VI. Enzo
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Lucio nunca fue afín a los roedores, al verlos huía despavorido y se refugiaba en las faldas de su madre. Hoy, hay mucha suciedad, y por lo tanto, muchos invitados no deseados. Los mira curioso. Uno de los ratones, el más pequeño, está en los huesos. Lucio lo observa, repara especialmente en las costillas marcadas, pensando en el parecido que tiene ahora su cuerpo con el de ese pequeño animal.
Así que, por primera vez, en vez de asustarse se acerca con lentitud y le ofrece un pedazo de comida.
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En un día normal entraría a mi oficina con un café humeante en la mano, colgaría mi campera en el perchero caoba y mi celular en el escritorio. Me acomodaría en el sillón del rincón y pasaría los primeros minutos leyendo mi agenda. Me sumergiría en las notas meticulosas sobre el personaje que interpreto y aguardaría, paciente y tranquilo, a que me llamen para ensayar.
Pero hoy, el día se desmarca de la rutina.
He entrado presuroso, mis palmas sudorosas traicionan mi compostura habitual. Se me ha derramado el café en la alfombra y me he deshecho en una carcajada espontánea; he olvidado el celular en casa pero no me ha importado. Mi agenda es un mar de letras incomprensibles, que danzan y se transforman en la imagen de una mujer pelirroja de ojos marrones brillantes, que me miran con una melodía de lluvia como sonata de fondo.
Estoy hecho un lío, y sin embargo, el mundo pocas veces me pareció tan suave y dulce. Esteban tenía razón, he retrocedido en el tiempo y las sensaciones se avivan, tan palpables como antaño.
—Es la sonrisa más grande que te he visto en meses —dice Ginna.
Su presencia me toma por sorpresa, así que me sobresalto, lo que provoca en ella una sonrisa tímida. Mi mirada se desliza hacía abajo por inercia, en búsqueda de Alan, quien usualmente está con ella. Sin embargo, hoy no es el caso, así que vuelvo a mirarla a los ojos y le devuelvo la sonrisa mientras me pongo en pie, relegando la agenda a un segundo plano.
—¿Qué opinas? —inquiere.
—¿Acerca de qué?
—De mi atuendo...
Solo entonces me fijo en el vestido, verde esmeralda, que tiene puesto; es extraño, creo que es la primera vez que usa un vestido en el laburo. Me encojo de hombros.
—La moda no es mi fuerte, mi opinión no te va a servir de mucho —sonrío y me dirijo a mi escritorio. Me percato de que, sin querer, pude haber sonado maleducado. Así que me aclaro la garganta y decido agregar—: Pero sí, te queda bien.
Sobre el escritorio yacen dos sobres tamaño carta. Son libretos. En la cubierta está el nombre del proyecto al que pertenecen. Suspiro. No puedo permitir que mi buen humor se vea opacado por esto. Decidido a mantener mi día tan bien como va hasta ahora, opto por conducirme con una buena actitud. Extiendo mi mano hacia Ginna, consciente del sobre que lleva en manos, a estas alturas, uno más en la montaña no hará diferencia.
—¿Qué...? —ella me mira confundida. Debe estar mareada, titubea un poco y su piel se ha tornado levemente roja. Enarco una ceja y ella aprieta los labios— ¿Quieres que...?
—El sobre —digo.
—¡Oh! Por supuesto, perdona —se apresura a entregármelo. Observa cómo lo coloco junto a los demás y, mientras tomo asiento, ella se sitúa al lado del escritorio—. Con este son tres en apenas dos semanas —comenta con entusiasmo, esperando que comparta su excitación. Al no verme reaccionar de igual manera, su expresión se transforma—. ¿Qué pasa? ¿No es algo bueno?
—Tener laburo siempre es bueno.
Cuando digo eso no puedo evitar recordar a mi padre, quien solía decirnos en casa esa frase cada tanto. Ahora soy yo quien recurre a estas palabras y lo hago porque, en realidad, estoy agotado y no quiero más de esto. En este momento la imagen de mi padre, con sus manos manchadas de gris tras el laburo, adquiere un nuevo significado.
—El descanso también lo es —apunta Ginna, empleando ese tono maternal que, intuyo, utilizará en unos años para aconsejar a Alan.
—Como siempre, tenés razón, Ginna —concedo. Suelto un suspiro y, a pesar de lo antes dicho, comienzo a ordenar los guiones para poder empezar a leerlos cuando me sea posible.
Sobre mi escritorio reposa una foto de Celia, la saqué hace casi dos años, cuando aún estábamos fingiendo una relación ante el mundo, mientras que a solas éramos simplemente Celia y Enzo, productora y actor... ignorantes aún de lo que nos unía. Erguida tras una cámara en el set, con un buzo holgado encima —una de las pocas veces que vistió casual en el trabajo— y el cabello suelto, un poco revuelto y descansando sobre sus hombros. Acababa de darle un beso —nuestro primer beso real—, aprovechando que estábamos solos, y cuando pasaron los minutos y la vi probando las cámaras y examinando las tomas... Aún hoy, agradezco haber tenido una cámara en mis manos en ese momento.
—¿Enzo? —la voz de Ginna interrumpe, su mirada se posa en el retrato de Celia.
—Disculpa, tengo la cabeza en otra parte —suelto una risa suave. Celia, Celia. Me da un poco de atención y me vuelve loco. Humedezco mis labios y niego con una sonrisa—. ¿Qué me decías?
—Que el ensayo se adelantó porque ya todos están aquí, Beltrán dice que no tiene caso esperar.
—Y tiene razón.
Ensayar es un placer del que no podía gozar cuando trabajaba en producciones chicas, donde todo se ejecutaba a la carrera, y los ensayos, en caso de haberlos, duraban cuando mucho una semana. Con Bayona esta fase se extendía por meses, equiparables a los dedicados a la filmación, uno se sumergía en la piel del personaje, y la vida completa del actor cambiaba durante esa temporada. Con Beltrán es un punto medio, le dedicamos algunos meses al ensayo, pero la experiencia dista de ser tan absorbente, al menos para mí, que he empezado a trazar un límite entre la vida de mi personaje y la mía.
Llegar al foro es sencillo, situado junto a la imponente Torre Magna, apenas diez minutos me separan de él, descendiendo por el ascensor y caminando. Uno pensaría que se trata de meras bodegas, pero en realidad, son los únicos foros de la ciudad, bajo el auspicio del Sindicato de Arte y Cultura del Estado, limitados en número y dimensiones. Aún así, sigue siendo más de lo que tenemos en Montevideo. Si uno aspira a realizar una producción de tal magnitud y desea evitar el embrollo de asociarse con las grandes cadenas televisivas mexicanas, este es el sitio para grabar. Por pertenecer a una entidad pública y no a una privada, quizá uno que otro pensaría que los demás foros son ocupados por producciones menores o desconocidas, pero basta con poner un pie en el sitio y fijarse en quienes bajan de los autos para que esa percepción se borre por completo.
—¡Eh, Enzo! —Pedro emerge de su auto, me saluda con un gesto desde la distancia y se aproxima a paso ligero. Porta gafas de sol y un abrigo colgado del brazo— Último ensayo, ¿quién lo diría? Parece que fue ayer cuando tuvimos el primero. Ginna, buenos días —la saluda con un beso en la mejilla.
—Buenos días, señor Pascal.
—¿Pascal? Vamos, Ginna, ¿no somos colegas? Pedro basta.
Me estrecha la mano y se alinea a mi lado, avanzando a mi ritmo, dejando a Ginna caminando detrás de nosotros
—¿Cómo sigue Celia?
—Mejorando —respondo, la sola mención de mi esposa me saca una sonrisa. Pedro nota en mí algo diferente, más ligero y emocionante, no tiene idea de lo que es.
—¿Aún en reposo? —pregunta, hace una mueca cuando le digo que sí. Ante mi mirada de confusión, se ve impulsado a acercarse y susurrar— Ya sabes, la gente habla, dicen que primero es una semana, luego dos... Se rumora que será definitivo. ¿Ella lo sabe?
—Lo intuye —suspiro—, pero intenta no pensar en ello.
—Y hace bien, ya llegará el día en que regrese a ponerlos a todos en orden. Por ahora no hay que molestarla con nada de esto —señala el entorno.
El estacionamiento es el área más tranquila, contrasta con el barullo que se despliega al adentrarse en el laberinto de foros, donde el frenesí de actividad puede abrumar incluso al más curtido —extras formados cerca de los foros contiguos, algunos practicantes de comunicación o producción guiando a la gente y corriendo de allá para acá con utilería, diseñadores industriales llevando escenografías, todos inmersos en una carrera contra el reloj—. Miro hacia atrás para asegurarme de que Ginna no se aleja demasiado, ella me sonríe un poco y yo regreso la vista al frente. Hay tres camiones de carga frente al foro dos, con un montón de utilería y escenografía listas para ser bajadas. Asumo que, una vez finalice el ensayo, el equipo de arte enfrentará una jornada difícil.
—¿Y siempre quién reemplazó a Susana? —pregunta Pedro. Estamos entrando al foro, saludamos con un movimiento de cabeza a quienes nos pasan al lado. Él se abriga al sentir el descenso térmico, tan cerca de la fecha de grabación no planea arriesgarse a pescar un resfrío, así de precavido es.
—¿Qué reemplazo? —arqueo una ceja, ¿se ha lastimado? Por lo menos eso no lo sabe Celia, una actriz que no puede laburar por unas semanas es un problema que... Oh, Dios, estoy pensando como mi esposa. Su espíritu me consume— ¿Susy está bien?
Pedro se detiene, me mira con sospecha, como si creyera que le estoy tomando el pelo. Es tras algunos segundos de analizar mi reacción que cree en la autenticidad de mi confusión.
—Puede que lo mantuvieran en privado por la situación de Celia —dice Pedro en un murmullo—. Susana ya no va a estar en el proyecto.
—Pero el contrato...
Alza las manos, como quitándose el problema de encima.
—Yo solo actúo, no sé nada de eso —sonríe, apenado, no quería darme más preocupaciones y eso es justo lo que ha hecho—. De todos nosotros, tú eres el que está mejor enterado de lo que pasa ahí atrás.
Ser esposo de la productora me otorga acceso a información general con la que un actor no suele inmiscuirse, detalles que los administrativos custodian celosamente. Desde las locaciones y estrategias hasta los contratos y fechas, incluso minucias como el catering de los rodajes. Y por supuesto, si un actor renuncia, Celia es la primera en enterarse y, a causa de su muy segura crisis, yo soy el segundo en hacerlo.
—¿Cuándo pasó?
—Se despidió a inicios de mes, no dijo mucho.
¿Celia lo sabía? El accidente fue el primero de abril, así que cualquier información al respecto está pérdida. Lo único que queda es esperar que la razón de su renuncia sea por motivos personales y no por algún desacuerdo con la producción. La nueva actriz debió ser casteada a estas alturas, es probable que la presenten en esta reunión, tendré que estar alerta y mantener a Celia al tanto de esta situación. Espero no tener que entregarle solo malas noticias, si todo sale bien podré decirle que aunque una de las actrices ya no está en el proyecto, su reemplazo es excelente y no hay de qué preocuparse. Pedro me aconseja que no la moleste con estos temas, pero conozco a mi esposa; me reprocharía más el ocultarle la verdad que el revelarle la situación.
Este día se nos ha concedido el beneficio de ensayar en lo que será uno de los principales escenarios de la película, está prácticamente finalizado, con apenas unos retoques pendientes. En él se desarrolla gran parte de la historia, por lo que es significativo el reunirnos a todos acá. Ya hemos estado aquí antes, pero no así, no con todos reunidos. Me siento tentado a pedirle a Celia que venga, ella debería estar acá, este es su sueño, este es su esfuerzo. Esto es de ella.
Pero no puedo. No cuando su ausencia es lo único que la protege de perder esto de una.
Lo que debería ser un día de alegría, lleno de emoción y expectativas, se torna en un bucle oscuro, de rostros a los que no sé si catalogar como amigos o enemigos. Alguno de los presentes, está conspirando en contra de mi esposa. Podría ser alguno de mis compañeros de escena, capaz por eso me observan con cierta distancia y reticencia; o podría ser alguno de los administrativos, que ahora mismo están sentados en las sillas y me saludan con una sonrisa tensa. Aunque por la forma en la que todos me miran, bien podrían estar todos coludidos.
—¿Qué hace ella aquí? —un tirón en mi camisa, sutil pero agresivo, me hace voltear. Ginna está tan enfadada que se le nota hasta en el tono de piel, ahora colorado, suelta mi ropa cuando nuestros ojos se encuentran, pero su ira no cede.
—¿Qué? ¿Quién?
Ella sonríe de lado con incredulidad, traga saliva con pesadez e intenta calmarse, echando vistazos alrededor, sabiendo que su actitud puede estar atrayendo miradas curiosas. Hay un desdén particular en sus ojos cuando los posa a la derecha, en ese punto al que no he mirado al entrar porque estuve demasiado enfocado en otras cosas. Al girarme, siento que el alma se me cae al suelo, helado y derretido. Ahora entiendo esas miradas que recibí.
Celia es mi primer pensamiento. Lo frágil de nuestra relación en estos momentos, y ese pequeño gesto de confianza que nos dimos anoche, solos frente al cementerio. La mujer que tengo enfrente alguna vez significó mucho, alguna vez sonreí al verla y me llene de dicha con su presencia, alguna vez imaginé una vida con ella. Hoy, solo quiero que desaparezca, que sea una alucinación y no esté realmente acá.
—¿Celia lo sabe? —pregunta Ginna, su voz es un soplo de furia. Parece que podría transformarse en un torbellino y tirar abajo el set entero— ¿Lo sabe?
Laura parece tan confundida y desconcertada como yo. Nuestros rostros son un reflejo de las emociones del otro. Se ve diferente, su cabello rubio es más corto, sus ojos claros parecen más maduros, todo en ella me es familiar y al mismo tiempo extraño. Está sentada en una de las bancas al borde del set, lleva un pantalón de jean y una blusa holgada, el libreto que tenía en las manos ahora está en el suelo y ella lo ha dejado ahí porque no puede apartar la mirada de mí. Sé lo que ve, sé lo que veo.
—Por supuesto que lo sabe, Ginna —respondo con un hilo de voz, luchando por mantener la compostura, me toma todo mi esfuerzo recordar que debo mantener las apariencias para proteger a Celia—. Acá nada sucede sin que ella lo apruebe —una sonrisa fugaz cruza mi cara.
—Esto no es... —no encuentra las palabras, y no la culpo. Si pudiera, yo mismo estaría despotricando y buscando al responsable de este lío. Casi me alegra que al menos alguien no se guarde lo que piensa, que haya quien muestre su desacuerdo— ¿Cómo se les ocurre? Tu ex novia y tu esposa en el mismo proyecto. ¡Felicidades, la prensa estará encantada! —se acerca un poco más— Van a destrozar a Celia cuando esto se sepa. ¿En qué estaban pensando?
—Lo resolveremos en su momento, velo como lo que es: marketing. Ahora, si me disculpás, tengo que ir a saludar.
La habitación no es lo suficientemente grande, mientras avanzo hacia Laura las manos me sudan, mi respiración se agita. ¿Qué hago ahora? ¿Qué demonios es esto? ¿Celia lo sabía? No, no es posible, no cuando la renuncia formal de Susana llegó después del accidente. Debería pedirle a Laura que renuncie, ya encontraremos a otra actriz, sí. Pero conforme me acerco, su rostro se transforma, ya no es la actriz de reemplazo que me causa problemas, sino Laura, la mujer que me observa confundida pero feliz por verme de nuevo. Y entonces un pensamiento llega, y me llena de aborrecimiento: Laura sabía que yo estoy acá, que Celia está en el proyecto, que los problemas serán inevitables y aún así ha venido.
La mirada de todos pesa sobre mí, lo siento en cada paso que doy, haciéndolos más pesados, como si la atención me hundiera en el concreto. ¿Debo fingir que ya sabía sobre esto? ¿O debo exigir una explicación enfrente de todos? ¿Debo saludar con alegría o con desprecio? Debo hacer esto, debo hacer lo otro. Normalmente, soy rápido para pensar y actuar, pero esta vez no solo se trata de mí, sino de mi esposa, de intentar que no crean que ella fue engañada, que se le ha pasado por alto y que han traído a la ex de su esposo a sus espaldas.
—Laura —la saludo, forzando una cortesía que me sabe amarga. Es nuevo para mí mirar esos ojos y sentir tantas cosas negativas, nunca pasó, en todos los años que llevo de conocerla. Es doloroso—. ¿Cómo has estado? No he tenido la oportunidad de darte la bienvenida.
—Enzo... —pronuncia mi nombre en un murmuro, como si aún no pudiera creer lo que tiene enfrente. Me examina de arriba abajo, sin darse cuenta. Sé lo que ve, lo mucho que he cambiado— No te preocupes, entiendo que estuviste ocupado con Celia —cuando ve mi gesto confuso, aclara—: Todo internet está lleno de noticias sobre ustedes, lamento lo que pasó, ¿ella está mejor?
—Sí.
Entrelaza sus manos, moviéndolas nerviosamente. Centra mayormente su atención en mí, pero le es inevitable pasar por alto al resto de la producción, quienes por más que pretendan estar ocupados tienen la oreja bien parada y puesta en nosotros.
—De hecho, Celia dejó algo para vos en la oficina, vení conmigo —le digo, y sin darle tiempo a responder me giro y emprendo mi camino hacia afuera. Sé que me sigue porque siento las miradas de todos en ella mientras se mueve—. Pedro, ¿venís? Si no, tendrás que esperar hasta que termine el ensayo —Pedro parece confundido, pero es un buen improvisador y sabe que no debe contradecirme.
—Claro, mejor de una vez —deja su café con la maquillista, Pamela, le pide un momento y se apresura a seguirnos. Antes de salir, se gira hacia ella—: ¡Si llega Joseph, dile que la pastilla está en mi camerino! —le guiña un ojo y Pamela hace un gesto en el aire, como anotando algo en su lista mental.
El ambiente se relaja cuando salimos, pero no para nosotros, sino para los que se quedaron atrás. Casi puedo oírlos exhalar con dramatismo y empezar a hablar de lo que acaba de pasar. En cambio, acá afuera, se respira lo opuesto a tranquilidad.
Al llegar a la oficina, Pedro opta por esperar en el pasillo, rehusandose a ser parte de lo que presiente será una charla incómoda.
—Ya está, decilo, porque eso de que Celia me ha mandado algo no te lo creyó nadie —dice Laura, observándome moverme inquieto, como un león enjaulado, sin saber qué hacer o decir, durante los últimos minutos.
—¿Qué hacés acá? —pregunto de golpe, incapaz de evitar que mi voz destile todo lo que me está carcomiendo por dentro.
—¿Qué? —murmura confundida.
—La pregunta fue muy clara.
—Y la respuesta es muy obvia. Estoy laburando.
—No soy idiota, Laura. Lo que quiero saber es, ¿por qué estás acá? ¡Y sin avisarme! Al menos podrías haber tenido la cortesía de llamar para asegurarte de que tu presencia no sería un problema.
Detesto la mirada que me dedica, confusa y a la defensiva, pero no es por eso que estoy molesto —no del todo al menos—. Lo que realmente me perturba es que toda la situación está sacando de mi un lado que no reconozco. Todo lo que puedo pensar es en Celia y en la incertidumbre de mi matrimonio ahora que Laura ha venido. Sé que mi esposa es sensata y me escuchará, pero también sé que está pasando por el peor momento de su vida y que la presencia de mi ex no hará las cosas más fáciles.
—No sabía que ibas a estar acá —le cuesta trabajo contener las ganas de gritarme, se ha sonrojado por el coraje y aprieta las manos para intentar controlarse—. Somos profesionales, Enzo. Me conocés. Lamento no haberte podido prevenir, ¿está bien? Si tanto te jode verme, mantendré mi distancia y ya está.
—Eso no bastará —respondo, alejándome hacia el otro lado de la habitación, mi mirada se clava en la foto de Celia y siento un oleaje de ansiedad y temor. No puedo perderla, no de esta manera, no por algo así—. Lo mejor será que renuncies.
—¿Qué diablos te pasa?
Rodeo el escritorio, dándole la espalda a ella. No puedo pensar. Es así de simple. Esa parte tranquila y serena de mí está escondida en un espacio totalmente inhóspito de mí y se niega a salir.
—Estoy casado, eso es lo que pasa. Y ahora...
—¡Sé perfectamente bien que estás casado! —me interrumpe, claramente ofendida, malinterpretando mis palabras como si insinuara que ha venido a reavivar lo que tuvimos— ¡Ya te dije que no sabía que estarías aquí!
—Lo que quiero decir es que ahora mi esposa tendrá que lidiar con la prensa diciendo que su marido trajo a su ex al mismo proyecto en el que ella trabaja. ¿Qué demonios me pasa dices? Eso, Laura, ¡eso es lo que me pasa! —respiro hondo para calmar mis emociones, levanto la vista al techo— Ella no merece eso.
—Espera. No, Enzo... No me digas qué... ¿Celia está en esta producción también?
—¿Ahora me vas a decir que no lo sabías? —casi se me escapa una carcajada irónica. Me vuelvo hacia ella, buscando la verdad en sus ojos, pero lo que veo es a una mujer profundamente consternada— No tenías idea —digo con un hilo de voz.
Los ojos se le humedecen. Se encoge de hombros y tiene que pasarse la mano por el rostro para espantar el llanto. Mientras tanto yo bajo la mirada al suelo. No leo la mente, pero conozco a Laura desde hace años y sé, con esa simple reacción suya, que de verdad no tenía ni idea de en dónde se estaba metiendo. La garganta se me cierra de la vergüenza y no sé qué decir mientras la veo tomar asiento en la silla para recuperarse de la impresión.
—Solo mencionaron los nombres del productor y del director... Ni el tuyo ni el de Celia aparecieron en los documentos, te lo juro —conforme más habla, más se le corta la voz—. Sonaba tan bien. Era la oportunidad perfecta. Aún lo es.
Más de uno habría hecho lo que Laura hizo, firmar sin preguntar demasiado y agradecer poder formar parte de algo como esto. Una producción de Richard Lennan, con Rodrigo Beltrán como director y Pedro Pascal con el protagónico. No debieron decir mucho más, eso convencería a cualquiera. La repentina renuncia de Susana sólo apuró las cosas, le dieron a Laura un plazo para decidir y ella tomó la mejor decisión para su carrera.
Intenta no mostrarlo, pero está deshecha. Y yo tengo gran parte de la culpa. La forma en la que reaccioné, asumiendo lo peor, solo ha hecho que toda la ilusión de este nuevo proyecto se le venga abajo con mucha más violencia. Inhalo profundo y me dejo caer en la silla detrás del escritorio.
—¿Quién te contactó? —pregunto.
—Alguien del equipo de casting, dijo que una de sus actrices tuvo un contratiempo y necesitaban que viniera lo antes posible. Karla, ese es su nombre —ambos guardamos silencio, y luego ella suspira y dice—: Lo que dijiste sobre renunciar...
—Lamento haberlo dicho de esa manera...
—Pero aún piensas que es necesario —termina por mí.
Asiento lentamente.
Hace unos años estábamos juntos, convencidos de que sería para siempre. Ella podía contar conmigo de una forma incondicional. El hombre que conoció jamás le diría lo que le he dicho, ni habría puesto a nadie por encima de ella. Creo que, cuando ve mis ojos, busca a alguien que ya no está más. No es sencillo para ninguno de los dos, y ciertamente no me enorgullece pedirle que renuncie, que sacrifique esta oportunidad por el bien de mi matrimonio.
—Ya firmé el contrato —dice Laura, y ante mi silencio sonríe de lado con escepticismo—. Pero eso ya lo sabías, o por lo menos lo intuías, cuando me pediste que renunciara, ¿verdad?
—No se me ocurre otra salida, Laura. Por lo que alguna vez tuvimos, y por el aprecio que te tengo, te prometo, que si hubiera alguna solución que no te perjudicara tanto, la tomaría. Pero no la hay.
—¿Y si hablo con Celia?
—¿Con...? —tardo en asimilar su propuesta— No, eso no es una opción —mis manos se mueven en una negativa—. Definitivamente no.
—Dijiste que si había otra solución la tomarías. Tal vez Celia pueda encontrarla —se inclina hacia adelante, juntando las manos cerca de su boca—. Ni vos ni yo podemos hacer gran cosa, pero aún con lo poco que sé de ella, estoy segura de que pensará en algo... O por lo menos lo considerará. Lo único que sé, es que si te casaste con ella, es porque debe ser una buena persona. Tengo la esperanza de que no me bajará de este barco con tanta facilidad.
—Aún así, no estoy seguro de que reunirlas sea la mejor idea —suspiro y me paso una mano por la frente—. No es un buen momento, después del accidente lo que menos necesita es esto.
Laura suspira, todo está poniéndose difícil para ella, esto no es para nada el escenario de ensueño que debió imaginar al firmar para esta película. Se pone de pie y arrastra la silla hasta mi lado, toma asiento y me mira como lo hizo tiempo atrás, ya no me habla a mí, le habla a su amigo.
—Me costó un montón llegar hasta acá, Enzo. Dios y vos saben que es verdad —se le corta la voz, yo me tengo que obligar a no ponerme de pie y huir de ahí—. Podría decirte que no voy a renunciar, desentenderme y dejarte con este problema. En cambio, estoy pidiéndote que me dejes hablar con tu esposa, porque si en algo coincido contigo es en eso, y solo en eso: ella no merece esto. Pero, ¿sabés qué? Yo tampoco.
—Lo sé —mi voz es apenas un susurro.
—Decile que quiero hablar con ella, explicale todo. Hacelo antes de que se corra la voz, porque si se entera por otros, entonces vos vas a estar en problemas y yo sin laburo.
—Lo intentaré, pero no prometo nada.
Laura sonríe aliviada. Esto es todo lo que necesita, una esperanza, algo a lo que aferrarse. La alegría que hay en su mirada me hace devolverle la sonrisa, pero no puedo evitar que la preocupación siga latente en todo mi cuerpo.
—Creés que va a pedirme que renuncie —asume.
—No, ella no es así. Creo que aceptará ayudarte.
—Pero te preocupa que sea demasiado para ella.
—Celia es fuerte. Y no se deja obligar a hacer nada que no quiera. Pero si por algún motivo decide que tenés que irte... No voy a poder hacer nada más por vos.
—No tienes que preocuparte por mí —dice, con una mirada suave y voz cálida.
—Me refiero a que llegado el momento, voy a estar de su lado. Siempre lo estoy. Así que esto de ayudarte... No se repetirá si ella decide que tenés que irte.
Pedro se levanta del sillón que está afuera de la oficina en cuanto escucha la puerta abrirse. Me dirige una mirada inquisitiva, que disfraza con una sonrisa amable en el momento en que sale Laura. Se acerca con la mano extendida para saludar y presentarse debidamente.
—¿Podés adelantarte? —digo, interrumpiendo su conversación—Aún tengo que hablar con Pedro.
—Claro —responde Laura, está decaída pero conociéndola no lo dejará ver con el resto de la producción.
—Aguarda un momento. —dice Pedro con rapidez, alcanzándola para entregarle un folder, ante la confusión de Laura se apresura a explicar—: Se supone que venías por algo a la oficina, no puedes volver con las manos vacías —le da un atisbo de sonrisa.
Mientras Laura se aleja, Pedro me observa con una media sonrisa.
—No quisiera ser tú en estos momentos —comenta dándome una palmada amistosa en el hombro—. No te quedes al ensayo, ya veré que les invento. Puede que Celia aún no se haya enterado —nota mi desconcierto, se cruza de brazos y suspira—. Había dos reporteros en el foro de al lado, tal vez hayan visto a Laura, tal vez no. Pero, ¿para qué arriesgarse?
—No hay nada que avisarle, Celia ya lo sabe —respondo. A estas alturas, por más que confíe en Pedro, no puedo darme el lujo de cometer deslices.
—Claro, claro —aprieta los labios, me sigue mirando como si lo supiera todo, es un hombre con más experiencia que yo, eso es evidente, no se le puede engañar—. Vete ya, anda.
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