𝟎𝟎𝟏. starboy
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𝟎𝟎𝟏. starboy
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𝐄𝐋 𝐀𝐈𝐑𝐄 𝐎𝐋𝐈́𝐀 𝐀 𝐕𝐎𝐃𝐊𝐀, sudor y fatiga.
Nora Crespo estaba convencida de que aquella era una de las noches más calurosas de todo el año, pues ni siquiera el pequeño abanico que llevaba en el bolso había sido suficiente para disipar el ardor concentrado en sus mejillas. El calor le escalaba por los tobillos, se escurría entre sus piernas, trepaba por su espalda hasta empaparle la nuca; aquel, sin embargo, parecía el menor de sus problemas mientras luchaba por hacerse paso entre la multitud, esquivando copas llenas y adolescentes borrachos.
No supo cuándo ni cómo llegó a la barra. Aun así, apoyar los codos sobre la superficie de madera fue suficiente para hacerla soltar un suspiro aliviado.
—¿Por qué cojones le hice caso a Vera? —gruñó para sí misma, escondiendo su rostro en las palmas de sus manos.
Luchando por ignorar la música que taladraba sus tímpanos, trató de recordar la razón por la cual había aceptado la invitación de su hermana mayor. Pensó en la mirada de lástima que Vera le había dedicado después de irrumpir en su habitación, insistiendo en que debía salir a conocer su nuevo hogar de una vez por todas; el conjunto de fiesta que le había prestado antes de jurarle que aquella sería la mejor noche de su vida, la pulsera verde de la discoteca, el primer y segundo chupito de tequila.
Quizás fue su hermana quien la había metido en aquel lío, pero el resto había sido culpa suya.
Después de todo, perseguir la sensación de euforia que el primer trago de alcohol había despertado en sus venas no fue una tarea difícil para Nora.
Apenas tenía dieciocho años, a punto de cumplir los diecinueve, pero sentía que habían pasado eones desde la última vez que se permitió el privilegio de disfrutar su adolescencia. El primer trago de vodka había acariciado su sistema como un dulce veneno, tentándola a aprovechar aquella noche para ser egoísta, para dejarse llevar—para olvidar el dolor, y la rabia, y todas aquellas cosas que quería dejar enterradas en su ciudad natal.
Su plan, sin embargo, había fallado. Ahora estaba allí, sola, sin tener ni una remota idea de dónde se encontraban Vera y sus amigos, y probablemente con uno de los peores mareos que había tenido que afrontar en toda su vida.
Con el efecto sedante del vodka disipándose poco a poco de su sistema, no pudo evitar maldecir el momento exacto en el que accedió a seguir la propuesta de Vera, quien parecía haber aprovechado los seis años que llevaban sin verse para convertirse en una verdadera reina de la noche. Una chispa de envidia saltó en el pecho de Nora al darse cuenta de que su hermana había estado bailando en las mejores discotecas de Barcelona mientras ella limpiaba los errores que su madre cometía en Valencia, dejándose la piel por una mujer a la que ni siquiera le importaba.
Apretó los párpados, tratando de eliminar el sentimiento de culpa que empezó a extenderse por todo su pecho. Intentó acusar al alcohol por los pensamientos intrusos, pero sabía que aquella no era más que una excusa barata.
—Oye, niña.
Una voz desconocida la obligó a levantar la cabeza. Tuvo que parpadear varias veces antes de que sus ojos pudieran enfocar al chico de la barra, quien la observaba con impaciencia.
—¿Qué quieres esta vez? —insistió el bartender.
—Pues... Agua, por favor.
La respuesta de Nora pareció divertirlo; tal vez porque su lengua se había enredado a mitad de la frase, o quizás porque había optado por pedir nada más y nada menos que agua aún estando en una de las discotecas más prestigiosas de Barcelona. A pesar de ello, el joven no dijo nada, limitándose a lanzar una botella en su dirección.
—Tres euros.
—¿Tres euros? Venga ya, tiene que ser una broma.
—Lo que he dicho, bonita. Tres euros o no hay agua. —Esta vez, las palabras del bartender mostraban un ligero deje de compasión. Con la mirada que el muchacho le dedicaba, Nora tan solo pudo imaginar lo mal que realmente se veía en aquel momento—. Ya te he invitado a demasiados chupitos; no quiero que me despidan.
Una parte de ella—la más testaruda y obstinada—quiso rechistar, pero sabía que el chico tenía razón. Además, ya le habían advertido que los precios estaban terriblemente hinchados en aquel lugar; no podía hacer nada al respecto.
A regañadientes, sacó la tarjeta de crédito que había recibido tan pronto como llegó a la ciudad.
La superficie de plástico le quemó la yema de los dedos, recordándole que aquel obsequio no era más que un vil intento de su padre por comprar su cariño luego de tantos años sin ocuparse de ella. El rencor y el despecho la habían llevado a jurar no usarla, pero, en ese momento, no contaba con la energía suficiente para poner su terquedad por encima del ardor de su garganta. El cansancio había ganado la batalla, y lo único que deseaba era deshacerse del amargo sabor que le cubría la boca.
Aun así, magullar su propio orgullo no le facilitó las cosas.
Después de pagar, trató de desenroscar la tapa de la botella con todas sus fuerzas—una, dos, tres veces, siendo apenas consciente del pequeño corte que el borde del tapón había dejado en la punta de su índice. Sus movimientos eran torpes e imprecisos; las manos le temblaban, presas de la bebida energética que había pedido como mezcla para sus cubatas, y el chico de la barra se había largado para atender a otro grupo de adolescentes intoxicados, así que tampoco podía pedirle ayuda.
La canción más famosa del verano retumbaba entre las paredes de la sala, chicos y chicas chillaban la letra a todo pulmón, y quizás Nora se hubiera unido a ellos en cualquier otro momento, pero en ese instante solo quería silencio. De pronto, sintió que el aire caliente se le pegaba a la piel con mayor furor, así que se dispuso a hacerse una coleta alta, apretándola con más fuerza de la necesaria.
Fue justo entonces, mientras le echaba un rápido vistazo a la sala para asegurarse de que nadie la hubiese visto pelear contra la maldita botella, cuando se topó con un par de ojos marrones.
Facciones marcadas, mandíbula cubierta por la sombra de una sutil barba, una mata de cabello corto y oscuro; cuerpo atlético y estilizado, decorado por una camisa arremangada que le daba el equilibrio perfecto entre casual y elegante. El chico—quien se hallaba a un par de metros de ella, en el extremo contrario de la barra—parecía de su edad, o tal vez un par de años mayor.
A pesar de que Nora lo atrapó justo cuando se disponía a escanearla de arriba a abajo, los ojos del muchacho volvieron rápidamente a los suyos, observándola con un deje de vacile.
No necesitaba estar sobria para reconocer que era atractivo—claramente atractivo—, y, tomando en cuenta que su sonrisa torcida no era más que una muestra de que había presenciado sus patéticos intentos por abrir la botella, Nora no fue capaz de contener la risita nerviosa que escapó de sus labios.
No tenía las facultades suficientes como para romper el hielo con algún comentario ingenioso, al menos no en aquellas circunstancias, así que simplemente trató de centrarse en la botella y pretender que nada había pasado. Sin embargo, antes de que pudiera apartar la mirada, el extraño captó su atención, señalando el objeto con un ligero movimiento de cabeza.
Tardó unos cuantos segundos, pero finalmente entendió lo que quería decirle. Le dio un empujón a la botella hasta que esta se deslizó por la barra, llegando hasta él.
Mientras el muchacho se dedicaba a aflojar el tapón por ella, la mirada curiosa de Nora cayó sobre la tira que rodeaba su muñeca derecha: una pulsera dorada, de aquellas que permitían el acceso a la zona vip del recinto. Enarcando una ceja, se preguntó qué haría aquel chico en la sala pública si había pagado el acceso al área privada.
«No es tu problema, Nora», se reprendió mentalmente, fijándose en sus propias manos con el objetivo de fingir desinterés. La curiosidad le había tendido demasiadas trampas a lo largo de los años, y no estaba dispuesta a caer en más.
En tan solo unos instantes, la botella apareció nuevamente en su campo de visión.
La tapa estaba perfectamente desenroscada.
Nora giró a verlo una última vez, dibujando una mueca apenada: —Gracias —articuló con nada más que los labios.
El chico tan solo asintió en respuesta antes de volver a lo suyo, sin perder aquel toque de diversión que llevaba tatuado en las comisuras. Nora lo vio voltear hacia la pista, como si estuviese buscando a alguien entre la multitud, pero pronto se centró en la pantalla de su móvil. No parecía aburrido ni incómodo, pero, con solo echarle un vistazo a su lenguaje corporal, la chica pudo determinar que no quería estar ahí.
Nora desvió la mirada, llevando el pico de la botella a su boca.
Trago tras trago, dejó que el líquido aliviara la sensación de ardor que le consumía los intestinos. Su mente empezó a divagar, evocando los sucesos de la noche para intentar identificar el momento exacto en el que había perdido a Vera, pero los recuerdos eran demasiado confusos, demasiado borrosos, y, por alguna estúpida razón, sus instintos estaban más centrados en el desconocido que permanecía solo al otro lado de la barra.
No fue capaz de resistir la tentación de echarle una que otra ojeada durante los próximos minutos. Creía, al menos, que aquello era más que justo, pues podía sentir el peso de la mirada del chico perforándole el costado izquierdo del rostro. Claro que Nora evitaba girar cuando sabía que él la estaba observando; ya tenía suficiente con los restos de vodka que reptaban entre sus venas—no iba a distraerse por un extraño, sin importar lo mucho que sus ojos se empeñasen en traicionarla.
No obstante, tan pronto como sintió la llegada de una nueva presencia a su otro lado, supo que satisfacer sus deseos de paz no sería una tarea fácil.
—¿Por qué tan sola, guapa?
No pudo hacer más que tensar la mandíbula.
Ya había lidiado con una larga lista de imbéciles a lo largo de la noche; podía reconocerlos con tan solo escucharlos. La ingrata experiencia, sin embargo, le había servido para aprender que los payasos como ese solían rendirse ante la indiferencia, así que simplemente le dio otro sorbo a la botella, manteniendo la vista fija en un punto muerto de la barra.
—¿Qué pasa? ¿No vas a responderme?
El recién llegado se acercó más a ella, invadiendo su espacio personal con una expresión socarrona.
Nora tomó una profunda bocanada de aire, apretó su agarre alrededor de la botella para poder contener la impotencia, se repitió a sí misma que estaba sola y que no podía dejarse llevar por la rabia.
Una vez logró enfriar su sistema, giró hacia él con la sonrisa más falsa que pudo esbozar: —Tengo novio.
No, no tenía novio, pero aquella excusa solía ser bastante efectiva.
—¿Y qué? ¿Acaso tu novio no te deja hablar?
—Pregúntale tú, a ver qué dice —contraatacó. Fue rápida y directa, sin molestarse en ocultar su desagrado—. No tarda en llegar, así que no te preocupes.
—Ay, cariño... Claro que no tienes novio. —Entre carcajadas arrogantes, el hombre apoyó los codos en la barra para después inclinar su rostro hacia el de Nora—. A las tías guapas no os sienta bien mentir.
—A los tíos tampoco os sienta bien ser pesados, pero lo sois.
En cuanto vio que el semblante del hombre era cubierto por una gruesa capa de ira, Nora supo que la había cagado.
En menos de un parpadeo, el desconocido dio un paso, y otro, y otro más, hasta dejarla atrapada contra uno de los asientos de la barra. Su aliento impactó contra las mejillas de la chica: un hedor a whiskey y tabaco, tan pútrido y desagradable que su estómago dio un vuelco. Tragó en seco, tratando de aflojar el nudo que le apretaba la garganta mientras se armaba de valor para pisarlo con el tacón de sus botas, pero, antes de que siquiera pudiera planear su ruta de escape, algo peculiar llamó su atención.
De repente, el extraño había enfocado su vista por encima del hombro de Nora, hacia un punto determinado al que la morena no podía acceder desde su posición. Aun así, fue capaz de identificar el preciso momento en el que su fachada cayó en pedazos, el segundo exacto en el que un destello de reconocimiento se apoderó de su expresión.
Con la cara contraída en una mueca frustrada, el hombre retrocedió tan pronto como se había acercado.
—Puta niñata.
Aquello fue lo último que Nora escuchó antes de que el desconocido se diera la vuelta, perdiéndose entre la multitud.
Latidos descontrolados, pulso acelerado, un caballo desbocado arremetiendo contra sus costillas. Podía sentir el calor de su sangre hirviéndole la piel, coraje burbujeando en su sistema; a pesar de que ya había tratado con tipos como ese, aquel imbécil se las había arreglado para sacarla de sus casillas.
Necesitaba hacer algo—lo que fuera. Ir al baño, lavarse la cara con agua helada, beber otro chupito, o quizás mandar todo a la mierda y buscar su propio camino a casa, sin esperar a Vera.
Sin embargo, antes de poder tomar una decisión, sus ojos se toparon con el chico de antes—el que la había visto batallar contra la botella de agua, el que la había abierto por ella.
Esta vez, el castaño tenía una expresión seria, completamente opuesta al semblante divertido que le había mostrado minutos atrás. Su mirada se hallaba puesta sobre el montón de personas que saltaban en la pista de baile, específicamente centrada en el hombre que había estado molestándola. Lo vio asentir para sí mismo, como si estuviese satisfecho con su trabajo, y entonces se dispuso a girar la cabeza hacia la barra, parando en seco cuando se encontró con los ojos de Nora.
Solo tuvo que mirarlo por una pequeña fracción de segundo para que las piezas encajaran en su cabeza.
Ahora comprendía por qué aquel hombre había desistido tan fácilmente. Lo que lo había intimidado, lo que había visto sobre su hombro... era al chico de la botella.
—¿Qué has hecho?
La pregunta escapó de sus labios antes de que siquiera pudiera pensarlo.
La voz de su conciencia—aquella impertinente criatura que intentaba controlar su naturaleza salvaje y guiarla por el camino de la razón—le advirtió que era mejor mantener la boca cerrada. A pesar de ello, el alcohol que quedaba en su cuerpo fue aún más fuerte, soltándole la lengua con preocupante facilidad.
El chico tan solo levantó las cejas, como si no supiese a qué se refería, pero, más allá de aquel gesto, Nora pudo notar el ligero matiz de sorna que decoraba su rostro. Tomando su expresión como un desafío, la morena no tardó en copiar su semblante, retándole a responder con la mirada.
—¿Qué has hecho para espantarlo? —volvió a cuestionar.
El castaño intentó ocultar una sonrisa, mas acabó rindiéndose en cuestión de segundos: —Puede que lo haya mirado un pelín mal.
Justo cuando pronunciaba las últimas palabras, sus comisuras se estiraron un poco más; Nora, sin embargo, estaba más enfocada en el sonido de su voz. Creyó detectar algo peculiar en su forma de hablar: un soplo de aire fresco, un acento suave y completamente diferente a lo que estaba acostumbrada a escuchar en Valencia y ahora en Barcelona. Aun así, se obligó a sí misma a dejar de pensar en ello, disponiéndose a continuar.
—Podía ahuyentarlo yo sola.
—Estabas tardando. —Se encogió de hombros sin una pizca de vergüenza. Parecía expresarse con total sinceridad, con simpleza; como si realmente hubiera querido tenderle una mano, como si no buscase nada a cambio—. Te veías incómoda, así que quise ayudar.
—Sí, bueno... Debería haberle tirado la botella de agua a la cabeza, a ver si con eso se marchaba antes. —El chico dejó escapar una carcajada ligera, y los instintos de Nora la invitaron a seguirlo. Sin embargo, no pudo, pues el maldito malestar que la había estado carcomiendo desde que decidió acercarse a la barra volvió a atacarla con más fuerza—. Digamos que no estoy en mi mejor momento, así que... gracias, otra vez.
Esbozó su mejor sonrisa, pero el gesto acabó adquiriendo un matiz agrio.
Le palpitaban las sienes, sus talones pedían auxilio desde el interior de sus zapatos, y la presión en su pecho se hacía más grande con cada segundo que pasaba. Llevó sus ojos a la pista de baile, donde trató de avistar a su hermana una vez más, pero la ansiedad no hizo más que aumentar cuando no pudo encontrarla.
—¿Todo bien?
Nora parpadeó un par de veces, forzándose a volver a la realidad. Solo entonces, se percató de que el muchacho la estaba observando.
Frunció los labios, preguntándose si debía responder con la verdad, si confiar en un extraño en medio de una discoteca era buena idea, pero los nervios—combinados con los inicios de una desagradable resaca—acabaron hablando por ella.
—No sé dónde está mi hermana. —Se restregó el rostro con las manos al sentir que la habitación volvía a darle vueltas; no le importaba arruinar su maquillaje, aquella era la menor de sus prioridades—. Y no tengo batería en el móvil y...
—Ey, tranquila. La encontraremos, ¿vale? Tiene que estar por aquí.
La morena trató de asentir, pero sentía que había perdido el control de su cuerpo. Los párpados le pesaban, y creyó notar que los labios del chico se movían, como si estuviese preguntándole algo, pero no podía escucharlo.
Quería decirle que no necesitaba ayuda.
Que podía arreglárselas sola, porque eso era lo que había hecho durante la mayor parte de su vida.
Pero entonces sintió que caía en picada, dentro de un agujero negro empapado de recuerdos. La última vez que escuchó a su madre gritar antes de que se largase de casa sin dejar ningún rastro, aquellos días en los que tuvo que buscar trabajo hasta debajo de las piedras, el miedo a no poder pagar la renta de fin de mes, el tren de camino a Barcelona.
De repente, unas terribles ganas de vomitar se apoderaron de la boca de su estómago.
No supo qué fue lo último que dijo antes de partir disparada hacia la salida, tampoco recordaba cómo logró encontrarla. Solo podía sentir una presencia a sus espaldas—alguien que despejaba el camino por ella, que evitaba que su cuerpo chocara con otros o que sus pies se enredasen con los de algún desconocido. Aquel pequeño atisbo de seguridad la impulsó a seguir andando, incluso cuando su mente le advertía que quizás, solo quizás, estaba metiendo la pata.
Y es que el chico de la botella la orientó durante todo el recorrido, guiándola expertamente hasta el exterior.
Una vez atravesaron la puerta, el choque de aire fresco logró tranquilizarle el pulso. Inhaló, exhaló, repitió el proceso varias veces hasta poder respirar con normalidad, manteniendo los ojos cerrados en un intento por minimizar la intensidad de sus sentidos.
—Venga, —La voz del chico, quien señalaba un coche aparcado a un par de metros de la entrada, la llevó a levantar los párpados—, apóyate ahí.
Nora no lo dudó ni por un segundo: tan pronto como llegó al coche, recostó la parte trasera de su cuerpo contra el capó.
Se quedó ahí, en silencio y con la cabeza gacha, depositando todo su peso sobre la pulcra superficie del coche. Tan solo quería descansar, quitarse los zapatos, acostarse sobre el maldito vehículo si era necesario.
El tiempo no se detuvo. Pasaron los segundos, los segundos se convirtieron en minutos, y entonces su mente empezó a despejarse. Poco a poco, se volvía más consciente, hasta poder reparar finalmente en la presencia del extraño que la había acompañado.
«¿Quién se cree?», pensó, resistiendo la urgencia de poner los ojos en blanco. ¿Una especie de salvador? ¿Algún tipo de héroe sin capa?
Nora no pudo evitar preguntarse si tal vez quería cobrarle una deuda—si en algún momento se dignaría a explicar por qué estaba ahí, afuera, cuando todavía lucía lo suficientemente fresco como para poder aguantar un par de horas más en el interior de la discoteca. Claro que había concluido que el chico no parecía tener demasiadas ganas de seguir adentro, pero aquel no parecía motivo suficiente para justificar sus acciones.
Sin importar cuál fuera su intención, Nora no lo necesitaba.
—No tenías que acompañarme, ¿sabes?
Obvió el hecho de que se veía incluso mejor sin las luces púrpuras de la discoteca de por medio, entrecerrando los ojos para escudriñarlo con una mirada inquisitiva.
—¿Con gilipollas como el de antes rondando por aquí? —El chico bufó con suavidad, dando un par de pasos hasta quedar frente a ella; no muy cerca, pero tampoco demasiado lejos—. Yo diría que sí. Además, ese es mi coche.
Sin pensarlo dos veces, la morena se preparó para contestar, pero acabó mordiéndose la lengua al percatarse de que el coche en el que estaba apoyada era nada más y nada menos que un precioso Mini Cooper de color verde oscuro.
«Joder», murmuró su conciencia. Apartó sus manos del capó casi de inmediato, optando por cruzarse de brazos; tocar un vehículo tan lujoso como aquel rozaba la frontera entre privilegio y sacrilegio, y no pensaba traspasar ese límite.
A pesar de la vergüenza inicial, Nora enfrentó al chico nuevamente. Se percató entonces de que había dejado de mirarla, y no pudo evitar suspirar con alivio al darse cuenta de que seguramente no había visto cómo sus ojos saltaban al identificar el modelo del coche. En cambio, el castaño se disponía a analizar cuidadosamente sus alrededores—como si estuviese buscando algo, o quizás a alguien.
Por un instante, Nora solo pudo pensar que lucía demasiado rígido, demasiado tenso en comparación al chico relajado y divertido que había abierto su botella de agua. Al menos su postura volvió a relajarse cuando giró a verla una vez más; la tirantez acumulada en su mandíbula desapareció casi por completo, y entonces le dedicó una discreta sonrisa de labios sellados.
«¿Qué estaría buscando?»
Aquella pregunta, sin embargo, se desvaneció rápidamente de la mente de Nora. Y es que había algo ahí, al alcance de sus dedos, tintando la imagen de aquel desconocido con colores amenos—colores suaves y relajantes, pero acompañados de un matiz eléctrico.
No sabía exactamente cuál era el motivo, mas decidió que aquel chico la invitaba a confiar.
No quería analizar los posibles riesgos y escenarios. Pensar más de la cuenta era parte de su día a día, y estaba demasiado agotada como para seguir haciéndolo.
Sentía, además, que tampoco lo necesitaba.
Al fin y al cabo, todo lo que pasara en noches como aquella—noches de fiesta y descontrol—no debía cuestionarse; se trataba de una norma universal, una que había olvidado después de tanto tiempo sin salir de casa, y, a pesar de su carácter explosivo, a Nora no le gustaba romper las reglas.
Pero, ¿romper momentos de silencio? Eso se le daba especialmente bien.
—¿Qué le ponen a las copas en Barcelona?
Él tardó un segundo en reaccionar, como si no esperase escucharla hablar, pero acabó extendiendo sus comisuras con diversión.
Nora reparó en las pequeñas arrugas que enmarcaban su mirada, dándole un aspecto alegre y amigable; la forma en la que rascó su barbilla antes de terminar de soltar un par de carcajadas, la manera en la que sus ojos se achinaban. Un destello le envolvió las pupilas, dándole un aspecto más jovial, más travieso.
—Eso lo sabrás más tú que yo —contestó. A leguas, cualquiera podría saber que el chico lucía más... consciente que ella, pero Nora no pudo ocultar su sorpresa al darse cuenta que él, un muchacho que llevaba nada más y nada menos la pulsera dorada de la discoteca, parecía no haber bebido ni un trago de alcohol en toda la noche—. No eres de aquí, ¿verdad?
—No, aunque supongo que ahora sí. —Sonrió con amargura, recordando la verdadera razón por la que estaba en Barcelona. No obstante, escondió el gesto tan rápido como pudo—. Soy de Valencia.
—Pero tu acento...
—Padre español y madre venezolana.
Tragó en seco.
Sí, a veces su voz se parecía a la de su madre.
Y qué desgracia.
Porque aquella mujer se había enredado entre vino barato y tabaco de liar luego de que su marido le pidiese el divorcio y se llevara a una de sus dos hijas a Barcelona. Porque no hablaba más que para recordarle a Nora las similitudes que compartía con su padre, para gritar sobre lo fácil que sería su vida si jamás lo hubiera conocido—si no hubiera tenido que criar a Nora, si hubiese podido ahogarse sola en su propia pena.
Y claro que la mente de Nora había tratado de protegerse a sí misma, bloqueando poco a poco el sonido de su voz, pero el recuerdo seguía ahí, latente en su propio acento.
La morena, sin embargo, hizo todo lo posible por enterrarlo en lo más profundo de su mente. Sintió unas repentinas ganas de arrancarse todo el alcohol que había bebido de dentro, pues lo último que quería era parecerse a su madre.
Aun así, forzó otra sonrisa.
—El acento se pega —continuó finalmente. Se encogió de hombros, fingiendo indiferencia con movimientos casi robóticos, ensayados—. ¿Y tú? ¿De dónde eres?
—De Canarias.
El toque de orgullo que iluminó sus facciones convirtió la sonrisa de Nora en un gesto casi genuino; incluso tuvo que girar la cabeza, escondiendo la curvatura de sus labios para no ser descubierta. Le habían hablado maravillas sobre el acento canario y, ahora que lo escuchaba en persona, no podía negar que era ciertamente... agradable.
No supo qué decir cuando una corriente de aire frío le escaló por las piernas, colándose hasta sus huesos; se preguntó de dónde venía el repentino cambio de temperatura, o si quizás el vodka había bajado sus defensas. Septiembre era un mes complicado en España: siempre cambiante, rozando el límite entre el calor infernal y las brisas matadoras, así que no tuvo más opción que abrazarse a sí misma, intentando tapar los parches de piel que el vestido negro que Vera le había prestado no cubría.
Fue entonces cuando notó que el chico abría la puerta del coche. Lo analizó con curiosidad, viendo cómo sacaba una chaqueta del asiento del copiloto para después tenderla en su dirección, invitándola a cogerla.
Dubitativa, Nora se atrevió a rozarla con la punta de los dedos, pero apartó la mano rápidamente.
—Nora —sentenció sin pensarlo. Quiso arrepentirse, quiso pensar que realmente no había tenido la intención de desvelar aquella pequeña parte de sí misma, pero sentía que al menos le debía su nombre—. Me llamo Nora.
—Nora —murmuró el muchacho, escondiendo una sonrisa casi imperceptible. La morena no fue capaz de leer su expresión, pero no pudo evitar tragar con fuerza ante la impresión de que el muchacho estaba saboreando su nombre. Cuando su semblante fue cubierto por un deje de vacile, Nora tuvo que hacer todo lo posible para ignorar el calor que le subió hasta las mejillas—. ¿Y si no te digo mi nombre?
—¿Estás de coña? —Frunció el ceño. Él tan solo negó con la cabeza, torciendo los labios con falsa inocencia—. Va, dímelo.
—Coge la chaqueta y a lo mejor te lo digo.
Él tan solo rio, acercándole un poco más la prenda. La chica resistió las ganas de poner los ojos en blanco, pero finalmente la tomó.
—No me gusta que me ayuden —farfulló de mala gana, incapaz de mirarlo a la cara.
—Me he dado cuenta.
—Pero... tengo frío.
«Vaya excusa de mierda, Nora», se reprendió, pero mantuvo la cabeza alta.
Bajo la atenta mirada del chico, se aclaró la garganta, atreviéndose a envolver la chaqueta alrededor de sus hombros. Dejó los brazos a sus costados, fuera de las mangas—un pequeño detalle con el que pretendía evitar invadir por completo la privacidad del extraño, si es que eso todavía era posible. Ignoró el nudo asentado en su estómago, y trató de lucir lo menos rígida posible bajo el peso de la prenda.
—También me he dado cuenta de eso. —Entretenido, el chico enarcó una ceja. Sin previo aviso, cogió el borde inferior de la chaqueta, dándole un pequeño tirón para enfatizar sus siguientes palabras—. Venga, póntela bien, que te estás congelando.
Su sonrisa era sincera.
Tan sincera que ella no tuvo más opción que hacer lo que le pedía.
No fue capaz de apartar la mirada esta vez, pues, teniéndolo un poco más cerca, la colonia masculina que emanaba su piel le adormecía los sentidos. El aroma se hizo más intenso cuando el muchacho terminó de ajustar la chaqueta por ella, disponiéndose a subir la cremallera hasta el inicio de su cuello. Aquella fragancia la envolvió de pies a cabeza, le acarició las fosas nasales, la dejó sin habla por unos cuantos segundos.
—Si llego a vomitar en tu chaqueta será culpa tuya.
Sus palabras salieron en un discreto susurro; simplemente no se atrevía a alzar más la voz.
Y solo se dio cuenta de que había estado aguantando la respiración cuando el chico finalmente soltó la chaqueta, dando un pequeño paso hacia atrás
—Una chaqueta más, una chaqueta menos. —El muchacho le siguió el juego—. Soy Pedro —murmuró después, dándole la respuesta que había estado buscando.
La morena escondió una sonrisa satisfecha. Si bien un nombre convertía aquel encuentro en algo más... personal, al menos ya podía referirse a él como algo más que "el chico de la botella".
Y, de repente, sin ninguna razón, tuvo la sensación de que ya lo había visto antes.
Paseó los ojos sobre sus rasgos, tratando de descifrar el origen de aquel extraño déjà vu, pero no pudo identificarlo. No fue capaz de evocar ningún recuerdo, ni la imagen de algún rostro similar al suyo; tan solo se perdió en aquel par de ojos marrones—más claros de lo que inicialmente había pensado—, escondiendo la curiosidad en un rincón aislado de su mente.
Solo entonces, se dio cuenta de que la mirada de Pedro había adquirido un toque de preocupación.
La imagen le secó la boca, le revolvió las tripas sin piedad. Un desconocido—un completo extraño—era quien estaba cuidando de ella.
¿Qué podía ser más humillante que eso?
—Oye. —El tono del chico la sacó de su pequeña ensoñación. Había abandonado el deje ligero y burlón, adaptando uno más suave—. Adentro dijiste que no tenías batería... ¿Quieres mi móvil para llamar a tu hermana?
Lo pensó por un segundo, contó hasta llegar al diez. Tomó una profunda bocanada de aire, formulando la respuesta en su mente—las posibles opciones, lo que quería y lo que no.
—No —murmuró al fin—. Creo que mejor no.
¿Llamar a Vera?
Casi rio ante la idea.
Su hermana estaría demasiado ocupada haciendo quién sabía qué. Nora estaba convencida de que ella era la menor de sus prioridades, y, sinceramente... ya no tenía muchas ganas de verla.
Su acompañante se aclaró la garganta. La morena intuyó que Pedro era consciente de la súbita tensión que se había instalado en el ambiente, y sintió unas repentinas ganas de disculparse por rechazar su ayuda; sin embargo, se forzó a recordar que no le debía explicaciones a nadie, y mucho menos a un extraño.
—¿Y a otra persona? —probó el chico una vez más.
—No conozco a nadie. Son todos mayores, amigos de mi hermana. Ni siquiera creo que se hayan dado cuenta de que no estoy.
—¿Qué haces aquí, entonces?
Nora se mordió el interior de la mejilla.
No había anticipado aquella pregunta, ni mucho menos el genuino interés en los ojos del muchacho.
Por un momento, empezó a dudar si siquiera ella misma conocía la respuesta.
No sabía si estaba ahí por Vera, o por aburrimiento. Quizás por ella misma, pues debía despejarse por una vez en su vida, o tal vez porque lo único que quería era ahogar sus pensamientos con música alta y copas cargadas.
—Distraerme, supongo —determinó después de una pausa–. Aunque la resaca no valdrá la pena.
Intentó aligerar el ambiente con una pequeña broma y, afortunadamente, el chico pareció comprender lo que intentaba hacer: cambiar de tema, cortar la tensión.
—Llevo años sin beber, así que de eso ya no sé.
—Qué chaval, —bufó Nora, echándole un rápido vistazo a la pulsera que envolvía su muñeca—, no bebes y aun así has pagado para entrar al vip de la mejor discoteca de Barcelona.
—Bueno, unos amigos me obligaron; los cabrones no pueden estarse quietos —rio por lo bajo—. Créeme, preferiría estar haciendo otra cosa.
Algo en su expresión despertó el interés de Nora. Fue un cambio sutil, pero claro: la ligera presión entre sus cejas, la determinación en su semblante; la forma en la que miraba hacia un punto indeterminado, como si su mente estuviese en un lugar diferente. No había hablado con desprecio ni arrepentimiento, y tampoco sonaba insatisfecho con la decisión de sus amigos, pero estaba claro que sus pensamientos giraban alrededor de otra cosa, algo que Nora no podía ver.
¿Qué sería? ¿Una carrera universitaria? ¿Alguna persona, su pareja o un miembro de su familia? ¿Un pasatiempo, quizás?
Estuvo a punto de preguntar, pero nada salió de su garganta.
Y es que, justo en ese instante, vio una silueta conocida saliendo de la discoteca.
Un perfecto vestido de lentejuelas. Una mata de cabello desordenada, pero perfectamente arreglada al mismo tiempo. Un par de tacones de aguja que ni siquiera le impidieron dirigirse rápidamente hasta la posición de Nora, conjugados con aquella manera de caminar tan cautivante que podría engatusar a cualquiera.
Vera Crespo era inconfundible, y mucho más con aquella expresión de enfado pegada al rostro.
—¡Joder, Nora! ¿Dónde coño te habías metido?
Aunque todavía se hallaba a un par de metros de distancia, la morena la escuchó con claridad. Por el rabillo del ojo, pudo ver el rostro confundido de Pedro; Nora, por su parte, hizo todo lo posible por permanecer impasible. Enterró cualquier atisbo de culpa o arrepentimiento bajo una montaña de indiferencia, escondiendo sus manos bajo las mangas—que ya de por sí le quedaban largas—de la chaqueta.
No, no iba a demostrar lo mucho que se había asustado al darse cuenta de que Vera no se hallará a su lado en la pista de baile, ni lo preocupada que había estado al encontrarse sola entre una marea de gente. Aquello solo la haría parecer débil, y esa nunca era una opción buena.
Vera ni siquiera reparó en el muchacho que la había estado acompañando cuando finalmente la tomó de la muñeca, tirando de ella hasta separarla del coche. Por un segundo, Nora creyó ver a su madre reflejada en la mirada furibunda de su hermana, pero se recordó a sí misma que aquello era imposible; su madre ya no estaba, y Vera apenas la conocía, así que no podían parecerse.
—Veinte veces te he llamado. —Vera tiró un poco más fuerte del brazo de Nora, hablando entre dientes—. Veinte.
La chica soltó un suspiro frustrado. Aun así, hizo todo lo posible por mantener un tono de voz neutro: —No tenía batería.
—¡Pues habérmelo dicho antes de salir tú sola!
Aquella fue la gota que derramó el vaso.
—Oh, no, no me eches la culpa. —Negó con la cabeza, clavándose las uñas en las palmas de las manos; su intento por mantener la calma había sido pisoteado por el comentario de Vera. Ejerció la fuerza necesaria para deshacerse del agarre de su hermana y, justo en ese instante, vio la pulsera dorada que llevaba en la muñeca—. Subiste al vip —murmuró, comprendiendo el motivo por el cual la había dejado sola en medio de la pista. Incrédula, bufó por lo bajo—. Me dejaste tirada.
Un vestigio apenado se apoderó de las facciones de Vera.
Nora no se inmutó.
—A ver, Nora, que no es tan grave... Me encontré a unos amigos y me invitaron a pasar. Lo siento, ¿vale? Iba tan borracha como tú. —Ocultó el remordimiento detrás de un suspiro cansado, cerrando los ojos y llevando una mano hasta su frente, como si le doliera la cabeza—. Te dije que no te apartaras de mi lado. Si me hubieras hecho caso...
A partir de ahí, dejó de escuchar.
La morena simplemente bajó la mirada, apretando la mandíbula para evitar decir algo de lo que pudiera arrepentirse. Estaba enojada, y tenía unas inmensas ganas de volver a casa—su pequeño piso en Valencia, aquel por el que tanto había trabajado—y tocar su guitarra hasta olvidarse de aquella maldita noche, de todos los posibles errores que seguramente había cometido bajo la influencia del alcohol pero que no recordaba.
—Pedri.
Aquello sí que llamó su atención.
Levantó la cabeza de golpe, viendo cómo su hermana—quien fruncía el ceño en señal de sorpresa o confusión; Nora no lo tenía claro—se refería al chico de la botella.
El castaño se aclaró la garganta en señal de incomodidad, aunque dedicándole una sonrisa a la chica: —Vera.
—¿Os conocíais ya?
Nora paseó su mirada entre ambos. De Pedro a Vera, de Vera a Pedro. La respuesta era obvia, no necesitaba escucharla, pero, aun así, no pudo evitar fruncir el ceño al notar que ninguno respondía.
Pronto entendió.
Vera no se había equivocado al llamar el nombre del chico. Pedri, se llamaba Pedri.
Y era un jodido futbolista.
—No me jodas —murmuró, sin saber qué más decir.
Ahora todo tenía sentido.
El hecho de que, cuando salieron de la discoteca, el chico había sido tan precavido, mirando sus alrededores en busca de algo—quizás posibles fotógrafos de la prensa, o tal vez a algún grupo de fanáticos. La chispa de reconocimiento que apareció en la mirada del hombre que se le había acercado a Nora después de encontrarse con el chico de la botella, la sensación de déjà vu al ver su rostro. El coche que tenía, la pulsera dorada; su rechazo hacia el alcohol, pues sabía bien que los deportistas de élite no podían consumirlo.
No sabía mucho sobre él—jamás había sido una aficionada del fútbol—, pero había escuchado el nombre de Pedri en varias ocasiones, las suficientes para saber que no era un chico cualquiera. Y claro que Vera lo conocía... Tampoco era de extrañarse, pues su padre era nada más y nada menos que el miembro más importante del equipo de médicos del Fútbol Club Barcelona.
Por supuesto—tenía que ser uno de esos pretenciosos deportistas, aquellos que iban por la vida con aires de superioridad por el mero hecho de ser conocidos. ¿Ayudarla aquella noche le había servido para agrandar su ego? ¿O acaso el tal Pedri sabía que ella era la segunda hija del médico estrella y solo buscaba un poco más de reconocimiento por parte de sus superiores?
Nora chasqueó la lengua, claramente fastidiada. Cómo le hubiera gustado arrancarse el apellido 'Crespo' en aquel momento.
—Un jodido futbolista del Barça, esto es surrealista —rio por lo bajo, pero el asunto no le hacía ni una pizca de gracia. Notó que el entrecejo de Pedri se arrugaba; era evidente que aquel comentario no le había sentado bien, pero Nora no lo dejó hablar—. Vera, por favor —se dirigió a su hermana, habiendo perdido las ganas de seguir discutiendo—, quiero irme a casa.
—Vale, nos vamos a casa. —Su hermana habló con cautela, como si estuviese tratando con un animal salvaje. Asintió en dirección al chico, quien observaba la escena en silencio—. Ya nos veremos, Pedri.
Él tan solo asintió, aparentemente tranquilo.
Y Nora no supo por qué, pero aquello tan solo aumentó su molestia.
Sintió que la maldita chaqueta empezaba a ejercer una incómoda presión sobre sus hombros, así que se dispuso a quitársela tan rápido como pudo. A pesar del frío que volvió a envolverla, recolectó la valentía suficiente para mirar al chico a la cara, extendiendo la prenda en su dirección.
—Quédatela, anda. —Pedri no sonrió como antes, tampoco habló con aquel aire vacilón que la había enganchado en un primer momento. Aun así, y a pesar de la mirada casi hostil que Nora le dedicaba, habló con una calma exasperante—. Ya me la devolverá tu hermana.
Ella asintió con rigidez.
Tan solo se dio la vuelta, dirigiéndose hacia el coche de Vera sin mirar atrás. La chaqueta volvió a taparle los hombros, y Nora tuvo que aguantar la respiración cada vez que los restos de colonia masculina alcanzaban su nariz.
Una vez en el asiento del copiloto, cerró de un portazo.
—Hablaremos de esto mañana.
Aquello fue lo último que dijo Vera antes de arrancar.
Nora no respondió; lo único que quería era dormir.
Sin embargo, ni siquiera un buen sueño la prepararía para verse a sí misma circulando entre titulares y redes sociales, asociada al nombre de cierto futbolista canario.
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oo. ▇ ‧‧ . ༉‧₊˚ 𝒂𝒖𝒕𝒉𝒐𝒓'𝒔 𝒏𝒐𝒕𝒆 ... ❜
¡sean bienvenid@s al primer capítulo de «HEARTLESS»!
empezamos el año bien. (;
¡no saben las ganas que tenía de publicar este fic! no solo estoy seriamente enamorada de Pedri, sino que también tengo muchísimas ganas de crear la dinámica entre él y Nora. voy a tratar mis plots favoritos y tengo muchísimas ganas de probar cosas diferentes a las que normalmente suelo escribir.
don't worry, parece que Nora y Pedri empezaron con el pie derecho, pero esto es solo una especie de prólogo. esta parejita va a pasar por muchas tensiones; digamos que quiero darles un poco de enemies to lovers, para hacer las cosas más divertidas cuando empiece el fake dating. (;
me encantaría leer sus opiniones sobre este capítulo en los comentarios. también estoy abierta a cualquier idea que tengan para la trama, escenas que les gustaría ver, cómo imaginan al personaje de Pedri (aunque debo recalcar que esta es mi propia interpretación, la cual probablemente se aleja a cómo es él en la vida real; sencillamente no lo conocemos, y esto no es más que un trabajo de ficción), o cualquier cosa que se les ocurra.
por último, quiero recordar que tengo una cuenta de tiktok en la que subo edits de todas mis historias, incluyendo esta. el usuario es ohmonamour.wp, por si quieren echarle un vistazo.
y ahora sí, con un beso y un abrazo, me despido.
¡dejen un comentario, voten y compartan! ♡
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