𝟏𝟒, plasma tu amor en mi cuerpo, márcalo.
1996, Fuerte Apache.
El año 1996 se despliega hacia nosotros, llevándonos a los oscuros días marcados por la tragedia. Candela Romero, había llegado al punto de no retorno. Una mañana, después de una intensa sesión de drogadicción, su cuerpo colapso.
De repente su cuerpo cedió. Se desplomó en el piso, convulsionado mientras su mente se sumergía en la oscuridad. La conciencia se desvanecía, y solo quedaba la frialdad de la sobredosis. Aunque quería luchar, quería mantenerse con su hermano, con Carlos, con Danilo. Su cuerpo fue trasladado hacia el hospital, todos desesperados por mantenerla con vida.
Pero Candela a pesar de su lucha, sufrió un paro cardiaco. Fue como si el tiempo se hubiera detenido, y su cuerpo yacía inmóvil en la cama de la sala de emergencias. Los médicos y las enfermeras se movían con urgencia, tratando de revivirla. El sonido constante de los monitores cardiacos se volvió ominoso cuando las líneas se volvieron planas.
El alma de Romero pendía en un delicado hilo entre la vida y la muerte. Mientras los profesionales luchaban contra el tiempo, su espíritu parecía deslizarse hacia la oscuridad, como si estuviera apunto de ceder ante el abrazo implacable de la muerte. La campera roja de Danilo fue arrojada lejos por uno de los médicos, donde Edu la recogió aferrándose a esta mientras lloraba desconsoladamente.
En cambio en el barrio Fuerte Apache el destino jugó su última carta para Danilo. Jorge, en un acto de defensa, disparó a quemarropa, y los estruendosos tiros resonaron en el aire. Danilo cayó, su cuerpo impactado por la violencia de las balas, llevando consigo el peso de sus acciones. En sus últimos latidos, Danilo no podía apartar su mente de Candela. Sus pensamientos se aferran a ella, a la última vez que la vio, a la campera roja que le entregó.
Era como si el rojo intenso de la prenda representara la pasión que compartieron, una conexión que se desvanecía con su último aliento.
—C... Candela.—Con la sangre saliendo de su boca dio sus últimas palabras. El nombre de la mujer que más amo en este mundo, el amor de su corta vida.
Y así la luz se la vida se había apagado para Candela Romero y Danilo Sánchez. Ambos habían decidió dejar de luchar, habían dejado de desear seguir juntos y construir un futuro, ambos se habían hundido en la desgarradora adicción. En el ocaso de sus vidas, la lucha se desvaneció, y las fuerzas que alguna vez los unieron se deshicieron en el aire.
Quizás, en algún rincón del tiempo, la esencia de Sánchez y Romero persiste, un recordatorio agridulce de lo que pudo haber sido.
Sus corazones, una vez latentes con esperanza y amor, se sumieron en el silencio, poniendo fin a una historia que se enredó en los hilos frágiles de la vida.
2008.
La plata, Argentina.
El tic tac del reloj marcaba el ritmo de mi respiración entrecortada mientras yacía en la cama del hospital. Los destellos de luces fluorescentes danzaban sobre las paredes blancas, reflejando la intensidad de mi lucha por sobrevivir. Había estado al borde del abismo, rozando los límites de la vida y la muerte.
Los médicos habían luchado incansablemente por mantenerme con vida, cada latido de mi corazón era una victoria en esa batalla desesperada contra la oscuridad. El camino de la redención fue todo menos sencillo, las terapias me llevaron a explorar las raíces de mi dolor. La escritura siempre fue mi refugio, hasta ahora. Donde plasmé mi dolor y transformé la oscuridad en historias de esperanza.
Comprendí que mi historia aún no ha llegado a su fin, hay capítulos por escribir, caminos por recorrer y lecciones que enseñarles a mis hijos. Porque después de todo, estoy viva, y eso es suficiente para seguir adelante.
Fueron años y meses para salir, tuve que aprender a no lastimarme, aunque había encontrado mil maneras para hacerlo. Sufrí y hice sufrir a mucha gente, aunque entendí que todo es relativo, no soy solo esa parte dolorosa. Todo fue difícil, hubo recaídas, momentos de desesperación, pero también hubo avances, pequeños detalles de progreso que me recordaron que la vida merecía ser:
vivida.
A los veintinueve años, sigo comprometida con mi bienestar. La vida no es perfecta, pero he aprendido a encontrar belleza en la imperfección. Tuve dos hermosas hijas que llenan de luz mi hogar, Adriana la mayor y Anabella, la menor (nombradas así por las mujeres que hicieron de todo por cuidarme y enseñarme de la vida) trato de ser un ejemplo para ambas, no quiero que repitan los patrones dolorosos que he experimentado en mi vida.
Han pasado años desde que Danilo se fue de mi vida de una manera trágica, ese quince de Diciembre vive en mi mente, su partida. Recuerdo su risa, su manera de tomarme la mano cuando las cosas se volvían difíciles. A veces me pregunto si podría haber hecho algo para cambiar su destino, si hubiera podido ser la tabla de salvación que necesitaba en medio de sus tormentas.
Pero la realidad es que todos llevamos nuestras propias cargas, y a veces, incluso el amor más profundo no puede salvarnos de nuestros propios demonios.
Cierro los ojos y veo el cuerpo de Danilo, marcado por las heridas de las balas, el dolor de perderlo fue casi insoportable. Llore sin descanso, tenía ataques de pánico constantes al cerrar mis ojos y verlo ahí, tan frágil. También evite su velorio, temerosa de enfrentar la cruda realidad de su ausencia.
Y ese fue mi punto de quiebre para alejarme de todos, me recupere y corte lazos con todas las personas que en su momento me quisieron (o quizás hasta hoy lo hacen) también deje atrás aquel cuaderno lleno de mis poemas, que servía como una búsqueda de mi identidad. El Fuerte Apache se convirtió en un lugar que marcó mi vida de manera profunda. A veces, cuando la melancolía me envolvía, iba a visitar las tumbas de Danilo y Anabella.
Llevaba flores como tributo silencio a aquellos que habían dejado una huella imborrable en mi corazón. Aunque ya no viva en El Fuerte Apache, siempre llevaré un pedazo de ese lugar en mi corazón, allí aprendí lecciones y experiencias, aunque sean las más difíciles.
—¿Mamá, nos podés leer un cuento antes de dormir?—Preguntó Adriana, con su típica sonrisa y entusiasmo que solo los niños pueden tener.
—Sí, mi amor vengan.—Me senté al borde de la cama y con una sonrisa nostálgica las arropé mientras depositaba un beso en la cabeza de ambas—Escúchenme eh, esta es la historia de Danilo y Candela, ¿están listas?
—¡Se llama como vos!—exclamó Anabella y su hermana asintió dándole la razón. Sonreí mientras comenzaba a tejer un cuento imaginario donde las hadas y los caballeros eran los protagonistas.
A medida que avanzaba, no solo les contaba una historia, sino que les trasmitía la esencia de lo que alguna vez fue mi vida con Danilo. Mis hijas escuchaban con atención, sumergiéndose en la fantasía que estoy creando para ellas. Y mientras invento estas palabras, siento que, de alguna manera, Danilo está presente en la habitación, sonriendo junto a nosotras.
Feliz de verme triunfar como él alguna vez quiso que lo hiciéramos juntos. Escuchando atentamente la historia, una historia con un final muy distinto. Al terminar el cuento salgo de la habitación, encontrándome sola en el pasillo.
Las lágrimas que he estado conteniendo comienzan a emerger. Pero sé que, aunque la historia que les conté sea inventada, hay algo de verdad en ella. Danilo vive en el recuerdo, en las risas compartidas y en el amor que aún late en mi corazón.
Con el tiempo entendí que me gusta estar acá, y que puedo ser yo cada tanto. Y aunque nunca nadie va a saber lo que yo viví, si estoy segura de que me pueden entender. Porque todos alguna vez estuvimos absurdamente enamorados y otras veces absurdamente tristes...
Absurdamente muertos o absurdamente vivos, en fin. Absurda.
Con el peso de los recuerdos sobre mis hombros, cierro este capítulo de mi vida. Me despido de estas páginas, donde mi historia ha sido revelada con honestidad y vulnerabilidad. Aunque esta despedida no es el cierre definitivo, sino un cierre simbólico que invita a los lectores a explorar más allá de lo que se ha compartido.
Mi historia no se detiene aquí. Hay nuevos capítulos por escribir, nuevas aventuras por vivir. Y mientras me despido de este momento, sé que el viaje apenas comienza. Mi nombre es Candelaria Romero, mejor conocida como Cande, gracias por escuchar mi historia.
"En el silencio, Candela camina sola, tejiendo versos en su alma rota. Droga, y amor, en su piel entrelazados, historia marcada, sus sueños desgarrados."
𝙖𝙪𝙩𝙝𝙤𝙧'𝙨 𝙣𝙤𝙩𝙚:
¿Puede ser este el final definitivo? A los que han llegado hasta acá les quiero agradecer, esta historia se convirtió en algo más para mi, Candela esta inspirada en mi adolescencia donde sufrí bastante, espero haber logrado trasmitir lo que ella sufrió y como reacciono y se sintió al respecto.
Este no es el final definitivo, tengo muchos extras, final alternativo que subir pero este fue un capítulo doloroso. Al que le llore y al que ame, gracias por todos mis queridos lectores. No tengo como agradecerles todo al apoyo.
Besos, Sofi. 🥹🫶🏻❤️
soy esta:
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