6 • Resistir
~La Mënsajera de Guïdian~
"En el universo, la ley natural es el camino por donde la energía vital del ser infinito fluye para ser"
—¿Su Majestad? ¿Puedo pasar —preguntó Hilgar con una oreja puesta en la puerta rústica.
Nadie respondió al otro lado. La noche había caído sobre Näbrozia y el viento soplaba levemente, pero buscaba hacerse notar. No llegaba a ser brusco, pero podía sentirse en la piel un cierto grados de fuerza.
Las hojas que habían quedado sueltas caían del árbol milenario, y desde algunos pasillos del castillo se las podía escuchar cuando chocaban contra el tejado y el piso del los atrios y más allá, en los senderos. Eran unas pocas, porque en su mayoría, a las hojas se las ataba con cuerdas para evitar accidentes, de modo que quedaban colgadas como adorno, mientras se las recolectaba.
—Su Majestad ¿Está ahí? Soy Hilgar -
La puerta se abrió con un chillido.
—Pasa —contesto una vez ronca desde el interior.
—Mi señor. No he querido interrumpir su descanso, pero quería recordarle la cena con los duques y los marqueses. Deben están por llegar.
—¡Oh! Sí! La dichosa cena. Ya se me había olvidado ¿Porque no me lo recordaste antes? -dijo Gall cerrando la puerta tras de ellos, restregándose un ojo.
—Por eso mismo estoy aquí, Mi Rey. Es mí deber mantenerlo al tanto de todo —dijo Hilgar, observando el estado lúgubre de la habitación —Sepa usted que tambien lo estuve esperando hasta hace un momento en el salón del trono, así como me ordenó, pero usted no llegó.
—Sí... También olvidé eso —Gall, acababa de despertar. Era evidente. Recorrió la habitación a la vista de Hilgar, llevando en su mano un recipiente de vidrio con forma cilíndrica, y que estaba lleno aceite. Iba recargando las bioluces en los extremos. La habitación se fue iluminando con un tono fuego, entre amarillo y naranja.
—Entonces que ordena, Su Majestad?
—Pues, nada especial. Estaré allá cuando esté listo, me verás llegar. Adelántate -dijo.
—Lo esperó allí, Su Alteza —Hilgar hizo una reverencia y se retiró.
—Ajá —dijo el Rey.
Hilgar camino a prisa por el pasillo amarillento, haciendo sonar su ropas por el rose. Iban en dirección al comedor, en el camino se topó con Lizäncy, la aprendiz del sastre. Ella se espantó al verlo, llevaba un traje doblado en las manos, debía ser para Gall. ambos se detuvieron cuando estuvieron el uno la lado deo otro. El contraste era evidente. Hilgar podría ser perfectamente su padre, y ella su hija. Era tierna y hermosa. Aunque en Näbrozia la mayoría de sus mujeres eran de rostros hermosos.
La criada hizo una reverencia, asistiendo con su cabeza y le dijo —Mí Señor.
—Lizäncy... ¿A donde va? —dijo él.
—Voy a entregar esto, a Su Majestad el Rey. Le pido permiso, debo darme prisa.
La chica intentó seguir la marcha, pero él la detuvo con otra pregunta.
—¿Cuando se desocupe de esta tarea, puede asistirme con un traje? preferiblemente que sea de color azul oscuro, como la noche de hoy.
—Sí mí Señor. Lo llevaré a su aposento en un momento. Con permiso.
Hilgar, se dió media vuelta, y siguió su camino al comedor. Quería asegurarse de que todo estuviese en orden. Cuándo llegó al comedor todo transcurría con normalidad. Una decena de criados estaban poniendo los platos y cubiertos. Otros cuatro, limpiaban con ayuda de pañuelos húmedos las sillas de madera y los cojines.
No siempre fue así. Hubo alguna vez que alguien más se encargaba de todos esos pequeños detalles durante los preparativos. Alguien más se encargaba de avisarle al Rey de este u otro compromiso. Alguien más se encargaba de saber que él como consejero del Rey necesitaba un traje para esta y otra ocasión. Ese alguien, era más de uno. Delegados de servicio, que desde la muerte del Rey Teroz, se habían marchado del castillo y no habían vuelto, puesto, que se fueron huyendo de la mano dura del hijo.
Por esta razón, ahora a Hilgar, le tocaba está dura tarea de multiplicarse, y recorrer el castillo de un extremo a otro, supervisando que todo estuviera en su sitio, o funcionando como debía. Esas largas caminatas de un lado a otro lo hacían sudar tanto, que el olor a viejo se le escurría por los ante brazos. La servidumbre terminó por apodarlo el baúl andante.
Cuando Hilgar volvió a su habitacion, encontró sobre uno de los muebles, las prendas oscuras que le había pedido a lizäncy.
Después de un rato, estuvo listo, paseándose por el comedor, mientras esperaba a los duques y marqueses. Apoyó sus manos en una de las ventanas para observar la noche. Detrás de él, a más de quince pies de distancia, un grupo de músicos, vestidos de rojo y azul, tocaban con placer las cuerdas de sus arpas y laúdes.
"Nosotros aquí, disfrutando del calor del fuego y la comida caliente. Y la mujer de Garmin allá, cautiva, siendo llevada de un lugar otro"
Hilgar dio un respingo, cuando un mano pesada se posó en su hombro.
—¿En que piensa el hombre más sabio de Näbrozia?
Hilgar se giró, y se encontró con el rostro del General Saturno y con su sonrisa amistosa debajo del bigote negro.
—Amigo y General, me haz cogido por sorpresa —Hilgar le estrechó la mano. Saturno hizo lo mismo, además, le arropó con la otra mano la mano de Hilgar.
—¿No me digas que te asusté? —preguntó el, soltando su mano. Aún sonriéndole.
—Para nada Saturno, solo me haz cogido por sorpresa. Es que estaba perdido en el cielo nocturno. No se ve ninguna estrella.
—Es el invierno. Las nubes están por cubrirlo todo. ¿Entonces pensabas en eso?
—No precisamente —Hilgar se acomodo la camisa —Estaba pensando en la reina Cinfonï.
La sonrisa de Saturno de desvaneció y la seriedad se apoderó de su rostro, mostrándose más en sus cejas negras, que se alinearon debajo de su frente.
—... nosotros aquí, y ella allá — continuo diciendo Hilgar.
—Tienes razón, la reina no lo debe estar pasando bien. Ninguno de mis exploradores la ha visto. Ninguno de ellos sabe dónde la escondieron los piratas —Saturno dio un vistazo al rededor, antes de continuar —Y Si está aún viva, es un secreto bien guardado —dijo Saturno.
Hilgar le puso una mano en el hombro y le dijo —El Joven Rey Gall, envío a un grupo de exploradores experimentados. Ellos darán pronto con su paradero, tenlo por seguro.
—Eso espero. Pero dime algo Hilgar, quienes son esos Exploradores experimentados? Porque yo no los entrené. ¿De quienes se tratan?
—¡Oh! Mí amigo Saturno, no es algo que pueda explicarte. Al menos no ahora, y no hasta que tenga la autorización del Rey. Ya sabes, es mejor esperar
Saturno, lo miró con escepticismo, entornando los ojos.
—Conozco esa mirada Saturno. Pero ya te dije, te lo diré en su momento. El Rey Gall, quiere mantener ese asunto como un secreto muy íntimo. Tampoco yo conozco mucho sobre el plan. Pero confío en Mí Rey, confía tu tambien.
—Sí, eso haré. Aunque te confieso que me parece que nuestro Rey, Es misterioso. Más que su padre diría yo.
—¿Y es eso bueno o malo?
—¿Me lo estás preguntando como amigo o como mano del Rey?
—Como amigo, por supuesto.
—Entonces seré sincero. No es algo bueno del todo, ni tampoco malo del todo. Tú eres el concejero. Y yo el general ¿no? Por lo que es crucial que tanto tú como yo, tengamos todo el conocimiento sobre los planes para proteger al Reino de cualquier ataque.
Hilgar volvió a mirar el cielo plano a través de la ventana. La luna debía estar sobre ellos, sobre el follaje del arbol milenario en el que estaba construido el castillo y Ascensum. Porque en el los atrios, no se veía la luz blanca de ella. Si no la sombra tenue del árbol, acompañada de una bruma leve y plateada que recorría los jardines. Hilgar concentró su vista más allá, sobre las copas de los árboles más pequeños, los de menor edad, sobre la maleza del horizonte, donde es el plateado de la luna se hacía uno con el azul.
—Tienes razón —suspiró —Tienes toda la razón. Así era como se hacían las cosas con nuestro Señor el Rey Teroz. Y así debería ser... Pero Teroz ya no está —La mirada de Hilgar recorría el horizonte. Y su voz usaba un exceso de aire. Parecía recitar uno de sus poemas memoriales —Ahora, en vez de él...está El Rey Gall. Y Es necesario que él aprenda de sus propios errores. No podemos forzarlo a que sea como su padre. Alguna vez su padre también fue testarudo y arrogante...El tiempo pondrá cada cosa en su lugar, mi amigo... El tiempo...Por ahora, nosotros debemos servirle al Rey Gall. Así como le servimos a su padre con dedicación. Confía Saturno, debes confiar.
Saturno le retiró la vista y la dirigió al cielo exterior juntando sus cejas.
—Confío en mi Rey. Hilgar. Confío en él. Los dioses son testigos.
—Lo sé, Saturno, de eso no tengo dudas. Los dioses son testigos.
Fin del capítulo 6
🌿GEMASHEY:
La Mënsajera de Guïdian
~Litbluem~
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