla, un duelo secreto en el que la única condición para obtener la victoria era no apartar la mirada.
Llegó a pensar en lo injusta que era la manera en la que el sol le besaba la piel, la forma en la que luz resaltaba los tonos dorados ocultos tras el marrón de sus iris. Se preguntó si la cámara estaría captando aquel efecto, o si quizás se trataba de alguna especie de fenómeno que solo podía presenciarse en persona.
—¡Eh, Nora! ¡Ferran está haciendo trampa!
Fue la queja de Gavi lo que finalmente la obligó a volver a la realidad. Tardó un par de segundos en procesar las palabras, en reemplazar la imagen de Pedri por una respuesta coherente. Mientras volteaba la cabeza en dirección a Pablo, creyó ver que las comisuras del canario se estiraban, como si estuviese más que satisfecho por pillarla con la guardia baja y el ojo puesto sobre él; esperaba, sin embargo, que hubiera sido producto de su imaginación.
La morena pausó la grabación. Exhaló con pesadez, tratando de mantener la paciencia: —¿Qué ha hecho ahora?
—¡Pero si no he hecho nada! —Ferran encogió los hombros con fingida inocencia—. Es que este tonto se piensa que va ganando cuando claramente tengo más puntos que él.
El menor estalló, dándole una colleja a Ferran, quien aguantaba la risa mientras trataba de escapar de la furia de Gavi. Nora contempló la idea de meterse en la pelea, solo para darles un buen tirón de orejas que los obligara a volver a su lugar; tendría que haber imaginado que jugar al 7 Seconds Challenge con unos de los chicos más competitivos del equipo acabaría de aquella manera.
Sabía bien que la solución más sencilla consistía en hacer un simple recuento de los puntos, aclarar quién de los dos iba ganando realmente y forzarlos a callar. No obstante, había estado tan malditamente sumida en los ojos de Pedri que ni siquiera había prestado atención al curso del juego.
De manera instintiva, miró al canario en busca de ayuda: —Pedri...
Ninguno de los otros dos chicos parecieron escucharla; Pedri, sin embargo, tenía su atención puesta sobre ella.
Con solo ver la curvatura de sus labios, Nora comprendió que el castaño sabía lo que necesitaba.
—Gavi —le indicó al ganador, gesticulando el nombre de su compañero con nada más que un movimiento de su boca para evitar llamar la atención de Ferran y Pablo.
El chico procedió a mostrarle ambas manos: tres dedos levantados en una, dos en la otra. Sin necesidad de decir nada más, Nora comprendió que el gesto revelaba la puntuación de sus amigos. La morena asintió en agradecimiento, escondiendo una sonrisa al notar la expresión burlona de Pedri; optó por poner los ojos en blanco, mostrándole discretamente su dedo corazón antes de girar hacia Ferran y Gavi, quienes seguían discutiendo.
Claro que ocultar su sonrisa no sirvió de nada cuando escuchó la risa de Pedri—sus comisuras acabaron traicionándola, estirándose sin ningún tipo de control. Aun así, simplemente ignoró la reacción de su cuerpo, chasqueando los dedos para llamar la atención de los chicos.
—Tres a dos, chicos; vais tres a dos. —Ferran y Gavi la observaron expectantes, esperando a que continuara. El mayor casi estalla en carcajadas, y entonces Nora entendió que el muy cabrón solo estaba tratando de picar a Pablo—. Y va ganando Gavi, no Ferran.
—¡Vamos!
—No celebres tan rápido, enano. Todavía puedo remontar.
—Y yo también —intervino Pedri entre risas—, que no se te olvide.
—¡Qué va! —Ferran enganchó un brazo alrededor del cuello del canario. Posteriormente, dirigió su mirada hacia Nora, esbozando una expresión vacilona—. Si es que la noche que pasaste con Nora te dejó atontado; no aciertas ni una.
Tras aquellas palabras, y con el rostro a un solo paso de estallar en llamas, la morena decidió que era momento de tomar un descanso. Interrumpió a Pedri—quien lucía preparado para defenderse de su amigo—e ignoró deliberadamente el comentario de Ferran mientras esbozaba una sonrisa falsa, diciéndole a los chicos que se tomaran cinco minutos antes de continuar con el rodaje.
Ya había escuchado suficientes comentarios sobre su maldita noche con Pedri. Sentía que, si escuchaba alguno más, iba a perder la cabeza.
Se alejó unos cuantos pasos y, tras darle la espalda a los chicos, se ató el cabello en una coleta alta y apretada, pues incluso el tacto de su pelo sobre la piel de su cuello se sentía incómodo, caluroso, insoportable. Decidió entonces que tenía que tratar de distraerse, así que sacó su móvil del bolsillo trasero del pantalón, encendió la pantalla, y se preparó para perderse en la primera aplicación que llamara su atención.
Fue entonces cuando se topó con la notificación de un nuevo correo.
Supuso que el mensaje estaba dirigido a su cuenta personal; siempre recibía notificaciones de spam, así que aquello no era de extrañarse. No obstante, en cuanto vio que el correo había sido enviado a su email de contacto profesional—aquel que exponía en sus redes sociales—, su corazón dejó de bombear.
¿Cuántas veces había revisado aquella cuenta, esperando a que algún día su suerte cambiara? ¿Cuánto tiempo había pasado deseando que alguien—quien fuera—la contactara, demostrando interés por su música?
Tenía la espalda tan recta que dolía; piernas congeladas, dedos temblando mientras se aferraban al móvil con más fuerza de la necesaria. Una voz desconocida le susurraba al oído, repitiéndole una y otra vez que seguramente no era nada—quizás un invento de su mente, intoxicada por las pocas horas de sueño.
No supo cuánto tiempo estuvo ahí, con la mirada perdida en la pantalla del móvil y la conversación de los chicos resonando de fondo. Tampoco supo qué fue lo que finalmente la llevó a abrir el mensaje, ni mucho menos el número de veces que tuvo que leer la primera línea antes de poder concentrarse en el contenido.
Tan solo habían pasado unos cuantos segundos desde que su corazón se había detenido, pero ahora intentaba salir de su pecho; quería dar volteretas por los aires, girar y girar hasta pintar el cielo de colores.
Sintió una presencia a su lado. Alguien llamando su nombre, una mano posada en su espalda.
Supo quién era antes de siquiera darse la vuelta. También supo quién era cuando se lanzó a sus brazos, enganchándose a su cuello como si su vida dependiera de ello—como si esa fuera la única manera de celebrarlo, de soltar aquella explosión de felicidad que le nublaba la mente.
Pedri respondió con las mismas ganas, el mismo ímpetu. Brazos envueltos alrededor de su cintura, levantándola ligeramente del suelo; quizás para facilitar el agarre debido a la diferencia de alturas, tal vez porque Nora prácticamente había saltado sobre él a mitad de su pequeño trance.
—No es que no me haya gustado la sorpresa, pero... —La voz del canario finalmente la despertó de su ensoñación. Sintió su aliento rozándole el oído, la manera en la que su agarre se hacía ligeramente más firme mientras reía por bajo—. ¿Qué pasa, Nora?
Cargada de adrenalina, fue ella quien rompió el abrazo—y no con la intención de huir, sino para enseñarle la pantalla de su móvil.
—Léelo.
Las comisuras del chico se estiraron, sus ojos chispearon con curiosidad. Mientras tanto, la sonrisa de Nora permanecía intacta, radiante, puramente sincera y... y sentía que no podía contener su impaciencia mientras Pedri leía el mensaje, cogiendo el móvil con una de sus manos y manteniendo la otra apoyada en su cintura.
Era un toque suave, casi efímero, como el roce de una pluma. Con la euforia del momento, Nora ni siquiera pudo notado.
En cuanto Pedri levantó la mirada de la pantalla, la morena volvió a hablar.
—Quieren que cante. —Se mordió el labio inferior, tratando de contener su sonrisa, pero no sirvió de nada—. Quieren que cante en el Club Havana, aquí en Barcelona y... ¿Sabes cuántas artistas españolas han empezado sus carreras cantando ahí? Muchas, muchísimas —respondió por él, incapaz de cerrar la boca ante la emoción que nadaba en su sistema. Apretó los puños para tratar de calmarse, apoyándolos sobre el pecho de Pedri de manera inconsciente—. Es que no me lo creo...
Quizás, solo quizás, hubiera notado la manera en la que la mirada de Pedri se suavizaba si hubiera estado en sus cabales; la forma en la que sus ojos la miraban, barriéndole el rostro como si tuviera todo el tiempo del mundo.
—Pues yo sí que me lo creo, y tú más que nadie también deberías —murmuró él finalmente. Dejó un silencioso apretón en su cintura, donde todavía descansaba su mano—. Joder... Si es que te mereces esto y más —añadió con convicción, soltando una carcajada cuando la chica dio un par de saltitos, cerrando los ojos como si le estuviera dando las gracias al cielo.
Ferran y Gavi no tardaron en notar el alboroto, acercándose a ellos para preguntar qué demonios estaba sucediendo. Fue Pedri tuvo que responder por ella, pues el corazón de Nora brincaba con tanta fuerza que ni siquiera le permitía hablar.
No recordaba la última vez que había celebrado sus logros de la mano de alguien.
Y tampoco recordaba ningún abrazo como el que el canario volvió a darle un par de minutos más tarde, atrayéndola a su pecho para revolverle el cabello cuando Ferran y Gavi no veían.
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Parecía que el frío de otoño había decidido atacar la ciudad de la noche a la mañana.
El mes de noviembre había llegado con todo Barcelona. Las sudaderas y los abrigos se habían convertido en una prenda crucial dentro de cualquier atuendo, y los jugadores del Barça habían reemplazado las camisetas usuales por unas de mangas largas.
Nora siempre había preferido las temperaturas bajas antes que las altas, pero también sabía que un poco de calor nunca venía mal.
Así pues, la calefacción del coche de Pedri González se había convertido en una de sus mejores amigas durante los últimos días. Había aprendido que el chico era tan friolento como ella, siempre buscando calor con la excusa de que en su tierra natal no hacía tanto frío como en Barcelona, pero, mientras sus compañeros se reían de él cada vez que lo veían frotarse las manos durante los entrenamientos, Nora había adoptado la tarea de encender el aire caliente cada vez que subía al asiento de copiloto, recibiendo una sonrisa agradecida por parte del canario.
En aquel instante, sin embargo, la morena sentía que ni siquiera necesitaba el calor adicional; tenía más que suficiente con la adrenalina que burbujeaba entre sus venas.
Dos semanas después de recibir el mensaje del Club Havana, llegó el día que tanto había esperado.
Era la oportunidad de su vida—la primera señal de que tal vez, solo tal vez, estaba siguiendo el camino correcto. Aquel club era conocido como uno de los mejores locales de copas en Barcelona; localizado en un barrio adinerado, donde jóvenes y adultos iban a pasar las noches con buena música y ambiente de fiesta, lo tenía todo para atraer personajes importantes. Estaba lleno de productores famosos, managers, incluso a veces celebridades... Tener la oportunidad de cantar allí, de ser el espectáculo de las doce, era definitivamente un privilegio para cualquier persona que aspirara a convertirse en un artista.
Estaba ansiosa—por supuesto que estaba ansiosa.
Su pierna botaba de arriba a abajo, sus dedos tamborileaban ritmos aleatorios sobre la tela de su pantalón. Había despertado con el corazón acelerado y una sonrisa en los labios, y debía admitir que apenas había reconocido su rostro en el espejo al verse así, tan llena de energía. El coche de Pedri—quien se había empeñado en llevarla al club unas horas antes de su presentación—se le quedaba pequeño, pero al menos el chico había notado sus ansias, ofreciéndole su móvil como un método de distracción; con una expresión divertida, le dijo que le daría el privilegio de manejar la lista de reproducción por al menos un día.
Sabía que bien que el canario la estaba mirando. Lo sentía través del espejo retrovisor, en el costado de su rostro, sobre el errático movimiento de su pierna... Pedri no había mencionado nada acerca de sus nervios, pero Nora tenía la certeza de que quería hacerlo.
Después de todo, en los últimos catorce días, se había familiarizado cada vez más con sus gestos, sus expresiones, sus costumbres. Habían pasado tanto tiempo juntos, sin nunca mencionar aquel momento de tensión que habían compartido en su cama que... que Nora había comenzado a sentir su presencia como una pieza constante dentro de su vida.
Actuar seguía siendo complicado, por supuesto; apenas podía respirar cuando lo tenía cerca, sonriendo al ras de su oído mientras la abrazaba frente a las cámaras, pero había decidido que ignorar las reacciones de su cuerpo era lo más sano para su mente. A pesar de ello, estar con él no se sentía mal.
No, no era tan insoportable como había pensado alguna vez.
—No tenías que llevarme —le recordó por octava vez desde que subieron al coche. Tras chequear ansiosamente la hora, la morena enfrentó la mirada del castaño a través del espejo retrovisor—. Como llegues tarde al partido...
—Ya te dije que quería hacerlo —la interrumpió el muchacho, enarcando una ceja mientras la observaba con una sonrisa divertida—. Estás más preocupada que yo.
—No quiero que Xavi te eche la bronca por mi culpa.
—Y yo quiero que te relajes.
Nora torció los labios en una mueca, pues no encontraba ningún comentario ingenioso con el que seguir debatiendo: estaba nerviosa, nerviosa de cojones, y lo cierto era que no había forma de negarlo.
—Baja la ventanilla, anda —le sugirió el canario, quien giró hacia ella tras detener el coche en un semáforo—. Confía en mí.
Una de sus manos se posó sobre el hombro de Nora, dejando un apretón reconfortante. Nora frunció el ceño; después de todo, hacía un tiempo habían acordado que bajar la ventanilla era prácticamente una sentencia de muerte, pues aquello podría llamar la atención de más desconocidos.
—Pero los fans...
—Hoy podemos hacer una excepción.
Al ver que la chica no le hacía caso, Pedri estiró el torso, hasta alcanzar el botón que finalmente bajaría la ventanilla del copiloto. Después de dedicarle una expresión casi socarrona—y antes de que ella pudiera decir nada—, el castaño volvió a su posición.
Aturdida tras la repentina cercanía, Nora decidió seguir su consejo, mirando a través de la ventana.
Pedri tenía razón—el aire fresco le vino de maravilla.
Estaba frío, por supuesto, pero le apartaba el cabello de la cara, le despejaba la mente mientras le acariciaba la piel del rostro.
Era impresionante, pensó, que Pedri siempre pareciera saber lo que necesitaba.
Al notar que la canción que sonaba de fondo llegaba a su fin, la morena decidió echarle otro vistazo a la playlist de Pedri. Tras meses acompañándolo en su coche, había notado que no tenía un gusto particular, sino más bien común dentro de la media española; solo sabía que el muchacho disfrutaba música mayoritariamente en español, y que Quevedo era sin dudas su cantante favorito.
Sin embargo, no pudo evitar soltar una carcajada, cuando se topó con Nota de Amor, un tema de Carlos Vives, Wisin y Daddy Yankee. Un vallenato, mejor dicho—de aquellas típicas canciones que escuchaba su madre, siempre dispuesta a celebrar su ascendencia latinoamericana, antes de perder la chispa que en algún momento solía llenarla.
—¿Qué es esto, González? —preguntó entre risas, reproduciendo la canción sin pensarlo dos veces.
Las cejas del canario se juntaron en confusión. No obstante, en cuanto identificó la melodía que salía de los altavoces, sus ojos se abrieron de par en par.
—Se me habrá colado en la playlist... —mintió en un murmullo. Al ver que Pedri sujetaba el volante con más fuerza, avergonzado hasta la médula, Nora no pudo evitar estallar en carcajadas; aquella era quizás la primera ocasión en la que lo había visto verdaderamente nervioso, y lo cierto era que estaba disfrutando de la oportunidad de darle un poco de su propia medicina—. No te rías, cabrona —exigió el chico. Aun así, la morena pudo notar que Pedri finalmente había cedido, sonriendo para sí mismo—. Venga, quítala, que ya te has reído bastante.
—¿Por qué tendría que quitarla? —Le dedicó una sonrisa juguetona—. Me la sé enterita.
—¿Ah, sí? —contraatacó Pedri, empleando el mismo tono divertido—. Pues demuéstralo.
Nora no titubeó. Se acomodó en su asiento, aclarándose la garganta mientras esperaba a que la letra comenzara, y no supo en qué jodido momento había bajado tanto la guardia, pero... se sentía bien, ligera, como el viento que entraba por la ventana.
—Hoy te tengo que decir que el amor en ti encontré... —comenzó cantar; comisuras estiradas de par en par, mejillas casi entumecidas por la fuerza que ejercía su sonrisa.
Llevó el móvil hasta la boca de Pedri, como si fuera un micrófono. Aunque el chico había tenido que mirar nuevamente hacia adelante, concentrándose en las calles, pareció captar sus intenciones. Dudó por un par de segundos, sacudiendo la cabeza con diversión, pero acabó cediendo a los deseos de Nora.
—Que eres tú la mujer que me hace feliz...
La chica tuvo que llevarse una mano al estómago al sentir que las carcajadas empezaban a pagarle factura. Trató de recuperar el aliento mientras el canario escondía su propia risa, pero, con el corazón en la mano, Nora se dedicó a cantar el resto de la canción.
Desafinar ni siquiera era un problema—no en ese momento, dentro de aquel coche, con Pedri a su lado; gritar la letra la ayudaba a drenar la euforia que la mantenía en el borde de su asiento. Ya tendría tiempo de preocuparse por la calidad de su voz cuando llegara al Club Havana... mientras tanto, podía guardar cualquier rastro de perfeccionismo en un cajón imaginario.
Ni siquiera se percató de que la mirada de Pedri se despegaba de tanto en tanto de la carretera, siempre aterrizando en su perfil. No notó su sonrisa, ni la chispa de curiosidad que le envolvía las pupilas mientras la veía desinhibirse por primera vez en meses. Tan solo sintió que el camino se hacía más corto y, antes de que pudiera percatarse, el canario aparcó frente al club.
En el momento exacto en el que los ojos de Nora encontraron el letrero principal del local, las inseguridades empezaron a asfixiarla. Dudas que no había sentido hasta entonces, el miedo a arruinar aquella oportunidad y decepcionar al público, demostrándole a su padre—y a sí misma—que siempre sería una inútil.
Por fuera, Nora mantenía la cabeza alta. Por dentro, el temor empezaba a carcomerla.
—Creo que estoy nerviosa —admitió en voz baja.
¿Siquiera merecía estar ahí? ¿La habían contactado por su talento, o por su supuesta relación con uno de los mejores futbolistas de España?
Aquello era algo que no había pensado hasta entonces, aún sabiendo que el único motivo por el cual había accedido a "salir" con Pedri era darse a conocer en el mundo de la música. Aunque la culpa siempre había estado ahí, como una sombra, de pronto se sentía más intensa que nunca.
Escuchó el eco de un cinturón desabrochándose, el conocido sonido de piel y ropa rozando en mitad de un movimiento. Sabía que era Pedri quien se acomodaba en su asiento, girando el cuerpo para enfrentarla directamente, pero ella no quería voltear. Admitir que estaba nerviosa ya era un golpe demasiado bajo para su orgullo; no podía seguir machacándolo.
—Después del concierto que acabas de darme, no deberías estarlo.
El canario se las arregló para sacarle una sonrisa con sus palabras. Intentó frenar sus comisuras, darle la espalda por más tiempo, pero su cuerpo acabó traicionándola, dándose la vuelta para encontrarse con la expresión del muchacho.
Era suave, honesta... comprensiva, incluso con aquel toque de diversión concentrado en sus pupilas.
—No puedo cagarla, Pedri —murmuró Nora, relamiéndose los labios al sentirlos repentinamente secos; mandíbula tensa, dedos jugueteando en un gesto ansioso con el colgante que llevaba en el cuello.
Para su sorpresa, Pedri acabó cogiéndole la muñeca, apartando su mano del collar y forzándola a prestarle atención. Como cada vez que la rozaba, su tacto erizó la piel de Nora, mas no tenía la claridad mental suficiente como para reprimir sus propias reacciones.
Aunque el canario la dejó ir en cuestión de segundos, ella todavía podía sentir el fantasma de su tacto.
—Y no lo harás —le aseguró el muchacho—. Cuando le dije a mis padres que serías la mejor cantante de España, no estaba mintiendo. Quiero que sepas eso, ¿vale?
La morena apenas pudo asentir. No sabía qué decir, ni mucho menos cómo responder a la determinación que cubría su rostro, a la absoluta convicción en sus palabras.
—Más os vale ganar el partido de hoy —farfulló entonces, optando por cambiar de tema. Aun así, fue incapaz de contener una sonrisa—. Gavi me prometió que lo haríais para darme buena suerte.
—¿Te prometió eso? —rio él; un deje de travesura dándole un brillo pícaro a su mirada. La morena bufó, mas acabó copiando las suaves carcajadas de Pedri—. Pues... yo te prometo marcar un gol.
—Ya veremos si puedes cumplirlo, campeón.
Forzándose a separar la mirada del chico, se armó de valor para finalmente salir del Mini Cooper. Se abrazó a sí misma al poner los pies sobre el asfalto, tratando de llenar su pecho de coraje antes de dar el primer paso en dirección a la entrada del club.
No obstante, cuando estaba a punto de hacerlo, la voz de Pedri la detuvo.
—Oye, Nora.
Esta vez, su expresión era seria, casi severa. Creyó verlo tragar con más fuerzas mientras la repasaba con la mirada, tomándose su tiempo antes de volver nuevamente a sus ojos; supuso, sin embargo, que lo estaba imaginando.
No supo exactamente por qué, pero tuvo la impresión de que, por un instante, el rostro de Pedri se teñía de diversión, como si supiese algo que ella no. Aun así, lo ocultó rápidamente.
—Recuerda lo que te dije —continuó el chico.
La morena tan solo pudo asentir, dedicándole una diminuta sonrisa.
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Una hora gastada en pruebas de sonido, otra más para escoger un repertorio de canciones que creía que los espectadores podrían disfrutar, sesenta minutos extra para arreglarse en el pequeño camerino que el personal del club le había cedido. La velocidad del tiempo variaba, igual que los subidones de adrenalina que de vez en cuando corrían por su sangre: de rápido a lento y de lento a rápido, en un tortuoso compás al que sus latidos no podían adaptarse.
Estaba acostumbrada a estar sola. Las circunstancias la habían forzado a ser independiente, así que había aprendido a buscarse la vida sin ayuda de nadie; la presencia de su madre había sido prácticamente inexistente durante su adolescencia, incluso antes de que se marchara de casa, y, aunque no tenía especial dificultad a la hora de hacer amigos, siempre los había mantenido a raya, pues no quería encariñarse más de la cuenta. Conocía lo peligrosa que era la cercanía, y sabía bien que sus metas eran suyas, de nadie más—por mucho que a veces soñara con compartirlas con alguien, con sacárselas del pecho y expulsarlas más allá de su garganta, debía guardarlas para sí misma.
A pesar de ello, mientras preparaba su voz antes de salir al escenario, no era capaz de ignorar la extraña sensación de vacío que le carcomía el estómago.
Si bien Xavi le había dado el día libre para que pudiera asistir cómodamente a su presentación, Vera y Ana—quienes debían trabajar y quedarse con el equipo—no tuvieron la misma suerte. Varios de los chicos también le mencionaron lo mucho que les hubiera gustado asistir; sin embargo, el partido de aquel día acababa apenas una hora antes del show y, tomando en cuenta que el Camp Nou quedaba relativamente lejos del Club Havana, intentar llegar a tiempo era prácticamente imposible. Trató de decirles que no se preocuparan, que podía hacerlo sin ayuda, y claro que había tenido que acceder a que Pedri la llevara en su coche—a pesar de que aquello lo haría llegar tarde a los calentamientos previos al partido, pues el chico no le había permitido negarse—, pero intentaba convencerse de que no necesitaba a nadie.
Solía cantar a solas en su habitación, cuando grababa covers para YouTube o vídeos para su cuenta de TikTok o Instagram; se suponía que ya debía estar familiarizada con la soledad.
Se dio cuenta, sin embargo, de que deseaba encontrarse con una cara conocida en el público.
—¿Señorita Crespo?
En cuanto escuchó su nombre, seguido de unos golpecitos en el umbral de la puerta del camerino, la morena tuvo que darse la vuelta. Se encontró con una de los chicos encargados de controlar el sonido, quien además la había ayudado durante su ensayo.
—La sala está un poco más llena de lo habitual. Parece que hay invitados especiales; todavía no me he enterado muy bien del tema, pero... —El joven le dedicó una sonrisa antes de continuar—. En fin, que sales en cinco minutos.
Asintió, tomando una necesitada bocanada de aire mientras el chico abandonaba la estancia. El retumbar de sus latidos apenas le había impedido escuchar más allá de las últimas palabras... solo sabía que el momento había llegado.
Decidió no volver a mirarse al espejo. Ya había pasado demasiado tiempo tratando de asegurarse de que todo estuviera perfecto, de que su rostro emanara confianza y que la postura de sus hombros denotara experiencia y seguridad. Si volvía a enfrentarse a su reflejo, a los nervios que seguramente le inundaban la mirada, jamás estaría lista.
Los siguientes cinco minutos transcurrieron de forma borrosa. Contó hasta tres, parpadeó, y de repente se encontró en la tarima central del local.
En cuanto tomó el micrófono, su cuerpo actuó de manera automática.
Un discurso ensayado acompañado de una pequeña sonrisa. Espalda más recta de lo habitual, músculos dolorosamente conscientes del entorno que la rodeaba; decenas de ojos puestos sobre ella, analizándola como si fuera un animal de zoológico. Tuvo que recolectar toda su valentía para mantener la cabeza, aunque sus manos seguían temblando alrededor del micrófono. «No les enseñes tu miedo», se recordó, concentrándose en romper el nudo que le apretaba la garganta.
Cuando la música empezó a sonar, las palabras que Pedri le había dedicado en el coche bombardearon su mente—sin aviso, sin motivo, sin explicación alguna. Sin embargo, aunque su orgullo quería ahogarlas, y a pesar de que su lado más racional le decía que no las necesitaba, Nora no pudo evitar aferrarse a su voz, a la confianza que recordaba haber visto en su mirada.
Tan pronto como las primeras notas salieron de su boca, sus ojos encontraron las fuerzas para enfrentar al público de manera directa.
Y casi perdió el ritmo cuando se percató de que un grupo de futbolistas conocidos la ovacionaban desde el fondo de la sala, sentados en una de las mesas de la zona vip.
Identificó a Gavi, Ferran y Sira, Vera y Ana, Ansu, Eric...
A Pedri, quien apoyaba los codos sobre la mesa, escondiendo su sonrisa tras un par de manos entrelazadas.
Fue entonces, después de que el canario le dedicara un guiño, cuando supo que había sido él quien tuvo la magnífica idea de arrastrarlos a todos hasta allí, tras un arduo día de partido.
Apenas pudo sacudir la cabeza, todavía tratando de procesar la situación. Se forzó a continuar, sin embargo, disimulando una sonrisa detrás del micrófono.
El resto de la presentación fluyó con suavidad.
Los nervios se fueron esfumando poco a poco. Por un momento, Nora se permitió imaginar que el escenario era suyo, y es que nunca se había sentido tan en casa, tan satisfecha, con quienes podía llamar amigos aplaudiendo antes y después de cada canción y con el público cada vez más interesado.
Si antes había dudas, ya no quedaba ninguna: eso era lo que quería hacer, e iba a luchar hasta el final para poder conseguirlo.
Tras casi una hora, el espectáculo terminó. Se había quedado sin aliento, con la garganta irritada y las mejillas ligeramente rojas por el esfuerzo; piel brillando bajo un fino manto de sudor, mirada iluminada por un halo de felicidad. Tuvo que contener su euforia cuando un grupo de jóvenes le pidieron que continuara, pero sabía que el sueño había llegado a su fin.
No pudo controlar sus impulsos: lo primero que hizo al bajar del escenario fue tratar de encontrar a Pedri.
Su mente iba a mil por hora, trazando un plan por cuenta propia. En primer lugar, tendría que confirmar si realmente había sido él quien tuvo la idea de presentarse en el club con un cuarto de la plantilla del Barça. Luego, si la respuesta era afirmativa, quizás lo empujaría; tal vez le tiraría del pelo, reclamándole por haber cometido la estupidez de viajar hasta allí después de un día de partido, pues todo el equipo debía estar agotado. Y más tarde, y solo en el caso de que la emoción del momento bajara aún más sus barreras, a lo mejor le daría las gracias, y entonces le diría que...
Sus pensamientos, sin embargo, fueron interrumpidos cuando finalmente encontró la figura de Pedri a la distancia, rodeado por un grupo de tres chicas.
Lo observaban como si fuera un jodido diamante.
Aquello no tendría que haberla detenido, por supuesto. Su ceño no tendría que haberse fruncido mientras lo veía conversar animadamente con una de las chicas, quien tocaba su brazo con una expresión coqueta. Su estómago tampoco debería haberse revuelto, y su sangre carecía de motivos para calentarse entre sus venas.
Pero Nora sintió todo eso, e incluso un poco más.
No obstante, ni siquiera le dio tiempo a recomponerse, pues un cuerpo desconocido chocó contra el suyo. Y no, no fue solo eso lo que la obligó a despegar la mirada de Pedri; apenas pudo parpadear mientras sentía que su piel era cubierta por una cantidad considerable de líquido, empapándola por completo.
—Mierda... Esta no es una buena excusa para hablarte, ¿verdad?
Escuchó una voz masculina. Seguidamente, vio un par de zapatos de hombre, unos pantalones color crema y, al terminar de subir la mirada, se encontró con el culpable: un muchacho que seguramente rondaba su edad, con despampanantes ojos verdes y una sonrisa gatuna. Notó entonces que llevaba un vaso vacío en la mano y, a juzgar por el fuerte olor a ginebra que llegó hasta sus fosas nasales, el extraño había derramado el contenido sobre ella.
Nora soltó una carcajada, rígida y forzada, estirando ligeramente la tela de su top para evitar que el líquido se pegara a su piel: —No exactamente...
—Entonces creo que la he cagado —rio el chico, esbozando una mueca apenada—. Lo siento, quería empezar con el pie derecho contigo.
Ella tan solo suspiró, preparándose para ingeniar algún comentario que la ayudara a escapar; la extraña sensación que había despertado en su pecho cuando vio a Pedri hablando con aquella chica seguía presente y, por una razón que desconocía, le quitaba las ganas de hablar. Aun así, pronto recordó que cualquier persona con la que hablara en el Club Havana podría ser un potencial productor, el hijo de un manager, o simplemente el tipo de personaje capaz de ayudarla a escalar en el mundo de la música, así que... no, no podía irse tan rápido.
—A lo mejor no la has cagado tanto —optó por decir, tratando de quitarle peso al asunto.
Aquello pareció satisfacer al chico, quien dio un paso más hacia ella: —Perfecto, porque quería decirte que te veías guapísima en el escenario.
La morena se mordió el interior de la mejilla, manteniendo una expresión impasible. «Vaya... Pues esto no va por donde yo quería», pensó, luchando por elaborar su siguiente respuesta.
—Espero que lo que te he dicho no te haya molestado —continuó el desconocido, quien parecía haber notado su silencio.
En aquel instante, Nora notó por primera vez el deje juguetón en su expresión.
No fue capaz de responder, sin embargo, pues un par de manos se posaron sobre su estómago, obligándola a callar.
Ni siquiera tuvo que darse la vuelta para identificar la presencia que se hallaba a sus espaldas. Lo reconocía por el peso de sus brazos, envueltos alrededor de su cintura; por el aroma de su colonia, por la particular calidez que emanaba de su cuerpo.
—¿Pasa algo?
Claro que Nora sabía quién era, pero no esperaba que su voz sonara así.
Se escuchaba demasiado firme, severa. Tan seria que, en un principio, tuvo que plantearse si realmente aquel era el mismo canario que conocía.
No pudo resistir la tentación de girar ligeramente la cabeza, tratando de echarle un vistazo a su rostro. Se encontró con una mandíbula apretada, cejas enarcadas en un gesto que solo podía describir como intimidante y una expresión ilegible, pero definitivamente cargada de tensión. Le recordó a aquel semblante que se había apoderado del rostro de Pedri tras haber recibido una tarjeta amarilla en el partido de la semana pasada; sin embargo, en esta ocasión, sus ojos no estaban puestos sobre un colegiado, sino que permanecían fijos a los del desconocido.
El muchacho chasqueó la lengua, manteniendo el contacto visual con Pedri durante unos segundos más. Por un momento, pareció que lo reconocía, o al menos Nora tuvo esa impresión cuando la piel del chico se tornó ligeramente pálida, con sus ojos abriéndose un poco más de lo normal. No obstante, el extraño adoptó un intento de postura confiada y desdeñosa, apartando la mirada del futbolista.
—¿Es tu novio? —le preguntó, como si quisiera ignorar al canario.
La morena sintió que el agarre de Pedri se volvía aún más firme alrededor de su cuerpo, que sus dedos prácticamente se enterraban en la tela de su top. Sentía su pecho pegado a su espalda—cerca, quizás más cerca de lo que había estado jamás, pero aquello no era suficiente para él, pues acabó apoyando la barbilla en el hueco que había entre el hombro y el cuello de Nora, todavía fulminando al extraño.
Nora parpadeó, abrumada y confundida. ¿Acaso estaba intentando montar un estúpido teatrillo de celos? ¿Creía que actuar en aquel momento sería divertido?
Sabía bien que era ella quien tenía que responder, pero tuvo que guardar el silencio por unos cuantos segundos, tratando de recobrar el control de su garganta. Sí, su corazón latía—latía rápido, como un caballo desbocado ante el extraño comportamiento de Pedri, pero también bombeaba impotencia, y rabia, pues no comprendía por qué cojones se estaba comportando de aquella manera.
Por qué la sostenía como si fuese suya.
—Así es —acabó respondiendo entre dientes. Tuvo que resistir las ganas de contestar lo contrario, solo para arruinar lo que fuera que estuviera intentando el canario; a pesar de ello, sabía que, para cualquier persona que no formara parte del Barça, ella era la novia de Pedri González, y no podía romper la fachada—. Y tengo que hablar con él, así que si me disculpas...
Se despidió con una vaga sonrisa. Intentó escapar del agarre de Pedri, pero el canario no cedió en un principio; sin embargo, cuando Nora posó sus manos sobre las suyas—las cuales seguían puestas sobre su abdomen—, presionando hasta clavarle las uñas en la piel, el chico finalmente la dejó ir.
La morena ni siquiera lo miró mientras lo tomaba de la muñeca, tirando de su brazo para guiarlo hasta el primer sitio privado en el que pudo pensar: su camerino.
Una vez entraron, azotó la puerta sin siquiera darse cuenta.
Tuvo que tomarse un momento, llenando sus pulmones de aire antes de finalmente enfrentar a Pedri, cuya expresión no había cambiado en todo el trayecto. Verlo de frente la tomó aún más por sorpresa; estaban a un par de metros de distancia, pero podía ver cada línea dura en sus facciones, la tensión acumulada entre sus oscuras cejas.
Se quedaron así por unos cuantos segundos, fulminándose con la mirada. La imagen del canario hablando con la chica de antes apareció por un breve instante en la mente de Nora, cuyas manos se apretaron en puños de manera inconsciente.
Finalmente, fue ella quien rompió el silencio.
—¿Qué cojones estabas haciendo?
En cuanto vio que la presión se acumulaba con más ímpetu en la mandíbula de Pedri, que su cabeza se inclinaba mientras la analizaba con firmeza y que una de sus cejas se enarcaba, Nora supo que estaba jugando con fuego.
No le importó, sin embargo. Tenía un caldero de emociones hirviendo en su interior; demasiadas, eran demasiadas.
—¿No vas a decir nada? —insistió. Morderse la lengua no era una opción, no mientras él la observara de aquella manera—. ¿Querías montar una escenita y ya está? ¿Estás contento?
Por primera vez, el chico apartó la mirada. Sacudió la cabeza con los ojos cerrados, llevando una mano hasta el puente de su nariz y presionando con fuerza, como si aquello pudiera ayudarlo a contenerse.
—Ahora no, Nora.
Voz baja, pero firme—una clara amenaza.
Jamás lo había visto de aquella manera.
Quizás fue eso, combinado con su testarudez, lo que la llevó a abrir la boca una vez más.
—No me jodas. —La chica bufó, dando un paso inconsciente en su dirección—. Responde.
Él fue el siguiente en avanzar.
Uno, dos, tres pasos; eran lentos, sorprendentemente controlados a pesar de la fiera expresión que cubría su rostro. De repente, Nora entendió que se había convertido en la presa.
Por alguna razón, aquello solo encendió el fuego en la boca de su estómago. Se quedó quieta, estática, tratando de mantener la espalda recta mientras Pedri seguía avanzando.
—Tú ya sabes lo que estaba haciendo —volvió a hablar el canario.
—Si te estoy preguntando es porque no lo sé...
—Ese imbécil se estaba pasando de la raya.
Nora tragó en seco al notar el ligero cambio en su tono: más grave, más ronco, más intenso. Justo cuando creía que ya lo había visto todo, el canario se las había arreglado para dejarla sin palabras una vez más.
Su corazón dio un vuelco en señal de advertencia. Le gritó que se detuviera, que aquel juego iba a acabar mal, pero estaba estancada en medio de aquel desastre; salir era imposible, y lo sería mucho más si su boca seguía actuando por sí sola.
—¿No crees que ese era mi problema?
—Debería serlo, —murmuró él. Se acercó más, y más, y entonces las piernas de Nora la obligaron a caminar hacia atrás, hasta que su espalda tocó la dura superficie de la puerta—, pero es que para mí también lo fue.
¿Para él también lo fue?
Tuvo que relamerse los labios antes de siquiera pensar hablar, con la boca repentinamente seca. Sentía que la cabeza le daba mil vueltas, que aire se volvía caliente y pesado y que sus pulmones apenas podían soportar el esfuerzo. Sin embargo, la rabia del momento seguía corriendo por su sangre, subiendo hasta su garganta y cubriendo su lengua de veneno.
—Pues ya podrías haberte quedado hablando con la tía de afuera, ¿no? —espetó. Se dejó llevar por el molesto burbujeo que le consumía el estómago, abandonando cualquier rastro de lógica—. Y yo habría hecho lo que me diera la jodida gana, porque tú y yo no somos nada y...
—¿Acaso te estás escuchando?
Por supuesto que no esperaba ser interrumpida por la carcajada de Pedri—un ruido seco, bajo, que emanaba de todo menos humor. Aguantó la respiración, viendo cómo el chico terminaba de cerrar la distancia entre ambos. El canario posicionó ambas manos a los costados de su cabeza, presionando las palmas contra la superficie de la puerta; sentía su aliento calentándole el rostro, su simple presencia erizándole los vellos de la nuca.
Entreabrió los labios, luchando por encontrar sus palabras, pero nada salió de su boca.
—Dime que no sientes lo mismo.
Ella no pudo hacer más que observarlo con confusión. Trató de adivinar a qué se refería, de encontrar un pensamiento lógico en medio de la tormenta que invadía su mente; sin embargo, con él tan cerca, no conseguía respuesta.
—Aquí. —Nora tuvo que ahogar un suspiro cuando Pedri posó una de sus manos sobre su abdomen, justo debajo de su pecho. Presionó ligeramente, como si su palma siempre hubiera pertenecido ahí—. Los malditos celos.
Sintió que de repente le faltaba el aire, como si el chico le estuviera estrujando los pulmones.
Y las alertas comenzaron a saltar. Cientos de alarmas retumbaban en su cabeza. Los sonidos, sin embargo, se mezclaban con sus erráticos latidos—con el acelerado el subir y bajar de su pecho, combinado con el del chico. Apenas podía escuchar las advertencias, completamente sometida por el canario de ojos marrones.
—Yo no quería hablar con ninguna, Nora —continuó Pedri. Llevó su mano libre hasta la mandíbula de la chica, sosteniéndola con firmeza; como si se estuviese asegurando de que no fuera a apartar la mirada, como si quisiese comprobar que estuviera escuchando cada palabra—. Ellas me reconocieron. Me rodearon cuando iba a hablar contigo, ¿entiendes? —Su agarre se volvió más firme, su manzana de Adán se movió con tortuosa lentitud—. Contigo.
El castaño enfatizó cada letra, cada sílaba, cada sonido. Le repasó el rostro con la mirada, tomándose su tiempo—no le importó que sus ojos quemaran sus facciones, no le importó que ella no pudiera decir nada.
Nora tan solo era capaz de pensar en lo oscuros que se veían sus iris, tintados por el gran tamaño de sus pupilas; en lo pequeña que se sentía estando ahí, acorralada contra la puerta y su cuerpo.
—Y tampoco quería que tú hablaras con él —siguió el canario; su mano bajando lentamente hasta anclarse en uno de los costados del cuello de Nora, su rostro acercándose unos cuantos centímetros más—, ni con otro.
—Te equivocas —apenas pudo susurrar—. Te estás confundiendo...
Eran profesionales, debían ser profesionales. Él mismo se lo había recordado, y habían hecho un excelente trabajo en los últimos días, pero... parecía que aquello no era suficiente. La tensión seguía ahí, dolorosamente palpable.
Y no lo quería cerca—claro que no. Aun así, no podía despegar las manos de la puerta, no podía moverse, no podía alejarlo, y tampoco podía soportar la impotencia, ni mucho menos el molesto cosquilleo que le revolvía el estómago.
Pedri volvió a reír, sacudiendo la cabeza en señal de incredulidad: —Mira que eres terca...
Ella intentó elevar el mentón, retándolo con la mirada. Él respondió a su manera, acercándose todavía más, hasta apoyar su frente sobre la de Nora.
—Que sepas que si pierdo la cabeza va a ser culpa tuya —murmuró el canario entre dientes. Apretó los párpados, cerrando los ojos como si él tampoco quisiese estar ahí, aunque fuese incapaz de evitarlo.
Y fue en aquel instante, con el oxígeno a punto de agotarse, cuando la puerta sonó a sus espaldas, anunciando una nueva llegada.
Se separaron tan rápido que Nora casi perdió el equilibrio. Tan solo le dio tiempo a esconder las manos tras su espalda, como si hubiera hecho algo malo.
Quizás sí lo había hecho. Tal vez la había cagado, y mucho.
No podía pensar, sin embargo, pues estaba demasiado ocupada intentando regular el ritmo de su respiración mientras la puerta se abría, dejando ver a Gavi del otro lado.
En cuanto palpó el ambiente, el menor perdió la sonrisa.
Paseó la mirada entre ambos, pero sus ojos finalmente se detuvieron sobre su amigo. Nora tuvo la impresión de que se comunicaban en silencio—de que Gavi le preguntaba algo a Pedri, quien tan solo sacudió la cabeza, indicándole que guardara silencio.
Pablo enarcó una ceja, cuestionando al canario una vez. No obstante, cuando no obtuvo respuesta, siguió como si nada hubiera pasado, recordándole a Nora que se diese prisa, pues todos querían felicitarla por su actuación.
Después de eso, el chico prácticamente escapó del camerino, como si supiese que no pertenecía ahí.
Y Nora acabó haciendo exactamente lo mismo, huyendo de la estancia sin mirar atrás.
«¿Qué acaba de pasar?», se preguntó. Tan solo pudo llevarse una mano hasta el cuello, en un intento desesperado por sacarse el maldito corazón de la garganta.
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oo. ▇ ‧‧ . ༉‧₊˚ 𝒂𝒖𝒕𝒉𝒐𝒓'𝒔 𝒏𝒐𝒕𝒆 ... ❜
¡nuevo capítulo de «HEARTLESS»!
Y LO QUE ME HA COSTADO ESTE CAPÍTULO NO ES NORMAL.
¡no saben lo estancada que me quedé mientras escribía la primera parte del capítulo! hice muchas modificaciones hasta finalmente llegar a este resulto, y la verdad es que últimamente me cuesta un montón concentrarme, por lo que escribir fue bastante complicado. sin embargo, creo que todo ha fluido al final y espero de corazón que hayan disfrutado de esta nueva parte a pesar de la longitud.
adoro a Pedri celoso, adoro a Pedri celoso, adoro a Pedri celoso.
¿y Nora cantando? AMO A MI HIJA.
bueno, y quiero recalcar que mencioné la canción «Nota de Amor» porque es una canción muy muy cursi y además Pedri la tiene en su lista de Spotify, así que me hizo muchísima gracia y quería incluirla de alguna manera JAJAJAJA.
la verdad es que no tengo mucho más que decir y espero que a ustedes también les haya gustado este capítulo. me gustaría leer sus opiniones sobre esta interacción entre Pedri y Nora, pues creo que ya todos sabemos que su dinámica siempre se ha basado en la tensión y en las sensaciones explosivas. tenía muchísimas ganas de escribir una pareja como ellos y de verdad espero que les esté gustando el resultado.
digamos que se vienen cosas spicy en esta historia. no quiero pasarme, y me gustaría que me dieran todo el feedback posible para no cagarla, pero solo quería decirles que estamos llegando a una recta diferente de la historia. (:
eso es todo por hoy. nos vemos lo más pronto posible ¡! como se habrán dado cuenta, creo que lo normal para mí es actualizar cada 10 o 14 días aproximadamente, pero a ver si logro acortar el tiempo de espera. ):
gracias por todo.
¡dejen un comentario, voten y compartan! ♡
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