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02. 𝐜𝐡𝐢𝐥𝐝 𝐭𝐡𝐢𝐧𝐠𝐬

02. Simples niñadas
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El día empezaba tranquilo para los pequeños príncipes Targaryen. Las hermanas jugaban con sus juguetes, aunque Helaena le daba más importancia a su diminuto insecto que colgaba de la palma de su mano. Por otro lado, Aegon pulía su espada mientras Aemond lo observaba, y a su lado estaba la reina Alicent que veía jugar al más joven de su vástagos, Daeron, con sus juguetes de madera.

Todo era muy pacífico, cada niño estaba en su mundo y la reina podía descansar de tantos ruidos, provocados por sus mismo hijos. Intentaba mantenerse despierta con las palabras que Daeron le decía mientras le mostraba su caballero de madera. No había podido dormir las últimas semanas a causa de los resfriados que habían tomado sus dos vástagos más pequeños.

—Visenya, ven a peinarte. —llamó la reina, sentándose en el sillón al lado de su primogénito, tomando un cepillo.

—Así estoy bien, madre. —respondió Visenya, yendo a pasos pequeños al lugar de su madre.

—Si quieres ir con tus hermanos, tengo que trenzar ese cabello. —en cuanto termino, Visenya corrió enseguida y sentó junto a ella. —Aegon deja esa arma, puedes lastimar a alguno de tus hermanos.

—No te preocupes, madre, ya nos vamos al patio.

—¿No van a esperarme? —preguntó la más pequeña. —. Prometiste que le enseñarías a Ron y a mi.

—Daeron ni siquiera quiere ir, Nia. No molestes y quédate con Helaena. —dijo el mayor, levantándose y tomado de la camisa a Aemond.

—Aegon, lleva a tu hermana un rato y luego la traes cuando allá terminado, y podrás continuar con tus actividades.

—¡Pero madre!, ella no sabe ni tomar la espada. Es una inútil, y yo no soy un escudero como para perder el tiempo enseñándole.

—Aegon. —dijo Alicent, con un tono más alto. Los cinco se voltearon a verla al instante. Se paró de su asiento con firmeza y sus ojos oscuros se fijaron en su primogénito. —. No te estoy preguntado, y menos si se trata de tu hermana. —tomó el brazo de su hijo, lastimándolo un poco. —¿Comprendes?

Él miedo se instaló en el joven, bajando ligeramente la cabeza.

—Quiero que asientas si lo entendiste. —la reina tomó el mentón de su vástago con su mano libre, forzándolo a verla.

—Si, madre. —contestó con temor.

Alicent lo soltó, volvió a sentarse más calmada y siguió trenzando el cabello de su niña. El ambiente se tensó dentro de la habitación. Ninguno se veía entre sí, y hacían cualquier otra cosa para ignorarse.

—Helaena ven. —ordenó, soltado el pelo de la más pequeña y levantándola, arreglándole la parte superior de su atuendo. Sentó a su hija mayor al lado de ella y empezó a trenzar un pequeño mechón de su pelo. —Ya pueden irse. Cuida a tus hermanos y los necesito para la cena, pediré que nos reunamos aquí.

Visenya y Aemond siguieron a su hermano mayor hasta la puerta, pero se les fue interrumpido por un caballero. Sir Criston entró sin tocar, mirando a su alrededor, buscando la mirada de alguien hasta que la encontró.

—Mi reina. Disculpe por entrar así. —decía mientras se acercaba a Alicent, e ignoraba a los príncipes que voltearon expectantes. —Entró en labor.

—¿Quién entró en labor? —preguntó la reina dudosa. El capa blanca la miró hasta que ella entendió. —. Ella... —dijo con seriedad mirando a Criston. —Niños vayan al jardín. Necesito unos segundos a solas.

Los cinco príncipes tomaron algunas cosas y se retiraron de la habitación. Alicent se mantuvo con su escudo juramentado, dentro de sus aposentos.



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Aegon, Aemond y Visenya entrenaban juntos en la explanada del patio, mientras que Helaena y Daeron los observaban sentados debajo de un árbol.

Los príncipes estaban divirtiéndose, aunque Aegon no tanto. El tener que enseñarle a Visenya le era muy estresante por lo poco que se concentraba, aunque la idea enseñarle a alguno de sus dos hermanos tampoco le parecía del todo, pero la atenta concentración de Aemond lo compensaba.

—¿Qué tanto ves hacia arriba? —preguntó Aemond, quedándose quieto ante la poca atención de su hermana.

—Déjala, Aemond, si ella quiere perder el tiempo ahí mejor para nosotros. —añadió Aegon, dándole un suave golpe en el hombro.

—Es que se escuchan muchas voces. —dijo finalmente la menor, mirando hacia los balcones con una inquietud determinante. —Muchos gritos...

—Ignorará. —ordenó de un grito al mediano. —Probablemente se le pegó lo rara de Helaena.

Aegon volvió su atención a Aemond, resoplando con impaciencia. No tenía interés en perder más tiempo con Visenya si no estaba dispuesta a concentrarse.

—Ahora, intenta bloquear este ataque. —indicó, elevando la espada de madera antes de lanzarse contra su hermano menor.

Aemond se preparó, sus ojos afilados siguiéndolo con atención, pero antes de que el choque de las espadas resonara en el patio, Visenya habló de nuevo.

—No, de verdad, hay demasiados gritos... ¿No los escuchan?

Aemond y Aegon se detuvieron por un momento. La menor fruncía el ceño, su mirada fija en los balcones del torreón. Aegon siguió su línea de visión con desinterés y luego bufó.

—Si es importante, alguien vendrá a decirnos. —zanjó, volviendo a levantar su espada.

—Si, Nia. —dijo Aemond, tratando de devolver la atención de su hermana a ellos. —Ven o vete con Daeron.

Visenya parpadeó y finalmente desvió la vista de los balcones. Aegon la miraba con fastidio, mientras Aemond esperaba su decisión con más paciencia. Vaciló, pero al final, dio un paso hacia ellos, obligándose a ignorar la sensación de que alguien, o algo, la estaba observando desde lo alto.

La princesa tomó la espada de madera que su hermano le tendía, pero sus dedos se cerraron sobre el mango con menos firmeza de la que deberían. Algo en ella seguía inquieta, aunque intentaba no demostrarlo.

Aegon chasqueó la lengua con impaciencia.

—Si vas a estar con la cabeza en las nubes, no tiene caso. Aemond, ataca.

Aemond dudó un momento antes de asentir. Alzó su espada y se lanzó hacia su hermana con un golpe calculado, lo suficientemente fuerte como para exigirle una reacción, pero no tanto como para hacerle daño.

Visenya lo vio venir. Sus ojos se enfocaron en la madera que descendía hacia ella y, por puro instinto, alzó su espada para bloquear el golpe. Sin embargo, en el último momento, el sonido de unos gritos lejanos volvieron a su mente, nublando su concentración.

El impacto fue torpe. Su bloqueo no fue lo suficientemente sólido, y la fuerza del golpe de Aemond la hizo tambalear.

—¡Nia! —exclamó Aemond, sorprendido cuando su hermana perdió el equilibrio y cayó de espaldas sobre el suelo de piedra.

Aegon soltó una carcajada.

—Dime que no la derribaste en serio. —se burló—. ¿Cómo esperas que pelee con una espada de verdad si ni siquiera puede mantenerse en pie con una de madera?

Aemond extendió la mano para ayudarla a levantarse, pero Visenya no la tomó de inmediato. Sus ojos estaban clavados en el cielo, su respiración entrecortada.

—Visenya... —insistió su hermano, arrodillándose a su lado.

Ella finalmente parpadeó y lo miró. No respondió al instante, como si estuviera procesando algo que solo ella podía ver o escuchar.

Desde el árbol, Helaena estaba de pie, atenta a su hermana.

—¿Nia...? —la llamó en voz baja, pero Visenya apenas la oyó.

Aegon, sin paciencia, agitó una mano en el aire.

—Si solo se va a quedar ahí mirando el cielo como una idiota, que alguien la lleve adentro antes de que empiece a llorar.

Aemond lo fulminó con la mirada, pero Visenya no se quedó callada al retomar la postura.

—Al menos lo intento, tonto.

Aegon alzó una ceja y se cruzó de brazos, divertido por la repentina respuesta de su hermana.

—¿Eso crees? —dijo con una sonrisa burlona. —. Entonces pruébalo. Vamos, levántate y deja de actuar como si hubieras visto un muerto.

Visenya le lanzó una mirada irritada antes de tomar la mano de Aemond y ponerse de pie. Sus pantalones estaban cubiertos de polvo, pero no le prestó atención. Enderezó los hombros, sujetando con más fuerza la espada de madera.

—Otra vez. —declaró con firmeza, girándose hacia Aemond.

Aegon soltó una risa, de nuevo, sin alguna pizca de respeto.

—Eso quiero ver.

Aemond, en cambio, la miró con un atisbo de duda.

—Nia... ¿estás bien?

Visenya asintió de inmediato.

—Estoy bien. —aseguró sin rodeos.

Aemond vaciló un segundo más, pero al final levantó su espada.

—De acuerdo. Prepárate.

Esta vez, cuando Aemond se lanzó contra ella, Visenya no dejó que su mente se distrajera. Se concentró en el golpe, en el peso de la madera entre sus dedos. Su postura no era perfecta, pero cuando el impacto llegó, lo recibió con más estabilidad que antes.

El sonido seco de las espadas chocando resonó en la explanada.

Aegon observó con los brazos aún cruzados, asintiendo apenas con la cabeza.

Al menos no caíste de inmediato. —murmuró, aunque en su voz aún había un dejo de burla.

Aemond sonrió con orgullo por el progreso de su hermana y retrocedió para darle espacio.

—Intenta golpearme. —le indicó. —Usa la fuerza suficiente para que pueda sentirlo.

Visenya asintió sin dejar de sostener su mirada. Se movió hacia él, elevando la espada para lanzar un golpe. Uno tras otro, rápidos y precisos. Aemond era más alto y pudo esquivarlos con facilidad.

El mayor observó la escena con una mezcla de fastidio y curiosidad. Se apoyó en la empuñadura de su propia espada y suspiró con aburrimiento.

—No vas a tocarlo si sigues golpeando como un pajarito asustado, Nia. —comentó con desdén.

Visenya lo ignoró. Sus ojos estaban fijos en los violetas de su hermano, quien seguía esquivando sus golpes con una facilidad irritante. Su respiración se volvió más pesada cuando él la bloqueó sin esfuerzo con un movimiento fluido.

—Eres rápida, pero no lo suficiente. —le dijo Aemond con calma, antes de impulsarse hacia adelante con un contraataque.

Visenya trató de reaccionar a tiempo, pero su bloqueo aún no tenía la solidez necesaria. El impacto la obligó a dar un paso atrás, sus pies resbalando ligeramente sobre la piedra.

Aegon rió por lo bajo.

—No puedes solo atacar sin pensar, hermanita. ¿Quieres golpearlo? Usa tu cabeza, no solo la espada.

—¿Por qué no vienes tú a entrenar conmigo si crees que sabes tanto? —espetó Visenya, entre frustrada y desafiante.

Aegon sonrió con sorna y se encogió de hombros.

—No tendría sentido. —se acercó con elegancia, paseando entre los sus hermanos como si estuviera examinándolos. Paso su mano por el cabello revoltoso de Visenya, sacudiéndolo desprevenidamente. —No eres una rival para mi.

Aemond soltó un leve resoplido y miró a Aegon con desaprobación.

—Si no piensas aportar nada útil, mejor déjanos.

Aegon le devolvió la mirada con una sonrisa ladina.

—Oh, pero esto es demasiado entretenido como para irme. —dijo con fingida inocencia, antes de dirigir su atención de nuevo a Visenya. —A ver, inténtalo otra vez. Sorpréndenos.

Visenya apretó la mandíbula y se alejó un par de pasos de Aemond, reajustando su agarre en la espada de entrenamiento. Respiró hondo, ignorando la forma en que Aegon la observaba con diversión y se concentró en su oponente.

Esta vez, en lugar de lanzarse directamente al ataque, esperó. Aemond levantó una ceja con interés al notar el cambio en su postura.

Bien... —musitó en voz baja, dándose cuenta de que ella estaba analizando la situación.

Visenya fijó la vista en los movimientos de su hermano, en la manera en que distribuía su peso, en cómo su pie derecho parecía más adelantado que el izquierdo. Luego, sin previo aviso, se impulsó hacia adelante.

Aemond reaccionó con rapidez, pero esta vez el golpe de Visenya no fue tan fácil de esquivar. En el último momento, ella cambió la trayectoria de su ataque, desviando la espada hacia un ángulo diferente.

El impacto no fue fuerte, pero logró tocar su costado.

—¡Ja! —exclamó con satisfacción, dando un paso atrás con una sonrisa.

Aemond parpadeó sorprendido antes de soltar una risa baja.

—Nada mal, Nia.

Aegon chasqueó la lengua y se cruzó de brazos.

—Bueno, al menos demostraste que no eres completamente inútil. —dijo, aunque en su tono aún había un deje de burla.

Visenya le dedicó una mala mirada, pero antes de que pudiera responder, otra voz interrumpió la escena.

—Lo hiciste bien.

Los tres hermanos se giraron hacia el árbol donde Helaena y Daeron los observaban. Helaena estaba de pie, con una expresión enigmática en el rostro.

—Pero ya hay que irnos, Nia. —lanzó, como si estuviera dando una orden inminente. —Tienes que tomar tus clases con la septa. Madre te regañara si no asistes.

Visenya frunció el ceño, aún con la adrenalina del entrenamiento corriendo por sus venas. No quería irse todavía, no cuando sentía que por fin estaba logrando algo.

—No quiero irme. —protestó con firmeza, sin apartar la vista de Helaena.

Su hermana inclinó ligeramente la cabeza, su mirada vidriosa posándose sobre ella con una extraña intensidad.

—Tienes que ir. —repitió con suavidad, como si supiera algo que los demás no.

Aegon suspiró, rodando los ojos con fastidio.

—Helaena tiene razón, Nia. Madre se pondrá histérica si no apareces. —se volvió hacia Aemond con una sonrisa perezosa. —Además, no sirves de nada si te la pasas soñando despierta.

Visenya apretó sus puños, molesta, pero sabía que no tenía otra opción. Alicent siempre se enteraba si alguno de sus hijos se saltaba sus lecciones, y su paciencia con ella no era precisamente grande.

—Está bien. —cedió a regañadientes, bajando la espada.

Aemond asintió con una leve sonrisa.

—Practicaremos después. —le aseguró.

Visenya le dedicó una mirada determinada antes de entregarle la espada y darse la vuelta. Se sacudió el polvo de la ropa y se encaminó hacia Helaena y Daeron, quienes la observaban con la misma calma de siempre.

—Nos vemos luego. —dijo sin entusiasmo, sin molestarse en mirar a Aegon.

—Si sobrevives a la septa. —respondió su hermano mayor con sorna.

Ella ignoró su comentario y siguió caminando junto a Helaena. No pasó por alto la manera en que su hermana la observaba de reojo, con esa expresión suya que a veces resultaba inquietante.

—¿Hela? —la llamo, esperando que entendiera su duda.

Helaena parpadeó lentamente, como si despertara de un ensueño, pero no respondió de inmediato.

Visenya se detuvo, mirándola desconcertada.

—¿Qué? —insistió, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.

Helaena inclinó levemente la cabeza, sus labios entreabiertos, como si dudara en hablar. Finalmente, su voz salió apenas como un susurro:

Las sombras siempre se alargan antes de la tormenta.

Visenya sintió su estómago encogerse. Conocía bien los susurros de su hermana, esos en los que nadie quería detenerse demasiado.

—¿De qué tormenta hablas? —preguntó con cautela.

Helaena solo sonrió, bajando la vista hacia sus manos, donde jugueteaba con los pliegues de su vestido.

A veces, los dragones creen que el fuego siempre será suyo... hasta que se los arrebatan.

Visenya sintió un nudo en la garganta.

Hela... —comenzó, pero su hermana ya estaba caminando de nuevo, como si la conversación nunca hubiera ocurrido.



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Las hermanas Targaryen-Hightower estaban en la habitación de la mayor, acompañadas por su madre. La princesa Helaena sostenía un ciempiés entre sus delicadas manos mientras Alicent la observaba con paciencia, tratando de comprender sus palabras. A unos pasos de ellas, Visenya jugaba con su espada de madera, un obsequio de sir Criston Cole.

Este tiene sesenta anillos y dos pares de patas en cada uno. Son doscientos cuarenta. —murmuró Helaena, sin apartar la mirada del insecto.

—Sí, así es. —respondió Alicent con ternura.

—Tiene ojos, aunque no creo que pueda ver.

—¿Y por qué piensas eso? —preguntó la reina, interesándose en la lógica de su hija.

—Está más allá de nuestro entendimiento. —susurró la niña.

Alicent le acarició el brazo con delicadeza.

—Supongo que tienes razón. Algunas cosas simplemente son. —dijo con una suave sonrisa antes de voltear hacia la menor. —Visenya, arrugarás tu vestido si sigues haciendo eso.

Antes de que la niña pudiera responder, la puerta se abrió de golpe. Un caballero ingresó con paso firme, sosteniendo por el hombro al segundo hijo varón de la reina.

—Su majestad. —dijo el caballero, inclinando la cabeza antes de soltar al niño y retirarse sin más preámbulo.

Alicent se puso de pie de inmediato.

—Aemond. —pronunció con preocupación.

Las dos princesas dirigieron su atención al recién llegado. El niño de cabello platino tenía el rostro manchado de ceniza, y sus pequeñas manos estaban cerradas en puños a los costados de su cuerpo.

—¿Qué has hecho? —preguntó su madre con severidad mientras se acercaba a él.

Lo hizo otra vez. —murmuró Helaena en voz baja.

Visenya se aproximó con cautela, observando a su hermano con curiosidad.

—¿Cuántas veces se te ha advertido? —reprendió Alicent, el enojo asomando en su voz. —. ¿¡Acaso tengo que encerrarte en tu recámara!?

—Ellos me obligaron. —replicó Aemond, con una mezcla de frustración y vergüenza.

Alicent suspiró con impaciencia.

—Como si necesitaras que te animaran. No comprendo tu obsesión con esas bestias.

—¡Me dieron un cerdo!

La habitación quedó en absoluto silencio.

Alicent frunció el ceño y tomó a su hijo por los codos.

—¿Un qué?

—Me dijeron que habían encontrado un dragón para mí... —la voz de Aemond tembló entre la ira y la humillación. —Pero era un cerdo.

El último anillo no tiene patas... —susurró Helaena para sí misma, ajena a la tensión en la habitación.

Visenya se acercó a su hermano con cautela antes de abrazarlo con dulzura. Aemond no dijo nada, pero no rechazó el gesto.

¿Estás bien? —preguntó la niña en voz baja.

El niño no respondió, solo cerró los ojos por un momento.

—Tendrás un dragón algún día —aseguró Alicent, observando con tristeza la escena. —Yo lo sé.

—Yo también lo creo. —continuó Visenya con convicción.

Helaena ladeó la cabeza y murmuró:

Tendrás que cerrar un ojo.

Aemond apretó los dientes.

Todos se rieron... —dijo en un susurro.

Alicent suspiró y, con delicadeza, rodeó a sus hijos con sus brazos, uniéndose al abrazo.



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—Es sorprendente que su huevo se rompiera... —comentó la reina Alicent con voz tensa, de pie en la habitación del Rey Viserys.

El monarca, recargado en su silla con evidente cansancio, levantó la vista hacia su esposa.

—¿Y por qué lo crees?

Alicent apretó los labios antes de responder.

—Sabes por qué.

—No, temo que no.

La reina exhaló con frustración.

—No.. —repitió, su voz cargada de furia contenida. —Viserys...

El rey alzó una mano, interrumpiéndola.

—Continuaremos más tarde, Eddard.

El sirviente del rey hizo una reverencia y salió de la habitación en silencio, dejándolos a solas.

Alicent no perdió el tiempo. Se acercó a su esposo con determinación, su mirada encendida.

—He hablado de esto antes. —dijo, su tono bajo pero firme. —Y tú me prohibiste comentarlo. Así que me he callado. Pero tener un hijo así es un error. Tener tres es un insulto. Un insulto al trono, a ti, a la casa Velaryon y a la pareja que tanto buscaste para ella. —su voz se elevó con cada palabra. —Sin mencionar a la descendencia misma.

Viserys suspiró con pesadez antes de responder:

—Tuve una yegua negra una vez. Negra como un cuervo.

Alicent frunció el ceño ante aquella aparente distracción, pero el rey continuó con calma.

—Un día escapó de su pastizal y el semental vecino la preñó. Era un semental plateado, del color de la luna en una noche de invierno. Pero cuando nació el potrillo... —Viserys dejó escapar una leve risa, casi nostálgica. —Era castaño. Del tono más ordinario que he visto. La naturaleza obra de formas misteriosas.

Alicent sintió la rabia arderle en la garganta.

—¿Cómo lo sabes? —susurró con frialdad. —. El semental plateado... ¿Cómo puedes estar seguro de que fue él? ¿Fuiste testigo del acto?

El golpe de Viserys contra la mesa resonó en la habitación, haciéndola estremecer.

—Las consecuencias de una acusación como la que sugieres son graves.

Se levantó con esfuerzo y se acercó a ella, su expresión ya no era la de un hombre paciente, sino la de un rey que imponía su voluntad.

—No vuelvas a hablar de esto.

Alicent se quedó inmóvil cuando él se inclinó y depositó un beso en su mejilla. Pero no fue un gesto de cariño, sino de advertencia.

Luego, sin añadir más, el rey se alejó.

La reina salió de la habitación con el ceño fruncido y los labios apretados, su caballero juramentado siguiéndola de cerca. Sin dudarlo, se dirigió a los aposentos de su hijo mayor.



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—¿Vas a contarme qué fue lo que pasó con Aemond en el Pozodragón? —preguntó Laenor mientras caminaba junto a Jacaerys por los pasillos de la fortaleza.

El joven príncipe apretó los labios y mantuvo la vista al frente. Había intentado evitar aquella conversación a toda costa, pero su padre no era alguien que simplemente lo dejaría pasar.

—No fue nada.. —respondió, aunque sabía que su padre no se conformaría con eso.

Laenor soltó una risa breve.

—Oh, claro, porque cada vez que "no pasa nada", tu madre me llama como si hubiera cometido el peor crimen del reino.

Jacaerys bajó la mirada, cruzando los brazos sobre su pecho.

—No..nosotros... —titubeó, escogiendo sus palabras. —Le gastamos una broma a Aemond.

Laenor alzó una ceja.

—¿Una broma?

—Le dijimos que habíamos encontrado un dragón para él. —confesó Jacaerys con cierta vergüenza.

—¿Y qué tenía de malo el dragón?

—Era un cerdo con alas falsas.

Por un momento, Laenor lo miró en silencio. Luego, dejó escapar una carcajada.

Por los dioses, eso sí que fue cruel.

Jacaerys esperaba que su padre le reprendiera, pero en su lugar lo vio negar con la cabeza, todavía sonriendo.

—Pero no fue idea mía. —se apresuró a decir Jace. —Aegon fue quien lo planeó, y Aemond ya nos había molestado antes...

Laenor dejó de sonreír.

—No voy a decir que Aemond no tiene su propia culpa. —dijo con tono más serio. —Pero eso no cambia lo que hicieron.

Jacaerys frunció el ceño.

—¿Por qué defiendes a Aemond?

—No lo defiendo. Pero sé lo que es crecer sintiendo que nunca serás suficiente. —su voz sonó más suave, casi melancólica. —Sé lo que es ser mirado como si no pertenecieras.

Jacaerys sintió un nudo en la garganta. Su padre rara vez hablaba de ese tipo de cosas.

—Aemond no me agrada. —admitió. —Siempre nos mira como si fuéramos inferiores.

—Porque es lo que le han enseñado. —dijo el mayor con un suspiro. —La corte, su madre, su hermano... todos le han llenado la cabeza con ideas de lo que significa ser un verdadero Targaryen. Pero al final, él es solo un niño que quiere ser como los demás.

Jacaerys bajó la cabeza, sintiendo una punzada de culpa.

—¿Crees que hicimos mal?

Laenor le dedicó una mirada paciente.

—Creo que pueden ser mejores.

El príncipe asintió lentamente, guardando aquellas palabras en su corazón.

—¿Crees que Aemond alguna vez tendrá un dragón?

Laenor sonrió de lado.

—Si de verdad lo desea, lo tendrá. La cuestión es qué estará dispuesto a hacer por ello.

Jacaerys no respondió, memorizando las palabras de su padre en su mente.

Caminaron un buen rato en silencio, hasta que Laenor volvió a tomar la palabra una vez solos, suspirando antes de hablar, como si estuviera decidiendo cómo abordar el tema.

—Tu madre fue con el rey y la reina hace unos días. —dijo finalmente. —Intentó proponer un compromiso entre tú y la princesa Helaena.

Jacaerys parpadeó, más que sorprendido.

—¿Por qué haría eso?

—Para fortalecer la relación entre ambas familias. Para evitar que, en el futuro, los conflictos se conviertan en algo más grande.

Jace pensó en ello por un momento. Casarse con su tía Helaena... No tenía nada en contra de ella, pero tampoco la conocía realmente.

—Supongo que la reina no estuvo de acuerdo. —dijo con un deje de ironía.

Laenor soltó una breve risa sin humor.

—La rechazó de inmediato.

Jacaerys no se sorprendió. Si algo había aprendido en su corta vida, era que la Reina Alicent haría cualquier cosa para mantenerlos alejados de sus hijos.

No me hubiera gustado de todas formas. —murmuró, casi para sí mismo.

Laenor alzó una ceja.

—¿Ah, no?

Jacaerys negó con la cabeza.

—No. —respondió sin titubeos. —Prefiero a Nia.

Laenor se detuvo por un momento, observándolo con atención.

—Visenya. —repitió.

Jace asintió, desviando la mirada.

—Ella me entiende. No tengo que demostrarle nada y siempre es amable conmigo.

Laenor lo miró con una mezcla de curiosidad y comprensión.

—Visenya es algo.. distinta, ¿no lo crees?

—Lo sé. Eso la hace linda.

Laenor sonrió de lado.

—Tu madre no mencionó eso en su propuesta.

—No creo que la reina lo hubiera aceptado de todas formas.

—Probablemente no. —admitió Laenor. —Pero no dejes que esas cosas te preocupen ahora.

Jacaerys asintió, aunque sus pensamientos seguían enredados.

—Vamos, tu hermano debe estar impaciente. —dijo Laenor, dándole un leve golpe en la espalda.

Jace dejó escapar un suspiro antes de seguir a su padre.



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La mirada del rey sobre la arena era atenta, analizando cada movimiento de sus hijos y nietos. A su lado, lord Lyonel Strong permanecía en silencio, observando con la misma gravedad.

Desde un rincón más discreto, Visenya miraba con atención el entrenamiento con el entusiasmo que solo un niño reprimido en su naturaleza podía tener. Había convencido a su madre de dejarla ir con sir Criston, bajo la estricta condición de que solo observara y no tomara un arma. Sabía que su padre no aprobaría siquiera su presencia ahí, pero aquello no le impedía estar junto a sus hermanos.

De pronto, Aemond se adelantó, golpeando con brusquedad la espada de madera de Jacaerys, haciéndola volar fuera de su alcance. Sin dudarlo, se posicionó en su lugar, enfrentándose con determinación.

—Lo haces bien, Aemond. —le dijo Visenya, buscando suavizarla expresión endurecida de su hermano mayor.

Aemond no respondió, pero su agarre sobre la espada se volvió más firme.

Jacaerys, aún junto a ella, miró de reojo a su tía, con los nervios reflejados en sus ojos oscuros.

—¿Yo también lo estoy haciendo bien, Nia? —preguntó en voz baja.

Visenya sonrió con dulzura.

—Por supuesto que sí, Jace. —se giró a ver a sus hermanos. —Al igual que todos.

El príncipe Velaryon bajó la mirada, su timidez evidente ante la ternura de su tía.

—Yo gané mi primer combate. ¿Y no vas a decirme que lo hice bien? —intervino Aegon, golpeando con fuerza el muñeco de entrenamiento. —. ¿No lo cree, sir Criston? Mi oponente demandó piedad.

Sir Criston, con su habitual severidad, asintió levemente.

—Ahora tiene un nuevo oponente, mi príncipe guerrero. Veamos si puede tocarme, usted y su hermano.

La sonrisa de Aegon se desvaneció por un instante. Aemond, sin embargo, se adelantó con entusiasmo, y la batalla comenzó.

A pesar de estar en desventaja numérica, sir Criston dominaba la pelea con facilidad. Aegon y Aemond no lograban tocarlo.

Desde un lado, sir Harwin Strong observaba con interés, sentado junto a Lucerys y con los brazos cruzados.

—Príncipe Jacaerys, levántese. No baje la guardia por una dama, no le dé ventaja a su enemigo. —ordenó Harwin con tono firme.

Jace se apresuró a incorporarse.

—S..sí, sir Harwin.

El caballero lo observó con aprobación antes de volverse hacia sir Criston.

—Parece que los más jóvenes necesitan más de su atención.

El Guardia Real entrecerró los ojos, pero no desvió la vista de la pelea.

—¿Cuestiona mis métodos de enseñanza, sir?

Harwin sonrió apenas.

—Solo sugiero que ese método sea aplicado a todos los pupilos.

Criston no respondió, pero un leve gesto de desdén apareció en su rostro.

—Está bien. Jacaerys. —llamó, tomándolo del brazo con fuerza. —Pelea con Aegon. Hijo mayor contra hijo mayor.

El Rey Viserys observó desde su palco, su expresión endurecida.

No es una pelea justa. —murmuró Harwin.

—Usted nunca ha estado en una batalla, sir. En la guerra, no se espera justicia. —replicó Criston con frialdad. —Espadas. —ordenó, y ambos príncipes tomaron posición. —¡Peleen!

Aegon atacó de inmediato, con brutalidad y sin contención. Su golpe fue certero y Jacaerys cayó al suelo con facilidad.

Las risas de Aegon resonaron en la arena.

—Eres débil, Jacaerys. —dijo con desprecio.

Visenya se levantó de golpe, sacudiendo la falda de su vestido color morado.

—No seas tan brusco, Aegon.

El príncipe mayor giró la cabeza hacia ella con una sonrisa burlona.

—No defiendas al pequeño inútil, Nia. Siéntate. No queremos que la princesa se lastime.

Visenya apretó los labios, conteniendo su enojo. Sus ojos viajaron hacia Jacaerys, que aún en el suelo, respiraba con dificultad.

«Levántate. Levántate.» —deseo Visenya, esperando que Jace le hiciera frente a Aegon. Era su hermano, pero no le parecía justo que mangoneara a su sobrino a su gusto.

Visenya avanzó un paso, pero una mano en su muñeca la detuvo con suavidad. Se giró y encontró la mirada de Aemond, aún con la espada de madera en mano.

Déjalo, Nia. —murmuró con voz baja, pero firme.

Visenya lo miró de arriba a bajo, mordiendo su labio interior.

—¿Por qué?

Aemond bajó la mirada un instante, como si buscara las palabras adecuadas.

—Porque es su pelea. Él debe aprender a levantarse solo.

Visenya no respondió, pero sus labios se apretaron con descontento. No estaba segura de si su hermano lo decía porque creía en él o porque, en el fondo, disfrutaba verlo en el suelo.

Jacaerys, aún con la respiración pesada, apretó el agarre sobre el arma y se puso de pie. Aunque su postura tambaleó al principio, se afirmó sobre sus pies con determinación.

—No he terminado. —dijo con voz firme.

Aegon se giró con fastidio, rodando los ojos.

—¿En serio? No me hagas perder el tiempo, Jacaerys.

Pero Jace ya había retomado la postura por completo, su agarre más seguro que antes.

Sir Criston alzó la mano.

—Continúen.

La pelea se reanudó. Esta vez, Jacaerys esquivó los golpes de Aegon con más agilidad, logrando conectar algunos ataques, aunque sin gran impacto. Aegon seguía dominando la pelea, pero ya no se veía tan confiado.

Desde su asiento, el Rey Viserys observaba con el ceño fruncido, sus dedos tamborileando sobre el reposabrazos del sillón.

Aegon finalmente logró desarmarlo con un golpe fuerte en la muñeca, y la espada del menor cayó al suelo.

—Ves, no vales nada, Jace.

Jacaerys respiró hondo, manteniendo la compostura.

—Eres mayor que yo. Es tu única ventaja.

Las risas del príncipe mayor se desvanecieron por un instante, pero antes de que pudiera responder, sir Criston se interpuso entre ambos.

—Suficiente.

Visenya dejó escapar un suspiro y relajó los hombros. Su sobrino estaba bien, aunque el orgullo herido le pesaría más que cualquier golpe.

Más tarde, cuando el entrenamiento terminó y los demás comenzaron a dispersarse, Visenya encontró a Jace sentado en los jardines del castillo. Se veía pensativo, con una mano frotándose la muñeca adolorida.

—¿Puedo sentarme? —preguntó ella.

Jacaerys asintió sin mirarla.

—Lo hiciste bien. —dijo Visenya después de un momento de silencio.

Jace soltó una risa seca.

—Perdí.

—Aegon es mayor. No es lo mismo que pelear con alguien de tu misma edad.

—Lo sé. Pero aun así... —suspiró, su voz perdiéndose en el aire.

Visenya le observó con suavidad.

—Si te sirve de consuelo, yo tampoco puedo hacerle frente. Ni yo, ni Aemond.

Jacaerys levantó la mirada, sorprendido por su confesión.

—Pero... tú eres su hermana.

Visenya sonrió con tristeza.

—Y tú su sobrino. No cambia el hecho de que mi hermano siempre busca estar por encima de los demás.

Jacaerys asintió lentamente, dejando que sus palabras se asentaran en su mente. Luego, frunció el ceño.

Aemond tampoco puede hacerle frente... —repitió en voz baja, más para sí mismo que para ella.

Visenya ladeó la cabeza con curiosidad.

—¿Qué piensas?

Jace se encogió de hombros.

—Que tal vez... debería entrenar con Aemond.

Visenya parpadeó, sorprendida por la idea.

—¿Entrenar con Aemond?

—Sí. Él también quiere ser más fuerte. Yo también. Si entrenamos juntos, ambos podríamos mejorar.

Visenya miró a su sobrino con una mezcla de asombro y admiración. Había sido humillado ese día, pero en lugar de dejar que su orgullo lo hundiera, estaba buscando la manera de mejorar.

—Eso... eso no es una mala idea.

Jacaerys sonrió, aunque aún con algo de timidez.

—¿Crees que Aemond aceptará?

Visenya desvió la mirada hacia la entrada del castillo, donde sus hermanos mayores acaban de desaparecer.

—Tal vez si le pides una disculpa... lo pensará.

Jacaerys se apoyó en sus manos sobre la piedra, incómodo ante la idea.

—¿Pedirle disculpas?

—Bueno, no has sido precisamente amable con él, Jace. —respondió Visenya con paciencia. —Si quieres entrenar con Aemond, tendrás que asegurarte de que al menos no te vea como su enemigo.

El joven príncipe suspiró, rascándose la nuca.

—Supongo que tienes razón... Pero él tampoco ha sido amable conmigo ni con Luke.

Visenya le dio una sonrisa de lado y rodeó los ojos.

—Mi hermano no es amable con casi nadie.

Jacaerys soltó una risa breve y miró su muñeca, aún enrojecida por el golpe de Aegon.

—Está bien. Lo intentaré.

Visenya asintió, satisfecha.

—Si necesitas ayuda, yo puedo hablar con él.

Jacaerys la miró con curiosidad.

—¿Por qué te importa tanto, Nia?

Visenya se quedó en silencio un instante, observando el reflejo del sol en los jardines.

—Porque quiero estar feliz.. —respondió finalmente. —Quiero que los niños que quiero, se quieran entre sí.

Jacaerys bajó la mirada, pensativo.

—Mi madre dice que la familia es lo más importante.

—Lo es.

—Pero a veces siento que nuestra familia está llena de enemigos.

Visenya suspiró.

—Lo sé, Jace. Pero quizás todavía podamos cambiarlo.

El príncipe Velaryon la miró con atención.

—¿Y si no podemos?

Visenya le sonrió melancólicamente, apartando la mirada.

—Entonces, al menos lo habremos intentado.

Jacaerys asintió lentamente.

—Mañana hablaré con Aemond.

Visenya extendió la mano y apretó la suya con suavidad.

—Estoy orgullosa de ti, Jace.

El joven príncipe sonrió con timidez, pero con un nuevo brillo de determinación en los ojos.

Desde una de las ventanas del castillo, Aemond observaba la escena en silencio, con la mirada puesta en su hermana menor.

Si no fuera porque la quería, hubiera salido corriendo a contárselo a su madre, aunque fuera solo para alejar al bastardo de su hermanita.




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Jace y Nia son mi debilidad.

Si les gustó pueden dejar su voto o algún comentario para que más personas conozcan el fanfic y yo sepa que les está gustando, se los agradecería bastante <3

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