II. Celia
.·:*¨༺ ༻¨*:·.
[Dos años atrás]
Esta ciudad se extiende como un gigantesco laberinto de hormigón y cristal, es una percepción que acreciente desde aquí: el piso número 30 de la Torre Vitea. Si miro hacia abajo, encontraré diminutas figuras que se agitan entre las calles: personas. Sé, por el reloj que marca las siete de la tarde, que se dirigen a sus hogares. El tráfico se vuelve caótico a esta hora, y la muchedumbre no se disipa hasta que la noche se hace profunda. Tienen prisa por llegar, algunos son padres o madres de familia, otros son hijos, otros hermanos, y por ello deben apresurarse para alcanzar la hora de la cena y convivencia familiar. El resto, esperaremos a que todos esos puntos se desvanezcan, liberen las calles y podamos irnos tranquilos a nuestras casas. O quizá decidamos pasar la noche en la oficina, para ahorrarnos el tiempo de ir y venir. Todo depende de la cantidad de trabajo.
Hoy es uno de esos días en los que el sillón y las mantas de este lugar parecen una mejor opción que mi cama. Mi escritorio aún está lleno de papeles que reclaman mi atención, y mi computadora está encendida con la bandeja del correo a punto de reventar. Dirijo una rápida mirada a mi bolso, en él tengo un conjunto de ropa cómoda que me servirá para pasar la noche. Eso es todo lo que necesito. Sonrío, orgullosa aún de haber decidido rentar esta oficina y no ninguna de las otras que me mostró la agente de bienes raíces. Después de todo, solo esta tenía un baño completo, donde puedo tomar una ducha rápida de ser necesario. Así, me ahorro el tiempo de traslado en los días más pesados.
—Las reviso ahora o luego —suspiro y toco con la yema de los dedos las dos carpetas que aún tengo pendientes. Suena un golpe en la puerta, seguido de la voz de Richard preguntando si puede entrar—. Ahora —susurro, y agarro una carpeta apenas un instante antes de que él entre—. ¿Sabes, Richard? Cuando alguien toca la puerta, suele esperar a que se le indique que puede pasar.
—Buenas noches a ti también —dice, cerrando la puerta tras de sí. Me dedica una sonrisa cómplice y me tiende un café humeante—. Necesitas energía —se acerca al escritorio, y hace una mueca al ver el montón de papeles que lo cubren.
—La cafeína no da energía, sino ansiedad —replico.
—Eso es un mito.
—No para mí —contesto, pero acepto el café con una sonrisa de agradecimiento.
Richard se apoya con suavidad en el escritorio, junto a mí.
—¿Te irás a casa esta noche? —pregunta.
—Sí —miento. Lo hago sin pensar, por costumbre más que por voluntad. No me siento cómoda con la idea de que sepa que pasaré la noche sola en la oficina. No es que desconfíe de él, al contrario, es un hombre respetuoso y amable. Pero como bien dicen, es mejor prevenir que lamentar—. Solo que más tarde de lo que me gustaría.
Emite un "mmm", y se queda pensativo, jugueteando con un lápiz y contemplando la ciudad desde la ventana. A menudo hace esto, se escapa de sus obligaciones y problemas, y se refugia aquí, con un café y su celular. Me suele hacer bromas sobre lo buena jefa que soy por permitirle tal osadía. Sin embargo, hoy algo es diferente, lo siento ansioso. Mueve la pierna en un gesto impaciente, y se aclara la garganta un par de veces.
—Celia —me llama, levanto la vista y me cruzo con unos ojos azules que vacilan al encontrarse con los míos—. Hay algo importante que tengo que decirte.
—Te escucho —digo.
Regreso mi atención a los papeles en mano, pero me aseguro de darle cortas miradas para que sepa que puede hablar. No me preocupa su actitud, ya estoy acostumbrada, así empieza este tipo plática usualmente. Ya puedo oír las excusas que me dará para pedirme vacaciones o días libres. Siempre es igual. Te dicen que tienen algo importante y ese algo se trata de una boda, una cita médica o asuntos personales.
—Es que yo... me siento...
—Ah, estás enfermo —interrumpo sin darme cuenta.
Mi mirada sigue fija en los documentos de la carpeta, donde se hallan los currículums y presentaciones de los actores que aspiran a la siguiente fase del casting. Tengo la costumbre de ordenar la información al revés, de modo que lo primero que leo es lo que realmente me importa: trayectoria educativa, preparación, carta de presentación y demás detalles. Al final, el nombre del artista y su fotografía. Así evito prejuicios y mantengo la objetividad. Mi trabajo no consiste en evaluar su talento para actuar, ese es el de la directora de casting. Yo soy quien administra el dinero, por lo que me preocupa que haya una adecuada y equitativa relación entre lo que se paga y lo que el actor ofrece.
Esta es una de las buenas, pienso. Estoy satisfecha con esta carpeta, el artista casi me ha convencido. Cuando llego al final el nombre de Jacob Elordi da un excelente remate a mi ya de por sí buena impresión. Por un instante, me transporto a hace tres años, cuando solo podía soñar despierta con un escenario como este, en el que estuviera al frente de un proyecto al que quisieran sumarse actores de renombre. Miro a Richard y su expresión de desconcierto me regresa al presente. Tomo otra carpeta y comienzo a leerla.
—Lo lamento, Richard. Pero como puedes ver, no hay tiempo para nada. Ve al médico, que te recete algo para que te recuperes y regresa mañana a trabajar. Tenemos mucho que hacer, si no fuera así te concedería unos días de descanso, lo sabes, ¿verdad?
—No es eso —carraspea incómodo.
Empiezo a inquietarme por su actitud, ¿acaso piensa renunciar? Eso sería terrible, aunque prefiero que sea ahora que estamos iniciando el proyecto y aún tengo posibilidad de hallar a un nuevo director de arte.
—¿Ah, no?
Se acerca aún más al escritorio. Yo le sonrío apenas y me pongo de pie con la excusa de ir a por un sobre de azúcar. Él permanece junto a mi silla y se ajusta la corbata.
—¿Entonces qué es? —pregunto.
Vuelvo a su lado, dejo el sobre en la mesa y tomo el documento para continuar mi lectura. Este currículum desde la primera ojeada acapara mi interés, veo una trayectoria constante en teatro, un gran número de participaciones en proyectos pequeños, muchos de ellos con un presupuesto limitado. Perfecto.
—Pues, verás... —vacila, pero apenas lo percibo, pues el nombre del más reciente proyecto de este actor me ha arrancado una sonrisa.
Ha llegado a los Oscars, y se ha llevado varios de los premios. Ese salto, de producciones modestas a una película tan relevante, es lo que termina por cautivarme. Me salto las siguientes hojas, directo al final, donde la fotografía de Enzo Vogrincic me devuelve la mirada. Es un actor prometedor, en ascenso y con un excelente carisma. Me agrada la versatilidad con la que interpreta a sus personajes, pero aún más el hecho de que aún no está cobrando cantidades exorbitantes para sus roles. Debe estar emocionado por el despegue de su carrera, pero seguro aún mantiene los pies en la tierra y por lo tanto, mi billetera no sufrirá más de lo justo y necesario.
—Yo...
—Aguarda un segundo —levanto un dedo. Me dirijo al teléfono en el escritorio y presiono un botón para llamar a mi asistente—. Anne, dile al equipo de Casting que ya pueden pasar a recoger las carpetas de los finalistas.
Observo las dos pilas de documentos. Pila número uno: descartados; pila número dos: finalistas. Los últimos dos folders en mis manos son el de Jacob y el de Enzo. Coloco uno en cada pila.
—Tengamos una cita.
¿Qué? Tengo que procesarlo por algunos segundos. Veo los ojos de Richard, anhelantes y fingiendo una confianza que sé que no posee.
—Oh, Dios —exclamo—. Te daré vacaciones. Olvida lo que dije del trabajo, puedes tomarte dos semanas con todo pagado. Vete, descansa, y regresa cuando te sientas mejor.
—Eres un monstruo —me replica en broma, tratando de mitigar el pesar del rechazo—. Sé que no quieres una relación, no es por eso que te lo propongo. Aunque no me negaría —me hace un guiño—. Se trata de Jones —dice adoptando una expresión más seria.
Suspiro, ese hombre es un maldito dolor de cabeza. Un reportero amarillista, que nos tiene en la mira desde hace un mes. Tomo asiento y ahora sí, le doy mi absoluta y total atención a Richard.
—¿Qué pasa con él?
—Volvió a amenazarnos —dice—. A ti, para ser más precisos.
[Presente]
Aquel día, hace dos años, se ha grabado en mi memoria con una nitidez que desafía el tiempo. Sé las medidas que tomé para encargarme de la situación, las llamadas que hice y el dinero que ofrecí. Jones pretendía arruinar mi reputación, apenas floreciente y delicada aún; tomó unas fotografías en las que aparecía con un hombre al que no se le veía el rostro, lo que era más peligroso porque le daba a Jones carta abierta para decir cualquier nombre. Richard estaba seguro de que, si íbamos a una cita y Jones nos veía, dejaría de indagar. Si su plan funcionó o no, no tengo idea. Esos son los últimos días que tengo en mi memoria.
Han transcurrido dos años, pero en mi mundo, en mi realidad, esa amenaza es inminente, y percibo con claridad la angustia que seguramente me causó en aquel entonces. Por ello, cuando Smith me pide relatar los recuerdos más vívidos que poseo, mi temor acrecienta. ¿Y si Jones en efecto logró destruir mi carrera? ¿Es posible que por eso decidí casarme? Veo de reojo a Enzo, quien escucha a Smith darnos indicaciones; está sentado, con los codos apoyados en las rodillas y sus manos unidas a la altura del rostro.
No deja de sorprenderme cada vez que lo miro, por eso suelo evitar hacerlo. Sé que él lo nota, y que quizá incluso lo reciente. Mis esfuerzos por ignorar la situación y lo incómoda que es, no pueden pasar desapercibidos para alguien como él. Podré no reconocer nada de Enzo Vogrincic, pero incluso así, sé que puede sentir lo que yo siento. Es, en esencia, una de las personas más empáticas con las que me he cruzado. Han bastado unas pocas horas para que me dé cuenta de eso.
Enzo curva la boca, sin llegar a sonreír. Y me mira. Hay un poco de picardía en esos ojos, tengo la impresión de que me ha mirado de ese modo cientos de veces, y no comprendo lo que eso despierta en mí. Así que vuelvo mi atención al médico, y me muerdo el interior de la mejilla.
—Hoy mismo si gustan —dice Smith. Y como yo no he prestado atención a sus últimas palabras se ve obligado a repetir: —. Puede irse a casa, señora —me congelo por completo y a mi lado Enzo hace lo mismo. Me ha dicho señora. De pronto me siento diez años más vieja—. Volveré en un par de horas, si desea que le demos el alta hoy mismo o si necesita más tiempo, hágamelo saber.
Irme. Una parte de mí anhela hacerlo de inmediato, la otra quiere ocultarse aquí por siempre. ¿A qué me enfrentaré una vez que salga? ¿Cómo es mi vida ahora? En las horas pasadas quise hacerle estas preguntas a Enzo, pero no pude, sigo sin ser capaz de tener una conversación real con él. ¿Cómo es que nos hemos casado si no somos capaces ni de hablar? ¿Siempre fuimos así?
—Me encantaría darte tiempo para pensar en esto, pero tu hermano me acaba de mandar un mensaje, están a unos minutos de llegar acá —dice Enzo—. Para mí es importante saber qué es lo que querés hacer. ¿Vendrás a casa?
—No lo sé... —respondo con sinceridad.
Él mira su celular cuando este timbra, es otro mensaje, lo lee y aprieta la mandíbula. Se pone de pie, acerca la silla lo más posible y toma mi mano con una delicadeza y ternura que me sorprenden, pues no las piensa, sino que nacen de él y de la costumbre con la que me ha tratado durante dos años.
—Escuchame, cariño —el apodo me toma desprevenida, pero no más que sus siguientes palabras—. Si decides que no querés venir, si prefieres que te consiga un departamento, un hotel o cualquier otro sitio temporal. Decime, y te ayudaré a que sea así.
Lo miro con confusión, y él lo nota. Sin embargo, no por ello cambia la dirección de esta plática, insiste en que puedo irme si eso es lo que quiero, en que va a ayudarme a estar lejos, dice que no estoy forzada a nada, y por un momento, es tal su insistencia que tengo la impresión de que no quiere que esté con él. Conforme más habla, más me confundo. Es mi esposo, ¿no debería pedirme que me quede a su lado?
—Quizás sea mejor así. De todos modos, el zumbido de la ventilación siempre te resultó insoportable, podríamos decir que es por eso. Llevaré tus cosas a otro sitio y...
—¿Por qué dices esto? —pregunto, incapaz de contener por más tiempo el sentimiento de rechazo. Sí, quizá me lo merezco, yo lo he tratado peor, pero aún así... Él sí me recuerda.
—¿Eh?
No soy capaz de sostenerle la mirada. Así que me fijo en nuestras manos, aún entrelazadas.
—Vi una película sobre esto —le digo, porque prefiero recurrir a un ejemplo antes que revelar de primera mano cómo me afecta—. Ella perdía la memoria igual que yo, y su médico le recomendaba que retomara su rutina diaria para favorecer la recuperación, es lo mismo que dijo Smith —retiro mi mano del agarre de Enzo—. El esposo de la protagonista estaba como loco pidiéndole que fuera a casa con él —dejo de esquivar su mirada en el último momento. Hay frialdad en mí y desconcierto y dolor en él— . Pero pareciera que tu me ruegas para que no vaya contigo.
Su rostro se llena de estupor cuando entiende el modo en que he interpretado sus palabras. Aprieta los labios y se pasa una mano por el rostro para sacudirse la sensación de agobio. Creo que por fin entiende que yo ya no lo conozco y que por tanto soy incapaz de comprender sus palabras como antes.
—No... Yo jamás... —abre y cierra la boca, incapaz de deshacerse de la nube de confusión que se ha cernido sobre de él— Celia, por amor de Dios —su celular vuelve a sonar, cuando lo ve sacude la cabeza, concentrándose—. Cuando nos conocimos no querías casarte y tu madre y Ana te presionaban con ese tema al punto en que dejaste de hablarles por meses. Eso debes recordarlo, pasó antes de que fueras a Estados Unidos —suelta a sabiendas de que ya no hay tiempo para que conversemos con tranquilidad.
Alto. ¿Antes de que "fuera"? ¿Ya no estoy en Estados Unidos? Un escenario en el que mi madre y Ana logran convencerme de casarme, después de que Jones arruinara mi carrera, y me haya visto obligada a irme del país, se hace presente. No es un recuerdo, por suerte. Sino mi imaginación dando vueltas, intentando hallar sentido a lo que escucha.
—Lo pensé durante las últimas horas —continua Enzo—, entendí que sos la misma de ese entonces —me dice—. Estuviste a punto de terminar conmigo porque odiabas esa presión. Y no quiero que me abandones, no por eso, no ahora que estamos casados y que...
La voz de mi madre, alegre y dramática como siempre, llega desde el pasillo. Entonces Enzo cierra los ojos, suspira y piensa bien en sus siguientes palabras.
—Si decides venir a casa, seré el hombre más feliz de este mundo. Pero si decides que no querés hacerlo, protegeré esa decisión.
Un torbellino de caras alegres, regalos y comida azucarada llena la habitación. Enzo se pone de pie y ayuda a mi hermana a cargar una caja de donas. Mi madre se sienta en el lugar que ocupaba Enzo, y me sonríe con esa dulzura tan propia de ella. Si me quedaba alguna duda de que Enzo es mi esposo, se borra en ese instante, solo alguien tan cercano a mí podría ver como en alguna parte de aquella mujer amable y dulce, hay una mujer que es apática y controladora.
—Tu médico nos dio las buenas nuevas —anuncia mi madre con una sonrisa radiante—. Le he pedido que nos traiga los documentos para darte de alta cuanto antes, no hay necesidad de esperar más —me toma la mano con ternura, y suspira—. Me da tanto gusto que estés bien, mi niña.
—Gracias, mamá —dirijo una mirada fugaz a Enzo, él asiente, siento un nudo en la garganta, ¿acaso intuye lo que voy a decir? —. Pero había pensado en quedarme un par de días más... para asegurarme de que mi salud es estable.
—No, claro que no, mi vida —me acaricia la mejilla—. Este lugar no te hará ningún bien. El médico fue muy claro, si sigues sus instrucciones no tendrás ningún problema. Siempre te han aterrado los hospitales, sobre todo de noche.
—Sí, pero un día o dos no harán diferencia. Además, necesito tiempo para pensar en algunas cosas —ella me mira insistente, "¿qué tipo de cosas?" Se pregunta. La conozco tan bien que casi creo que rodaré los ojos—. Ya sabes, a dónde iré cuando salga de aquí, y qué es lo que haré...
—A casa, mi niña. ¿A dónde más irías? —se pone de pie y va hacia donde mi hermana, entre las dos conversan de esto y de aquello, ignorando el tema por completo.
Mis ojos arden. Cuánta razón tenía Enzo. Mi madre es un muro contra el que uno puede gritar y golpear mil veces, y no cederá. Durante los meses que viví en otro país, lejos, nuestra relación mejoró. Ella estaba contenta con creer que yo seguía sus consejos, y yo con poder manejar mi vida a mi manera. Pero es diferente tenerla al lado y mucho más en esta situación. Puedo imaginar su temor cuando su hija rebelde, que por fin había sentado cabeza y formaba una familia, despierta sin recuerdos y vuelve a ser la misma de antes.
—Tal vez, dos días más de reposo sean lo mejor —interviene Arturo, con aquel tono suave pero firme.
—Tal vez —dice ella, pero no lo mira, sigue con su tarea de sacar de una de las maletas un conjunto de ropa—. Mira, es encantador, ¿no es así? Supe que era para ti en cuanto lo vi —me muestra un vestido rojo, es hermoso, y sé que lo ha comprado con buena intención. Así que sonrío y asiento mientras le doy las gracias.
Cuando volteo hacia Enzo él ya está mirándome. Se ha recargado contra el ventanal, con los brazos cruzados. Me sonríe resignado, ya ha visto este escenario miles de veces. Para mí, por otro lado, se siente como si un invitado presenciara una discusión familiar y no puedo evitar desear mantener las apariencias. Así que en vez de seguir discutiendo, respiro hondo y opto por ser directa.
—Me quedaré dos días más —le digo a mi madre con seguridad.
Acto seguido vuelvo a mirar a Enzo, que asiente y se disculpa con el resto para salir de la habitación por un momento.
—Y en ese tiempo decidiré a dónde quiero ir una vez que salga.
—Celia —me llama con aquel tono duro y yo me muerdo el interior de las mejillas, claramente se estaba conteniendo en presencia de su querido yerno—. Tienes un esposo. Una casa. Una buena vida. Si te vas a otro lado, ¿qué pasará con todo eso?
—Mamá, sabes que no lo recuerdo —digo en un susurro, casi siento que le suplico.
¿Cómo es que no entiende que en realidad quiero seguridad? Quiero que ella, mi madre, me diga que mi esposo es bueno, que no debo temer salir de aquí, que ella me apoyará. Pero también quiero que me pregunte si estoy segura, si necesito más tiempo, si hay algo que quiera saber antes de irme. No sé dónde está mi padre, supongo que trabajando como es usual en los días entre semana, pero no puedo evitar querer que vuelva ya mismo e intervenga como siempre para mediar la discusión.
—Pues tendrás que hacerlo y para eso debes regresar a tu vida de siempre. Dios sabe que ningún hombre es tan bueno y paciente, ¿y si pierdes a tu marido? Nunca encontrarías a alguien como él de nuevo. Esto es por tu bien.
—¡No puedo simplemente volver! ¿Por qué actúas como si nada hubiera pasado? Ese esposo del que hablas no sé quién es, ¡esa casa no la recuerdo! Mi casa está en Nueva York, es mi apartamento, ese que está al lado de la calle 39. ¡Esa es mi casa! ¿Y ahora resulta que ni siquiera estoy en el mismo país de hace dos días? —se me quiebra la voz.
—Tu lugar es aquí, junto a él —dice ella, se acerca con un movimiento brusco, regañandome a pesar de haber usado un tono de voz sereno—. El pobre está siendo mucho más condescendiente de lo que lo habría sido cualquier otro. Debería darte vergüenza. Si lo hubieras visto estos días... ¡No se apartó de tu lado ni un segundo! ¿Y qué es lo primero que haces cuándo despiertas? Lo echas de tu cuarto y lo mandas a llorar al pasillo.
—¡Esto no es sobre él, es sobre mí! Eres mi madre, ¡no suya! Deberías haber buscado el momento para estar a solas conmigo y preguntarme lo que realmente quiero, ¡deberías haberme cuestionado sobre si me siento segura yéndome a vivir con un hombre al que no reconozco! Eso hacen las madres —de no ser por la maldita sonda que tengo clavada en la vena me habría levantado para salir de aquí, pero como no es posible, me esfuerzo por sostener la mirada de mi madre.
—Justo por eso, Celia —me devuelve la mirada con severidad—. Porque soy tu madre, y sé lo que es mejor para ti, es que hago esto. Te vas de aquí hoy mismo. Y no te preocupes, no estarás sola con él, nos quedaremos ahí una semana. Eso debería bastar.
—¿Y quién te dijo que te quiero soportar durante una semana entera? —en cuanto lo digo, me arrepiento.
—Celia —Arturo me reprende.
No suelo hablar así, pero ella toca mis límites, siempre lo ha hecho. Aparto la mirada de la suya, porque sé que la he lastimado. Quiero disculparme, pero el orgullo no me lo permite. Mi madre guarda silencio al igual que yo, se gira y ordena algo dentro de una maleta.
—Eres la misma de antes —dice ella, en un reproche que me hace temblar.
—No veo lo malo en eso —respondo—. Siempre he sido así. Durante estos veintitrés años he sido así.
—Y sin embargo, la Celia de veinticuatro y veinticinco, ha sido más feliz que la que vivió por tantos años antes.
El aire se me va del cuerpo. No tiene sentido alguno pero esas palabras me han calado hondo. ¿Feliz? Yo soy feliz. ¿Qué sabe ella?
—¿Sabes qué? Esta discusión ni siquiera debería existir. Es mi decisión. Mía —remarco aquella última palabra—. Y elijo darme dos malditos días para pensar. ¡Es lo único que te pido!
—Contigo no se puede.
—¡Es contigo con quien no se puede hablar! ¡Todo debe ser a tu manera siempre! —cierro los ojos cuando comprendo que estoy gritando, y ese comportamiento, tan explosivo, me hace parecerme a mi madre aún más. Así jamás llegaremos a nada, la prudencia debe caber en alguna de las dos—. Olvidalo. No hablaré de esto contigo. Esperemos a papá. Cuando él llegue volveremos a tocar el tema, él sabrá qué es más conveniente.
Enzo entra en ese instante. Debe sorprenderse de lo que encuentra. Todos están congelados, mirándose los unos a los otros. Mi madre con aquella postura rígida y altiva, sus ojos vidriosos. Mis hermanos en un rincón, manteniéndose al margen. Yo tomando las sábanas en puño para controlarme, respirando agitada y las lágrimas cayendo por mis mejillas. Algo pasa en él en ese instante. Su mandíbula se tensa, sus ojos se oscurecen.
—Ya firmé el alta. Con fecha para dentro de dos días — dice él.
Cierto. Es mi esposo. Él es la persona más cercana a mí, alguien con el poder de tomar decisiones y de velar por mi bienestar en un caso como este. Mi madre, para mi sorpresa, no le discute el que haya actuado a sus espaldas.
—Ahora, salgan de la habitación, por favor —pide con una amabilidad tan ensayada que apenas y noto que en realidad está controlando el deseo de echar a todos a patadas—. Necesito hablar con mi esposa.
Lo obedecen. Mi hermano le lanza una mirada compasiva y se encoge de hombros como disculpándose "ya sabes cómo son, ¿qué podía hacer yo?". Mi hermana le sigue y mi madre, con cierta desconfianza, se dirige hacia la puerta, no sin antes susurrarle algo al oído a Enzo. El semblante de él se tensa, le replica algo en voz baja. La puerta se cierra y los pasos se alejan por el corredor.
—¿Fue muy dura con vos? —pregunta él tras unos segundos de silencio.
—Ambas lo fuimos la una con la otra —respondo. Y me seco las lágrimas de las mejillas—. ¿Qué querías decirme?
—Solo quería que se marcharan —dice, y se desplaza hacia la maleta donde mi madre estaba empacando mis pertenencias—. Necesitás descanso, no este tipo de escenas —niega.
Extrae mi ropa y una bolsa de mano de la que saca cremas y demás productos de cuidado personal. No vuelve a mencionar el asunto. Se ocupa de seguir desempacando mis cosas, de ordenarlas y de relatarme las pequeñas interacciones que ha tenido con el resto de los pacientes durante estos días en el hospital para distraerme. Escucho con interés las historias, y por un momento, de verdad me olvido de la situación actual y me sorprendo haciéndole preguntas sobre lo que me cuenta.
En un momento, cuando él está riendo de otra anécdota médica, me quedo reflexionando en qué pasaría si esto fuera al revés. Si me hubiera casado y de pronto esa persona no me recordara más, probablemente me consumiría el dolor. Solo de pensarlo se me revuelve el estómago. No sé si podría resistirlo. Me pongo a repasar todos los momentos con Enzo desde que desperté hasta ahora; esa sonrisa que me regaló a través del ventanal y que no correspondí, luego la sonrisa helada que le ofrecí cuando entró por primera vez, la forma irritada en que lo miré durante las primeras preguntas que hizo Smith, cuando le pedí que saliera y las lágrimas que él con tanto esmero intentó disimular.
Entre más veces repaso esos recuerdos, más detalles me rompen el corazón. La mirada de alegría y alivio que tenía cuando me vio despertar, que precedió a la de desconcierto y miedo cuando vio que no lo reconocí. Después están las siguientes horas, en las que no me preguntó nada. No ha intentado forzar mis recuerdos, no me ha contado tampoco nada que yo no le pida que me cuente. Se ha limitado a estar aquí, sin pedir nada que yo no pueda darle.
Cumplió su promesa, y en cuanto le hice saber que quería quedarme aquí dos días, salió y firmó para que mi voluntad se realice. No lo consultó con mi madre, a sabiendas de que se opondría. Teme que no podamos acercarnos si me impone su presencia, si me impone este matrimonio.
—Y así, de golpe. ¡Pum! Se llevó mi campera, dijo que era un pago por no hablarle a los periodistas —se carcajea—. Si no tuviera diez años quizá lo habría perseguido. Ay, ese niño —suspira y se limpia una lágrima inexistente—. Después...
—El departamento —interrumpo.
Su gesto alegre se congela. Comprende que estoy tocando ese tema tan importante, y se endereza. Se muerde el labio inferior, y asiente, haciéndome saber que está escuchando.
—¿Lo rentarás si te lo pido? —pregunto.
—Por supuesto —dice, sin dudar. Le es imposible borrar de su rostro la expresión de miedo y derrota, sin embargo, se esfuerza en ocultarla—. Puedo tenerlo listo con tus cosas ahí si eso querés.
—Tenías razón —digo—. Mi madre insiste en que debo volver —debo estar loca, compartiendo esto con él, como si no lo hubiera lastimado ya lo suficiente.
—Se preocupa, a su manera —dice él—. Pero eso no debe impedir que hagas lo que creas que es mejor. Si querés tomarte un tiempo lejos de casa, lo entiendo.
—¿Y tú?
—¿Yo?
—Sí. ¿Qué pasará contigo si me voy?
Él se encoge de hombros. Su gesto sereno se estremece.
—¿Qué podría pasarme? Sobreviviré —entonces recuerda algo y rectifica—. No quiero decir que esté bien sin vos. Pero ya hemos afrontado una situación parecida antes —esboza una leve sonrisa—, quitando lo de la pérdida de memoria, claro está —sus ojos son intensos—. Si voy a perderte, no será por no haber luchado por que me ames de nuevo, pero tampoco por obligarte a hacerlo. Así que, no te preocupes, alquilaré un lugar que te haga sentir cómoda mientras tanto.
Debe ser mi esposo realmente, pienso, si me conoce de este modo, si sabe lo que me hará enojar o lo que me hará feliz. Comienzo a pensar en dos escenarios; en el primero estoy en el departamento que Enzo preparará para mí, acompañada de mi madre y mis hermanos, recibiendo visitas de Enzo cada día. Admito que una parte de mí añora saber qué cosas hará para conquistarme de nuevo, la otra se asusta ante la idea de que, como dijo mi madre, Enzo se harte y desista. Aquel último pensamiento me abruma, pues, contrario a hacerme sentir libre, me hace desear romper a llorar.
El segundo escenario, es de mí conociendo la casa que compartimos Enzo y yo. Imagino a mi familia viviendo con nosotros un tiempo, ayudándome a acoplarme. Enzo me muestra nuestro hogar y yo convivo con él a diario. La perspectiva, contrario a lo que se creería, es menos predecible. No conozco esa casa, ni mis hábitos, ni a Enzo. No sé si él se hartará cuando descubra que de verdad ya no soy la misma de antes, que no sé dónde está nuestro cuarto, que no sé cuáles eran nuestros acuerdos como matrimonio.
Debo elegir. Y debo hacerlo pronto.
*ೃ༄
Dos días más tarde mi madre tiene un gesto adusto en el rostro. Sabe que Enzo ha alquilado un departamento, y no ha cesado de mostrar su desacuerdo. Aún así, se ha mantenido cuidando de mí e intenta que no discutamos de nuevo. Ana apoya mi decisión, por lo que el ambiente no es tan tenso. Han decidido quedarse durante un mes, no una semana como prometieron. Arturo, por otro lado, se irá en tres días... Él tiene una familia ahora. Conocí a su esposa, la recuerdo, pero en estos dos años tuvieron un hijo. Cuando me enteré lloré de emoción, y Arturo se mofó de mí diciendo que era como revivir el anuncio del embarazo.
—¿Papá aún no llega? —pregunto a mi madre. Estamos fuera del hospital, esperando a que Enzo traiga el auto. Mi hermana y Arturo se han ido primero, querían pasar a comprar algo de comer.
Ella dibuja una sonrisa y niega, me da la espalda para tirar una envoltura de galletas que tenía en su saco.
—Su vuelo se retrasó —me explica.
Aprieta los labios cuando vuelve a mirarme, por un momento temo que algo en su relación no vaya bien. Sin embargo, esos viajes de mi padre para pensar y alejarse del estrés que supone existir, son comunes. A lo largo de mi vida hizo tantos que los dedos no me alcanzan para contarlos.
Un reluciente BMW negro se detiene frente de nosotras, como una bestia elegante y poderosa. Enzo baja la ventanilla y nos regala una sonrisa radiante. Luce fresco, se ha dado una ducha y tiene ahora una camisa de lana crema, suelta y casual, y unos lentes de sol puestos. Se nota que se ha arreglado para la ocasión. La cajuela se abre con un clic y él salta del auto para ayudarnos con el equipaje. Mi madre se adelanta, con el ceño fruncido y los labios apretados, como si le doliera cada centímetro que nos acercamos al vehículo.
Enzo me tiende su brazo para que me apoye en él. Su perfume me envuelve y me hace olvidar por un instante todo lo demás. Sus labios rozan mi oído y su voz grave me susurra con diversión: — ¿No se lo has dicho? —pregunta.
—No quería darle esa satisfacción —respondo y él suelta una carcajada.
—Pues, señora Vogrincic, vámonos a casa —dice, y aunque gran parte de mi se aterra por la forma en la que me ha llamado. Soy capaz de mantener la compostura y de devolverle un atisbo de sonrisa—. Tu madre nos va a asesinar —me dice de nuevo al oído, pero sigue con esa sonrisa traviesa que, ahora sé, lo caracteriza. Al igual que a mí, le encanta la idea de ver la cara de mi madre cuando descubra que no vamos a un apartamento cualquiera, sino a la que fue nuestra casa durante los últimos años.
↶*ೃ✧˚.❃ ↷ˊ N/A ↶*ೃ✧˚.❃ ↷ˊ
Si quieres estar al pendiente de los anuncios, adelantos y demás contenido, te comparto mis redes sociales:
Instagram: loonys.writer | Tumblr: loonyswriter |Tiktok: loonys
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro