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O2 ──── away from the fire

capitulo dos: lejos del fuego

El sol de la mañana iluminaba toda la piedra oscura que conformaba Rocadragón. La niebla marina se alzaba alrededor del castillo, envolviéndolo en una nostalgia que reflejaba perfectamente el estado de ánimo que gobernaba los pensamientos de Naera mientras salía de sus aposentos. Vestía su ropa de montura, con tonos de violeta y negro, los colores de las escamas de Shadowfyre.

Cuando sus ojos se ajustaron a la claridad de la mañana, divisó una figura conocida al costado del camino que daba al horizonte: Rhaena, la hija de Daemon. La muchacha de tez oscura estaba inmóvil, observando la línea lejana donde el cielo y el mar se unían en un abrazo de tonos azulados. Aun a la distancia, la mujer mayor pudo leer en su postura un aire de desconcierto y soledad. Sabía bien lo que significaba quedarse fuera de las decisiones importantes, cumpliendo a un rol de espectadora mientras otros determinaban el rumbo de las cosas.

Sin hacer ruido, Naera avanzó hasta quedar junto a la joven, quien no pareció notarla al principio. Con paciencia, comenzó a colocarse los guantes, tensando el cuero entre sus dedos, acomodándolo meticulosamente. Estaba buscando las palabras adecuadas, algo que pudiera decir para romper el silencio sin romper del todo el espacio que Rhaena necesitaba.

Finalmente, la muchacha giró un poco, sorprendida de no haberse dado cuenta antes de la presencia de su tía. A pesar de su juventud, el rostro de la chica estaba serio, casi sombrío, como si una nube oscura ensombreciera su ánimo.

──Buenos días ──dijo la princesa Rhaena, con una voz suave que intentaba sonar respetuosa, aunque la amargura se filtraba en cada palabra.

Naera esbozó una sonrisa apenas perceptible, inclinando la cabeza en un gesto de saludo. La relación entre ambas era, en el mejor de los casos, formal; aunque compartían sangre, nunca habían tenido la oportunidad de conocerse a fondo. Para la mujer, aquella chica era poco más que la hija de Daemon, una joven educada y amable.

──El viento es fuerte esta mañana ──comentó Naera, su voz baja y serena──. Parece que hasta el mar siente el desconcierto que llevamos dentro.

Rhaena soltó un suspiro, sus ojos fijos en el horizonte.

──No me gusta esto, tía. ──Las palabras salieron de sus labios sin filtro alguno──. Me siento como una pieza suelta, alguien que solo... estorba. Al menos tú tienes un propósito, un dragón. Yo... ──guardó silencio, como si temiera que expresar su frustración abiertamente fuera impropio.

La hermana de Rhaenys bservó a la joven con comprensión. Ella misma había sentido el peso de ser una segunda hija, la sombra de alguien más. Había años en que su vida se había limitado a ser la aliada de su hermana, su apoyo, pero nunca la protagonista. Y ahora, en cierto modo, se encontraba de nuevo en ese lugar, relegada lejos de la verdadera guerra. Naera observó la inmensidad del mar frente a ellas y asintió lentamente.

──No pienses que esto me place, Rhaena. ──Su voz era firme, pero no carecía de suavidad──. Y menos el ir al Nido de Águilas... Allí no pertenezco, ni como soldado ni como huésped. Pero en la vida hay que hacer sacrificios, incluso cuando parecen ir en contra de todo lo que deseamos. De eso se trata.

La hija de Laena Velaryon la miró con una mezcla de curiosidad y desaliento. La manera en que Naera hablaba, su tono distante y la elección de sus palabras, hacían que pareciera estar hablándose más a sí misma que a la joven que tenía al lado. La segunda hija de Aemon por su parte, no estaba simplemente cumpliendo un deber; parecía resignada a algo más profundo, algo que aún no estaba dispuesta a decir.

Ambas guardaron silencio por un instante, cada una perdida en sus propios pensamientos. A su alrededor, el aire se llenaba del sonido de las olas rompiendo contra las rocas.

──Sé que no es fácil ──continuó Naera, en un tono apenas audible──. Nos están enviando lejos cuando la guerra que queremos luchar arde en otro sitio y...

Entonces se calló, pues su majestad finalmente se presentó en escena.

La presencia de la Reina era inconfundible. Rhaenyra avanzaba con una aflicción que Naera nunca le había visto, rodeada de sus hijos, Jacaerys, Baela, y los pequeños Viserys y Aegon el menor, quienes la miraban con tristeza en los ojos. Estos últimos, tan jóvenes y ajenos aún al conflicto, se preparaban para partir en otro barco hacia Pentos, donde serían acogidos por el príncipe Reggio hasta que la victoria de su madre fuera segura.

Rhaenyra avanzó directamente hacia ella, y Naera inclinó la cabeza en una reverencia. Cuando sus ojos volvieron a alzarse, encontró en la mirada de la Reina una mezcla de gratitud e interés, como si estuviera tomando mentalmente nota de la fidelidad de su tía en ese momento crucial.

──Gracias, tía, por aceptar el papel que te he encomendado ──dijo Rhaenyra, con una voz firme que parecía invocar tanto orden como gratitud.

La jinete de Shadowfyre se esforzó por mantener una expresión serena. En realidad, no había tenido otra opción, y ambas lo sabían. Pero guardó esos pensamientos para sí misma.

──Será un honor para mí servirte y proteger la causa, Majestad ──respondió con una formalidad que trataba de ocultar la resignación en su corazón.

Rhaenyra pareció satisfecha con la respuesta, aunque sus ojos mostraban una preocupación que no se atenúa fácilmente. Dio un paso más cerca de Naera y continuó en un tono apenas audible para los demás, como si la recomendación que iba a dar fuera vital.

──Debes recordar a Lady Jeyne Arryn los juramentos que la Casa Arryn hizo en mi favor ──le aconsejó con una intensidad medida──. Y mantente alerta en todo momento. Conozco las complejidades de las alianzas, y aunque el Valle ha sido leal, en tiempos como estos toda lealtad puede tambalear. Tu rol será observar, vigilar... y recordarle a Jeyne el papel de su casa en este conflicto.

Naera asintió, aunque cada palabra la iba llenando de una sensación más pesada. Observar, vigilar, recordarle a Jeyne... Parecía tan sencillo cuando era Rhaenyra quien lo decía. La segunda hija de Aemon notó la expresión en el rostro de su sobrina, quien la observaba como si intentara descifrar algo.

La Reina, percibiendo la tensión en el rostro de su tía, añadió en voz baja, aunque con un tono sutilmente severo:

──Y... asegúrate de mantener tus asuntos personales al margen. Sé que tú y Lady Jeyne os habéis enzarzado en... desacuerdos pasados. Pero esta vez el objetivo es claro. Es imperativo que mantengas cualquier problema personal... a un lado.

Por supuesto ella no sabía mucho de su pasado con Jeyne, solo creía lo que el rumor entre los nobles sugería: que el desdén entre ambas era resultado de rencores pasados, supuestas envidias de juventud.

La Reina seguramente pensaba que todo era un malentendido trivial, sin saber cuán profundo y complicado era lo que la unía -y la separaba- de Jeyne Arryn.

Ojalá fuera tan simple como una enemistad ordinaria.

──Como desees, Majestad ──respondió finalmente, con voz neutra.

La hija de Viserys asintió, satisfecha, y retrocedió un paso para despedirse con un breve asentimiento de cabeza, sin decir nada más Naera comenzó a caminar hacia las escaleras que la llevarían abajo, donde Shadowfyre la esperaba. Los sonidos de sus pasos resonaron en el suelo de piedra, acompañándola hasta que un sonido familiar la detuvo.

──¡Naera! ──La voz de Jacaerys resonó a su espalda, clara y animada. Al voltearse, encontró a su sobrino mayor sonriéndole con esa mezcla de alegría y melancolía que solo los jóvenes en tiempos de guerra parecen comprender completamente.

Ella le devolvió una pequeña sonrisa, observando la figura orgullosa del muchacho, en quien veía reflejada una fuerza similar a la que había caracterizado a su propio padre, Aemon. Jacaerys se acercó y, con una sonrisa murmuró lo suficientemente bajo para que los demás no escucharan.

──No te pierdas allá arriba, tía. Habrá mucho que tendremos que reconstruir cuando regreses.

Su tono era ligero, casi juguetón, pero había una tristeza profunda detrás de sus palabras.

──Que así sea, Jace ──respondió con un tono serio, pero cálido.

Él asintió, y con un último apretón en el hombro de su sobrino, Naera volvió a girarse, dirigiéndose finalmente hacia las escaleras.

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