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𝟎𝟎𝟕. head in the game

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𝟎𝟎𝟕. head in the game
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𝐄𝐒𝐓𝐀𝐑 𝐄𝐍 𝐔𝐍 𝐂𝐀𝐌𝐏𝐎 𝐃𝐄 fútbol vacío se sentía como nadar en una piscina sin agua.

Jamás pensó que acabaría allí, en uno de los lugares que alguna vez llegó a evadir a toda costa. Después de todo, el Camp Nou era un hogar secundario para su padre: un lugar en el que la afición vitoreaba su nombre aunque no llevara puesta la camiseta del equipo. Casi todos conocían la gran labor que Miguel Crespo llevaba ejerciendo para el Barça desde hacía años, asegurándose de que sus preciados jugadores estuvieran sanos y salvos; si tan solo supieran que el jefe del departamento médico había cortado lazos con una de sus hijas—la que se parecía a su exmujer, la que solo tenía cabeza para la música—antes de empezar a trabajar para el Fútbol Club Barcelona, quizás los aplausos no serían tan fuertes, y tal vez las cicatrices de Nora arderían un poco menos.

A pesar de ello, e incluso con la presencia de su padre manchando cada esquina del campo, tenía que admitir que aquel lugar tenía su encanto.

Lucía simplemente majestuoso, decorado con miles de butacas que representaban los colores del equipo y cubierto por el césped sintético más verde que había visto en su vida. Sabía bien que estaba ahí por trabajo—las credenciales que llevaba colgadas alrededor del cuello no hacían más que recordárselo—, y una de sus tareas consistía en grabar las historias de Instagram de aquel día de partido; aun así, se sentía a gusto, libre, como si estuviese allí por decisión propia.

Vivía sumergida en un constante sentimiento de culpa, siempre consciente de que había ganado su posición en el club gracias al apellido de su padre. No obstante, Nora tenía que admitir que le había cogido gustillo a su trabajo.

Pero, ¿quién podía recriminárselo? Había pasado por decenas de empleos diferentes en el último par de años, y en cada uno de ellos era vista como la niña tonta que no podía reclamar injusticias, demasiado desesperada como para arriesgarse a incordiar a sus jefes y tirar un trabajo por la borda. En cambio, el trato que recibía por parte del Barça era completamente nuevo, desconocido: la respetaban—se dirigían a ella como a cualquier otro miembro del club, como una joven adulta con sus propios derechos y opiniones.

La sensación era... refrescante, por decirlo de alguna manera.

Tomó una profunda bocanada de aire, admirando por última vez el panorama con una pequeña sonrisa en el rostro. Se preguntó cómo sería cantar sus canciones en un lugar tan grande como ese, cómo se vería cuando finalmente estuviese lleno y a punto de reventar, mas no tardó en alejarse de sus fantasías, cogiendo el móvil que el club le había dado para poder ejercer su trabajo.

Un saludo a los culés, un breve recordatorio de que quedaba alrededor de una hora para que comenzara el partido contra el Atlético de Madrid y el planteamiento de una dinámica interactiva para los seguidores de Instagram dieron por acabada una pequeña fracción de su labor. Tener que grabarse a sí misma dando la cara a un sinfín de aficionados todavía le parecía surrealista, incluso abrumador, pero, mientras publicaba las historias, trataba de no pensar en el tema.

Era difícil, por supuesto, pues las conspiraciones sobre su noviazgo con Pedri también habían llegado hasta las redes del Barça.

Nora había esquivado los comentarios de sus propias cuentas como si fuesen una plaga. Aun así, cuando tenía que manejar las del equipo, no podía escapar de las opiniones de los fanáticos—la gente la reconocía al instante, asociando su rostro con el de la chica que acompañaba al mismísimo Pedri González en su coche después de cada entrenamiento.

Las publicaciones de Instagram estaban repletas de seguidores preguntando si la nueva empleada del Barça era la novia de Pedri. Algunos decían que no eran nada, que la única razón por la que los veían juntos era porque ella trabajaba en el club y el canario tan solo le hacía el favor de llevarla a casa, como bien hacía con Gavi; mientras tanto, aquellos que afirmaban su noviazgo a capa y espada, criticándolo en la mayor parte de los casos, no hacían más que ponerle los vellos de punta.

Los días pasaban sin piedad ni reparo, y todo se sentía cada vez más real. La presión crecía como espuma, había escuchado que Luis Enrique y el departamento de publicidad estaban planeando cosas más grandes para el futuro cercano, y Nora realmente no sabía cuánto podría aguantar.

Cuando notó que uno de sus supervisores se dirigía hacia ella, tuvo que aclararse la garganta para intentar despejar su mente.

—¿Todo listo, Nora? —La morena asintió, enseñándole su trabajo a Tomás para después recibir un apretón en el hombro como sello de aprobación—. Perfecto... Pues ahora te toca ir a grabar las nuevas taquillas del vestuario. Te doy libertad, ¿vale? Haz las tomas que más te gusten, pero las quiero publicadas en menos de media hora.

Tras recibir una última palmada en la espalda por parte de Tomás, Nora no dudó en partir en busca del vestuario.

Si se concentraba en su trabajo, quizás podría enterrar la ansiedad, aunque solo fuera por unos instantes.

Saludó a los técnicos que reconocía en su camino, también a alguno que otro jugador del equipo que se dirigía al campo para empezar a calentar. Cuando localizó al equipo médico cerca del vestuario, no dudó en acelerar el paso, pues prefería esquivar a su padre mientras fuera posible.

Fue justo entonces cuando sintió que algo se enganchaba a una de las trabillas traseras de sus vaqueros, que alguien tiraba de ella en un movimiento calculado y preciso y la llevaba hasta un sector aislado del pasillo, a las afueras del vestuario. Se dio la vuelta tan rápido como pudo, preparada para enfrentar al graciosillo que la había sorprendido de aquella manera; ni siquiera trató de adivinar al culpable, con el corazón acelerado por la sorpresa y el ceño fruncido.

Encontrarse con la expresión divertida de Pedri no fue algo precisamente inesperado. Por otro lado, la satisfacción que emanaba el rostro del canario logró hervirle la sangre.

—Serás gilipollas —le reclamó en un susurro, echándole un rápido vistazo a sus alrededores para asegurarse de que nadie los estuviera viendo. Una vez confirmó que estaban solos, le propició un empujón al pecho del chico—. ¡Me has asustado!

Sin siquiera inmutarse, Pedri tan solo rio. Sus dedos índices la mantenían quieta, ahora anclados a cada una de las trabillas delanteras de su pantalón, y, en un vano intento por aumentar el espacio entre ambos, Nora acabó cruzándose de brazos, apretando los labios en una fina línea. Por alguna razón, sus comisuras picaron con la necesidad de estirarse al notar las pequeñas líneas que enmarcaban los ojos del canario cuando sonreía de aquella manera, mas no se los permitió.

En los últimos días, Pedri parecía especialmente dispuesto a provocarla.

Miradas robadas en cada entrenamiento, antes y después de marcar un gol. Roces accidentales, algunos no tan accidentales. Suaves tirones a su cabello cuando lo llevaba atado en una coleta alta, sonrisas ladeadas cuyas intenciones no podía leer. Quizás tan solo estaba empeñado en ponerle los nervios de punta; tal vez era parte de un juego, pues estaba segura de que el chico había sido capaz de detectar las pequeñas grietas en su fachada tras aquella noche en la cocina de Ferran.

Nora no sabía qué estaba planeando—si en realidad no significaba nada, o si simplemente estaba cogiendo más confianza con el paso del tiempo. Sus compañeros eran tan vacilones como él, así que era lógico que el canario la tratara de aquella manera... Pero, ¿entonces por qué se sentía diferente?

La chica acabó suspirando, cerrando los ojos de manera momentánea para tratar de calmar el rápido repiqueteo de su corazón. Dio un paso hacia atrás al notar que Pedri por fin la había soltado, buscando seguridad en la distancia. Ignorar el tema era sin dudas la opción más inteligente.

Nora tendía a pensar demasiado, a buscar cosas donde no las había, y no iba a permitir que su mente siguiera jugando con ella.

Finalmente, levantó los párpados, mirándolo con una ceja enarcada: —Tengo que grabar una cosa en el vestuario, Pedri.

—Y yo tengo que hablar contigo —contraatacó el muchacho, ensanchando su sonrisa cuando Nora puso los ojos en blanco—. Será rápido, lo prometo.

—¿Qué estás tramando?

—Ya lo verás.

Tras dedicarle un guiño, el castaño dio los primeros pasos, esperando a que ella lo siguiera. No obstante, Nora permaneció en su lugar, observando al canario con una expresión dubitativa.

—¿No querías ir al vestuario? —Pedri señaló la entrada de la estancia. La morena tan solo asintió, tensa y precavida; una vez más, el canario rio por lo bajo ante su reacción—. Entonces ven conmigo, Nora.

Quiso darse la vuelta, largarse a cualquier otro lado solo para llevarle la contraria. Sus pies, sin embargo, se movieron por sí solos, forzándola a seguir al canario.

Una vez ingresaron al vestuario, Pedri fue directo a su taquilla. La abrió sin decir nada, sacando una prenda que Nora pudo identificar de manera inmediata: se trataba de una camiseta del Barça, igual a la que el chico tenía puesta. No alcanzaba a ver el número que se encontraba en la parte trasera, mas no le dio importancia.

Aun así, cuando el canario se acercó a ella, tendiéndole la camiseta con una sonrisa ladeada, notó que era el número ocho lo que relucía sobre las franjas azules y rojas, con el nombre del chico tatuado en la zona superior.

, se suponía que todo el personal del departamento de redes sociales del Barça estaba obligado a usar la camiseta del equipo durante los días de partido—de hecho, Nora había recibido la suya hacía ya varios días, e incluso la llevaba puesta en aquel mismo instante—, pero ninguna de ellas debía contar con un nombre específico en la espalda.

De repente, la tela empezó a sentirse inexplicablemente caliente entre sus dedos, y la sensación tan solo aumentó cuando escuchó las palabras de Pedri.

—Quiero que la uses —explicó el chico.

Se encogió de hombros, como si lo que había dicho fuera la cosa más lógica y sencilla del mundo. Nora, en cambio, se quedó congelada; esperó a que se retractara, que cogiera de nuevo la camiseta y le dijera que estaba mintiendo, pero él no se movió. Simplemente se limitó a observarla por debajo de sus oscuras y espesas pestañas, inclinando ligeramente la cabeza para poder verla directo a los ojos.

—Es broma, ¿no? —se las arregló para hablar—. Porque si es broma no me hace ni puta gracia y...

—Lo digo en serio —la interrumpió el canario. Lucía puramente entretenido, tan seguro y tranquilo que Nora, con todas sus barreras altas y la palabra en la boca, no pudo evitar sentirse como una tonta. La morena apretó la mandíbula en un intento por contener su impotencia, y entonces creyó que la sonrisa de Pedri se ensanchaba aún más antes de continuar—. Mi novia debería usar mi camiseta, ¿no crees?

No soy tu novia.

La reacción de Nora fue inmediata, altamente impulsiva y quizás demasiado... defensiva. Aun así, su terquedad no le permitió retractarse.

—Lo sé, —respondió él—, pero sí lo eres ahí fuera.

El peso de aquellas palabras cayó sobre sus hombros, y su conciencia finalmente se vio obligada a darle la razón. Tenían que vender una relación; los representantes de Pedri no podían planear hasta la más mínima táctica de la mano de Luis Enrique, no había nadie que pudiera guiarlos en todos y cada uno de los pasos. Eran ellos quienes debían ejecutar el plan, los únicos capaces de montar un espectáculo creíble ante el público y las cámaras.

Tuvo que morderse la lengua para no buscar más excusas. A pesar de ello, tampoco estaba dispuesta a dar su brazo a torcer tan fácilmente.

—Cientos de chicas ya tendrán puesta tu camiseta... —Dejó que el sarcasmo le empapara los labios, que actuara por sí solo—. ¿Acaso eso no es suficiente para tu ego, campeón?

Entrecerró ligeramente los ojos; inclinó la cabeza para echarle un mejor vistazo a su rostro, buscando cualquier tipo de intenciones ocultas tras sus pupilas. Tal vez no había nada, quizás estaba completamente equivocada y el tema de la camiseta había sido idea de su manager o del propio Luis Enrique, pero Nora que no quería rendirse.

Si encontraba una forma de llevar la delantera, de dejarlo sin palabras por tan solo un momento, no la dejaría escapar.

Y entonces los iris de Pedri cambiaron, reflejando una chispa que, incluso prestando detenida atención, no fue capaz de leer. El chico dio otro paso hacia adelante, acortando la distancia, y Nora tuvo que aguantar la respiración para obligarse a mantenerle la mirada.

—Me da igual —murmuró. Sus labios volvieron a curvarse, pero esta vez de una forma más traviesa, casi retadora—. Súbeme tú el ego, guapa.

Sintió que su rostro se calentaba, que su propia sangre le quemaba la piel de las mejillas. Optó por creer que era la rabia jugando con sus venas; que simplemente el canario estaba siguiendo la ruta perfecta para exasperarla.

No se lo pensó ni dos veces antes de arrojar la camiseta en dirección al pecho de Pedri, pero él—con los reflejos propios de un buen deportista—la atrapó con facilidad.

—Ni de coña —habló la morena entre dientes—. Gracias, pero eso no es parte del trato —continuó de manera sarcástica.

—Venga, Nora. —La mirada de Pedri se suavizó y, por un motivo que Nora no pudo comprender, sus músculos empezaron a relajarse, la tensión en su mandíbula comenzó a disiparse y, bajo la calidez de sus ojos, acabó recuperando la compostura. Él volvió a sonreír, y ella no pudo hacer nada más que tragar en seco, luchando por mantener una expresión impasible—. Si marco un gol —inició en voz baja, como si estuviese contándole un secreto—, tienes que usarla en todos los partidos.

—No vas a marcar un gol.

—Eso ya lo veremos, —La sonrisa de Pedri se ensanchó—, pero hoy tienes que ponértela.

El canario volvió a ofrecerle la camiseta.

Nora no tuvo que fijarse en nada más que sus ojos para saber que la estaba retando, que negarse no era una opción.

Y acabó cediendo, tomando el objeto sin decir ni una palabra. Aquella fue una respuesta lo suficientemente clara para Pedri, quien mordió el interior de su mejilla para contener una carcajada.

Justo entonces, una nueva presencia llamó la atención de Nora, pues, por encima del hombro de Pedri, pudo ver a Xavi Hernández entrando al vestuario. Con los ojos del entrenador puestos sobre ambos, la chica sintió unas repentinas ganas de esconder la camiseta detrás de su espalda, avergonzada por haber sido descubiertos estando juntos, a solas, en una estancia vacía.

«No seas tonta, Nora», se reprendió mentalmente. Aun así, cuando Xavi se aclaró la garganta, se escudó tras la espalda de Pedri, quien se giró para enfrentar a su entrenador.

No sabía dónde habían quedado sus agallas.

Quizás un par de ojos marrones se las había robado.

—Venga, Pedri... Fuera de aquí ya que es hora de calentar. Concéntrate —se limitó a decir el entrenador; sus palabras eran firmes, pero sus labios esbozaban una discreta sonrisa mientras miraba al canario con cariño. Saludó a Nora con un asentimiento de cabeza antes de continuar—. Y deja trabajar a la chica, va.

—Sí, míster —respondió Pedri, adoptando la postura propia de un futbolista de manera inmediata.

La morena se preparó para escabullirse de allí antes de que al canario se le ocurriera decirle nada más, aprovechando la presencia de Xavi. No obstante, el entrenador se acercó a ambos antes de que pudiera hacerlo, posando una mano sobre su hombro y otra sobre el del chico.

—Bueno... en verdad me ha venido bien encontraros aquí. —Les dedicó una mirada seria, dejando claro que lo que estaba a punto de decir era de vital importancia—. Luis ha hablado conmigo porque sabía que teníamos partido... Me ha pedido que os recordara lo que tenéis que hacer. Hoy será la primera vez que os estarán viendo de cerca, y tenéis que convencer a la gente. —Hizo una pausa, esperando a que los chicos respondieran. Pedri tan solo asintió con la cabeza, Nora apenas fue capaz de soltar un suspiro pesado; en respuesta, Xavi les dio una palmada de apoyo en la espalda—. Bien, pues actuad de verdad, que sois la parejita estrella.

«Genial», pensó la morena. «Justo lo que quería recordar».

La presión no hacía más que aumentar.

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Nora nunca había visto un partido de fútbol.

Cada vez que se topaba con algún canal deportivo en la televisión, sus instintos la llevaban a cambiarlo al instante. Las voces de los comentaristas no hacían más que recordarle sobre la existencia del mundillo futbolístico del cual su padre formaba parte y, entre el instituto y el trabajo, tampoco contaba con el tiempo suficiente para ver a un grupo de jugadores disputar sobre el césped con un balón de por medio. Era una artista nata, no una amante del deporte; Nora había crecido entre el fuego, pero le gustaba lo suave, lo rítmico, y, aunque correr se le daba especialmente bien—tanto de forma literal como figurativa—, prefería asistir a un concierto o un recital de ballet antes que a un acto deportivo.

No obstante, mientras presenciaba el enfrentamiento entre el Barça y el Atlético de Madrid, su corazón saltaba con adrenalina pura.

Estaba en el borde de su asiento, observando el encuentro con ojos de lince. Era arduo, intenso; no sabía el nombre de casi ninguno de los jugadores del otro equipo—tenía que preguntárselos a Ana, quien sí contaba con un amplio conocimiento de fútbol gracias a su hermano y a su amor por el deporte—, pero a simple vista podía notar que eran buenos. Los coros de la afición le ponían los vellos de punta, se mordisqueaba el labio con nerviosismo cada vez que algún integrante del Barça acababa en el suelo, bufaba con rabia cuando el portero del Atlético bloqueaba un posible gol.

Incluso Sira—quien había insistido en que Ana y Nora se sentaran en las gradas junto a ella y Vera—señaló su estado entre risas. Fingir desinterés no tenía sentido, así que Nora aceptó las bromas mientras escondía una sonrisa.

No podía negarlo: pasar tanto tiempo con el equipo había despertado en ella un especial respeto por todo el trabajo que hacían; la constancia que ponían día tras día en cada entrenamiento, el cariño que le tenían a la afición, la dinámica casi familiar que compartían entre ellos. Veía su pasión en cada patada, en cada carrera, y deseaba que el esfuerzo diera sus frutos.

Nunca pensó que el resultado de un juego llegaría a importarle tanto—después de todo, festejar junto a la afición no era una parte obligatoria de su trabajo—, pero Nora realmente quería que ganaran.

Aquel deseo, sin embargo, chocaba directamente con una necesidad diferente.

Y es que tan solo esperaba que el número ocho del Barça fuera el único que no marcara un gol.

Así pues, se dijo a sí misma que esa era la única razón por la que no podía quitarle los ojos de encima mientras se desplazaba por el campo, que simplemente se estaba asegurando de que no cumpliera su objetivo. Aun así, una parte de ella sabía que el verdadero motivo por el cual no podía dejar de seguirlo con la mirada era que Pedri González no jugaba, sino que hacía magia.

Ya lo había visto destacar durante los entrenamientos—darlo todo e incluso más. No obstante, verlo jugar de verdad era una experiencia completamente diferente. El asiento de Nora se encontraba cerca del campo, por lo que alcanzaba a ver la mayor parte de las acciones del canario: la forma en la que apretaba la mandíbula o maldecía en voz alta cuando no lograba lo que quería, la manera en la que ejecutaba pases perfectos sin siquiera pensarlo, la forma en la que esquivaba al enemigo con facilidad.

En sus ojos, lo que hacía Pedri parecía más arte que fútbol.

Y también lucía especialmente bien con aquel semblante serio y concentrado en el rostro.

—¿Soy yo, —le preguntó Ana al oído, en una de aquellas ocasiones en las que Pedri fue el encargado de hacer un saque de esquina para el equipo—, o no solo tienes puesta su camiseta, sino que tampoco le has quitado el ojo de encima en todo el partido?

En respuesta, Nora tan solo pudo echarle en cara que ella tampoco había dejado de ver a Gavi.

Aunque logró que el rostro de Ana se enrojeciera tanto como el suyo, sabía bien que aquella no era una excusa válida.

Aun así, siguió centrada en el partido. Trató de disimular un poco más, pero tampoco quería dejar de ver a Pedri; sentía que, si lo hacía, el muy imbécil se las iba a arreglar para marcar un gol.

Aquello era algo que no podía permitir.

Por una vez, necesitaba experimentar la satisfacción de ganarle en una batalla, pues sentía que era el canario quien siempre llevaba la delantera.

El tiempo pasó volando, el minuto ochenta estaba a la vuelta de la esquina, y el equipo parecía haberse desestabilizado tras un gol inesperado por parte de Antoine Griezmann, quien igualó el marcador a uno. Nora podía ver a Xavi gritando desde uno de los laterales del campo, tratando de animar a los chicos, pero no encontraban ningún hueco en la defensa del Atlético de Madrid.

De pronto, casi de la nada, Alejandro Balde pareció encontrar una oportunidad. Robó el balón y corrió desde una punta del campo hasta la otra, acercándose como una bala hacia la portería del equipo contrario.

Paralelo a él, Pedri seguía a su compañero desde el otro lado del campo.

Balde no dudó en aprovechar la oportunidad, pasándole el balón al canario justo cuando llegaron al área.

El Camp Nou retumbó con los cánticos de la afición, Sira tiró del brazo de Nora para obligarla a levantarse de su asiento mientras Pedri regateaba entre un trío de defensas del Atlético, y de repente chutó, el balón voló con precisión, y el portero no pudo atraparlo.

El campo entero se sumió en euforia. Ana, Vera y Sira no se quedaron atrás, saltando y abrazándose entre ellas. Sin embargo, Nora se quedó ahí, estática, con los labios entreabiertos en asombro.

Y es que Pedri no se conformó con celebrar el gol con su típico gesto de los prismáticos—aquel que, como él mismo le había explicado alguna vez, siempre le dedicaba a su padre. Continuó la acción, depositando un beso sobre la pulsera de cuero que tenía atada en la muñeca, y entonces pareció rebuscar algo entre las gradas, hasta que encontró a Nora. Con una sonrisa radiante, elevó el brazo en el que llevaba la pulsera para poder señalarla entre el público.

Los gritos de la afición quedaron opacados por sus ojos, el corazón le subió hasta la garganta. Estaba segura de que nadie sabía a quién se estaba dirigiendo el canario, pero Nora pudo sentirlo en su propia piel, donde el número ocho empezaba a calentarle la espalda.

Cabrón.

No pudo decir nada más.

Sabía bien que nadie la había escuchado, que seguramente él ni siquiera se había dado cuenta, pero Pedri parecía haberle leído los labios, soltando una carcajada justo antes de que Gavi saltara sobre él para poder felicitarlo.

Nora intentó contener su propia sonrisa, pero acabó riendo por lo bajo, aceptando la derrota.

Los siguientes segundos transcurrieron más rápido de lo normal. A dos minutos de que acabara el partido, recibió una llamada de Tomás, quien le indicó que bajara junto a Ana al túnel de salida de los jugadores para poder grabar a los miembros del equipo cuando abandonasen el campo.

En el trayecto, la rubia tuvo que decirle que andara más lento, pues sus pies actuaban por sí solos.

Nora no dijo nada, mordiéndose el interior de la mejilla para tratar de contener su maldito sonrojo.

El partido finalmente acabó con la victoria del Barça y, poco a poco, los jugadores empezaron a salir del campo, dirigiéndose a la zona del vestuario. Nora preparó la cámara de su móvil para grabarlos desde uno de los costados del túnel mientras Ana se posicionaba al lado contrario; tuvo que contener las ganas de felicitarlos en voz alta, pues no quería arruinar una toma que seguramente sería publicada en el Instagram del Barça, así que se conformó con levantar un pulgar en señal de festejo, sonriéndole a cada jugador que pasaba de largo.

Sus planes, sin embargo, se vieron arruinados cuando cierto canario fue directo hacia ella, envolviéndola en un fuerte abrazo.

Nora no supo cómo reaccionar.

Mantuvo los brazos arriba durante los primeros segundos; dedos tensos alrededor del móvil, el resto de su cuerpo tieso y congelado.

Su barbilla había acabado justo por encima del hombro del chico, e intentó hacer todo lo posible por evitar rozarlo, pero el resto de su torso ya estaba completamente pegado al de Pedri, apretado en un férreo agarre.

—Estamos actuando —le recordó él en un susurro, dejando un apretón en su cintura para enfatizar sus palabras. Nora sintió el calor de su aliento rozándole la oreja, y entonces terminó rindiéndose, apoyando el mentón sobre su hombro; aun así, sus brazos permanecieron quietos, todavía suspendidos sobre su espalda—. Así cualquiera pensaría que me odias, Nora —bromeó el castaño, riendo al ras de su oído.

—Ahora mismo creo que lo hago —murmuró de vuelta. Se relamió los labios, reuniendo el coraje suficiente para finalmente envolver sus brazos alrededor del cuello del canario—. Estás sudado y has arruinado mi vídeo, imbécil...

El ronco sonido de las carcajadas de Pedri logró acariciarle los tímpanos: —Seguro que Ana habrá grabado uno que valga.

Sintió que el canario sujetaba su cintura con un poco más de fuerza, que le pellizcaba la piel de la zona de forma juguetona. Nora no pudo hacer más que clavarle las uñas en la nuca, tratando de cobrar venganza, pero él solo volvió a reír.

Sinceramente, no sabía qué cojones estaba haciendo.

No recordaba la última vez que había abrazado a alguien, que la habían sujetado de aquella manera tan... tan aparentemente genuina, a pesar de que todo era falso. En el pasado, incluso había llegado a evitar que los escasos chicos con los que se había liado hicieran algo más que rozarle las caderas; el tacto íntimo, personal, era algo a lo que no estaba acostumbrada—una experiencia que la aterraba, con la que no quería encariñarse por miedo a echarla de menos, y algo que tampoco creía merecer.

Pedri acababa de salir del campo, pero su aroma seguía intacto: todavía olía a colonia de hombre, a calidez, y Nora no sabía cuánto tiempo más podría resistir en aquella posición sin tener que apartarlo de un empujón, intentando respirar con normalidad.

Pensó que seguramente se veía patética, tratando de fingir que aquella era la cosa más normal del mundo mientras Pedri parecía tenerlo todo controlado, como si fuese un experto en el tema. Apretó los labios en una fina línea, riñéndose a sí misma por sentirse tan... vulnerable ante un simple abrazo. Agradecía, al menos, que él no pudiera verle el rostro mientras estuviesen en esa posición—que no fuera capaz de leerla con una sola mirada, como tantas veces hacía.

Finalmente él se separó, mas el color de sus ojos, complementado con el tono rojizo que le manchaba las mejillas por el esfuerzo que había hecho en el campo, hacía que se sintiera igual de cerca.

—Escúchame, ¿vale? —le pidió el castaño en un susurro. Levantó brevemente la mirada, buscando algo por encima de la cabeza de Nora. Sonrió entonces, levantando la mano derecha como si estuviese saludando a alguien—. Mis padres y mi hermano están aquí. Nos están mirando ahora mismo y.... y necesito pedirte un favor.

—Que también finjamos frente a ellos —completó por él. Pedri asintió, confirmando sus sospechas; los nervios no tardaron en revolverle el estómago—. Me estás pidiendo que le mienta a tu familia, Pedri. ¿Sabes lo que es eso?

» Me da igual si es o no es parte del trato, no voy a hacerlo...

—Créeme, yo también lo odio —la interrumpió él—, pero ya nos han visto juntos en las noticias. Me han preguntado quién eras... Se les veía ilusionados, no pude decirles que todo era falso. —Suspiró con pesadez—. Pídeme lo que sea a cambio, como si lo que quieres es no usar mi camiseta... Me da igual. —Su expresión se tornó urgente, casi desesperada—. Solo ayúdame con esto, por favor.

La mirada arrepentida que le dedicó tras su discurso despertó una molesta sensación en el pecho de Nora. Podía verlo claramente en sus ojos—el amor que sentía por sus padres y su hermano, lo importantes que eran para él, lo mucho que quería enorgullecerlos.

Encontrarse cara a cara con ese tipo de cariño se sintió casi abrumador.

Aquello era todo lo que había buscado durante los primeros años de su adolescencia, tras la marcha de su padre; tiempo después, se había convencido de que no lo necesitaba, e incluso había llegado a resentirlo cuando lo veía reflejado en otras personas. Sin embargo, Pedri ya había hecho cientos de cosas por ella, escuchándola cuando no tenía que hacerlo y poniendo todo de sí para que el maldito asunto de la relación falsa fuera lo más ameno posible.

Ya le debía demasiado.

Y, aunque no lo hiciera, tampoco podría haberse negado.

—Un reto es un reto. Tú has marcado un gol y... yo tendré que usar tu camiseta —Curvó ligeramente sus comisuras, tratando de aliviar la tensión con aquel comentario—. Voy a ayudarte de todas formas, Pedri.

La sonrisa que dibujó el chico tras escuchar sus palabras le dejó la mente en blanco por unos instantes. Pensó en alejarse, en buscar a Ana para tratar de despejarse, pero no tuvo suerte.

Tomás apareció una vez más, posando una mano en su espalda como lo había hecho horas atrás y dejándola anclada en su lugar.

—¿Recuerdas que te dije que tendrías que entrevistar al MVP para unas historias? —Nora asintió en dirección a su supervisor, frunciendo el ceño en confusión cuando notó que Tomás miraba a Pedri—. Pues lo tienes delante. El resto del staff también cree que esta es una buena oportunidad para que los fans os vean interactuar juntos por primera vez, así que... luciros.

Tuvo que aguantar una carcajada irónica.

Pedri no solo se las había arreglado para marcar el maldito gol que acabó dándole la victoria al equipo, sino que también fue el jugador más valioso del partido.

«Increíble», fue lo único que pudo pensar mientras Tomás se marchaba, dejándolos nuevamente a solas.

Aunque solo quería retrasar el momento, finalmente le indicó a Pedri que la siguiera, dirigiéndose hasta la zona donde debían grabar la entrevista. El canario le hizo una señal a su familia, explicando con un gesto que luego hablaría con ellos, y entonces se dejó guiar.

—Será breve —murmuró Nora, colocando el móvil en el trípode que Tomás le había preparado. Al terminar de configurar las opciones de grabado, giró hacia Pedri con un vago intento de expresión amenazante—. Tampoco te pases; vamos a cagarla si somos demasiado obvios.

Las comisuras de Pedri se estiraron. Intentó esconder su sonrisa, pero la morena lo pilló al instante, enarcando las cejas de manera acusadora.

—Yo nunca me paso —rio él; Nora no le creyó ni un pelo—. Venga, confía en mí. Empieza a grabar.

¿Realmente confiaba en él?

Tal vez. En algunas cosas, diría que sí.

En cuanto a comportarse, sin embargo... no estaba tan segura.

—¡Hola, culés! —saludó a la cámara, poniéndose la máscara que utilizaba para grabar contenido para el Barça. Se enfocó en lucir lo más tranquila posible; aun así, esperaba que el móvil no pudiera captar la tensión acumulada en sus hombros—. Tras una increíble victoria, estoy aquí con Pedri para hacerle unas cuantas preguntas sobre el partido de hoy. —Miró al chico, quien se encontraba a su lado; solo entonces, se dio cuenta de que él ya la había estado observando con una sonrisa ladeada—. Bueno, Pedri... Antes que nada, estoy segura de que a todos los culés les gustaría saber cómo estás después de un partido tan duro.

—Bastante bien, la verdad —respondió el castaño, echándole un vistazo a la cámara antes de girar una vez más hacia ella—. Siempre es un orgullo poder colaborar con el equipo y obtener otra victoria, así que estoy contento.

—Supongo que haber ganado el título de MVP también tendrá algo que ver con eso.

—Bueno, no solo por eso, pero... —El chico se acercó de forma discreta; su hombro quedó posicionado detrás del de Nora, y entonces le dio un suave empujón cargado de complicidad—. Digamos que sí.

Nora se relamió los labios, luchando contra la sequedad de su boca al sentirlo más cerca. Se excusó con que estaba actuando, con que debía manifestar cierto nivel de "atracción" con su lenguaje corporal y que aquello era precisamente lo que estaba haciendo, pero la mirada de Pedri se sentía demasiado... significativa, demasiado intensa.

Se atrevía a pensar que incluso rozaba lo intimidante, pues nadie la observaba de aquella manera.

No, no estaba nerviosa. Para nada.

—¿A qué más se debe, entonces?

—Pues jugar en el Camp Nou siempre es agradable, y además hoy ha venido a verme una persona especial, así que... —Pedri soltó un suspiro; uno de esos que solo surgen cuando estás plenamente feliz, satisfecho—. Tenía muchas ganas de este partido.

Nora tuvo que aclararse la garganta para recuperar la voz: —Y no tendrá que ver con la celebración que has hecho después de marcar el gol ganador, ¿no?

—Puede ser.

Soltó una suave carcajada, pues no sabía qué hacer consigo misma: —¿Puede ser?

—¿Qué más quieres que te diga? —respondió de la misma manera, observándola con una mirada juguetona.

La morena no tenía ni la más mínima idea sobre cómo se las estaba arreglando para seguir la conversación. Agradecía, al menos, que su ingenio no le estuviera fallando.

Al fin y al cabo, era ella quien quería saber de dónde venía el gesto que el canario le había dedicado tras aquel gol, y también quien estaba llevando la entrevista por ese camino.

¿Acaso alguien se lo habría indicado? ¿Lo había hecho por pura obligación, o se le había ocurrido de manera natural?

—Pues que nos cuentes algo más sobre esa celebración especial...

Pedri se acarició la mandíbula, apartando la mirada mientras escondía su propia risa. Se tomó unos segundos antes de volver a verla; Nora creyó sentir que su brazo le rozaba la espalda, mas no se atrevió a chequearlo.

—Solo diré que la gente tendrá que verla más seguido. —Sus movimientos eran discretos, pero Nora no pudo pasar por alto la mirada que le ofreció: la repasó de arriba a abajo, volviendo de nuevo a sus ojos antes de continuar con un toque de sorna—. Si es que marco más goles, claro.

«Di algo, di algo...», le urgió su conciencia. «No te quedes callada, joder».

—Eso seguro —murmuró finalmente, atravesando el nudo que le apretaba la garganta—. ¿No es así, culés? —Giró hacia la cámara, incapaz de seguir mirándolo a los ojos—. Eso es todo por hoy, ¡nos vemos en un próximo dia de partit!

No le importó actuar como una cobarde.

Acabó la entrevista con rapidez, dirigiéndose al móvil como una excusa para alejarse de Pedri. Tuvo que parpadear un par de veces tras detener la grabación, tratando de volver a la realidad.

Y es que de pronto sentía que se estaba ahogando, que el aire jugaba en su contra. Sus propios latidos chocaban contra la superficie de sus tímpanos, las mejillas le ardían, y no sabía cómo cojones podría volverle a dar la cara a Pedri después de verlo actuar tan jodidamente bien. Mientras tanto, decidió que lo mejor sería revisar que todo estuviera correcto con la grabación; si tenía suerte, quizás el canario decidiría irse al vestuario, o tal vez saludar a su familia.

Sinceramente, cualquier opción le servía en aquel instante.

Aquello no pasó, sin embargo, y no tardó en escuchar el acento de Pedri.

—¿Ha quedado bien?

No tenía que mirar atrás para saber que estaba cerca. Sentía su presencia a sus espaldas y, por el rabillo del ojo, pudo notar que el castaño observaba la pantalla del móvil por encima de su hombro.

También detectó su sonrisa divertida, por supuesto.

—A lo mejor tendría que haberme marcado un Iker Casillas con Sara Carbonero... —bromeó el canario.

La morena apretó la mandíbula, esperando a que el tono rojizo de sus mejillas se disipara. Aun así, e incluso manteniendo la mirada fija en el vídeo, no podía concentrarse en nada más que la respiración de Pedri rozándole la coronilla.

—Suficiente con lo de la celebración, ¿no crees? —lo acusó en un murmullo.

—¿Qué te ha parecido?

—Quizás un poco exagerada.

—Entonces la cambiaré hasta que te guste.

—Deja de provocarme... —gruñó Nora, dándose la vuelta para poder enfrentarlo.

—No te estoy provocando —Su expresión desprendía falsa inocencia, sus ojos brillaban con aquel toque de vacile que tanto la irritaba—. ¿Te ha gustado o no?

—Sí, Pedri; me ha encantado —exageró, enarcando las cejas con ironía—. ¿Y? ¿Eso querías oír?

—Creo que me vale.

Nora se preparó para seguir confrontándolo, abriendo la boca con la intención de soltar lo primero que se le viniera a la mente. No obstante, no pudo hacerlo, pues Pedri posó una mano en su  hombro; con una sola mirada, el castaño le indicó que no dijera nada.

Quiso protestar, pero entonces escuchó una nueva voz a sus espaldas. 

—¿Qué pasa, hermanito? ¿No nos vas a presentar a tu novia?

Cuando se dio la vuelta, Nora se encontró con un chico parecido a Pedri—el mismo acento, el mismo tono de marrón en sus iris, una curvatura similar en su sonrisa. Detrás de él, vio a un hombre y a una mujer de estatura más baja, quienes la observaban con una mezcla de ternura y curiosidad.

No, por supuesto que no tenía planeado acabar aceptando una invitación para cenar con los González, pero, ¿quién hubiera podido rechazar a la familia de su novio falso?

𓆩 ♡ 𓆪





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oo. ▇ ‧‧ . ༉‧₊˚ 𝒂𝒖𝒕𝒉𝒐𝒓'𝒔 𝒏𝒐𝒕𝒆 ... ❜

¡nuevo capítulo de «HEARTLESS»!

bueno, digamos que quizás este capítulo es un poquito de relleno, pero espero que de todas maneras hayan podido disfrutar de los momentos entre Pedri y Nora. lo consideraba necesario, pues ya tengo 100% asegurado cuándo ocurrirán algunas cosillas importantes (seguro que saben a qué me refiero lmao), y tampoco quiero que lleguen a ese punto sin antes haber interactuado más; tranquil@s, tampoco pienso alargarlo tanto, pero sí me faltan algunos capítulos. no quiero decir nada más, así que me callo jsjsjs. ♡

por otro lado, tengo que mencionar que la idea para la celebración que Pedri le dedicó a Nora me surgió gracias a leachalamet (muchas gracias, linda). hace un tiempo pregunté en una nota de autor si ustedes tenían algo pensado y ella me comentó la idea de besar la pulsera; a partir de ahí, se me ocurrió que Nora tejiera las pulseras de cuero y luego todo se fue desarrollando poco a poco hasta llegar aquí. ¡!

como siempre, me gustaría leer sus opiniones sobre este capítulo. adoro sus comentarios y también me encantaría escuchar propuestas si tienen alguna.

PD: díganme que han visto lo de Iker Casillas y Sara Carbonero después de que España ganara el Mundial, es increíble JAJAJA.

y ahora sí, con un beso y un abrazo, me despido. ¡nos vemos pronto!

¡dejen un comentario, voten y compartan!

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