29
Ji-hyo sorbió su nariz mientras estrechaba la mano de su madre, una semana después del accidente. Nam-joon les había informado a sus hijos sobre lo ocurrido con mucha cautela y los consoló y logró tranquilizarlos una parte, hasta que ellos por su propia cuenta pudieron comprobarlo.
Había sido difícil que Chae-won pudiese ver a su madre, pues era muy pequeña aún como para ingresar a aquella sección del hospital donde los pacientes más graves estaban, sin embargo; Nam-joon se las había arreglado para lograr infiltrarla y que Eun-ji pudiese verla.
Aquel día fue tan emotivo para todos, que él volvió a llorar como un niño, mientras sentía como su corazón se retorcía en su pecho al ver a sus hijos junto con su madre llorar abrazados.
—Mamá, ¿cuándo saldrás de aquí? —preguntó la mayor, quién iba recurrente a ver a su madre. Sus hermanos, por otra parte, se quedaban en casa de sus abuelos al cuidado de ellos.
—Hoy tendrá el último control y podrá irse con nosotros —mencionó Nam, mientras acariciaba la cabeza de su hija antes de besarle la mejilla.
Eun-ji por su parte, estaba absorta de aquello mientras miraba fijamente a través de la ventana frente a ella. ¿Por qué si el día se veía tan hermoso y radiante, ella solo lograba verlo gris y opaco?, ¿volvería a disfrutar de aquella hermosa vista otra vez?. Parecía algo patético pero no podía evitar sentirse así, la depresión que comenzaba a acompañarla cada día era cada vez más fuerte e inevitable.
Suspiró mientras parpadeaba alejando las pequeñas lágrimas que comenzaban a acumularse en sus ojos, miró a Ji-hyo e intentó sonreír para transmitirle calma pero todo lo que logró fue una mueca torcida.
—Nena, ¿me dejas hablar un momento a solas con papá? —preguntó, mientras le acariciaba la mejilla.
—Si. Iré con la abuela a comprar algo para comer, ¿quieres algo? —la miró fijamente, pero su madré negó.
La niña besó la mejilla de su madre a modo de despedida y su padre le dio una leve palmada en su cabeza observando como se marchaba.
Tomó asiento al lado de la cama mientras apagaba la televisión donde transmitían una serie que nadie estaba mirando realmente y centró su mirada en ella.
Tenía pequeñas circunferencias moradas debajo de sus ojos debido a las malas noches que tenía donde sufría de pesadillas, en su rostro aún quedaban algunos pequeños golpes que en unos días se irían y el cabestrillo azul y negro mantenía su brazo en una posición más cómoda donde ella podía moverse con mayor facilidad.
—Nam, ¿sabes si Seok-jin sacó las cosas? —preguntó mientras se sentaba en la cama con la ayuda de él.
—En la mañana me dijo que sí, que ya estaba todo listo... —respondió y luego dejó escapar un suspiro—... es muy admirable de tu parte que dones las cosas del bebé a un hogar de niños, pero, ¿estás segura de que no quieres conservar nada?
El labio de Eun-ji tembló y sus ojos nuevamente se llenaron de lágrimas—¿Por qué debería?, ¿acaso conservar esas cosas traerían de vuelta a mi bebé? —suspiró dejando caer las primeras lágrimas—. Ver sus cosas en casa cada día solo me dolerá más, Nam-joon... ni siquiera, ni siquiera pude despedirme de mi bebé... —finalizó con la voz quebrada, mientras nuevos sollozos se escapaban de entre sus labios.
Nam se colocó de pie y la abrazó mientras le daba suaves caricias en su espalda para tranquilizarla, no le pediría que dejara de llorar, pues sabía que la única manera que tenía en ese momento Eun-ji de sanar, era depurar sus penas a través de las lágrimas.
Deseó con todo su corazón, que aquella mujer de la que se había enamorado, no tardara mucho en regresar porque la que tenía entre sus brazos, solo era una triste mujer convertida en trozos de cristal imposible de recuperar.
Casi sobre el final del día, el médico le dio finalmente el alta citando un próximo encuentro dentro de algunas semanas. Eun-ji, con la ayuda de Hyori se vistió con unos pantalones con puño de color gris, una camiseta blanca y un abrigo amplio de a cuadros blanco y negro de polar.
Con su ayuda, caminó lentamente hacia afuera, donde Jin la esperaba listo para llevarla a casa. Nam-joon había acordado quedarse con sus hijos mientras le daban espacio a la pareja para que pudiesen hablar con mayor calma y superar la pérdida juntos, pues en ningún momento habían hablado de ello y casi ni se miraban.
Al llegar a casa, Seok-jin estacionó el auto y apagó el motor dejando escapar un suspiro antes de bajarse y abrirle la puerta a su novia para ayudarle a bajar. Con cuidado, la guió hacia la entrada, le ayudó a quitar sus zapatos y cuando intentó abrir la boca para pronunciar algo, ninguna palabra salió. En silencio, observó como Eun-ji se dirigía hacia la habitación como si se tratara de un robot que funcionaba en automático, en su rostro no había expresión alguna más que de cansancio y aflicción.
Jin rascó su nuca sin saber muy bien que hacer y finalmente se introdujo en la cocina, comenzando a preparar la cena.
Sirvió un poco de Kimbap en un plato, junto con algunas porciones de Mandu. Con todo y un poco más, lo colocó en una bandeja para llevárselo a su novia, algo indeciso, golpeó la puerta de la habitación esperando a que ella respondiera pero en ningún momento oyó su voz.
Abrió de todas formas algo preocupado y se la encontró sentada sobre la cama, con la vista clavada en un punto fijo frente a ella. Ingresó con cautela mientras dejaba la bandeja sobre la mesa de luz y antes de que pudiera soltarla, su voz llenó la habitación.
—Seok-jin, tú... ¿tú pudiste verlo? —preguntó en un susurro. Sus ojos desorbitantes le causaban inquietud a él.
Afirmó con un breve sonido proviniente de su garganta y retrocedió algunos pocos pasos—Tenía una nariz pequeña como la que tienes y sus pestañas eran increíblemente largas. Hubiese sido un niño realmente hermoso, sus labios eran finos y sus dedos muy pequeños... —lo describió con cierto dolor, mientras suspiraba.
—Jin, quiero que me lleves a verlo... —murmuró, casi al mismo tiempo que tragaba con dificultad tratando de contener las lágrimas.
—Eun-ji, no creo que....
—¡Llévame a verlo! —gritó con histeria, mientras se colocaba de pie y lo empujaba de lado tomando la bandeja y tirando esta al suelo.
Todo el contenido de los platos, que se rompieron ante el impacto, se volcó en el suelo ensuciando la mayor parte de este. Eun-ji caminó descalza sin importarle si se lastimaba un pie con los fragmentos rotos de la cerámica blanca y lo tomó por la camisa con su mano sana, sacudiéndolo de un lado a otro como si se tratara de un salero.
—¡Ya basta, Eun-ji! —gritó él, mientras tomaba su mano para soltarse de su agarre. Una gruesa vena sobresalía en su cuello mientras sus ojos parecían querer saltar de sus cuencas, sus fosas nasales estaban más expandidas de lo normal y su rostro comenzaba a ponerse rojo—. ¿¡Te crees que eres la única que sufre!?, ¡pues yo también perdí a mi hijo, maldición!
El silencio inundó la habitación interrumpido únicamente por las respiraciones aceleradas de ambos, el enojo remolineaba en el aire pero nadie era capaz de decir alguna otra cosa. Eun-ji sabía que él tenía razón y estaba comportándose egoísta, no era la única que había perdido a alguien.
Seok-jin tomó su chaqueta con enojo y se marchó de allí dándole un fuerte golpe a la puerta, para segundos más tarde, cerrar fuertemente también la puerta de la entrada. Estaba tratando de ser amable, ¿por qué ella tenía que reaccionar así con él?. La situación lo estaba superando, realmente no sabía que hacer y el hecho de que la culpa lo estaba comiendo vivo, estaba bloqueando su razonamiento y el resto de sus sentidos.
Eun-ji apretó el puño de su mano antes de frotar su frente con frustración, jaló brevemente de su cabello y se inclinó para recoger todo lo que había tirado. Se tragó sus lágrimas sintiéndose incapaz de seguir llorando, pues sus ojos permanecían hinchados y la cabeza le dolía horrores, como si tuviese un taladro perforando su cráneo.
Dejó la bandeja en el fregadero y los vidrios rotos en la basura, apoyó ambas manos sobre la mesada y suspiró antes de dirigirse a la salida, tomar uno de sus abrigos que colgaba detrás de la puerta y sus llaves de casa y del auto.
Aquel lugar que antes se veía pequeño para toda su familia, ahora le resultaba demasiado enorme al estar allí sola. Trató de manejar, pero sus manos temblaron al volante y se bajó decepcionada para ir en busca de un taxi. A los varios minutos después, se subió a uno y le indicó la dirección a la que deseaba ir.
Más de media hora más tarde, finalmente había llegado a su destino, le pagó al chofer y se bajó rápidamente, caminando un poco tambaleante hacia la entrada de aquel lugar.
Elevó su mano sana y tocó el timbre insistente, para luego ser atendida por una mujer de cabellos obscuros y pequeños ojos negros.
—Lo siento por venir a esta hora, soy la madre de los niños... —murmuró formando un puño con su mano, sus uñas se clavaban en la palma de su mano.
—¿Eun-ji? —escuchó una voz detrás de aquella mujer, era una voz varonil lo suficientemente firme y demandante como para hacerla sobresaltar—, no te quedes ahí afuera. Déjala pasar —le indicó a la joven mujer, mientras esta se hacia a un lado rápidamente.
—Gracias... —susurró inclinándose brevemente—... gracias por recibirme, señor Kim y lamento que sea a estas horas tan altas de la noche.
—No te preocupes, ven... —le indicó el camino—... mi esposa estaba preparando café para todos, Nam-joon está aquí también —sonrió pero casi al instante su semblante volvió a ser el mismo de siempre.
El señor Kim era un blandito de corazón pero siempre le gustaba guardar apariencias frente a los demás, salvo por la señora Kim, con ella no podía evitarlo. Tenía una manera particular de demostrar su afecto, mayormente lo hacia a través de terceros donde él podía permanecer como un observador y sentirse satisfecho al permanecer lejos de lo público.
Eun-ji saludó a todos con timidez, si bien las cosas con los señores Kim estaban resueltas, aún le costaba adaptarse al buen recibimiento de ellos.
La señora Kim la recibió con su característica sonrisa e inmediatamente se colocó de pie para darle un abrazo, en ese momento, Eun-ji no pudo evitar sentirse como una niña pequeña y es que el abrazo de la señora Kim era tan maternal que no quería irse de allí.
—Tranquila, querida... —murmuró en su oído—... ahora estamos aquí para tí. Llora todo lo que quieras y grita o patalea, no importa lo que te digan, nadie entiende el dolor de una madre —acarició su cabello, mientras la sentía aferrarse a ella—. Estás en tu derecho tanto como quieras.
El señor Kim suspiró y dejando de lado su máscara de un hombre frío como un témpano de hielo, se acercó para abrazarla también y besó su cabeza, acariciando su cabellera rojiza mientras también la consolaba.
El corazón de Eun-ji se encogió en su pecho al sentirse tan pequeña entre aquel abrazo que ambos le daban. Jamás se imaginó que estaría en un momento así con ellos y en su interior se los agradeció, pues extrañaba aquella sensación de tener unos padres que la consolaran cuando se sentía triste y con el corazón roto.
Al poco tiempo, se separaron y Nam tomó de la mano a su ex-esposa para guiarla escaleras arriba, donde la guió por el pasillo hasta llegar a la habitación donde estaban los niños. Sabía de sobra que no estaba allí por los señores Kim o por él, sino que trataba de buscar consuelo y fortaleza entre los abrazos de sus hijos.
—¡Mami! —exclamó Chae, en cuanto sus ojos la visualizaron.
Inmediatamente, corrió hacia ella abrazando sus piernas, justo antes de que su madre la tomara en brazos y la estrechara en un abrazo.
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