1 • Silbidos de Doble Filo
~La Mënsajera de Guïdian~
"La confianza es el fundamento principal en la ley. La conexión entre ser y ser infinito"
Naturalmente, las noches en Dazur solían ser serenas. Armonizadas por delicados silbidos, que se producían cuando el viento atravesaba los entrelazados brazos vegetales del enorme arbusto en donde vivía la reina Cinfonï.
En ese estructurado ramazal, el rey Garmin construyó su castillo.
Aquél canto natural era un artificio único, digno de apreciar, causado no solo por la coincidencia de que el viento soplara, sino que era producto de la ciencia, pura y natural ciencia vegetal. Proezas de los sabios más destacados de toda Näbrozia. Conocimiento revelado por los dioses. O Como La reina Cinfonï diría: "es un regalo de Ägra".
Para los visitantes que tenían la dicha de pasar una noche en Dazur y apreciar la vista desde los balcones del castillo, la experiencia era inevitablemente polarizante: algunos se sentían inquietos y levemente ansiosos, mientras que la mayoría, terminaban por decir que habían sentido una sensación cautivadora, placentera, una inmensa relajación.
En realidad, la intención de los ramificadores, no era en principio construir un gigantesco instrumento viviente.
¡Infinito castigué una ambición así!
Más bien, querían replicar, a petición del rey Garmin, una barrera protectora, como la del arbusto en los pies del árbol centenario de Teparsyn.
Esa era la forma mas segura para mantener fuera a cualquier ave o abejón intruso que quisiera dañar a los tesoros del rey Garmin.
Cuanto lamentó Garmin, no poder tener mas días para cumplir las promesas a su amada... ¡La recordó aún en su último suspiro!
Después de la muerte del rey Garmin,
La Reina Cinfonï trajo a vivir consigo, algunos hombres y mujeres; los que a su consideración eran los más leales.
Con frecuencia invitaba entre todas, a un par de las mujeres para conversar. El lugar de encuentro, era el salón de la torre, con vista a la ciudadela. Estas veladas llenas de risas y confidencias, eran un bálsamo para su alma en luto; un audaz recurso para evadir la soledad.
Reunirse cada noche, se había convertido en una costumbre sagrada, un pacto entre amigas. Solo la propia Cinfonï podía posponer la reunión. Y Podía incluso, tardar varias noches sin mandar a por ellas, eso, cuando se sumergía por completo en el culto a Ägra. A la que le ofrecía ofrendas de incienso y le rogaba con plegarias en su cámara.
Su devoción, no era un hábito desconocido por su pueblo. Todos en Dazur le rezaban a alguno de los dioses, o a todos a la vez. Pero el culto a Ägra, era muy popular, gracias a la fama que la reina Cinfonï se esforzaba en darle.
Derramar lágrimas delante del altar de Ägra era sencillo, a diferencia de gobernar, lo que era todo un reto...el mayor reto de su vida. No obstante, durante los seis meses que había estado en el trono, colocó en práctica algo de la astucia de su difunto marido, logrando mantener a todos satisfechos en el reino.
Con mucha más dedicación, cumplía eficazmente su responsabilidad de madre, proveyendo y protegiendo a su amada hija, la princesa Milindey, quién no solía ir con frecuencias a las reuniones nocturnas de su madre, donde era bien recibida.
Para Milindey, eso era cosa de viejas. Evidentemente su pasión no eran las anécdotas de la vida marital, y mucho menos le gustaba tomar té de orégano.
Sin darse cuenta, Milindey, era una versión adolescente de su madre, igual de hermosa, de ojos grandes y con manos pequeñas; meticulosa en las artes textiles. aunque con algunas leves diferencias, por ejemplo: La princesa, podía tardar horas descubriendo cuál era el peinado que mas le convenía para esta u otra ocasión. Sus doncellas tenían que turnarse para no terminar con las manos ampolladas. A diferencia de la reina, que usaba con frecuencia los mismos tres tipos de peinado. Cualquiera que pensará en Su Majestad, podía imaginarla de la misma forma: un bronceado rostro redondo, con ojos de perlas marrones y pequeña boca; con un collar de plata corto y el dije de esmeralda redonda; con la delgada corona dorada en forma de lianas, fusionada con dos gruesas trenzas negras en su abundante cabello aceitoso.
Otra similitud, era el paralelismo de las reuniones.
Milindey, por las noches de los dos últimos, y los primeros dos días de la semana, se reunía con sus mas ferreas confidentes y hablaban de historias poéticas mientras tejían y bordaban telas, ayudadas siempre por una decena de doncellas.
De modo, que hubiera sido un descuido para cualquiera que las conociera, no darse cuenta de lo parecidas que podín llegar a ser madre e hija.
—¡Mí Reina! ¡Tengo algo de frío! ¿Porque no cerramos las ventanas? — sugirió, Edilma, mientras se frotaba los brazos.
En el salón de la torre, solo habían mujeres; Edilma, Irina, Cinfonï y una doncella por cada una. Era otra noche serena. Una noche más de anécdotas graciosas. La única novedad podía notarse en el danzar de las cortinas, una leve precipitacion en el viento, que de seguro, pasaría pronto.
La reina Cinfonï, ordenó a una de las doncellas buscar una frazada en uno de los muebles.
—¿Para que cerrarlas? Si lo hacemos, el té nos hará sudar. Terminemos primero de tomarlo.
—Coincido con Su Majestad —dijo Irina, con el vaso de arcilla humeando cerca de su boca, -el orégano no es placentero, si no se lo toma en una noche fresca.
La doncella colocó la frazada sobre la espalda de Edilma.
—¿Estas mejor así?-le pregunto la reina a Edilma.
—Sí, mucho más cómoda, Mí Reina.
De repente, un golpe suave en la puerta interrumpió la charla, y un soldado entró con una reverencia, su voz baja y respetuosa.
—Su Majestad, hemos recibido una visita del reino del sur. Es el general Rowal y al menos un centenar de soldados montando hormigas.
La Reina se levantó, su mirada aguda como una lanza, su corazón se precipito. La visita de Rowal podia significar solo una cosa: ¡Guerra!
A diferencia del té, su voz no tembló al hablar.
—¿Qué ah dicho?" preguntó.
El soldado se inclinó nuevamente.
—Dicen que vienen en son de paz, Su Majestad. Que el rey Noran les ha ordenado proteger nuestro reino de una incursión de los pueblos hostiles. ¿Que ordena?
La Reina contrajo las facciones de su rostro de burbuja, su mente trabajando como las alas de una abeja en vuelo. Inquieta. Se dió cuenta que no podía retrasar más una respuesta, era momento para decidir.
Se hizo de papel y tinta, y escribió un mensaje, sin tener el cuidado de no regar gotas de tinta.
—Entregue este mensaje, al General Dereneo. Hágale saber que los recién llegados deben quedarse fuera del muro, al extremo norte. Que les provea comida y agua, para ellos y sus bestias... Y soldado —hizo una pausa —Que el general Rowal venga sólo, hablaré con él en el atrio frontal. Que toda la guardia del castillo se congregue ahí.
—Como mande, Su majestad. -se inclinó y agregó —Iré a entregar el mensaje —dijo, y se marchó.
Las mujeres siguieron el sonido de las pisadals del soldado por el pasillo, hasta que dejó de existir. Tensas y angustiadas. Después de un corto silenció, Cinfonï ordenó.
—No deben moverse de aquí hasta que yo vuelva. No tardaré.
Se llevó a dos de las doncellas con ella. Atravesaron varios de los pasillos cuadrados, iluminados por medianas lámparas de bioluz rosada. Un color que hacia resaltar el tono negro de sus cabelleras.
En su camino, los guardias al verlas, se iban añadiendo, detrás de ellas, formando un séquito cada vez mas numeroso.
Las doncellas eran jóvenes, pero habían sido preparadas para este tipo de eventualidades. Caminaban cada una al lado de Cinfonï, con una confianza que se diría, infranqueable. Muy posiblemente podían ser capaces de llevar a cabo planes de contingencia en caso de que algo saliera mal.
Media treintena, fue el total de guardias, que se les unieron, antes de salir al atrio frontal. Donde estaban otras tres partes de igual número, repartidos uniformemente, uno al lado del otro, junto a los muros interiores, formando una cadena humana que resguardaria a Su Majestad.
Los quince guardias que venían detrás de ella, tomaron posiciones estrategicas, cerca, junto a las columnas de piedra rústica que servían de soporte a las enredaderas de hojas tiernas, que las rodeaban hasta la popa.
La reina tomó una posición central, dos pasos delante de las otras dos mujeres. Tenía sus manos relajadas, a la altura del vientre, cubriendo una a la otra.
Cinfonï esperó paciente, al delegado del sur. La luna no deja de moverse, marcando el tiempo. Mientras, el viento que se colaba entre las ventanas del arbusto, resonaba y agitaba con cuidado, la seda verde del vestido, donde se reflejaba la luz blanca de las bioluces que colgaban a su alrededor.
Dos puertas portentosas se abrieron delante de ella, a una distancia desde la que se veían minúsculos cada hombre que las atravesaba.
La reina reconocía el marcado paso del solado que le llevo las noticias de la llegada de las tropas del sur, Danner Agerron, capitán de una tropa de liberación. Él iba delante de otros treinta soldados a su cargo. Todos hombres jóvenes como el mismo Danner. Era un rectángulo azul de hombres armados, un rectángulo de seis filas, un rectángulo con lanzas y espadas.
La tropa se dividió en dos rectángulos más pequeños. Y cada parte se sitúo a los laterales, sobre las zonas de musgo, detrás de las columnas edificadas al rededor del ancho pasillo de piedra miel, por él que caminó el capitán Danner, ligeramente, hasta llegar a la reina Cinfonï y reverenciarla. Tomó posición dos pasos a la izquierda de ella, girándose, para mirar a las puertas. Sus hombres hicieron lo mismo.
Las puertas permanecían abiertas y la noche afuera estaba fría e ilegible. Sólo se podían ver las fogatas más allá, en el profundo fondo, como puntos intermitentes que flotaban.
A la vista de todos, hizo su aparición un hombre alto, su armadura era de escamas negras. Y portaba un yelmo distintivo del sur, un cráneo de hormiga negra, pulido. Era el General Rowal. Recorrió la amplia distancia sin afán, observando todo a su alrededor, no parecía sorprendido, más bien lucía complacido por la recepción. En su alargado rostro, se dibujaba una sonrisa delgada, sencilla.
—Su majestad, la Reina Cinfonï — saludó, Rowal, después de hincarse en una rodilla, con la cabeza agachas. La voz del general era la de un general: profunda, sin carencia de autoridad.
Luego levantó su rostro para elogiar a la reina:
—Maravilla del oriente; tesoro de un grande; alegría de su pueblo. Es un honor estar en su presencia de nuevo, Su Alteza.
La reina, sólo movió sus ojos para seguirlo, y le contesto:
—Bienvenido, General. Su visita es una sorpresa. ¿A qué han venido precisamente?
Rowal, se puso en pié sin ser brusco. Y volteó a ver al Capitán Danner, antes de responder.
—He informado a su General, y éste a su vez, envío el mensaje con éste joven soldado aquí presente, Su Alteza.
—Capitán. Es el Capitán Danner —dijo la reina, con amabilidad.
—Y Si, me informó sobre la alerta. Pero, ¿porque no enviaron solo la advertencia con un mensajero de vuelo, si no a toda está tropa, con usted a la cabeza?
¿Es tan grave es la situación?
—Todo lo que venga de los pueblos hostiles es grave, Su Majestad. Tenemos información de un plan de ataque contra su reino. Al parecer, tienen un nuevo líder, y éste, ha ordenado vengar la muerte de Arión, él creen que usted envió a un explorador a asesinarlo. Ahora mismo vienen hacia acá.
El corazón de la reina se estremeció, no podía creer que así sería su primera batalla, tan precoz e injusta.
—No tengo nada que ver con la muerte de ése pirata. El luto a mí Rey me mantuvo ocupada, hasta ahora. Sin embargo, estamos listos para defender a Dazur de cualquier barbaro. Le pido convencida, que vuelva con su Rey y le haga saber lo agradecida y complacida que estoy con su acompañamiento. Pero dígale, que contamos con un ejército capaz de defenderse de todo lo que venga del pantano. Esa siempre ha sido nuestra especialidad.
—El Rey Noran, sabía que usted no aceptaría la ayuda de un aliado en un caso de ataque. Y el conoce bien las capacidades del ejército de Dazur. Los dioses son testigos de que aún nosotros mejoramos nuestras habilidades de guerra cuando el gran Rey Garmin, valiente como nadie en oriente, nos instruyó en este arte de la batalla. Y es por todas estas razones, Su Majestad, que Mi Rey, ha enviado a esta tropa para devolverles el bien y la seguridad que su difunto esposo nos brindo en el pasado. Le pido en nombre de Näzka, que Acepté este acto de agradecimiento.
—He recibido bien las intenciones de su rey, y le repito general, estoy complacida. Pero me ofendería, si se rehusará a incumplir esta petición de volver a proteger y entregar mí mensaje a su Señor. Además, No puede estar el reino del sur sin su más leal guerrero. Antes de irse, informé a mí general sobre la ubicación de la guarnición pirata, y nosotros haremos volver a ellos, a sus humedales, arrepentidos de atacar a Dazur.
—Sabia es, Su Alteza, semejante a su difunto esposo. Pero es mi deber de honor, darle la información a usted misma, Su Majestad: ¡Los piratas ya están en Dazur! En la punta del oriente, y no se sabe cuántos son. Podrían ser miles. Parece que están repartidos en todo el bosque. Será difícil contrarrestarlos. Hizo una pausa larga manteniendo la misma serenidad de su llegada, a diferencia, de que su boca ahora, era solo una línea recta y corta.
Ante el silencio de la reina, el General, volvió a inclinarse y se despidió.
—Ha sido grato para mí, verla una vez más Su Majestad, aunque lamento que haya sido para ser portador de malas noticias. Me iré de inmediato con mis hombres, deseando otra victoria más para Dazur y su reina. ¡Los dioses son testigos!
—Los dioses son testigos, general. ¡Ägra les muestre el camino!
Fin del capítulo 1
🌿GEMASHEY:
La Mënsajera de Guïdian
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