ʟxxɪᴠ. Cᴇᴍᴇɴᴛᴇʀʏ
CAPITULO SETENTA Y CUATRO;
CEMENTERIO
El día de la primera prueba del Torneo de los Tres Magos había llegado, y el ambiente en Hogwarts estaba cargado de tensión. La tribuna para los espectadores estaba llena, decorada con banderines de las cuatro casas que ondeaban al viento. El terreno donde los campeones competirian estaba rodeado por una gran barrera mágica que protegía a los espectadores. Sin embargo, lo que más destacaba era la jaula en la que se escuchaban rugidos de una criatura inmensa: el dragón.
Desde una de las tribunas más altas, Nashira observaba el caos con calma, su cabello perfectamente peinado y su postura impecable, incluso cuando la brisa agitaba su túnica verde esmeralda. A su lado estaban Draco, Blaise, y Theodore, todos ellos luciendo una mezcla de aburrimiento, expectación y, sobre todo, desprecio.
Abajo, Harry se preparaba para enfrentar su turno. Se le veía nervioso, con las manos temblorosas mientras sostenía su varita. Desde donde estaban, Blaise hizo el primer comentario.
—¿Creen que lo dejarán morir aquí? Porque, honestamente, sería un gran alivio para todos. —Su tono era tranquilo, como si estuviera hablando del clima.
Draco bufó, cruzándose de brazos.
—Por supuesto que no. Es Potter. Seguro que algo lo salva en el último segundo, como siempre.
—¿Algo? —interrumpió Theodore con una sonrisa maliciosa—. ¿Te refieres a su ego inflado o a la constante necesidad de Dumbledore de protegerlo?
Nashira, que había estado en silencio hasta ese momento, giró los ojos pero respondió con sarcasmo.
—Vamos, muchachos, sean justos. También tiene una varita. Seguro que puede moverla y esperar que la suerte haga el resto.
Hermione y Ron estaban sentados debajo de ellos, ocultos en las gradas inferiores. Ron, furioso por los comentarios, apretaba los puños mientras Hermione, incapaz de contenerse, trataba de esconder su sonrisa tras un libro. Pero no pasó desapercibido.
—¿Te estás divirtiendo, Granger? —dijo Blaise, inclinándose ligeramente hacia adelante y mirando directamente hacia donde ella estaba.
Hermione levantó la vista y fingió estar seria.
—Por supuesto que no. Solo estoy… concentrada.
—Concentrada en no reírte demasiado fuerte, imagino —añadió Theodore con una sonrisa de suficiencia.
Mientras tanto, Ginny y los gemelos Weasley se encontraban un par de filas más atrás, observando la interacción. Fred, siempre rápido para captar el ambiente, se inclinó hacia George.
—¿Crees que Potter sobrevivirá a esto? —preguntó en voz baja.
George asintió, pero con una sonrisa burlona.
—Si lo hace, será por puro milagro. Aunque, siendo honestos, ver la cara de Ron al escuchar todo esto ya ha hecho que valga la pena estar aquí.
Ginny, que estaba sentada entre ellos, miró hacia Nashira y los demás. Había algo en ese grupo de Slytherin que siempre la divertía, especialmente cuando se trataba de su forma de ser brutalmente honestos.
El anunciador comenzó a describir la prueba mientras el público guardaba silencio. Harry debía enfrentarse a un dragón colacuerno húngaro y recuperar un huevo dorado protegido por la bestia. En el aire flotaba la tensión mientras el joven Gryffindor avanzaba lentamente hacia el centro de la arena.
—Miren eso, camina como si ya hubiera perdido —comentó Blaise, inclinándose ligeramente hacia Nashira.
—¿Crees que está buscando la manera más rápida de escapar? —agregó Theodore con una sonrisa burlona
.
Nashira no pudo evitar reírse entre dientes.
—Más bien parece que está rezando porque el dragón tenga piedad.
Draco, que había estado observando con una mezcla de irritación y entretenimiento, negó con la cabeza.
—Es Potter. Piedad es lo último que recibirá.
Desde abajo, Ron finalmente no pudo contenerse.
—¡Dejen de hablar de Harry como si fuera un inútil!
La exclamación llamó la atención de todos. Blaise levantó una ceja, mirando directamente hacia donde estaba el pelirrojo.
—Oh, ¿habla el experto en inutilidad? Qué sorpresa.
Hermione, tratando de calmar las cosas, tocó el brazo de Ron, pero éste la apartó de un manotazo.
—¡Es mejor que cualquiera de ustedes, idiotas de Slytherin!
Draco se inclinó hacia adelante, con una sonrisa que no presagiaba nada bueno.
—¿Eso incluye a ti, Weasley? Porque, si no me equivoco, la última vez que vi a Potter cargando con alguien inútil, eras tú.
El comentario provocó risas entre el grupo, incluida Nashira, quien se llevó una mano al rostro fingiendo sorpresa.
El rugido del dragón resonó por todo el estadio, y la atención volvió al centro de la arena. Harry agitó su varita, invocando su hechizo para traer su escoba. La cual apareció y el público aplaudió.
—¿Crees que ese escobazo salvará el día? —preguntó Theodore, claramente escéptico.
—Si lo hace, será porque el dragón decide aburrirse y dejarlo ganar —respondió Blaise con una sonrisa irónica.
Hermione, que había estado observando la prueba con atención, esta vez no pudo evitar soltar una carcajada suave. Nashira la miró directamente y arqueó una ceja.
—¿Y tú qué opinas, Granger? —preguntó con tono burlón—. ¿Crees que Potter sobrevivirá?
Hermione fingió pensarlo por un momento antes de responder con voz tranquila.
—Oh, por supuesto. Él siempre sobrevive, ¿no?
Los gemelos Weasley rieron entre dientes al escucharla, mientras Ron miraba a su alrededor, completamente confundido por la situación.
El espectáculo continuó mientras Harry volaba en círculos alrededor del dragón, esquivando llamaradas y movimientos de la cola con dificultad. Parecía estar a punto de lograrlo, pero entonces el dragón lo persiguió más cerca del suelo, y por poco le quema la túnica.
—Oh, vamos, Potter, ¿eso es todo? —gritó Draco, claramente disfrutando del espectáculo—. ¡Pensé que eras el Elegido!
—Quizás Elegido para morir, pero bueno, nadie es perfecto —agregó Blaise con un tono ligero.
Finalmente, tras varios intentos, Harry consiguió agarrar el huevo dorado. El público estalló en vítores, pero el grupo de Slytherins simplemente se limitó a aplaudir de forma sarcástica.
—Bravo, Potter. Otro milagro para tu lista —murmuró Nashira, cruzándose de brazos.
—¿Crees que él mismo se cree toda esa suerte? —preguntó Theodore mientras se levantaban.
Ginny y los gemelos bajaron las escaleras hacia ellos, con Fred encogiéndose de hombros.
—Oh, vamos, fue entretenido. Al menos admitan que querían que el dragón le diera un susto más grande.
—Claro que lo queríamos —respondió Blaise con una sonrisa maliciosa—. Pero bueno, uno no puede tener todo en la vida.
[ • • • ]
El sol de invierno apenas se filtraba a través de las nubes grises cuando Linda caminó por el sendero del cementerio. Su figura, envuelta en un abrigo oscuro, se movía con el viento. No había mucha gente, como era de esperarse; aquel lugar no era de los más frecuentados, y menos en días fríos como ese.
Linda llevaba un ramo de flores en una mano, mientras que en la otra sostenía un paño y una pequeña botella de agua.
Los árboles desnudos que rodeaban el lugar crujían levemente bajo la presión del viento, y el aire frío rozaba su piel. A su alrededor, las lápidas, algunas desgastadas por el tiempo y otras casi intactas. Pero Linda no miraba a su alrededor; su objetivo estaba más adelante.
Finalmente, llegó a dos tumbas situadas una al lado de la otra.
Paulette Lestrange y Evan Rosier
Leal hasta el final.
Ambas lápidas estaban cubiertas por una fina capa de polvo y hojas secas, como si el tiempo hubiera olvidado también a aquellos que yacían allí. Linda se detuvo frente a ellas, dejando escapar un suspiro pesado mientras se arrodillaba.
—Es increíble cómo el tiempo sigue pasando, ¿verdad? —murmuró, dejando las flores frente a las tumbas.
Linda sacó el paño que llevaba consigo y comenzó a limpiar las lápidas con movimientos suaves pero firmes. Primero quitó las hojas secas y luego humedeció el paño para frotar el polvo acumulado.
—Paulette, siempre odiabas el desorden. Si estuvieras aquí, estarías gritando por el estado en el que está esto —dijo con una sonrisa triste mientras terminaba de limpiar la primera lápida.
Mientras trabajaba, los recuerdos comenzaron a invadirla. Paulette había sido más que una amiga. Para Linda, ella había sido una hermana, alguien que siempre había estado allí para enseñarle a ser fuerte, a no dejarse doblegar. La ironía era que Paulette había sido también una víctima de las expectativas crueles del mundo mágico, especialmente de su familia.
—Recuerdo cómo solías decir que no importa cuántas veces nos caigamos, siempre hay que levantarse. Pero, ¿quién te levantó a ti cuando más lo necesitaste? —susurró Linda, deteniéndose por un momento para mirar fijamente el nombre grabado.
Después de terminar con la lápida de Paulette, se movió hacia la de Evan. Él había sido otro pilar en su vida. Evan siempre había sido el equilibrio entre la ferocidad de Paulette y la racionalidad de Linda.
—Evan, ¿cómo pudiste irte tan pronto? —preguntó en voz baja mientras limpiaba los bordes de la lápida—. Siempre pensaste que eras invencible, que nada podría tocarte. Y, sin embargo, aquí estás.
Cuando terminó de limpiar, Linda se sentó en el suelo, cruzando las piernas frente a las tumbas. El frío del mármol le llegaba incluso a través de su abrigo, pero no le importaba.
—¿Sabes, Paulette? Nashira me recordó a ti. Cuando la vi... Esa mirada intensa que tiene, me recordó tanto a cómo solías mirar a quienes te molestaban. Como si ya hubieras ganado, incluso antes de que empezara.
Se permitió una sonrisa fugaz, pero sus ojos brillaban con lágrimas contenidas.
—Y tú, Evan… —continuó, mirando hacia la segunda tumba—. Me pregunto qué dirías si pudieras ver cómo han cambiado las cosas. Seguro que harías uno de esos comentarios sarcásticos tuyos, algo para hacerme reír aunque estuviera furiosa contigo.
El viento sopló con más fuerza, como si el lugar mismo compartiera su tristeza. Linda cerró los ojos, dejando que el frío aire rozara su rostro mientras los recuerdos se agolpaban en su mente.
—Nunca imaginé que sería la última de los tres en quedarme aquí —murmuró, con la voz quebrada.
Linda se inclinó hacia adelante, apoyando una mano en cada lápida, como si estuviera tratando de conectar con ellos a través del mármol frío.
—No importa cuánto tiempo pase, nunca los voy a olvidar. Ustedes fueron mi fuerza cuando no tenía nada. Si Nashira tiene siquiera una pizca de su valentía y su lealtad, sé que estará bien. Pero los extraño. Cada día.
El silencio fue su única respuesta, pero Linda no necesitaba palabras. Sabía que, de alguna manera, Paulette y Evan la escuchaban.
Antes de levantarse, sacó su varita y conjuró un pequeño hechizo que hizo que las flores brillaran con un tenue resplandor plateado, protegiéndolas del clima y manteniéndolas frescas por más tiempo.
—Esto es lo menos que puedo hacer por ustedes.
Cuando Linda se puso de pie, el cielo empezaba a oscurecerse, teñido de tonos púrpura y naranja. Miró las tumbas por última vez, sintiendo un nudo en la garganta.
—Siempre serán parte de mí. Gracias por todo lo que me dieron, incluso si no fue por tanto tiempo como quisiera.
Con pasos lentos pero firmes, Linda comenzó a alejarse, dejando atrás las tumbas pero llevándose consigo el peso de los recuerdos. El cementerio volvió a quedar en silencio, salvo por el susurro del viento entre las lápidas y las hojas secas.
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