Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

𝟎𝟏. ABREQ AD HABRA

🕰️ 𝐍𝐈𝐆𝐇𝐓𝐌𝐀𝐑𝐄𝐒 𝐀𝐓
𝐌𝐈𝐃𝐍𝐈𝐆𝐇𝐓 𝐏𝐑𝐄𝐒𝐄𝐍𝐓𝐒... 🕰️

𝓒𝐇𝐀𝐏𝐓𝐄𝐑 𝓞𝐍𝐄
abreq ad habra
════════❖════════
Cuidado. No dejes que se encariñe con él
o las consecuencias serán nefastas.

━━━𝐓𝐄𝐍𝐆𝐎 𝐀𝐋𝐆𝐎 𝐄𝐍 𝐋𝐀 𝐇𝐀𝐁𝐈𝐓𝐀𝐂𝐈𝐎́𝐍 𝐐𝐔𝐄 𝐍𝐄𝐂𝐄𝐒𝐈𝐓𝐎 𝐄𝐍𝐒𝐄𝐍̃𝐀𝐑𝐓𝐄. 𝐓𝐑𝐀𝐍𝐐𝐔𝐈𝐋𝐀, 𝐍𝐎 𝐄𝐒 𝐍𝐀𝐃𝐀 𝐌𝐀𝐋𝐎.

Resulta curioso que una frase tan sencilla como esa haya sido el comienzo de nuestra pesadilla.

Y por ello, esa tarde del 25 de noviembre de 1993, estaba en el pueblecito de Port Lawrence para saber exactamente qué era lo que escondía Harold tras sus palabras pero fuera como fuese, sentía que le daba cierta conmoción dar a conocer su secreto.

O puede que incluso qurría enseñarme algún objeto antiguo que había descubierto en su mansión.

Todavía recuerdo aquel atardecer que se tornaba tan oscuro como la propia noche con sus lamentos y sus misterios. Sentí frío. Un frío como cuchillas que arañaban lentamente mi piel bajo mi gabardina larga y oscura; que me llegaba hasta los tobillos resguardados con unas medias tupidas e igual de negras.

Pero, pese a todo, sentía ese aliento gélido. El invierno estaba a la vuelta de la esquina, tan vigilante como una sombra en un umbral pero tan efectivo como la luz de la luna en un paraje solitario: marcando su territorio y advirtiendo de su presencia.

Con esa sensación en la piel, me acerqué a la mansión antigua de los Biddle por el patio delantero, sentí el crujir de la miríada de las hojas castañas bajo el peso de mis botas con cada paso que daba. La lluvia caía sobre mi paraguas y noté que conforme iba avanzando, la niebla se hacía más predominante y caracoleaba por encima del terreno.

Cuando ya estaba a dos pasos de las escaleras, me detuve un instante para observar la mansión. Jamás me cansaría de admirar la belleza oscura que desprendía, muy propia del romanticismo en cuanto a su lúgubre estilo. Siempre me preguntaba qué había pasado en aquellas paredes, de qué habían sido testigos aquellos ventanales góticos, de los grandes inviernos que habían tenido que soportar aquellos tejados con sus respectivos techos empinados y altísimos.

Ante ello, mi mirada se posó en la ventana del ala oeste, su pasillo estaba oscuro pero capté un movimiento fugaz como si fuera un aura albugínea. Un espíritu. Una aparición. Estaba mirándome. A mí. O eso parecía.

Sí, podía ver a los muertos aunque para mí eso no era un don sino una maldición.

El caso es que ante ello, lo único que pude hacer fue suspirar, apartar la mirada y ponerme en marcha. Empecé a subir los escalones de madera antigua como si no hubiera ocurrido nada. O al menos, eso intentaba parecer.

Cuando iba a tocar la puerta me di cuenta que estaba entreabierta, vacilé un instante pero finalmente entré y dejé el paraguas en su sitio, al mismo tiempo que limpiaba la planta baja de mis botas y cerré la entrada con cierto tiento.

—¿Harold? —pregunté en un breve murmullo cuando había terminado. Ajusté el asa étnica de mi bolso con mayor fuerza sobre mi hombro; dentro había algo delicado. Observé una nube de vaho blanquísimo que salió de mis labios al pronunciar el nombre pero no volví a proferir ninguna otra palabra porque mi atención se dirigió completamente hacia una sintonía de piano que procedía desde el interior del hogar.

La música se escuchaba perfectamente y me guiaba hasta el vestíbulo, más triste y más nostálgica a la vez y, dando vida a través de las teclas, lo vi.

Tocaba como si estuviera en una batalla a muerte: venciendo sus pesadillas a través del arte, descifrando los misterios de sus problemas a través de una melodía que resonaba y resonaba hasta llenar el último recoveco de aquella estancia solitaria. Tocaba como lo haría un náufrago cuando lucha con ahínco por mantenerse a flote y no caer a la deriva. Tocaba con tristeza y melancolía pero también con una delicadeza fuera de este mundo que albergaba en ella la esperanza de poder ser libre.

Porque así era Harold.

Delicado y cariñoso pero al mismo tiempo, sensible. Un libro antiguo con muchos conocimientos pero cuyas páginas son tan frágiles que debemos tener cuidado con ellas si no queremos estropearlas.

Si no queremos perderlas.

El movimiento de las ondulaciones de su cabello oscuro como el carbón creaba pequeñas sombras bajo la luz de las velas, residentes fieles de los candelabros. No pude contemplar su mirada pero sabía que aquellos ojos cerúleos brillaban con intensidad cuando creaba vida a través de un instrumento, cuando sus dedos se posicionaban delicadamente sobre las teclas y el arte le producía la calma que necesitaba su alma porque era el arte aquel que daba el método terapéutico más efectivo. Sana la mente y cura aquello que llamamos el dolor.

Mientras escuchaba la melodía, contemplé con mayor ahínco la decoración hogareña. Si la mansión por fuera parecía antigua, por dentro lo era aún más, parecía un museo: lleno de muebles antiguos, paredes de un verde cetrino y oscuro —como las copas de los árboles de antaño—, de candelabros de metal oscurecido, de lámparas de araña y viejas armaduras montando guardia en las esquinas.

Era, sin duda, un misterio.

Lo único que no nos gustaba a Harold y a mí eran las cabezas disecadas de algunos animales que decoraban la pared, de modo que siempre evitábamos verlas. Incluso un día intentamos quitarlas para que pudieran descansar en paz —si se puede decir de esta manera— pero era un peligro llegar hasta ellas. Residían en la parte más alta de la pared del techo ovalado y llegaba hasta los veinte metros de altura, sin contar el hecho de que por sí solas ocupaba la parte inferior de la mansión.

Quiero que imaginéis en vuestra mente y mientras me leéis, una habitación alta, sí, de esas con las paredes de madera esculpida en una miríada de formas vegetales retorcidas.

Ahora, imaginad que en el centro de esta, hay un par de sillones orejeros y una mesa larga de madera antigua y justo al lado, dos ventanas con forma ovalada, escuchad el sonido de la lluvia tras sus cristales emplomados.

Imaginad la sintonía que emanaba la estancia y convertía su atmósfera en algo mágico: en algo inusual. Un alma desnuda transmitiendo todos sus pesares y lamentos pero al mismo tiempo, todas sus esperanzas.

Estudiadla. Sentidla.

Y ahora, imaginad el gran reloj de péndulo que residía en la pared trasera del vestíbulo mientras marcaba sus horas, los compases del propio tiempo. Era nuestro mejor maestro porque sin necesidad de preguntas nos da las mejores respuestas y nos demuestra lo que verdaderamente importa.

Mi mirada recorrió cada centímetro de su madera oscura y el marco bordeado de hilos dorados y negros como si reflejara en su tramo la propia luz y la densa oscuridad. Arriba, residía el ventanuco del cuco, luego mis ojos castaños se posaron en Harold.

Él me importaba. Me importaba mucho.

Era un chico solitario pero cuando se ganaba la confianza con y de alguien enseñaba quién era verdaderamente. Me demostraba sus miedos y sus inseguridades y yo le demostraba las mías, sentía que podía ser yo misma sin el temor a decepcionarle.

Pero, ¿queréis saber más sobre la mansión de los Biddle, verdad? Toca la parte histórica del tema —olvidemos mis pensamientos románticos y cursis—, ahora quiero que imaginéis unos cuadros al óleo porque cada pasillo estaba repleto de ese tipo de pinturas. Algunas eran más modernas, otras más antiguas. En los pasillos, en los salones, había decenas de retratos de hombres con rostros muy serios pero posando elegantemente con corbatas y gabardinas negras propias de la aristocracia victoriana. Sospeché que fueran de la misma familia.

Había un retrato, mucho más grande, que me llamó la atención. Miraba lánguidamente el vacío y ocupaba gran parte de la zona derecha de la sala, de extremo a extremo medio. Parecía como una especie de mago por su estética misteriosa.

Embobada y llevada por la música, di un paso hacia él para poder estudiar mejor los detalles de la pintura. Quién lo hubiera pintado había tenido un sumo cuidado en reflejar los detalles más pequeños como los poros del rostro, las incipientes canas, sus lunares oscuros, en la tela de su gabardina larga y ancha. Era como si el hombre estuviera ahí. A mi lado. Por un momento parecía que sus ojos verdinegros me seguían con la mirada como el detalle inverosímil que poseía la famosa Gioconda.

Absorta en ello, me sobresalté ante la nota aguda que había usado Harold para finalizar la sintonía.

Me giré hacia él bruscamente.

—Tengo que arreglar ese final —dijo Harold rascándose la cabeza en un acto de disculpa y cierta vergüenza. Se había dado cuenta de que había llegado porque no le sorprendió verme cuando se giró—. Hola, Lorraine. Me alegra verte. —Me sonrió con una de esas sonrisas que me derretía el alma completamente; en serio, no te rías. Y sin perder tiempo, se colocó su mechón oscuro y rebelde que se había posicionado levemente sobre su frente. Luego, se acercó a mí.

Me sacaba una cabeza de altura pero no era eso lo que hacía que mi contacto visual disminuyera ante su mirada, el verdadero motivo era porque sentía que me costaba articular una frase entera mientras sus ojos besaban los míos. Me ponía nerviosa. Quería abrazarlo. No, no quería —necesitaba. Ardía en deseos de. Me moría por sentir sus brazos sobre mi cuerpo. Pero no lo hice. Como siempre. Sí, es cierto, lo dije: dije que me sentía segura con él, no me lo eches en cara: lo sé. Aunque por una parte podía ser yo misma pero por otra... me daba claramente a entender que yo era un caso aparte respecto a los demás seres humanos cuando me enamoraba.

Cuando me enamoraba de verdad, cosa que solo me había pasado con Harold. Y aún así, tenía ese miedo de confesarlo, quizá porque tenía poca seguridad en mí misma.

Le sonreí.

—Lo mismo, Harold. Y no te preocupes por ese... final, le da cierto toque dramático. —Lo cual era verdad—. A propósito, si hubiera sido una asesina en serie, ahora mismo estarías muerto. —Señalé a la puerta y recordé cuando me la encontré entreabierta y cómo Harold ni se había inmutado ante mi llegada—. Te hubiera apuñalado a las espaldas y no hubieras sabido quién fue la causante de tu muerte. Hubieras muerto con el Beneplácito de la duda. Ten cuidado la próxima vez, no por mí, claro, no soy una asesina, lo sabes.

Así era como demostraba mi amor verdadero, preocupándome por él de una manera lo más sarcástica posible y sin querer. Era mi forma de ser.

—¿Crees que no me di cuenta de que te encontrabas aquí? —me preguntó con cierta ironía. Sus ojos brillaban bajo la luz azafranada de la vela, justo como me lo había imaginado—. Es difícil no oler el perfume que emana tu fragancia de camelias blancas. Tan difícil como lo es olvidarlo. Grabaré esto en mi mente si un día te decantas por el crimen y yo me especializo en el cuerpo de policía. Al menos así te seguiré la pista más a menudo y tendré mucho más fácil el acceso a la hora de localizarte y encerrarte en la cárcel hasta el resto de tus días.

—Más quisieras tú... —le dije entre risas.

Por suerte, él también poseía mi mismo sarcasmo y había descubierto que teníamos sueños, gustos y expectativas en común, y como dije, lo más importante: ese sentido del humor que nos complementaba.

Por infortunio, nunca tuvo el tiempo suficiente para especializarse en algo...

No, olvida eso último. Tienes que olvidarlo...

Recuerdo que había dicho esa frase con esa sonrisa tan suya. Una que se me contagió, que me llenó de calor el vientre.

Esos segundos que quería que fueran eternos se vieron interrumpidos por el sonido agudo de un relámpago al incrustarse de lleno sobre el terreno, la estancia quedó completamente iluminada durantes unos segundos pero luego quedamos reflejados de nuevo bajo las sombras que producían las luces de las velas y las lámparas de araña colgadas en el techo.

—Bueno, ¿quieres... quieres subir ya a mi habitación? —No tuve la menor duda de que estaba tan nervioso como yo y por eso había compuesto aquella melodía a priori a mi llegada, para relajarse. Para poner sus pensamientos en orden, tal vez.

Asentí con la cabeza y lo seguí por las escaleras.

Justo cuando iba a dar mi primer paso en ellas, el cuco salió de su reloj y pió por encima de mi cabeza, me sobresaltó tanto que ahogué un grito, un tanto avergonzada. Harold se rió con timidez. Y yo sentía que mis pómulos se tornaron rojos.

—Es curioso. Casi nunca sale, ni siquiera a la hora del búho pero parece ser que se digna a aparecer cuando alguien pasa a su lado, como si tuviera un sensor de movimiento.

—¿Y por qué no me lo dijiste? —No estaba molesta pero mi corazón estaba a mil revoluciones por segundo. Aunque también estaba algo confusa, él había pasado antes que yo y el reloj no había reaccionado. Sin embargo, no le di mayor importancia al asunto.

Harold se encogió de hombros.

—Puede que se me haya olvidado, o... puede que haya querido ver tu reacción, quién sabe —bromeó para ocultar su nerviosismo—. Lo cierto es que es un misterio, lo mires por donde lo mires.

En resumidas cuentas, se le había olvidado decírmelo.

Me acerqué al reloj para estudiarlo. Nunca había pasado precisamente por allí puesto que era la primera que subía al piso superior donde residía su habitación. Y viendo su expresión nerviosa estaba claro que era la primera vez que Harold llevaba a alguien a su estancia privada.

—Ni lo intentes, lo he estado investigando desde que llegué: su proceso, sus métodos de salida y entrada e incluso lo he desmontado para ver su estructura interna pero no consigo encontrar cual es el fallo.

Tras sus palabras, lo dejé como estaba y noté que el tacto de la madera entre mis dedos era bastante frío. Bastante más de lo habitual.

Era extraño.

Además, la mansión tenía ese arquetipo de animales nocturnos. Los pájaros eran seres de luz, del propio día.
Sé que parece una tontería el detalle que acabo de escribir pero creedme, sentía que esta mansión elegía bien sus objetos y cada uno tenía su propio significado junto con su pasado y su enigma.

—Curioso —susurré completamente fascinada por el misterio que irradiaba el objeto antiguo—. Muy curioso. Sobre todo teniendo en cuenta que en la antigüedad, tanto como ahora, solían poseer el canto de un búho en los relojes porque el tiempo se medía en ciclos, se acaba un día pero empezaba uno nuevo. Una ideología metafórica de la existencia que establece la inevitabilidad de los sucesos como la muerte, una clave que está escrita entre sus agujas, entre su ulular. Simboliza el cambio y la transformación como el pasar del día a la noche o de la luz a la oscuridad y la importancia de aprovechar el tiempo.

Me giré hacia Harold que me miraba con una gran curiosidad.

—Incluso en la Edad Antigua —me siguió él con entusiasmo—. En la mitología griega, cuando Atenea comenzaba un ataque, su animal representativo era un búho y se decía que cuando la diosa comenzaba un ataque, su lechuza ululaba prediciendo la victoria entre ellos. "Ulular" define el sonido que emiten estas aves y cuyo origen semántico procede del grito de guerra griego: Alalá —hizo una pausa y contempló el reloj con el ceño fruncido, estudiándolo más a fondo. Quizá incluso investigándolo. Perdíamos los nervios cuando hablábamos de temas que nos interesaban—. Son animales que se esconden en la noche, con sus grandes ojos, lo ven todo pero la mayoría de las veces sin ser vistos. Y por ello, viendo la fascinación que sentían mis antepasados ante este tipo de animales, me pregunto el motivo por el cual no hay ningún reloj donde se escuche el búho para representar las doce. Y más comprobando que hay muchos retratos que representan a este animal a los alrededores de la mansión.

Era fascinante escuchar todo lo que sabía Harold, todos los chicos que me encontraba por las calles eran auténticos idiotas que solo pensaban en fiestas, relaciones, alcohol y mujeres.

Sin embargo, Harold era completamente diferente y por eso me gustaba. Me sentía feliz de haberlo encontrado e incluso a veces pensaba que era alguien irreal.

Alguien inexistente.

Porque los chicos como él solo existían en las novelas.

—El lenguaje de las aves —musité recorriendo con mi yema del dedo índice el ventanuco donde se escondía el cuco—: La libertad de volar y la esperanza de encontrar. —De reojo vi el retrato de aquel hombre que parecía una especie de mago de la época eduardiana o, incluso, victoriana—. El alma que vuela en busca del éxtasis espiritual... —Luego miré a Harold—. Si el reloj de cuco con péndulo fuera inusual, te diría que a algunos de tus antepasados les gustaba el rollo ese de entrar en contacto con lo divino. —Estaba claro que bromeaba pero viendo lo que me pasaba a mí en ciertas ocasiones ya nada me parecía poco probable.

Harold siguió el recorrido que había hecho antes con mi mirada y contempló aquel retrato.

—Quién sabe —respondió distraído en aquel rostro de tiempos tan remotos pero al mismo tiempo tan cercano a nosotros—. Hay muchas cosas de este mundo que nunca llegaremos a saber. Y más de mis antepasados.

Otro relámpago.

—Venga, vamos, que se nos hace tarde —añadió. La oscuridad ya se había apoderado del hogar aunque todavía quedaba para la noche cerrada—. Mientras, me gustaría que siguieras contándome más detalles sobre los búhos, me gusta mucho escucharte —continuó diciendo mientras subía el primer escalón de las escaleras.

𝐂𝐀𝐃𝐀 𝐏𝐄𝐋𝐃𝐀𝐍̃𝐎 𝐂𝐑𝐔𝐉𝐈́𝐀 𝐁𝐀𝐉𝐎 𝐍𝐔𝐄𝐒𝐓𝐑𝐎 𝐏𝐄𝐒𝐎 𝐘, desde ese lugar, cada detalle de la mansión se hacía más visible, incluso los sonidos de cada rincón. Todo parecía sacado de un cuento de hadas característico de los hermanos Grimm o de los elementos propios de una novela gótica de Mary Shelley.

—Uhm, ¿qué querrías saber sobre ellos? —le pregunté mientras estaba detrás de él y bajé la cabeza hacia los peldaños para cuidar mis pasos—. ¿Algo en especial como su naturaleza?

—Sobre su naturaleza si así lo deseas.

Quise bromear un poco pero una sombra translúcida cruzó el pasillo de arriba y empezó a bajar por las escaleras por las que estábamos pasando sin darse cuenta de que estaba deambulando por el medio, vagando en su propio vacío entre nosotros. Me hice a un lado tan bruscamente que me choqué contra la madera y fue inevitable el roce de mi brazo con el ente, quizá porque reaccioné demasiado tarde y mal.

Sobre todo, mal. Muy mal.

La sensación que sentí fue como la brisa ligera de un aliento frío en mi piel, un leve cosquilleo en el codo. Ya estaba acostumbrada pero aún así, no era lo mismo tener un espíritu lejos que cerca y más aún, cuando te roza. Sentí un escalofrío en el espinazo y atisbé en su cabeza una especie de sombrero de copa, totalmente oscuro.

—¿Lorraine? —Harold me estaba hablando pero no me di cuenta. Se giró hacia mí, preocupado—. ¿Estás bien?

Ahora os pido, por favor, que no imaginéis cómo me veía yo ante los ojos de Harold en ese momento. Espantada y tiesa contra la madera y con los ojos como platos, fuera de órbita. Y sí, he visto espíritus mucho peores que ese pero aún así... tenerlo tan cerca... pensé que me iba a poseer aunque traspasó el cuerpo de Harold sin problemas. Solo que yo era un imán para atraer todo lo malo a mi cuerpo.

—Ah. Sí, claro —le contesté lo más rápido que pude—. Estoy bien, es que... —No sabía muy bien si decírselo, no quería meterlo en esto—: no se me ocurre nada.

Harold entrecerró los ojos y levanté la mirada hacia él. No se lo creía.

—¿La increíble escritora que tengo como amiga no sabe qué decir en un asunto de algo que le encanta como lo es hablar sobre animales? Esto pasaría solo si vieras un espíritu.

Sí. Sí. Sí.

Hice un puchero, ¿por qué me conocía tanto?

Sí, por si no lo sabías, me gustaba escribir y también los animales. Y hoy en día, me siguen gustando. Solo hay algo, o mejor dicho, alguien, que ya no está y me gustaba. Me gustaba mucho. Y claro, supongo que ya lo sabes muy bien, pero veía espíritus.

¿Cuántas veces lo he escrito ya?

—Es solo que... ahora mismo no tengo mucha inspiración, ya sabes —le respondí a modo de disculpa. La sombra y su contacto con mi cuerpo me dejaron en blanco—. Pero seguro que más tarde se me ocurrirá algo.

Harold me miró con preocupación.

—¿De verdad que es solo eso? ¿Seguro que estás bien? Sabes que puedes contarme lo que sea.

Sé que podía pero no quería que se preocupara. No me juzgues, en el fondo tú también harías lo mismo si tu amigo está pasando por muchos problemas a la vez, ¿o no?

—Sí, lo estoy, tranquilo. Y lo sé. Claro que lo sé.

Se dio la vuelta con cierta incertidumbre y aproveché que no me estaba viendo para mirar hacia atrás. El espíritu había desaparecido. Sin embargo, capté un sonido grave, lejano pero al mismo tiempo, tan cercano...

«Cuidado, no dejes que se encariñe con él o las consecuencias serán nefastas».

Me advertía esa voz una y otra vez en formas de ecos. Era un hombre.

Mis pupilas volvieron al retrato. Ese aristócrata retratado llevaba también un sombrero de copa por eso la aparición me había resultado tan familiar.

«Cuidado, cuidado, cuidado».

¿Por qué lo decía? ¿Y quién no debía de encariñarse con él? ¿De quién?

Mientras indagaba en mis propios pensamientos, dejó de advertirme y continué. Solté un suspiro de alivio al llegar al piso de arriba y al no escucharlo más.

—Ven, es aquí. —Harold me guió hasta su habitación y cuando entramos, se agachó para coger una caja mediana de madera que estaba debajo de su cama y la puso encima de sus sábanas. Luego, me miró—. Lo encontré detrás de la pared del sótano, pensé que te interesaría verlo ya que te gustan las cosas antiguas.

¿Detrás de la pared del sótano?

Bueno, no importa porque cuando me habló de cosas antiguas, me acordé de que tenía algo en el bolso que sabía que le iba a gustar.

Era un regalo.

Un regalo adelantado por su cumpleaños.

—Yo también tengo algo que enseñarte —añadí con ilusión y saqué de mi bolso la Polaroid empaquetada en un fino papel de regalo. Su rostro se iluminó al verlo—: y que darte, claro. —Estiré la mano hacia él y atrapó el objeto con curiosidad con ambas manos.

—¡No tenías por qué pero muchas gracias...! —dijo con entusiasmo sentándose sobre su cama, dándole la espalda a aquella caja misteriosa. Al ver que no me sentaba a su lado, levantó la mirada hacia mí—. Siéntate conmigo si quieres, estás en tu casa.

Cuando desenvolvió el regalo y vio lo que había dentro, su sonrisa se ensanchó. La mía también. A apenas unos centímetros de mí, sus ojos se posaron sobre los míos pero esta vez, mucho más cerca que las veces anteriores.

—No sé cómo agradecértelo, siempre he querido tener una cámara Polaroid. —Que tuviera una mansión grande no significaba que sus padres tuvieran mucho dinero, la había heredado de sus antepasados y por tanto, no habían gastado dólares a la hora de obtenerla—. Aunque seguro que te has gastado mucho dinero en ella. Sé que es de mala educación preguntar pero, ¿cuánto te has gastado precisamente? Quiero ayudarte a pagarla. —Su voz era aterciopelada, de tenor, muy cálida.

—No, es un regalo, no seas tonto —le comenté con afecto—. Lo único que quiero es que la disfrutes. No pido más.

Me dirigió una sonrisa como la primera vez que nos vimos.

Fui yo quien me presenté ese día. El primer día en el que llegó al pueblo. No recuerdo exactamente qué dije. Fue algo sencillo, creo que le dije mi nombre y la bienvenida pero acabamos hablando de la fotografía. Sí, recuerdo que fue él quien empezó a comentar detalles sobre el tema. Le encantaba captar los momentos más pequeños de su vida.

Meses después, empecé a sentir mariposas en el estómago, esa sensación que creía olvidada cuyos escalofríos rasgaban mi piel cada vez que pensaba en él. Y creéme, hacía mucho tiempo que no me había pasado. Hasta parecía cursi.

Me gustaba ser cursi. Solo por él. No se lo digas a nadie. Que quede entre nosotros dos, ¿vale? Si no voy a tener que editar el diálogo de antes. Sí, ese en el que decía que no era una asesina.

—Te prometo que la disfrutaré —me hizo un juramento y agarró la cámara con ambas manos. Se llevó el visor a los ojos y examinó la sala a través de la lente, luego la llevó hacia mí—. Oye di ¡patata!

«Clic».

—¿Qué? ¡Oye, no! —exclamé entre risas cuando me sacó la foto. Esta salió al instante y se la arrebaté de inmediato entre mis manos—. ¡A traición!

Harold se rió cuando puso de nuevo la película entre los pliegues de la cámara.

La verdad es que no me gustaba sacarme fotos pero a él se lo perdonaba.

Solo fue esa vez.

Ya no hubo mucho tiempo para más fotos ni risas... No, no puedo recordar esa parte... Olvida eso que te acabo de decir sobre el tiempo. Solo olvídalo. Olvídalo de nuevo. Sé que te estás preguntando el «por qué» pero creéme que no querrás saberlo.

Volviendo a ese momento...

De forma casi automática, agité la foto entre mis manos pero Harold me explicó algo que no sabía al sospechar lo que trataba de hacer:

—No hace falta que la muevas, se hace porque antes el papel estaba húmedo por los productos químicos —me explicó—. Es un mito que se extendió con el famoso tema «Hey ya!».

Fruncí el ceño.

No entendí eso último pero me limité a escuchar y, sobre todo, de aprender de sus palabras aunque él captó en mí la incertidumbre sobre la referencia de su consejo.

—¿No te suena el famoso tema de: «Muévete como una foto de Polaroid»? Hey ya! —Fruncí más el ceño; sí algo así era posible, pero sea lo que sea me estaba aguantando la risa. No sé si era porque se le veía muy emocionado por explicarme algo que nunca había escuchado o yo, que aún seguía agitando la foto levemente de forma inconsciente—, ¿no te va Outkast o...? —se interrumpió él mismo al notar que mis labios temblaban—. ¿Te estás riendo de mí, verdad? —No lo había dicho molesto, todo lo contrario.

Al final acabamos riéndonos los dos y cuando por fin, me digné a ver la foto, la guardé. Salía fatal. Y Harold me confesó algo que nunca antes me había dicho.

—¿Sabes por qué me gusta tanto este tema y la fotografía? Porque me gusta buscar detalles que capturar tal y como me enseñó mi padre, pequeños fragmentos del mundo que me parecen interesantes. Siempre pienso que, a través de la cámara, puedo concentrarme en lo que hay de hermoso en él y olvidarme de todo lo demás... como si desapareciera todo lo malo —Sus manos acariciaron todas las partes de la cámara mientras vagaba en sus propios recuerdos—: y además, es muy bonita, gracias de verdad.

Yo sabía a qué se refería con todo lo demás.

Fuera como fuese, habíamos acabado muy juntos, porque hacía frío —o esa era la excusa que me dije a mí misma en ese momento—, aun así, me gustaba esa sensación reconfortante cuando estaba a su lado.

Y aunque Harold había cambiado en cierta forma la conversación, quise arreglar los problemas que le carcomía la cabeza. Esos recuerdos desagradables que son difíciles de olvidar.

Hey... —Le puse una mano encima de la suya, la más cercana desde donde me encontraba yo. Levantó la vista y esta vez, yo no la aparté, incluso en la corta distancia que nos separaba—. Recuerdo que me habías dicho que en la uni en la que estuviste en tu antigua localidad eran muy... malos pero aquí no te pasará eso, esta vez será distinto, no se van a meter contigo, cuando arregles los papeles estoy segura de que todo te saldrá muy bien —confesé para tranquilizarlo y esperaba que fuera real. Por favor, que fuera real. No se merecía eso. Nadie se lo merecía.

—Ojalá tengas razón. —Le estaba dando vueltas a la cabeza, era tan yo—. Cuando me diste el regalo pensé que era un manto de invisibilidad —dijo con una sonrisa triste—: solo por eso... para que no ocurra de nuevo... —Tragó saliva—: es que no quiero ir... no quiero que me vean.

—Esto te servirá —le expliqué señalando la cámara. Haciendo lo posible por apartar esos negativos de su mente—. A veces suelen hacer talleres del club de fotografía. Suele haber gente muy maja y amigable. Así puedes hacer nuevos amigos y olvidarte de esos idiotas que no tenían otra cosa mejor que hacer que molestarte, así que... ¿qué te parece?

Pero Harold no era precisamente muy sociable pero quizá... si hacía algo que le gustaba en ciertas actividades sociales puede que se animara.

—Solo inténtalo, hazlo por mí, por favor —insistí cuidando mis palabras. Puso su otra mano encima de la mía y sus dedos se cerraron en torno a los míos. Noté un suave y delicado apretón. Una respuesta efectiva.

—Lo intentaré.

—¡Bien! —exclamé entusiasmada—. Ya verás que encontrarás buenos amigos, ¡ah! Quiero que me enseñes esto del mundo de la fotografía así que vas a tener que aprender bastante en ese taller. —Lo miré con una de esas miradas con ambas cejas moviéndose de arriba abajo.

Harold me empujó suavemente con su hombro, rozando el mío.

—Anda que no sabes nada, ¿eh?

—Sé cosas pero sobre todo, sé que me importas. —¿Es real? ¿Lo dije? ¿Realmente lo dije?

Harold no dudó en decir lo siguiente.

—Tú también me importas. Me importas mucho, sin ti me hubiera sentido perdido. Pero sobre todo, te agradezco el estar ahí cuando más te necesito. Por ayudarme. Por ser tú misma.

No pude decir nada pero sí le sonreí. Claro, era obvio, estaba tiesa.

O, quizá, no tan tiesa.

Mi dedo índice se elevó levemente hacia su mano y acaricié su piel con mi yema. Os juro que fue sin querer pero Harold no se apartó. Nos miramos a la vez. Estábamos tan cerca que podía escuchar su respiración. Me dio vergüenza que escuchara la mía también. La tenía entrecortada y en algunos momentos, acelerada. En ese momento la sentía acelerada.

Aparté mi dedo índice porque estaba temblando.

Mis ojos se posaron sobre sus labios y poco a poco nos íbamos acercando más y más. Mi cuerpo estaba inundado de corrientes eléctricas. Nos acercamos torpemente el uno hacia el otro y justo cuando sentí que apenas nos separaban cuatro centímetros de distancia y notaba su mechón rebelde acariciando mi frente y produciéndome leves cosquillas, reaccioné. Pero no fue la reacción que deseaba haber tenido.

Al final me aparté del todo y de forma muy brusca.

Malditos nervios.

Harold me miró preocupado como si pensara que me había hecho daño.

—Lo siento, pensé que... no quería que...

—¡No, no! ¡Tranquilo! —exclamé nerviosa y agitando mis manos mientras me levantaba de la cama—. Yo... yo es que... es que estoy muy ansiosa por querer —Besarte— por ver lo que tienes en la maleta que hasta estoy nerviosa. —Me reí con nerviosismo.

—¡Oh...! Sí..., claro, perdón, es culpa mía. —Se levantó de la cama con los pómulos muy enrojecidos, sabía que yo estaba igual—. Dios... —susurró por lo bajo.

Se acercó a la maleta y la abrió.

Dentro de ella, había un títere de esos antiguos que dan muy mal rollo pero que, sin embargo, me gustaban. Tenía una vestimenta antigua, como la de aquel hombre que parecía un mago, incluso llevaba una pajarita roja en el cuello. Estaba sonriendo y su cabello parecía incluso real. No pasé desapercibido el hecho de que uno de sus bolsillos superiores de la gabardina negra llevaba una rosa roja.

—Es un títere de ventriloquía —me explicó con entusiasmo—. Se llama Slappy. Mola mucho.

—Oh..., pues sí —murmuré al estudiarlo más a fondo. Era de madera—. Y, ¿dijiste que estaba escondido detrás de la pared del sótano?

—Sí y además, traía esto consigo —Sacó desde el bajo de la camisa blanca vintage del muñeco una nota amarillenta, muy antigua.

La observé. Su letra era cursiva, propia de su época. Y tenía algo escrito en otro idioma. Totalmente desconocido para mí. Parecía antiguo también.

—¿Sabes qué dice?

Se aclaró la voz con un leve carraspeo y empezó a leer la nota.

Karrun Marrun Odonna Loma Molomu Karrano —murmuró y cuando terminó, miró al muñeco y luego a los alrededores. Lo imité.

Nada se movió.

Y te preguntarás: ¿Y por qué estábais mirando a la nada? Y la verdad es que no tengo ninguna respuesta efectiva para eso. Quizá solo fue un estímulo ante una respuesta desconocida.

—Es cosa mía o ¿lo que dijiste parecía un hechizo?

—Pensé que era el único que lo había sospechado pero esas cosas no existen, ¿verdad? —me confesó con cierta incertidumbre—. Sea lo que sea, quien haya sido el dueño de este títere le gustaba el mundo mágico y todo eso, por lo que parece.

Me acordé del hombre del retrato. De aquel espíritu. De aquella advertencia.

—Es como si hubiera sido el típico Abracadabra pero mucho más siniestro —me expliqué lo mejor que pude—. Esta palabra proviene de la antigua expresión hebrea abreq ad habra, que significa 'envía tu fuego hasta la muerte', otros autores antiguos sostienen que, aunque su origen es hebreo, su significado es la Trinidad al venir de ab, padre, ruah, espíritu y dabar, palabra, respectivamente.

—Sí —añadió Harold sin dejar de mirar de reojo al muñeco—. He leído que algunos historiadores aseguran que Abracadabra fue un ídolo de Siria que curaba ciertas enfermedades cuando repetía varias veces su nombre. Incluso afirman que la propia palabra proviene de abraxas, que designa entre los gnósticos el curso del sol y representa a Dios todopoderoso, y dabar, cuyo significado es una palabra divina. —Nos miramos mutuamente entendiendo lo que estaba pasando—. De ahí a que durante todo el transcurso de la historia se haya usado esta palabra como fuente básica para todo tipo de shows mágicos.

—Entonces, o al tipo le gustaba inventar frases o es realmente un... —Sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo al ver al muñeco.

¿Era cosa mía o se había movido unos centímetros?

Su mirada parecía hasta altiva.

—Un hechizo para... —me siguió él.

—Para... —No podía continuar.

Un nuevo relámpago, esta vez más fuerte, más peligroso.

Más revelador.

—Para revivirme —dijo Slappy sentándose en la cama y observándonos con una mirada llena de emoción y... ¿malicia?—. ¿Qué hay, muchachos? ¿Queréis divertiros? ¿Divertiros de verdad? —Sí, era maliciosa, diabólica, totalmente retorcida igual que su sonrisa.

—Oh, Dios mío —Lo miré espantada—. Acabamos de despertar a una especie de... Chucky elegante pero igual de feo.

Slappy me fulminó con la mirada.

—Fea tú y ¿Qué dices de Chucky? Yo al contrario que él, soy real, ¿es que no lo ves? —Sí, sí lo veo. Lo veo claramente. Espera, ¿me llamó fea? Sus cejas se movieron y sus pupilas marrones centraron la atención en mí. Realmente se movían como si se tratara de los ojos de un ser humano. Así que sí, pude ver que estaba muy molesto—. Pero sobre todo, lo que más me diferencia de él es que puedo matar con mis propias manos sin tener que llevar un estúpido cuchillo a todas partes e incluso al asqueroso baño para hacer las necesidades.

No sé si me pareció más turbio que hablara tan groseramente o que dijera ese detalle que desconocía de los muñecos diabólicos y que no quería saber.

Al ver que Harold lo miró con cierto resquemor, el títere cambió completamente su expresión, más aún sus modales. Cambiando su actitud desagradable por una mucho más amigable y su rostro se mostró mucho más amable. Incluso hasta sonrió.

Pero no me creía esa sonrisa de niño bueno, ni mucho menos.

—Pero claro que estoy de broma —se rió con un jijiji. Diga lo que diga, era la viva imagen de Chucky pero más vintage, feo y pijo. No importa que le insulte de nuevo, Slappy no puede leer esto—. Estoy aquí para el espectáculo, para hacer sonreír a la gente; a los niños. Y estoy muy agradecido de que me hayáis liberado. Estaré eternamente en gratitud con vosotros, amigos míos y para serviros en lo que sea. Por supuesto.

Y una mierda.

Increíble como un muñeco podía ser tan falso. Claro que no me creía sus palabras, al menos no estas últimas. Lo de matar sí me lo creía, de hecho, no me cabía la menor duda de ello.

Y tampoco me cabía duda de que definitivamente el muñeco estaba vivo. Mierda, estaba vivo, vivo y coleando. Ansioso por destruir. Ah, sí, y contando el hecho de que lo habíamos liberado nosotros.

De ahí a que estaba escondido en el sótano. Esa aparición... ese hombre... esa advertencia.

¿Cómo no me había dado cuenta?

Era peligroso.

«Cuidado».

Harold cambió y ahora lo miraba asombrado y emocionado a partes iguales. Incluso parecía que le gustaba. Yo no: yo estaba asustada. No por el muñeco; bueno también, sino por mi amigo.

«No dejes que se encariñe con él o las consecuencias serán nefastas».

Se refería a Harold.

Con Slappy.

Estaba en peligro.

—Mi nombre es Harold, Slappy. Es un placer conocerte.

Esa frase me dolió tanto como lo haría una apuñada en el estómago.

🔮 ¡Espero que os haya gustado! 🔮

🕰️🕯️Muchas gracias por el apoyo,
los votos y los comentarios.🕯️🕰️

⚰️👻Entre más interacción haya en los capítulos,
más seguidas serán las actualizaciones. 👻⚰️

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro