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ʟxxɪɪɪ. Sɴᴀᴘᴇ's Dᴀᴜɢʜᴛᴇʀ

CAPITULO SETENTA Y TRES;
HIJA DE SNAPE

El sol se filtraba por las altas ventanas de la sala de pociones, pintando las paredes de un tono melancólico. Nashira, con su cabello oscuro y ojos penetrantes, estaba sentada en una de las mesas de trabajo, absorta en sus pensamientos. El profesor Severus Snape, su mentor y confidente, se encontraba sentado frente a ella, ambos mirándose con los ojos entrecerrados.

—Severus, ¿Para que me necesitas?

A pesar de su aparente frialdad, Nashira confiaba en él más de lo que admitiría. Snape había estado allí desde el principio, desde que ella cruzó las puertas de Hogwarts como una niña asustada. Él era su ancla en un mundo de magia y secretos.

Snape se inclinó hacia ella, su expresión seria.

—La madre de Lara, Jennifer, ella tendrá una hija. —Nashira alzó una ceja. —Y soy el padre.

Nashira parpadeó, procesando la información. Snape, el hombre que siempre había estado a su lado, iba a ser padre. ¿Cómo podía ser?

—¿Una hija?—susurró Nashira—Eso...vaya...

—Ella no se lo ha dicho a Lara. Ni siquiera sabe que es su madre. Quiere protegerla. Sabe que eso le afectaría profundamente. Creció creyendo que era su tía, y que sepa que ella es su madre, no es fácil pensarlo.

Nashira asintió lentamente. La familia no siempre estaba unida por la sangre, sino por los lazos del corazón. Y ahora, una nueva vida estaba en camino, un vínculo que trascendía las palabras.

—¿Cómo te sientes al respecto? —preguntó Nashira, sorprendida por la propia calma del hombre frente a ella.

—No podría responder, aunque quisiera. Estoy feliz, siempre creí que sería el único entre todos que jamás tendría hijos o se casaría. —dijo Snape.

Nashira lo miró con una pequeña sonrisa.

—Gracias, Severus —murmuró—. Por siempre estar ahí.

Snape le sonrió, un gesto raro en su rostro. —Es mi deber, Nashira. Y siempre lo será.











[ • • • ]









El viento susurraba secretos en los pasillos de Hogwarts, Nashira caminaba con paso firme hacia el despacho de Alastor

El despacho estaba impregnado de libros antiguos y polvo. Barty levantó la vista de su escritorio al escuchar la puerta abrirse. Sus ojos se encontraron con los de Nashira, y en ese instante, el tiempo se detuvo. El pasado y el presente se entrelazaron en un abrazo incómodo.

—¿Qué te trae aquí, Nashira? —preguntó Barty, su voz serena pero cargada de curiosidad.

Nashira se aclaró la garganta y se sentó frente a el.

—¿Por qué terminaste con mi madre?

—Esa es una pregunta que no esperaba. Pero me alegrara contártelo.

Hogwarts, 1976

Barty era un joven estudiante de Slytherin, ambicioso y lleno de sueños. Linda, una Slytherin de cabellos castaños y ojos chispeantes, era su compañera de clase en la asignatura de Pociones. Desde el primer día, Barty quedó cautivado por su sonrisa y su inteligencia.

Ese día. El día que cambio. Linda llegó tarde a clase. El profesor la obligó a sentarse junto a Barty, quien sintió que el mundo se detenía cuando ella se sentó a su lado. Linda le dedicó una sonrisa tímida, y Barty supo que su vida había cambiado para siempre.

Las tardes en la biblioteca se convirtieron en su refugio. Él la admiraba en silencio, mientras ella hablaba. Pero había un obstáculo insalvable: Linda estaba enamorada de Regulus aunque inclusive su propio corazón lo negara.

Pero aún así, el quería conquistarla. Y lo lograría.

Los celos, la pasión y la amistad se entrelazaban en un nudo que ninguno de los dos sabía cómo desatar.

El había fingido engañarla, para que el corazón de Linda pudiera estar en el lugar adecuado y con la persona adecuada.

Pues ya no veía caso seguir insistiendo en ganarse el corazón de Linda, si sus ojos siempre prestaban atención a lo que Regulus Black hacía.








• • •


Barty continuó su relato, recordando cómo Linda se casó con Regulus y él con Marlene. Sus caminos se separaron, pero el recuerdo de Linda nunca lo abandonó. Años después, cuando la oscuridad se cernía sobre el mundo mágico, Barty se convirtió en Mortífago y Linda en una madre preocupada por su hija.

—Terminamos como amigos, Nashira —concluyó Barty—. Pero siempre hubo un silencio entre nosotros, palabras no dichas. Jamás se lo dije. A nadie.

Nashira lo miró con compasión.

—A veces, el silencio dice más que las palabras.






















[ • • • ]

























El sol se hundía, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados. Nashira caminaba por el sendero de piedra que serpenteaba a través del bosque ancestral. Nashira sentía que algo importante estaba a punto de suceder.

A lo lejos, entre los árboles, vio una figura alta y esbelta. Acturus. El mismo chico que había compartido su infancia, el que había sido su confidente y su primer beso. El tiempo había pasado, pero su mirada intensa seguía grabada en su memoria.

Acturus se giró hacia ella, y Nashira sintió un nudo en el estómago. ¿Cómo podía ser que después de tantos años, su corazón aún latiera más rápido al verlo? Él también la observaba, sus ojos, como tormentas.

—Nashira —dijo él, su voz profunda y llena de emociones reprimidas—. No pensé que volvería a verte.

—Tampoco yo —respondió Nashira, luchando contra la oleada de sentimientos que la embargaba—. Pero aquí estamos.

El viento susurraba entre las hojas, como si también guardara secretos. Nashira se acercó a Acturus, y el espacio entre ellos se redujo. El aroma a tierra y musgo llenaba el aire, y ella pudo sentir el calor de su cuerpo.

—¿Por qué te fuiste? —preguntó Acturus, su mirada buscando respuestas en los ojos de Nashira—. Pensé que éramos inseparables. Cuando desperté ese día, supe que me habías abandonado en ese casa, solo. Sin nadie que se preocupara realmente por mi.

Nashira apartó la vista. No podía decirle la verdad. No podía contarle que su partida había sido forzada, que había huido para protegerlo. Y para protegerse a ella también, aunque eso, le había traído consecuencias. A ambos. Pero Acturus merecía saberlo todo.

—Hay cosas que no puedo explicarte —murmuró ella—. Pero nunca dejé de pensar en ti. Eras mi mejor amigo.

Acturus la tomó de la mano, y Nashira sintió la electricidad entre sus dedos. El pasado y el presente se entrelazaban, y el bosque parecía contener la respiración.

—Nashira, siempre he sentido algo por ti —confesó Acturus—. Algo más allá de la amistad. Inclusive cuando estábamos lejos, podía sentir mi corazón latir con fuerza cuando pensaba en ti.

Nashira se mordió el labio. ¿Cómo podía explicarle que también ella había sentido lo mismo? Que cada día le había echado de menos, que su corazón se había roto cuando él se marchó.

—Acturus, no...

—No importa. No lo digas. —dijo él, acercándose aún más—. No dejaré que nada nos separe de nuevo. —miró a Nashira con determinación. —No puedo ocultarlo más. Desde que te vi de nuevo, mi corazón late con fuerza. No puedo evitarlo. No quiero que nadie más te tenga. No quiero que nadie más te mire como yo lo hago.

Nashira lo miró, sus ojos llenos de sorpresa.

—Acturus, yo... —comenzó a decir, pero él la interrumpió.

—No necesitas decir nada. Solo quiero que sepas que estoy dispuesto a luchar por nosotros. Por ti.

El bosque parecía sostener la respiración. Nashira no sabía qué decir. Pero en su interior, algo se movía. Algo que había estado dormido durante años.

—Acturus...

—¿Me darás una oportunidad? ¿De ser algo más que amigos?


















[ • • • ]













La habitación de Nashira estaba sumida en penumbras. Las cortinas pesadas apenas dejaban filtrar la luz de la luna, creando un ambiente opresivo. Tom, se encontraba allí, su mirada fija en Nashira, quien estaba sentada junto a la ventana.

—Nashira —dijo Tom, su voz fría como el hielo—Necesito saber algo.

Ella no apartó la vista del cristal empañado. El viento susurraba en las hojas de los árboles afuera, como si también estuviera al tanto de la tensión que llenaba la habitación.

—¿Qué quieres saber? —respondió Nashira, su tono igual de gélido, volteando a verlo.

Tom se acercó a ella, sus ojos oscuros clavándose en los suyos. Había algo en su mirada que la hacía sentir vulnerable, como si él pudiera leer sus pensamientos más profundos.

—¿Te estás enamorando de McKinnon? —susurró Tom, y la palabra "enamorando" resonó como una maldición.

Nashira no respondió de inmediato. Acturus, el chico de ojos encantadores y sonrisa esquiva.

—¿Por qué te importa? —dijo Nashira, finalmente. Su voz tembló, pero no por miedo, sino por la rabia contenida.

Tom se inclinó hacia ella, su aliento rozando su mejilla. La tensión era palpable, como una cuerda a punto de romperse.

—Porque el mocoso no es lo que parece, y arruina mis planes—murmuró Tom—. Arruina todo por lo que logrados hasta ahora.

Nashira se levantó de un salto, enfrentándolo. Sus ojos chispearon con furia.

—¿Tú? —espetó—. Tu no has logrado nada. Yo soy quien da la cara en todo esto.

Tom la agarró del brazo, sus dedos apretando con fuerza. Nashira sintió el dolor, pero no se apartó.

—No me desafíes muñeca. —dijo Tom, su voz baja y amenazante—. Aún no has visto lo que puedo llegar a hacerle a personas que se atreven a desafiarme. Y te recomiendo no hacerlo. —Tom la soltó, su expresión oscura como una tormenta. —No te equivoques, Nashira —dijo—. El no es quien dice ser.

—¿Y tú si?—una sonrisa sarcástica apareció en el rostro de la chica.

—Si sigues cerca de él, te arrepentirás.

Nashira miró la puerta, tentada de salir. Pero algo en los ojos de Tom la detuvo. Había más en juego que simples palabras. Había secretos, lealtades y un odio que amenazaba con consumirlos a ambos.

El viento seguía susurrando en los pasillos de Hogwarts, como si también estuviera al tanto de la tensión que llenaba la habitación.

—No me alejaré de Acturus. —dijo—Ni aunque mi madre me lo pidiera lo haría. Mucho menos un hombre que busca sentirse bien consigo mismo. —Nashira se acercó más el. —Escucha bien Riddle. Yo soy quien inicio todo esto. Si yo no conseguía la piedra para ti, posiblemente en este momento estarías calvo y arrugado. No eres más que un imbécil en busca de poder, que sabes que muy pronto eso va a acabar.

Tom la miró con desprecio.

—Entonces prepárate para las consecuencias, Nashira. Porque no saldrás ilesa. —Tom acercó su rostro hasta poder sentir sus respiraciones. —Ni tu, ni tú familia, muñeca.

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