i. misión cumplida
capitulo uno: misión completada
Septiembre de 1998
EN LO ALTO DE UN EDIFICIO EN CHINA UNA CASTAÑA SE ENCONTRABA OBSERVANDO A LOS HOMBRES QUE TENIA QUE DETENER.
Los dos jefes de un famoso cártel de China. Unos mafiosos de primera. Con más de cincuenta guardaespaldas cada uno. Ninguno tenía familia, así que nadie los iba a extrañar.
Esa era su primera misión, y esperaba cumplirla. Pero estaba más que segura de que lo haría. Era una de las mejores en su trabajo.
Habían pasado tres años desde que se fue de Raccoon City. En ese largo período había decidido entrar a la milicia. Para trabajar como una militar y poder defender a su país.
Si, puede que hubiera mentido en base a su edad. Pues tenía que entrar con 18, pero ella tenía 16. Una pequeña mentira piadosa, sin problema. Todos esos años estuvo trabajando arduamente y decidida a proteger a Estados Unidos. Durante los primeros dos, estuvo como militar, y el último como agente del gobierno y guardaespaldas de la hija del presidente, Ashley Graham. Las dos se habían encariñado bastante, no había momento en que la pequeña rubia no se separara de la mayor. Parecían uña y mugre por todo el tiempo en el que pasaban juntas.
Parecía que el presidente había acertado con la compañía de su hija. Principalmente, la había escogido por su duro trabajo al entrenar y por sus técnicas espectaculares. Era la mejor de su edad y de su formación. Era la candidata perfecta.
Y ahora se encontraba ahí, en su primera misión. La primera de muchas más.
La habían escogido a ella por obvias razones. Sabía pelear, sabía seducir, sabía de todo. Y seducir, era lo que más había tenido que aprender para poder cumplir esa fácil, para ella, misión.
—Águila uno, ¿estás ahí?— preguntaron por su auricular transparente. Nadie notaría que lo tenía.
—Si, te escucho.—
—¿Está lista para bajar y montar un espectáculo?— le dijo Roxy, se habían hecho amigas nada más entrar a la milicia. Y ahora ella le comunicaba lo que tenía que hacer.
—Eso es decir poco, Ivanova.— se rió la de ojos marrones.
—Pues estupendo. Tu misión empieza ahora. Da todo de tí. Cambio y corto.— terminó la llamada.
—Bien, ésto será fácil. Sabes lo que tienes que hacer, Lynette.—
La adulta se apartó de la esquina del edificio y se dirigió hacía el ascensor. No iba a arriesgar su preciado y de nada barato vestido por saltar del edificio. Optó por el camino más fácil.
No tardó en llegar y caminar hacia la entrada de la discoteca. Vio en la puerta como habían dos guardaespaldas. Uno en cada esquina. Se acercó hacía ellos y les sonrió, éstos solo asintieron y la dejaron pasar, sin hacer la larga fila de espera.
Solo tenía que cumplir tres requisitos para poder entrar a la primera. Portar belleza, portar dinero y portar seguridad sobre sí misma. Y ella, los tenía todos.
Por el rabillo del ojo intentó encontrar a los dos hombres que buscaba, y que casualidad, estaban sentados en uno de los sofás para miembros VIP.
Tenía que buscar una manera de atraerles la atención. Y sabía perfectamente cómo hacerlo.
Agarró una de las copas que estaban en la mesa de comida y suavemente fue meneando sus curvilíneas caderas para seguidamente pasar por delante de los dos mafiosos y así llamarles la atención. ¿Picarón el anzuelo? Si. Demasiado fácil.
—Hola, nena. ¿Andas sola por aquí?— preguntó el mafioso en su idioma, el chino.
—Pues sinceramente sí... quería darme una vuelta por este exquisito...— tocó la camisa de este con provocación.— lugar.— finalizó.
—Uhhh, encima hablas chino, ricura.— habló el otro.
—Si, bueno. Quería que mi chico estuviera orgulloso de que supiera su idioma.— Lynette sonríe con inocencia y se cuelga en el cuello de su enemigo.
—Oye linda, ¿Y si vamos a una habitación, los tres?— propuso el que se había quedado mirando.
—¡Si, claro! ¡¿Por qué no?!— los dos hombres se miraron entre ellos complacientes. No sabían que Jones tenía un plan muy detallado.
Los tres se dirigieron hacía arriba y uno de ellos le enseñó una tarjeta negra a un guarda que estaba "protegiendo" una de las habitaciones.
Al entrar, la castaña tiró fuertemente a los dos a la cama y se puso encima de uno.
—Ahora...— susurró con seducción y lentitud.
Esa era la palabra clave, ahora mismo el equipo militar del presidente estaba en camino en busca y captura de ellos.
La fémina se levantó rápidamente y sacó una pistola de su vestido de color oro. Bien que se lo tenía escondido la chica.
—Tsk, ni siquiera me han preguntado mí nombre.— primero disparó al que anteriormente se había sentado. Y luego al siguiente, no sin antes mirar sus ojos llenos de terror.
Tenía suerte de que las paredes estuvieran insonorizadas, por que claro, ¿Quién querría escuchar los gemidos de personas ajenas? Nadie.
Después limpió su arma blanca y lo guardó de donde lo sacó. Se desarregló un poco para que aparentara que habían tenido una buena sesión de besos en trío. Y salió con una fingida sonrisa boba. Saludó al guarda con la mano como si estuviera borracha y salió del edificio. De nuevo se puso bien y guardó la compostura. Tendría que haber sido actriz, lo hace muy bien.
—Águila uno, te dijeron que los durmieras, no que los mataras.— le reprochó Roxy al saber lo que había hecho.
—Un descuido, nada más.— se defendió ella con una sonrisa juguetona.— Me iré de aquí lo antes posible. Oh, y quiero el fin de semana libre. Tengo algo importante que hacer. Cambio y corto.
Cortó la llamada y se dirigió al hotel en el que se hospedaba. Uno de lujo y pagado por su jefe de operación.
[•••]
Lynette se relajó como nunca en la bañera de su habitación. Lo necesitaba mucho. Hace tiempo que no se relajaba.
Se puso a pensar en el porqué de su fin de semana libre. Ya había pasado demasiado tiempo huyendo. Tenía que afrontar la realidad y dar la cara. Estaba impaciente, impaciente de ver la cara de su chico. Aunque ella creía que ya no tenía el derecho de llamarlo así. Seguramente habría cambiado tanto físicamente como mentalmente. Y eso le preocupaba. No quería que pensara mal de ella.
Dejó sus pensamientos a un lado y se centró en lavarse.
[•••]
—Dios... se me ha quedado el culo cuadrado.— la castaña se estiró y comenzó a caminar hacia el taxi que había pagado. Roxy solo le había podido conseguir un avión de China hasta el segundo aeropuerto más cercano a Raccoon.— A Raccoon City por favor.
El conductor asintió y el viaje en coche comenzó. No tardaron mucho en llegar a su destino. Pero algo no andaba bien. Nada bien.
Lynette se quedó con la boca abierta de par en par. Toda la ciudad de Raccoon estaba destruida. Hecho pedazos. El fuego extendido por doquier, coches rotos y otros volcados...
—¿Qué coño... ha pasado aquí?— de repente algo chocó contra el taxi, o mejor dicho alguien. Parecía una persona, una persona despedazada, con la boca más abierta de lo normal. ¿Acaso era un puñetero zombie?
El ser despedazado rompió el cristal y comenzó a comerse al conductor, sin dejarle siquiera gritar por ayuda.
—¡Joder!— rápidamente salió del vehículo y agarró la pistola que tenía en su pantalón verde ancho. Le quitó el seguro y no dudó ni un segundo en disparar.
En la cabeza de la chica rondaban un montón de preguntas. ¿Qué está pasando? ¿Qué eran esas cosas? Pero la más importante era... ¿Leon estará vivo? Esperaba que sí.
Lynette miró a su alrededor y se relajó al no ver ninguna de esas cosas. La ciudad donde tenía que ir ya se veía, perfectamente además, solo tenía que caminar un par de kilómetros y ya estaría. Pero mejor decidió ir en el taxi del hombre muerto. Tenía la esperanza de que ninguno de los dos revivieran como unos zombies, así que se fue lo antes posible.
Cuando llegó a la ciudad de Raccoon vio que todo estaba destruido, todo hecho pedazos. Sinceramente no esperaba que le dieran una bienvenida, pero esto ya era demasiado. Llegar y encontrarse con algo tan horrendo. Con cuidado y silencio abrió la puerta del vehículo y salió. Pero al parecer dios estaba en su contra, pues al pisar el sucio suelo de la ciudad un par de muertos vivientes se acercaron a ella con la intención de despedazarla hasta que acabara como ellos.
En un rápido movimiento, Lynette posó sus manos en el suelo y levantó las piernas para seguidamente propinarles una patada en sus mugrientas caras. Al parecer surgió efecto, pues de inmediato cayeron al suelo. Giró la mirada a ellos y notó que no tenían cabeza, se las había arrancado.
—Uy...— hizo una mueca de asco. Pero paró al ver más de esas cosas acercarse a ella. Así qué comenzó a correr a quién sabe dónde. Solo sabía que tenía que esconderse. Y el único lugar al que conocía era el departamento de John y Leon. Optó por ir al del rubio, porque en el otro tenía muchos recuerdos de los que no quería recordar por ahora.
Con cuidado se fue caminando hacia la casa de Kennedy, intentando que no la notaran los zombies que se encontraba por el camino.
No tardó mucho en llegar. Solo estaba a un par de cuadras desde donde había parado.
Llegó al portal de la casa e intentó abrir la puerta, pero no pudo, pues no tenía la llave. Una idea se le vino a la cabeza, mejor iría por las escaleras que conducían a todos los pisos, esos que estaban en las ventanas para emergencias.
Dió unos cuantos pasos y empezó a subir hasta el cuarto piso. Al ya estar ahí abrió la ventana y entró.
Cuando su pié tocó el suelo admiró esa habitación que tanto había extrañado tanto. Era el cuarto de Leon.
—Qué recuerdos.— los recuerdos inundaron su cabeza. Recordaba detalladamente cómo se colaba en su casa desde las escaleras donde había subido.
Dejó de pensar en aquellos preciosos y al mismo tiempo dolorosos recuerdos y se fijó en una foto que había en la mesilla derecha. Se sorprendió al verlo, le entraban ganas de llorar.
Eran ellos dos. Aquella vez salieron a dar un paseo por la ciudad de noche, claramente con el permiso de John.
Se fue acercando poco a poco hacia el objeto con la imagen y la cogió con delicadeza. Luego, abrió el marco y sacó la foto para seguidamente guardarla dentro de sus pantalones. Lo hizo y lo cerró con la cremallera, por si ésta salía volando o por si se rompía.
Al ya tenerlo en un lugar seguro, salió de la habitación y fue a inspeccionar los demás cuartos y cosas.
No había cambiado nada. Todo estaba en su sitio, tal como lo había visto por última vez.
Cuando pasó por el pasillo al dirigirse al salón. Notó una caja con polvo un poco curiosa metida en la banqueta para guardar los zapatos. Ponía su nombre.
"De Lynette Jones ♡"
Al ver ese corazoncito al final se arrepintió más todavía de haberlo dejado solo. Ella, al irse de Raccoon City, esperaba que la pudiera entender el porqué de su huída.
—¿Dónde estás, León...?— la fémina rezaba de que el chico estuviera sano y salvo.
Abrió la caja con delicadeza, como si tuviera miedo de romper lo que había dentro y miró el interior. Eran unos zapatos, zapatos sin estrenar y todavía con la etiqueta puesta. Eran de un color azul claro precioso. Justo cuándo lo iba a cerrar y guardar en su sitio vio algo que resaltaba en una de las suelas del zapato. Era una nota.
"Espero que te haya gustado mi regalo, Lyn. Quería dártelo hoy porque es un día muy especial, o bueno, para mí. Hoy, 12 de abril de 1995, yo, Leon S. Kennedy, quisiera saber tu respuesta a una pregunta que he querido hacerte hace más de tres meses.
Me gustaría saber... ¿Si pudiera tener el derecho de ser tu novio?
Espero que aceptes, porque eso me haría el hombre más feliz del universo."
Lynette se quedó atónita al leer la carta que el rubio le había escrito para ella. El... le iba a pedir ser novios al final y ella... ella se fue sin despedirse formalmente. Lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas sonrosadas.
Cómo podía... cómo podía seguir guardando ese regalo que jamás tuvo la oportunidad de dárselo después de haberse ido de su vida.
En un rápido movimiento, dejó la caja en la banqueta y corrió de nuevo a la habitación de Leon. Se acercó al armario con un poco de temor y lo abrió deprisa. Toda la ropa que se le había olvidado en casa de Kennedy, estaba ahí. Bien guardada en cajas, como las zapatillas. También ponía su nombre con el corazón al final.
¿Por qué lo seguía guardando? ¿Por qué no lo había tirado todavía?
Ella pensaba que Leon la odiaría desde ese momento, pensaba que tiraría todo lo que le pertenecía a ella. Pero no, lo siguió guardando, como si en algún momento volviera a aparecer.
—Tonto...— murmuró con notoria tristeza en su voz.
Sonrió con nostalgia al ver su ropa que no había usado en años y cerró el armario dejándolo todo como estaba. Al hacerlo sintió algo que la incomodaba en la parte de su pecho y cintura, algo mojado. Bajó la mirada a una de las partes más resaltantes de su cuerpo y vio que ésta estaba cubierta de sangre ajena. Sangre de aquéllas monstruosidades.
Así que para quitarse esa cosa, decidió que lo mejor era darse una ducha. De nuevo, salió de la habitación y se dirigió al baño, se quitó la ropa sucia, la metió en el cesto de la ropa sucia y se metió a la ducha. Tenía restos de esas cosas en su piel incrustadas y con la esponja nueva que había sacado de un paquete de plástico la fue pasando por los brazos, las piernas, etc. Por suerte todavía había electricidad.
Media hora después, salió de la ducha como nueva. No le importaba salir desnuda del baño, pues no había nadie. Al salir caminó al cuarto de Leon y sacó su ropa del armario.
De todo lo que había, eligió una camisa de tirantes azul y unos pantalones cortos verde oscuro. Mostraba un poco de ombligo, pero eso le daba un toque sexy. Seguidamente buscó unos cinturones en unos de los cajones de Kennedy, y cuando lo hizo, también buscó la caja dónde siempre guardaba lo necesario para coser.
Había decidido en hacer un tipo de cinturón especial que le permitiera llevar las dos pistolas que tenía más su navaja. Era una experta en coser cosas.
Recordaba cuando Leon o John se hacían alguna herida y que eso implicara una camisa o pantalón roto. Acudían a ella para que su ropa estuviera de nuevo intacta. Como si no hubiera pasado nada. Ellos siempre tenían planeado comprar otro, que no valía la pena conocerlo. Pero ella les decía que no, que estaría acabado antes de que contaran 5. Era como si fuera la madre de los dos, algo irónico, porque era la más joven de ellos tres.
Cuando ya estaba cosiendo su nuevo cinturón notó como lágrimas caían de sus mejillas.
—Dios... Por qué tenía que pasar esto ahora.— qué suerte tenía, pensó con sarcasmo.
Al ya estar listo, sonrió con satisfacción y se secó las lágrimas que yacían en su rostro.
Se miró en un espejo que tenía en su cuarto, también tenía buenos recuerdos con ese espejo. Se acordaba cuando se sacaba fotos junto a Leon con la cámara desechable de éste. Volviendo a lo que estaba haciendo y olvidándose de lo que acababa de recordar, se puso su cinturón y se admiró a sí misma. Le quedaba de perlas. Ahora que lo pensaba, parecía que estaba vestida de un personaje de un jjuego que había visto jugar a Ashley, Lara Croft juraría que se llamaba, la de Tomb Raider.
—Si es que soy un bombón. No me sorprende que nadie se resista a mí.— sonrió con suficiencia.
Dejó de mirarse y comerse con la mirada para dirigir su vista a la ventana por la que había entrado. El cielo ya se había puesto de un azul oscuro, era de noche. Y ella había llegado cuando todavía era de día.
Tenía que partir lo antes posible para buscar sobrevivientes, era su trabajo como agente del gobierno y militar de las fuerzas armadas. Pero antes, tenía que comer algo.
Entró a la cocina y buscó algo en el refrigerador para poder saciar su hambre. Hace más de 16 horas que no comía algo en condiciones. La comida del avión sabía fatal así que eso no le llenaba el estómago.
Su mirada paró en una lata de albóndigas. Mejor que nada, porque lo demás estaba caducado.
—¿Desde cuándo Leon no va de compras?— se preguntó a sí misma. Ella pensaba que seguía en su departamento, pues sus cosas seguían ahí. Pero lo que no sabía ella era que Leon había ido a la academia de policía y hoy sería el primer día como policía en Raccoon City.
Después de comerse las albóndigas de lata, limpió los utensilios y los volvió a dejar donde estaban. Luego se fue a buscar alguna mochila para meter lo necesario.
Y al tenerlo, metió; algo de comida que todavía no estaba caducada, un par de cuchillos más, su foto con Leon de la mesilla de noche, un álbum que encontró de ellos y John en la parte de abajo de la cama y una cantimplora con agua. Dinero no necesitaba, pues quién narices le iba a llamar la atención por robar si todos estaban en modo zombie.
—Lo siento, Scott, pero tendré que quitarte la foto.— pensó la castaña.
Tenía ya todo preparado, lo único que tenía que hacer era salir y no mirar atrás. A paso lento se acercó a la puerta, y con una última mirada, repasó cada rincón de la casa de Leon y salió para no volver más.
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