Capítulo 5
Kim Taehyung extendió la mano y se apoderó del whisky, arrebatándoselo a Jungkook y considerando, por un fugaz instante, beber un largo trago, porque seguro que no había mejor momento que este para empezar una vida de alcohólico.
—¡No me casaré contigo!
—Me temo que está decidido.
La indignación estalló.
—Con toda seguridad no está decidido. —Kim aferró la botella contra su pecho y comenzó a empujarlo para llegar a la puerta. Cuando Jeon no se movió, Taehyung se detuvo a un pelo de distancia, su capa rozando contra Jungkook. Le clavó los ojos directamente en la seria mirada oscura, negándose a doblegarse a su ridícula voluntad—. Apártese, lord Jeon. Regreso a casa. Usted está loco.
Él enarcó una irritante ceja oscura.
—Semejante tono —se burló—. Creo que no estoy de humor para moverme. Tendrás que encontrar otro modo.
—No me obligues a hacer algo de lo que me arrepentiré.
—¿Por qué arrepentirse? —Él alzó una mano, un único y cálido dedo le levantó la barbilla—. Pobre Taehyung. Tan temeroso de los riesgos.
Su mirada se entrecerró ante el odiado nombre.
—No tengo miedo de los riesgos. Tampoco tengo miedo de ti.
Él enarcó una ceja oscura.
—¿No?
—No.
Jungkook se inclinó, cerca. Demasiado cerca. Lo bastante cerca para envolverlo en bergamota y cedro. Lo bastante cerca para que el pelirrubio pudiera advertir que sus ojos se habían puesto de un adorable tinte marrón.
—Demuéstralo.
Su voz había salido baja y ronca, enviando un zumbido de excitación por su espalda.
Se acercó más, lo bastante como para tocar, lo bastante cerca para que el calor de Jungkook lo entibiara en el gélido cuarto y los dedos de su mano se deslizaron dentro de su pelo hasta la nuca, sosteniéndolo incluso mientras se cernía sobre Taehyung, amenazando.
Prometiendo.
Como si lo deseara.
Como si hubiera venido por él.
Lo cual, por supuesto, no había hecho.
Si no fuera por sus tierras, él no estaría aquí.
Y Taehyung haría bien en recordarlo.
Jungkook no quería nada más de él que lo que quería cualquiera de los otros hombres en su vida. Era como todos los demás.
Y no era justo.
Pero estaría condenado si Jungkook tomaba la única decisión que Taehyung tenía en lo tocante a alejarlo de sí. El doncel levantó las manos, la botella firmemente agarrada en la izquierda y lo empujó con todas sus fuerzas, por lo general no las suficientes para mover a un hombre de su tamaño, pero tuvo el elemento sorpresa de su lado.
Jungkook se tambaleó hacia atrás y Taehyung pasó corriendo junto a él; casi llegaba a la puerta de la cocina cuando el pelinegro recuperó el equilibrio y fue tras él, atrapándolo con un:
—¡Oh, no, no! —y girándolo para quedar de cara.
La frustración explotó.
—¡Déjame ir!
—No puedo —dijo simplemente—. Te necesito.
—Por tus tierras.
Él no contestó. No tenía que hacerlo. Taehyung respiró profundo. Jungkook lo estaba comprometiendo. Como si fuera la Edad Media. Como si él no fuera nada más que una posesión material. Como si él no valiera nada más que por la tierra ligada a su mano en matrimonio.
Taehyung detuvo el pensamiento, la desilusión lo atravesó deprisa.
Él era peor que los demás.
—Bien, que pena para ti, dado que ya estoy comprometido —le dijo.
—No después de esta noche —dijo Jeon—. Nadie se casará contigo después de que hayas pasado la noche a solas conmigo.
Eran palabras que deberían haber tenido un atisbo de amenaza en ellas. De peligro. Pero en cambio, afirmaban un simple hecho. Él era la peor clase de canalla; su reputación estaría por los suelos mañana.
Había tomado la decisión por Kim.
Como su padre había hecho horas antes.
Como el duque Bogum había hecho todos esos años atrás.
Una vez más, estaba atrapado por un hombre.
—¿Lo amas?
La pregunta interrumpió su ira en aumento.
—¿Perdón?
—A tu prometido. ¿Te crees muy enamorado? —Las palabras eran burlonas, como si el amor y Taehyung fueran una combinación irrisoria—. ¿Estás ilusionado con la felicidad?
—¿Importa?
Taehyung lo sorprendió. Pudo verlo en sus ojos antes de que él cruzara los brazos y enarcara una ceja.
—No, en lo más mínimo.
Una ráfaga de viento frío azotó la cocina y el since se envolvió estrechamente en su capa. Jungkook lo advirtió y masculló entre dientes con aspereza.
Taehyung imaginó que las palabras que él utilizó no eran para una correcta compañía. Se quitó el gabán, a continuación la levita, doblándolas cuidadosamente y colocándolas en el borde del extenso fregadero antes de quedar de frente a la gran mesa de roble que estaba en el centro de la cocina. Le faltaba una pata y había un hacha medio enterrada en la parte superior llena de arañazos. Taehyung debería estar sorprendido por el mueble mutilado, pero pocas cosas en esta noche eran absolutamente normales.
Antes de que pudiera pensar qué decir, Jungkook agarró el hacha y se volvió hacia él, su cara un montón de ángulos a la luz de la linterna.
—Retrocede.
Este era un hombre que esperaba ser obedecido. No esperó para ver si Taehyung seguía su orden antes de levantar el hacha muy alto por encima de su cabeza. El doncel se apretó en un rincón del cuarto oscuro mientras él atacaba el mobiliario con venganza, su sorpresa volviéndolo incapaz de resistirse a observarle.
Jeon Jungkook estaba maravillosamente formado.
Como una gloriosa estatua romana, todos los músculos fuertes y magros se perfilaron por el lino limpio y almidonado de las mangas de su camisa cuando levantó el hacha, sus manos deslizándose resueltamente a lo largo del mango, los dedos tatuados aferrados con fuerza mientras hacía bajar la hoja de acero sobre el roble envejecido con un tremendo golpe y enviaba volando una astilla a través de la cocina, la que aterrizó encima de la estufa en desuso desde largo tiempo.
Jungkook abrió una mano de dedos largos sobre la mesa, agarrando el hacha una vez más para sacar la hoja de la madera.
Volvió la cabeza mientras daba un paso atrás, asegurándose de que Taehyung estaba fuera del camino de potenciales proyectiles antes de enfrentarse al mueble y dar su siguiente golpe con tremenda fuerza.
La hoja se clavó en el roble pero la mesa se mantuvo.
Él negó con la cabeza y sacó bruscamente el hacha una vez más, esta vez teniendo como meta una de las patas restantes de la mesa.
¡Hachazo!
Los ojos de Taehyung se abrieron de par en par cuando la luz de la linterna atrapó el modo en que sus pantalones de lana se envolvían apretadamente en torno a esos muslos poderosos.
Un doncel no debería notar, no debería estar prestando atención a tan obvia masculinidad.
Kim Taehyung nunca había visto piernas como las de él.
¡Hachazo!
Nunca imaginó que pudieran ser tan... convincentes.
¡Hachazo!
No podía evitarlo.
¡Hachazo!
El último golpe terminó con el entablillado de madera, la pata se torció bajo la fuerza mientras el macizo tablero se inclinaba, uno de los extremos cayendo al suelo mientras Jungkook echaba a un lado el hacha para agarrar la pata con sus manos desnudas y arrancarla de su sitio.
Se volvió hacia el doncel, golpeteando uno de los extremos de esta contra el hueco de la palma de su mano izquierda.
—Victoria —anunció.
Como si Taehyung hubiera esperado algo menos.
Como si Jungkook hubiera aceptado algo menos.
—Bien hecho— dijo el chico , a falta de algo mejor.
Jungkook apoyó la madera sobre su ancho hombro.
—No aprovechaste la oportunidad para escapar.
Taehyung se congeló.
—No, no lo hice. —Aunque él no podría decir por su vida el por qué.
Jungkook se movió para colocar la pata de la mesa en el amplio fregadero y con cuidado levantó su levita, sacudió cualquier posible arruga y se la puso.
Taehyung observó cómo metía sus hombros en la prenda excepcionalmente bien confeccionada, subrayando el molde perfecto, un molde que el pelirrubio ya no daba por sentado ahora que había visto indicios del Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci por debajo.
No.
Kim negó con la cabeza. No pensaría en él como un Leonardo. Él ya era una personalidad intimidante con creces.
—No voy a casarme contigo.
Jeon se enderezó los puños, se abotonó la chaqueta con cuidado y se sacudió una gota de humedad de la manga del abrigo.
—No está en discusión.
Taehyung intentó una explicación.
—Serías un marido terrible.
—Nunca dije que sería uno bueno.
—¿Entonces me condenarías a una vida de infeliz matrimonio?
—Si es necesario. Aunque, si te sirve de consuelo, tu infelicidad no es un objetivo directo.
Taehyung parpadeó. Él hablaba en serio. Esta conversación se estaba dando de veras.
—¿Y eso se supone que me hace querer tu pedida de mano?
Él levantó un hombro en un encogimiento indiferente.
—No me engaño pensando que el matrimonio es la felicidad de una o ambas partes involucradas. Mi plan es restituir mis tierras a su feudo, y por desgracia para ti, eso requiere de nuestro matrimonio. No seré un buen marido pero tampoco tengo el más leve interés en tenerte bajo mi pulgar.
A Taehyung se le cayó la mandíbula ante su honestidad. Ni siquiera fingía ternura. Interés. Preocupación. El chico cerró la boca.
—Ya veo.
Él siguió.
—Puedes hacer o tener lo que sea que desees. Tengo suficiente dinero para que lo despilfarres haciendo lo que sea que a los donceles de tu clase les guste hacer.
—¿Donceles de mi clase?
—Solterones con sueños de más.
El aire salió de la habitación como un rayo. Que descripción tan horrible, desagradable y completamente adecuada. Un solterón con sueños de más. Era como si él hubiera estado en su recibidor horas antes esa noche y visto cómo la propuesta de Ho Seok lo había llenado de decepción. Con esperanzas de algo más.
Algo diferente.
Bien, esto, sin duda, era diferente.
Él alargó la mano hacia Taehyung, deslizando un dedo por su mejilla y el chico se estremeció ante su toque.
—No.
—Te vas a casar conmigo, Taehyung.
El nombrado echó hacia atrás la cabeza, fuera de su alcance, no queriendo que lo tocara.
—¿Por qué debería?
—Porque, cariño —se inclinó hacia adelante, su voz era una promesa oscura mientras bajaba ese dedo fuerte y cálido por su cuello y a través de la piel por encima de sus prendas, haciendo que su corazón latiera acelerado y su respiración se volviera superficial— nadie jamás creerá que no te comprometí por completo.
Jungkook agarró el borde de su camisa y con un fuerte tirón, lo rasgó, desnudándole hasta la cintura.
Taehyung jadeó, dejando caer la botella para aprisionar su ropa contra su pecho, el whisky derramándose por la pechera mientras caía.
—Tú... tú...
—Tómate tu tiempo, cariño —dijo arrastrando las palabras, dando un paso atrás para admirar su obra—. Te esperaré a que encuentres la palabra.
Taehyung entrecerró los ojos. No necesitaba una palabra.
Necesitaba una fusta.
Hizo lo único que se le ocurrió hacer. Su mano voló por su propia voluntad, conectándose con un fuerte ¡crujido!, un sonido que habría sido inmensamente satisfactorio si Taehyung no hubiera estado tan completamente avergonzado.
La cabeza de Jungkook giró bruscamente con el golpe, la mano vino al instante sobre su mejilla, donde una mancha roja ya estaba comenzando a verse.
Taehyung dio un paso atrás de nuevo, hacia la puerta, la voz temblorosa.
—Nunca... nunca... me casaré con alguien como tú. ¿Has olvidado todo lo que eras? ¿Todo lo que pudiste haber sido? Uno pensaría que has sido criado por lobos.
Se volvió entonces e hizo lo que debería haber hecho en el momento en que lo había visto acercarse a la casa.
Se echó a correr.
Abriendo de un tirón la puerta, se hundió en la nieve allá afuera, dirigiéndose ciegamente hacia su casa, solo unos pocos metros antes de que Jungkook le atrapara desde atrás con uno de sus brazos como bandas de acero y lo levantara limpiamente del suelo.
—Déjame ir. ¡Bestia! ¡Ayuda!
Taehyung lo pateó, su talón hizo contacto directamente con su espinilla y el marqués maldijo en su oído.
—Deja de luchar.
No en su vida. Taehyung redobló los esfuerzos.
—¡Ayuda! ¡Alguien!
—No hay nadie vivo en casi un kilómetro y medio. Y nadie despierto más allá de eso. —Las palabras lo espolearon, Jeon gruñó cuando su codo lo alcanzó en el costado, justo cuando regresaban a las cocinas.
—¡Suéltame! —gritó el rubio, tan alto como pudo, directamente en su oído.
Jungkook alejó la cabeza pero siguió andando, levantando la linterna y la pata de la mesa que había cortado mientras atravesaba la cocina.
—No.
Taehyung forcejeó más, pero su agarre era firme.
—¿Cómo tienes la intención de hacerlo? —le preguntó—. ¿Me violarás aquí, en tu casa vacía y me devolverás a la casa de mi padre ligeramente peor vestido?
Iban por un largo vestíbulo, revestido en uno de los lados con una serie de listones de madera que demarcaban el descanso de una caja de escalera de sirvientes.
Taehyung alargó la mano y agarró uno de los listones, aferrándose a este con todas sus fuerzas.
Jungkook se detuvo, esperando que él se soltara. Cuando habló había una inmensa paciencia en su tono.
—No violo donceles. Al menos, no sin ellos rogando muy amablemente.
La declaración lo hizo detenerse.
Por supuesto que no lo violaría.
Probablemente, no lo habría considerado ni por un solo instante como algo más que el simple y correcto Taehyung, la única cosa que se interponía entre Jeon y el regreso de su derecho familiar.
No estaba seguro de si eso empeoraba o mejoraba la situación.
Le dolió el corazón. Jungkook no se interesaba por él. No lo deseaba. Ni siquiera lo consideraba lo bastante para fingir esas cosas. Para fingir interés. Para tratar de seducirle.
Él lo usaba para conseguir sus tierras.
¿No lo estaba usando Ho Seok?
Por supuesto que sí. Seok le había mirado profundamente a los ojos y no había visto el color de estos, sino el azul del cielo de Busan por encima de las tierras del marquesado Jeon. Ciertamente, había visto a su amigo, pero esa no era la razón por la que él le había ofrecido matrimonio.
Al menos Jungkook era honesto al respecto.
—Esta es la mejor oferta que obtendrás, Taehyung —le dijo suavemente y el doncel oyó el filo en su tono, la urgencia.
La verdad.
Se soltó.
—Sabes, tu reputación es merecida.
—Sí. Lo es. Y esto no es en absoluto lo peor que he hecho. Deberías saberlo.
Las palabras deberían haber sido orgullosas. Si no eso, carentes de emociones. Pero no lo fueron. Fueron honestas. Y hubo algo en ellas que luego desapareció, algo que no estaba del todo seguro que hubiera oído. Algo que Taehyung se permitiría reconocer.
Pero soltó el riel del pasamano y Jeon lo bajó varios escalones por encima de él.
De hecho, Kim Taehyung lo estaba considerando. Como un loco.
Imaginando lo que sería casarse con este Jungkook nuevo y extraño. Excepto que el doncel no lo podría imaginar. Ni siquiera podría comenzar a imaginar lo que sería estar casado con un hombre que destroza con un hacha la mesa de la cocina sin pensárselo dos veces. Y lleva a la fuerza a donceles a casas abandonadas.
No sería un matrimonio normal de la alta sociedad, eso seguro.
Taehyung le sostuvo la mirada, de frente, gracias al escalón más arriba en que él lo había depositado.
—Si me caso contigo estaré arruinado.
—El gran secreto de la sociedad es que la ruina no es ni de cerca tan mala como ellos la hacen parecer. Tendrás todas las libertades que vienen con una reputación arruinada. No son desdeñables.
Él sabía.
Kim negó con la cabeza.
—No se trata solo de mí. Mis hermanos estarán arruinados también. Nunca encontrarán buenos partidos si nos casamos. Toda la sociedad pensará que ellos son tan escandalosos como yo.
—Tus hermanos no son de mi incumbencia.
—Pero son de mi incumbencia.
Jeon enarcó una ceja.
—¿Estás seguro de que estás en condiciones de hacer demandas?
No lo estaba. Para nada. No obstante, Taehyung siguió adelante, enderezando los hombros.
—Te olvidas que ningún vicario en Corea nos casará si yo me niego.
—¿Crees que no desparramaría por toda Corea que esta noche te he arruinado por completo si haces eso?
—Lo creo.
—Crees mal. La historia que inventaría haría que la más endurecida de las putas se sonrojara.
Fue Taehyung el que se ruborizó, pero se negaba a dejarse intimidar. Respiró profundo y jugó su carta más poderosa.
—No lo dudo, pero al arrastrarme a la ruina, también estarías arruinando tus oportunidades para obtener tus tierras.
Jungkook se envaró. Taehyung estaba jadeante de excitación mientras esperaba su respuesta.
—Menciona tu precio.
Taehyung había ganado.
Había ganado.
Kim Taehyung quería alardear de su éxito, la derrota de esta bestia grande e inamovible de hombre.
Pero el chico conservaba algún instinto de auto conservación.
—Esta noche no debe afectar las reputaciones de mis hermanos.
Él asintió con la cabeza.
—Tienes mi palabra.
El doncel agarraba con fuerza la tela rota de su camisa en un puño apretado.
—¿La palabra de un notorio sinvergüenza?
Jungkook subió un escalón, acercándose, apretujándolo en la oscuridad.
Taehyung se obligó a permanecer inmóvil cuando él habló con voz peligrosa y prometedora a la vez.
—Hay honor entre ladrones, Taehyung. Por partida doble en los apostadores.
El rubio tragó saliva, la proximidad aplastando su coraje.
—Yo... yo no soy ninguno de esos.
—Tonterías —le susurró y el doncel imaginó que podía sentir sus labios en su sien—. Parece que has nacido para jugar.
Solo precisas instrucción.
Sin duda él podría enseñarle más de lo que un Kim alguna vez habría imaginado.
Taehyung descartó el pensamiento y las imágenes que vinieron con eso de su mente, cuando Jeon agregó.
—Tenemos un trato.
El triunfo se fue, perseguido por el temor.
Ojalá pudiera verle los ojos.
—¿Tengo alguna elección?
—No.
No hubo emoción en la palabra.
Ningún dejo de tristeza o culpa.
Solo fría honestidad.
Él le ofreció su mano una vez más, la palma ancha y plana lo llamaba.
Hades, ofreciendo semillas de granada.
Si Taehyung la aceptaba, todo cambiaría. Todo sería diferente.
No habría vuelta atrás. Aunque, en algún lugar de su mente sabía que no había vuelta atrás de todos modos.
Sujetándose la amplia camisa de lino blanco, tomó su mano.
Él le llevó escaleras arriba, su linterna el único refugio de la oscuridad total más allá y Taehyung no pudo evitar aferrarse a él. Deseó tener el coraje para soltarlo, seguir bajo su propio control, resistirse a él en esta pequeñez, pero había algo en esta caminata, algo misterioso y oscuro de una manera que no tenía nada que ver con la luz que él no podía obligarse a dejarlo ir.
Jungkook se volvió al pie de la escalera, sus ojos ensombrecidos a la luz de las velas.
—¿Todavía tienes miedo a la oscuridad?
La referencia a su infancia lo desestabilizó.
—Era una madriguera. Cualquier cosa pudo haber estado allí.
Jeon empezó a subir las escaleras.
—¿Por ejemplo?
—Un zorro, ¿tal vez?
—No había zorros en ese agujero.
Él lo había revisado primero. Esa había sido la única razón por la que Taehyung le había permitido convencerle de entrar allí.
—Bien... otra cosa entonces. Un oso, tal vez.
—O tal vez tenías miedo a la oscuridad.
—Tal vez. Pero ya no.
—¿No?
—Estaba afuera en la oscuridad de la noche, ¿no?
Caminaban por un largo vestíbulo.
—Sí, lo estabas. —Él le soltó la mano entonces, y al pelirrubio no le gustó la forma en que perdió su toque, mientras hacía girar el picaporte de una puerta cercana y la abría con un chirrido largo y ominoso. Le habló bajo al oído—. Diré, Taehyung, que mientras es innecesario que tengas miedo a la oscuridad, estás realmente en lo correcto al estar asustado de las cosas que proliferan en ella.
Taehyung entrecerró los ojos en la oscuridad, tratando de divisar el cuarto más allá, el nerviosismo enroscándose en lo profundo.
El doncel rondó en el umbral, su respiración volviéndose rápida y superficial. Las cosas que proliferaban en la oscuridad... como él.
Jungkook pasó junto a él lentamente, el movimiento una caricia y una amenaza a la vez. Mientras pasaba, le susurró.
—Eres un farol terrible.
Las palabras apenas audibles y la sensación de su aliento sobre la piel contrarrestaron su insulto.
La luz de la linterna se movió trémulamente a través de las paredes del pequeño y extraño cuarto, arrojando un resplandor dorado a través de los otrora elegantes y ahora desesperanzadoramente descoloridos revestimientos, los que una vez debieron haber sido de un rosa precioso. La habitación era apenas lo bastante grande como para albergarlos a ambos, una chimenea casi ocupaba una de las paredes, en frente de la cual dos pequeñas ventanas daban hacia el bosquecillo.
Jungkook se agachó para encender un fuego y Taehyung fue a las ventanas, observando una franja de luz de luna atravesar el paisaje nevado.
—¿Qué es esta habitación? No la recuerdo.
—Es muy probable que nunca tuvieras la oportunidad de verla. Era el estudio de mi madre.
Un recuerdo de la marquesa destelló, alta y hermosa, con una amplia y acogedora sonrisa y ojos bondadosos. Por supuesto que esta habitación, tranquila y serena, había sido suya.
—Jungkook —Taehyung se volvió hacia él, hacia donde él se agachaba junto a la chimenea, colocando un lecho de paja y encendiéndola—. Nunca tuve la oportunidad de... — buscó las palabras adecuadas.
Jeon lo detuvo antes de encontrarlas.
—No hay necesidad. Lo que pasó, pasó.
La frialdad en su tono parecía ofensa. Fuera de lugar.
—Sin embargo... escribí. No sé si tú alguna vez...
—Posiblemente. —Él permanecía medio adentro de la chimenea. Kim oyó el roce del pedernal a través del yesquero—. Muchas personas escribieron.
Las palabras no deberían haber herido pero lo hicieron. Taehyung había estado devastado por la noticia de la muerte de los marqueses de Jeon. A diferencia de sus padres, que parecían tener poco más que una tranquila cortesía entre ellos, los padres de Jungkook parecían cuidar profundamente el uno del otro, de su hijo, de Taehyung.
Cuando había oído hablar del accidente del carruaje, había estado embargado por la tristeza, por lo que había perdido, por lo que podría haber sido.
Taehyung le había escrito cartas, docenas de ellas durante varios años hasta que su padre se había negado a enviar más. Después de eso, continuó escribiendo, esperando que Jungkook de algún modo supiera que pensaba en él.
Que siempre tendría amigos en Busan sin importar cuán solo podría haberse sentido. Tae había imaginado que un día, él volvería a casa.
Pero Jungkook no había regresado.
Nunca.
Con el tiempo había dejado de esperarle.
—Lo siento.
La yesca estalló; la paja se encendió.
Él se puso de pie, volviéndose hacia el rubio.
—Tendrás que ver con la luz del fuego. Tu linterna está en la nieve.
Taehyung se tragó la tristeza, asintiendo.
—Estaré bien.
—No salgas de esta habitación. La casa está en mal estado y no me he casado contigo todavía.
Se dio media vuelta y salió de la habitación.
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