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Capítulo 8: "Maddie"

Recordaba con exactitud la localización de aquella misteriosa casa. Ser llevado a la fuerza por los abusadores de tu secundaria no era algo sencillo de olvidar.

Cuando por fin estuvo a tres casas de su objetivo, se detuvo de manera repentina, mirando a lo que se suponía era la residencia "abandonada". No podía creer lo que estaba viendo.

La pintura blanca en las paredes parecía recién seca y estaba demás decir que se veía intacta. Las ventanas que antes tenían tablas de madera cubriéndolas, ahora tenían unas bellas cortinas rosadas cubriendo el interior de la casa. Además de esto, había un camión de mudanza estacionado, de donde bajaban y subían varios hombres con cajas llenas de pertenencias.

Entonces, la vio. Vio salir a la muchacha rubia de ojos grises. ¿Cómo no reconocerla? Era la chica que había estado soñando todo este tiempo. Llevaba puesto un vestido blanco hasta las rodillas con una decoración de flores naranjas. Tenía una hermosa sonrisa, y el cabello suelto y largo hasta la cintura. ¿Cómo era esto posible? ¿quizás, y sin darse cuenta, alguna vez la había visto pasar de reojo por la calle y eso, por alguna extraña razón, lo hizo soñar con ella? ¿eso siquiera tenía sentido?

El corazón de Noah empezó a latir con rapidez, cuando notó que la muchacha se acercaba a él. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? ¿alejarse de ahí y fingir que no vio nada? ¿correr en dirección opuesta? Dio un paso hacia atrás, luego otro hacia adelante. No, no iba a correr, no cuando había estado ahí de pie observando como un acosador. Exhaló relajándose. No le tenía miedo a una chica, ¿o sí? Sintió sus manos húmedas. Se puso firme, para, según él, evitar demostrar su nerviosismo.

—Hola —saludó ella con amabilidad una vez que estuvo lo suficientemente cerca.

Noah giró para ver hacia atrás, por si se hubiera equivocado, y quizás solo estaba saludando a alguien más. Pero no, no había nadie más. Volvió su mirada hacia la rubia, quien esperaba una respuesta.

—Hola... —dijo no muy seguro.

—¿Eres uno de mis vecinos?

—Ah. No. Yo vivo muy lejos de aquí de hecho. Solo estaba... tú, ¿tú vives por aquí? Es decir, claro que vives por aquí, esa es tu casa, ¿cierto? Acabas de mudarte.

La rubio rio y asintió.

—Soy Madison Pendergrass, pero puedes llamarme Maddie —le tendió una mano.

—Soy Noah Grimmell, y puedes llamarme... Noah —recibió el gesto y entrecerró los ojos al darse cuenta de lo tonto que había sonado eso.

—Grimmell, como... ¿Susan y Dóminic Grimmell?

—Sí, son mis padres. ¿Los conoces?

—¿Quién aquí no?

—Oh, bueno, eso es cierto... —dijo cruzando ambas manos detrás de su espalda. Se creó un silencio un poco incómodo, pero... ¿qué se suponía que debía decir ahora? ¿Bonitas cajas de mudanza?

—Noah, ¿quieres jugar conmigo?

—¿Qué? —interrogó mirándola confundido —¿jugar?

—Sí, —afirmó con seguridad y seriedad. —hay dos columpios en el patio —señaló detrás de ella. —Está bien si no...

—Sí quiero —respondió interrumpiéndola. —Es decir, te entiendo. Eres nueva aquí, no conoces a nadie.

Maddie sonrió.

Al principio fue un poco extraño para Noah, no se había columpiado desde que tenía diez años. Pero, de alguna forma, le agradaba Maddie, sobre todo por lo hipnotizado que se había quedado al conocerla. Incluso había dejado en último plano la razón por la que había ido a aquel lugar.

Noah reunió la suficiente confianza en sí mismo como para preguntarle algunos datos e iniciar una conversación. Primero, fue sobre de qué lugar venía, a lo que Maddie respondió, que ella había nacido en Groberville, pero por motivos personales de su padre, tuvieron que irse por un tiempo. Luego, quiso saber en qué secundaria estudiaría, ya que en el pueblo tenían dos opciones, una estatal y una privada; sin embargo, la rubia le contestó que, en ninguna, debido a que llevaría su educación en casa. Esto sorprendió al muchacho y le comentó que la entendía totalmente, contándole que alguna vez, él también llevó sus clases de esa manera.

Entonces, Maddie se bajó del columpio y miró con dirección a su casa, desde su posición podía ver a su mamá en la cocina.

Noah giró para ver lo que sucedía, y vio a la señora y a Maddie comunicarse con lengua de signos, lengua que obviamente él no comprendió para nada. Solo observaba cómo movían sus manos. Hasta que se detuvieron y la rubia centró su concentración nuevamente en él.

—Noah, creo que ya deberías regresar a tu casa, está oscureciendo.

Entonces solo era eso.

—Sí, creo que ya es tarde...—concordó viendo el sol empezando a ocultarse.

—¿Regresarás?

—¿Tú, tú quieres que regrese?

—Somos amigos ahora, ¿verdad?

—Claro que sí —sonrió.

***

Noah continuó visitando a Maddie todos los días. Y se retiraba a la misma hora, antes de que anochezca. Solo se dedicaban a columpiarse un poco y a charlar. Noah le contó un poco sobre su familia, sobre cómo fue criado y también sobre Peyton, y cómo le gustaría que la conociera apenas llegara de su viaje.

Intentaba ocultar su preocupación sobre las pesadillas que aún lo atormentaban cada noche. Hasta podía decir que se habían vuelto más intensas, más vívidas que antes. Y no era como si estuviera soñando algo nuevo, quizás alguna pista que le explicara el porqué. Eran las mismas imágenes, pero, en las tres semanas que había pasado con Maddie, todo se había maximizado. Al punto en que despertaba gritando y debía calmarse con al menos cuatro tazas de té. Y, ¿dormir después de eso? Imposible. Es decir, sí podía conciliar el sueño, el problema empezaba cuando las pesadillas se repetían. Solo le quedaba distraerse rearmando sus rompecabezas de quinientas piezas toda la madrugada, o a veces solo se quedaba en silencio mirando al techo.

Llegó a tener la teoría de que se trataba de alguna premonición. Quizás él estaba soñando todo eso, como una advertencia. Quizás debía ayudar a Maddie. ¿Qué más podía pensar?, ¿qué otra cosa podía ser? Era eso o, lo que más temía aceptar, que su padre tuviera razón y que, al no tomar sus pastillas, perdería la cabeza. Tal y como le estaba sucediendo.

Ya no podía más. Debía hacer algo. Al menos debía contárselo a Maddie. Después de todo, las pesadillas se trataban sobre ella.

—Maddie, yo... —empezó deteniendo el columpio. —Me gustaría hablar contigo sobre algo serio, es realmente serio.

—Claro. ¿De qué se trata?

—Intento pensar en alguna mejor forma de cómo empezar a decir esto sin sonar cómo un psicópata o algo parecido, pero... Estoy preocupado por ti. Temo que algo malo podría pasarte. No sé por qué, solo tengo estos... extraños sueños, sobre ti. Los tuve poco antes de conocerte. Al principio te veo contenta, aquí, en tu casa... luego está esta sombra... Te veo llorar, y creo hasta puedo sentir tu miedo...

—Te creo.

—¿Lo dices en serio?

—Claro que sí.

—¿No te estás burlando de mí? Creí que si te contaba...

—Puedo probarte que no. Me gustaría invitarte a una cena, mañana, aquí.

—Y eso probará que no te burlas de mí, porque...

—Solo ven mañana y lo entenderás.

—Aún no comprendo del todo. Creí que, si te explicaba con más detalle mi sueño... pesadilla, podríamos encontrar una manera de evitar que algo malo te suceda.

—Mañana, en la cena. Ahora está oscureciendo, y debes regresar a tu casa. Tampoco quiero que te suceda algo si sales muy tarde.


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