𝐏𝐑𝐈𝐌𝐄𝐑𝐀 𝐅𝐀𝐒𝐄
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⊱ Título: Hypnotic film opus.
⊱ Fandom: Jujutsu Kaisen —Choso [Rockband AU] x OC.
⊱ Flor asignada: Aster.
⊱ Cantidad de palabras: 4186
¡ advertencias ! : menciones digeribles sobre el consumo de drogas, alusiones bochornosas sobre el sexo (o sea, casi nada), intento fallido de prosa poética, y referencias de películas viejas, nasties, giallo,y música (porque soy una friki en ese sentido)
❝ hypnotic film opus ❞
HABIA VISTO "HOLOCAUSTO CANÍBAL" por primera vez después de ver la camiseta de un personaje de la película española "Tesis" y no tenía el estómago en el mejor estado. La sensación era conocida para mí: la típica náusea ansiosa al despertar por la mañana o el sabor luego de algún suceso desagradable que me hace ser consciente de mi organismo interno. Lo importante es que eran los días finales de la primavera, se había ido la luz en la Facultad de Audiovisuales y el generador no servía por el sobrecalentamiento. Caminar hacia el auditorio principal fue una tortura porque, cada que veía a una persona, la imaginaba empalada como en la portada de aquella repugnante película. Así que todo alrededor tenía una vibra extraña como cuando uno despierta a las seis de la tarde en los domingos luego de una supuesta siesta de media hora que se extendió a siete. El estómago se movió, una de sus paredes lo hizo y pensé en regresar a casa, pero no podía faltar a la presentación del fotozine o videoarte en el que firmé como colaboradora en dirección de arte y vestuario, y también, donde posé en algunas tomas.
Muchas veces, mientras caminaba, me preguntaba qué sentido tenía —en específico, la segunda película que vi—. ¿Cuál era la necesidad? ¿Por qué era tan desagradable? ¿Cuál era el punto de hacer una película así? Se me ocurrió entre cavilaciones, en la entrada del auditorio, que la fealdad era el punto. Se suponía que debía sentir asco. Estaba destinado a ser algo difícil de ver como si se obtuviera un mérito de ello. Estaba destinado a terminar la película sintiéndome mareada y nauseabunda. Tan aturdida como si alguien me hubiese sacudido con fuerza por los hombros y me hubiese gritado lo más fuerte que podía directamente al oído como en un sueño febril. Ese tipo de metrajes no tenía ningún consuelo, ningún efecto tranquilizador ni melancólico incluso en la miseria. Solo me drenó haciendo tajos grandes.
En el auditorio principal de la facultad sí había luz eléctrica y todo funcionaba bien, ya que tenía un sistema desapegado al del edificio. El lugar había sido rentado por unas horas a un grupo de alumnos de la carrera para la dichosa presentación. Dentro, todo está oscuro a excepción del abstracto juego de luces frías y la pantalla grande con la portada del fotozine. Detrás mío aún había gente entrando o saliendo. Me quité los audífonos al adentrarme un poco más pues, de todas formas, ni siquiera estaba prestando atención a la canción de The Police que llevaba sonando cerca de 4 minutos. Cuando saqué el celular del bolsillo, su luz resultó molesta a mis ojos. También resultó molesta la baja batería que me quedaba en el aparato y mi poca capacidad de reconocer a la gente me seguía fastidiando los huesos —esperaba saludar al equipo con el que colaboré e irme a sentar—.
— Bekka, pensé que no llegarías. Toma, estos tres son del primer lote de fotozines.
— Woah, gracias —digo mientras ojeo las primeras páginas sin detenerme a mirar cada fotografía. No porque no tuviera interés, sino porque la luz no me dejaba visualizar, así que, en resumidas cuentas, metí los tres fotozines en la cartera de tela. Maki se veía ocupada guiando a los demás, su pelo se ve más liso de lo normal y parece que se pintó de nuevo las raíces—. Iré a sentarme por allá. Suerte.
El horario no era bueno. No había mucha gente como en una feria local, pero incluso eso era bastante bueno para un proyecto universitario pequeño. Maki me mira un par de veces antes de irme. Yo debería estar a su lado durante la presentación en la pantalla. Pero había pedido que no colocaran mi nombre en los créditos. Ni siquiera un seudónimo.
¿Es alguna forma de autosaboteo?
No lo supe.
He estado viviendo así durante toda mi vida. Recordé de nuevo la película. Subí los escalones, para ir a los asientos superiores, mi pie tantea el terreno, temiendo saltar un escalón por la oscuridad. A nadie le conviene sentarse en la parte de arriba si quería prestar mucha atención al videoarte, pero yo recordaba que había un tomacorriente en el asiento de la izquierda y necesitaba cargar la batería del celular.
Alguien estaba sentado. Me senté a su lado, sin ninguna vergüenza. La verdad es que no lo había visto hasta que ya estuve muy cerca, así que no me quedó de otra. Volteo a verlo, incapaz de aguantar la más ligera curiosidad para saber la identidad de la persona y entonces me percaté que en realidad ya lo conocía: Choso Kamo, bajista de una banda de rock underground de la cual olvidé el nombre momentáneamente. Bueno, en ese momento no lo conocía a él. Conocer es una palabra profunda y, en realidad, no había intercambiado ni una sola palabra con él antes. Había ido a algunas de las presentaciones de su banda, cuando tocaban en garajes abiertos, sótanos —mis más queridas basement parties, donde todo parecía que iba a caer en pedazos si saltábamos demasiado y donde soñaba encontrar una catacumba al abrir la lavadora, pero en realidad solo estaba muy borracha—, y ese tipo de lugares. Eran varias bandas de la universidad, bastantes y de todo tipo. La de Choso era una de tantas, aunque un poco más «popular» —en el sentido más underground posible, si es que se puede— debido a su vocalista: un niño rico, como tantos de aquí, pero sorprendentemente bonito. Bonito como un husky. Choso, por otra parte, era bonito como una lechuza que mira de lado a las tres de la mañana o como un cachorro al que pateas de casualidad y con el que te tienes que disculpar cada que te acuerdas de ese suceso porque piensas que no te entiende.
Lo último eran suposiciones que tuve. Me sorprendió verlo en la presentación del fotozine.
— ¿Puedes poner a cargar mi celular en el tomacorriente de al lado? —le pregunté. Él también estaba cargando su celular, era obvio por el asiento que había escogido. Choso me mira de reojo o eso creí, la oscuridad y los tonos púrpuras y azules no me permitían verlo tanto tiempo.
Él no dice nada, solo ve mi mano extendida ligeramente a su lado, que sostiene el celular y mi cargador. Sus dedos pálidos toman mis cosas y luego sus ojos oscuros me analizan, es vago, cansino. Dos ojos como pequeñas aceitunas negras o la bola ocho del billar. Nunca jugué billar. Tampoco consumo aceitunas a menudo, solo las verdes.
— Creo que tu mano está manchada —. Choso señala desde su sitio el dorso de mi mano. Me sorprendió un poco que lo haya notado. No dijo ni una palabra antes y luego parecía analizar algo sobre mí.
— Es una quemadura. Tiene la forma de Checoslovaquia.
— Checoslo... ¿Qué?
Su cara de confusión coincide con el inicio de la música y la prueba de micrófono.
— Checoslovaquia.
Fue un poco raro. No lo imaginé empalado en medio de una selva, pero mi estómago seguía revuelto y sentía una necesidad de hundir cuatro dedos bajo las costillas para mover un poco el orden de mis órganos. Un sentir algo tonto. Me recuerda todas las veces en las que sentí falta de sabiduría, como si hubiera nacido sin nada en especial. Voltee a verlo de nuevo porque presentía que me estaba enviando señales neurológicas y solo los vellos de mi brazo izquierdo —el lado donde él estaba— se crisparon.
El proyector se encendió para reproducir el videoarte y diapositivas. Nuestras caras cambiaron de color por la luz.
— Te he visto antes —comentó, despreocupado. Su cabello amarrado dio frescor.
— Yo no.
— Pero si te he visto viéndome.
— ¿Tú te acuerdas de toda la gente que ves cuando caminas en la calle?
— Pero fue en el sótano de Fushiguro.
— Solo te tomaba el pelo. Soy Bekka.
— Lo sé. Yo soy Choso.
— Ya sé tu nombre.
— Me parecía apropiado decirlo.
Él tenía un je ne sais quoi. O yo lo tuve. Apretó suavemente los labios, como si estuviera aguantando decir algo a medias porque de igual manera él no quería sonreír. Su nariz y labios me recordaban al shoegaze japonés y sus ojos a las fibras de protopunk: aunque parecían afables y aburridos, había una pizca de hostilidad, como si no estuviera acostumbrado a hablar con gente que no conoce. Inclasificable. Un poco conflictivo. En todo hay movimiento. Me perturba, de repente puedo sentir hasta el último nervio y es algo fastidioso en el mal y buen sentido.
— Oh... Apareces allí —señala. Su camiseta era ligera y de repente me encontraba más consciente de mí misma y mis muñecas huesudas.
La fotografía en pantalla grande no era un escenario perfectamente montado. Los gustos de Maki y los míos eran los desórdenes bellos, así que el objetivo era ese; decadencia y anonimato, la ignorancia como semilla de la felicidad, la paciencia como antivalor. Verme a mí misma, en una fotografía proyectada a escala, es como tratar de aprender a vivir otra vez y eso no me gustó. Pero los elementos estaban cuidadosamente colocados: mi figura en la esquina de la habitación, sin bañar, camiseta corta de tirantes que me marcaban los pezones, ropa interior blanca que lucía sucia y medio amarillenta. En realidad, estaba sentada entre bastante ropa sucia. Tenía el rechoncho bulldog de uno de mis compañeros al lado, el cabello sucio y una flor aster marchita con pétalos faltantes en el regazo.
El título de la fotografía: «Filocalia»
Choso miraba. Sé que miró un buen rato ya que hubo más silencio de lo normal.
— El vecino de Geto también tiene un bulldog —. Choso habló de repente, pero sus ojos seguían fijos en la pantalla.
— ¿De verdad?
— Sí. Se llama Holocausto caníbal.
— Me estás bromeando.
— No sé bromear —respondió con cierta vergüenza, encogiéndose de hombros—. En serio.
— Vi la película antes de venir a la universidad y fue el peor error de mi vida.
— ¿Holocausto caníbal es una película?
— Ah, no estabas bromeando.
Me reí.
Sus orejas se pusieron rojas casi al instante. Las conversaciones se sentían rápidas cada vez que empezaban como si, milisegundos después de que él cerrara la boca, yo ya tenía una respuesta en la punta de la lengua y viceversa. Lo miré unos segundos, lo suficiente para que me haya visto parpadear incómodamente unas tres veces y aún así no se haya sentido extraño, muy aparte de que su cuerpo dejó de respirar automáticamente. Así que, él tenía que pensarlo cinco veces más.
Incluso todo acerca del videoarte se sintió como una excusa barata del tiempo, un ser divino o los hilos invisibles para que al fin él me hablara. O que yo le hablara a él. Yo le hablé primero. Así que fue el deseo de Choso, favorito del tiempo, Buda, Dios, hilos invisibles, lazos rojos, destino.
Nuestros encuentros escalaron desde ese día, temo decir. No sé hasta qué punto o cómo nos volvimos íntimos. Se sintió como Motion Picture Soundtrack, quizás desde el minuto 2:15, en la soledad de la habitación. O quizás algo del inicio, cuando cantaba la parte de cheap sex and sad films, porque resumía mi vida diaria cuando yo solía pudrirme en la habitación de invitados y nunca en la propia. Fui a algunas presentaciones de su banda, invitada por él y tal vez hablamos más del Riot grrrl, y se veía más punk rock, al estilo Bikini Kill, o un cover de Bikini Kill que sonaba mucho peor con estupefacientes encima mientras yo orinaba con la puerta del cubículo abierta, ojos adormilados y su figura de espaldas, echando las últimas en el mingitorio. Cada vez que abre la boca me recuerda a algo —lo mínimo violento— en rotura constante, como rasgarse el vestido para cubrir el sangrado, arrancar lentamente la página de una revista para adultos —y ya somos ambos bastante adultos como para seguir refiriéndonos a esa revista de manera «formal» al estilo infantil— para hacer apuntes y conteos del dinero ganado y gastado sobre las piernas de una chica que se asemejaba a Belle de Jour.
De alguna u otra forma, la gente cambia. Choso no fue la excepción. Pero, yo ya estaba acostumbrada a su guitarra chirriante y la sensación de mal viaje que me producía su voz temblorosa por videollamada. Yo ya había aprendido y acostumbrado a ser una estudiante pobre, viviendo los años perros: pasando de uno doméstico criado a palos y cuerdas en el cuello a uno callejero hurgando en la basura y echado a patadas de cada lugar, donde cada día es un jam poco fructífero.
— Mi madre una vez me dijo algo estúpido, como que no debía juntarme con gente que no tuviera papás juntos. Porque iban a marchitarme —comenté una vez, echada sobre el estómago, en su cama, disecando flores y aplastándolas en libros viejos. Él estaba sentado en el suelo, al lado de la alfombra recién lavada, con su mentón en el borde de la cama, viendo. Observando—. Ni siquiera conozco a mi papá, así que creo que solo trataba de insultarme.
Sus ojos se notaban más claritos porque el sol le daba de lleno en el rostro.
— Es una forma algo extraña de decirlo —. Su boca se entreabre, queriendo decir algo más. No había dormido ese día así que lagrimeó por eso, o quizás por otra cosa. Cierro el libro y coloco uno más pesado encima. Me acomodo un poco para llegar a él—. No deberías recordar cosas como esa.
— Hmm, bueno, quién sabe.
Hijos de la misma inflorescencia. El primer ser humano de cuatro patas y cuatro brazos de la clase de un mes de introducción a la filosofía. La anatomía del abrazo, mitosis interrumpida, siameses, dos espejos, las ofertas del 2 por 1 en las latas de alcohol en el 7-Eleven. Me gustaba verlo. Es diferente. Mi piel se pone como el de una gallina. Fóbica. Tensa. Constituía la base de mi amor, pero no estaba dispuesta a aceptarlo.
A veces sentía que me miraba y tocaba de una forma en la que sabía que él no estaba hecho para mí. Que yo no me lo merecía. Algo almacenado en mi sangre, mi carne y mis huesos —y tal vez hasta en la glándula suprarrenal— no lo rechazaba, pero mi cerebro sí. Una personalidad y baja autoestima donde me sentía constantemente inmerecida de cosas buenas y a la vez, odiaba esperar por las cosas buenas. Odiaba el camino de los vidrios hacia la felicidad. Sentía que hacía la cosa buena, la cosa correcta. Crece como el moho. Dentro de mí. No hay calma, porque siento todo el movimiento de la vida. Mis órganos, mis sentimientos, las palabras en mi mente. El viento en las cortinas empolvadas, los insectos muertos sobre el agua empozada, el agua sucia fluyendo del fregadero. Y, como iba diciendo, a veces me miraba y no tocaba. A veces me tocaba y no miraba. Tantea la piel como un topo en la tierra.
Cuando yo lo observaba, él casi nunca apartaba la mirada. La gente caminaba, tropezaba, se reía. Todos se movían. Yo me muevo, mi hebras, mis glándulas. Él oxígeno hizo, hace y hará su ciclo. Nunca supe redactar. Tampoco supe escoger bien las películas. Pero, incluso cuando él tenía una expresión aburrida, podía adivinar el sentimiento de añoranza colándose en su mente. La visión de él se cimentó en mí. «Verlo» de repente se convirtió en «El verlo», en sólido, así que ingresó duramente por mi ojo, como una piedrita en la primera brisa de la calle después de la resaca y aquella, la piedrita, rompió algunas membranas oculares para instalarse dentro de mí: convertirlo en una necesidad casi tan básica.
Normalmente no hablábamos sobre eso. Pero una ocasión, cuando se quedó en mi casa luego de una fiesta, me acorraló.
— ¿Qué somos exactamente?
— ¿Por qué preguntas eso?
— Porque me besas gratis —. Su voz era suave, calma. Solo veía su cabeza, porque seguía ocultando el cuerpo tras la puerta del baño. Quizás estaba un poquito ebrio aún, pero su voz siempre ha sido adormilada por naturaleza, una herencia cansina. Me río por la expresión utilizada. Él frunce el ceño y pega la frente en la losa fría—. Y sé algunas cosas sobre ti, que no creo que tus amigos lo sepan.
— ¿Cómo cuáles? —pregunté mientras ordenaba algunos de los discos de música que me había regalado las semanas anteriores. No lo miré. Tendía a ocultarse más detrás de la puerta del baño mientras más escudriñaba con la mirada.
— Te gusta dormir con el rostro pegado a la pared.
— Es que quiero asfixiarme por las noches.
— No te gusta ir a los baños sola, prefieres que la puerta del cubículo esté abierta y ver a alguien cerca.
— Pensé que estabas lo suficientemente drogado para recordar eso.
— Lloraste, Bekka.
Sus ojos eran como charcos en los que alguien o algo tenía que saltar para que las lágrimas cayeran. Siempre ha sido alguien bastante sensible, aunque no lo parecía a primera vista; pero yo ya lo había dicho antes: es como un cachorro pateado. Se me cayó el corazón. Solo lo había visto de esa forma con sus hermanos menores. Así que volvía a plantearme lo que yo estaba significando para él hasta el momento.
— No es algo grave, solo me da pánico los lugares cerrados y pequeños, algo como claustrofobia, pero solo me sucede con los cubículos.
Cerré las ventanas y bajé las persianas. Él fingió que se había lavado la cara para secar las lágrimas que ya no salieron por ese momento. El estuche de su bajo reposaba en la puerta del pequeño closet. El foco era amarillo por el polvo de polillas. El logo de Metro-Goldwyn-Mayer se mostró en la pantalla cuando él se colocó a mi lado, el rugido del león que me recuerda a mi infancia me hace lagrimear un poco. ¿Por qué estaba sensible?
— ¿Por qué te interesaste en mí? —pregunté mientras me quitaba las medias. Hace ya un buen rato que me quité las zapatillas. Su boca se entreabre y entierra su nariz en mi hombro. Pude sentir cómo humedeció mi camiseta con su cuerpo, ya que se había bañado en la oxidada ducha española del cuarto.
Sus ojos miran mi boca.
— Tú fuiste la que me besó primero.
— Me beso con mis amigos en las fiestas.
— Pero...
— Mentira —. Yo no solía ser fan de dar una lluvia de besitos por todo el rostro. No tenía la paciencia para ello mucho antes. Él frunció el ceño hacia arriba, una expresión de queja y no me quedó de otra que besar rápidamente su mejilla para luego bajar cerca de su mentón y finalmente sus labios—. Es mentira.
Nunca estuve acostumbrada a las muestras de amor. He meditado sobre eso muchas veces. Lo medité más cuando empecé a tener lo que sea que hubo entre Choso y yo durante ese tiempo. Su rostro ansioso, su boca húmeda y labios agrietados... Él perdía la cabeza rápidamente cuando se trataba de afecto físico. Había sido hostil y difícil de tratar más allá de conversaciones simples y rápidas al principio, pero siempre tuvo un corazón repleto y carnoso, como una fruta carnívora de nacimiento prematuro. Me maravillaba, en constancia. Aunque, cuando lo noté por primera vez, había sido mala —bastante—, pensando en convertirlo en una marioneta de deseo. Pero solo quedó en un pensamiento, algo intrusivo como una inyección. La forma en la que sus dedos solían enroscarse en mi camiseta, blusa o casaca, cada vez que lo besaba en la intimidad de su habitación o la mía, la forma en la que pedía permiso para todo cuando se trataba de mí y la ropa interior de gusto cuestionable. He aprendido muchas cosas de él, alimentándome, sorbiendo cualquier pequeño rastro de quietud morada: acariciar con las yemas de los dedos su rostro, despacio, paciente; tomar las cosas con calma no estaba en mi inventario si mi cuerpo era un saco y su mano fuese la que me abrió y vio mi sanguinolento interior, acostumbrado a la vida rápida, anónima y corta. Demasiado corta.
— Esa vez, cuando te vi, tenías el pelo enmarañado —dijo, abrazándose a mí, la película de fondo y mis dedos enterrados en su pelo suelto y negro—. Y una rodilla morada por un golpe.
— Sí, me caí llegando a la fiesta porque Megumi no me advirtió del escalón extra en la entrada.
Choso sonrió tímidamente sobre mi hombro, aunque sus ojos seguían siendo los mismos, pero más afables y tres meses más viejos. Ha hecho eso antes, o nunca lo hizo. Provocaba en mí, ver todas las películas malas para dejar solo las cosas buenas para él, como una selección meticulosa y destructiva para la formación de una burbuja sólida e impenetrable. Lo mismo que él hace para sus hermanos y que nadie nunca hizo para él antes. Cuando volteé a besarle una mejilla, él habló al mismo tiempo en que los diálogos de la película iniciaron.
— A veces no sé si te gusta jugar conmigo o solo disfrutas vivir despreocupadamente, sin ataduras.
Le pasé el pulgar suavemente sobre sus ojeras, o el aumento de estas porque había una pequeña mancha oscura de maquillaje que no salió en su ducha rápida. De todas formas solo logré expandir un poco más el borrón y me reí. Su piel se sentía fresca. Yo ni siquiera había querido bañarme, me ponía mal después de la bebida.
— ¿Quieres algo más? ¿Es por eso que lo dices? —. No me habría importado dárselo. La visión de su cabello mojando la cama a gotas y yo frotando la toalla por sus hebras empezaba a hacerse realidad mientras esperaba su respuesta.
— Es que eres muy extraña.
— ¿Yo?
— No en el mal sentido, sino en el sentido en el que me atraes aunque nada de lo que dices es seguro ni sólido. Pero eres auténtica y no pareces ocultar nada a propósito, así que solo me confundes.
— Podría contarte alguna cosa o dos, cuando me preguntes —. No hay respuesta, solo un beso rápido.
Cuando paseo los dedos por sus hombros, él tiene la misma mirada de aquella vez en la que me ayudó a limpiar mi cuarto —este cuarto— y terminé con las manos bajo su camiseta de Acid Black Cherry, acariciando su abdomen mientras me hablaba sobre la suciedad y lo descuidada que era por no limpiar mi cuarto en semanas. Por lo bajo, él quiso decir «en meses», pero la verdad es que yo no lo limpiaba a profundidad desde el año pasado y, por eso, Maki me quería. Porque fui el perfecto ejemplo para la temática del aquel fotozine.
Me quité los jeans que había llevado a la fiesta, quedando en ropa interior.
— Filocalia
— ¿Mmh? Lo recordaste de repente.
— Compré un fotozine ese día.
— Pudiste haberme pedido a mí y te daba una de mis muestras gratis.
Se acomodó en las sábanas, me cubrió las piernas desnudas y echó un vistazo a la película giallo que quedó de lado.
— ¿Por qué? Filocalia, quiero decir.
— Pregúntaselo a los griegos —bromeé—. Aunque a esos no los verás aunque te metas cosas por la nariz o te inyectes en el brazo.
— Lo busqué en internet después de hablar contigo. Te idealicé.
— Todos lo hacen, ¿qué significaba?
— "Amor a la belleza", pero estabas usando ropa sucia, en una pila de ropa sucia. Luego el significado se alargaba a "Amor a la belleza, pero la fuente de toda belleza es Dios", pero yo no creo en Dios.
— Yo tampoco.
— Pero alguien lo vio en ti. Incluso cuando todo se había marchitado alrededor. Es una de las mejores fotografías del zine, incluso cuando sale un "anónimo" al lado del nombre de la modelo, es decir tú. Es como si quisieras borrar cada mapa de tu existencia humana.
Sus dedos trazaron líneas imaginarias —los paralelos y meridianos que me costaba aprender en la escuela media— en mi clavícula. Deseé aprender más de él. Mucho más. Me hacía entender mi pereza intelectual y mi búsqueda de estímulos visuales y carnales como un intento de saciarme, saciarnos. Me esclareció la idea; aquella flor aster desapercibida, marchita y con pétalos faltantes, podía ser más que una exposición sobre la pobreza y la miseria, más que una decoración disecada en el libro ruso. La mayoría de las cosas pasaban demasiado rápido, ominosas, y el movimiento me mareaba, los días rápidos, los affairs fugaces como yo si huyera de algo... Todo ello también, él podría explicarme, letra por letra, la lentitud de las cosas, del amor, como un slow burn pero en buenas manos y covers de OK Computer de Radiohead como calentamiento.
Los dos no sabíamos nada esencial.
No fuimos parte del quinto superior en la universidad.
Ni destacamos mucho.
Las películas, la música ni los estudios superiores entendían las pequeñeces, lo costoso de seguir adelante arrastrándose cuando todos corrían y la facilidad de acostarse un rato, desangrarse, hablar y besarse mutuamente en la quietud, cuando se apaga la lámpara y la película queda a la mitad. Por suerte, aunque era setiembre y el polen me provocaba estornudar, hubo brisa después del sexo.
⊰ 𝐍𝐎𝐓𝐀 𝐃𝐄 𝐀𝐔𝐓𝐎𝐑! ⊱
confieso que tuve bastante conflicto escribiendo por dos razones, (1) me cuesta escribir en torno a una flor, pero por eso mismo también encontré el reto encantador, lo cual es gracioso porque no soy fan de las flores, las evito y me recuerdan a los cementerios y (2) el significado de la flor aster; sabiduría, amor y paciencia, son cosas que no he experimentado de primera mano, pero como uno es delulu, fácilmente me lo inventé.
el concepto de amor me parecía muy grande y, haciendo investigaciones, hablaban del amor en general. yo tengo un diferente concepto de amor como persona arromántica, ah. mezclar amor con sabiduría me parecía algo más filosófico (justamente lo griego) o un concepto viejo, asi que lo traje al mundo actual, en un ambiente de música, universidad, zines y películas (por eso el título hypnotic film opus)
espero que no se haya sentido lo denso de escribir +de 4000 palabras.
¡ gracias por leer !
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