
Capítulo 7
Busan, septiembre de 1815
Querido J:
Puedes pensar que puesto que has regresado al colegio, he estado en un constante estado de ennui (aburrimiento), pero sería totalmente erróneo. La emoción es casi arrolladora.
Dos noches atrás, el toro se escapó de los pastizales de lord Bang, y él (el toro, no el vizconde) pasó un buen rato derribando cercas y haciendo amistad con el ganado de la zona, hasta que esta mañana fue capturado por el señor Jung.
Apuesto a que te gustaría estar en casa, ¿no?
Siempre: T
Seúl, septiembre de 1815
Querido T:
Te creí hasta la parte de Jung capturando a su tocayo. Ahora, estoy convencido de que simplemente tratas tentarme para regresar a casa con cuentos extravagantes de animales de labranza frustrados.
Sin embargo, mentiría si te dijera que no está funcionando. Ojalá hubiera estado allí para ver la cara de Bang. Y la sonrisa en la tuya.
PD: estoy feliz de ver que tu instructora te está enseñando algo. Très bon.
J...
1831
Apenas había amanecido cuando Jeon se detuvo del lado de afuera de la puerta donde había dejado a Taehyung la noche anterior, el frío y sus pensamientos aunaron fuerzas para evitarle el descanso.
Había caminado de arriba abajo por la casa, perseguido por los recuerdos de las habitaciones vacías, esperando que saliera el sol el día en que vería su propiedad restituida a su justo y apropiado dueño.
Jungkook no dudaba que el marqués de Kim renunciaría a sus antiguas tierras. El hombre no era ningún tonto. Tenía tres hijos solteros, y el hecho que el mayor hubiera pasado la noche con un hombre en una casa abandonada... con Jeon en una casa abandonada, no harían deseable al resto de los donceles Kim solteros para potenciales pretendientes.
La solución era el matrimonio.
Uno rápido.
Y con ese matrimonio, el traspaso de sus tierras.
Sus tierras y Taehyung.
Un hombre diferente sentiría remordimientos por el papel lamentable que el doncel se veía obligado a jugar en este juego, pero Jungkook era sensato. Ciertamente, él estaba usando al rubio, pero ¿no era así como los matrimonios funcionaban? ¿No eran todas las relaciones matrimoniales urdidas con esa misma premisa de beneficio mutuo?
Kim tendría acceso a su dinero, a sus libertades y a cualquier otra cosa que deseara.
Jeon ganaría las extensas tierras.
Eso era todo. No eran los primeros en casarse por la tierra, ni serían los últimos. Era una oferta extraordinaria la que le había hecho. Jungkook era rico, estaba bien relacionado y le ofrecía la oportunidad de cambiar su futuro de solterón por uno de Marqués. Taehyung podría tener cualquier cosa que quisiera. Él se lo daría con placer.
Después de todo, Kim le daba lo único que alguna vez había querido de verdad.
No del todo. Nadie daba nada a Jeon Jungkook. Él lo tomaba.
Le tomaba.
Una visión destelló, grandes ojos castaños abiertos de par en par en un rostro hermoso, el placer y algo más ardiendo allí. Algo muy cercano a la emoción. Muy cercano al afecto.
Esa era la razón por la que lo había dejado, de manera estratégica. Fríamente. Calculadoramente.
Para demostrar que el matrimonio sería solo un acuerdo de negocios.
No porque no hubiera querido quedarse.
Porque quitar la boca y las manos del joven había sido una de las cosas más difíciles que alguna vez hubiera hecho. No porque hubiera estado tentado a hacer justo lo contrario, hundirse y deleitarse en Kim, suave y dulce donde los donceles estaban destinados a serlo. No porque esos suspiritos que venían de la parte posterior de su garganta mientras lo besaba fueran la cosa más erótica que alguna vez hubiera oído, o que Kim Taehyung supiera a inocencia.
Se obligó a alejarse de la puerta, no había ningún motivo para golpear. Él estaría de regreso antes de que el rubio se despertara, listo para llevarlo al vicario más próximo, presentar la licencia especial por la que había pagado una generosa suma, y casarse con él.
Luego volverían a Seúl y vivirían sus vidas separados.
Respiró hondo, disfrutando del pinchazo del límpido aire matutino en sus pulmones, satisfecho con su plan.
Fue entonces cuando Taehyung gritó, el sonido que detenía el corazón acentuado con el sonido del cristal roto.
Jungkook respondió por instinto, abrió la puerta y estuvo a punto de arrancar los goznes al hacerlo. Se paró en seco en el umbral de la habitación, con el corazón palpitante.
Taehyung estaba ileso junto a la ventana rota, la espalda contra la pared, descalzo, envuelto en su abrigo, el cual colgaba abierto para revelar la camisa arruinada y dejar al descubierto una extensión de piel color melocotón.
Durante un momento fugaz, Jungkook fue atrapado por esa piel, por el lugar donde un precioso pezón rosado estaba tenso y orgulloso en el cuarto frío.
A Jungkook se le secó la boca, y se obligó a volver la mirada hacia su rostro, donde sus ojos abiertos de par en par parpadeaban en estado de shock e incredulidad mientras clavaba la mirada en la gran ventana de cristal junto a él, ahora sin una hoja de vidrio, destrozada por...
Una bala.
Jeon atravesó la diminuta habitación en segundos, escudándolo con su cuerpo y empujándolo hacia el vestíbulo más allá.
—Quédate aquí.
Taehyung asintió con la cabeza, la conmoción haciéndolo más encantador de lo que él había esperado. Regresó a la habitación y a la ventana, pero antes de que pudiera evaluar los daños, un segundo disparo hizo pedazos otra hoja de vidrio, errando a Jungkook por una distancia con la que no estaba del todo cómodo.
¿Qué diablos?
Maldijo una vez con dureza y se presionó contra la pared del cuarto, junto a la ventana.
Alguien le estaba disparando.
La pregunta era, ¿quién?
—Ten cuidado...
Taehyung se asomó en la habitación y Jungkook ya se estaba moviendo hacia él, fulminándolao con una mirada que habría enviado al peor de los marginales de Seúl en retirada.
—Fuera de aquí.
Taehyung no se movió.
—No es seguro para ti que te quedes allí dentro. Podrías ser... —Otro disparo sonó desde el exterior, interrumpiendo al rubio, y Jungkook saltó a por él, rezando para poder alcanzarlo antes que una bala lo hiciera. Se dio prisa en hacerle retroceder hacia la puerta, hasta que ambos estuvieron afuera y presionados contra la pared opuesta.
Se quedaron inmóviles durante un largo minuto antes de que Taehyung continuara, las palabras amortiguadas por su corpulencia.
—¡Podrías ser herido!
¿Estaba loco?
El Marqués lo agarró de los hombros sin importarle que su temperamento, en circunstancias habituales completamente contenido, comenzara a deshilacharse.
—¡Doncel idiota! ¿Qué te dije? —Esperó a que Taehyung respondiera la pregunta. Cuando no lo hizo no pudo evitarlo. Sacudiéndolo una vez de los hombros, repitió—: ¿Qué te dije?
Kim abrió los ojos de par en par.
Bien. Taehyung debería temerle.
—Contéstame, Kim. —Él escuchó el gruñido en su voz. No le importó.
—Tú. —Las palabras quedaron atrapadas en la garganta del más bajo—. Tú dijiste que debería quedarme aquí.
—¿Y por alguna razón eres incapaz de entender una orden tan simple?
Taehyung entrecerró los ojos.
—No.
Lo había insultado. Una vez más, no le importó.
—Quédate por el puto infierno aquí. —Jungkook ignoró su respingo y regresó al cuarto, avanzando lentamente hacia la ventana.
Estaba a punto de arriesgarse a mirar hacia afuera en el terreno para intentar un vistazo del presunto asesino, cuando las palabras subieron flotando desde abajo.
—¿Te rindes?
¿Rendirse?
Tal vez Taehyung había estado en lo cierto. Tal vez había piratas en Busan.
Jungkook no había tenido mucho tiempo para considerar la cuestión cuando Taehyung gritó desde el corredor, volvió a entrar corriendo a la habitación, aferrando el abrigo en torno a sí mismo y dirigiéndose directamente hacia la ventana.
—¡Oh, por amor de Dios!
—Detente. —Jungkook se abalanzó para bloquear su avance, atrapándolo por la cintura y jalándole hacia atrás—. Si consigues llegar a algún lado cerca de la ventana, te azotaré. ¿Me oyes?
—Pero...
—No.
—Es...
—No.
—¡Es mi padre!
Las palabras lo atravesaron como un rayo, permaneciendo confusas por más tiempo del que le importaría admitir.
Taehyung no podía estar en lo cierto.
—¡He venido a por mi hijo, canalla! ¡Y me iré con él!
—¿Cómo supo la habitación a la cual disparar?
—Yo... yo estaba de pie junto a la ventana. Debe haber visto el movimiento.
Otra bala envió vidrio astillado por la habitación y Jungkook se apretó más cerca de él, escudándolo con su cuerpo.
—¿Crees que es consciente de que podría dispararte?
—No parece habérsele ocurrido.
El Marqués volvió a maldecir.
—Merece ser golpeado en la cabeza con su rifle.
—Pienso que podría estar sobrecogido por el hecho que ha dado en el blanco. Tres veces.
Por supuesto, considerando que el blanco era una casa, habría sido algo sorprendente si no le hubiera atinado.
¿Estaba divertido?
No podía estarlo. Sonó otro disparo y Jungkook sintió romperse la última hebra de su temperamento. Caminó con paso airado hacia la ventana, sin importarle que pudiera recibir un disparo en el proceso.
—¡Maldita sea, Min Seok ! ¡Podría matarlo!
El marqués de Kim no levantó la vista de donde estaba apuntando un segundo rifle, un lacayo cerca de él volvía a cargar el primero.
—También podría matarle a usted. ¡Me gustan mis probabilidades!
Taehyung se acercó por detrás.
—Si te sirve de consuelo, sinceramente dudo que te pudiera matar. Es un tirador terrible.
Jungkook lo miró a los ojos.
—Apártate de esta ventana. Ahora mismo.
Milagro de los milagros, lo hizo.
—Debería haber sabido que vendrías por él, rufián. Debería haber sabido que harías algo digno de tu apestosa reputación.
Jeon se obligó a permanecer tranquilo.
—Vamos, Min Seok ¿es ese modo de hablar a su futuro yerno?
—¡Sobre mi cadáver! —La furia hizo chasquear la voz del otro hombre.
—Se puede arreglar —gritó Jungkook.
—Envía al muchacho aquí abajo. De inmediato. No se casará contigo.
—Después de anoche, seguro que lo hará, Min Seok.
El rifle se amartilló desde abajo, y Jungkook se escabulló lejos de la ventana, volviendo a presionar a Taehyung en el rincón, mientras la bala atravesaba otra hoja de vidrio.
—¡Sinvergüenza!
Jeon quería insultar al marqués por la falta de cautela que mostraba por su hijo. En cambio, se volvió hacia la ventana, fingió un tono de desinterés absoluto y gritó:
—¡Yo lo encontré! ¡Me lo quedo!
Hubo una larga pausa, tan larga que Jungkook no pudo evitar levantar la cabeza en torno al marco de la ventana para ver si el marqués se había marchado.
No lo había hecho.
Una bala se alojó en la pared exterior, a varios centímetros de distancia de la cabeza de Jungkook.
—No vas a conseguir tus tierras, Jeon. ¡Tampoco a mi hijo!
—¡Bien, seré honesto, Min Seok! ¡Ya he tenido a su hijo!
Las palabras fueron interrumpidas por el bramido de Min Seok.
—¡Sinvergüenza!
Taehyung jadeó.
—Tú no acabas de decirle a mi padre que me has tenido.
El pelinegro debería haber visto este potencial resultado. Debería haber sabido que no iba a ser tan fácil. Toda la mañana había estado dando vueltas fuera de control, y a Jeon no le gustaba estar descontrolado. Respiró profunda y lentamente, tratando de tener paciencia.
—Taehyung, estamos encerrados dentro de una casa mientras tu iracundo padre dispara varios rifles contra mi cabeza. Debería pensar que me perdonarías por hacer lo que está en mis manos para asegurar que ambos sobrevivamos a este suceso.
—¿Y nuestras reputaciones? ¿Van a sobrevivir también?
—Mi reputación está más bien hecha mierda —dijo él, presionando la espalda contra la pared.
—Bueno, ¡la mía no lo está! —exclamó el doncel— ¿Has perdido el juicio? —Kim hizo una pausa—. Y tu lenguaje es atroz.
—Vas a tener que acostumbrarte a mi lenguaje, cariño. En cuanto al resto, cuando nos casemos tu reputación estará hecha mierda también. Tu padre bien lo puede saber ahora.
No pudo evitar volverse para quedar de cara al doncel, para observar el modo en que las palabras le afectaban, el modo en que la luz se apagaba de sus ojos, el modo en que se ponía rígido como si lo hubiera golpeado.
—Eres horrible —dijo, de manera sencilla. Con honestidad.
En ese momento, mientras lo miraba, toda tranquila acusación, Jungkook se odió lo suficiente por ambos. Pero era un maestro en ocultar sus emociones.
—Eso parece. —Las palabras eran frívolas. Forzadas.
Taehyung mostró su aversión.
—¿Por qué harías esto?
Había una única razón, solo una cosa que siempre había guiado sus acciones. Solo una cosa que lo había convertido en un hombre frío y calculador.
—¿Tanto significan tus tierras?
En el exterior se hizo silencio, y algo oscuro y desagradable se asentó en la boca del estómago de Jungkook, la sensación excesivamente familiar. Durante nueve años, él había tomado cada medida en función de recuperar su tierra. Restaurar su historia. Asegurar su futuro. Y no estaba dispuesto a detenerse ahora.
—Por supuesto que sí —dijo Kim con una risita de auto desvalorización—. Y soy un medio para conseguirla.
En las horas que habían pasado desde que tropezó accidentalmente con Taehyung en el lago, le había oído irritado, sorprendido, ofendido y apasionado, pero no lo había oído así.
No lo había oído resignado.
No le gustó.
Por primera vez en un largo tiempo... nueve años... Jeon sintió la necesidad urgente de disculparse con alguien al que había usado. Se fortaleció en contra de la inclinación.
Volvió la cabeza hacia Taehyung, no lo suficiente para mirarlo a los ojos, solo lo suficiente para observarle por el rabillo del ojo. Lo suficiente para ver su cabeza gacha, las manos sujetando el abrigo a su alrededor.
—Ven acá —dijo, y una pequeña parte de él se sorprendió cuando Taehyung lo hizo.
Kim cruzó el cuarto y Jungkook fue consumido por el sonido del rubio, el deslizamiento de sus ropas, el suave golpeteo del sonido de sus pasos, la forma en que respiraba en pequeñas bocanadas arrítmicas que marcaban su nerviosismo y expectativa.
Se detuvo detrás de él, revoloteando, mientras Jungkook desarrollaba los siguientes y escasos movimientos de este ajedrez en su mente. Se preguntó, fugazmente, si debería dejarlo ir.
No.
Lo hecho, hecho estaba.
—Cásate conmigo, Taehyung.
—Sabes que el solo hecho de que te expreses de tal guisa no me da una opción.
Jungkook quiso sonreír ante el modo irritado en que dijo las palabras, pero no lo hizo. Taehyung lo observó atentamente durante un buen rato y él, un hombre que había hecho una fortuna leyendo la verdad en los rostros de los que lo rodeaban, no podía decir lo que estaba pensando. Durante un largo rato creyó que Kim podría rechazarlo, y se preparó para su resistencia, haciendo una lista del número de clérigos que le debían a él y al The Angel lo suficiente como para casarlo con un novio renuente, preparándose para hacer lo que fuera necesario para asegurarse su mano.
Sería un delito más que añadir a su lista cada vez más larga.
—¿Vas a mantener tu palabra de anoche? Mis hermanos permanecerán al margen de este matrimonio.
Incluso ahora, aun cuando se enfrentaba a toda una vida con él, pensaba en sus hermanos.
Kim Taehyung era excesivamente bueno para él.
Ignoró el pensamiento.
—Cumpliré mi palabra.
—Necesito una prueba.
Chico inteligente. Por supuesto, no había ninguna prueba. Y Taehyung tenía toda la razón para dudar de él.
Jeon se metió la mano en el bolsillo y recuperó una guinea casi completamente gastada durante los nueve años que la había conservado con él. Se la ofreció.
—Mi amuleto.
Taehyung tomó la moneda.
—¿Qué voy a hacer con esto?
—Me la devolverás cuando tus hermanos estén casados.
—¿Una guinea?
—Eso ha sido suficiente para los hombres a lo largo y ancho de Corea, cariño.
Taehyung arqueó las cejas.
—Y dicen que los hombres son el sexo más inteligente. —El doncel respiró profundo, deslizando la moneda en su bolsillo, haciéndolo desear el peso de esta de nuevo—. Me casaré contigo.
Él asintió una vez con la cabeza.
—¿Y tu prometido?
Taehyung dudó, la mirada vacilante por encima de su hombro mientras consideraba las palabras.
—Él encontrará a otra persona —dijo en voz baja, con cariño.
Con demasiado cariño. Al instante, Jungkook sintió una furia perversa hacia este hombre que no lo había protegido. Que lo había dejado solo en el mundo. Que había hecho tan fácil para él entrar y reclamarlo.
Hubo un movimiento en la puerta por encima del hombro de Taehyung. Su padre. Min Seok obviamente se había cansado de esperar que ellos salieran del edificio y había venido a buscarlos.
Jeon lo tomó como la indicación para que remachara el último clavo en su ataúd matrimonial, sabiendo incluso mientras lo hacía que lo estaba usando. Que Taehyung no se lo merecía.
Eso no importaba.
Él le levantó la barbilla y le dio un solo beso suave en los labios, tratando de no notar cuando Kim se recostó ante el toque, cuando dejó escapar un suspirito mientras él levantaba la cabeza una pizca...
Un rifle se amartilló en la puerta, acentuando las palabras del marqués Min Seok.
—Maldita sea, Kim Taehyung, mira lo que has hecho ahora.
Busan, enero de 1816
Querido J:
Mi padre piensa que deberíamos dejar de escribirnos. Él tiene la seguridad que “niños como él” (es decir, tú) no tienen tiempo para “cartas tontas” de “donceles tontos” (es decir, yo). Dice que solo estás respondiendo porque eres educado y te sientes obligado. Me doy cuenta que tienes casi dieciséis años y es probable que tengas cosas más interesantes que hacer que escribirme, pero recuerda: yo no tengo tales cosas interesantes. Tendré que conformarme con tu lástima.
PD: Él no tiene razón, ¿verdad?
Totalmente: T
Seúl, enero de 1816
Querido T:
Lo que tu padre no sabe es que la única cosa que rompe la monotonía del Latín, Shakespeare, y la tabarra acerca de las responsabilidades que los muchachos como yo tendrán un día en la Cámara de los Lores son las cartas tontas de donceles tontos. Tú, de todas las personas, deberías saber que he sido muy mal educado y que raras veces me siento obligado.
PD: Él no tiene razón.
J...
1831
—¡Hijo de puta!
Jungkook levantó la vista de su whisky en el Hound and Hen y se encontró con la mirada furiosa de su futuro suegro. Recostándose en la silla, asumió la apariencia de vaga diversión que le había librado de oponentes mucho más grandes que el marqués de Kim e hizo una seña con la mano hacia la silla vacía en la mesa de la taberna.
—Padre —se burló—. Por favor, únase a mí.
Jeon se había sentado en una esquina oscura durante varias horas, esperando que Min Seok llegara con los papeles que le restituirían sus tierras. Había esperado con los dedos picándole por firmar los papeles, mientras la tarde daba paso a la noche, y el animado salón se llenaba de risas y charlas, soñando con lo que seguía.
Con la venganza.
Haciendo un gran esfuerzo para no pensar en que estaba prometido en matrimonio.
Haciendo incluso un esfuerzo más grande para no pensar en el doncel con el que estaba prometido en matrimonio, tan impetuoso, inocente y desde todo punto de vista, la clase equivocada de esposo para él.
No es que tuviera la menor idea de la clase correcta de esposo para él.
Irrelevante. No había tenido otra opción.
La única forma de que tuviera una oportunidad sobre su propiedad era a través de Taehyung. Lo que lo hacía absolutamente la clase de esposo correcto para él.
Y Min Seok lo sabía.
El corpulento marqués se sentó y llamó a una sirvienta con un gesto de su enorme mano. Esta fue lo bastante inteligente como para traer un vaso y una botella de whisky con ella, dejándolos sin demora y alejándose de prisa hacia climas más soleados y acogedores.
Min Seok se bebió el vaso y lo apoyó con un golpe sobre la dura mesa de roble.
—Eres un hijo de puta. Esto es un chantaje.
Jungkook asumió un aspecto aburrido.
—Tonterías. Le estoy pagando con creces. Le estoy sacando a su hijo mayor y soltero de las manos.
—Lo harás miserable.
—Probablemente.
—Taehyung no es lo suficientemente fuerte para ti. Lo llevarás a la ruina.
Jungkook se abstuvo de señalar que el doncel era más fuerte que la mayoría de las personas con las que se había topado.
—Usted debería haber considerado eso antes de ligarlo a mi tierra. —Golpeó ligeramente el roble marcado—. La escritura, Min Seok. Me encuentro poco dispuesto a casarme con el doncel sin eso en mi poder. La quiero ahora mismo. Quiero los papeles firmados antes de que Taehyung esté parado delante de un vicario.
—¿Si no?
Jungkook se removió en la silla, extendió sus botas por debajo de la mesa, cruzando una pierna sobre la otra.
—Si no, de ningún modo Taehyung estará de pie delante de un vicario.
La mirada de Min Seok fue rápidamente hacia la de él.
—No lo harías. Lo destruirías. A su madre. A sus hermanos.
—Le sugiero que considere seriamente su próximo curso de acción. Han sido nueve años, Min Seok. Nueve largos años durante los cuales he anhelado este momento. Si usted cree que voy a permitir que se interponga en la restitución de esas tierras al marquesado, está muy equivocado. Sucede que soy muy amigo del editor de The Scandal Sheet. Una palabra mía, y nadie de la buena alta sociedad se acercará a los jóvenes donceles Kim. —Se detuvo y se sirvió otro trago, permitiendo que la fría amenaza se instalara entre ellos—. Adelante. Póngame a prueba.
Min Seok entrecerró los ojos.
—¿Conque así son las cosas? ¿Amenazas todo lo que tengo con el fin de conseguir lo que quieres?
Jungkook sonrió de modo burlón.
—Yo juego para ganar.
—Irónico, ¿verdad?, porque tienes fama de perder.
La observación mordaz dio en el clavo. No es que Jeon lo demostrara. En lugar de eso, permaneció en silencio, sabiendo que no había nada como el silencio para desestabilizar a un oponente.
Min Seok llenó el silencio.
—Eres una mierda. —Con una maldición, metió la mano en la chaqueta y sacó un pedazo de papel grande y doblado.
La sensación de triunfo de Jungkook mientras leía el documento era embriagadora. Las tierras eran suya por el matrimonio, el cual se celebraría mañana. La única pena era que el vicario Compton no trabajaba de noche.
Cuando Jungkook guardó el documento de forma segura en su bolsillo, imaginó que podía sentir el peso de la escritura contra el pecho, Min Soek habló.
—No tendré a sus hermanos arrastrados a la ruina por esto.
Estaban todos muy preocupados por sus hermanos.
¿Y por Taehyung?
Jungkook ignoró la pregunta y jugó con Kim, el hombre que había tratado con tanto ahínco de retener sus terrenos para él. Jeon levantó su copa.
—Me casaré con Taehyung. Los terrenos serán míos mañana. Dígame por qué me tendría que molestar incluso un poco por la reputación de sus otros hijos. Ellos son su problema, ¿no? —Se bebió el whisky de un trago y dejó el vaso vacío sobre la mesa.
Min Seok se apoyó en la mesa, su tono muy violento.
—Eres una mierda. Y tu padre estaría desolado de saber en lo que te has convertido.
Jungkook miró de golpe al marqués a los ojos, registrando que, extrañamente compartía los ojos de Taehyung. Sus ojos eran marrones oscuros, iluminados con un conocimiento que Jungkook entendía demasiado bien, el saber que había herido a su adversario. Se quedó en silencio, un recuerdo de su padre viniendo de manera espontánea, de él parado en medio del enorme vestíbulo en pantalones de montar y mangas de camisa, riendo mientras levantaba a su hijo.
Los músculos de su mandíbula se tensaron.
—Entonces tenemos la suerte de que esté muerto.
Min Seok pareció entender que estaba pisando peligrosamente cerca de un terreno que estaba prohibido. Se relajó, alejándose de la mesa.
—Los detalles de tu compromiso matrimonial de ningún modo pueden ser revelados. Tengo otros dos hijos que necesitan casarse. Nadie puede saber que Taehyung se fue con un cazafortunas.
—Tengo tres veces sus posesiones, Min Seok.
La mirada del hombre se volvió negra.
—No tienes la finca que querías, ¿verdad?
—La tengo ahora. —Jungkook empujó la silla hacia atrás—. Usted no está en posición de hacer demandas. Si sus hijos sobreviven a mi entrada en la familia, será porque me digno a permitirlo y no por otra razón.
Kim siguió el movimiento con la mirada, apretando la mandíbula ante el sonido de las palabras.
—No, será porque tengo la única cosa que tú deseas más que la tierra.
Jungkook consideró a Min Seok durante un largo rato, las palabras haciendo eco en su rincón oscuro antes de que las ignorara.
—Usted no puede darme la única cosa que deseo más que mis tierras.
—La ruina de Bang. Venganza.
La palabra lo atravesó como un rayo, un susurro de promesa, y Jungkook se inclinó hacia adelante, despacio.
—Miente.
—Debería retarte a duelo por la sugerencia.
—No será mi primer duelo. —Esperó. Cuando Min Seok no mordió el anzuelo, dijo—: He buscado. No existe nada que lo pueda arrastrar a la ruina.
—No has buscado en los lugares correctos.
Tenía que ser una mentira.
—¿Cree usted que con mi radio de acción, con el alcance de The Angel no he dado vuelta a Seúl buscando un tufillo de escándalo con el hedor de Bang?
—Ni siquiera en los archivos de tu preciosa casa de juego tendrías esto.
—Sé todo lo que ha hecho, conozco todas las partes en la que ha estado. Conozco la vida del hombre mejor que él mismo. Y le digo que él tomó todo lo que yo tenía y lo gastó viviendo los últimos nueve años una vida prístina lejos de mis tierras.
Kim Min Seok volvió a meter las manos en la chaqueta. Retiró otro documento, éste más pequeño. Más viejo.
—Esto ocurrió hace mucho más que nueve años atrás.
La mirada de Jungkook se enfocó sobre el papel, viendo el sello de Bang. Alzó los ojos hacia su futuro suegro. Su corazón empezó a latir con fuerza, algo terriblemente parecido a la esperanza en su pecho. No le gustó la forma en que se quedó pendiente del silencio que se arremolinaba entre ellos. Quería calmarse.
—¿Cree que puede tentarme con alguna carta vieja?
—Tú quieres esta carta, Jungkook. Vale una docena de tus famosos archivos. Y es tuya, dando por hecho que mantendrás los nombres de mis hijos apartados de tu mugre.
El marqués nunca había sido de tirar pullas. Él decía precisamente lo que pensaba, cada vez que lo pensaba, producto de tener dos de los títulos más respetables en la nobleza, y Jungkook no podía evitar admirar al hombre por su franqueza. Él sabía lo que quería e iba al grano.
Lo que el marqués no sabía era que su hijo mayor había negociado los términos precisos la noche anterior. Ese documento, lo que fuera, no requeriría un pago adicional.
Pero Min Seok se merecía su propio castigo, el castigo por ignorar el comportamiento de Bang durante todos esos años. El castigo por usar su propiedad en el mercado matrimonial.
El castigo que Jungkook estaba más que dispuesto a impartir.
—Usted es un tonto si piensa que estaré de acuerdo sin saber lo que hay adentro. Forjé mi fortuna en el escándalo, la robé de los bolsillos del pecado. Juzgaré si ese documento es merecedor de mi esfuerzo.
Min Seon abrió la carta y la colocó sobre la mesa, poco a poco. La giró para que quedara de frente a Jungkook y la sostuvo con un dedo. El más joven no pudo evitarlo. Se inclinó hacia adelante más rápido de lo que le hubiese gustado, escudriñando con los ojos la página.
Dios bendito.
Levantó la vista, encontrando la mirada conocedora de Min Seok.
—¿Es real?
El hombre mayor asintió con la cabeza. Dos veces.
Jungkook releyó las líneas. Admitió que el garabato al final del papel era, inequívocamente de Bang, aunque el escrito tuviera treinta años.
Veintinueve.
—¿Por qué compartiría esto? ¿Por qué me lo da?
—Tú me das una pequeña alternativa. —Kim contestó con evasivas—. Me gusta el muchacho, conservé esto al alcance de la mano porque pensaba que Taehyung con el tiempo se casaría con él y él precisaría protección. Ahora mis hijos necesitan esa protección. Un padre hace lo que debe. Tú te aseguras que la reputación de Taehyung no se manche con este matrimonio y que los demás sean dignos de partidos decentes, y es tuyo.
Jungkook hizo girar la copa en un círculo lento, observando el modo en que capturaba la luz de las velas de la taberna durante un largo rato antes de levantar la mirada hacia su futuro suegro.
—No esperaré a las bodas de los muchachos.
Min Seok bajó la cabeza, de repente divertido.
—Me conformaré con los compromisos matrimoniales.
—No. De hecho he oído que los compromisos matrimoniales son peligrosos cuando se trata de sus hijos.
—Debería marcharme ahora mismo —amenazó Min Seok.
—Pero no lo hará. Somos extraños compañeros de cama, usted y yo. —Se recostó en su silla, saboreando la victoria—. Quiero a sus otros hijos en la ciudad tan pronto como sea posible. Conseguiré que los cortejen. No serán manchados por el matrimonio de su hermano.
—Cortejados por hombres decentes —calificó el padre —. Nadie que deba la mitad de su patrimonio al The Angel.
—Llévelos a la ciudad. Encuentro que no estoy tan dispuesto a esperar por mi venganza.
La mirada de Min Seok se entrecerró.
—Lamentaré casarlo contigo.
Jeon apuró su copa y puso el vaso boca abajo sobre la mesa de madera.
—Es lamentable entonces que no tenga otra opción.
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