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Capítulo 9
【 El mapa del merodeador 】


Mucho se comento sobre la posible expulsión de la princesa Nymeria Targaryen, misma que no sucedió, el misterio aún seguía latente, pues nadie sabía a ciencia cierta a dónde se la llevó Syrax.

Daenyra mantenía la vista fija en su hija, quien no había dicho palabra alguna desde que volvió de hablar con el director. Nymeria estaba pérdida en sus propios pensamientos, la princesa había sido revisada por la señora Pomfrey después de presentarse en el Gran Comedor, alarmado a todos. Sin embargo la joven Targaryen no estaba herida.

— ¿Estas consiente de que lo hiciste ameritaba tu expulsión? — Nymeria levanto la mirada y no respondió — Syrax volverá a Dragonstone...

— ¡No puedes hacer eso! — La joven Targaryen se paro de la silla y miro furiosa a su madre.

— Se quedará en Dragonstone, en donde estará más...

— ¡Syrax es mi dragona, no tuya! — grito la princesa comenzando a exaltarse. — ¡No tienes derecho de hacer tal cosa!

— Si puedo, porqué uno, soy tu madre, y dos, no tienes permitido traer a Syrax contigo. ¡Hablamos del tema antes de venir! ¿Por qué no confiaste en mi y contarme tus razones...?

— ¡Mamá, estas loca! ¡Dime como quieres que confíe en ti, si tú no lo haces!

— Por supuesto que confío en ti. — Daenyra se levantó de su lugar y miro a su hija de manera comprensiva. Rodeó el escritorio y camino hasta ella, quedando frente a frente.

— ¡No, si realmente confiaras en mi, me dirías de una buena vez quien es mi padre, pero siempre evitas el tema!

— Es distinto, Nymeria — la respuesta de Nyra aumentó el enojo que había en su hija. — Solo quiero entender la razón del porque trajiste a Syrax contigo.

— Si fueses una buena madre lo sabrías, pero estas tan ocupada en ocultarme tu tonto pasado que no lo sabes — las palabras de Nymeria calaron en el pecho de Nyra.

— ¡Nymeria, ya basta!

— ¡No! ¿Quieres saber porqué traje a Syrax conmigo? Pues bien, todo el maldito verano Alyssa se la paso repitiendo una y otra vez que en vacaciones, aprovechando mi ausencia reclamaría a mi dragona como suya, porque ella SI ES una verdadera Targaryen no como yo, una sucia bastarda... — los ojos de Nymeria se cristalizaron — estas tan ocupada con tu vida privada que no te das cuenta del infierno que vivo dia con dia solo por no tener un padre que me reconozca. ¿Sabes lo que dicen de ti en los pasillos y en el Reino entero? Que eres la deshonrada hija del rey, y que solo naturalizó a su nieta por lastima, porque no aspiras a ser más que una zorra y sabes que... He llegado a creer que tienen razón.

Nymeria salió del despacho azotando la puerta, dejando a su madre con el alma rota. Horas después, Nyra no se percató de que la media noche estaba por llegar, estaba perdida en sus propios pensamientos, le dolía profundamente cada palabra que su hija le había dicho, intentar ocultar la verdad había resultado más hiriente de lo que alguna vez llegó a pensar.

Tomó un pergamino y se sentó a escribir una carta para su hermano, Rhaegar Targaryen, quien tiene residencia en Rumania junto a su esposa. Al parecer para Nyra, la situación estaba saliéndose de sus manos. Debía desahogarse y en ese precisamente momento le hacia falta alguien de su plena confianza. Sello la carta y la dejó en su escritorio, por la mañana iría a la buhonera para buscar un ave y asignarle la tarea de llevar dicha carta.

Se recosto en la cama un momento, se sentía bastante estresada, no podía salir así. El cansancio poco a poco la hizo cerrar sus ojos y durante un par de minutos se quedó completamente dormida, hasta que  la sensación de algo o alguien presente en su habitación la puso en alerta. Intento mantener la calma, aun con los ojos cerrados, pero le fue imposible no reaccionar cuando sintió como alguien tomaba parte de sus cabellos plata entre sus dedos, al abrir los ojos y sentarse sobre su lugar, no había absolutamente nada.

Buscó con desesperación su varita, gracias a la luz de la Luna que ingresaba por la ventana la encontró, la había dejado sobre el escritorio ¿Cómo podía dejar su única arma de defensa tan lejos de ella?

— Lumos — pronunció con voz temblorosa acercándose a la parte más oscura de su habitación, abrió despacio la puerta que daba a su pequeño despacho, pero a simple vista no había nada raro ni sospechoso, dejó escapar un suspiro, estaba paranoica, no había duda, solo fue un mal sueño. Decidio salir a tomar un poco de aire y deambular por los pasillos, mientras estos estaban desolados, con una aparente tranquilidad recorría nostalgica la que una vez también fue su escuela, entonces esa horrible sensación regreso a ella.

— Targaryen — Nyra se detuvo al escuchar su apellido, al darse vuelta se encontró con el profesor Snape.

— Snape — pronuncio con algo de seriedad. — ¿Qué hace despierto a esta hora?

— Lo mismo me pregunto — comentó completamente serio y después de una pausa dijo: — Rondas. Recuerde profesora que hay un asesino acechando esta escuela.

— Lo tengo muy presente, Severus — dijo Daenyra, mirando en dirección al gran ventanal — Es precisamente la razón porque la que he salido de mis aposentos, creo que estoy enloqueciendo, irónico siendo una Targaryen, regularmente el poder es lo que nos lleva a ello. ¿Cómo se encuentra Harry?

— Vivo. — respondió con obviedad, Nyra para sorpresa de ella y de él, dejó escapar una risita.

— Tu personalidad fría sigue intacta, Sev. — dijo Nyra alegremente pero al darse cuenta de lo dicho, se aclaro la garganta — Mañana temprano iré a verlo personalmente, el tema de mi hija me tenía muy nerviosa, aún me tiene nerviosa.

— Rebelde y salvaje. Idéntica a él, al menos en ese aspecto. — Nyra guardo silencio, desvío la vista hacia la nada, vaya que tenía razón. Tomó entre sus dedos el dije que descansaba sobre su pecho. — ¿De dónde lo sacaste?

Pregunto Snape con brusquedad, Nyra retrocedió un paso y lo miro confundida. Después comprendió que se refería a la "L" que sostenía.

— Fue un regalo para mi hija.

— Las iniciales de tú hija son otras...

— Hablaba de Lyra, no de Nymeria. — murmuro Daenyra, se podía percibir algo de dolor en sus palabras, Snape no dijo nada — Creo que... Deberia retirarme. Buenas noches Severus.

— ¿A dónde iría usted a esta hora? Le recuerdo que es peligroso salir...

— ¿Es desconfianza hacia mi ó... Preocupación? Me sigue costando mucho leerlo Severus, pero, yo le recuerdo que estamos del mismo lado, tenga eso por seguro. — dijo Daenyra con dureza en sus palabras, sus ojos violetas lo miraron por última vez y posteriormente se fue de allí. Snape la observo irse, se quedó ahí durante un rato, observando a través del enorme ventanal. Minutos después alcanzó a distinguir la figura de un lobo huargo a lo lejos, debido al pelaje que este tenía, un plateado tan brillante como la luna y como se perdía entre la oscuridad de la noche.

La señora Pomfrey insistió en que Harry se quedara en la enfermería todo el fin de semana. El muchacho no se quejó, pero no le permitió que tirara los restos de la Nimbus 2000. Sabía que era una tontería y que la Nimbus no podía repararse, pero Harry no podía evitarlo. Era como perder a uno de sus mejores amigos.

El domingo por la mañana Harry recibió una visita inesperada, la profesora Targaryen llegó tan sonriente como siempre, lo que pocos sabían es que detrás de esa sonrisa, cargaba una gran tristeza, saludo a Pomfrey y después miro en dirección a Harry.

— ¿Cómo te sientes, Harry? — preguntó dulcemente la mujer, posandose junto a la camilla donde yacia el chico.

— Mucho mejor profesora — respondió en un susurro.

— Me alegra escuchar eso. Nos preocupaste a todos — comentó acariciando el cabello alborotado de Harry, como una madre lo haría con su hijo.

— ¿Como esta Nymeria? — se ánimo a preguntar.

— Enojada y castigada — respondió Nyra en un suspiro — Harry, se que entre mi hija y tú hay una bonita amistad, dime ¿Nymeria te contó algo sobre su pequeño gran secreto?

— No señora, quiero decir, profesora — dijo Harry apresuradamente. A Nyra no le sorprendió que su hija se guardara dicho secreto para ella misma, creyó en la palabras del joven, pues en ellas vio sinceridad.

— Gracias por tu honestidad. — dijo Nyra en agradecimiento.

— No van expulsar a Nymeria ¿cierto? — pregunto preocupado.

— No Harry, tranquilo. — sonrió Nyra enternecida.

— Es bueno saberlo.

— Por cierto te mencione que tu mamá y yo fuimos amigas — dijo con una pequeña sonrisa, Harry asintió, Nyra se quito del cuello el dije que llevaba, lo sostuvo durante unos segundos en silencio y posteriormente se lo dio a Harry — Perteneció a Lily antes que a mi, llegue a la conclusión de que lo correcto es que tú lo tengas, quizá en un futuro, puedas obsequiarselo a alguien.

El chico lo admiro como si fuese su mayor tesoro, pero la expresión de angustia no se iba del rostro de Harry, había algo más que lo atormentaba, se notaba a distancia.

— Profesora... — susurro cabizbajo.

— ¿Si?

— La escucho... — Nyra lo miro sin entender — cuando los dementores me atacan... La escucho, a mi mamá, sus gritos de suplica, antes de morir... — finalizó apenas en un susurro.

El instinto maternal de Daenyra fue mayor, por lo que su primer impulso fue abrazarlo.

— Te pido que tengas algo muy presente, ahora nos tienes a Nymeria, y a mi. — dijo separándose del muchacho, Harry asintió un poco más animado.

— Creo que también me siento algo mal — comentó Fred mientras fingía toser, Nyra se dio vuelta encontrándose con todo el equipo de Gryffindor ¿En que momento llegaron? — Profesora yo también necesito un abrazo.

— Estoy sintiéndome algo mareado — le siguió George, Nyra negó divertida.

— Par de mentirosos — dijo Daenyra acercándose a ellos, pellizcando una mejilla de cada gemelo. Los dos rieron. — Los dejó hablar con Harry — se giro hacia el muchacho — nos vemos en clase.

— ¡Profesora le prometemos que haremos todo lo que este en nuestras manos para ganar la Copa este año! — comentó Oliver Wood completamente renovado.

— No espero menos de ustedes — Nyra se despidió con una sonrisa y camino hacia la salida. Los gemelos Weasley suspiraron.

— Creo que estoy enamorado — murmuro Fred causando la risa de todos.

Ron y Hermione lo visitaron durante todo el día, pero la visita que Harry más esperaba llegó por la tarde. Nymeria apareció con su cabello recogido en trenzas y un bonito vestido dorado.

— Hola Potter ¿Cómo te encuentras? — pregunto con una sonrisa. Cuando llegó hasta la camilla, se sentó junto a él.

— Bien.

— Esa Nimbus completamente destrozada me dice otra cosa — comentó señalando con la mirada.

— Y ¿Cómo estas tú? — Nymeria levanto una ceja ante la pregunta.

— ¿De que hablas?

— Nadie en Hogwarts deja de hablar sobre tu dragón, tú mamá me dijo que...

— Mi madre es una mentirosa — dijo Nymeria en tono tajante — nada de lo que ella diga ó opine tiene validez.

— No creo que debas decir eso. — comentó Harry.

— En fin. No me expulsaron, asumí erróneamente que lo harían.

— ¿Qué fue lo que te sucedió? Me refiero a cuando te fuiste con tu dragón. — Nymeria guardo silencio.

— Prefiero no recordarlo.

— Entiendo. ¿Qué ha sucedido con tu dragón?

— Syrax volverá a Dragonstone por orden de mi mamá — respondió cabizbaja. — Aunque es peor pasar un par de días castigada con Snape. De nuevo.

Harry rió y Nymeria lo siguió.

Dos semanas antes de que terminara el trimestre, el cielo se aclaró de repente, volviéndose completamente blanco, y los terrenos de Hogwarts aparecieron una mañana cubiertos de escarcha. La relación madre e hija entre Daenyra y Nymeria no parecía mejorar, pues la joven no planeaba hablarle a su madre, se mostró fría y distante después de que Syrax fuese enviada de regreso a Dragonstone. Y no, no le había pedido disculpas por las palabras tan hirientes que le había dicho. Para alegría de todos el profesor Lupin había regresado a dar clases, por lo que nadie realizó la odiosa tarea que Snape había asignado, con excepción de Hermione, claramente.

En el transcurso de esos días, Nymeria y Draco chocaron un par de veces en la Sala común de Slytherin, pero él aún se mostraba indiferente, la princesa en cambio estaba decidida a no rogarle una disculpa, pues no hizo nada malo, jamás reveló lo que Malfoy le confío, así que no cederia por más que en el fondo deseara molestar al muchacho.

Para satisfacción de todos menos de Harry y Nymeria, estaba programada otra salida a Hogsmeade para el último fin de semana del trimestre.

La mañana del sábado de la excursión, se despidieron de Ron y de Hermione, envueltos en capas y bufandas, había empezado a nevar y el castillo estaba muy tranquilo.

—¡Pss, Harry! ¡Nymeria!

Se dieron la vuelta a mitad del pasillo y vieron a Fred y a George que los miraban desde detrás de la estatua de una bruja tuerta y jorobada.

—¿Qué hacen? —preguntó Harry con curiosidad.

— ¿Por qué no están camino a Hogsmeade? — pregunto Nymeria.

— Hemos venido a darles un poco de alegría antes de irnos — le dijo Fred guiñándoles el ojo misteriosamente — Vamos...

Les señaló con la cabeza un aula vacía que estaba a la izquierda de la estatua de la bruja. Ambos entraron detrás de Fred y George. George cerró la puerta sigilosamente y se volvió, mirando a los dos con una amplia sonrisa.

—Harry, Nymeria, un regalo navideño por adelantado —dijo.

Fred sacó algo de debajo de la capa y lo puso en una mesa, haciendo con el brazo un ademán. Era un pergamino grande, cuadrado, muy desgastado. No tenía nada escrito. Harry, sospechando que fuera una de las bromas de Fred y George, lo miró con detenimiento.

—¿Qué es? — se adelantó Nymeria.

— Esto, es el secreto de nuestro éxito —dijo George, acariciando el pergamino.

— Nos cuesta desprendernos de él —dijo Fred — Pero anoche llegamos a la conclusión de que ustedes lo necesitan más que nosotros.

— De todas formas, nos lo sabemos de memoria. Suyo es. A nosotros ya no nos hace falta.

— ¿Y para qué necesitamos un pergamino viejo? —preguntó Harry.

— ¡Un pergamino viejo! — exclamó Fred ofendido — Explícaselo, George.

—Bueno, cuando estábamos en primero... y éramos jóvenes, despreocupados e inocentes... — Harry y Nymeria rieron. Dudaban que Fred y George hubieran sido inocentes alguna vez — Bueno, más inocentes de lo que somos ahora... tuvimos un pequeño problema con Filch.

— Tiramos una bomba fétida en el pasillo y se molestó. — Nymeria se carcajeo.

— Así que nos llevó a su despacho y empezó a amenazarnos con el habitual...

—...castigo...

—...de descuartizamiento...

—...y fue inevitable que viéramos en uno de sus archivadores un cajón en que ponía Confiscado y altamente peligroso.

— No me digan... — dijo Harry sonriendo.

— Bueno, ¿qué habrían hecho ustedes? —preguntó Fred — George se encargó de distraerlo lanzando otra bomba fétida, yo abrí a toda prisa el cajón y tome... esto.

— No fue tan malo como parece — dijo George — Creemos que Filch no sabía utilizarlo. Probablemente sospechaba lo que era, porque si no, no lo habría confiscado.

— ¿Y saben utilizarlo? — cuestionó la rubia.

— Sí — dijo Fred, sonriendo — Esta pequeña maravilla nos ha enseñado más que todos los profesores del colegio.

— Nos están tomando el pelo — dijo Harry, mirando el pergamino.

—¿Ah, sí? ¿Les estamos tomando el pelo? —dijo George.

Sacó la varita, tocó con ella el pergamino y pronunció:

— Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.

Inmediatamente, a partir del punto en que había tocado la varita de George, empezaron a aparecer unas finas líneas de tinta, como filamentos de telaraña. Se unieron unas con otras, se cruzaron y se abrieron en abanico en cada una de las esquinas del pergamino. Luego empezaron a aparecer palabras en la parte superior. Palabras en caracteres grandes, verdes y floreados que proclamaban:

La señorita y los señores: Khalessi
Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta, proveedores de artículos para magos traviesos están orgullosos de presentar:

EL MAPA DEL MERODEADOR

Era un mapa que mostraba cada detalle del castillo de Hogwarts y de sus terrenos. Pero lo más increíble eran las pequeñas huellas de tinta que se movían por él, cada una etiquetada con un nombre escrito con letra diminuta. impresionados, Harry y Nymeria se inclinaron sobre el mapa: aquel mapa mostraba una serie de pasadizos en los que ellos no había entrado nunca. Muchos parecían conducir...

— Exactamente a Hogsmeade — dijo Fred, señalandolos  con el dedo — Hay siete en total. Ahora bien, Filch conoce estos cuatro — Los señaló — Pero nosotros estamos seguros de que nadie más conoce estos otros. Olvídense de este, de detrás del espejo de la cuarta planta. Lo hemos utilizado hasta el invierno pasado, pero ahora está completamente bloqueado. Y en cuanto a éste, no creemos que nadie lo haya utilizado nunca, porque el sauce boxeador está plantado justo en la entrada. Pero éste de aquí lleva directamente al sótano de Honeydukes. Lo hemos atravesado montones de veces. Y la entrada está al lado mismo de esta aula, como quizá hayas notado, en la joroba de la bruja tuerta.

— Khalessi, Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta —suspiró George, señalando el mapa — Les debemos tanto...

— Magos nobles que trabajaron sin descanso para ayudar a una nueva generación de quebrantadores de la ley — dijo Fred solemnemente.

— Bien — añadió George — No olviden borrarlo después de haberlo utilizado.

— De lo contrario, cualquiera podría leerlo — dijo Fred en tono de advertencia.

—No tienes más que tocarlo con la varita y decir: ¡Travesura realizada!, y se quedará en blanco.

— Así que, joven Harry y princesa Nymeria —dijo Fred, imitando a Percy — pórtense bien.

— Nos veremos en Honeydukes —le dijo George, guiñándoles un ojo.

Salieron del aula sonriendo con satisfacción.

Harry y Nymeria se quedaron allí, mirando el mapa milagroso. Vio que la mota de tinta que correspondía a la Señora Norris se volvía a la izquierda y se paraba a olfatear algo en el suelo.

— ¡Tenemos que usarlo! — grito Nymeria emocionada — Es una completa maravilla.

 — ¿Segura? — pregunto Harry aún pensativo.

— ¡Por supuesto!

— ¿Qué hay de tu castigo con Snape?

— Regresaremos antes, eso es lo de menos — dijo la princesa admirando el mapa, Harry la miro impresionado, no parecía haber escarmentado con lo sucedido hacia ya unas semanas — ¡Vamos, no esperemos más!

Rápidamente, como si obedeciera una orden, enrolló el mapa, se lo escondió en la túnica y ambos salieron a toda prisa del aula. Con mucho cuidado de que nadie los viese, se colocaron detrás de la estatua de la bruja tuerta.

— ¿Ahora que hacemos? — pregunto Nymeria.

Sacó de nuevo el mapa y lo observo impresionado por varios segundos. Rápidamente, Harry extrajo su varita y le dio a la estatua unos golpecitos. Nada ocurrió. Volvió a mirar el mapa. Al lado de nombre decía: «Dissendio.»

—¡Dissendio! — dijo Harry, volviendo a golpear con la varita la estatua de la bruja.

Inmediatamente, la joroba de la estatua se abrió lo suficiente para que pudiera pasar por ella una persona. Nymeria miró a ambos lados del corredor.

— Yo voy primero — metió la cabeza por el agujero y se impulsó hacia delante. Se deslizó por un largo trecho de lo que parecía un tobogán de piedra y aterrizó en una tierra fría y húmeda. Se puso en pie, mirando a su alrededor. Estaba totalmente oscuro.

Apenas levantó la varita, para conjurar un Lumos, cuando Harry la tomó por sorpresa.

— Dime que aún conservas las gafas — murmuro Nymeria, los dos se echaron a reír.

— ¡Lumos! — dijeron al mismo tiempo.

— Esta escuela cada día me sorprende más — comentó la rubia.

— El año pasado me enfrente a un basilisco, vivía en las tuberías. — dijo Harry como si fuese poca cosa, Nymeria detuvo sus pasos por lo que el muchacho también lo hizo — ¿Qué?

— Ya no se si es más genial la escuela o tú. Vamos, quiero infartar a Granger, estoy segura de que va regañarme.

Después de una hora más o menos, el camino comenzó a ascender. Jadeando, aceleraron el paso. sentían la cara caliente y los pies muy fríos.

Diez minutos después, llegaron al pie de una escalera de piedra. Perdieron la cuenta de cuantos escalones eran, Harry sin darse cuenta su cabeza dio en algo duro. Parecía una trampilla. Nymeria después de reírse, muy despacio, levantó ligeramente la trampilla y miró por la rendija.

Se encontraban en un sótano lleno de cajas y cajones de madera. Ambos salieron y volvieron a bajar la trampilla.

Llegaron a la puerta que estaba al final de la escalera, la atravesaron y se encontraron tras el mostrador de Honeydukes.

Honeydukes estaba tan abarrotada de alumnos de Hogwarts que nadie se dio cuenta de la presencia de Harry y de Nymeria. La tienda estaba llena de estantes repletos de los dulces más apetitosos que se puedan imaginar. Cremosos trozos de turrón, cubitos de helado de coco de color rosa brillante, gruesos caramelos de café con leche, cientos de chocolates diferentes puestos en filas. Había un barril enorme lleno de grageas de todos los sabores y otro de meigas fritas, las bolas de helado levitador. En otra pared había dulces de efectos especiales: Droobles, el mejor chicle para hacer globos, la rara seda dental con sabor a menta, diablillos negros de pimienta (¡quema a tus amigos con el aliento!); ratones de helado (¡oye a tus dientes rechinar y castañetear!); crema de menta en forma de sapo (¡realmente saltan en el estómago!); frágiles plumas de azúcar hilado y caramelos que estallaban.

Los dos se adentraron entre una multitud de chicos de sexto, y vio un letrero colgado en el rincón más apartado de la tienda Sabores insólitos. Ron y Hermione estaban debajo, observando una bandeja de pirulíes con sabor a sangre. Se les acercaron por detrás.

— Uf, no, Harry no querrá de éstos. Creo que son para vampiros — decía Hermione.

—¿Y qué te parece esto? —dijo Ron acercando un tarro de cucarachas a la nariz de Hermione.

— Aún peor —dijo Harry.

— Horrible desde mi perspectiva — dijo Nymeria con una sonrisa.

A Ron casi se le cayó el bote.

—¡Harry! ¡Nymeria! —gritó Hermione—. ¿Qué hacen aquí? ¿Cómo... cómo lo han hecho...?

—¡Ya! —dijo Ron muy impresionado—¡Han aprendido a aparecerse!

— Por supuesto que no — dijo Harry. Bajó la voz para contarles lo del mapa del merodeador.

— ¿Por qué Fred y George no me lo han dejado nunca? ¡Son mis hermanos!

—¡Porque no se quedaran con él! —dijo Hermione, como si la idea fuera absurda—. Se lo entregarán a la profesora McGonagall. ¿A que sí?

—¡No! —contestaron al mismo tiempo.

—¿Estás loca? —dijo Ron, mirando a Hermione con ojos muy abiertos—. ¿Entregar algo tan estupendo?

— ¡Si lo entrego tendré que explicar dónde lo hemos conseguido! Filch se enteraría de que Fred y George se lo robaron.

— Pero ¿y Sirius Black? —susurró Hermione— ¡Podría estar utilizando alguno de los pasadizos del mapa para entrar en el castillo! ¡Los profesores tienen que saberlo!

—No puede entrar por un pasadizo —dijo enseguida Nymeria — Hay siete pasadizos secretos en el mapa.

— Fred y George saben que Filch conoce cuatro. — continuó Harry — Y en cuanto a los otros tres... uno está bloqueado y nadie lo puede atravesar; otro tiene plantado en la entrada el sauce boxeador, de forma que no se puede salir; y el que acabamos de atravesar... es realmente difícil distinguir la entrada, ahí abajo, en el sótano... Así que a menos que supiera que se encontraba allí...

Ron, se aclaró la garganta y señaló un rótulo que estaba pegado en la parte interior de la puerta de la tienda:

POR ORDEN DEL MINISTERIO DE MAGIA

Se recuerda a los clientes que hasta nuevo aviso los dementores patrullarán las calles cada noche después de la puesta de sol. Se ha tomado esta medida pensando en la seguridad de los habitantes de Hogsmeade y se levantará tras la captura de Sirius Black. Es aconsejable, por lo tanto, que los ciudadanos finalicen las compras mucho antes de que se haga de noche.

¡Felices Pascuas!

—¿Lo ven? — dijo Ron en voz baja — Me gustaría ver a Black tratando de entrar en Honeydukes con los dementores por todo el pueblo. De cualquier forma, los propietarios de Honeydukes lo oirían entrar, ¿no? Viven encima de la tienda.

— Sí, pero... — Parecía que Hermione se esforzaba por hallar nuevas objeciones—. Mira, a pesar de lo que digas, Harry no debería venir a Hogsmeade porque no tiene autorización. ¡Si alguien lo descubre se verá en un grave aprieto! Y todavía no ha anochecido: ¿qué ocurriría si Sirius Black apareciera hoy? ¿Si apareciera ahora? Además, Nymeria casi fue expulsado hace un par de semanas, el castigo que le fue impuesto, apenas esta por terminar ¿Qué pasará si la ven por aquí?

— Gozo de algo llamado, privilegios — dijo Nymeria orgullosa.

— Pues Sirius Black la tiene difícil para localizar aquí a Harry — dijo Ron — Vamos, Hermione, es Navidad. Se merecen un descanso.

Hermione se mordió el labio. Parecía muy preocupada.

—¿Nos vas a delatar? — le preguntó Harry con una sonrisa.

—Claro que no, pero, la verdad...

—¿Has visto las meigas fritas, Harry? —preguntó Ron, tomandolo del brazo y llevándoselo hasta el tonel en el que estaban— ¿Y las babosas de gelatina? ¿Y las píldoras ácidas? Fred me dio una cuando tenía siete años. Me hizo un agujero en la lengua. Recuerdo que mi madre le dio una buena tunda con la escoba.

— Nymeria creo que deberías...

—  ¿Ser más consciente? — Hermione asintió — me pides imposibles. Deja un poco la amargura y pasemos un buen rato.

Después de pagar los dulces, salieron los cuatro a la calle.

Hogsmeade era como una postal de Navidad. Las tiendas y casitas estaban cubiertas por una capa de nieve. En las puertas había adornos navideños y filas de velas que colgaban de los árboles.

A Harry le dio un escalofrío. A diferencia de Ron y Hermione, no había tomado su capa. Subieron por la calle, inclinando la cabeza contra el viento. Ron y Hermione gritaban con la boca tapada por la bufanda.

— Ahí está correos.

— Zonko está allí.

— Podríamos ir a la Casa de los Gritos.

— Les propongo otra cosa — dijo Ron, castañeteando los dientes — ¿Qué tal si tomamos una cerveza de mantequilla en Las Tres Escobas?

Cruzaron la calle y a los pocos minutos entraron en el bar. Estaba calentito y lleno de gente. Una mujer guapa y de buena figura servía a un grupo en la barra.

— Ésa es la señora Rosmerta —dijo Ron—. Voy por las bebidas, ¿eh? —añadió sonrojándose un poco.

Nymeria, Harry y Hermione se dirigieron a la parte trasera del bar, donde quedaba libre una mesa pequeña, entre la ventana y un bonito árbol de Navidad, al lado de la chimenea. Ron regresó cinco minutos más tarde con cuatro jarras de caliente y espumosa cerveza de mantequilla.

— ¡Felices fiestas! — dijeron Hermione, Ron y Harry, mientras Nymeria se limitaba a beber su cerveza de mantequilla. Era todo un manjar.

— ¿Es verdad que en Dragonstone no se celebra Navidad? — pregunto Hermione curiosa.

— En efecto. Mi madre adora estas fechas gracias a Hogwarts, pero en lo que a mi respecta, no sé lo que es. Mi religión no lo prédica.

Una repentina corriente de aire los des-
peinó. Se había vuelto a abrir la puerta de
Las Tres Escobas. Harry echó un vistazo
por encima de la jarra y casi se atragantó.
El profesor Flitwick y la profesora McGonagall acababan de entrar en el bar. Los seguía Hagrid, inmerso en
una conversación con un hombre: era Cornelius Fudge, el ministro de
Magia. En menos de un segundo, Ron y
Hermione obligaron a Harry y a Nymeria a agacharse y esconderse debajo de la mesa, empujandolos con las manos.

Hermione susurró:

—¡Mobiliarbo!

El árbol de Navidad que había al lado de la mesa se elevó unos centímetros, se corrió hacia un lado y, se volvió a posar delante de ellos, ocultándolos. Mirando a través de las ramas, Harry vio las patas de cuatro sillas que se separaban de la mesa de al lado, y oyó a los profesores y al ministro resoplar y suspirar mientras se sentaban.

Luego vio otro par de pies con zapatos de tacón alto y de color turquesa brillante, y oyó una voz femenina:

— Una tacita de alhelí...

— Para mí —indicó la voz de la profesora McGonagall.

— Dos litros de hidromiel caliente con especias...

— Gracias, Rosmerta — dijo Hagrid.

—Un jarabe de cereza y gaseosa con hielo y sombrilla.

— ¡Hum! —dijo el profesor Flitwick

— El ron de grosella tiene que ser para usted, señor ministro.

— Gracias, Rosmerta, querida —dijo la voz de Fudge — Estoy encantado de volver a verte. Tómate tú otro, ¿quieres? Ven y únete a nosotros...

— Muchas gracias, señor ministro.

Nymeria y Harry se miraron. ¿Cómo no se les había ocurrido que también para los profesores era el último fin de semana del trimestre? ¿Cuánto tiempo se quedarían allí sentados? Necesitaban tiempo para volver a entrar en Honeydukes si querían volver al colegio aquella noche...

— ¿Qué le trae por estos pagos, señor ministro? — dijo la voz de la señora Rosmerta.

Harry vio girarse a Fudge, como si estuviera comprobando que no había nadie cerca. Luego dijo en voz baja:

—¿Qué va a ser, querida? Sirius Black. Me imagino que sabes lo que ocurrió en el colegio en Halloween.

—Sí, oí un rumor —admitió la señora Rosmerta.

—¿Se lo contaste a todo el bar, Hagrid? —dijo la profesora McGonagall enfadada.

—¿Cree que Black sigue por la zona, señor ministro? —susurró la señora Rosmerta.

— Estoy seguro — dijo Fudge escuetamente.

— ¿Sabe que los dementores han registrado ya dos veces este local? — dijo la señora Rosmerta — Me espantaron a toda la clientela. Es fatal para el negocio, señor ministro.

—Rosmerta querida, a mí no me gustan más que a ti — dijo Fudge con incomodidad— Pero son precauciones necesarias... Son un mal necesario. Acabo de tropezarme con algunos: están furiosos con Dumbledore porque no los deja entrar en los terrenos del castillo.

— Menos mal — dijo la profesora McGonagall tajantemente — ¿Cómo íbamos a dar clase con esos monstruos rondando por allí?

— Bien dicho, bien dicho — dijo el pequeño profesor Flitwick, cuyos pies colgaban lejos del suelo

— De todas formas — objetó Fudge — están aquí para defendernos de algo mucho peor. Todos sabemos de lo que Black es capaz...

— ¿Saben? Todavía me cuesta creerlo — dijo pensativa la señora Rosmerta— De toda la gente que se pasó al lado Tenebroso, Sirius Black era el último del que hubiera pensado... Quiero decir, lo recuerdo cuando era un niño en Hogwarts. Si me hubieran dicho entonces en qué se iba a convertir, habría creído que habían tomado demasiado hidromiel.

— No sabes la mitad de la historia, Rosmerta —dijo Fudge — La gente desconoce lo peor.

— ¿Lo peor? — dijo la señora Rosmerta con la voz impregnada de curiosidad— ¿Peor que matar a toda esa gente?

— Desde luego, eso quiero decir —dijo Fudge.

— No puedo creerlo. ¿Qué podría ser peor?

— Dices que te acuerdas de cuando estaba en Hogwarts, Rosmerta —susurró la profesora McGonagall — ¿Sabes quién era su mejor amigo?

— Pues claro — dijo la señora Rosmerta riendo ligeramente — Nunca se veía al uno sin el otro. ¡Las veces que estuvieron aquí! Siempre me hacían reír. ¡Un par de cómicos, Sirius Black y James Potter!

A Harry se le cayó la jarra, que produjo un fuerte ruido de metal. Ron le dio con el pie. Nymeria miro atenta a Harry.

—Exactamente — dijo la profesora McGonagall — Black y Potter. Los dos eran muy inteligentes. Excepcionalmente inteligentes. Creo que nunca hemos tenido dos alborotadores como ellos.

— No sé — dijo Hagrid, riendo entre dientes— Fred y George Weasley podrían dejarlos atrás.

— ¡Cualquiera habría dicho que Black y Potter eran hermanos! — dijo el profesor Flitwick — ¡Eran inseparables!

— ¡Por supuesto que lo eran! — dijo Fudge— Potter confiaba en Black más que en ningún otro amigo. Nada cambió cuando dejaron el colegio. Potter fue el padrino de boda de Sirius, así como Black lo fue cuando James se casó con Lily. Luego él y su esposa fueron los padrinos de Harry. Éste no sabe nada, claro. Ya te puedes imaginar cuánto se impresionaría si lo supiera.

— La princesa Targaryen ¿no?

— Daenyra Targaryen, parecía que Black daría su vida por ella.

— ¿Porque Black se alió con Quien Ustedes Saben? —susurró la señora Rosmerta.

— Aún peor, querida... —Fudge bajó la voz y continuó en un susurro casi inaudible — Los Potter no ignoraban que Quien Tú Sabes iba tras ellos. Dumbledore, que luchaba incansablemente contra Quien Tú Sabes, tenía cierto número de espías. Uno le dio la información y Dumbledore alertó inmediatamente a James y a Lily. Les aconsejó ocultarse. Bien, por supuesto que Quien Tú Sabes no era alguien de quien uno se pudiera ocultar fácilmente. Dumbledore les dijo que su mejor defensa era el encantamiento Fidelio.

—¿Cómo funciona eso? — preguntó la señora Rosmerta, muerta de curiosidad.
El profesor Flitwick carraspeó.

— Es un encantamiento tremendamente complicado — dijo — que supone el ocultamiento mágico de algo dentro de una sola mente. La información se oculta dentro de la persona elegida, que es el guardián secreto. Y en lo sucesivo es imposible encontrar lo que guarda, a menos que el guardián secreto opte por divulgarlo. Mientras el guardián secreto se negara a hablar, Quien Tú Sabes podía registrar el pueblo en que estaban James y Lily sin encontrarlos nunca, aunque tuviera la nariz pegada a la ventana de la salita de estar de la pareja.

— ¿Así que Black era el guardián secreto de los Potter? —susurró la señora Rosmerta.

— Naturalmente —dijo la profesora McGonagall— James Potter le dijo a Dumbledore que Black daría su vida antes de revelar dónde se ocultaban, y que Black estaba pensando en ocultarse junto a su familia también... Y aun así, Dumbledore seguía preocupado. Él mismo se ofreció como guardián secreto de los Potter.

—¿Sospechaba de Black? —exclamó la señora Rosmerta.

—Dumbledore estaba convencido de que alguien cercano a los Potter había informado a Quien Tú Sabes de sus movimientos — dijo la profesora McGonagall con voz misteriosa — De hecho, llevaba algún tiempo sospechando que en nuestro bando teníamos un traidor que pasaba información a Quien Tú Sabes.

—¿Y a pesar de todo James Potter insistió en que el guardián secreto fuera Black?

— Así es — confirmó Fudge — Y apenas una semana después de que se hubiera llevado a cabo el encantamiento Fidelio...

— ¿Black los traicionó? —musitó la señora Rosmerta.

— Desde luego. Black estaba cansado de su papel de espía. Estaba dispuesto a declarar abiertamente su apoyo a Quien Tú Sabes. Y parece que tenía la intención de hacerlo en el momento en que murieran los Potter. Pero, como sabemos todos, Quien Tú Sabes sucumbió ante el pequeño Harry Potter. Con sus poderes destruidos, completamente debilitado, huyó. Y esto dejó a Black en una situación incómoda. Su amo había caído en el mismo momento en que Black había descubierto su juego. No tenía otra elección que escapar...

—Sucio y asqueroso traidor —dijo Hagrid, tan alto que la mitad del bar se quedó en silencio.

—Chist —dijo la profesora McGonagall.

—¡Me lo encontré — bramó Hagrid— seguramente fui yo el último que lo vio antes de que matara a toda aquella gente! ¡Fui yo quien rescató a Harry de la casa de Lily y James, después de su asesinato! Lo saqué de entre las ruinas, pobrecito. Tenía una herida grande en la frente y sus padres habían muerto... Y Sirius Black apareció en aquella moto voladora que solía llevar. No se me ocurrió preguntarme lo que había ido a hacer allí. Pensé que se había enterado del ataque de Quien ustedes Saben y había acudido para ver en qué podía ayudar. Estaba pálido y tembloroso. ¿Y saben lo que hice? ¡ME PUSE A CONSOLAR A AQUEL TRAIDOR ASESINO! —exclamó Hagrid — Le dije... Le dije que se fuera, la preciosa Nyra lo necesitaba, que no podía dejarla sola y menos en ese estado. Lo que le hizo no tiene perdón ¡MALDITO TRAIDOR!

— Hagrid, por favor — dijo la profesora McGonagall — baja la voz.

— Y entonces me dijo: Dame a Harry, Hagrid. Nyra y yo somos sus padrinos. Cuidaremos de él... ¡Ja! Quería persuadirme metiendo a Nyra en sus sucios planes pero, ¡yo tenía órdenes de Dumbledore y le dije a Black que no! Dumbledore me había dicho que Harry tenía que ir a casa de sus tíos. Black discutió, pero al final tuvo que ceder. Me dijo que tomara su moto para llevar a Harry hasta la casa de los Dursley. No la necesito ya, me dijo. Tendría que haberme dado cuenta de que había algo raro en todo aquello. Adoraba su moto. ¿Por qué me la daba? ¿Por qué decía que ya no la necesitaba? La verdad es que una moto deja demasiadas huellas, es muy fácil de seguir. Dumbledore sabía que él era el guardián de los Potter. Black tenía que huir aquella noche. Sabía que el ministerio no tardaría en perseguirlo. Pero ¿y si le hubiera entregado a Harry, eh? Apuesto a que lo habría arrojado de la moto en alta mar. ¡Al hijo de su mejor amigo! Y es que cuando un mago se pasa al lado tenebroso, no hay nada ni nadie que le importe... ¡Ni siquiera su propia esposa e hija! La dulce Daenyra término pagando las consecuencias.

Hubo un largo silencio. Luego, la señora Rosmerta dijo con satisfacción:

— Sirius no consiguió huir, ¿verdad? El Ministerio de Magia lo atrapó al día siguiente.

—¡Ah, si lo hubiéramos encontrado nosotros...! — dijo Fudge con amargura — No fuimos nosotros, fue el pequeño Peter Pettigrew: otro de los amigos de Potter. Enloquecido de dolor, sin duda, y sabiendo que Black era el guardián secreto de los Potter, él mismo lo persiguió.

—¿Pettigrew...? ¿Aquel gordito que lo seguía a todas partes? — preguntó la señora Rosmerta.

—Adoraba a Black y a Potter. Eran sus héroes — dijo la profesora McGonagall — No era tan inteligente como ellos y a menudo yo era brusca con él. Pueden imaginar cómo me pesa ahora...

—Vamos Minerva — le dijo Fudge amablemente — Pettigrew murió como un héroe. Los testigos oculares (muggles, por supuesto, tuvimos que borrarles la memoria...) nos contaron que Pettigrew había arrinconado a Black. Dicen que sollozaba: ¡A Lily y a James, Sirius! ¿Cómo pudiste...? Y entonces sacó la varita. Aunque, claro, Black fue más rápido. Hizo polvo a Pettigrew.

La profesora McGonagall se sonó la nariz y dijo con voz temblorosa:

— Siempre fue muy malo en los duelos. Tenía que habérselo dejado al ministerio...

— Si yo hubiera encontrado a Black antes que Pettigrew, no habría perdido el tiempo con varitas... Lo habría descuartizado, miembro por miembro —gruñó Hagrid.

—No sabes lo que dices, Hagrid —dijo Fudge — Nadie salvo los muy preparados Magos de Choque del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales habría tenido una oportunidad contra Black, después de haberlo acorralado. En aquel entonces yo era el subsecretario del Departamento de Catástrofes en el Mundo de la Magia, y fui uno de los primeros en aparecer en el lugar de los hechos cuando Black mató a toda aquella gente. Nunca, nunca lo olvidaré. Todavía a veces sueño con ello. Un cráter en el centro de la calle, tan profundo que había reventado las alcantarillas. Había cadáveres por todas partes. Muggles gritando. Y Black allí, riéndose, con los restos de Pettigrew delante... Una túnica manchada de sangre y unos... unos trozos de su cuerpo.

La voz de Fudge se detuvo de repente.

—Bueno, ahí lo tienes, Rosmerta — dijo Fudge con la voz tomada — A Black se lo llevaron veinte miembros del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales, y Pettigrew fue nombrado Caballero de primera clase de la Orden de Merlín, que creo que fue de algún consuelo para su pobre madre. Black ha estado desde entonces en Azkaban.

La señora Rosmerta dio un largo suspiro.

— ¿Es cierto que está loco, señor ministro?

— Me gustaría poder asegurar que lo estaba — dijo Fudge — Ciertamente creo que la derrota de su amo lo trastornó durante algún tiempo. El asesinato de Pettigrew y de todos aquellos muggles fue la acción de un hombre acorralado y desesperado: cruel, inútil, sin sentido. Sin embargo, en mi última inspección de Azkaban pude ver a Black. La mayoría de los presos que hay allí hablan en la oscuridad consigo mismos. Han perdido el juicio... Pero me quedé sorprendido de lo normal que parecía Black. Estuvo hablando conmigo con total sensatez. Fue desconcertante. Me dio la impresión de que se aburría. Me preguntó si había acabado de leer el periódico. Tan sereno como pueden imaginar, me dijo que echaba de menos los crucigramas. Sí, me quedé estupefacto al comprobar el escaso efecto que los dementores parecían tener sobre él. Y él era uno de los que estaban más vigilados en Azkaban, ¿saben? Tenía dementores ante la puerta día y noche.

— Pero ¿qué pretende al fugarse? —preguntó la señora Rosmerta— ¡Dios mío, señor ministro! No intentará reunirse con Quien Usted Sabe, ¿verdad?

— Me atrevería a afirmar que es su... su... objetivo final — respondió Fudge — Pero esperamos atraparlo antes. Tengo que decir que Quien Tú Sabes, solo y sin amigos, es una cosa... pero con su más devoto seguidor, me estremezco al pensar lo poco que tardará en volver a alzarse...

—Si tiene que cenar con el director, Cornelius, lo mejor será que nos vayamos acercando al castillo.

Volvió a abrirse la puerta de Las Tres Escobas, entró otra ráfaga de nieve y los profesores desaparecieron.

— ¿Harry? — Pregunto Ron.

— ¿Nymeria? — Pregunto Hermione.

Las caras de Ron y Hermione se asomaron bajo la mesa. Los dos los miraron fijamente, sin saber qué decir. Los ojos de Harry veían perdidos hacia Nymeria, mientras los de ella se habían perdido en la nada.


















































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El primer lugar a la teoría más loca sobre la identidad del padre de Nymeria es para:

xDBGirlWritterx

Te pasaste al pensar que era James Potter. Ni a mi se me paso por la cabeza.

En fin, creo que era bastante obvio, solo que quise ser un poquito dramática y darle misterio a esto. Aun así falta mucho por saber.

Les recuerdo que las actualizaciones serán lentas, de igual manera espero leernos pronto. Muchísimas gracias por leer, comentar y votar, eso me motiva a continuar.

Nos leemos luego ❤

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