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Capítulo 32

【 El Torneo de los tres magos 】

Los carruajes atravesaron las verjas y luego avanzaron por el ancho camino, balanceándose peligrosamente bajo lo que empezaba a convertirse en un lago temporal. Pegando la cara a la ventanilla, Nymeria podía ver cada vez más próximo el castillo de Hogwarts. Los rayos cruzaban el cielo cuando su carruaje se detuvo ante la gran puerta principal de roble, que se alzaba al final de una breve escalinata de piedra. Los que ocupaban los carruajes de delante corrían ya subiendo los escalones para entrar en el castillo.

Harry, Ron, Hermione y Nymeria saltaron del carruaje y subieron la escalinata a toda prisa, y sólo levantaron la vista cuando se hallaron a cubierto en el interior del vestíbulo alumbrado con antorchas y ante la majestuosa escalinata de mármol.

—¡Caray! — exclamó Ron, sacudiendo la cabeza —. Si esto sigue así, va a terminar desbordándose el lago. Estoy empapado... ¡Ay!

Un globo grande y rojo lleno de agua acababa de estallarle en la cabeza Ron se tambaleó y cayó contra Harry, al mismo tiempo que un segundo globo lleno de agua caia rozando apenas a Hermione y estallaba en la cabeza de Nymeria. — ¡Dioses! — grito. El agua fría salpicó la jaula de Arrax provocando un alboroto por parte del gato.

Un tercero estalló a los pies de Harry, y el agua le mojó los zapatos y los calcetines. A su alrededor, todos se empujaban en un intento de huir de la línea de fuego. Harry levantó la vista y vio, flotando a Peeves el poltergeis.

— ¡PEEVES! — gritó una voz irritada —. ¡Peeves, baja aquí AHORA MISMO!

Acababa de entrar apresuradamente desde el Gran Comedor la profesora McGonagall. Resbaló con el suelo mojado y para no caerse tuvo que agarrarse al cuello de Hermione.

— ¡Ay! Perdón, señorita Granger.

— ¡No se preocupe, profesora! —dijo Hermione jadeando y frotándose la garganta. Harry y Nymeria se miraron aguantando la risa.

— ¡Peeves, baja aquí AHORA! — grito la profesora McGonagall.

— ¡No estoy haciendo nada! — contestó Peeves entre risas, arrojando un nuevo globo lleno de agua a varias chicas de quinto, que gritaron y corrieron hacia el Gran Comedor — ¿No estaban ya mojadas? ¡Esto son unos chorritos! ¡Ja, ja, ja!

—¡Llamaré al director! — gritó la profesora McGonagall — Te lo advierto, Peeves...

Peeves le sacó la lengua, tiró al aire los últimos globos y salió zumbando escaleras arriba, riéndose como loco.

— ¡Bueno, vamos! — ordenó bruscamente la profesora McGonagall a la empapada multitud — ¡Vamos, al Gran Comedor!

Harry, Nymeria Ron y Hermione cruzaron el vestíbulo entre resbalones y atravesaron la puerta doble de la derecha.

El Gran Comedor, decorado para el banquete de comienzo de curso, tenía un aspecto tan espléndido como de costumbre, y el ambiente era mucho más cálido que en el vestíbulo. Las cuatro largas mesas pertenecientes a las casas estaban abarrotadas de alumnos que hablaban entre si. Al fondo del comedor, los profesores se hallaban sentados a lo largo de uno de los lados de la quinta mesa, de cara a sus alumnos.

— Es la primera vez que estaré en una ceremonia de selección que no es la mía. — murmuro Harry hacia Nymeria. — el año pasado me perdí la tuya.

— Culpa del dementor. — respondió Nymeria en voz baja. — debo ir a mi mesa. Sin omitir que me gustaría hablar, después, claramente.

— Bien. Hay una serie de dudas que me gustaría resolver, algunas incluyen a Malfoy. — la rubia asintió.

—¡Eh, Harry!

Era Colin Creevey, lo llamó desde la mesa de Gryffindor, un alumno de tercero para quien Harry era una especie de héroe.

— Hola, Colin — respondió con poco entusiasmo.

— Harry, ¿a que no sabes qué? ¿A que no sabes qué, Harry? ¡Mi hermano empieza este año! ¡Mi hermano Dennis!

— Eh, que bien — dijo Harry.

— Los veo después. — la princesa sonrió a medias y se alejó hasta la mesa de Slytherin, clavo la vista hacia la mesa de profesores, había más asientos vacíos de lo normal  y se dio cuenta de que su madre no se encontraba allí. De pronto una punzada de preocupación invadió su pecho, de pronto se sobresalto, una mano tomó la suya y detuvo su caminata. — ¿Por qué no te sientas aquí? — pregunto Malfoy con una sonrisa.

Nymeria apenas asintió, y sin apartar la mirada de la mesa, se dejó caer junto a Malfoy. Clavo sus ojos en la mesa con una amarga sensación. Su madre no estaba.

— ¿Qué tanto te decia, Potter? — le preguntó.

— Nada. — respondió devolviendo la vista a la mesa de profesores, sus ojos iban de un profesor a otro. — Mi madre no está.

— Creí que no volvería. Tal vez esta con los de primer año, ¿Por qué no le preguntas al profesor Snape?

— ¿Estas loco? —  pregunto mirándolo de golpe, Draco rió burlón y se encogió de hombros. — Me odia.

— Eso te pasa por amigarte de alguien como Potter. — dijo señalando con la cabeza la mesa del frente. La rubia se giro hacia la mesa de Gryffindor, donde Harry, Ron e incluso George y Fred apartaron la mirada de ellos rápidamente, Hermione movía la cabeza de un lado a otro como si estuviera reclamandoles algo. — puedo preguntarle yo.

— No me odia solo por ser amiga de Harry, y yo misma puedo preguntar, pero no lo veo necesario. Quizá mi madre fue en busca de Daella. — finalizó mirando de nuevo hacia la mesa de profesores. Sintió una brisa de aire caliente y segundos después su ropa estaba completamente seca. — ¿Qué...? — se encontró con el rubio sonriendo.

— No pensaba perder el porte con la ropa toda empapada o ¿si? Princesa. — le preguntó. Nymeria negó pensativa, estaba preocupada por su madre, ¿Dónde dragones estaba?

— Gracias. — dijo en un susurro. Lo miro por un instante a los ojos y después desvío la mirada. La princesa suspiro, llevo una de sus manos a su cabello, enredando las puntas de un mechón y jugó con el, sus ojos violetas se centraron insistentes en dirección a la gran mesa del final. Al otro lado de Snape había un par de asientos vacíos. En el mismo centro de la mesa, estaba sentado el profesor Dumbledore, mirando al techo a través de sus gafas de media luna, atrapado en sus pensamientos. Nymeria también miró al techo. Por obra de encantamiento, tenía exactamente el mismo aspecto que el cielo al aire libre, aunque nunca lo había visto tan tormentoso como aquel día. Se arremolinaban en él nubes de color negro y morado. Regreso su vista hacia el profesor Dumbledore, quizá él si tenía idea de dónde estaba Daenyra, segundos después sus ojos violetas chocaron con la mirada del profesor Snape, la princesa imagino que su odio hacia ella había incrementado por haber contribuido en el escape de Black y hacerlo quedar con un tonto. Un trueno la hizo cerrar los ojos de golpe y tomar con fuerza la mano de Draco, provocando una sonrisa por parte del rubio, de manera instantánea escucho el rugir de dos dragones.

La sombra de los dragones se dibujo cerca de los ventanales, provocando un alboroto en los alumnos, algunos se levantaron de sus lugares y pegaron sus caras en las ventanas para poder verlos de cerca, los relámpagos ayudaban un poco iluminando a ambos dragones. Las enormes bestias pronto se perdieron en la oscuridad. La sonrisa de Nymeria no cabía en su rostro, y no podía disimularlo ni un poquito. Los alumnos regresaron resignados a sus lugares, algunos no alcanzaron a ver casi nada.

Minutos después las puertas del Gran Comedor se abrieron, la princesa Daenyra Targaryen y su hermano, el príncipe Rhaegar Targaryen, ingresaron con sus trajes intactos, la cabeza en alto y una sonrisa en el rostro. Avanzaron hacia la mesa de profesores en medio de un profundo silencio, combinado de un montón de suspiros por parte de las estudiantes. Pues era bien sabido que los hombres Targaryen eran; elegantes y atractivos. Nymeria rió al escuchar algunas decir "ojalá sea el nuevo profesor de Defensa", si bien no era una mala idea, Rhaegar esta ahí por otros asuntos.

Nymeria Targaryen, borro su sonrisa al sentir la intensa mirada violeta de su madre, que en segundos paso a estar sobre Draco, sintió como la mano del rubio apretaba la de ella con cierta fuerza. — Por lo que veo, este año no aprobaremos Alto Valyrio. —dijo el rubio.

El príncipe se acercó a saludar a los demás profesores, las más fascinadas sin duda eran la profesora Vector y la profesora Sinistra. Daenyra Targaryen negó con la cabeza algo divertida, — Casi por un momento pensé que no la tendriamos de regreso princesa Daenyra. — comentó Dumbledore con una sonrisilla.

— Hubo un pequeño retraso, además fue complicado volar con la lluvia, más no imposible. Me alivia saber que llegue justo a tiempo, no quería perderme la selección de Daella. Sino es molestia, pasare a sentarme...

— Oh, adelante, Nyra. — dijo Dumbledore sonriendo. La princesa rodeó la gran mesa y observo un par de asientos vacíos, pronto se encontró con Snape sosteniendo la vista hacia el frente, dejó la silla junto a él vacia y se sentó en la siguiente.

— Profesor Snape. — pronunció la princesa como un pequeño saludo.

— Targaryen. — respondió sin apartar la vista de los estudiantes. Nyra creyó que eran suficiente intercambio de palabras, cuando lo escucho hablar de nuevo. — Afirmó que no volvería o entendí mal.

— En efecto, no tenía planeado volver, pero, diversos acontecimientos me han traído de vuelta. — explicó con ligereza, Daenyra observo a Rhaegar detenerse a charlar una vez más.

— ¿Aconteciemientos? O ¿La protección que le brindas a Black? — los ojos violetas de Daenyra se encontraron con los ojos oscuros de él, la platinada levanto una ceja y algo burlona negó.

— La única protección que yo brindó, es hacia mi sobrina, mi hija y a mi ahijado. En todo caso si le doy mi protección es lo justo, puesto que no es culpable — hizo una pausa — ni siquiera se porque te estoy dando explicaciones...

— Lo mismo me pregunto, no te he obligado a darlas.

— No me agrada que supongas cosas sobre mi, Snape. — respondió jugando con la Copa de oro que estaba frente a ella.

— Lo sé. — afirmó.

— Por un momento crei que podíamos llevar la fiesta en paz este año, sobre todo después de lo que le hiciste a Remus... pero me he equivocado contigo de nuevo...

— Hice lo que debía hacer, y así como afirma que no le gustan las suposiciones a mi tampoco Daenyra, sabe de ante mano que no podemos ser amigos... — los ojos negros de Snape se apartaron y miraron al frente de nuevo.

Con una punzada en el pecho y sin saber que más decir plantó sus ojos hacia los jóvenes, charlaban entre ellos, su mirada recorrió la mesa de Slytherin hasta dar con su hija, se le veía pensativa, y ya intuía la razón, regreso de nuevo hacia Harry, el muchacho le sonrió algo tímido y levanto su mano como saludo, Daenyra correspondió enseguida, entonces recordó lo escrito en su carta, de pronto su sonrisa había desaparecido. Realmente esperaba mucho si Sirius no cometía una locura

La voz de su hermano la saco de sus pensamientos, quien apenas compartió unas palabras con Snape, el principe Targaryen se mostraba sorprendido de verle ahí, al igual que Daenyra, rodeó la mesa y al llegar hasta su hermana golpeo su hombro para que se corriera a la siguiente silla. La platinada le hizo un gesto infantil  y finalmente se movió de lugar algo incómoda.

Se abrieron las puertas del Gran Comedor y se hizo un gran silencio. La profesora McGonagall ingreso y detras de ella Daella encabezaba una larga fila de alumnos de primero, se dirigieron hasta la parte superior del Gran Comedor, donde se encontraba la mesa de los profesores. Más que haber navegado por el lago, parecían haberlo pasado nadando. Daella temblaba, no sólo de frío sino también de nervios, se abrazo a ella misma e intento encontrar a Nymeria entre todos los alumnos, sonrió al verla, la princesa heredera le devolvió el gesto y señalo hacia la mesa de profesores con la cabeza, Daella se giro encontrándose con sus tíos, con las manos aún temblorosas y los dientes castañeando, levanto ambos pulgares, regreso sus ojos violetas al frente y espero.

Entonces la profesora McGonagall colocó un taburete de cuatro patas en el suelo ante los alumnos y encima de él, un sombrero extremadamente viejo, sucio y remendado.

El Gran Comedor quedó en silencio. Entonces se abrió un desgarrón que el sombrero tenía cerca del ala, formando una boca, y empezó a cantar:

Hace tal vez mil años
que me cortaron, ahormaron y cosieron.
Había entonces cuatro magos de fama
de los que la memoria los nombres guarda:

El valeroso Gryffindor venía del páramo; el bello Ravenclaw, de la cañada; del ancho valle procedía Hufflepuff el suave, y el astuto Slytherin, de los pantanos.

Compartían un deseo, una esperanza, un sueño: idearon de común acuerdo un atrevido plan para educar jóvenes brujos. Así nació Hogwarts, este colegio.

Luego, cada uno de aquellos fundadores fundó una casa diferente
para los diferentes caracteres de su alumnado.

Para Gryffindor el valor era lo mejor; para Ravenclaw, la inteligencia.
Para Hufflepuff el mayor mérito de todos era romperse los codos.
El ambicioso Slytherin ambicionaba alumnos ambiciosos.

Estando aún con vida
se repartieron a cuantos venían, pero ¿cómo seguir escogiendo
cuando estuvieran muertos y en el hoyo?

Fue Gryffindor el que halló el modo:
me levantó de su cabeza,
y los cuatro en mí metieron algo de su sesera para que pudiera elegiros a la primera.

Ahora ponme sobre las orejas. No me equivoco nunca:
echaré un vistazo a tu mente
¡y te diré de qué casa eres!

En el Gran Comedor resonaron los aplausos cuando terminó de cantar el Sombrero Seleccionador.

La profesora McGonagall desplegaba en aquel momento un rollo grande de pergamino.

— Cuando pronuncie su nombre, se colocaran el sombrero y se sentarán en el taburete — dijo dirigiéndose a los nuevos alumnos — Cuando el sombrero anuncie la casa a la que pertenecen, irán a sentarse en la mesa correspondiente. ¡Targaryen, Daella!

Tal como fue el caso de Nymeria, al ser mayor, sería la primera en pasar, la joven escucho algunos murmullos y las miradas sobre ella, dibujo una brillante sonrisa en sus labios y se aproximó hasta el taburete. Se colocó el sombrero y se sentó. A diferencia de Nymeria Targaryen, este no tardo en decidir.

— ¡Hufflepuff! — la mesa de Hufflepuff inundó el Gran comedor de aplausos, se habían ganado a una princesa dragón, Daella se quitó el sombrero y bajo del taburete, miro con cierta tristeza a Nymeria y finalmente se unió a su casa, sintiendo una calurosa bienvenida por parte de todos.

— Le tocó la peor de todas. — comentó Draco algo burlón, Nymeria sacudió su cabeza de un lado a otro. Estaba en completo desacuerdo.

En la mesa de Gryffindor conversaban de forma indiscreta sobre Daella.

— No sabía que Nymeria tenía una hermana. — comentó Ron extrañado. Hermione negó de inmediato.

— Es su prima.

— ¡Aaah! Es la que le envió una carta el curso pasado. — recordó el pelirrojo. — que extraño, ¿Por qué el sombrero la enviaria a Hufflepuff? Es una Targaryen.

— Lo poco que conocí de ella en Dragonstone, dejó ver que es muy dulce. Inocente algunas veces y muy leal a Nymeria. — respondió la castaña.

— Ah, olvidaba que Hermione ahora lo sabe todo sobre Nymeria, tanto que ni siquiera nos cuenta.

— Claro que no, Ron. Además Nymeria ya les aclaro sus dudas.

— Pues no parece, eh, ¿Qué opinas Harry? — el muchacho lo ignoro, pues tenía su vista pérdida en otro lado.

—¡Baddock, Malcolm!

—¡Slytherin!

La mesa del otro extremo del Gran Comedor estalló en vítores. Harry vio cómo aplaudía Malfoy cuando Malcolm se reunió con ellos. Nymeria, aquella princesa de sangre de dragón yacía sentada junto a ellos, deseaba tanto poder cambiar la elección del sombrero un año atrás y que ahora mismo la muchacha estuviese ahí, haciéndole segunda a Hermione y haciendo rechistar a Ron. Entonces recordó la pregunta de Hermione que quedó en el aire, la repuesta era, si, por supuesto que la quería, pero ahora mismo ella estaba tan cerca pero a la vez tan lejos, con Malfoy a su lado.

— Si nos dieran un galeón por cada vez que miras hacia la mesa de Slytherin...— dijo Fred burlón.

— Tal vez ahora seriamos millonarios porque ya perdimos la cuenta. — finalizó George con una sonrisa. Harry los miro algo perdido.

— Es obvio que sale con Malfoy. — dijo Ron negando nuevamente con la cabeza.

—¡Branstone, Eleanor!

—¡Hufflepuff!

—¡Cauldwell, Owen!

—¡Hufflepuff!

—¡Creevey, Dennis!

El pequeño Dennis Creevey avanzó tambaleándose y se tropezó en el abrigo de piel de topo de Hagrid al mismo tiempo que éste entraba furtivamente en el Gran Comedor a través de una puerta situada detrás de la mesa de los profesores se sento a un extremo de la mesa de los profesores, y observó cómo Dennis Creevey se ponía el Sombrero Seleccionador.

—¡Gryffindor! —gritó el sombrero.

Harry aplaudió con los demás de la mesa de Gryffindor cuando Dennis Creevey, sonriendo de oreja a oreja, se quitó el sombrero, lo volvió a poner en el taburete y se fue a toda prisa junto a su hermano.

— ¡Colin, me caí! — dijo arrojándose sobre un asiento vacío.

— ¡Fue estupendo! ¡Y algo en el agua me agarró y me devolvió a la barca!

—¡Tranqui! —repuso Colin, igual de emocionado—. ¡Seguramente fue el calamar gigante, Dennis!

—¡Vaya! —exclamó Dennis.

—¡Dennis!, ¡Dennis!, ¿has visto a ese chico? ¡El del pelo negro y las gafas!, ¿lo ves? ¿A que no sabes quién es, Dennis?

Harry miró para otro lado y se fijó en el Sombrero Seleccionador, que en aquel instante estaba ocupándose de Emma Dobbs.

La Selección continuó. Chicos y chicas con diferente grado de nerviosismo en la cara se iban acercando, uno a uno, al taburete de cuatro patas, y la fila se acortaba considerablemente conforme la profesora McGonagall iba llamando a los de la ele.

—¡Vamos, deprisa! — se quejó Ron, frotándose el estómago.

—¡Por favor, Ron! Recordad que la Selección es mucho más importante que la comida — le dijo Nick Casi Decapitado, al tiempo que «¡Madley, Laura!» se convertía en miembro de la casa Hufflepuff.

— Por supuesto que sí, si uno está muerto — replicó Ron.

— Espero que la remesa de este año en nuestra casa cumpla con los requisitos — comentó Nick Casi Decapitado —. No queremos romper nuestra racha ganadora, ¿verdad?

Gryffindor había ganado los tres últimos años la Copa de las Casas.

— ¡Pritchard, Graham!

— ¡Slytherin!

— ¡Quirke, Orla!

— ¡Ravenclaw!

Por último, con ¡Whitby, Kevin! (¡Hufflepuff!), la Ceremonia de Selección dio fin. La profesora McGonagall tomó el sombrero y el taburete, y se los llevó.

— Se acerca el momento — dijo Ron tomando apresurado el tenedor y el cuchillo y mirando ansioso su plato de oro.

El profesor Dumbledore se puso en pie. Sonreía a los alumnos, con los brazos abiertos en señal de bienvenida.

—Tengo sólo dos palabras que decir — dijo, y su profunda voz resonó en el Gran Comedor — ¡A comer!

— ¡Obedecemos! — dijeron Harry y Ron en voz alta, cuando por arte de magia las fuentes vacías de repente aparecieron llenas ante sus ojos.

Nick Casi Decapitado observó con tristeza cómo Harry, Ron y Hermione llenaban sus platos de comida.

— ¡Ah, esdo esdá me’or! — dijo Ron con la boca llena de puré de patata.

— Tienen suerte de que haya banquete esta noche, ¿saben? — comentó Nick Casi Decapitado — Antes ha habido problemas en las cocinas.

—¿Po’ gué? ¿Gué ha sudedido? — dijo Harry, con la boca llena con un buen pedazo de carne.

— Peeves, por supuesto — explicó Nick Casi Decapitado, moviendo la cabeza, que se tambaleó peligrosamente. — Lo de siempre, ya saben. Quería asistir al banquete. Bueno, eso está completamente fuera de cuestión, porque ya lo conocen: es un salvaje; no puede ver un plato de comida y resistir el impulso de tirárselo a alguien. Celebramos una reunión de fantasmas al respecto. El Fraile Gordo estaba a favor de darle una oportunidad, pero el Barón Sanguinario… más prudentemente, a mi parecer… se mantuvo en sus trece.

—Sí, ya nos pareció que Peeves estaba enfadado por algo — dijo Ron en tono — ¿Qué hizo en las cocinas?

—¡Oh, lo normal! — respondió Nick Casi Decapitado, encogiéndose de hombros
— Alborotó y rompió cosas. Tiró cazuelas y sartenes. Lo encontraron nadando en la sopa. A los elfos domésticos los sacó de sus casillas...

¡Paf!

Hermione acababa de tirar su copa de oro. El zumo de calabaza se extendió rápidamente por el mantel, manchando de color naranja una amplia superficie de tela blanca, pero Hermione no se inmutó por ello.

—¿Aquí hay elfos domésticos? —preguntó, con expresión horrorizada— ¿Aquí, en Hogwarts?

—Claro que sí — respondió Nick Casi Decapitado, sorprendido de la reacción de Hermione — Más que en ninguna otra morada de Gran Bretaña, según creo. Más de un centenar.

—¡Si nunca he visto a ninguno! — dijo Hermione.

—Bueno, apenas abandonan las cocinas durante el día — explicó Nick Casi Decapitado — Salen de noche para hacer un poco de limpieza… atender los fuegos y esas cosas… Se supone que no hay que verlos. Eso es lo que distingue a un buen elfo doméstico, que nadie sabe que está ahí.

Hermione lo miró fijamente.

— Pero ¿les pagan? — preguntó — Tendrán vacaciones, ¿no? Y... y baja por enfermedad, pensiones y todo eso...

Nick Casi Decapitado se rió con tantas ganas que la cabeza se le cayó y quedó colgando del fantasmal trocito de piel y músculo que todavía la mantenía unida al cuello.

—¿Baja por enfermedad y pensiones? — repitió, volviendo a colocarse la cabeza sobre los hombros — ¡Los elfos domésticos no quieren bajas por enfermedad ni pensiones!

Hermione miró su plato, que estaba casi intacto, puso encima el tenedor y el cuchillo y lo apartó de ella.

— Vabos, He’mione — dijo Ron, rociando sin querer a Harry con trocitos de budín de Yorkshire — Va’a, lo siento, Adry. —Tragó— ¡Porque te mueras de hambre no vas a conseguir que tengan bajas por enfermedad!

— Esclavitud — dijo Hermione, respirando con dificultad — Así es como se hizo esta cena: mediante la esclavitud.

Y se negó a probar otro bocado.

La lluvia seguía golpeando con fuerza contra los altos y oscuros ventanales. Otro trueno hizo vibrar los cristales. — mierda. — susurro Nymeria, justo en el momento en que los restos del plato principal se desvanecieron y fueron reemplazados, en un abrir y cerrar de ojos, por los postres.

— ¿Desde cuando le temes a la lluvia? — pregunto el rubio, la princesa se sirvió un poco de pastel de chocolate, preparándose para dar un respuesta.

— Desde que era una niña. Pero, hay cosas peores que una tormenta. — respondió recordando a su primo. — le temo a muchas cosas aunque no lo parezca. — llevo un poco de pastel a su boca, manchando de chocolate la camusira de sus labios. Draco la miro burlón.

— ¿Qué? — pregunto incredula. El rubio tomó una servilleta y cuidadosamente limpio el chocolate. Nymeria sintió las mejillas arder. — Gracias.

— ¿Entonces es verdad? — pregunto una voz de repente, Nymeria se giro y descubrió que quien preguntaba era Pansy Parkinson.

— ¿Qué cosa? — inquirió la princesa. La pelinegra rió.

— Lo que dicen de ti.

— ¿A que te refieres? Porque, dicen mucho de mi, soy una Princesa Targaryen, la sangre del dragón. — respondió, tomando su copa de oro y dando un sorbo de jugó de calabaza.

— Qué eres una usurpadora...

— No se qué insinuas, pero si te refieres a qué mi abuelo me nombro su heredera y cientos de hombres tuvieron que mostrar su respeto ante mi, te aclaro que eso no me hace ninguna usurpadora.

Draco Malfoy reprimió una risita, y continuó disfrutando de su postre con una expresión de burla, expresión que por supuesto enfado a Pansy Parkinson, por culpa de aquella princesa engreida, ahora Draco estaba mas de su lado que de ella.

Una vez terminados los postres. Albus Dumbledore volvió a levantarse. El rumor de charla que llenaba el Gran Comedor se apagó al instante, y sólo se oyó el silbido del viento y la lluvia golpeando contra los ventanales.

—¡Bien! — dijo Dumbledore, sonriéndoles a todos —  Ahora que todos estamos bien comidos — Hermione lanzó un gruñido — debo una vez más rogar su atención mientras les comunico algunas noticias:

El señor Filch, el conserje, me ha pedido que les comunique que la lista de objetos prohibidos en el castillo se ha visto incrementada este año con la inclusión de los yoyós gritadores, los discos voladores con colmillos y los bumeranes-porrazo. La lista completa comprende ya cuatrocientos treinta y siete artículos, según creo, y puede consultarse en la conserjería del señor Filch.

Dumbledore rió. Luego prosiguió:

— Como cada año, quiero recordarles que el bosque que está dentro de los terrenos del castillo es una zona prohibida a los estudiantes. Otro tanto ocurre con el pueblo de Hogsmeade para todos los alumnos de primero y de segundo. Es también mi doloroso deber informar de que la Copa de quidditch no se celebrará este curso.

— ¿Qué? — murmura Nymeria.

— ¿No lo sabías? — pregunto Malfoy, la princesa negó consternada.

— Planeaba unirme al equipo este año. — respiro con profunda tristeza. — ahora tendré qué esperar.

Dumbledore continuó:

— Esto se debe a un acontecimiento que dará comienzo en octubre y continuará a lo largo de todo el curso, acaparando una gran parte del tiempo y la energía de los profesores... pero estoy seguro de que lo disfrutarán enormemente. Tengo el gran placer de anunciar que este año en Hogwarts...

Pero en aquel momento se escuchó un trueno ensordecedor, y las puertas del Gran Comedor se abrieron de golpe.

En la puerta apareció un hombre que se apoyaba en un largo bastón y se cubría con una capa negra de viaje. Se bajó la capucha, sacudió una larga melena en parte cana y en parte negra, y caminó hacia la mesa de los profesores.

Un sordo golpe repitió cada uno de sus pasos por el Gran Comedor. Llegó a un extremo de la mesa de los profesores, se volvió a la derecha y fue cojeando pesadamente hacia Dumbledore. El resplandor de otro rayo cruzó el techo.

— ¿Qué cara... ? — susurro Nymeria.

Aquella luz había destacado el rostro del hombre. Parecía como labrado en un trozo de madera desgastado por el tiempo y la lluvia. Cada centímetro de la piel parecía una cicatriz. La boca era como un tajo en diagonal, y le faltaba un buen trozo de la nariz. Pero lo que lo hacía verdaderamente terrorífico eran los ojos.

Uno de ellos era pequeño, oscuro y brillante. El otro era grande y de un azul vívido. El ojo azul se movía sin cesar, sin parpadear, girando para arriba y para abajo, a un lado y a otro, completamente independiente del ojo normal… y luego se quedaba en blanco, como si mirara al interior de la cabeza.

El extraño llegó hasta Dumbledore. Le tendió una mano tan toscamente formada como su cara, y Dumbledore la estrechó, murmurando palabras que nadie no consiguió oír. Parecía estar haciéndole preguntas al extraño, que negaba con la cabeza, sin sonreír, y contestaba en voz muy baja. Dumbledore asintió también con la cabeza, y le mostró al hombre un asiento vacío.

El extraño echo un vistazo rápidamente hacia los hermanos Targaryen, y después se sentó, sacudió su melena para apartarse el pelo de la cara; se acercó un plato de salchichas, sacó del bolsillo una pequeña navaja, pinchó una de las salchichas por un extremo y empezó a comérsela. Su ojo normal estaba fijo en la salchicha, pero el azul seguía yendo de un lado para otro sin descanso, moviéndose en su cuenca, fijándose tanto en el Gran Comedor como en los estudiantes.

— Les presento a nuestro nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras — dijo animadamente Dumbledore, ante el silencio de la sala —: el profesor Moody.

Lo normal era que los nuevos profesores fueran recibidos con saludos y aplausos, pero nadie aplaudió aquella vez, ni entre los profesores ni entre los alumnos, a excepción de Daenyra,  Hagrid y Dumbledore. El sonido de las palmadas de los tres resonó tan tristemente en medio del silencio que enseguida dejaron de aplaudir. Todos los demás parecían demasiado impresionados por la extraña apariencia de Moody para hacer algo más que mirarlo.

—¿Moody? — le susurró Harry a Ron —. ¿Ojoloco Moody? ¿Al que tu padre ha ido a ayudar esta mañana?

— Debe de ser él — dijo Ron.

— ¿Qué le ha ocurrido? — preguntó Hermione en voz muy baja — ¿Qué le pasó en la cara?

— No lo sé — contestó Ron, observando a Moody con fascinación.

Moody parecía totalmente indiferente a aquella fría acogida. Haciendo caso omiso de la jarra de zumo de calabaza que tenía delante, volvió a buscar en su capa de viaje, sacó una petaca y echó un largo trago de su contenido. Dumbledore volvió a aclararse la garganta.

— Como iba diciendo — siguió, sonriendo a la multitud de estudiantes que tenía delante, todos los cuales seguían con la mirada fija en Ojoloco Moody — tenemos el honor de ser la sede de un emocionante evento que tendrá lugar durante los próximos meses, un evento que no se celebraba desde hacía más de un siglo. Es un gran placer para mí informarles de que este curso tendrá lugar en Hogwarts el Torneo de los tres magos.

— ¡Se está quedando con nosotros! — dijo Fred en voz alta.

Repentinamente se quebró la tensión que se había apoderado del Gran Comedor desde la entrada de Moody. Casi todo el mundo se rió, y Dumbledore también, como apreciando la intervención de Fred.

— No me estoy quedando con nadie, señor Weasley — repuso — aunque, hablando de quedarse con la gente, este verano me han contado un chiste buenísimo sobre un trol, una bruja y un leprechaun que entran en un bar…

La profesora McGonagall se aclaró ruidosamente la garganta y Daenyra reprimió las ganas de reír.

— Eh... bueno, quizá no sea éste el momento más apropiado... No, es verdad —  dijo Dumbledore — ¿Dónde estaba? ¡Ah, sí, el Torneo de los tres magos! Bien, algunos de ustedes seguramente no saben qué es el Torneo de los tres magos, así que espero que los que lo saben me perdonen por dar una breve explicación mientras piensan en otra cosa.

»El Torneo de los tres magos tuvo su origen hace unos setecientos años, y fue creado como una competición amistosa entre las tres escuelas de magia más importantes de Europa: Hogwarts, Beauxbatons y Durmstrang. Para representar a cada una de estas escuelas se elegía un campeón, y los tres campeones participaban en tres pruebas mágicas. Las escuelas se turnaban para ser la sede del Torneo, que tenía lugar cada cinco años, y se consideraba un medio excelente de establecer lazos entre jóvenes magos y brujas de diferentes nacionalidades… hasta que el número de muertes creció tanto que decidieron interrumpir la celebración del Torneo.

—¿muertes? — susurro Nymeria. — ¡wow! — expresó fascinada.

— En todo este tiempo ha habido varios intentos de volver a celebrar el Torneo — prosiguió Dumbledore — ninguno de los cuales tuvo mucho éxito. Sin embargo, nuestros departamentos de Cooperación Mágica Internacional y de Deportes y Juegos Mágicos han decidido que éste es un buen momento para volver a intentarlo. Hemos trabajado a fondo este verano para asegurarnos de que esta vez ningún campeón se encuentre en peligro mortal.

»En octubre llegarán los directores de Beauxbatons y de Durmstrang con su lista de candidatos, y la selección de los tres campeones tendrá lugar en Halloween. Un juez imparcial decidirá qué estudiantes reúnen más méritos para competir por la Copa de los tres magos, la gloria de su colegio y el premio en metálico de mil galeones.

— ¡Ay, no! — exclamó disgustada. — Beauxbatons es mi antigua escuela... alto, sería fantástico participar y ganar. ¿No lo crees?

— Admito que me gustaría intentarlo, princesa…

Dumbledore volvió a hablar, y en el Gran Comedor se hizo otra vez el silencio.

— Aunque me imagino que todos están deseando llevase la Copa del Torneo de los tres magos —dijo — los directores de los tres colegios participantes, de común acuerdo con el Ministerio de Magia, hemos decidido establecer una restricción de edad para los contendientes de este año. Sólo los estudiantes que tengan la edad requerida (es decir, diecisiete años o más) podrán proponerse a consideración. — Dumbledore levantó ligeramente la voz debido a que algunos hacían ruidos de protesta en respuesta a sus últimas palabras, especialmente los gemelos Weasley, que parecían de repente furiosos — es una medida que estimamos necesaria dado que las tareas del Torneo serán difíciles y peligrosas, por muchas precauciones que tomemos, y resulta muy improbable que los alumnos de cursos inferiores a sexto y séptimo sean capaces de enfrentarse a ellas. Me aseguraré personalmente de que ningún estudiante menor de esa edad engañe a nuestro juez imparcial para convertirse en campeón de Hogwarts. — sus ojos de color azul claro brillaron especialmente cuando los guiñó hacia los rostros de Fred y George —. Así pues, les ruego que no pierdan el tiempo presentándose si no han cumplido los diecisiete años.

»Las delegaciones de Beauxbatons y Durmstrang llegarán en octubre y permanecerán con nosotros la mayor parte del curso. Sé que todos tratarémos a nuestros huéspedes extranjeros con extremada cortesía mientras están con nosotros, y que darán su apoyo al campeón de Hogwarts cuando sea elegido o elegida. Y ya se va haciendo tarde y sé lo importante que es para todos ustedes estar despiertos y descansados para empezar las clases mañana por la mañana. ¡Hora de dormir! ¡Andando!

Dumbledore volvió a sentarse. Los estudiantes hicieron mucho ruido al ponerse en pie y dirigirse hacia la doble puerta del vestíbulo. Nymeria buscó a sus amigos con la mirada, pero estaban completamente concentrados hablando con los gemelos, vio fuzgamente a Daella decirle adiós y perderse junto a todos sus compañeros de casa.

— Vamos. — escucho a Draco, lo miro a él y después a sus amigos, ya tendría oportunidad de verlos al día siguiente, la joven camino junto a Malfoy, sin dejar de mirar hacia atrás.

—¡No pueden hacer eso! — protestó George Weasley, que no se había unido a la multitud que avanzaba hacia la salida sino que se había quedado quieto, de pie y mirando a Dumbledore— Nosotros cumpliremos los diecisiete en abril: ¿por qué no podemos tener una oportunidad?

— No me van a impedir que entre — aseguró Fred mirando a la mesa de profesores con el entrecejo fruncido —  Los campeones tendrán que hacer un montón de cosas que en condiciones normales nunca nos permitirían. ¡Y hay mil galeones de premio!

—Sí — asintió Ron, con expresión soñadora —  Sí, mil galeones...

— Vamos — dijo Hermione— si no nos movemos nos vamos a quedar aquí solos.

Harry se dio cuenta de que la mesa de Slytherin ya estaba vacia.

Minutos después, Harry y Ron se pusieron el pijama y se metieron en la cama. Alguien (un elfo doméstico, sin duda) había colocado calentadores entre las sábanas. Era muy placentero estar allí, en la cama, y escuchar la tormenta que azotaba fuera.

— Podría presentarme — dijo Ron en la oscuridad, medio dormido — si Fred y George descubren cómo hacerlo… El Torneo… nunca se sabe, ¿verdad?

— Supongo que no... — Harry se dio la vuelta en la cama y una serie de nuevas imágenes deslumbrantes se le formaron en la mente: engañaba a aquel juez imparcial y le hacía creer que tenía diecisiete años... Lo elegían campeón de Hogwarts... Se hallaba en el campo, con los brazos alzados delante de todo el colegio, y sus compañeros lo ovacionaban... Acababa de ganar el Torneo de los tres magos, y de entre la borrosa multitud estaba ella, Nymeria, mirándolo orgullosa con aquellos impresionantes ojos violetas.

Harry sonrió a la almohada, contento de que Ron no pudiera ver lo que él veía.













































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Hello, ¿cómo están?

Volvimos con un capítulo más, la verdad me dio mucha nostalgia terminar de escribirlo, por la triste noticia de Michael Gambon, nuestro profesor Dumbledore a partir de la tercer película.

Ahora. Uno, el Jarras manifestó bien kbron y dos, creo que era obvio a que casa iba Daella.

Y bueno ¿Qué creen que suceda con Nymeria y Dreiko?

Sin nada más que añadir, nos leemos (espero) pronto.

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