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Capítulo 36

【 El Cáliz de Fuego 】

— ¡NO me lo puedo creer...! ¡Es él...!— expreso Nymeria emocionada, sonriente, estaba por jalar del cuello al rubio delante de ella, pero de pronto recordó el pequeño resentimiento que le tenía y se quedó quieta en su lugar.

Cuando todos cruzaban el vestíbulo de camino al Gran Comedor. Unas chicas de sexto revolvían en sus bolsillos mientras caminaban.

—¡Ah, es increíble, no llevo ni una simple pluma! ¿Crees que accedería a firmarme un autógrafo en el sombrero con mi lápiz de labios?

—¡Pero bueno! — se quejó Hermione al adelantar a las chicas, que habían empezado a pelearse por el lápiz de labios.

—Voy a intentar conseguir su autógrafo —dijo Ron—. No llevarás una pluma,
¿verdad, Harry?

—Las dejé todas en la mochila —contestó.

— Ah, ¡Nymeria es mi heroina! ¿Creen que quiera pedirle una firma para mi? — pregunto el pelirrojo señalando a la joven rubia, quien se habia acercado a Krum y sus compañeros Durmstrang que seguían amontonados junto a la puerta sin saber dónde sentarse. Los alumnos de Beauxbatons se habían puesto en la mesa de Ravenclaw y observaban el Gran Comedor con expresión crítica.

—No hace tanto frío —dijo Hermione, molesta—. ¿Por qué no han traído capa?

—¡Aquí! ¡Ven a sentarte aquí! —decía Ron entre dientes—. ¡Aquí! Hermione, hazte a un lado para hacerle sitio…

—¿Qué?

—Demasiado tarde —se lamentó Ron con amargura.

Viktor Krum y sus compañeros de Durmstrang se habían colocado en la mesa de Slytherin. Platicaba animadamente con Nymeria, eso le provocó una pequeña molestia a Harry, vio como Malfoy se acercó a ellos e inclinaba la cabeza, después Nymeria se sacó la capa extra que llevaba puesta y se la devolvía a Malfoy, mientras él se sentaba junto a ella.

—Sí, muy bien, hazte el idiota, Malfoy —dijo Ron de forma mordaz—. Apuesto algo a que Krum no tarda en calarte… Seguro que tiene montones de gente lisonjeándolo todo el día… ¿Dónde creén que dormirán? Podríamos hacerle sitio en nuestro dormitorio, Harry… No me importaría dejarle mi cama: yo puedo dormir en una plegable.

Hermione exhaló un sonoro resoplido.

— Parece que están mucho más contentos que los de Beauxbatons — comentó Harry. Sin quitar sus ojos de Nymeria, quien seguía platicando animadamente con Víktor Krum y los demás alumnos de Durmstrang, la mirada violeta de la princesa chocó con la de él y sonrió, hasta que los alumnos de Durmstrang llamaron su atención y miraban con expresión de interés el negro techo lleno de estrellas.

En el fondo, en la mesa de los profesores, Filch, el conserje, estaba añadiendo sillas. Harry se sorprendió de verlo añadir más sillas.

—Pero sólo hay dos profesores más —se extrañó Harry—. ¿Por qué Filch pone más sillas? ¿Quién más va a venir?

—¿Eh? —dijo Ron un poco ido. Seguía observando a Krum.

Habiendo entrado todos los alumnos en el Gran Comedor y una vez sentados a las mesas de sus respectivas casas, empezaron a entrar en fila los profesores, que se encaminaron a la mesa del fondo y ocuparon sus asientos. Los últimos en la fila eran el profesor Dumbledore, el profesor Karkarov y Madame Maxime. Al ver aparecer a su directora, los alumnos de Beauxbatons se pusieron inmediatamente en pie. Algunos de los de Hogwarts se rieron. El grupo de Beauxbatons no pareció avergonzarse en absoluto, y no volvió a ocupar sus asientos hasta que Madame Maxime se hubo sentado a la izquierda de Dumbledore. Éste, sin embargo, permaneció en pie, y el silencio cayó sobre el Gran Comedor.

—Buenas noches, damas, caballeros, fantasmas y, muy especialmente, buenas noches a nuestros huéspedes —dijo Dumbledore, dirigiendo una sonrisa a los estudiantes extranjeros—. Es para mí un placer darles la bienvenida a Hogwarts. Deseo que su estancia aquí les resulte al mismo tiempo confortable y placentera, y confío en que así sea. El Torneo quedará oficialmente abierto al final del banquete —explicó Dumbledore—. ¡Ahora los invito a todos a comer, a beber y a disfrutar como si estuvieran en casa!

Como de costumbre, las fuentes que tenían delante se llenaron de comida. Los elfos domésticos de las cocinas parecían haber tocado todos los registros. Ante ellos tenían la mayor variedad de platos que hubieran visto nunca, incluidos algunos que eran evidentemente extranjeros.

— ¡Estoy realmente sorprendido, Dumbledore! — exclamó Karkarov con su inusual acento — Ser recibidos por la realeza, me siento alagado.

El hombre inclinó su copa de oro en dirección a Daenyra Targaryen y después bebió de ella sin apartar los ojos de la princesa. La mujer simplemente sonrió y plantó los ojos en otra dirección.

— ¡Oh! Nyra nos apoya en dar conocimiento sobre el Alto Valyrio a nuestro alumnado. — explicó Dumbledore alegremente.

— ¿Es profesora? — pregunto sorprendido, después volvió a sonreír. — Debería venir a Durmstrang, no creo que el clima frío sea un impedimento para la sangre del dragón.

— No voy a permitir que te lleves a mi profesorado, Karkarov. — comentó Dumbledore.

— Me es imposible, he confirmado lo que todos dicen de Daenyra Targaryen, “El encanto del reino”, no me imaginé encontrarla aquí…

— Yo si, princesa, si no es molestia. ¿Por qué Daella esta matriculada en Hogwarts? — pregunto Mandame Maxine. Daenyra finalmente hablo.

— No es ninguna molestia Madame, hemos tenido algunos… problemas en casa, por ahora me hago cargo de mi sobrina, ella mostro su deseo de asistir al colegio junto a mi hija, me pareció lo correcto.

— Entiendo, y ¿Qué hay de Jaehaerys? Este año solo regresó su melliza, una lástima, habría sido un excelente campeón. — Daenyra guardo silencio, meditando su respuesta.

— En Antigua, es lo único que se. — respondió con seriedad, se apartó de la conversación, centrando su atención en la comida y los pensamientos que comenzaban a invadirla, pero había algo más, levanto la mirada, encontrándose con la de Snape del otro lado de la mesa, sostuvieron el contacto por unos leves segundos, hasta que ambos se apartaron.

— Solo hay una forma de acabar con esa tensión, Nyra. — murmuro la profesora McGonagall, Daenyra giro la cabeza hacia ella y abrió sus ojos violetas tan grandes que provoca una leve risa por parte de Minerva.

— ¡Profesora no se… ! — le susurro aún conmocionada y sintiendo las mejillas arder.

— Cuantas veces tengo que decirte que me llames Minerva, mujer. — le regaño con una pizca de humor. — Sabes de lo que hablo Nyra, fueron mis alumnos por supuesto que se cosas. — dijo devolviendo la vista al frente. Nyra la imitó, más pensativa que antes.

El Gran Comedor parecía mucho más lleno de lo usual, aunque había tan sólo unos veinte estudiantes más que de costumbre. Quizá fuera porque sus uniformes, que eran de colores diferentes, destacaban muy claramente contra el negro de las túnicas de Hogwarts. Una vez desprendidos de sus pieles, los alumnos de Durmstrang mostraban túnicas de color rojo.

Minutos después, Ludo Bagman había llegado junto el señor Crouch, el jefe de Percy, el primero estaba sentado al otro lado del profesor Karkarov, en tanto el segundo ocupaba el asiento que había al lado de Madame Maxime.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó Harry sorprendido.

—Son los que han organizado el Torneo de los tres magos, ¿no? —repuso Hermione—. Supongo que querían estar presentes en la inauguración.

Una vez limpios los platos de oro, Dumbledore volvió a levantarse. Todos en el Gran Comedor parecían emocionados y nerviosos. Con un estremecimiento, Harry se preguntó qué iba a suceder a continuación. Unos asientos más allá, Fred y George se inclinaban hacia delante.

—Ha llegado el momento —anunció Dumbledore, sonriendo a la multitud de rostros levantados hacia él—. El Torneo de los tres magos va a dar comienzo. Me gustaría pronunciar unas palabras para explicar algunas cosas antes de que traigan el cofre…

—¿El qué? —murmuró Harry. Ron se encogió de hombros.

—… sólo para aclarar en qué consiste el procedimiento que vamos a seguir. Pero antes, para aquellos que no los conocen, permitanme que les presente al señor Bartemius Crouch, director del Departamento de Cooperación Mágica Internacional —hubo una serie aplausos—, y al señor Ludo Bagman, director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.

Aplaudieron mucho más a Bagman que a Crouch, tal vez por su fama como golpeador de quidditch, o tal vez simplemente porque tenía un aspecto mucho más simpático. Bagman agradeció los aplausos con un jovial gesto de la mano, mientras que Bartemius Crouch no saludó ni sonrió al ser presentado.

—Los señores Bagman y Crouch han trabajado sin descanso durante los últimos meses en los preparativos del Torneo de los tres magos —continuó Dumbledore—, y estarán conmigo, con el profesor Karkarov y con Madame Maxime en el tribunal que juzgará los esfuerzos de los campeones.

A la mención de la palabra campeones, la atención de los alumnos aumentó aún más.

Quizá Dumbledore percibió el repentino silencio, porque sonrió mientras decía:

—Señor Filch, si tiene usted la bondad de traer el cofre…

Filch, que había pasado inadvertido pero permanecía atento en un apartado rincón del Gran Comedor, se acercó a Dumbledore con una gran caja de madera con joyas incrustadas. Parecía extraordinariamente vieja.

—Los señores Crouch y Bagman han examinado ya las instrucciones para las pruebas que los campeones tendrán que afrontar —dijo Dumbledore mientras Filch colocaba con cuidado el cofre en la mesa, ante él—, y han dispuesto todos los preparativos necesarios para ellas. Habrá tres pruebas, espaciadas en el curso escolar, que medirán a los campeones en muchos aspectos diferentes: sus habilidades mágicas, su osadía, sus dotes de deducción y, por supuesto, su capacidad para sortear el peligro.

Ante esta última palabra, en el Gran Comedor se hizo un silencio.

—Como todos sabén, en el Torneo compiten tres campeones —continuó Dumbledore con tranquilidad—, uno por cada colegio participante. Se puntuará la perfección con que lleven a cabo cada una de las pruebas y el campeón que después de la tercera tarea haya obtenido la puntuación más alta se alzará con la Copa de los tres magos. Los campeones serán elegidos por un juez imparcial: el cáliz de fuego.

Dumbledore sacó la varita mágica y golpeó con ella tres veces en la parte superior del cofre. La tapa se levantó lentamente con un crujido. Dumbledore introdujo una mano para sacar un gran cáliz de madera toscamente tallada. No habría llamado la atención de no ser porque estaba lleno hasta el borde de unas temblorosas llamas de color blanco azulado.

Dumbledore cerró el cofre y con cuidado colocó el cáliz sobre la tapa, para que todos los presentes pudieran verlo bien.

—Todo el que quiera proponerse para campeón tiene que escribir su nombre y el de su colegio en un trozo de pergamino con letra bien clara, y echarlo al cáliz — explicó Dumbledore—. Los aspirantes a campeones disponen de veinticuatro horas para hacerlo. Mañana, festividad de Halloween, por la noche, el cáliz nos devolverá los nombres de los tres campeones a los que haya considerado más dignos de representar a sus colegios. Esta misma noche el cáliz quedará expuesto en el vestíbulo, accesible a todos aquellos que quieran competir.

»Para asegurarme de que ningún estudiante menor de edad sucumbe a la tentación —prosiguió Dumbledore—, trazaré una raya de edad alrededor del cáliz de fuego una vez que lo hayamos colocado en el vestíbulo. No podrá cruzar la línea nadie que no haya cumplido los diecisiete años.

»Por último, quiero recalcar a todos los que estén pensando en competir que hay que meditar muy bien antes de entrar en el Torneo. Cuando el cáliz de fuego haya seleccionado a un campeón, él o ella estarán obligados a continuar en el Torneo hasta el final. Al echar su nombre en el cáliz de fuego estan firmando un contrato mágico de tipo vinculante. Una vez convertido en campeón, nadie puede arrepentirse. Así que deben estar muy seguros antes de ofrecer su candidatura. Y ahora me parece que ya es hora de ir a la cama. Buenas noches a todos.

—¡Una raya de edad! —dijo Fred Weasley con ojos chispeantes de camino hacia la puerta que daba al vestíbulo—. Bueno, creo que bastará con una poción envejecedora para burlarla. Y, una vez que el nombre de alguien esté en el cáliz, ya no podrán hacer nada. Al cáliz le da igual que uno tenga diecisiete años o no.

—Pero no creo que nadie menor de diecisiete años tenga ninguna posibilidad — objetó Hermione—. No hemos aprendido bastante…

—Habla por ti —replicó George—. Tú lo vas a intentar, ¿no, Harry?

—¿Dónde está? —dijo Ron, que no escuchaba una palabra de la conversación, porque buscaba entre la multitud a Krum—. Dumbledore no ha dicho nada de dónde van a dormir los de Durmstrang, ¿verdad?

Pero su pregunta quedó respondida al instante. Habían llegado a la mesa de Slytherin, y Karkarov les metía prisa en aquel momento a sus alumnos.

—Al barco, vamos —les decía, inclinó un poco la cabeza al ver a Nymeria —. princesa Nymeria — después miro a Krum — ¿Cómo te encuentras, Viktor? ¿Has comido bastante? ¿Quieres que pida que te preparen un ponche en las cocinas?

Harry vio que Krum negaba con la cabeza mientras se ponía su capa de pieles y se despedía de Nymeria.

— Hasta luego Víktor. — sonrió la princesa, posteriormente se apartó para caminar hacia su sala común, y para cuando Malfoy se giro para intentar ir con ella, la joven ya se había adelantado.

—Profesor, a mí sí me gustaría tomar un ponche —dijo otro de los alumnos de Durmstrang.

—No te lo he ofrecido a ti, Poliakov —contestó con brusquedad Karkarov, de cuyo rostro había desaparecido todo aire paternal—. Ya veo que has vuelto a
mancharte de comida la pechera de la túnica, niño indeseable…

Karkarov se volvió y marchó hacia la puerta por delante de sus alumnos. Llegó a ella exactamente al mismo tiempo que Harry, Ron y Hermione, y Harry se detuvo para cederle el paso.

—Gracias —dijo Karkarov despreocupadamente, echándole una mirada.

Y de repente Karkarov se quedó como helado. Volvió a mirar a Harry y dejó los ojos fijos en él, como si no pudiera creer lo que veía. Detrás de su director, también se detuvieron los alumnos de Durmstrang. Muy lentamente, los ojos de Karkarov fueron ascendiendo por la cara de Harry hasta llegar a la cicatriz. También sus alumnos observaban a Harry con curiosidad.

—Sí, es Harry Potter —dijo desde detrás de ellos una voz gruñona.

El profesor Karkarov se dio la vuelta. Ojoloco Moody estaba allí, apoyando todo su peso en el bastón y observando con su ojo mágico, sin parpadear, al director de Durmstrang.

Ante los ojos de Harry, Karkarov palideció y le dirigió a Moody una mirada terrible, mezcla de furia y miedo.

—¡Tú! —exclamó, mirando a Moody como si no diera crédito a sus ojos.

—Sí, yo —contestó Moody muy serio—. Y, a no ser que tengas algo que decirle a Potter, Karkarov, deberías salir. Estás obstruyendo el paso.

Era cierto. La mitad de los alumnos que había en el Gran Comedor aguardaban tras ellos. Moody clavó los ojos en su espalda y, con un gesto de intenso desagrado, lo siguió con la vista hasta que se alejó.

Como al día siguiente era sábado, lo normal habría sido que la mayoría de los alumnos bajaran tarde a desayunar. Sin embargo, Harry, Ron y Hermione no fueron los únicos que se levantaron mucho antes de lo habitual en días de fiesta.

— ¿Ya intentaron traspasar la linea? — pregunto Nymeria llegando detrás de ellos y contemplando el cáliz. Los tres negaron.

— ¿Intentaras quebrantar las reglas? — pregunto Hermione, la princesa negó sonriente.

— Desearía poder hacerlo, pero, ya suficiente peso cargo ¿Qué piensas tú, Harry? — el muchacho ensanchó sus labios.

— Estoy de acuerdo contigo, Ny.

—¿Ya ha dejado alguien su nombre? —le preguntó Ron algo nervioso.

—Todos los de Durmstrang, pero de momento no he visto a ninguno de Hogwarts.

—Seguro que lo hicieron ayer después de que los demás nos acostamos —dijo Harry—.

Alguien se reía detrás de Harry. Al volverse, vio a Fred, George y Lee Jordan que bajaban corriendo la escalera. Los tres parecían muy nerviosos.

—Ya está —les dijo Fred a Harry, Nymeria, Ron y Hermione en tono triunfal—. Acabamos de tomárnosla.

—¿El qué? —preguntó Ron.

—La poción envejecedora, cerebro de mosquito —respondió Fred. Nymeria rió.

—Una gota cada uno —explicó George —. Sólo necesitamos ser unos meses más viejos.

—Si uno de nosotros gana, repartiremos el premio entre los tres —añadió Lee, con una amplia sonrisa.

—No estoy muy convencida de que funcione, ¿saben? Seguro que Dumbledore ha pensado en eso —les advirtió Hermione.

— Vamos Her Her, déjalos intentarlo. — comentó Daella apareciendo de pronto, Hermione se giro hacia ella con extrañeza, mientras George le sonreia.

— Tu actitud positiva, me gusta, mini niña dragon… — comentó el muchacho felizmente, Daella se encogio de hombros y mantuvo su rostro alegre.

— Si, a mi igual. — murmuro Ron lo suficientemente fuerte que Daella lo escucho.

— Gracias, Weasley. — le sonrió efusivamente al grado de que Hermione se apartó de su lado y se poso al lado de Nymeria, la princesa levanto ambas cejas.

— Her Her… — susurro Hermione con un poco de molestia y sarcasmo, Nymeria al escucharla miro a Harry, y ambos intentaron no reír.

Fred, George y Lee no le hicieron caso a la castaña.

—¿Listos? —les dijo Fred a los otros dos, temblando de emoción—. Entonces, vamos. Yo voy primero…

Fred se saco del bolsillo un pedazo de pergamino con las palabras: «Fred Weasley, Hogwarts.» Fred avanzó hasta el borde de la línea y se quedó allí, balanceándose sobre las puntas de los pies. Luego, observado por todos los que estaban en el vestíbulo, tomó aire y dio un paso para cruzar la línea.

Durante una fracción de segundo, Harry creyó que el truco había funcionado. George, desde luego, también lo creyó, porque profirió un grito de triunfo y avanzó tras Fred. Pero al momento ambos hermanos se vieron expulsados del círculo. Cayeron al suelo de fría piedra a tres metros de distancia, y a los dos les salió de repente la misma barba larga y blanca.

En el vestíbulo, todos rompieron en carcajadas. Incluso Fred y George se rieron al ponerse en pie y verse cada uno la barba del otro.

— Se los advertí —dijo la voz profunda de alguien que parecía estar divirtiéndose, y todo el mundo se volvió para ver salir del Gran Comedor al profesor Dumbledore. Examinó a Fred y George con los ojos brillantes—. Les sugiero que vayan los dos a ver a la señora Pomfrey. Está atendiendo ya a la señorita Fawcett, de Ravenclaw, y al señor Summers, de Hufflepuff, que también decidieron envejecerse un poquito. Aunque tengo que decir que me gusta más su barba que la que les ha salido a ellos.

Fred y George salieron para la enfermería acompañados por Lee, que se partía de
risa, y Harry, Nymeria, Ron y Hermione, que también se reían.

— ¿Sabias que eso iba pasar? — le preguntó Nymeria a la joven de cabellos azules y rosas.

— Quizá. — respondió riendo.

Habían cambiado la decoración del Gran Comedor. Como era Halloween, una nube de murciélagos vivos revoloteaba por el techo encantado mientras cientos de calabazas lanzaban macabras sonrisas desde cada rincón.

Se encaminaron hacia donde estaban Dean y Seamus, que hablaban sobre los estudiantes de Hogwarts que
tenían diecisiete años o más y que podrían intentar participar.

—Corre por ahí el rumor de que Warrington se ha levantado temprano para echar el pergamino con su nombre —le dijo Dean a Harry—. Sí, hombre, ese tipo grande de Slytherin que parece un oso perezoso… ¡Espero que no tengamos de campeón a nadie de Slytherin!

— Eso me ofende. — comentó Nymeria.

—Y los de Hufflepuff hablan todos de Diggory —comentó Seamus con desdén
—. Pero no creo que quiera arriesgarse a perder su belleza.

— Me suena a envidia. — presumió Daella.

—¡Escuchen! —dijo Hermione repentinamente.

En el vestíbulo estaban lanzando vítores. Se volvieron todos en sus asientos y vieron entrar en el Gran Comedor, sonriendo con un poco de vergüenza, a Angelina Johnson.

Angelina fue hacia ellos y dijo:

—¡Bueno, lo he hecho! ¡Acabo de echar mi nombre!

—¡No puedo creerlo! —exclamó Ron, impresionado.

—Pero ¿tienes diecisiete años? —inquirió Harry.

—Claro que los tiene. Porque si no le habría salido barba, ¿no? —dijo Ron.

—Mi cumpleaños fue la semana pasada —explicó Angelina.

—Bueno, me alegro de que entre alguien de Gryffindor —declaró Hermione—.
¡Espero que quedes tú, Angelina!

—Gracias, Hermione —contestó Angelina sonriéndole.

—Sí, mejor tú que Diggory el hermoso —dijo Seamus, lo que arrancó una mirada de rencor de la Hufflepuff a su lado. Daella Targaryen.

—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó Ron a Harry, Nymeria y a Hermione cuando hubieron terminado el desayuno y salían del Gran Comedor.

— Aún no hemos bajado a visitar a Hagrid — comentó Harry.

— Bien — dijo Ron —, mientras no nos pida que donemos los dedos para que coman los escregutos…

A Hermione se le iluminó la cara.

—¡Acabo de darme cuenta de que todavía no le he pedido a Hagrid que se afilie a la P.E.D.D.O.! —dijo con alegría—. ¿Quieren esperarme un momento mientras subo por as insignias?

—Pero ¿qué pretende? —dijo Ron, exasperado, mientras Hermione subía por la escalinata.

— Podrias apoyarla, en lugar de llevarle la contraria. — comentó Nymeria.

—Eh, Nymeria— dijo Harry—, por ahí viene tu prima…

Los estudiantes de Beauxbatons estaban entrando por la puerta principal, provenientes de los terrenos del colegio, y entre ellos llegaba la chica veela junto a la prima de Nymeria, Alyssa Targaryen. Los que estaban alrededor del cáliz de fuego se echaron atrás para dejarlos pasar, y se los comían con los ojos.

Madame Maxime entró en el vestíbulo detrás de sus alumnos y los hizo colocarse en fila. Uno a uno, los alumnos de Beauxbatons fueron cruzando la raya de edad y depositando en las llamas de un blanco azulado sus pedazos de pergamino. Cada vez que caía un nombre al fuego, éste se volvía momentáneamente rojo y arrojaba chispas.

—¿Qué creen que harán los que no sean elegidos? — le susurró Ron a Harry mientras la chica veela dejaba caer al fuego su trozo de pergamino y después, Alyssa dejaba caer el de ella —. ¿Creen que volverán a su colegio, o se quedarán para presenciar el Torneo?

—No lo sé —dijo Harry—. Supongo que se quedarán, porque Madame Maxime tiene que estar en el tribunal, ¿no?

— Si, es lo más seguro.

Cuando todos los estudiantes de Beauxbatons hubieron presentado sus nombres, Madame Maxime los hizo volver a salir del castillo.

—¿Dónde dormirán? —preguntó Ron, acercándose a la puerta y observándolos.

Unos sonoros pasos anunciaron tras ellos la reaparición de Hermione, que llevaba consigo las insignias de la P.E.D.D.O.

Al acercarse a la cabaña de Hagrid, al borde del bosque prohibido, el misterio de los dormitorios de los de Beauxbatons quedó disipado. El gigantesco carruaje de color azul claro en el que habían llegado estaba aparcado a unos doscientos metros de la cabaña de Hagrid, y los de Beauxbatons entraron en él de nuevo.

Harry llamó a la puerta de Hagrid, y los estruendosos ladridos de Fang
respondieron al instante.

—¡Ya era hora! — exclamó Hagrid, después de abrir la puerta de golpe y verlos — ¡Creía que no se acordaban de dónde vivo!

—Hemos estado muy ocupados, Hag… —empezó a decir Hermione, pero se detuvo de pronto, estupefacta, al ver a Hagrid.

Hagrid llevaba su mejor traje peludo de color marrón, con una corbata a cuadros amarillos y naranja. Y eso no era lo peor: era evidente que había tratado de peinarse usando grandes cantidades de lo que parecía aceite lubricante hasta alisar el pelo formando dos coletas.

Sin hacer ningún comentario, dijeron:

—Eh… ¿dónde están los escregutos?

—Andan entre las calabazas —repuso Hagrid contento—. Se están poniendo grandes: ya deben de tener cerca de un metro. El único problema es que han empezado a matarse unos a otros.

—¡No!, ¿de verdad? —dijo Hermione, echándole a Ron una dura mirada para que se callara, porque éste, viendo el peinado de Hagrid, acababa de abrir la boca para comentar algo.

—Sí —contestó Hagrid con tristeza—. Pero están bien. Los he separado en cajas, y aún quedan unos veinte.

—Bueno, eso es una suerte —comentó Ron. Hagrid no percibió el sarcasmo de la frase.

Se sentaron a la mesa mientras Hagrid comenzaba a preparar el té, y no tardaron en hablar sobre el Torneo de los tres magos. Hagrid parecía tan nervioso como ellos a causa del Torneo.

—Esperen y veran—dijo, entusiasmado—. No tienen más que esperar. Van a ver lo que no han visto nunca. La primera prueba… Ah, pero se supone que no debo decir nada.

—¡Vamos, Hagrid! —lo animaron Harry, Nymeria, Ron y Hermione. Pero él negó con la cabeza, sonriendo al mismo tiempo.

—No, no, no quiero estropearlo pra ustedes. Pero les aseguro que será muy espectacular. Los campeones van a tener en qué demostrar su valentia. ¡Nunca creí que viviría lo bastante para ver una nueva edición del Torneo de los tres magos!

Terminaron comiendo con Hagrid, aunque no comieron mucho: Hagrid había preparado lo que decía que era un estofado de buey, pero, cuando Hermione sacó una garra de su plato, los cuatro amigos perdieron gran parte del apetito.

Sin embargo, lo pasaron bastante bien intentando sonsacar a Hagrid cuáles iban a ser las pruebas del Torneo, especulando qué candidatos elegiría el cáliz de fuego y preguntándose si Fred y George habrían vuelto a la normalidad.

A media tarde empezó a caer una lluvia suave. Hagrid discutia con Hermione sobre los elfos domésticos, porque él se negó tajantemente a afiliarse a la P.E.D.D.O. cuando ella le mostró las insignias.

—Eso sería jugarles una mala pasada, Hermione —dijo Hagrid gravemente.

— ¿Por qué? — pregunto Nymeria con curiosidad.

—. Lo de cuidar a los humanos forma parte de su naturaleza. Es lo que les gusta, ¿No se dan cuenta? Los
harías muy desgraciados si los apartaras de su trabajo, y si intentaras pagarles se lo tomarían como un insulto.

—Pero Harry liberó a Dobby, ¡y él se puso loco de contento! —objetó Hermione
—. ¡Y nos han dicho que ahora quiere que le paguen!

—Sí, bien. No niego que haya elfos raros a los que les gustaría ser libres, pero nunca conseguirías convencer a la mayoría. No, nada de eso, Hermione.

Hacia las cinco y media se hacía de noche, y Ron, Nymeria, Harry y Hermione decidieron que era el momento de volver al castillo para el banquete de Halloween. Y, lo más importante de todo, para el anuncio de los campeones de los colegios.

—Voy con ustedes —dijo Hagrid, dejando la labor—. Esperen un segundo.

Hagrid se levantó, fue hasta la cómoda que había junto a la cama y empezó a buscar algo dentro de ella. No pusieron mucha atención hasta que un olor horrendo les llegó a las narices. Entre toses, Ron preguntó:

—¿Qué es eso, Hagrid?

—¿Qué, no les gusta? —dijo Hagrid, volviéndose con una botella grande en la mano.

—¿Es una loción para después del afeitado? —preguntó Hermione con un hilo de voz.

—Eh… es agua de colonia —murmuró Hagrid. Se había ruborizado—. Tal vez me he puesto demasiada. Voy a quitarme un poco, esperen…

Salió de la cabaña ruidosamente, y lo vieron lavarse en el barril con agua que había al otro lado de la ventana.

—¿Agua de colonia? —se preguntó Hermione sorprendida—. ¿Hagrid?

—¿Y qué me dicen del traje? —preguntó a su vez Harry en voz baja.

— ¿Y del peinado? — pregunto Nymeria.

—¡Miren! —dijo de pronto Ron, señalando algo fuera de la ventana.

Hagrid acababa de enderezarse y de volverse. Si antes se había ruborizado, aquello no había sido nada comparado con lo de aquel momento. Levantándose muy despacio para que Hagrid no se diera cuenta, Harry, Nymeria Ron y Hermione echaron un vistazo por la ventana y vieron que Madame Maxime y los alumnos de Beauxbatons acababan de salir del carruaje, evidentemente para acudir, como ellos, al banquete. No oían nada de lo que decía Hagrid, pero se dirigía a Madame Maxime con una expresión embelesada.

—¡Se va al castillo con ella! —exclamó Hermione, indignada—. ¡Creía que iba a ir con nosotros!

Sin siquiera volver la vista hacia la cabaña, Hagrid caminaba pesadamente a través de los terrenos de Hogwarts al lado de Madame Maxime. Detrás de ellos ibanlos alumnos de Beauxbatons, casi corriendo para poder seguir las enormes zancadas de los dos gigantes.

—¡Le gusta! —dijo Ron, incrédulo—. Bueno, si terminan teniendo niños, batirán un récord mundial. Seguro que pesarán alrededor de una tonelada.

— ¡Ron! — exclamó Nymeria, para después echarse a reír.

Salieron de la cabaña y cerraron la puerta.

—¡Miren, son ellos! —susurró Hermione.

El grupo de Durmstrang subía desde el lago hacia el castillo. Viktor Krum caminaba junto a Karkarov, y los otros alumnos de Durmstrang los seguían un poco rezagados. Ron observó a Krum emocionado, pero éste no miró a ningún lado al entrar por la puerta principal, un poco por delante de Hermione, Ron, Nymeria y Harry.

Una vez dentro vieron que el Gran Comedor, iluminado por velas, estaba casi abarrotado. Habían quitado del vestíbulo el cáliz de fuego y lo habían puesto delante de la silla vacía de Dumbledore, sobre la mesa de los profesores. Nymeria se apartó y camino hasta la mesa de Slytherin, cuando ubico a Astoria, se sentó junto a ella sonriente.

—Espero que salga Angelina —dijo Fred mientras Harry, Ron y Hermione se sentaban.

—¡Yo también! —exclamó Hermione—. ¡Bueno, pronto lo sabremos!

El banquete de Halloween les pareció mucho más largo de lo habitual.

Como todos cuantos se encontraban en el Gran Comedor —a juzgar por los cuellos que se giraban continuamente, las expresiones de impaciencia, las piernas que se movían nerviosas y la gente que se levantaba para ver si Dumbledore ya había terminado de comer—

Por fin, los platos de oro volvieron a su original estado inmaculado. Se produjo cierto alboroto en el salón, que se cortó casi instantáneamente cuando Dumbledore se puso en pie. Junto a él, el profesor Karkarov y Madame Maxime parecían tan tensos y expectantes como los demás. Ludo Bagman sonreía y guiñaba el ojo a varios estudiantes. El señor Crouch, en cambio, no parecía nada interesado, sino más bien aburrido.

—Bien, el cáliz está casi preparado para tomar una decisión —anunció Dumbledore—. Según me parece, falta tan sólo un minuto. Cuando pronuncie el nombre de un campeón, le ruego que venga a esta parte del Gran Comedor, pase por la mesa de los profesores y entre en la sala de al lado —indicó la puerta que había detrás de su mesa—, donde recibirá las primeras instrucciones.

Sacó la varita y ejecutó con ella un amplio movimiento en el aire. De inmediato se apagaron todas las velas salvo las que estaban dentro de las calabazas con forma de cara, y la estancia quedó casi a oscuras. Algunos consultaban los relojes.

De pronto, las llamas del cáliz se volvieron rojas, y empezaron a salir chispas. A continuación, brotó en el aire una lengua de fuego y arrojó un trozo carbonizado de pergamino. La sala entera ahogó un grito.
Dumbledore tomó el trozo de pergamino y lo alejó tanto como le daba el brazo para poder leerlo a la luz de las llamas, que habían vuelto a adquirir un color blanco azulado.

—El campeón de Durmstrang —leyó con voz alta y clara— será Viktor Krum.

—¡Era de imaginar! —gritó Ron, al tiempo que una tormenta de aplausos y vítores inundaba el Gran Comedor. Harry vio a Krum levantarse de la mesa de Slytherin y caminar hacia Dumbledore. Se volvió a la derecha, recorrió la mesa de los profesores y desapareció por la puerta hacia la sala contigua.

—¡Bravo, Viktor! — gritaba Karkarov, tan fuerte que todo el mundo lo oyó incluso por encima de los aplausos—. ¡Sabía que serías tú!

Se apagaron los aplausos y los comentarios. La atención de todo el mundo volvía a recaer sobre el cáliz, cuyo fuego tardó unos pocos segundos en volverse nuevamente rojo. Las llamas arrojaron un segundo trozo de pergamino.

—La campeona de Beauxbatons —dijo Dumbledore— es ¡Fleur Delacour!

—¡Miren qué decepcionados están todos! —dijo Hermione elevando la voz por encima del alboroto, y señalando con la cabeza al resto de los alumnos de Beauxbatons.

«Decepcionados» era decir muy poco, pensó Harry. Todos miraban a Alyssa Targaryen, quien sonrió y aplaudió, al parecer todos esperaban que la princesa Targaryen los representará, incluso Daella buscaba la reacción de su hermana.

Cuando Fleur Delacour hubo desaparecido también por la puerta, volvió a hacerse el silencio, pero esta vez era un silencio tan tenso y lleno de emoción. El siguiente sería el campeón de Hogwarts…

Y el cáliz de fuego volvió a tornarse rojo; saltaron chispas, la lengua de fuego se alzó, y de su punta Dumbledore retiró un nuevo pedazo de pergamino.

—El campeón de Hogwarts —anunció— es ¡Cedric Diggory!

—¡No! —dijo Ron en voz alta.

Todos y cada uno de los alumnos de Hufflepuff se habían puesto de repente de pie, gritando y pataleando, mientras Cedric se abría camino entre ellos, con una amplia sonrisa, y marchaba hacia la sala que había tras la mesa de los profesores. Naturalmente, los aplausos dedicados a Cedric se prolongaron tanto que Dumbledore tuvo que esperar un buen rato para poder volver a
dirigirse a la concurrencia.

—¡Estupendo! —dijo Dumbledore en voz alta y muy contento cuando se apagaron los últimos aplausos—. Bueno, ya tenemos a nuestros tres campeones. Estoy seguro de que puedo confiar en que todos ustedes, incluyendo a los alumnos de Durmstrang y Beauxbatons, darán a sus respectivos campeones todo el apoyo que puedan. Al animarlos, todos ustedes contribuyen de forma muy significativa a…

Pero Dumbledore se calló de repente, y fue evidente para todo el mundo por qué se había interrumpido.

El fuego del cáliz había vuelto a ponerse de color rojo. Otra vez lanzaba chispas. Una larga lengua de fuego se elevó de repente en el aire, más larga que las anteriores, y arrojó no solo un trozo de pergamino. Sino dos.

Dumbledore alargó la mano y los tomó. Lo extendió y miró los nombres escritos.

Hubo un silencio que parecía eterno, durante la cual Dumbledore contempló sorprendido los trozos de pergamino que tenía en las manos, mientras el resto de la sala lo observaba y comenzaba a murmurar. Finalmente, Dumbledore se aclaró la garganta y leyó en voz alta:

—Harry Potter…y — hizo una leve pausa

Harry permaneció sentado, consciente de que todos los que estaban en el Gran Comedor lo miraban. Se sentía aturdido, atontado. Debía de estar soñando. O no había oído bien.

Nadie aplaudía. Algunos alumnos se levantaban para ver mejor a Harry, que seguía inmóvil, sentado en su sitio.

Harry se volvió hacia Ron y Hermione. Más allá de ellos, vio que todos los demás en la mesa de Gryffindor lo miraban con la boca abierta.

—Yo no puse mi nombre —dijo Harry, totalmente confuso—. Ustedes lo saben.

Uno y otro le devolvieron la misma mirada de aturdimiento.

—¡Harry Potter! —llamó—. ¡Harry! ¡Levántate y ven aquí, por favor!

—Vamos —le susurró Hermione, dándole a Harry un leve empujón.

Harry se puso en pie, pero antes de poder avanzar, Dumbledore leyo el segundo trozo de pergamino y entonces en el Gran Comedor resonó:— Princesa Nymeria Targaryen.

El silencio gobernó en el Gran Comedor, mientras las miradas se enfocaron en Nymeria, estaba en shock, al igual que Harry, y hasta cierto punto asustada. Toda la mesa de Slytherin la miraba con asombró, en especial Draco Malfoy.

— Creo que debes ir. — le susurro Astoria aún sorprendída. Nymeria respiro profundo, trago saliva y se puso de pie nerviosa, sus ojos violetas se encontraron con los de Harry, sin saber que decir, la princesa se acercó a él, extendió su mano temblorosa y él la tomó con fuerza.

Ambos emprendieron una caminata entre la mesa de Gryffindor y Slytherin, recibiendo una serie de miradas, uno aceptando su destino más rápido que el otro.

La princesa de dragones y el niño que vivió.

Nymeria Targaryen y Harry Potter.

















































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Helloooo mis vides. ¿Cómo estan? Supuestamente esto lo debi haber publicado hace un mes JAJAJAJJA pero, nunca, nunca, puedo actualizar en fechas que quiero, por x o y razón.

Como buena persona que soy, les he regalado dos capítulos, DOS, y eso gracias a que HBO soltó el trailer de House Of The Dragón T2 y.... AAAAAAAH su escritora no puede de la emoción. AAAAAAAH. Por lo tanto tenía muchísima inspiración.

Aquí puro Team Black ¡eh!

¿Qué les parecen nuestros trágicos amantes? 🤭 (¿entendieron mis referencias? Eh eh, pone las rolitas de Lucy Gray)

Y entonces esta rolita empezó a sonar cuando el de Nymeria Targaryen resonó en el Gran Comedor.

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