O2. Recuerdos de un secreto.
―Te diría que te entiendo o algo, pero las únicas mujeres en mi vida son mis hermanas. Así que...
Dazai asintió. ―No te estoy pidiendo comprensión tampoco, no creas que te vas a convertir en mi terapeuta personal ni nada.
El de cabellos rojos soltó una risa cantarina, demasiado escandalosa para el fino oído de Dazai.
(Porque él para nada no se había quedado helado al pensar que así sonaban los ángeles.)
Chuuya extendió su copa. ―Bueno, supongo que fue un gusto. Vuelve cuando quieras.
El castaño pestañeó lentamente, con una sonrisa provocada por la mueca en los labios del hombre más bajo, y chocó su propio vaso con el que se encontraba extendido en el aire.
―Tal vez vuelva.
«Bebé, ¿puedes guardar un secreto?»
Yaeko levantó una ceja ante su interesante respuesta; sin embargo, Dazai desapareció de la sala antes de que ella pudiera refutar o pedir explicaciones. Él no quería explicar que hablaba de un prostituto que conoció en un burdel gay.
Cuando el castaño quedó encerrado en el cuarto, por fin pudo soltar el suspiro que se había quedado estancado en su garganta.
Yaeko y él eran novios desde hace 3 años; llevaban 1 año y medio viviendo juntos, casi 5 años de relación tirados a la borda por la calentura de una noche, si es que solo había sido una y no unas cuantas.
Dazai no estaba furioso; desde hacía tiempo que sentía como toda la magia del amor que sintió al inicio se estaba desvaneciendo. Solo tenía el orgullo herido al ver que otro hombre había hipnotizado a su "novia". Tantos años esforzándose por no ser un completo idiota y Yaeko aprovechaba la primera oportunidad para coger con un cualquiera.
Por lo menos tenía que ser millonario y extremadamente guapo si iba a reemplazar la irremplazable presencia de Dazai Osamu.
―Vaya mierda... Por lo menos debería depositarme algunos miles por soportar a una infiel en mi casa.
Ahora estaba en un debate: confrontar a Yaeko por sus violaciones al acuerdo invisible que se hace al iniciar una relación romántica o ver cuánto le duraba la fachada de novia fiel y amorosa. La segunda, obviamente, era la que más divertida le parecía, porque tal vez era lo único que podría sacarle a esa prostituta sin trabajo: entrenamiento.
El castaño se acercó al armario, ignorando la ropa femenina y yendo directamente hacia donde se encontraban las prendas más extravagantes y de su talla. No iba a pasar tiempo en casa si es que lo podía evitar.
Después de un pequeño sufrimiento para escoger una camisa medianamente decente, pero que no gritará "Voy a visitar el burdel más cuestionable que un hombre heterosexual puede visitar", vio la hora en el reloj colgado encima de la puerta; este marcaba las 19:30, algo temprano.
Fue al baño para cambiarse de vendas, optando por unas más acordes a la ocasión; estas eran más suaves y caras que las que usaba a diario. Conectó su reflejo en el espejo, enmarcando una mueca agraciada al ver al hombre tan guapo que se reflejaba. Un rostro de porcelana con unos penetrantes ojos ámbar cual chocolate; lo único que medio la cagaba era el nido de pájaros que era su cabello en ese momento.
¿Siempre se veía tan despeinado? Vaya.
Enfocó la mirada en esos mechones rebeldes que conformaban su flequillo y esos que sobresalían de la parte superior de su cabellera. Pasó su mano derecha mojada anteriormente con una mezcla de agua y gel e intentó alisarlos. Una sonrisa victoriosa se formó en sus labios cuando los pelitos se acoplaron perfectamente con el resto del cabello castaño. Siguió repitiendo el proceso hasta que consiguió un resultado decente; su melena se veía mucho más ordenada y uniforme. Sin embargo, para evitar la mirada acusatoria de Yaeko, decidió dejar algunos mechones sueltos.
Se roció a la noche misma en la camisa y lustró con lentitud sus zapatos; no sabía por qué, pero muy en el fondo de su mentecita, había una voz gritando que debía de estar lo más presentable para ir a ver a la joya del atardecer.
Volvió a mirar las manecillas del reloj al sujetar la manija de la puerta; estas marcaban las 20:17. Estaba caminando junto al tiempo.
Abrió la puerta; no le sorprendió ver a Yaeko parada, estorbando su visión del pasillo. La mueca de confusión no tardó en enmarcar los labios carnosos de la femenina.
―¿Osamu? No sabía que ibas a algún lado.
―Acabo de recibir un mensaje de mi superior; me pidió cubrir a un compañero ausente por algunas horas.
Es obvio que ya tenía una excusa preparada por si la necesitara; en realidad, no tenía por qué darle explicaciones a la rubia, sin embargo, quería escapar lo más rápido posible de ella.
Con un puchero respondió: ―Oh... Está bien, cuídate mucho.
Hizo una media luna con los ojos y simuló una sonrisa. Camino al costado de Yaeko, sintiendo, en el mínimo espacio, como la fractura de su relación se reflejaba.
Caminó y caminó, llegando a quedar frente a frente con la puerta de la salida principal.
―Osamu... Yo... ―La voz titubeante de Yaeko llegó a sus oídos; casi podía verla estirando la mano y cerrándola en un puño después de pasar 5 segundos sin decir nada. Tal vez Yaeko era más sentimental de lo que había pensado.
―Nos vemos, Yaeko, no te duermas muy tarde.
Dijo como últimas palabras antes de salir y cerrar la puerta detrás de él, justamente a las 20:30.
Dazai pudo soltar un suspiro atascado desde hace bastante tiempo. Empezó a caminar, intentando que la brisa gélida de la noche se llevara sus pensamientos y sus problemas.
Había pensado mucho desde su última conversación con Chuuya y, aunque por muy descabellada que la idea le haya parecido al inicio, ahorita mismo se encontraba caminando a realizarla. Tal vez Chuuya le echó alguna pócima a su bebida mientras se fundía entre la madera y esa misma pócima estaba haciendo que volviera al burdel y considerara la grandiosa idea de tener un show privado con el responsable del hechizo.
Tal vez era que no se encontraba cuerdo.
Pero ya era muy tarde para arrepentirse o dar marcha atrás. Con algo de nerviosismo, entró al burdel; el ambiente vacío y melancólico que lo había acompañado los 20 minutos de viaje dio un drástico cambio en el momento en el que la gran puerta le fue abierta.
Luces neón de tonos azules y violetas reflejaban a cada silueta parada encima de tres grandes estrados; largos tubos de metal se encontraban en el centro de estos junto a tres jóvenes semidesnudos montados y dando vueltas.
Uno en particular le llamó la atención; este tenía un traje de cuero negro pegado en el pecho y rozándole un poco más abajo de las nalgas. Un corte rectangular se situaba en su espalda y en los costados de su cadera. El traje estaba espolvoreado de brillantina gris con detalles de piedras rojas en el cuello y en el maquillaje de los ojos. Asimismo, todo el cuerpo de porcelana parecía brillar como una joya preciosa mientras daba vueltas en el tubo y era iluminado por la luz del reflector; su cabello, comparable con el mismo tono del fuego, se mecía con libertad y salvajismo.
Chuuya estaba siendo la estrella del espectáculo.
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