
04. 𝐞𝐲𝐞 𝐟𝐨𝐫 𝐞𝐲𝐞
04. Ojo por ojo
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La familia real se encontraban a bordo de un barco, camino a Marcaderiva por el funeral de lady Laena Velaryon, primogénita de la princesa Rhaenys y lord Corlys Velaryon.
Según la carta que llegó a manos del Gran Maestre, la esposa y madre, falleció tras dar a luz al primer varón del príncipe Daemon. La encontraron a punto de montar a su vieja dragona, Vhagar, pálida y moribunda.
—¿Puedo ir con Aegon? —preguntó la princesa Visenya a su madre, que cuidaba del rey durante el viaje por el mar.
—No, Visenya. —contestó la reina a las súplicas de su hija menor. —Te conozco y no te bastará con solo mirar.
Alicent conocía bien a su hija y, desde que había logrado vincularse a uno de los dragones más grandes que la casa Targaryen tenía en su poder, le era imposible tenerla al margen.
—¿Entonces por qué me dejaron traer a Stormfyre si no la puedo montar? —contestó Visenya, cruzándose de brazos y volteándole los ojos a la mayor.
—No te dejamos. —contradijo el Rey Viserys, que, hasta ahora, se había mantenido en silencio por su bien. —Pero tampoco no es como si Stormfyre siguiera alguna orden.
Visenya resopló y volvió a sentarse, claramente conteniendo su irritación.
Viserys la miró de reojo un instante. Podía no estar al día sobre la vida de sus hijos más pequeños, sin embargo, nunca había dejado de sentir esa disposición cuando de caprichosos se trataban.
—¿Qué te parece si sir Criston te acompaña?
—Viserys. —Alicent se giró a verlo, alzando ligeramente la voz. Tan pronto como lo hizo, el rey le confrontó la mirada, para nada dispuesto a ceder.
—Alicent... —murmuró Viserys, levantando las comisuras de sus labios, forzando una sonrisa. —Estará bien cuidada, ¿cierto, sir?
El caballero asintió con la cabeza.
—La estaré vigilando, majestad.
Visenya no se detuvo a escuchar la réplica de su madre; tan pronto como Viserys cedió, se puso de pie con rapidez y salió del camarote, sintiendo la mirada desaprobadora de Alicent clavada en su espalda.
Sir Criston la siguió de cerca mientras atravesaban los pasillos del barco, aunque no dijo nada. No hacía falta decirlo.
Al salir a la cubierta, el aire salino lleno sus pulmones y el viento enredo sus cabellos plateados. Buscó a Aegon, hasta que lo vio cerca de la barandilla, con una copa en la mano y la mirada perdida en el horizonte.
Visenya se acercó sin hacer ruido, parándose junto a él.
—Madre no me dejó montar a Stormfyre. —murmuró con disgusto cuando estuvo lo suficientemente cerca de su hermano mayor.
Aegon bebió un sorbo de su copa antes de responder con su usual tono despreocupado.
—Tampoco me dejan beber antes del mediodía. Pero mírame.
Visenya rodó los ojos, pero la sombra de una sonrisa se asomó en su rostro.
—Eso no es lo mismo.
—No, lo tuyo es más peligroso. —Aegon le dirigió una mirada de soslayo. —Tienes suerte de que solo te prohibiera montar y no traer a Stormfyre en absoluto.
Visenya se apoyó en la barandilla, mirando el agua clara bajo ellos.
—Stormfyre no se habría quedado en la Fortaleza Roja sin mí.
Aegon rió entre dientes.
—No, claro que no.
Por un rato, ninguno de los dos habló. Solo el sonido de las olas y el crujir de la madera llenaban el silencio entre ellos.
—No sé por qué madre nos hace ir a este funeral. —comentó Aegon, con desinterés.
—Porque es lo correcto. —respondió sir Criston.
—¿Lo correcto para quién? —Aegon giró la cabeza con una sonrisa burlona. —. No conocíamos a la muerta.
—Pero conocemos a su familia. —señaló Visenya.
Aegon hizo una mueca.
—Oh, qué emoción. ¿Crees que Daemon vendrá a mí y me estrechará la mano?
—Si lo hace, asegúrate de contar tus dedos después. —bromeó Visenya.
Aegon rió entre dientes y sacudió la cabeza.
—Bueno, al menos habrá algo de entretenimiento.
La brisa marina se intensificó, arrastrando consigo el sonido de las gaviotas y el crujir de la madera del barco.
Visenya entrecerró los ojos cuando el viento le golpeó el rostro, revolviendo aún más su cabello. Bajó la mirada hacia el agua, donde la sombra de algo enorme se deslizaba bajo la superficie.
Su corazón dio un vuelco.
—Stormfyre...
La dragona emergió con gracia de las profundidades, sacudiendo el agua de sus escamas azul oscuro, que brillaban con reflejos plateados bajo el sol. Sus enormes alas se extendieron, creando una ola que se deshizo en espuma al chocar contra el casco del barco.
Visenya se inclinó instintivamente sobre la barandilla, tratando de verla mejor.
—No tan rápido. —murmuró sir Criston, sujetándola del brazo antes de que pudiera asomarse demasiado.
Ella le dedicó una mirada de molestia.
—No voy a caerme...
—No mientras yo esté aquí.
Aegon rió por lo bajo y dio otro sorbo a su copa.
—Déjala, Cole. ¿Qué es lo peor que puede pasar?
Visenya ignoró el comentario de su hermano y se estiró lo más que pudo, intentando seguir el movimiento del dragón mientras este se deslizaba por el agua.
—No veo bien.
Sir Criston la observó por un momento con el ceño fruncido, luego suspiró.
—Si promete no hacer ninguna locura...
Antes de que pudiera terminar la advertencia, Visenya ya sonreía con anticipación.
Con facilidad, el caballero la sujetó de la cintura y la levantó lo suficiente para que tuviera una mejor vista sobre la barandilla.
Desde ahí, Visenya pudo ver a Stormfyre en toda su majestuosidad. La bestia nadaba con tranquilidad, moviendo su cola con lentitud, disfrutando del agua como si fuera parte de ella. Aunque no era muy normal en los de su especie, parecía tener mucha facilidad para nadar bajo el agua, como para volar por los cielos.
Ella extendió una mano, como si pudiera alcanzarla.
—Es hermosa.
—También peligrosa. —murmuró Criston, aunque no hizo ademán de bajarla aún.
Aegon observó la escena con diversión.
—Te ves como una niña.
—Y tú como un borracho.
Aegon sonrió con sorna.
—Ambos decimos la verdad, entonces.
Visenya sacudió la cabeza, pero no apartó la vista de su dragona.
Stormfyre alzó la cabeza, observándola desde abajo con sus ojos cristalinos, como un par de diamantes. Soltó un gruñido grave y profundo antes de hundirse nuevamente en el mar.
Ella suspiró.
—Ojalá pudiera volar con ella.
—Pues tendrá que esperar a crecer un poco más, princesa. —dijo Criston, bajándola con cuidado. —La reina nos mataría si sucediera lo de la última vez.
Visenya cruzó los brazos, sin poder ocultar su frustración.
—Eso fue un accidente... solo no agarre bien las cuerdas.
Aegon se estiró perezosamente.
—Habrá muchas cosas más interesantes en Marcaderiva que podrás hacer. Si quieres, podemos hacer una apuesta sobre quién será el primero en decir algo inapropiado.
Visenya arqueó una ceja.
—Si el tío Daemon está presente, ya sabemos la respuesta.
—Buen punto. —Aegon rió.
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El viento salino soplaba con fuerza sobre el Escaño de Marea, arrastrando el murmullo de las olas que rompían contra la roca. Sobre la plataforma de piedra, las familias más poderosas de los Siete Reinos se reunían en solemne vigilia para despedir a lady Laena Velaryon.
—Nos reunimos hoy en el Escaño de Marea para enviar a lady Laena de la Casa Velaryon a las aguas eternas, el dominio del Rey Merling. —entonó Vaemond Velaryon, su voz firme y resonante, enmarcada por la brisa marina. —Allí, él la protegerá en los días venideros.
El ataúd de madera oscura, tallado con símbolos valyrios y el hipocampo de los Velaryon, reposaba sobre las sogas que lo sostendrían hasta su descenso final al mar. La multitud guardaba silencio, con los rostros ensombrecidos por la pérdida.
—Al zarpar en su último viaje, lady Laena deja en la costa dos hijas legítimas. —continuó Vaemond, pronunciando sus palabras en alto valyrio—Aunque su madre no regrese de su travesía, ellas seguirán unidas por la sangre.
Cerca de la primera fila, la princesa Rhaenyra Targaryen permanecía de pie junto a sus hijos mayores, Jacaerys y Lucerys, mientras su esposo, Laenor Velaryon, se mantenía en silencio, con la mirada clavada en el féretro de su hermana. Frente a ellos, la otra familia del rey también observaba la ceremonia: la Reina Alicent Hightower con su padre, sir Otto, recientemente reinstaurado como Mano del Rey tras la muerte de lord Lyonel Strong en Harrenhal. Junto a ellos estaban sus hijos, Aegon, Helaena, Aemond y los menores, Visenya y Daeron, quien forcejeaba con impaciencia de la mano de su hermana, inquieto por tener que permanecer quieta por tanto tiempo.
—La sal corre por la sangre de los Velaryon. —prosiguió Vaemond, su mirada fija en los asistentes. —Nuestra sangre es espesa. Es sangre verdadera. Y nunca debe diluirse.
El peso de sus palabras se hizo evidente cuando su mirada se posó en los hijos de la princesa heredera, cuya paternidad era objeto de susurros entre la nobleza.
El silencio que siguió fue quebrado por un sonido inesperado: una breve y seca risa.
Las miradas se giraron de inmediato hacia el príncipe Daemon Targaryen, que observaba la ceremonia con una media sonrisa de burla. La incomodidad fue palpable, pero nadie se atrevió a pronunciarse en su contra.
Con el ambiente tenso, los caballeros de la Casa Velaryon tomaron las sogas del féretro, preparándose para la última despedida.
Vaemond retomó la palabra, con un tono más solemne:
—Mi gentil sobrina, que los vientos sean tan fuertes como tu espalda, tus océanos tan apacibles como tu espíritu...
En la distancia, los niños mitad Hightower observaban con indiferencia, algunos mirando de reojo el horizonte, más preocupados por la política de la ocasión que por la pérdida de Laena.
—Y tus redes tan rebosantes como tu corazón.
El más afectado de todos era sir Laenor Velaryon, incapaz de apartar la vista del ataúd de su hermana, sabiendo que en cuestión de segundos sería reclamado por el mar.
—Del océano venimos... al océano regresaremos.
Las sogas se soltaron y el ataúd descendió con un golpe sordo, hundiéndose en las profundidades con la dignidad de los Velaryon, hijos del mar.
Un rumor de olas acompañó el final de la ceremonia, pero la sensación en el aire era de que aquella reunión traería consigo más que duelo.
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El cielo se oscurecía con la llegada de la noche, y sobre la fortaleza, los dragones surcaban el aire, sus sombras proyectándose sobre la multitud reunida en los balcones y terrazas de piedra. A pesar del solemne funeral, la atención de muchos ya estaba dispersa, como si la marea estuviera arrastrando consigo las emociones de la jornada.
Bajo una pequeña carpa, los hijos del rey y la reina permanecían apartados del resto. Sus rostros reflejaban impaciencia y desinterés; no compartían lazos de sangre con la fallecida y tampoco eran cercanos a sus hijas como para sentir su tristeza.
—Las manos son un telar. Un carrete verde. Un carrete negro... —murmuró la princesa Helaena, sosteniendo con delicadeza una araña en sus manos pálidas. —Dragones de piel tejiendo hilo de dragón. Las manos son un telar...
A poca distancia, sus hermanos la observaban. Aegon bebía de su copa con hastío, mientras Aemond la miraba con atención, aunque sin comprender sus palabras.
—No tenemos nada en común. —sentenció Aegon, apoyándose en un pilar mientras giraba su copa con desgane.
—Es nuestra hermana. —replicó Aemond con seriedad. Siempre había sentido un especial aprecio por su hermana mayor, y le era inevitable molestarse por la indiferencia de Aegon hacia ella.
Aegon soltó una risa seca, sin disimulo alguno.
—Pues cásate tú con ella.
Aemond frunció el ceño.
—Cumpliría con mi deber si padre nos hubiera comprometido.
El mayor solo rodó los ojos y bebió otro sorbo de licor, pero Aemond continuó:
—Esto fortalecerá a la familia y mantendrá nuestra sangre valyria pura. Y madre tiene otros planes... para mí y para Nia.
Aegon dejó escapar un bufido.
—Ella es... una rara.
Aemond apretó la mandíbula, pero su tono se mantuvo firme.
—Ella es tu futura reina.
Se hizo un breve silencio entre los hermanos hasta que Aegon esbozó una sonrisa burlona.
—De hecho, sí tenemos algo en común. —dijo con ligereza, cambiando su copa vacía por otra recién servida.
Aemond arqueó una ceja, esperando.
—A ambos nos gustan las criaturas de patas largas.
Aegon se alejó con su copa en la mano, mientras Aemond lo observaba con desagrado. Odiaba la manera en que su hermano se refería a las mujeres, especialmente de su hermana Helaena.
—Dragones de piel tejiendo hilo de dragón... —susurró Helaena de nuevo. Esta vez, cerró las manos con suavidad, atrapando la araña entre sus dedos.
—Hela, acompáñame con nuestras primas —le dijo Visenya, tocando con cuidado su capa verde oscuro. Al ver su indiferencia, volvió a insistir: —Helaa, no quiero ir sola.
Pero su hermana mayor parecía absorta en sus propios pensamientos.
—Los carretes se quemarán... —murmuró Helaena para sí misma.
Visenya parpadeó, desconcertada. Finalmente, suspiró.
—Bueno... iré sola.
Se alejó sin esperar respuesta y caminó hasta donde se encontraban sus pequeñas primas, Baela y Rhaena. Se percató de que eran acompañadas por Jacaerys, quien sostenía con gran afecto la mano de la mayor.
—Baela, Rhaena... —Visenya se detuvo frente a ellas. Las niñas tenían los ojos enrojecidos por el llanto. —Siento mucho la muerte de su madre. —continuó Visenya con respeto. —Espero que el tiempo calme su dolor.
Bajó la cabeza en un gesto solemne. Abrió un poco los ojos, temerosa de haber dicho algo erróneo, pero solo se encontró con una persona intercediendo entre ella y sus primas. Y no podía ser otro que su sobrino.
—Hola, Nia. —comenzó Jacaerys, otorgándole una pequeña sonrisa. —No pensé que vendrías...
—Yo tampoco, pero mi abuelo insistió en que debíamos hacer acto de presencia. —contestó con un tono amable y soltando una risita contenida. —Ahora que está de vuelta no nos deja ni a sol ni a sombra.
—Ya veo...
Ninguno dijo más. Visenya no tenía idea de qué responder a la "evidente" molestia que se había formando en el rostro de menor. Mientras que Jace esperaba que su tía le contestara algo que justificara su poca comunicación.
—Supe lo de sir Harwin. —comentó la mayor, comenzando a juguetear con sus dedos. Estaba nerviosa por la reacción que podría tener Jace. —Lo siento mucho.. sé que tú y Luke lo apreciaban.
—¿Volviste a soñar con ese dragón?
Visenya subió el rostro, sorprendida por el repentino cambio de tema. Algo en ella se oprimió. Temia haber dicho algo malo y que Jace se sintiera herido, en cambio, lo miró expectante y sonriente, como si nunca le hubiera mencionado el nombre de sir Harwin.
—¿Él dragón? —repitió, aclarándose la garganta.
Jacaerys asintió, mirándola con atención.
—Ah.. no. No volví a soñarlo desde que encontré a Stormfyre en el pozo. —narro, girando su vista al cielo.
Allí, ambos se encontraron con la silueta de la vieja dragona volando con Caraxes, el dragón del príncipe Daemon.
—Es hermosa, ¿verdad? —preguntó Visenya, volviendo su vista a su sobrino.
Jacaerys se quedó un segundo más admirándola a la dragona, percatándose de su agilidad aún siendo más grande que la dragona de su abuela.
—Si.. Y muy grande.
—Mi padre dijo que es porque estuvo mucho tiempo vagando por el mundo. Hasta que volvió a Desembarco y comenzó a hacer su nido en Pozo dragón.
—No puedo imaginar lo que debiste sentir cuando la viste.. Y cuando la reclamaste...
—Yo no la reclamé. —corrigió Visenya, frunciendo ligeramente el ceño. —Un dragón no se reclama como cualquier cosa. Fue ella quien me eligió.
El niño parpadeó varias veces, asimilando el tono con el que Visenya lo había contraatacado. Pudo ver como los orbes se le tornaban ligeramente más oscuros y pasaban de lilas a un ligero rosado. Estaba enojada.
—Si.. si, perdón. Tienes toda la razón, Nia.
Visenya suspiró, relajando los hombros al notar que había sido demasiado tajante. No estaba enojada con Jace, pero el comentario le había recordado todas las veces que otros habían puesto en duda su derecho a su dragona.
—Está bien. —dijo en voz baja, desviando la mirada al mar. El cielo se oscurecía más y la marea subía lentamente, como si la misma isla quisiera envolverlos en su luto. —Es solo que... ella no es como los demás.
Jacaerys la observó con interés.
—¿A qué te refieres?
Visenya se mordió el labio, dudando por un momento en compartir aquello. Sus dedos se cerraron sobre los pliegues de su capa, como si buscara algo en qué aferrarse.
—Hay pocos dragones tan viejos como Stormfyre. Mi padre suele decir que algunas bestias recuerdan cosas que ni siquiera nosotros llegamos a entender...
Jace frunció el ceño, intrigado.
—¿Y qué es lo que recuerda Stormfyre?
Visenya sonrió, aunque la expresión no alcanzó sus ojos.
—Eso me gustaría saberlo.
El niño iba a decir algo más, pero una presencia a su lado lo hizo detenerse. Rhaenys se había acercado sin que se dieran cuenta, su porte regio y su mirada atenta posándose sobre su nieto. Jace se apartó instintivamente, dándole espacio a su abuela.
—Será mejor que vayas con tu madre, Jacaerys. —dijo la señora de Marcaderiva, con su voz firme pero sin dureza.
Jace asintió, lanzándole a Visenya una última mirada antes de retirarse. Visenya se quedó quieta por unos segundos, sintiendo la mirada de Rhaenys sobre ella. No supo por qué, pero sintió la necesidad de bajar la vista, como si estuviera en falta.
—No te preocupes por hacer que entiendan lo que tú sabes. —dijo Rhaenys de pronto, con un tono enigmático. —Mientras tú entiendas a tu dragón, no hace falta que otros lo hagan.
Visenya levantó el rostro, sorprendida.
—¿Y si no estoy segura de entenderla..?
La princesa sonrió apenas, aunque su mirada se mantuvo pensativa.
—Con el tiempo lo harás. —dijo, volviendo su mirada al cielo oscuro. —Hace siglos que no la veía así... Cuídala bien.
Antes de que Visenya pudiera preguntar qué quería decir con eso, Rhaenys ya se había girado para regresar con sus nietas.
La joven princesa se quedó en su lugar, sintiendo un peso extraño en el pecho. Sus ojos vagaron de nuevo al cielo, buscando la silueta de su dragona entre las sombras de la noche.
—¿Dónde estás, Aemond? —susurró para sí misma, recordando que su hermano la había estado buscando.
Pero antes de poder moverse, otra figura apareció en su camino.
—¿Dónde está tu hermano?
Visenya se giró hacia su abuelo, que se veía más que molesto. Supuso que preguntaba por el mayor de los tres.
—Tal vez esté en la barandilla o buscando más vino que beber.
El mayor se alejó luego de asentir, justo en la dirección en la que Aegon se podía ver a lo lejos, y Visenya lo observó con un dejo de frustración. Nunca había entendido el gusto de Aegon por el alcohol, pero al menos ahora comenzaba a sospechar que no se trataba de placer, sino de necesidad.
La noche avanzaba y el viento se volvía más frío. La mayoría de los asistentes empezaban a retirarse, y entre ellos, el Rey Viserys. Su andar era lento y pesado, su rostro marcado por el cansancio de los años y la enfermedad que lo consumía.
—Voy a la cama, Aemma...
Las palabras del rey cayeron en el aire como una piedra en un estanque.
La Reina Alicent se tensó a su lado, sus labios apretándose en una línea delgada. A su alrededor, la incomodidad era palpable.
—¿Majestad? —preguntó sir Harrold Westerling con cautela.
El rey se quedó inmóvil por un momento, como si apenas estuviera procesando lo que había dicho. Alicent lo miraba fijamente, su expresión una mezcla de tristeza y humillación.
Visenya, que había presenciado todo a la distancia junto a Daeron, sintió un nudo en la garganta.
—¿Cuido a la Reina Alicent, majestad? —insistió sir Harrold.
Viserys negó con la cabeza y siguió su camino, dejando a su esposa con la mirada clavada en el suelo.
—Sir Criston, acompáñenos. —ordenó Alicent con voz tensa, girándose para marcharse con sus hijos menores.
Visenya la siguió en silencio, sin poder borrar la imagen de su padre pronunciando otro nombre, un nombre que no era de su madre.
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La noche envolvía Marcaderiva en un manto de sombras y brisa salada. El sonido de las olas golpeando contra los acantilados se filtraba a través de las ventanas, mezclándose con el murmullo del viento. Todos se habían retirado a sus aposentos tras el largo y tenso día, buscando descanso.
Todos, excepto un príncipe.
—Nia... ¿estás despierta?
La voz de Aemond apenas fue un susurro en la oscuridad, pero bastó para arrancar a su hermana del sueño ligero en el que se encontraba. Visenya parpadeó varias veces, intentando enfocar la figura de su hermano en la penumbra.
—¿Qué haces despierto? —murmuró con voz somnolienta, frotándose los ojos.
Aemond se inclinó ligeramente hacia ella, la emoción vibrando en su tono contenido.
—Acabo de ver un dragón. Era enorme... y volaba con una rapidez impresionante.
Visenya frunció el ceño, su mente aún atrapada entre el sueño y la vigilia.
—Debe ser Vhagar...
Aemond asintió con entusiasmo.
—Ven conmigo. Vamos a verla.
Visenya se incorporó un poco, mirándolo con escepticismo.
—Ve tú. Yo quiero dormir...
Pero su hermano no soltó su mano.
—Quiero que vayamos juntos.
El silencio se instaló entre ellos, pesado y significativo.
Visenya lo observó con más atención. Había algo en su voz, una mezcla de determinación y nerviosismo que no solía mostrar. Su mano estaba firme sobre la de ella, pero temblaba apenas perceptiblemente.
—¿Estás pensando en...?
Aemond asintió.
—Quiero hacerlo. Pero no creo poder hacerlo solo.
Visenya sintió su pecho oprimirse. Conocía demasiado bien el anhelo de su hermano. Lo había visto soportar las burlas, la soledad y la humillación por no tener un dragón propio. Había visto el fuego en sus ojos cada vez que alguien mencionaba lo poderosa que era su sangre, como si su destino estuviera incompleto sin una bestia alada a su lado.
Pero también conocía los riesgos.
Tomó aire antes de responder.
—Aemond... no puedo acompañarte. Stormfyre debe estar durmiendo cerca de la costa y querrá seguirme. Solo te retrasaré.
Aemond bajó la mirada por un instante, sus labios presionándose con frustración.
—Si quieres hacerlo, hazlo. —continuó ella, con suavidad. —Es tu momento, hermano.
Él alzó la vista, encontrando en la de su hermana algo que no esperaba: comprensión.
Soltó su mano con lentitud, como si le costara apartarse. Luego, con un gesto inesperado, tomó la pequeña mano de Visenya entre las suyas y depositó un beso en sus nudillos ligeramente rojizos.
—Seré un jinete de dragón.
Y sin más, se giró y salió de la habitación en silencio, desapareciendo en la oscuridad.
Visenya se quedó sentada en la cama, con la mano aún extendida, sintiendo el leve calor donde él la había besado.
Susurró, casi para sí misma:
—Ojalá lo logres, querido hermano...
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—¡Niaa, Niaa!
La niña parpadeó, sintiendo el peso del sueño aún sobre sus párpados.
—¿Eh...? ¿Ahora qué quieres, Aemond? —murmuró con voz adormilada, pero al ver la expresión de su hermano menor, su mente despertó de golpe. —. ¿Daeron? ¿Qué sucede?
—Hirieron a Aemond.
Las palabras de Daeron hicieron que Visenya quedara estática.
—Aegon me despertó, así que levántate. —insistió su hermano, con una urgencia que no daba lugar a dudas.
Sin perder un segundo, los dos niños salieron corriendo de la habitación. Bajaron las escaleras a toda velocidad y al llegar al salón, se encontraron con el caos. La familia entera estaba reunida en una acalorada discusión.
En un asiento, Aemond estaba cubierto de sangre, su ojo izquierdo herido de forma irreparable. Alicent se arrodillaba junto a él, con el rostro pálido de horror.
—¿Cómo permitió que esto pasara?— exigió Viserys, su voz resonando en la fortaleza.
—Se suponía que los príncipes estuvieran en cama, mi rey.. —respondió sir Harrold con tono grave.
—¿Quién tenía la guardia? —insistió el rey, buscando a los responsables.
—El joven príncipe fue atacado por sus primos, majestad. —intervino sir Criston.
El rey apretó los puños.
—¡Ustedes juraron proteger y defender a mi sangre!
—Lo siento mucho, majestad. —murmuró sir Harrold, con la cabeza gacha.
—La Guardia Real nunca ha defendido príncipes de príncipes. —replicó el caballero con cabello castaño.
—¡Esa no es una respuesta! —rugió el rey, más furioso que antes.
Cerca de él, Alicent apenas podía contener las lágrimas cuando preguntó al maestre:
—Va a sanar, ¿no es cierto, maestre?
El hombre tragó saliva antes de responder:
—La piel sanará... pero ha perdido el ojo, su majestad.
Un escalofrío recorrió la estancia.
Alicent aguantó un chillido, recomponiéndose y cubriendo su rostro con su largo cabello.
Un chasquido seco rompió el silencio cuando la reina, sin previo aviso, abofeteó a su primogénito.
—¿Dónde estabas? —le recriminó con dureza.
Aegon ni siquiera pudo responder antes de recibir otro golpe, más fuerte que el anterior. Sus hermanos bajaron la mirada, como si ya estuvieran acostumbrados a ver esa escena.
Visenya ignoró todo a su alrededor y se acercó a Aemond. Con cuidado, se sentó en su regazo y lo abrazó con fuerza, intentando protegerlo de un dolor que no podía sanar.
—¿Por qué fue eso?— preguntó Aegon con la mejilla ardiendo.
—¡Esto no es nada comparado con lo que tu hermano sufrió mientras te ahogabas en copas, imbécil! —escupió Alicent con desprecio.
—¡¿Qué significa esto?! —exclamó lord Corlys Velaryon, bajando las escaleras con Rhaenys a su lado.
—¡Baela! ¡Rhaena! —Rhaenys corrió hacia sus nietas, tomándolas en un abrazo protector. —. ¿Qué sucedió?
La respuesta llegó con la presencia de Rhaenyra, seguida de cerca por Daemon.
—¿Quién hizo esto? —preguntó la princesa, con el temor pintado en el rostro.
—¡Ellos me atacaron! —gritó Aemond, señalando a sus sobrinos.
El salón se convirtió en un torbellino de voces. Todos gritaban su versión de los hechos, peleando por ser escuchados. Hasta que una voz infantil se alzó sobre todas:
—¡Mi hermano solo quería un dragón!
El silencio cayó de golpe.
Alicent giró lentamente hacia su hija.
—¿Tú lo sabías, Visenya?
—Madre, yo fui quien le preguntó a...
—Cállate, Aemond. —Alicent mantuvo su mirada fija en la niña. —Visenya, respóndeme.
Visenya tragó saliva y bajó la mirada antes de hablar.
—Aemond quería que fuéramos juntos a ver a Vhagar... pero yo le dije que no podía. —se irguió con más firmeza y continuó: —Así que le di la idea de que él fuera. Y funcionó, Vhagar lo aceptó..
—¡Era la dragona de mi madre! ¡Era mi derecho reclamarla! —gritó Rhaena, con los ojos llenos de lágrimas.
—¡Pero no tenían por qué atacar a mi hermano como animales! —replicó Visenya con furia.
—¡No le grites a mi hermana! —intervino Baela, forcejeando con su abuela.
—¡Tampoco le hables así a Visenya! —gruñó Daeron, adelantándose con el ceño fruncido.
Los gritos entre los niños estallaron otra vez, cada uno defendiendo a su familia.
—¡Silencio! —rugió Viserys, golpeando su bastón contra el suelo.
Todos callaron.
El rey descendió los escalones con la mirada oscura de rabia.
—Aemond. —su voz se tornó severa. —Quiero la verdad. Ahora.
—¿Qué más hay que oír? —interrumpió Alicent, con los ojos enrojecidos. —. Tu hijo fue mutilado. Su hijo es el responsable.
—Fue solo un accidente. —defendió Rhaenyra interponiéndose frente a sus hijos.
—¿Accidente? —Alicent soltó una risa amarga. —. El príncipe Jacaerys llevó una daga a la emboscada. Ellos pensaban en matar a mi hijo.
—Fueron mis hijos los que fueron atacados y obligados a defenderse. —insistió Rhaenyra. —Se mencionaron insultos repugnantes contra ellos.
—¿Qué insultos? —preguntó Viserys con el ceño fruncido.
—La legitimidad de mis hijos fue puesta en duda. —respondió la princesa.
—¿Qué? —la indignación del rey llenó la sala.
—Nos llamó bastardos. —dijo el príncipe Jacaerys con el rostro serio.
Los murmullos cesaron.
Aemond formó una sonrisa, pero la borró en cuanto sintió la mirada de su hermana y de su madre sobre él.
—Mis hijos están en la línea para heredar el trono de hierro, majestad. —continuó Rhaenyra, tomando paso al frente de sus vástagos. —Está es la más grande de las traiciones. El príncipe Aemond debe ser cuestionado para saber de dónde escucho esas calumnias.
—¿Por un insulto? —reclamó la reina, formando una mueca en su rostro. —. ¡Mi hijo perdió un ojo!
—Aemond. —la voz de su padre se volvió peligrosa. —Dime hijo, ¿dónde escuchaste esta mentira?
El niño evitó su mirada, con la respiración acelerada.
—Aegon... —susurró al fin.
El mayor lo miró, incrédulo.
—¿Yo?
—Y tú hijo, ¿dónde escuchaste esas calumnias? —presionó el rey.
Aegon titubeó.
—Todos lo saben, padre. —tragó saliva y añadió en voz baja: —Solo hay que mirarles.
Un silencio abrumador cayó sobre la sala.
El rey dejó escapar un largo suspiro y golpeó el suelo con su bastón.
—¡Estas disputas deben acabar! Somos familia. Ahora, pidan disculpas. Su padre, su abuelo, ¡su rey lo demanda!
Pero Alicent no se movió.
—Eso no será suficiente. —su voz temblaba y sus mejillas se volvían coloradas de ira. —Aemond ha sido dañado permanentemente, mi rey. La buena voluntad no va a sanarlo.
—Lo sé, Alicent. —murmuró Viserys, mirándola con cansancio. —Pero no puedo hace que recobre el ojo.
—No. —susurró ella. —Pero hay una deuda que debe ser pagada.
La tensión se hizo insoportable.
—Con el ojo de uno de sus hijos.
—Mi querida esposa... —llamó el rey, en voz baja, acercándose a Alicent con lentitud.
—¡El es tu hijo, Viserys, tu sangre! —contradijo la reina con desesperación en su hablar, las lágrimas desbordando sus orbes.
Un silencio envolvió el salón, esperando una respuesta del rey.
—No dejes que tu enojo, sea el que guíe tu juicio. —Viserys la miró de pies a cabeza y volvió a encaminarse hasta el trono de Marcaderiva.
La reina se quedó estática, mordiendo su labio más y más fuerte con cada paso que Viserys se alejaba de ella. La ira, la humillación y la impotencia controlaron su mente.
—Si su majestad no va a buscar justicia, la reina lo hará. Sir Criston, tráigame el ojo de Lucerys Velaryon.
—Madre... —dijo el pequeño príncipe, refugiándose en los brazos de su abuelo.
—Que elija con que ojo quedarse. Un privilegio que no se le otorgó a mi hijo. —repitió Alicent, levantando el mentón en dirección a los Velaryon.
Rhaenyra se interpuso entre sus hijos y la amenaza.
—¡No harán tal cosa!
—No se mueva sir. —ordenó Viserys, con la voz cortada.
—¡No! ¡Está declarado a mi! —Alicent levantó la mano y prácticamente calló a su esposo con su grito filoso.
Todos observaron al caballero dorniense, exigiendo que tomara un lado. Y por su puesto, prefirió su juramento con la reina que con su guardia.
—Como su protector, mi reina. —dijo sir Criston. Empuñó el mango de su espada y se preparó para realizar la orden.
—Alicent, este asunto ha terminado. —interrumpió el rey, posándose frente a su esposa. —¿Me has entendido?
La reina contuvo sus palabras, observando con sus ojos oscuros el rostro demacrado de su esposo. Y no dijo más.
—Que sea sabido, que aquella lengua que cuestione el nacimiento de los hijos de la princesa Rhaenyra, le será cortada.
Nadie contradijo, ni agregó nada. El rey asintió en dirección a su primogénita y comenzó a retirarse del salón.
—Gracias, padre. —añadió Rhaenyra, volviéndose a sus hijos.
Mientras el rey se alejaba, la tensión en la sala no se disipó del todo. Alicent temblaba de rabia, con los ojos enrojecidos y los puños apretados hasta que sus nudillos se tornaron blancos. Aemond mantenía la cabeza en alto a pesar del dolor, y Visenya no se separó de él ni un momento, aferrándose a su mano con fuerza.
Jacaerys y Lucerys permanecieron cerca de su madre, mirándola con temor e incertidumbre. Lord Corlys y la princesa Rhaenys intercambiaron miradas severas, conscientes de que la situación no se resolvería con meras palabras. Baela y Rhaena se refugiaron en los brazos de su abuela, aún sollozando y furiosas por la pérdida de la dragona de su madre.
Aegon, con la mejilla aún ardiendo por los golpes de su madre, evitó mirarla. Sabía que cualquier otra palabra solo avivaría su furia. Daeron, en cambio, observaba todo con una mezcla de confusión y temor, su joven mente intentando procesar el caos que había presenciado. Helaena se acercó al menor y lo apoyó en su pecho, cubriéndole los oídos y acariciando su cabello plateado, mientras veía de un lado a otro.
Sir Criston, a pesar de la orden del rey, permaneció inmóvil con la mano en la empuñadura de su espada, como si todavía esperara la señal de su reina. Alicent, sin importarle el "ultimátum", tragó saliva, tomó fuerzas y corrió hasta Viserys. Lo tomó desprevenido y robó la daga de su costado. Con los ojos hirviendo en ira contenida, se abalanzó contra Rhaenyra, que se interpuso entre el arma y sus niños.
El salón se volvió un caos. Gritos y llantos por ambas partes. Ninguno separó a las mujeres, que comenzaron a jalonearse. Rhaenyra evitaba con todas sus fuerzas que la punta afilada la sobrepasara, y Alicent no estaba dispuesta de dejar pasar aquel insulto.
Las manos de ambas se aferraban con fuerza al mango de la daga, temblando por la tensión. La hoja tembló en el aire, reflejando el fuego que emanaba la chimenea.
Daemon observaba con los labios fruncidos, sin intención de intervenir todavía. Los guardias reales se miraban entre sí, inseguros de actuar. Criston Cole se mantuvo alerta, pero el peso de la orden del rey lo mantenía inmóvil.
—¡Alicent, ya es suficiente! —bramó Viserys, con la voz cargada de cansancio e ira.
Pero la reina no lo escuchó. Con un último esfuerzo, logró liberar su mano derecha y la hoja avanzó.
Rhaenyra jadeó cuando sintió el ardor punzante.
Los presentes contuvieron el aliento.
El filo de la daga había cortado la tela del vestido de la princesa y su piel. Una delgada línea carmesí apareció por toda su muñeca.
El agarre de Alicent se aflojó.
Rhaenyra la miró con una mezcla de incredulidad y triunfo.
—Finalmente lo muestras.. —susurró, con una sonrisa que solo avivó la furia de la reina. —Todos pueden ver lo que realmente eres.
Alicent respiró entrecortadamente. Miró la sangre en la hoja de la daga y luego a su esposo, quien la observaba con una expresión de desilusión profunda. Sus hijos la miraban con miedo o confusión.
Soltó el arma.
La daga cayó al suelo con un sonido metálico.
Viserys pasó una mano por su rostro y exhaló, agotado.
—Esto termina ahora. —declaró con firmeza. —¡Ahora!
Nadie se atrevió a desafiarlo esta vez.
Los guardias escoltaron al rey fuera del salón, y la familia real comenzó a dispersarse. Alicent se quedó de pie, con la respiración agitada, observando la sangre en su mano. Visenya se mantuvo al lado de Aemond, sus dedos aún aferrados a los de su hermano, como si pudiera protegerlo de todo con solo su agarre.
Rhaenyra se volvió hacia sus hijos, asegurándose de que estuvieran a salvo. Daemon, por su parte, dejó escapar una risa baja y burlona, disfrutando del espectáculo.
Ese día, fue la gota que derramó el vaso. Y la Casa del Dragón se había dividido.
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Yo la más fan de Stormfyre.
Reescribir esto me abrió muchos recuerdos, y que tengo que mejorar en mis descripciones de diálogos.
Si les gustó pueden dejar su voto o algún comentario para que más personas conozcan el fanfic y yo sepa que les está gustando. Se los agradecería bastante <3
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