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CAPÍTULO 1.

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Limpiar las habitaciones, cocinar, planchar la ropa y otras tantas cosas más, eran parte del trabajo diario que ella debería comenzar a hacer en cuanto pusiera un pie en aquella mansión llena de extraños.

De solo pensarlo le daba migraña, no entendía cómo su tía, siendo la mayor de tres hermanos y que todos poseían un importante capital, se empeñaba en trabajar en el servicio de limpieza de la mansión de una familia de un excelentísimo nivel social.

Comenzó a rezongar nuevamente cuando su tía ingresó en su habitación para cerciorarse de que estuviese cumpliendo con su única tarea: preparar una valija.

Sí, ella tomaría el lugar de su tía por los próximos meses dado que se había fracturado el brazo derecho y no podría asistir a la mansión, no porque no quisiera, sino porque la familia para la cual trabajaba le había ordenado que no se atreviera a pisar tan siquiera la entrada porque estaría despedida. No eran malos con ella, solo estaban preocupados de que la testaruda mujer ignorara sus cuidados y se esforzara sin darle tiempo de sanar a la operación.

Y bueno, su tía le había hecho un escándalo mientras le rogaba para que la reemplazara porque ya les había hecho una promesa a los Wang, de que su adorada sobrina, iría en su lugar.

—Ah, querida sobrina, no puedo evitar creer que estás enojada —comentó su tía, mientras tomaba asiento sobre la cama de la joven mujer y fingía quitar una pelusa imaginaria de su bufanda de seda de color púrpura.

—¿Enserio, tía? —preguntó con sarcasmo la joven y luego viró los ojos—. No estoy molesta por hacerte este favor, estoy molesta porque te excediste esta vez... ¿por qué tienes que hacer esto?, tienes el dinero suficiente como para vivir tranquilamente sin trabajar.

—Bueno, querida sobrina, si hiciera eso estaría tan aburrida que definitivamente me tendrías todo el día revoloteando a tu alrededor —respondió sonriendo, mientras se dejaba caer de espaldas sobre la cama.

Su sobrina la miró fijamente—No puede ser posible, ¿todavía puedes ser más fastidiosa? —preguntó sorprendida—, ¡woah, tía Ying!

—Oye mocosa, ¿cómo que más fastidiosa? —inquirió mientras se ponía de pie y golpeaba su brazo reiteradas veces pero sin hacerle daño—. Deberías agradecer que te daré esta oportunidad —suspiró perdida en sus pensamientos—, luego no querrás irte. Ya lo verás —dijo con seguridad.

Su sobrina la observó sin entenderla y le restó importancia arrojando dentro de su valija algunas blusas para luego cerrar la misma y bajarla de la cama, dejándola a un costado.

Maldijo el momento en el que a su tía se le había ocurrido trabajar como empleada de servicio para una familia que no tenía ni dos tercios del dinero que ella poseía, y tampoco entendía porqué fingía provenir de una familia humilde. Aunque esto último sólo fuera posible dado a que la mayor de los Liu permanecía en anonimato, tarde o temprano la verdad saldría a la luz y la más joven no quería tener problemas.

Ying se marchó de allí para dejar descansar a su sobrina, realmente lo necesitaría porque tendría un trabajo agotador por los próximos meses.

Su sobrina Esther, como había decidido llamarse en cuanto se fue al extranjero, era muy buena en muchos aspectos y sabía muy bien arreglárselas por sí misma. Desde que era pequeña, le había enseñado todo lo que sabía y ella aprendía tan rápido que nunca dejaba de sorprenderla.

Inevitablemente suspiró luego de cerrar la puerta de madera detrás de ella, Esther era un rayo de sol y estaba segura de que a donde la enviaría, llevaría paz y alegría, que era exactamente lo que aquella familia estaba necesitando en unos momentos difíciles que les estaba tocando atravesar.

Esther se dejó caer sobre su cama mientras llevaba una de sus manos a su vientre y acariciaba el mismo, se sentía más que satisfecha por haber devorado el festín que su tía había preparado hace algunas pocas horas atrás para recibirla luego de una tarde agotadora en su trabajo. Vaya que Ying era realmente buena cocinando, quizás ese talento que tenía para lo mismo, había sido heredado porque no solo cocinando, su tía tenía increíbles habilidades en todo lo que se propusiera hacer e incluso cuando era algo que odiaba, tenía esa característica de sonreír y hacerlo con entusiasmo. Eso la preocupó un poco, ¿qué tal si no era buena en alguna cosa que le pidieran, y debido a un descuido de su parte, terminarían por despedirla y a su tía también?, era un verdadero compromiso el que recaía sobre sus hombros, no quería dejar a su tía en una mala posición.

Sentía que cargaba con una mochila llena de rocas. Extremadamente pesada.

Sin darle más vueltas al asunto, se quedó dormida.

Por la mañana siguiente alrededor de las seis de la mañana, la alarma de su celular la despertó y estirándose como un gato, hizo sonar algunos de sus huesos, sintiendo como sus músculos se estiraban y vibraban, y soltó un suspiro mientras se debatía en mandarlo todo por un caño o levantarse y comenzar a prepararse para lo que era su nuevo inicio con un par de extraños.

Los ruidos que su tía hacía en la otra habitación no la dejaron seguir durmiendo, se levantó con prisas de la cama y corrió en dirección a la cocina, donde en la gran isla se encontraba su tía tratando de picar algunas verduras con una de sus manos.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó atónita, mientras observaba el desastre a su alrededor.

Había pedacitos de verduras en varias partes del suelo y lo que llamó su atención, fueron las ollas que estaban tiradas a un costado, las cuales fueron la razón que la habían hecho salir corriendo de su cuarto.

Miró a su tía una vez más, de haber sabido que cuando preparó el festín para ella había ocasionado el mismo desastre que en ese momento en la cocina, jamás la hubiese dejado poner un dedo en la cocina.

Enrolló las mangas de su sudadera y comenzó a recoger los trozos de verduras del suelo y los arrojó a un cesto de basura, para después tomar a su tía por los hombros y sentarla en uno de los taburetes de la isla.

—Sólo quería prepararte algo de comer para que comiences tu día con el estómago lleno —comentó su tía con una mirada triste-, ya sabes lo que dicen, ¡una mujer con el estómago lleno siempre estará contenta! —sonrió.

—¿De dónde sacaste eso? —preguntó su sobrina mientras reía y comenzaba a preparar un desayuno para ambas.

Su tía elevó sus hombros y los dejó caer de pronto mientras miraba las habilidosas manos de su sobrina al picar las verduras que usaría para hacer una tortilla de huevo.

A Esther, a pesar de que era muy habilidosa a la hora de cocinar manipulando los utensilios con tanto profesionalismo, y que aparte trabajaba en la cocina, no le gustaba hacerlo. Decía que cada platillo que preparaba meticulosamente llevaba mucho esfuerzo que nadie se tomaba el tiempo de apreciar porque acababan por devorarse todo rápidamente.

A veces se quemaba los brazos o se llevaba algún que otro corte, en ocasiones había recibido críticas muy duras y muchas otras veces su trabajo había sido estropeado por sus compañeros de cocina que se equivocaban en algún ingrediente; nadie le había dicho que estar en el lugar donde ocurre la magia de un restaurante iba a ser tan estresante, pero de todas formas, no lo cambiaría por nada en el mundo.

Poco después de algunos minutos, la señora Ying miró cada platillo que su sobrina dejaba frente a ella con una presentación meticulosa y un aspecto realmente delicioso. Había una ensalada de mariscos picante, arroz con brotes de soja, pescado guisado picante, sopa fría de pepino y kimchi en tiras de rábanos con una tortilla de huevos y verduras.

Sintiendo como la saliva comenzaba a llenar el interior de su boca con deseo de saborear el desayuno, tragó rápidamente e hincó el palillo en una de las tortillas para comenzar a comer, inevitablemente dejó escapar un jadeo disfrutando la explosión de sabores, el dulce de la zanahoria y la suavidad del huevo, sumando los granitos de sal era una fiesta dentro de su boca.

—Haber pagado tus clases de cocina fue la mejor decisión que tomé en toda mi vida, sobrina... —murmuró con las mejillas llenas de comida.

Esther frotó sus manos debajo del agua, sintiendo la textura jabonosa del producto de limpieza que había aplicado para lavar los trastes sucios, sonrió de medio lado sin dejar de mirar sus manos y habló finalmente—Lo dices porque quieres que siga cocinando gratis para tí, pero recuerda que me iré cuando mejores y deberás pagarme cuando desees probar mi comida —se burló.

—Rayos sobrina, eres una oportunista incluso con tu propia tía —la miró sorprendida mientras dejaba a un lado la comida.

Esther se acercó a ella y besó su cabeza enseñándole una sonrisa, para después apartarse—Iré a cambiarme, te he dejado comida en la nevera para toda la semana. Te veré el fin de semana —dijo marchándose.

Escuchó a su espalda como su tía celebraba la noticia, sabía que su sobrina no hablaba enserio cuando le pedía pagar por las comidas que deseaba probar, elaboradas por ella. Por el contrario, cada vez que Ying visitaba el restaurante Cosmopolitan House, Esther se aseguraba de hacerle llegar los mejores platillos que el restaurante podía ofrecer y completamente gratis.

Luego de ducharse, Esther comenzó a vestirse colocándose unos jeans negros, una blusa de mangas largas del mismo color y sobre ella, una camiseta de cuello redondo con el dibujo de la cabeza de un chita con un fondo de un círculo anaranjado con puntas.

Su tía la observó en silencio cuando ella apareció nuevamente en la cocina y una vez que su tía aprobó su atuendo, sin evitar hacer comentarios respecto a que lucía como si fuese a un funeral e intercambiar bromas al respecto, la joven tomó su valija y con su cartera sobre el hombro, se dirigió a la salida y se subió a un taxi que la llevaría a su destino.

Con más de una hora de viaje, finalmente podía ver como poco a poco, las calles eran más anchas y tranquilas, las casas pequeñas y grandes edificios habían comenzado a desaparecer y eran reemplazados por grandes mansiones; cada una de ellas era muy diferente de la otra, algunas eran de tres pisos, otras tenían grandes y frondosos árboles, rejas negras, rejas blancas con iniciales de la familia... de por sí, el hecho de que tuviesen tanto espacio era un lujo y entonces Esther se preguntó a sí misma, cuál de todas aquellas sería a la que debía ir y finalmente, el taxista comenzó a mermar la velocidad cuando unas paredes blancas diferente a las demás, aparecieron en su camino y una reja negra que permanecía abierta le hacía creer que la estaban esperando.

Al bajarse, comenzó a caminar lentamente hacia el interior, su valija rebotaba y las ruedas ejercían un ruido tan molesto al pasar los adoquines que terminó por elevar la valija y cargarla con un poco de esfuerzo, no quería ser tan escandalosa. De haber sido por ella, habría llevado sus pertenencias en un bolso de esos grandes que solían tener algunos deportistas como los boxeadores, pero su tía se había empeñado en decirle que la valija la haría ver mucho más acorde.

Frente a ella había una gran estructura donde habían dos edificios cuadrados con tejado negro y en punta frente a otros dos de igual proporción y aspecto, todos con tres ventanas largas en cada uno en la parte de arriba y pequeños balcones individuales, pero también habían un gran ventanal a cada lado de la planta baja. Salvo por la estructura principal, donde los dos edificios delanteros se unían en un amplio balcón que estaba decorado con un par de árboles pequeños. Debajo de este, se encontraban dos puertas metálicas de gran medida donde se suponía que estaba el garaje, y fuera de él había una camioneta negra de carísimo valor con las siglas "Z&W", y un auto deportivo de color rojo escarlata.

Algo dudosa miró la entrada intentando adivinar por dónde debía ingresar o al menos golpear para que fuese atendida, después de todo, habían dos entradas a la mansión y no estaba segura del por qué.

Un hombre que vestía un jardinero de jean verde y unas botas de hule color negras, debajo de eso, llevaba una camisa de tres botones de color marrón y un par de guantes blancos, se aproximó a ella rápidamente.

—Disculpe, señorita, ¿usted es la sobrina de la señora Ying? —preguntó con una sonrisa bastante amigable.

Ella asintió—Mi nombre es Esther... —se presentó haciendo una breve reverencia, no olvidando las costumbres de aquel país.

El hombre asintió conforme—Eres tan hermosa como tu tía Ying —suspiró y la joven reprimió una risa, ya tendría tiempo de preguntarle a su tía sobre el agradable jardinero—. Puedes decirme Taiji, soy el jardinero de la familia Wang.

—¡Ah, de acuerdo! —hizo una corta reverencia— ¿Usted podría decirme por dónde ingresar? —preguntó mientras miraba con el ceño fruncido las puertas exactamente iguales y formaba un puchero en sus labios.

El hombre sonrió y se encogió de hombros—Eres realmente adorable, serías perfecta para mi hijo —susurró y cuando la chica se dio la vuelta para verlo al no obtener respuesta, este fingió podar uno de los arbustos al borde del camino adoquinado—... ¡Es esa! —apuntó hacia la izquierda.

Esther asintió y nuevamente se despidió con una reverencia, comenzando a adentrarse en aquel lugar.

Se debatió internamente si debía golpear al no encontrar un timbre pero al mismo tiempo que estaba a punto de golpear el material duro y amaderado, se detuvo cuando esta se abrió lentamente. Lo primero que pensó fue en una de esas viejas escenas de películas de terror y sus pies se quedaron estancados en la entrada como si los hubieran atornillado allí mismo, luego se reprochó a sí misma el hecho de lo patética que era al tener miedo por algo tan banal como una puerta que posiblemente, alguien se había olvidado de cerrar.

Con una pizca de valentía, se obligó a sí misma a adentrarse y a permanecer de pie dentro del pequeño recoveco previo al ingreso de la mansión, donde en un mueble a su derecha había tres pares de zapatos, dos de cuero que pertenecían a un par de hombres y unos zapatos de tacón que había visto en alguna tienda departamental de esas donde solo las personas adineradas podían ir.

Quitó sus zapatillas bajas y se colocó unas pantuflas que permanecían sin uso y cuando agarró con firmeza su valija una vez más, una mujer de unos cuarenta años se aproximaba rápidamente hacia ella con los ojos saltones y una mirada horrorizada.

—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó la mujer, mientras le impedía el paso.

Esther hizo una breve reverencia sin perder los modales y la miró sin expresión alguna—Mi nombre es Esther, soy la sobrina de la señora Ying —se presentó.

La mujer hizo una mueca y mirando en diferentes direcciones algo asustada, la tomó por el brazo y le indicó a la más joven que dejara las pantuflas allí y tomara sus zapatillas.

—¡Esta es la entrada de los señores y sus visitas, el servicio ingresa por la otra puerta! —susurró entre dientes.

Esther se sintió cohibida mientras era apartada de aquel lugar con breves empujones nerviosos de aquella mujer que miraba horrorizada a su alrededor, con un poco de alerta, como si estuviera encubriendo un crimen.

Entre tropezones, finalmente habían ingresado por otra puerta donde un corto pasillo la llevaba hasta una sala de descanso con un juego de sillones en forma de "C" y una pequeña mesa ratonera en frente. Allí adentro no había nadie, todo lo que se podían escuchar eran los quejidos y el traqueteo de lo que parecían ser unos carros que transportaban utensilios.

La más joven miró nuevamente a la mujer que tenía frente a ella que hablaba a través de un pequeño aparato de comunicación como un auricular, dentro de su oído pero del que salía un cable fino hasta que se conectaba a un pequeño aparato enganchado en su cintura.

—Escúchame, ¿creés que puedas ayudar en la cocina? —preguntó la mujer, mirándola directamente, mientras las facciones de su rostro se contraian en una mirada filosa.

—Eh, s-sí... —asintió Esther, mientras apretaba con fuerza la manija de su valija—... pero, ¿qué se supone que deba...

—Llegaste en el momento indicado. Esta tarde los señores tendrán una pequeña fiesta y necesitamos toda la ayuda posible —comentó—. No hay tiempo para que te coloques el uniforme... de todas formas no importa, estarás en la cocina y nadie te verá —habló entre dientes—. Luego podrás instalarte mejor, vamos.

Sin darle tiempo a decir algo, la tomó por los hombros y nuevamente la guió a través de un pasillo hasta que finalmente habían llegado a la cocina. Esther no se sintió sorprendida por lo que poseían, después de todo, no se comparaba a la cocina del restaurante donde pasaba la mayor parte del tiempo. Pero aún así, no pudo evitar elogiar la decoración a juego con los electrodomésticos de acero inoxidable; los pisos blancos de baldosas cuadradas grandes eran como cientos de espejos y las paredes blancas en contraste con los muebles grises, le daban un aire sofisticado y moderno al ambiente.

Esther se arremangó las mangas hasta los codos y se acercó hasta donde le habían indicado tras haber saludado a las pocas personas que habían reparado en su presencia, sin contar al chef que estaba tan enfrascado en una discusión con uno de sus ayudantes. Con algo de cautela, se aproximó a ambos cotilleando en aquel asunto y descubrió que todo se debía al sabor desabrido de un platillo que llevaba mariscos. Aprovechando su comportamiento atrevido en un lugar que era su área de mayor desarrollo, tomó unos frascos de especias leyendo las etiquetas y se atrevió a calentar un sartén mientras comenzaba a arrojar ingredientes de manera profesional.

—Oye, ¿qué crees que estás haciendo? —preguntó el chef principal, ella se encogió de hombros.

—Quedarse allí parados discutiendo y sin hacer nada, no va a resolver el problema —dijo con simpleza.

—¿Quién te dio permiso de entrar aquí? —volvió a inquirir, mientras la tomaba por la muñeca y la miraba furioso.

—Discúlpeme, chef —ella ladeó la cabeza—. Mi nombre es Esther y vine aquí para ayudar, asique si no quiere estropear otra tanda de camarones salteados en mantequilla, será mejor que me suelte... —respondió mientras abría sus ojos a tope, logrando intimidarlo y lograr su objetivo—. Gracias, ahora si me permite decirle algo, lo único que le faltaba a esos camarones, era un poco de anís estrellado para realzar el sabor natural.

El chef la miró intrigado y luego se atrevió a probar un camarón de los que se estaban acabando de cocinar y miró enfadado a su asistente—¡Eres un impertinente, mejor vete a lavar los trastes, y tú! —apuntó a la joven—, ¡ponte un delantal y comienza a emplatar esos camarones!

Esther sonrió de medio lado y asintió colocándose el delantal que le habían traído, y como toda una profesional, colgó sobre su hombro un paño blanco y con la sartén en la mano se acercó a los platos que previamente otros asistentes habían desplegado sobre lo largo y ancho de la isla de la cocina.

Pero mientras ella estaba tan concentrada en limpiar los bordes de la porcelana blanca, una mujer se aproximaba a paso firme para supervisar y agradecer a sus empleados por el arduo trabajo; solo que, al estar de pie bajo el marco de la puerta, sus pies dejaron de responderle y sus manos, que permanecían entrelazadas frente a ella, habían caído a los costados de su cuerpo, no logrando dar crédito a lo que sus ojos veían.

—¿Michelle? —preguntó en un susurro, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas—, ¡Michelle! —exclamó, logrando sobresaltar a todos, incluida Esther, quien la miraba confusa.

¿Quién era aquella mujer y por qué la miraba como si la conociera de toda la vida?

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