🕯️CHAPTER TWO🕯️
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❝En realidad soy francocanadiense pero no se lo diga a nadie,
no suena tan romántico❞

━━𝐀𝐃𝐈𝐕𝐈𝐍𝐎, 𝐇𝐀 𝐂𝐎𝐆𝐈𝐃𝐎 𝐔𝐍 𝐀𝐕𝐈𝐎́𝐍 𝐄𝐍 𝐑𝐎𝐌𝐀 𝐘 𝐇𝐀 𝐓𝐄𝐍𝐈𝐃𝐎 𝐐𝐔𝐄 𝐒𝐎𝐏𝐎𝐑𝐓𝐀𝐑 𝐋𝐀𝐑𝐆𝐀𝐒 𝐇𝐎𝐑𝐀𝐒 𝐄𝐍 𝐓𝐑𝐄𝐍 𝐇𝐀𝐒𝐓𝐀 𝐋𝐋𝐄𝐆𝐀𝐑 𝐇𝐀𝐒𝐓𝐀 𝐀𝐐𝐔𝐈́. ¿𝐍𝐎 𝐄𝐒 𝐂𝐈𝐄𝐑𝐓𝐎?

Maurice tenía toda la razón.

—Puede ser.

—Debió de ser espléndido pero me temo que ahora no se sentirá del todo a gusto al viajar en una carreta maltrecha como lo es esta —pronunció entre risas, e intercambió una mirada de reojo conmigo. Había preparado todo de modo que me ajusté la ropa y me acomodé a su lado—. Siento que no sea de su agrado si esperaba algo más lujoso.

—En el carácter, en la forma, en el estilo de vida y en todas las cosas, la excelencia suprema es la sencillez. —Me fue inevitable no recordar las enseñanzas de mi pater cuando tan solo era una niña.

—La sencillez es una cualidad compleja pues sólo es grande en la vida quién sabe ser pequeño. —Maurice movió las bridas del caballo y la carreta empezó a moverse—. La han enseñado bien, mademoiselle.

—Lo mismo digo, Monsieur —Mi francés no era precisamente el mejor así que me fue inevitable no pronunciar bien la palabra. Maurice se rió—. ¿Qué? —pregunté, aguantándome las ganas de reírme.

—Nada, nada —dijo entre risas—. ¡No he dicho nada! ¿Ha oído usted algo?

       𝐀𝐁𝐒𝐎𝐑𝐁𝐈́ 𝐂𝐀𝐃𝐀 𝐃𝐄𝐓𝐀𝐋𝐋𝐄 𝐃𝐄 𝐋𝐎 𝐐𝐔𝐄 𝐕𝐄𝐈́𝐀 𝐏𝐎𝐑 𝐄𝐋 𝐂𝐀𝐌𝐈𝐍𝐎. Los huesos me dolían un poco por el vaivén de la carreta pero me obligué a observar paisajes que nunca antes había contemplado. Ninguna de esas incomodidades podía quitarme las ilusiones de descubrir un lugar tan bello. El territorio francés era amplio y extenso, me pesaba dejar atrás mi pasado pero sabía que emprendía un camino en el que todo era nuevo y ardía en deseos de conocerlo.

A medida que avanzábamos me di cuenta que la gente era sencilla, totalmente acostumbrada a la vida rural. Disfrutaban con sus familias y muchos niños jugueteaban por las calles de piedra con tan solo un balón maltrecho, eran felices. Nuevamente supe que la sencillez era la base para ser feliz y la redundancia, la base para la inconformidad y el rechazo a los valores que verdaderamente te hacen ver la felicidad.

—¿Es usted originario de Francia, señor Theriault?

Maurice ladeó su rostro para verme.

—En realidad soy francocanadiense pero no se lo diga a nadie —me advirtió con sorna—: no suena tan romántico. Vivía en Rumanía, fui en busca de oro pero cuando conocí la gente de allí supe que ese era mi hogar. Quería ayudarles en lo que pudiera.

—Es un gesto muy bonito —respondí con una sonrisa—: pero, si no es inconveniencia de mi parte, si estaba tan feliz en aquel lugar, ¿por qué lo abandonó? Resulta algo confuso.

—Y está en lo cierto —me confesó, bajando la voz. Desvió la vista hacia delante y noté que sus rasgos se volvían circunspectos pero al poco tiempo, me devolvió la sonrisa—. Cosas que pasan. Usted decidió formar una nueva vida, dejar el pasado atrás. Supongo que yo hice lo mismo. —Asintí ante su respuesta pero como no me atreví a hablar más sobre ello, decidió preguntarme—. Dígame, hermana. ¿Cuánto tiempo lleva pensando en ser monja?

—Llevo siendo novicia desde hace dos años —respondí feliz—. Esa decisión me ha regalado momentos de paz para poder encontrarme conmigo misma cuando me sentía perdida. Sin embargo, los votos temporales aún no los he tomado.

Maurice seguía con la vista en frente, parecía que estaba luchando por intentar olvidar algo de su mente, quizá, un recuerdo perturbador.

Sentí que mi interés por su pasado crecía a medida que lo observaba pero no me atrevía a preguntarle por miedo a que le afectara.

—¿Temporales? —preguntó extrañado—. Ahora me entero que ser monja es algo temporal.

—Los votos temporales me prepararían para una vida de consagración perpetua.

Él asintió como si hasta entonces no se hubiera dado cuenta de algo que inevitablemente dije sin querer.

—¿Me prepararían o me prepararán?

Cuando fui a responder, el caballo relinchó. Habíamos llegado al internado tras media hora de camino bajo un cielo nublado, que amenazaba con caer sus primeras gotas heladas que anunciaban el fin del otoño y el comienzo del frío invierno.

—¿Qué le pasa? —pregunté, preocupada por la seguridad y la salud del caballo.

—No lo sé pero no te preocupes —me contestó rápidamente mientras saltaba al riguroso terreno y se dirigía hacia su caballo—. Se pone nervioso cuando estoy a su lado y siempre nos hemos llevado bien, ¿verdad, amigo? —Le dio varias caricias en sus suaves crines—. Parece ser que también lleva un tiempo negándose a entrar al internado donde trabajo.

Maurice volvió a acercarse hacia los asientos del carruaje. Y sabía que había llegado la hora. La hora por conocer un nuevo terreno por explorar.

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