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La voz ronca susurró
en sus oídos una invitación 
para juntar sus cuerpos.

Hablando de sexo.

Agarró con más fuerzas las sábanas de seda, apretando los labios en un intento de callar los balbuceos temblorosos que quería salir. El calor empezaba a sofocarlo, nublando su raciocinio y su visión; solo sentía aquellas gruesas manos recorrer su cuerpo; el tacto caliente de los dedos largos dejaba marcas de pertenencia por donde pasaban, seguramente delineando sus tatuajes.

―Agh... ―Sin intención, el suave gemido escapó de la prisión de carne por la que estaba encerrada; una ola completa de orgasmo invadió con violencia su ser; había dado en el clavo. El hombre siguió golpeando en ese punto sin piedad, destrozando su pequeño agujero por busca de más placer, marcando cada gramo de piel y carne que podía tocar, mirar y besar.

Flexionó con fuerza los músculos de sus piernas que cada vez estaban más abiertas, arqueó la espalda y un sonoro jadeo inundó el cuarto. La temperatura se elevaba con cada estocada, con cada roce de sus cuerpos, cuerpos pegajosos y sudorosos, cuerpos unidos en la lujuria que provocaba estar en el interior del otro.

Gemidos, jadeos, súplicas, deseos.

El golpeteo de sus nalgas con la virilidad del hombre era escuchado cada vez con más violencia, penetración tras penetración. Un toque meloso lo desconcertó; chupetones y besos empezaron a llenar su cuello, intentando hacer que pierda el control y se libere de las cadenas de lujuria amarradas en su cuerpo.

Siguieron las embestidas, siguieron los besos, siguieron los toques calientes que delineaban su silueta, aprisionando a su cintura y sometiendo su trasero; el miembro dentro de él se hinchaba más, apurando a explotar y las paredes no ayudaban a calmar aquella bomba. Aquel agujero cálido masajeaba el miembro de su amante, suplicando que lo llenará, que dejará su semilla y lo marcará.

Su húmedo hueco era torturado con cada embestida, un juego de muerte que había perdido desde el momento en que aquella voz ronca le susurró al oído, una invitación disfrazada de dulzura. El ritmo aumentaba; cada vez más rápido era profanado, bombeando la virilidad que era masajeada y exprimida como fruta. El cuarto se llenó del sonido tan excitante que provocaba el choque de sus pieles, las bolas golpeando su trasero rojizo, el grueso miembro que entraba y salía con fuerza cual proyectil de cohete, dejando el pre semen chorrear por sus piernas. Sus labios bailaban con un beso salvaje y posesivo, las manos en su cuello lo asfixiaban, apretando su garganta para dejar escapar suspiros lastimeros; sentía que ya no tenía fuerza en los brazos y que sus piernas, a pesar de estar rodeando la cintura del otro, empezaban a pesarle. Sus pezones hinchados también estaban cubiertos de saliva como cualquier rincón de su aperlada piel.

―Maldito... ―Su último gemido fue un insulto ronco; después de eso su espalda se arqueó con abrupta fuerza, sintiendo como aquellas venudas manos quemaban sus caderas. El cálido líquido blanquecino llenó su interior por completo mientras su cuerpo tenía pequeños orgasmos continuos.

Pegajosos.

Así quedaron sus cuerpos liberados de la lujuria, sus respiraciones entrecortadas resonaron por las cuatro paredes que habían presenciado un acto tan íntimo por simples desconocidos. El hombre sacó su miembro y eso hizo que un débil gemido escapara de sus labios. Una sonrisa ladina adornó su rostro al ver las mejillas incendiadas del contrario, su cabello castaño totalmente revoloteado y pegado a su frente por el sudor, y un susurro acusatorio se le escapó:

―Dazai... Pensé que eras hetero... ~

Solo escuchó al otro bufar; acto seguido los labios ajenos volvieron a poseerlos y las manos recorrerlo, haciendo que el calor volviera a sofocarlo. Volvió a entregarse ante aquel hombre que había postrado bajo sus pies.

🔗. ...

Pegajosos.
Así se sentian rodeados
de aquel cálido fluido.