Capítulo 24: "Las piezas faltantes en el rompecabezas"
De las dos columnas más grandes del interior de la iglesia, sobresalían dos cadenas, una a cada lado, estirando sus brazos y aprisionando sus muñecas.
Su peso era sostenido por sus rodillas sobre el duro suelo de mármol, y su cabeza descansaba hacia adelante, con el mentón casi pegado a su pecho. La camisa blanca que usaba, estaba machada con su propia sangre ya seca. La línea horizontal del corte en su cuello, terminó por curarse, hasta dar la impresión de que nunca hubo una herida. Dejando únicamente, los rastros de sangre en su piel. Una venda negra cubría su visión, y era atada en un nudo detrás de su cabeza.
Las ramificaciones verdes recorrían su abdomen, pecho, hombros, y rodeaban su espalda. Por medio de unas espinas de regular tamaño, se incrustaban en las partes señaladas, inyectándole más dosis de Sacris, disminuyendo sus fuerzas.
Inhaló con fuerza, permitiendo que el oxígeno volviera a llenar sus pulmones. Se sentía tan bien volver a hacerlo.
Al abrir los ojos, y levantar la cabeza, a través de la tela, pudo ver algunos puntos de luz frente a él, y la silueta de un hombre. Jaló de las cadenas para intentar liberarse, pero fue inútil.
—¿Ya me recuerdas? —preguntaron.
Fue cuando reconoció la grave voz del hombre de traje blanco.
—No... No soy él...
—Oh, ¿en serio? Primero, quemaste una casa. Empujaste a una persona al lago con tu mente. Y mataste a un wendigo. Si fueras humano, seguirías muerto.
—¿Qué? ¿Cómo...?
—Sé que escondes a Zalein, pero no puedo entender la razón. Siempre es necesario un pequeño empujón que te envíe al otro lado, y el maldito aparece de inmediato. ¿Por qué quieres esconderlo?
—¿Maldito? Creí que dijiste que era tu viejo amigo —dijo Noah, y no obtuvo ninguna respuesta. Así que, usando lo poco que sabía hasta ahora de aquel extraño, decidió continuar hablando, con el objetivo de averiguar con quién estaba tratando. —Entonces... tú enviaste a todas esas criaturas. Y estuviste ahí. Viéndonos.
Escuchó una risa ronca.
—Si lo que quieres es entrar a Kósmos, no te seré de mucha ayuda. Los soldados de Dios ya no existen...
El hombro soltó un bufido. Su paciencia se había colmado.
—¡Por qué querría entrar a esa estúpida escuela! ¡Necesito mi alma! —gritó con furia, y le dio un puñetazo al muchacho en la mejilla derecha. Sintió que no era suficiente, así que le dio otro en la izquierda. —¡Devuélveme! ¡mi! ¡alma!
Cuando los golpes se detuvieron, apareció un pequeño dolor en la parte frontal de la cabeza del muchacho. Cerró los ojos cuando la punzada incrementó. Ni siquiera le importó la sangre que se acumulaba en sus mejillas, y que probablemente se tornen moradas luego debido a los golpes. La presión en su cabeza empezaba a convertirse en un tormento difícil de soportar. Y sin ninguna explicación, se detuvo. Abrió los ojos, para darse cuenta que ya podía ver sin ningún problema.
Ya no tenía las cadenas sujetándolo. Estaba de pie, en mitad del bosque, con las manos cruzadas en su espalda. Podía oír las hojas de los árboles mecerse con el viento. El canto de algunas aves. Lo más extraño era que, ni siquiera podía elegir hacia dónde ver, o qué hacer. Parecía ser guiado por alguien que, al mismo tiempo, era él.
—Zalein, —nombró alguien detrás de él, con la respiración agitada. —ellas no tardarán en llegar.
Se giró para encontrarse con el hombre de traje blanco, pero que, en este caso, llevaba una armadura parecida a las que había visto en las estatuas de Kósmos. Notó el miedo en sus facciones.
—Era de esperarse, Zackary. —habló él mismo sin poder evitarlo. No era su voz. —¿Ya tomaste una decisión?
—¿Cómo pretendes protegerme si tu objetivo es desaparecer?
Esbozó una sonrisa que expresaba autosuficiencia.
—¿No has aprendido lo suficiente de mí? No puedo ofrecerte todas las habilidades que perdiste, pero sé exactamente cómo evitar que te asesinen, y además, cómo puedes defenderte si lo crees conveniente.
—¿Cómo?
—La inmortalidad y la fuerza sobrehumana te servirán. Primero deberás conseguir lo necesario. Y luego, quiero algo a cambio.
—Lo que sea.
Las facciones del rostro de Zackary se le hicieron demasiado familiares. Sentía que ya lo había visto en algún lugar, mucho antes de lo sucedido en la secundaria. El hecho de reconocer su armadura había ayudado. Las estatuas. Exacto. Eso era. Su mente pudo recordarlo. Una de las estatuas de Kósmos había sido hecha en honor a Zackary. Era un soldado de Dios, uno de los cinco primeros en existir. Pero, según acaba de presenciar en la visión. De alguna forma, había perdido sus habilidades. ¿Cómo fue eso posible?
Todo a su alrededor se esfumó como si de un vago recuerdo se tratase. Ahora se encontraba arrodillado frente a una fogata, en el mismo bosque. Con la diferencia que era de noche. Escuchaba el ulular de las aves nocturnas.
Bajó la mirada, mientras levantaba su mano izquierda. Sostenía el corazón de un ser humano. La temperatura en su palma se incrementó, hasta que el fuego azul salió del mismo, carbonizando por completo el corazón, el cual se desvaneció. Sus cenizas, llevabas por una brisa, se dirigieron hasta Zackary, y entraron por su boca.
Un niño, de ojos grises, con al menos cinco años de edad, lloraba en silencio a su lado.
—¿Cómo sé que funcionó? —preguntó Zackary, ignorando las lágrimas del pequeño.
—Solo mira —respondió él, tomando su muñeca. En su mano, aún sangrienta, crecieron largas garras negras, que usó para hacer un corte en su palma.
La herida, tan rápido como fue creada, sanó.
Zackary sonrió satisfecho.
—Ahora, lo que yo quiero —dijo para, sin previo aviso, y con sus garras, atravesar el pecho del hombre como si no fuera nada.
El niño se tapó los ojos sin dejar de llorar. ¿Por qué le estaban haciendo eso a su tío?
Zackary gritó de dolor, mientras Noah sentía la energía de algo nunca antes experimentado, viajando por sus venas, y llenando su pecho.
Cuando sintió que había terminado de absorber hasta la última pizca de su alma, retiró su mano, y lo dejó caer sin cuidado.
En un abrir y cerrar de ojos, Zackary había desaparecido.
—¿Por qué tus ojos son negros? —preguntó el niño con las mejillas húmedas de tanto llorar. Ni siquiera podía verlo directo a los ojos. Quería saber por qué su tío lo había dejado con él, en tan escalofriante lugar. —¿eres un monstruo?
—No debes temerme. Serás poderoso. Seremos poderosos.
Aquel recuerdo volvió a desaparecer.
Vio a un metro debajo de él. En el pasto. El cuerpo de una criatura, con ojos completamente negros, y piel similar al carbón. Tenía grietas en todas partes, dentro de las que, parecía correr lava. Aunque, poco a poco, esa lava iba apagándose. Tenía el hocico abierto, mostrando sus afilados colmillos, dos superiores, y dos inferiores. Su lengua, a simple vista, áspera, y con punta doble, caía tocando el suelo. Estaba muerto. Era un lilim. Un lilim muerto.
Mientras tanto, él estaba inmóvil en su lugar. Sentía sus raíces arraigadas al subsuelo, absorber la sangre del lilim, que luego subía por su pequeño tronco, hasta sus ramas, en la que creció una tentativa manzana roja.
El niño, limpiándose las mejillas con sus mangas, tomó el fruto con ambas manos y le dio un mordisco.
Cuando el pequeño terminó la manzana, y desde sus labios hasta su barbilla estuvieron manchados de sangre, Noah pudo ver, a través de estos nuevos e inocentes ojos, el árbol del manzano que había sido hace unos minutos.
Dos mujeres con armadura de soldados de Dios llegaron corriendo hasta la escena. Solo vieron al pequeño, quien fue cargado por una de ellas.
Los recuerdos terminaron. Volvió a la dura realidad, donde una venda estorbaba su visión. Noah podía estar seguro de algo, había revivido los recuerdos de Zalein. Ahora podía entender una parte del cómo llegó a poseer un cuerpo humano. Cómo es que logró engañar a los soldados con una falsa muerte. Y más importante aún, cómo es que la herencia de la sangre maldita inició. Pero no eran suficientes piezas. ¿Y si esta era su única oportunidad de armar todo el rompecabezas? Tenía que saber más sobre ese pasado. Y su mente no estaba ayudando con el proceso. El dolor en su cabeza reapareció. Luchaba contra un bloqueo que él mismo se impedía descubrir. Debía haber mucho más que no sepa. Solo estaba escondido. No desistió en sus ansias por obtener más información. De un modo u otro iba a conseguirlo.
Escuchó cómo alguien cayó de rodillas frente a él. Lo ignoró y mantuvo su concentración en lo que realmente quería obtener en ese instante.
La visión del reformatorio de Groberville apareció en su mente. Frunció el ceño sin comprender. A diferencia de las anteriores memorias, estas eran difíciles de ver con claridad.
Podía notar que era de noche, una de las puertas traseras del edificio estaba abierta. Reconoció a John, Chuck y Mario saliendo de ahí con sus uniformes grises. El guardia de seguridad seguía de pie, con los iris de un color rojo vibrante, y no hizo nada para detener el escape.
Ahora estaba frente al grupo de chicos, en el bosque, mostrándoles un objeto plano y circular del tamaño de su mano. Parecía estar hecho de un metal, teniendo una esfera de color rojo en el centro y signos de una lengua cuneiforme rodeándolo. El amuleto de Zalein, oyó en su mente.
Los iris de los tres muchachos se tornaron del mismo rojo que los del guardia. Estaban hipnotizados. Sus mentes totalmente vulnerables a lo que pudieran decirles. Aceptarían por verídica cualquier palabra, y acatarían cualquier orden mientras el efecto persistiese.
—Noah Grimmell es la razón de su miseria en el reformatorio. Esta es su oportunidad de obtener venganza. Aíslenlo, y luego mátenlo. Y no dejen testigos.
Luego, retrocedió más. Vio que las sirenas, el wendigo y el director Rodes eran hipnotizados de la misma forma.
—¡Genevieve, haz que se detenga! —gritó alguien. Parecía sufrir. ¿Estaba pidiendo ayuda?
Los pensamientos de Noah fueron interrumpidos por el dolor repentino en su cuerpo. Sintió las espinas incrustándose aún más en su piel. Las ramificaciones ajustándose más a él. Y la esencia de Sacris ingresando a su organismo, logrando que sus gritos de agonía retumben en toda la iglesia.
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