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Capítulo 35

【 Beauxbatons y Durmstrang 】

Nymeria Targaryen no durmió muy bien la noche anterior, por lo que antes de que salieran los primeros rayos del sol, la joven princesa se levantó, se vistió sin hacer ruido y salió de su dormitorio, atravesó su sala común que aún estaba vacía con la clara intención de abandonar las mazmorras y encaminarse a la sala común de Gryffindor. 

Su mente era un completo nudo, ni hablar de sus emociones, las manchas bajo sus ojos demostraban que no había descansado y su rostro pálido no ayudaba en mucho, seguía preguntándose una y otra vez ¿por qué?, detuvo su mente por un segundo cuando vio a Harry Potter pasar a toda prisa por el corredor. 

La princesa intuía que Sirius también le había escrito a Harry y por ende este se apresuraba a enviar una respuesta. Corrió en esa misma dirección y le grito: — ¡Harry, esperame! 

El muchacho detuvo sus presiondos pasos y se dio la vuelta, Nymeria Targaryen lo alcanzó, saco su carta y con respiración algo alterada le dijo: — También te escribió ¿verdad? 

El pelinegro asintió observandola con detenimiento. — ¿Qué te paso? — pregunto en tono serio, Nymeria negó y lo jalo incitando que fuesen juntos a donde sea que Harry se dirigía. 

— Andando. — pidió, los dos jóvenes caminaron en silencio, Nymeria pensando en como pedirle que le diera una explicación sobre la cicatriz y él, de como insistir de que le dijera porque lucia como si hubiera llorado toda la noche. Finalmente llegaron a la lechucería. 

La lechucería era una habitación circular con muros de piedra, bastante frío y con muchas corrientes de aire, puesto que ninguna de las ventanas tenía cristales. El suelo estaba completamente cubierto de paja, excrementos de lechuza y huesos regurgitados de ratones. Sobre las perchas, fijadas a largos palos que llegaban hasta el techo de la torre, descansaban cientos y cientos de lechuzas de todas las razas imaginables, casi todas dormidas. Vio a Hedwig acurrucada entre una lechuza común y un cárabo, y se fue aprisa hacia ella, resbalando un poco en los excrementos esparcidos por el suelo.

Le costó bastante rato persuadirla de que abriera los ojos y, luego, de que los dirigiera en su dirección en lugar de caminar hacia él, le dio la espalda. 

— ¿Qué le hiciste? — preguntó Nymeria. 

— Creo que esta dolida. — susurro. — o cansada. No lo sé. 

— Hombres. — dijo fuerte y claro — usa otra entonces. 

La lechuza se giro mirando a Nymeria como si la fuera a picotear y fue entonces cuando Hedwig levantó la pata para que le atara la carta.

— Bien. Tienes que encontrarlo, ¿Bien? —le dijo Harry, acariciándole la espalda mientras la llevaba posada en su brazo hasta uno de los agujeros del muro —. Tienes que encontrarlo antes que los dementores.

Ella le pellizcó el dedo, quizá más fuerte de lo habitual, como diciéndole que se quedara tranquilo. Luego extendió las alas y salió al mismo tiempo que lo hacía el sol. Harry y Nymeria la contemplaron mientras se perdía de vista. 

— ¿Por qué no me lo dijiste? — preguntó Nymeria, apartando la vista y mirando a Harry. — Lo de tu cicatriz ¿Por qué? 

— No… no lo sé. Pensaba hacerlo. — respondió mirandola a los ojos. 

— Pero no lo hiciste. Hay mucho de ti qué dudas en contarme ¿Por qué? — el muchacho desvío sus ojos verdes. 

— Sentirás lastima por mi, Ny. No quiero eso. — murmuro mirando el amanecer. — ¿Qué hay de ti? No te vez muy bien… no me refiero a… quiero decir… sigues viendote bonita… no es qué lo piense de esa manera… ¿Qué te paso? 

Nymeria suspiro. 

— Larga historia. No es de importancia. — concluyo con seriedad. 

— Si importa, pero, esta bien si aún no quieres decirme. — dijo mirandola, mientras los primeros rayos del sol los alumbraba, Nymeria se engancho a su brazo izquierdo y recargo la cabeza en el hombro del muchacho, admirando el amanecer. 

— Tal vez te lo cuente, no aquí, eso es seguro, apesta a mierda de lechuza. — las risas de ambos resonaron en todo el lugar, despertando de su dulce sueño a un par de lechuzas, después Nymeria levanto la mirada y con su mano libre alboroto el cabello de Harry, el muchacho la miro sin comprender, la princesa sonrió. — Jamás sentiría lastima por ti, Potter. — la rubia desvío la mirada con preocupación. — mi mamá, no puede saber que mi padre escribió o quizá su destino sea peor que ir de nuevo a Azkaban. 

【 - 】

— Le has dicho una mentira, Harry — lo regañó Hermione en el desayuno, después que él les contó lo que había hecho —. No te imaginaste que la cicatriz te doliera, y lo sabes.

—¿Y qué? — respondio Harry, mirando a Nymeria desde la mesa de Gryffindor. —. No quiero que vuelva a Azkaban por culpa mía.

— Déjalo — le dijo Ron a Hermione bruscamente, cuando ella abrió la boca para argumentar contra Harry. Y, por una vez, Hermione le hizo caso y se quedó callada.

— Malfoy es un maldito idiota. — dijo Harry de pronto mirando en dirección al rubio, se le veía poco bromista, cabizbajo y molesto. Sus miradas se encontraron de pronto y comenzaron a saltar chispas. 

— ¿Qué esperaba Nymeria? Es Malfoy. — dijo Ron intentando ser bastante obvio. 

Durante las dos semanas siguientes, Harry intentó no preocuparse por Sirius. La verdad era que cada mañana, cuando llegaban las lechuzas, no podía dejar de mirar muy ansioso en busca de Hedwig. Lo más complicado fue que Daenyra comenzó a indagar sobre el tema. Aquella tarde, Harry llamó nervioso a la puerta mientras su mente inventaba mil excusas, el pelinegro no sabía que decir, en realidad, temia complicar todo. 

La puerta se abrió dejando ver a una Daenyra muy alegre, se hizo a un lado para dejarlo a entrar, y el pelinegro paso inseguro, una pequeña curva se dibujo en sus labios al ver a Nymeria con los auriculares puestos, ocupando el escritorio de su madre haciendo los deberes, la joven heredera hacia días que todas las tardes después de cenar se refugiaba en la oficina de Daenyra a realizar sus tareas, evitaba a toda costa su sala común y a la biblioteca, asistía solo con Hermione a su lado. 

La princesa tarareaba una canción y movía la cabeza de un lado otro. 

— Últimamente no suelta ese aparato para nada. — comentó Nyra indicándo a Harry que tomara asiento. — ¿Cómo van las clases? — pregunto. 

— Bien. — respondió no muy convencido. 

— ¿Te apetece un poco de té? — pregunto Daenyra aproximándose a la jarra, el muchacho estaba arto del té, sin embargo aceptó, no quería verse grosero. Despistado miro de reojo a Nymeria, quien yacia pérdida en su pequeña nube. Nyra término de servir el té, tomó la taza y levanto la mirada hacia Harry, quien regreso sus ojos hacia Nyra, y más nervioso de lo que pretendía aceptó el té.

— Me decía profesora… 

— Crei que ya habíamos avanzado… — Nyra finalmente rió, se dio la vuelta de golpe al escuchar la puerta abrirse, Daella entró mirandolos con algo de sorpresa y Nymeria retiro sus auriculares. 

— ¿Hay algo de lo que no me he enterado…? —  pregunto Nymeria. 

— Aly me escribió… — comentó Daella levantando un trozo de pergamino, más tardo en hacerlo que en lo que Nyra se lo quitó. — Oh… — susurro y después miro a Harry con sus penetrantes ojos lilas, el muchacho volvió a darle un gran sorbo a su té. — Nyny no se ha molestado en presentarnos oficialmente, soy Daella, mi prima me hablo mucho de tí en el verano… 

— Así como de Ron y Hermione. — intervino Nymeria, Harry no pudo disimular su sonrisa. 

— Aja. — Nymeria se levantó pero no se movió de su lugar. 

— ¿Qué hay de tí? Creí que eras su fan… — dijo Nymeria fingiendo recordar, las mejillas de Daella se pintaron de color rojo. La princesa heredera se echo a reír y Harry levanto una ceja. 

— Tía ¿Hay algo malo en la carta de mi hermana? — pregunto la princesa cambiando el tema, estaba tentada a molestar un poco más a su prima, pero no quería terminar como una cabra o más humillada ante Harry. 

— No. Eso me inquieta más de lo que debería. — Nyra dirigió sus ojos hacia su hija, quien parecía inquieta. — Jaehaerys al parecer continúa en antigua. Nada seguro. 

Nymeria se dejó caer en la silla, más abrumada de lo que pretendía. — Qué le sacaras un ojo no fue tu culpa. — soltó Daella sin querer, Harry miro a Nymeria pero no dijo nada, al principio creyó que se trataba de una broma, pero entonces supo que era verdad. 

— Niños creo que ya deben ir a sus respectivas salas, Harry ¿te parece si hablamos en otra ocasión? — el pelinegro asintió, Daella hizo un puchero y Nymeria acomodo su desastre pensativa. — ¿Quieres que te acompañe? — pregunto Daenyra a su hija. La princesa negó. 

— Yo la puedo acompañar. — añadió Harry, pero Nymeria rió moviendo su cabeza se un lado a otro. 

— Snape dejaría a Gryffindor sin puntos y además te castigaría Harry. — dijo Nymeria convencida. 

— Los acompañare — anunció Nyra. 

Harry y Nymeria abandonaron la oficina de Daenyra primero, los dos caminaron delante, mientras Nyra y Daella iban detrás. Harry fue el primero en hablar. — Al parecer también hay mucho de ti que dudas en contarme. — susurro. 

— Quizá ya sea tiempo de ser sinceros el uno con el otro. ¿Qué dices? — propuso la rubia. 

— Bien, estoy de acuerdo. 

【 - 】

— Pero… pero usted dijo que eso estaba prohibido, profesor — dijo Hermione, al tiempo que Moody apartaba las mesas con un movimiento de la varita, dejando un amplio espacio en el medio del aula—. Usted dijo que usarlo contra otro ser humano estaba…

— Dumbledore quiere que les enseñe cómo es… — la interrumpió Moody, girando hacia Hermione el ojo mágico. 

—. Si alguno de ustedes prefiere aprenderlo del modo más duro, cuando alguien le eche la maldición para controlarlo completamente, por mí de acuerdo. Puede salir del aula.

Señaló la puerta con un dedo. Hermione se puso muy colorada, y murmuró algo de que no había querido decir que deseara irse. Harry y Ron se sonrieron el uno al otro. 

Moody empezó a llamar por señas a los alumnos y a echarles la maldición imperius. Harry vio cómo sus compañeros de clase, uno tras otro, hacían las cosas más extrañas bajo su influencia: Dean Thomas dio tres vueltas al aula a la pata coja cantando el himno nacional, Lavender Brown imitó una ardilla y Neville ejecutó una serie de movimientos gimnásticos muy sorprendentes, de los que hubiera sido completamente incapaz en estado normal. Ninguno de ellos parecía capaz de oponer ninguna resistencia a la maldición, y se recobraban sólo cuando Moody la anulaba.

La mirada de Moody se poso en Harry y Nymeria, dudo un momento en cual de los alumnos debía pasar. 

— Potter — se decidió Moody— ahora te toca a ti.

Harry miro a Nymeria y esta lo alentó, el muchacho se adelantó hasta el centro del aula, en el espacio despejado de mesas.

Moody levantó la varita mágica, lo apuntó con ella y dijo:

—¡Imperio!

Fue una sensación maravillosa. Harry se sintió como flotando cuando toda preocupación y todo pensamiento desaparecieron de su cabeza, no dejándole otra cosa que una felicidad vaga que no sabía de dónde procedía. Se quedó allí, inmensamente relajado, apenas consciente de que todos lo miraban.

Y luego oyó la voz de Ojoloco Moody, retumbando en alguna remota región de su vacío cerebro: Salta a la mesa… salta a la mesa…

Harry, obedientemente, flexionó las rodillas, preparado a dar el salto.

Salta a la mesa…

Pero ¿por qué? Otra voz susurró desde la parte de atrás de su cerebro. Qué idiotez, la verdad, dijo la voz.

Salta a la mesa…

No, creo que no lo haré, gracias —dijo la otra voz, con un poco más de firmeza
—. No, realmente no quiero…

¡Salta! ¡Ya!

Lo siguiente que notó Harry fue mucho dolor. Había tratado al mismo tiempo de saltar y de resistirse a saltar. El resultado había sido pegarse de cabeza contra la mesa, que se volcó, y, a juzgar por el dolor de las piernas, fracturarse las rótulas.

—Bien, ¡por ahí va la cosa! —gruñó la voz de Moody.

De pronto Harry sintió que la sensación de vacío desaparecía de su cabeza.

Recordó exactamente lo que estaba ocurriendo, y el dolor de las rodillas aumentó.

—¡Miren esto, todos ustedes… Potter se ha resistido! Se ha resistido, ¡y el condenado casi lo logra! Lo volveremos a intentar, Potter, y todos los demás presten atención. Mirenlo a los ojos, ahí es donde pueden verlo. ¡Muy bien, Potter, de verdad que muy bien! ¡No les resultará fácil controlarte! 

— Por la manera en que habla — murmuró Harry una hora más tarde, cuando salía cojeando del aula de Defensa Contra las Artes Oscuras (Moody se había empeñado en hacerle repetir cuatro veces la experiencia, hasta que logró resistirse completamente a la maldición imperius) — se diría que estamos a punto de ser atacados de un momento a otro.

—Sí, es verdad —dijo Ron, dando alternativamente un paso y un brinco: había tenido muchas más dificultades con la maldición que Harry, aunque Moody le aseguró que los efectos se habrían pasado para la hora de la comida—. Hablando de paranoias… —Ron echó una mirada nerviosa por encima del hombro para comprobar que Moody no estaba en ningún lugar en que pudiera oírlo, y prosiguió—, no me extraña que en el Ministerio estuvieran tan contentos de librarse de él.

Todos los alumnos de cuarto habían apreciado un evidente incremento en la cantidad de trabajo para aquel trimestre. 

A Harry y Ron les costó contener la risa en la siguiente clase de Adivinación cuando la profesora Trelawney les dijo que les había puesto sobresaliente en los trabajos, mientras Nymeria había recibido un Aceptable. Pero no les hizo tanta gracia cuando les mandó repetir el trabajo para el mes siguiente: a los dos se les había agotado el repertorio de desgracias.

El profesor Binns, el fantasma que enseñaba Historia de la Magia, les mandaba redacciones todas las semanas sobre las revueltas de los duendes en el siglo XVIII; el profesor Snape los obligaba a descubrir antídotos, y se lo tomaron muy en serio porque había dado a entender que envenenaría a uno de ellos antes de Navidad para ver si el antídoto funcionaba; y el profesor Flitwick les había ordenado leer tres libros más como preparación a su clase de encantamientos convocadores.

Hasta Hagrid los cargaba con un montón de trabajo. Los escregutos de cola explosiva crecían a un ritmo sorprendente aunque nadie había descubierto todavía qué comían. Hagrid estaba encantado y, como parte del proyecto, les sugirió ir a la cabaña una tarde de cada dos para observar los escregutos y tomar notas sobre su extraordinario comportamiento.

—No lo haré —se negó rotundamente Malfoy cuando Hagrid les propuso aquello —. Ya tengo bastante con ver esos bichos durante las clases, gracias.

De la cara de Hagrid desapareció la sonrisa.

— Harás lo que te digo — gruñó Hagrid — o seguiré el ejemplo del profesor Moody… Me han dicho que eres un hurón magnífico, Malfoy.

Los de Gryffindor estallaron en carcajadas. Nymeria lo vio enrojecer, pero dio la impresión de que el recuerdo del castigo que le había puesto Moody era lo bastante doloroso para impedirle replicar. 

Harry, Nymeria, Ron y Hermione volvieron al castillo al final de la clase de muy buen humor: haber visto que Hagrid ponía en su sitio a Malfoy era especialmente gratificante, sobre todo porque éste había hecho todo lo posible el año anterior para que despidieran a Hagrid.

Cuando llegaron al vestíbulo, no pudieron pasar debido a la multitud de estudiantes que estaban amontonados al pie de la escalinata de mármol, alrededor de un gran letrero. Ron, el más alto de los cuatro, se puso de puntillas para echar un vistazo por encima de las cabezas de la multitud, y leyó en voz alta el cartel:

TORNEO DE LOS TRES MAGOS

Los representantes de Beauxbatons y Durmstrang llegarán a las seis en punto del viernes 30 de octubre. Las clases se interrumpirán media hora antes.

—¡Estupendo! —dijo Harry—. ¡La última clase del viernes es Pociones! ¡A Snape no le dará tiempo de envenenarnos a todos!

Los estudiantes deberán llevar sus libros y mochilas a los dormitorios y reunirse a la salida del castillo para recibir a nuestros huéspedes antes del banquete de bienvenida.

—¡Sólo falta una semana! —dijo emocionado Ernie Macmillan, un alumno de Hufflepuff, saliendo de la aglomeración—. Me pregunto si Cedric estará enterado. Me parece que voy a decírselo…

—¿Cedric? —dijo Ron sin comprender, mientras Ernie se iba a toda prisa.

— Diggory — explicó Harry —. Querrá participar en el Torneo.

— ¿Ese idiota, campeón de Hogwarts? — gruñó Ron mientras los cuatro se abrían camino hacia la escalera por entre la multitud.

— ¿Por qué no? — los cuatro se giraron hacia Daella, ahora las mejillas de Ron lucian igual que su cabello. — escuche que es un buen jugador de Quidditch, además es muy apuesto. 

— Lo que pasa es que no te gusta porque venció al equipo de Gryffindor en el partido de quidditch —repuso Hermione—. He oído que es un estudiante excelente. Y es prefecto..

—Sólo te gusta porque es guapo —dijo Ron.

—Perdona, a mí no me gusta la gente sólo porque sea guapa —repuso Hermione indignada.

— Se lo decía a Daella. — dijo el pelirrojo, después Ron fingió que tosía, y su tos sonó algo así como: ¡Lockhart!

El cartel del vestíbulo causó un gran revuelo entre los habitantes del castillo. Durante la semana siguiente, y fuera donde fueran, no había más que un tema de conversación: el Torneo de los tres magos. Los rumores pasaban de un alumno a otro: quién se iba a proponer para campeón de Hogwarts, en qué consistiría el Torneo, en qué se diferenciaban de ellos los alumnos de Beauxbatons y Durmstrang… 

Cuando bajaron a desayunar la mañana del 30 de octubre, descubrieron que durante la noche habían engalanado el Gran Comedor. De los muros colgaban unos enormes estandartes de seda que representaban las diferentes casas de Hogwarts: rojos con un león dorado los de Gryffindor, azules con un águila de color bronce los de Ravenclaw, amarillos con un tejón negro los de Hufflepuff, y verdes con una serpiente plateada los de Slytherin. Detrás de la mesa de los profesores, un estandarte más grande que los demás mostraba el escudo de Hogwarts: el león, el águila, el tejón y la serpiente se unían en torno a una enorme hache.

Harry, Nymeria, Ron y Hermione vieron a Fred y George en la mesa de Gryffindor. Una vez más, y contra lo que había sido siempre su costumbre, estaban apartados y conversaban en voz baja. Ron fue hacia ellos. — Supongo que los veré más tarde. — susurro Nymeria. 

La rubia avanzó hasta la mesa de Slytherin, sintió la mirada gris de Draco Malfoy sobre de ella, pero tal como lo había echo el último mes, lo ignoro. Se sentó algo apartada de sus compañeros y observó a sus amigos conversar con los gemelos Weasley, bajo la vista con algo de tristeza, odiaba sentir soledad. — ¿Te importa si me siento? — Nymeria levanto sus ojos violetas al escuchar la voz de una chica, se trataba de Astoria, la amiga de Daella, Nymeria negó y la jovencita se sentó a su lado. — Me incómoda convivir con las amigas de mi hermana. 

Nymeria giro la cabeza en dirección a Pansy Parkinson y entendió perfectamente a que se referia Astoria. 

— ¿Te hubiera gustado participar en el torneo? — Nymeria asintió. — Si a mi igual. Presiento que no pasaría de la primer prueba pero habria sido divertido. 

— ¿Qué sabes acerca de los anteriores Torneos? — pregunto Nymeria, Astoria sonrió. 

— No mucho en realidad. Solo se que los directores de los colegios participantes deben de formar parte del jurado.

— Dejame adivinar, ¿Tampoco prestas atención a la clase de Historia de la Magia? — Astoria rió y Nymeria segundos después la siguió. 

Las dos continuaron charlando hasta que el ruido de batir de alas encima de sus cabezas que anunciaba la llegada de las lechuzas mensajeras. Miro a Harry preocupadamente cuando recibió a Hedwig. Era evidente, Sirius le había enviado una respuesta. 

Aquel día había en el ambiente una agradable impaciencia. Nadie estuvo muy atento a las clases, porque estaban mucho más interesados en la llegada aquella noche de la gente de Beauxbatons y Durmstrang. Hasta la clase de Pociones fue más llevadera de lo usual, porque duró media hora menos. Cuando, antes de lo acostumbrado, sonó la campana, Harry, Nymeria, Ron y Hermione salieron a toda prisa hacia sus respectivas salas, dejaron allí las mochilas y los libros tal como les habían indicado, se pusieron las capas y volvieron al vestíbulo.

Los jefes de las casas colocaban a sus alumnos en filas.

— De prisa Targaryen —le ordenó el profesor Snape a Nymeria. — coloquese detrás del señor Malfoy, 

La princesa se quedó congelada en su lugar, sus ojos violetas cruzaron con los de Draco. — Targaryen… 

— ¡Ya voy! — dijo en voz alta de mala manera. Se formó a regañadientes, cruzó los brazos y desvío la mirada. 

— Niña insolente… ¡Siganme! 

Bajaron en fila por la escalinata de la entrada y se alinearon delante del castillo. Era una noche fría y clara. Oscurecía, y una luna pálida brillaba ya sobre el bosque prohibido. Harry, de pie entre Ron y Hermione en la cuarta fila, buscaba  Nymeria entre los alumnos de Slytherin, 

Observaron nerviosos los terrenos del colegio, que se oscurecían cada vez más.

No se movía nada por allí. Todo estaba en calma, silencioso y exactamente igual que siempre. Nymeria empezaba a tener un poco de frío, Draco la miro de reojo, vaciló entre darle o no darle su capa. La princesa en cambio buscaba a Daenyra, la encontro con todos los demás profesores, resaltaba por su bonito vestido en color blanco, su cabello ondulado cayendo por sus hombros y llevaba una bonita tiara adornada en diamantes. 

Y entonces, Dumbledore gritó:

—¡Ajá! ¡Si no me equivoco, se acercan los representantes de Beauxbatons!

— ¿Por dónde? — preguntaron muchos con impaciencia, mirando en diferentes direcciones.

—¡Por allí! —gritó uno de sexto, señalando hacia el bosque.

— ¿Por qué ellos primeros? — susurro Nymeria, Draco volvió a mirarla por encima del hombro. La princesa heredera había estudiado sus primeros dos años en Beauxbatons, por lo tanto no le causaba ninguna impresión o emoción tenerlos ahí. 

Una cosa larga, mucho más larga que una escoba, se acercaba al castillo por el cielo azul oscuro, haciéndose cada vez más grande.

—¡Es un dragón! —gritó uno de los de primero.

— Por supuesto que no. Niño estúpido. — gruño Nymeria entre susurros con fastidio. Draco solo se limitó a escucharla y no reírse. 

— No seas idiota… ¡es una casa volante! — dijo Dennis Creevey. 

La suposición de Dennis estaba más cerca de la realidad. Cuando la gigantesca forma negra pasó por encima de las copas de los árboles del bosque prohibido casi rozándolas, y la luz que provenía del castillo la iluminó, vieron que se trataba de un carruaje colosal, de color azul pálido y del tamaño de una casa grande, que volaba hacia ellos tirado por una docena de caballos alados de color tostado pero con la crin y la cola blancas, cada uno del tamaño de un elefante.

Las tres filas delanteras de alumnos se echaron para atrás cuando el carruaje descendió precipitadamente y aterrizó a tremenda velocidad. Un segundo más tarde el carruaje se posó en tierra.

Antes de que la puerta del carruaje se abriera, llevaba un escudo: dos varitas mágicas doradas cruzadas, con tres estrellas que surgían de cada una.

Un muchacho vestido con túnica de color azul pálido saltó del carruaje al suelo, hizo una inclinación, buscó con las manos durante un momento algo en el suelo del carruaje y desplegó una escalerilla dorada. Respetuosamente, retrocedió un paso. Entonces un zapato negro brillante, con tacón alto salía del interior del carruaje. Al zapato le siguió, casi inmediatamente, la mujer más grande que habían visto nunca. Las dimensiones del carruaje y de los caballos quedaron inmediatamente explicadas. Algunos ahogaron un grito.

Dumbledore comenzó a aplaudir. Los estudiantes, imitando a su director, aplaudieron también, muchos de ellos de puntillas para ver mejor a la mujer.

Sonriendo graciosamente, ella avanzó hacia Dumbledore y extendió una mano reluciente. Aunque Dumbledore era alto, apenas tuvo que inclinarse para besársela.

—Mi querida Madame Maxime —dijo—, bienvenida a Hogwarts.

Nymeria gruño y rodo los ojos. 

— Dumbledore —repuso Madame Maxime, con un notable acento distinto.— espero que esté bien.

—En excelente forma, gracias —respondió Dumbledore.

— Mis alumnos — dijo Madame Maxime, señalando tras ella con gesto lánguido.

Detras Madame Maxime, habia unos doce alumnos, chicos y chicas, todos los cuales parecían hallarse cerca de los veinte años, habían salido del carruaje y se encontraban detrás de ella. Estaban tiritando, lo que no era nada extraño dado que las túnicas que llevaban parecían de seda fina, y ninguno de ellos tenía capa. Con excepción de una alumna en especial. 

Algunos se habían puesto bufandas o chales por la cabeza. 

—¿Ha llegado ya Karkarov? —preguntó Madame Maxime.

—Se presentará de un momento a otro —aseguró Dumbledore—. ¿Prefieren esperar aquí para saludarlo o pasar a calentarse un poco?

—Lo segundo, me parece —respondió Madame Maxime—. Pero los caballos…

—Nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas se encargará de ellos encantado —declaró Dumbledore—, en cuanto vuelva de solucionar una pequeña dificultad que le ha surgido con alguna de sus otras… obligaciones.

—Mis corceles requieren… eh… una mano poderosa… —dijo Madame Maxime, como si dudara que un simple profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas fuera capaz de hacer el trabajo—. Son muy fuertes…

—Le aseguro que Hagrid podrá hacerlo —dijo Dumbledore, sonriendo.

—Muy bien —asintió Madame Maxime, haciendo una leve inclinación—. Y por favor, dígale a ese profesor Hagrid que estos caballos solamente beben whisky de malta puro. 

—Descuide —dijo Dumbledore, inclinándose a su vez.

— Es un gusto volver a verle princesa Daenyra. — le dijo Madame Maxime con algo de indiferencia. 

— Lo mismo digo. — respondió Nyra con una sonrisa. 

Madame Maxime indicó a sus estudiantes entrar, y los alumnos de Hogwarts se apartaron para dejarlos pasar y subir la escalinata de piedra. Pero una joven miro hacia Daenyra y antes de subir la escalinata hizo un pequeña reverencia con la cabeza, Nymeria y Daella sabían perfectamente de quien se trataba. 

Nymeria sabia que su prima trataría de ser campeona, pues cumplia con cada uno de los requisitos. Los minutos corrían y Nymeria comenzaba a tiritar de frío, Draco sin decir nada se quitó la capa y tomando por sorpresa a la princesa la cubrió con ella, completamente serio se dio la vuelta y cruzo los brazos. 

El tiempo pasaba y para entonces ya todos tiritaban de frío esperando la llegada de la representación de Durmstrang. La mayoría miraba al cielo esperando ver algo. Durante unos minutos, el silencio sólo fue roto por los bufidos y el piafar de los enormes caballos de Madame Maxime. Pero entonces…

Un ruido misterioso, fuerte y extraño llegaba a ellos desde las tinieblas. Era un rumor amortiguado y un sonido de succión, como si una inmensa aspiradora pasara por el lecho de un río…

—¡El lago! —gritó Lee Jordan, señalando hacia él—. ¡Miren el lago!

Desde su posición en lo alto de la ladera, desde la que se divisaban los terrenos del colegio, tenían una buena perspectiva de la lisa superficie negra del agua. Aparecieron grandes burbujas, y luego se formaron unas olas que iban a morir a las embarradas orillas. Por último surgió en medio del lago un remolino, como si al fondo le hubieran quitado un tapón gigante…

Del centro del remolino comenzó a salir muy despacio lo que parecía un asta negra… 

—¡Es un mástil! —exclamó.

Lenta, majestuosamente, el barco fue surgiendo del agua, brillando a la luz de la luna. Producía una extraña impresión de cadáver, como si fuera un barco hundido y resucitado, y las pálidas luces que relucían en las portillas daban la impresión de ojos fantasmales. Finalmente, con un sonoro chapoteo, el barco emergió en su totalidad, balanceándose en las aguas turbulentas, y comenzó a surcar el lago hacia tierra. Un momento después oyeron la caída de un ancla arrojada al bajío y el sordo ruido de una tabla tendida hasta la orilla.

A la luz de las portillas del barco, vieron las siluetas de la gente que desembarcaba.

—¡Dumbledore! —gritó un hombre efusivamente mientras subía la ladera—. ¿Cómo estás?

—¡Estupendamente, gracias, profesor Karkarov! —respondió Dumbledore.

Al llegar ante Dumbledore, le estrechó la mano.

—El viejo Hogwarts —dijo, levantando la vista hacia el castillo y sonriendo. —. Es estupendo estar aquí, es estupendo… Viktor, ve para allá, al calor… ¿No te importa, Dumbledore? Es que Viktor tiene un leve resfriado…

Karkarov indicó por señas a uno de sus estudiantes que se adelantara. Cuando el muchacho pasó.

— ¡Es Krum! — exclamo Nymeria con emoción. 






































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Nota: Cuando llegó Durmstrang  empezó a sonar "My marmalade" versión tiktok 💋

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