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Capítulo 27

【 Los Mundiales de quidditch 】

La emoción se contagiaba fácilmente, y Harry no podía dejar de sonreír. Caminaron por el bosque hablando y bromeando, hasta que salieron por el otro lado se hallaron a la sombra de un gigantesco estadio.

—Hay asientos para cien mil personas —explicó el señor Weasley, observando la expresión de Harry—. Quinientos funcionarios han estado trabajando durante todo el año para levantarlo. Cada centímetro del edificio tiene un repelente mágico de muggles. Cada vez que los muggles se acercan hasta aquí, recuerdan de repente que tenían una cita en otro lugar y salen rápidamente... ¡Dios los bendiga! —añadió caminando delante de los demás hacia la entrada más cercana, que ya estaba rodeada de magos y brujas.

—¡Asientos de primera! —dijo la bruja del Ministerio al comprobar sus entradas—. ¡Tribuna principal! Todo recto escaleras arriba, Arthur, arriba de todo.

Subieron con la multitud, que poco a poco iba entrando por las puertas que daban a las tribunas que había a derecha e izquierda. El grupo del señor Weasley siguió subiendo hasta llegar al final de la escalera y se encontró en una pequeña tribuna ubicada en la parte más elevada del estadio. Había pocas butacas de color rojo y dorado, dividas en dos filas. Harry tomó asiento con los demás en la fila de delante y observó a detalle el estadio que tenían a sus pies.

Cien mil magos y brujas ocupaban sus asientos en las gradas. Por supuesto intento encontrar a una chica en especial entre tantas personas.

A cada extremo se levantaban tres aros de gol, a unos quince metros de altura. Justo al frente de la tribuna, casi a la misma altura de sus ojos, había un panel gigante. Unas letras de color dorado iban apareciendo en él y luego se borraban. Harry se dio cuenta de que lo que se leía eran anuncio.

La Moscarda: una escoba para toda la familia: fuerte, segura y con alarma antirrobo incorporada ... Quitamanchas mágico multiusos de la Señora Skower: adiós a las manchas, adiós al esfuerzo ... Harapos finos, moda para magos: Londres, París, Dragonstone, Hogsmeade...

Harry apartó los ojos de los anuncios y miró alrededor para ver con quiénes compartían la tribuna. No había llegado nadie aún, salvo una criatura diminuta que estaba sentada en la antepenúltima butaca de la fila de atrás. Llevaba puesto a modo de toga un paño de cocina y se tapaba la cara con las manos. Aquellas orejas largas le resultaron muy familiares...

—¿Dobby? —preguntó Harry, extrañado.

La diminuta figura levantó la cara y separó los dedos, mostrando unos enormes ojos castaños y una nariz que tenía la misma forma. No era Dobby... pero no cabía duda de que se trataba de un elfo domésticos.

—¿El señor acaba de llamarme Dobby? —chilló el elfo. Tenía una voz aún más aguda que la de Dobby, que le hizo suponer a Harry (aunque era difícil asegurarlo tratándose de un elfo doméstico) que era hembra.

Ron y Hermione se giraron en sus asientos para mirar. Aunque Harry les había hablado mucho de Dobby, nunca lo habían visto. Incluso el señor Weasley se mostró interesado.

—Disculpe — le dijo Harry — la he confundido con un conocido.

—¡Yo también conozco a Dobby, señor! —chilló la elfina — Me llamo Winky, señor... y usted, señor... —En ese momento reconoció la cicatriz de Harry —. ¡Usted es, sin duda, Harry Potter!

—Sí, lo soy —contestó Harry.

—¡Dobby habla todo el tiempo de usted, señor! —dijo ella, bajando las manos un poco pero conservando su expresión de miedo.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó Harry— ¿Qué tal le sienta la libertad?

—¡Ah, señor! —respondió Winky, moviendo la cabeza de un lado a otro— no quisiera faltarle al respeto, señor, pero no estoy segura de que le hiciera un favor a Dobby al liberarlo, señor.

—¿Por qué? —se extrañó Harry— ¿Qué le pasa?

—La libertad se le ha subido a la cabeza, señor —dijo Winky con tristeza— Tiene raras ideas sobre su condición, señor. No encuentra dónde colocarse, señor.

—¿Por qué no? —inquirió Harry.

Winky bajó el tono de su voz para susurrar:

—Pretende que le paguen por trabajar, señor.

—¿Que le paguen? —repitió Harry, sin entender— Bueno... ¿por qué no tendrían que pagarle?

La idea pareció horrorizar a Winky, que oculto su rostro entre sus manos nuevamente.

—¡A los elfos domésticos no se nos paga, señor! —explicó en un chillido— No, no, no. Le he dicho a Dobby, se lo he dicho, ve a buscar una buena familia y asiéntate, Dobby. Se está volviendo un juerguista, señor, y eso es muy indecoroso en un elfo doméstico. Si sigues así, Dobby, le digo, lo próximo que oiré de ti es que te han llevado ante el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas, como a un vulgar duende.

—Bueno, ya era hora de que se divirtiera un poco —opinó Harry.

—La diversión no es para los elfos domésticos, Harry Potter — dijo Winky con firmeza — Los elfos domésticos obedecen. No soporto las alturas, Harry Potter... —Miró hacia el borde de la tribuna y tragó saliva— Pero mi amo me manda venir a la tribuna principal, y vengo, señor.

—¿Por qué te manda venir tu amo si sabe que no soportas las alturas? —preguntó Harry, levantando una ceja.

—Mi amo... mi amo quiere que le guarde una butaca, Harry Potter, porque está muy ocupado —dijo Winky — Winky está deseando volver a la tienda de su amo, Harry Potter, pero Winky hace lo que le mandan, porque Winky es una buena elfina doméstica.

Aterrorizada, echó otro vistazo al borde de la tribuna, y volvió a taparse los ojos completamente. Harry se giro hacia los demás.

—¿Así que eso es un elfo doméstico? —murmuró Ron — Son extraños, ¿verdad?

—Dobby era aún más extraño —aseguró Harry.

Ron sacó los omniculares y comenzó a probarlos, mirando con ellos a la multitud que había abajo, al otro lado del estadio.

—¡Sensacional! — exclamó, girando el botón de retroceso que tenía a un lado — Puedo hacer que aquel viejo se vuelva a meter el dedo en la nariz una vez... y otra... y otra...

Hermione, mientras tanto, leía con interés su programa.

— Antes de que empiece el partido habrá una exhibición de las mascotas de los equipos —leyó en voz alta.

— ¿Creen que Nymeria realmente vaya venir? — preguntó Harry, Hermione intercambio una mirada con Ron. El pelirrojo tardo en entender, hasta que negó con la cabeza indicando que Harry aún no tenía idea del baile entre Nymeria y Malfoy. — ¿Sucede algo malo?

— No, tranquilo. — aseguró la castaña — Nymeria no debe tardar.

— Justo hace un año la encontré en el Callejón Diagon. — les dijo sonriente, Hermione regreso la vista al programa que sostenía en sus manos.

Durante la siguiente media hora se fue llenando lentamente la tribuna. El señor Weasley no paró de estrechar la mano a personas que obviamente eran magos importantes, hasta cierto punto no habia señales de la Princesa Nymeria Targaryen. Cuando llegó Cornelius Fudge, el mismísimo ministro de Magia, la reverencia de Percy fue tan exagerada que se le cayeron las gafas y se le rompieron. Muy avergonzado las reparó con un golpe de la varita y a partir de ese momento se quedó en el asiento, echando miradas de envidia a Harry, a quien Cornelius Fudge saludó como si se tratara de un viejo amigo.

— Ya sabe, Harry Potter —le dijo muy alto al ministro de Bulgaria —. ¡Harry Potter...! Seguro que lo conoce: el niño que sobrevivió a Quien-usted-sabe... Tiene que saber quién es...

El búlgaro vio de pronto la cicatriz de Harry y, señalándola, se puso a decir en voz alta y visiblemente emocionado cosas que nadie entendía.

—Sabía que al final lo conseguiríamos —le dijo Fudge a Harry cansinamente—. No soy muy bueno en idiomas; para estas cosas tengo que echar mano de Barty Crouch. Ah, ya veo que su elfina doméstica le está guardando el asiento. Ha hecho bien, porque estos búlgaros quieren quedarse los mejores sitios para ellos solos... ¡Ah, ahí está Lucius!

Harry, Ron y Hermione se giraron rápidamente. Los que se encaminaban hacia tres asientos aún vacíos de la segunda fila, justo detrás del padre de Ron, no eran otros que los antiguos amos de Dobby: Lucius Malfoy, su hijo Draco y una mujer que Harry supuso que sería la madre de Draco.

— ¡Ah, Fudge! — dijo el señor Malfoy, tendiendo la mano al llegar ante el ministro de Magia —. ¿Cómo estás? Me parece que no conoces a mi mujer, Narcissa, ni a nuestro hijo, Draco. No tuvimos mucho tiempo para conversar en Dragonstone.

— Es verdad ¿Cómo está usted?, ¿cómo estás? —saludó Fudge, sonriendo e inclinándose ante la señora Malfoy—. Permítanme presentarles al señor Oblansk... Obalonsk... al señor... Bueno, es el ministro búlgaro de Magia, y, como no entiende nada de lo que digo, da lo mismo. Veamos quién más... Supongo que conoces a Arthur Weasley.

Fue un momento muy tenso e incómodo. El señor Weasley y el señor Malfoy se miraron el uno al otro, y Harry recordó claramente la última ocasión en que se habían visto: había sido en la librería Flourish y Blotts, y se habían peleado. Los fríos ojos del señor Malfoy recorrieron al señor Weasley y luego la fila en que estaba sentado.

—Por Dios, Arthur —dijo con suavidad—, ¿qué has tenido que vender para comprar entradas en la tribuna principal? Me imagino que no te ha llegado sólo con la casa.

Fudge, que no escuchaba, dijo:

—Lucius acaba de aportar una generosa contribución para el Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas, Arthur. Ha venido aquí como invitado mío.

—¡Ah... qué bien! —dijo el señor Weasley, con una sonrisa muy tensa.

El señor Malfoy observó a Hermione, que se puso algo colorada pero le devolvió la mirada con determinación. Sin embargo, el señor Malfoy no se atrevió a decir nada delante del ministro de Magia. Con la cabeza hizo un gesto desdeñoso al señor Weasley, y continuó caminando hasta llegar a sus asientos. También Draco lanzó a Harry, Ron y Hermione una mirada de desprecio, sobre todo a la castaña y luego se sentó entre sus padres.

— Asquerosos — murmuró Ron cuando él, Harry y Hermione se volvieron de nuevo hacia el campo de juego. Esta última se mostraba más pensativa que nunca.

Minutos después, la expresión de felicidad por parte de Cornelius Fudge provocó que media tribuna de volviera hacia un punto en específico, la princesa Nymeria Targaryen apareció junto a su tío, el príncipe Rhaegar Targaryen. La joven heredera llevaba puesto lo que parecía ser un traje de montura que la cubría hasta el cuello, en tono negro con excepción de las mangas largas en tono vino haciendo juego con aquella ondeante capa que resaltaba la pequeña insignia del dragón de tres cabezas en su pecho del lado derecho.. Sus cabellos de oro y plata caían en un peinado sencillo. La expresión rebelde y alegre que tanto la caracterizaba se había esfumado, mantenía un semblante amable pero serio.

El rostro de Harry se iluminó por completo al grado de que se levantó de su asiento, Nymeria al verlo ni siquiera hizo caso de lo que el ministro les decía tanto a ella como a su tío, por primera vez en días sonrió genuina, se aparto de Rhaegar Targaryen y se encamino a grandes zancadas hacia Harry, chocando en un abrazo que casi le tiro las gafas del rostro. Hermione se levantó gustosa y tiro de Ron para unirse al encuentro.

La joven heredera no se percató de que Draco Malfoy al igual que Harry Potter se había levantado de su lugar y tontamente creyó que Nymeria caminaba emocionada hacia él. La enorme molestia que sentia lo hizo querer bajar a la fila en donde Nymeria, Harry, Hermione y Ron se encontraban, pero Lucius Malfoy lo detuvo de hacer tal locura, obligándolo a volver a su asiento, ya había sido suficiente humillación.

— Ni lo pienses.

Draco intento debatir, pero la dura mirada por parte de Lucius lo hizo quedarse en su asiento, disgustado intento mirar hacia otro lado sin poder evitar observar de reojo a Potter aferrándose como un idiota a Nymeria.

Nymeria se separó sonriente de Harry y le acomodo las gafas, fue entonces que el pelinegro noto algo distinto en ella, si bien se mostraba feliz, sus ojos violetas habían perdido un poco de brillo. — Hola. — dijo Nymeria finalmente. Miro por encima del hombro de Harry, y vio a sus dos amigos restantes.

— ¡Weasley que bueno verte! — chillo también abrazandolo, el rostro de Ron era todo un dilema. Harry rió.

— No creo que debas hacer eso, Nymeria. — susurro lo más bajo posible, la rubia levantó una ceja.

— ¿Por qué no? ¿De que hablas? — pregunto con una sonrisa, Hermione la abrazo, provocando que su sonrisa se ensanchara aún más.

— ¿Cómo has estado? — pregunto Hermione, la joven princesa trago saliva con dificultad y mantuvo su sonrisa.

— Bien. — respondió insegura pero manteniendo su semblante, lo menos que deseaba era echarse a llorar ahí. — ¡Señor Weasley me da gusto volver a verle! ¿Me recuerda? — pregunto Nymeria amable extendiendo su mano. El hombre aceptó el saludo amistosamente.

— Princesa Nymeria Targaryen ¿Cómo olvidarlo? — la rubia sonrió.

— ¡Niña dragón! — dijeron los gemelos al mismo tiempo. — ¿La profesora no te ha acompañado?

— ¿Mi mamá? — inquirió divertida — se ha quedado en Dragonstone, problemas sin importancia pero que requerían su presencia.

— Que mala...

— Suerte.

Nymeria saludo a los demás manteniendo una actitud amistosa, hasta que topo pared con Ginny Weasley, quien le sonrió y apenas estrecho su mano. Tenía el presentimiento de que quizás no le agradaba mucho a la hermana de Ron, pensativa se devolvió y entonces la princesa heredera sintió la extraña necesidad de levantar su vista hacia la segunda fila, encontrándose con unos ojos grises que la miraban, Draco y sus padres estaban justo detrás de los Weasley. Nymeria quiso privarse de acercarse, siendo imposible, en menos de lo que pensó ya estaba saltando de un asiento a otro, un sentimiento de emoción la invadió tan solo verlo.

— Princesa Nymeria, es un honor contar con su presencia. — comentó Lucius, Nymeria se volvió hacia el padre de Draco. — ¿me acepta un consejo? Debería reconsiderar con que clase de personas se relaciona.

La joven supo de inmediato a quienes se refería, por supuesto que le molesto, Nymeria se limitó a sonreir. Le dedicó una mirada a Draco de nuevo, quien estaba disgustado con ella, ¿Por qué correr a los brazos de Potter? ¿Por qué no se emocionó tanto al verlo a él? Tan rápido como su enojo apareció, se disipó al notar él brazo izquierdo de Nymeria ligeramente vendado, las mangas color vino de su traje lograban cubrir la mayoría. — Draco. Señora Malfoy. — saludo Nymeria más formal de lo que planeó hacerlo. La madre de Draco le sonrió de manera fugaz, la princesa pudo sentir el mismo rechazo de hace minutos justo por parte de la hermana de Ron.

— ¿Qué te sucedió en el brazo? — pregunto el rubio sin rodeos.

Los ojos violetas de Nymeria se agrandaron y de golpe miro de reojo su brazo. — Una ligera caida del caballo. — respondió audaz elevando su mirada de nuevo sin perder la oportunidad de esconder su brazo herido. — Ya ha sanado casi por completo.

— ¿Una caída? — pregunto.

— Si.

— Eres jinete de un dragón ¿Cómo es que te caíste de un simple caballo? — insistió confundido, Nymeria no sabia qué responderle, por supuesto deseaba contarle, sin embargo ahora mismo no era el momento.

— ¡Nyny! — la voz de su tía Amy la hizo girarse.

— Tengo que irme... Fue un gusto. — le devolvió la sonrisa a los tres y después dio la vuelta encaminándose hacia Harry, quien la miraba confundido. Hermione y Ron habían regresado a sus lugares, compartiendo un par de miradas — No tardare.

La princesa heredera se alejó durante unos minutos, Harry regreso a su lugar pensativo, pero sin dejar de observar a Nymeria, quien afirmaba con la cabeza cada que Rhaegar Targaryen parecía darle una indicación, vio a los dos adultos tomar un par de lugares, mientras la joven Targaryen se giraba sonriente y se encaminaba de nuevo hacia él, pero esta vez, se dejó caer en el asiento vacío de al lado.

— ¿El asiento estaba ocupado?, mis disculpas pero la princesa heredera desea disfrutar del partido justo desde aquí... — le dijo Nymeria en tono divertido con una pizca de altanería en su mirada, Harry se echo a reír. — ¿Qué es esto? — pregunto curiosa al ver una cosa prismática de metal que el pelinegro sostenía.

— ¿Qué cosa? ¡oh, esto! Son unos omniculares, puedes volver a ver una jugada incluso a cámara lenta. ¿Quieres observar algo? — la princesa asintió entusiasmada, se retiró los guantes negros y tomó el objeto entre sus manos, tal como Ron minutos atrás, miro hacia la multitud — Es genial ¿no?.

— En definitiva. — afirmó sonriente, mirándolo aún con los omniculares. — Puedo ver de manera clara un moco en tu nariz desde aquí. — la sonrisa de Harry desapareció de inmediato llevándose una de sus manos a la nariz, Nymeria dejó escapar una carcajada. — ahora, puedo volver a verlo las veces que yo quiera.

— Eres mala.

— Un poco. — respondió extendiendo los omniculares para que Harry los tomara. Hermione los observaba con una sonrisa, mirando de reojo a Malfoy, quien no les quitaba los ojos de encima.

Un segundo más tarde, Ludo Bagman llegaba a la tribuna principal.

—¿Todos listos? —preguntó. — Señor ministro, ¿qué le parece si empezamos?

—Cuando tú quieras, Ludo —respondió Fudge complacido. Ludo sacó la varita, se apuntó con ella a la garganta y dijo:

— ¡Sonorus! — Su voz se alzó por encima de la multitud que abarrotaba ya el estadio —. Damas y caballeros... ¡bienvenidos! ¡Bienvenidos a la cuadringentésima vigésima segunda edición de la Copa del Mundo de quidditch!

Los espectadores gritaron y aplaudieron.
El enorme panel que tenían enfrente borró su último anuncio (Grageas multisabores de Bertie Bott: ¡un peligro en cada bocado!) y mostró a continuación: BULGARIA: 0; IRLANDA: 0.

—Y ahora, sin más dilación, permítanme que les presente a... ¡las mascotas del equipo de Bulgaria!

Las tribunas del lado derecho, que eran un bloque de color escarlata, bramaron su aprobación.

— Por los colores de mi casa, pareciera que apoyo a Bulgaria, aunque admito que lo hago solo por Krum. — le comentó Nymeria.

— ¿Viktor Krum? — pregunto Ron de inmediato. — ¿Eres su fan?

— Es atractivo. — admitió en voz alta. Hermione la escucho e hizo una mueca — además es... Increíble.. — dijo lo último bastante sonriente al mismo tiempo que Ron. La platinada se echo a reír al ver la emoción que el joven Weasley emanaba. Los tres regresaron la vista al frente.

—Me pregunto qué habrán traído —dijo el señor Weasley, —. ¡Aaah! —De pronto se quitó las gafas y se las limpió a toda prisa— ¡Son veelas!

—¿Qué son vee...?

Pero un centenar de veelas acababan de salir al campo de juego, y la pregunta de Harry quedó respondida. Las veelas eran mujeres sumamente hermosas, pero instintivamente sus ojos verdes se desviaron hacia la joven que estaba sentada justo a su lado, quien observaba el campo de juego.

— Son bonitas ¿no? — comentó Nymeria alegre, Harry asintió, sin prestar atención al frente.

Cesó la música. A su lado, Ron permanecía inmóvil. El estadio se sumió en gritos de protesta. La multitud no quería que las veelas Harry apenas acertaba a comprender qué hacía en su pecho aquel trébol grande y verde. Ron, mientras tanto, hacía trizas, sin darse cuenta, los tréboles de su sombrero. El señor Weasley, sonriendo, se inclinó hacia él para quitárselo de las manos.

—Lamentarás haberlos roto en cuanto veas a las mascotas de Irlanda —le dijo.

—¿Eh? —musitó Ron, mirando con la boca abierta a las veelas, que acababan de alinearse a un lado del terreno de juego.

—Y ahora — dijo Ludo Bagman— tengan la bondad de alzar sus varitas para recibir a... ¡las mascotas del equipo nacional de Irlanda!

En aquel momento, lo que parecía ser un cometa de color oro y verde entró en el estadio como disparado, dio una vuelta al terreno de juego y se dividió en dos cometas más pequeños que se dirigieron a toda velocidad hacia los postes de gol. Repentinamente se formó un arco iris que se extendió de un lado a otro del campo de juego, conectando las dos bolas de luz.
A continuación se desvaneció el arco iris, y las dos bolas de luz volvieron a juntarse y se abrieron: formaron un trébol enorme y reluciente que se levantó en el aire y empezó a elevarse sobre las tribunas. De él caía algo que parecía una lluvia de oro.

— ¡Es fantástico! — exclamó Nymeria cuando el trébol se elevó sobre el estadio dejando caer pesadas monedas de oro que rebotaban al dar en los asientos y en las cabezas de la multitud. La princesa entrecerro los ojos, Harry apreció que estaba compuesto de miles de hombrecitos diminutos con barba y chalecos rojos, cada uno de los cuales llevaba una diminuta lámpara de color oro o verde.

—¡Son leprechauns! —explicó el señor Weasley.

— ¡Aquí tienes! — dijo Ron contento, poniéndole a Harry un montón de monedas de oro en la mano— ¡Por los omniculares! ¡Ahora me tendrás que comprar un regalo de Navidad!

Nymeria aún sonriente levanto una ceja.

El enorme trébol se disolvió, los leprechauns se fueron hacia el lado opuesto al que ocupaban las veelas.

— Y ahora, damas y caballeros, ¡demos una calurosa bienvenida a la selección nacional de quidditch de Bulgaria! Con ustedes... ¡Dimitrov!

Una figura vestida de escarlata entró tan rápido montada sobre el palo de su escoba que sólo se pudo distinguir un borrón en el aire. La afición del equipo de Bulgaria aplaudió como loca.

—¡Ivanova!

Una nueva figura hizo su aparición zumbando en el aire, igualmente vestida con una túnica de color escarlata.

—¡Zograf!, ¡Levski!, ¡Vulchanov!, ¡Volkov! yyyyyyyyy... ¡Krum!

— ¡Ron! ¿Escuchaste? — grito Nymeria, mientras zarandeaba a Harry del hombro.

—¡Si, Nymeria es él! —gritó Ron, siguiendo a Krum con los omniculares.

Viktor Krum era delgado, moreno y de piel cetrina, con una nariz grande y curva y cejas negras y muy pobladas. Costaba creer que sólo tuviera dieciocho años.

— Y recibamos ahora con un cordial saludo ¡a la selección nacional de quidditch de Irlanda! — grito Bagman —. Les presento a... ¡Connolly!, ¡Ryan!, ¡Troy!, ¡Mullet!, ¡Moran!, ¡Quigley! yyyyyyyyy... ¡Lynch!

Siete borrones de color verde rasgaron el aire al entrar en el campo de juego. Harry logro conseguir ver con los omniculares la inscripción «Saeta de Fuego» en cada una de las escobas y los nombres de los jugadores bordados en plata en la parte de atrás de las túnicas.

— Y ya por fin, llegado desde Egipto, nuestro árbitro, el aclamado Presimago de la Asociación Internacional de Quidditch: ¡Hasán Mustafá!

Entonces, caminando a zancadas, entró en el campo de juego un mago vestido con una túnica dorada que hacía juego con el estadio. Harry volvió a poner en velocidad normal sus omniculares y observó atentamente a Mustafá mientras éste montaba en la escoba y abría la caja con un golpe de la pierna: cuatro bolas quedaron libres en ese momento: la quaffle, de color escarlata; las dos bludgers negras, y (Harry la vio sólo durante una fracción de segundo, porque inmediatamente desapareció de la vista) la alada, dorada y minúscula snitch. Soplando el silbato, Mustafá emprendió el vuelo detrás de las bolas.

—¡Comieeeeeeeeenza el partido! —gritó Bagman.





























































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Holaaaa

Volvió la pérdida, pero, solo porque hoy es un día muy especial xDBGirlWritterx esta de cumpleaños y este capítulo va dedicado especialmente para ella.

Como siempre pueden dejar sus teorías o opiniones, siempre las tomó muy en cuenta.

Sin nada más que añadir, nos leemos (espero) pronto 💖

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