
Capítulo 17
Busan, abril de 1824
Querido J:
No tenía la menor duda de que esta temporada sería horrible, pero es peor de lo que pensaba. Oh, puedo soportar los chismes, los cuchicheos, el modo en que me he vuelto invisible para los solteros elegibles que solían pedirme un baile, pero ver al duque y su flamante y hermosa duquesa es difícil.
Se aman tantísimo; que incluso no parecen advertir las habladurías que los persiguen. Y entonces, ayer, oí decir en un salón de damas y donceles que ella está aumentando.
Es tan extraño ver a alguien más vivir la vida que tú podrías haber tenido. Más extraño aún sufrir por ella y exaltarte por la libertad de no tenerla, todo al mismo tiempo.
Anónimo
(Carta no enviada)
1831
De hecho era una cosa extraña cortejar a su propio esposo.
Jungkook habría esperado que tal cosa implicase luz de velas, un dormitorio tranquilo y una o dos horas de susurros lascivos. Y sin embargo parecía que el cortejo de su esposo involucraría a sus hermanos, a su algo ridícula madre, cinco de los perros de caza de su padre y un juego de charadas.
Era la primera vez que Jungkook jugaría charadas desde que salió de Busan para el colegio dieciocho años antes.
—Ya sabes que no tienes que quedarte aquí —dijo Taehyung en voz baja desde su lugar junto a él en el sofá, en la sala de estar.
Jeon se reclinó, cruzando un tobillo sobre el otro.
—Disfruto de una buena ronda de charadas tanto como cualquier otro hombre.
—Y según mi experiencia los hombres adoran los juegos de salón —dijo el doncel con ironía—. Sabes que la tarde ya ha terminado.
Las palabras eran un recordatorio no tan sutil de que él le había pagado en su totalidad, que su tiempo había terminado. Jungkook encontró su mirada.
—Ya ha pasado la hora del mediodía, V. —Habló en voz baja—. Por mi parte, tengo al menos cinco horas más contigo, hasta bien entrada la noche.
Taehyung se sonrojó y Jungkook resistió la tentación de hacerle el amor allí mismo, de despojarlo de su demasiado favorecedora ropa y tenderlo desnudo sobre el mismo sofá donde estaban sentados.
Su familia, probablemente, no lo aprobaría.
No era la primera vez que Jeon había pensado en quitarle la ropa ese día, ni tampoco la décima. No, probablemente, la número cien.
Algo había sucedido en el hielo, algo para lo que él no estaba preparado.
Jungkook se había divertido.
Jungkook había disfrutado con Taehyung.
Había disfrutado patinar con él, gastarle bromas y observarlo con sus hermanos, cada uno encantador a su modo. Y había estado tan tentado de extender la mano y reclamar a su esposo. Pero cuando había hecho un intento, el doncel se había apartado de él, rebosante de gloriosa fuerza, la barbilla en alto, hermoso, negándose a conformarse con menos de lo que se merecía.
Jungkook había tenido los ojos puestos en él mientras se alejaba, tan orgulloso de él, mientras su precioso esposo cruzaba el lago, que le había tomado todo su control no seguirlo y conservarlo allí, en ese lugar que parecía tan lejano de donde en realidad su matrimonio existía. Se había deleitado con la sensación de él en sus brazos mientras patinaban, exaltado por la forma en que le sonrió cuando le robó una castaña de su bolsa de papel y cuando le preguntó, con los ojos abiertos de par en par por la verdad, Jungkook había estado feliz de contestarle con honestidad.
Sin embargo, su honestidad no había sido suficiente. Una lección bien aprendida.
Sabía que el rubio había esperado que Jungkook rechazara su invitación a las charadas y lo más probable es que debería. Pero encontró que no estaba dispuesto a dejarlo, de hecho, se encontró con que no le gustaba la idea de dejarlo jamás. Y entonces aquí estaba, en una sala de estar, jugando charadas en idilio familiar.
Sus hermanos entraron en tropel en la habitación, Seokjin con un cuenco lleno de papelitos seguido de un perro grande color café, que trotó hasta el sofá y se abrió paso para sentarse entre él y Taehyung, girando dos veces antes de acomodarse, la barbilla sobre el muslo del doncel y los cuartos traseros empujando contra las caderas de Jungkook. Él se movió, dando cabida al perro de caza, a la vez que Taehyung movió las manos para acariciar ociosamente las orejas del animal.
Los celos ardieron cuando el perro suspiró y se abrió camino escarbando hacia el contacto. Jungkook carraspeó, irritado por su envidia canina y preguntó:
—¿Cuántos perros hay en esta casa?
El pelirrubio arrugó la nariz, con aire pensativo y a él le llamó la atención la expresión, un vestigio de ambos más jóvenes que le hizo querer extender la mano y recorrer con su dedo la pequeña e insolente pendiente.
—¿Diez? ¿Once? —Taehyung se encogió de hombros, pequeño y dulce—. Honestamente he perdido la cuenta. Este es Brutus.
—A él pareces gustarle.
El rubio doncel sonrió.
—A él le gusta la atención.
Jungkook decidió que tonto o no, él felizmente entregaría su participación en el The Angel para tener sus manos sobre él, en una forma tan adorable y balsámica.
—¿Observó lo alto que es Park? ¡Y tan guapo! —dijo Junkyu a borbotones, viniendo para ocupar la silla al lado de Jungkook e inclinándose para hablarle—. ¡No tenía idea de que un cuñado con una reputación como la suya tuviera acceso a un potencial marido estupendo!
—¡Junkyu! —La marquesa Kim se veía como si fuera a morirse de vergüenza—. ¡Uno no habla de tales cosas con los caballeros!
—¿Ni siquiera con el cuñado de uno?
—¡Ni aún con él! —La voz de lady Jisoo había subido varias octavas—. ¡Una disculpa no estaría fuera de lugar!
Seokjin levantó la vista de donde había colocado el cuenco grande lleno con pistas de charada y empujó sus anteojos más arriba en su nariz.
—Él no quiere decir que su reputación sea mala, Su Señoría. Simplemente que es...
Jungkook enarcó una ceja, preguntándose cómo terminaría la frase.
—Efectivamente, Seokjin. Él no es estúpido. Sabe que tiene una reputación escandalosa. Apostaría a que lo disfruta. —Jungkyu le sonrió con todos los dientes y Jungkook decidió que le gustaban estos muchachos. Eran entretenidos, si no otra cosa.
—Está bien. Es suficiente —intervino Taehyung —. ¿Vamos a jugar? Junkyu, tú primero.
Junkyu parecía más que dispuesto a comenzar el juego, y se dirigió hacia la gran chimenea para tomar su turno. Escogió un papelito del cuenco, lo leyó frunciendo los labios, considerando su estrategia de manera ostensible.
Sin embargo, en lugar de hacer la pantomima sobre el asunto en el papel, levantó la mirada y dijo:
—¿Crees que Tottenham me comprará un anillo de compromiso muy grande?
—Las bodas de Fígaro —dijo Taehyung flemáticamente.
—¡Sí! —dijo Junkyu —. ¿Cómo lo supiste?
—Como por cierto —replicó Taehyung.
—¡Qué hijo tan listo! —dijo la marquesa.
Jungkook no pudo evitarlo. Se echó a reír, llamando la atención de su esposo, el ceño fruncido por la confusión como si él fuera un extraño espécimen de flora que acababa de descubrir.
—¿Qué pasa? —preguntó él.
—Nada... yo solo... tú no te ríes mucho.
Jungkook se acercó, lo más cerca que pudo conseguir con el perro entre ellos.
—¿Es inapropiado?
Taehyung se rió, el sonido como música.
—No... yo... —Se volvió a ruborizar, y Jungkook habría dado su fortuna por sus pensamientos en ese momento—. No.
—Junkyu —dijo Seokjin —. Vuelve a intentarlo.
Junkyu metió la mano en el cuenco una vez más, pero no antes de mirar en línea recta a Jungkook y anunciar:
—Siempre me han gustado los rubíes, lord Jeon. Creo que complementan mi cutis. En caso de que saliera a colación en la conversación. Con alguien.
Ciertamente, Park se encontraba en un gran problema.
—Oh, tengo la seguridad de que lo hará, teniendo en cuenta todas las conversaciones sobre joyas y cutis de damas y donceles que hombres como Jeon y Park deben tener —dijo Taehyung con sequedad.
—Te sorprenderías —le dijo su esposo con toda seriedad y el doncel se volvió a reír—. Procuraré recordar su preferencia por los rubíes, Kim.
Junkyu sonrió.
—Veo que sí.
—No estoy seguro de que las joyas complementen un cutis —dijo Seokjin con inteligencia—. Una comedia.
—Seokjin, hemos invitado a lord Choi a almorzar mañana —anunció la marquesa—. Los dos tendrán tiempo por la tarde de dar un paseo, espero.
—Eso estaría bien, madre. —La atención de Seokjin no decayó—. Cinco palabras.
—Park no ha sido invitado —dijo Junkyu con un mohín.
—Se supone que no debes hablar, Junkyu —dijo Seokjin —. A pesar de que fueron cinco palabras, así que bien hecho.
Jungkook sonrió ante la réplica ingeniosa, pero no perdió el desinterés de la respuesta de su cuñado. Él no quería casarse con Choi. No es que él lo pudiera culpar; Choi era un idiota. Y solo le había llevado unas pocas horas a Jeon descubrir que Seokjin era más inteligente que la mayoría de los hombres y que Choi sería una pareja horrible. Por supuesto que Choi haría un matrimonio horrible a cualquiera, pero el doncel lo encontraría particular y completamente tedioso.
Y Taehyung lo odiaría por no ponerle punto final.
Miró al doncel a su lado, quien lo estaba observando con atención mientras se inclinaba hacia él.
—A ti no te gusta ese matrimonio.
Podría haber mentido. Cuanto más rápido Seokjin y Choi estuvieran casados, más rápido Jungkook tendría su venganza, más rápido podría vivir su vida, salir de abajo de la nube de rabia y furia que lo había oscurecido todo durante la última década. Nada había cambiado.
Excepto que tenía algo.
Taehyung.
Él negó con la cabeza.
—No, no me gusta.
Algo se encendió en los hermosos ojos del doncel, algo que podría convertirse en su adicción. Esperanza. Felicidad. Ser la razón de eso lo hacía sentir diez veces más hombre.
—¿Lo detendrás?
Él vaciló. ¿Lo detendría?
Eso haría feliz a Taehyung.
Pero, ¿a qué precio?
Jungkook se salvó de tener que contestar por Seokjin, volviéndose hacia ellos.
—¿Qué demonios? ¿Veis esto?
Él no había estado prestando atención, pero Junkyu estaba ahora de manera alternada haciendo la pantomima de chasquear un látigo y arrugar la cara, los ojos cerrados con fuerza, los dientes al desnudo, separando con sus dedos la comisura de su boca.
—¡Conduciendo un calamar! ¡Azotando la luz del sol! ¿Comiendo pollo frito?—gritó la marquesa, el orgullo en su tono generando risas en el resto de la habitación.
—Conduciendo un calamar es una comedia que me encantaría leer —dijo Seokjin con una risita, volviéndose hacia Taehyung —. Tae, en verdad. Podríamos aprovechar tu ayuda.
Taehyung observó a Junkyu durante un largo rato, y Jungkook tuvo dificultad para apartar la mirada de él, fascinado por su atención. Se preguntaba cómo sería ser el receptor de semejante interés. De tal contento. Los celos se encendieron de nuevo y él se regañó con dureza. Ningún hombre adulto debería tener envidia de perros o cuñados.
—La fierecilla domada.
Junkyu se detuvo.
—¡Sí! Gracias Tae. Empezaba a sentirme estúpido allá arriba.
—No puedo imaginar por qué —dijo Seokjin con sequedad—. No creo que las fierecillas sean ciegas, Junkyu. —Tan Seokjin.
—Oh, tonterías. Me gustaría ver cómo lo haces mejor. ¿Quién sigue?
—Es el turno de Taehyung. Él adivinó el último.
Taehyung se levantó y se alisó las ropas, Jungkook lo observó mientras caminaba hacia el improvisado escenario, sacaba un pedazo de papel y lo desdoblaba. Analizó la frase durante un largo rato antes de que una idea surgiera y su rostro se iluminara. Jungkook cambió de posición en el asiento, de repente incómodo, de repente queriendo sacarlo de prisa de la habitación, de la casa y llevarla a su hogar, a su cama.
Pero la ronda había comenzado y él tenía que esperar.
Taehyung levantó tres dedos y él imaginó la sensación de ellos en su mandíbula, en sus labios, en sus mejillas.
—¡Tres palabras!
Taehyung cuadró los hombros y saludó a sus hermanos, luego marchó con rigidez por el escenario, su pecho hacia delante. Jungkook se inclinó, con los codos en las rodillas, y observó, disfrutando de la vista.
—¡Marchando!
—¡Soldados!
Taehyung hizo un signo alentador con las manos.
—¡Napoleón!
Taehyung simuló el disparo de un rifle y la atención de Jungkook permaneció en el lugar donde su hombro y su cuello se encontraban, el espacio suave y en sombras que se moría por besar, el espacio que besaría en otro tiempo y lugar, si ellos estuvieran casados y él fuera un marido diferente.
Si él fuera un hombre al que Taehyung pudiera amar.
Si el suyo fuera un matrimonio basado en algo aparte de la venganza.
No me toques. Las palabras susurraron a través de él, y las aborreció. Detestó lo que ellas representaban, la forma en que Taehyung pensaba de él, la forma en que creía que lo trataría. La forma en que lo había tratado.
La forma en que lo estaba tratando.
—¡Cacería!
—¡Padre!
—¡Padre cazando a Napoleón! —La absurda adivinanza de Junkyu sacó a Taehyung de su mímica con una risa. El rubio negó con la cabeza y luego se señaló a sí mismo mientras revoloteaba sus pestañas—. ¡Padre te caza!
Seokjin miró a Junkyu.
—¿Por qué demonios estaría eso en el tazón de charadas, ridículo?
—No lo sé. Una vez tuve La peluca de Manoban.
Seokjin se echó a reír.
—¡He puesto uno de cada! —Taehyung carraspeó—. De acuerdo. Lo sentimos, Tae. ¿Qué nos estabas diciendo?
Taehyung señaló a lady Jisso.
—¿Lady?
—¿Mujer?
Esposo. Su esposo.
—¿Muchacha?
—¿Hija?
—¡Marquesa! —La marquesa exclamó su primera adivinanza con tal eufórica alegría que Jungkook pensó que ella caería del sofá.
Taehyung suspiró y puso los ojos en blanco antes de mirarlo, las cejas levantadas como quien dice, ¿socorro?
Algo alarmantemente semejante al orgullo estalló en su pecho ante el pedido, ante la idea de que pudiera acudir a él por ayuda. Jungkook encontró que quería ser el hombre a quien el doncel recurriera. Quería ayudarlao
Por el amor de Dios, Jeon, son charadas.
—Penelope —dijo él.
Los ojos de Taehyung se iluminaron.
—¿Penelope? ¿Es parte de la pista? —JunKyu miró escéptico. Taehyung comenzó la mímica de nuevo—. ¿Tejiendo?
Taehyung sonrió y señaló a Junkyu, luego hizo la mímica de tirar del hilo de la aguja rápidamente.
—¿Destejiendo?
Taehyung señaló a Junkyu de nuevo y luego a sí mismo, luego hizo la mímica de tejer y destejer una vez más hasta que miró a Seokjin, claramente al hermano que esperaba lograra juntar todas las pistas.
Jungkook no quería que Seokjin ganara. Quería ganar él. Impresionarlo.
—La Odisea —dijo.
Taehyung sonrió, una sonrisa cuadrada y hermosa, aplaudiendo y dando saltos, disfrutando del triunfo fugaz, entonces imitó disparar un rifle y marchó alrededor del pequeño escenario otra vez. Tae se dio la vuelta, apuntando directamente a Jungkook, toda su atención en él y Jungkook se sintió como un héroe cuando adivinó.
—La Guerra de Troya.
—¡Sí! —anunció Taehyung con un gran suspiro de aliento—. Bien hecho, Jungkook.
Él no pudo dejar de congratularse.
—Lo fue, ¿no?
—No entiendo —dijo Junkyu—. ¿Cómo Taehyung tejiendo y destejiendo conduce a la Guerra de Troya? ¿Y de dónde salió ese Penélope?
—Penelope era la esposa de Ulises —explicó Seokjin—. Él la dejó y ella se sentó es su telar, tejía durante todo el día y destejía todo el trabajo en la noche. Durante años.
—¿A cuenta de qué alguien haría eso? —Junkyu arrugó la nariz, escogiendo un dulce de una bandeja cercana—. ¿Años? De veras.
—Ella estaba esperando que él volviera a casa —dijo Taehyung, mirando a Jungkook a los ojos. Había algo significativo allí, Jungkook pensó que el doncel podría estar hablando de más que del mito griego. ¿Lo esperaba por las noches? Le había dicho que no lo tocara, le había apartado a la fuerza, pero esta noche, si él fuera Taehyung, ¿le aceptaría? ¿Seguiría el camino de Penelope?
—Espero que tengas cosas más emocionantes para hacer mientras esperas que Jungkook regrese a casa, TaeTae —bromeó Junkyu.
Taehyung sonrió, pero había algo en su mirada que a él no le gustó, algo semejante a la tristeza. Jungkook se culpó por ello. Delante de él, Tae era más feliz. Delante de él, sonreía, reía y jugaba con sus hermanos, sin recordar su aciago destino.
Se puso de pie y fue a su encuentro mientras su esposo se acercaba al sofá.
—Nunca dejaría a mi Taehyung durante años —dijo—. Tendría demasiado miedo de que alguien me lo arrebatara. —Su suegra suspiró audiblemente al otro lado del cuarto mientras sus hermanos se reían. Levantó una de las manos de Taehyung con la suya y le rozó los nudillos con un beso—. De todos modos, Penelope y Ulises nunca fueron mi pareja mítica favorita. Siempre he tenido preferencia por Perséfone y Hades.
Taehyung le sonrió y la sala de repente estaba mucho, mucho más caliente.
—¿Crees que fueron un matrimonio más feliz? —le preguntó irónico.
Encontró la pequeña sonrisa del doncel, deleitándose mientras decía en voz baja.
—Pienso que seis meses de comilona es mejor que veinte años de hambruna. —Taehyung se ruborizó y Jungkook resistió la tentación de besarlo allí, en la sala de estar, dejando de lado la decencia y las sensibilidades.
Perdiéndose el intercambio, Junkyu anunció.
—Lord Jeon, yo hago su turno.
Él no apartó la mirada de su esposo.
—Me temo que se hace tarde. Creo que debería llevar a mi esposo a casa.
Lady Jisoo se puso de pie con un gritito, tumbando un perrito de su regazo.
—Oh, quédense un poco más. Todos estábamos disfrutando tanto de vuestra visita.
Él miró a Taehyung, con ganas de llevárselo a su bajo mundo, pero permitiéndole tomar la decisión. El doncel se volvió hacia su madre.
—Lord Jeon tiene razón —dijo, enviando un estremecimiento a través de él—. Hemos tenido una larga tarde. Me gustaría ir a casa.
Con él.
El triunfo surgió y Jungkook resistió el impulso de arrojarlo sobre su hombro y sacarlo de la sala. Taehyung dejaría que lo tocara esta noche. Le dejaría cortejarlo.
Estaba seguro de ello.
Mañana se mantenía en duda, pero esta noche, esta noche, él sería suyo.
Incluso si él no lo merecía.
Busan, junio de 1825
Querido J:
Yeji y Yuju se casaron hoy en una boda doble, con esposos mediocres, por cierto. No tengo la menor duda de que sus posibilidades se vieron limitadas por mi escándalo y apenas puedo volver a tragarme la rabia y la injustica de todo ello.
Me parece tan injusto que algunos de nosotros tengamos una vida llena de felicidad, amor, compañerismo y todas esas cosas que nos enseñan a no soñar nunca porque son tan raras, y de ningún modo la clase de cosas a esperar de un buen matrimonio.
Sé que la envidia es un pecado y la codicia también. Pero no puedo evitar querer lo que otros tienen. Para mí y para mis hermanos.
Anónimo.
(Carta no enviada)
Taehyung se estaba enamorando de su marido.
La sorprendente comprensión llegó cuando Jungkook lo ayudó a subir al carruaje y golpeó dos veces sobre el techo antes de instalarse junto a él para el regreso a casa.
Taehyung estaba enamorándose de la parte de él que patinaba sobre hielo, jugaba charadas, lo atormentaba con juegos de palabras, y le sonreía como si fuera el único en el mundo. Estaba enamorándose de la bondad que acechaba debajo de su capa exterior.
Y había una parte de Taehyung, oscura y silenciosa, que estaba enamorándose del resto de él. El rubio no sabía cómo podría manejar estar enamorado de todo Jungkook.
Jungkook era demasiado.
Tembló.
—¿Tienes frío? —le preguntó, ya en movimiento y tirando una manta por encima del rubio.
—Sí —mintió, estrechando el material de lana contra él, tratando de recordar que este hombre, el hombre amable y solícito que le preguntaba por su comodidad, era solo una parte efímera de su marido.
La parte que amaba.
—Estaremos en casa muy pronto —dijo, acercándose, rodeándole los hombros con un brazo, una banda de acero caliente. Taehyung amaba su toque—. ¿Disfrutaste tu tarde?
Las palabras hirvieron a fuego lento por el dorado como una promesa, y no pudo evitar el rubor de sus mejillas, incluso mientras se esmeraba en distanciarse de él y de las emociones que le inspiraba.
—Lo hice. Las charadas con mis hermanos son siempre divertidas.
—Me gustan mucho tus hermanos. —Las palabras eran suaves, un trueno de sonido en la oscuridad—. Estaba feliz de ser parte del juego.
—Y yo creo que ellos están felices por tener otro hermano de quien disfrutar —dijo, pensando en sus cuñados—. Los esposos de Yuju y Yeji son menos... — titubeó.
—¿Guapos?
Taehyung sonrió. No pudo evitarlo.
—Eso también, pero iba a decir...
—¿Encantadores?
—Y eso, pero...
—¿Completamente fascinantes?
El doncel levantó las cejas.
—Absolutamente fascinante, ¿no?
Fingió estar ofendido.
—¿No habías advertido eso acerca de mí?
Lo terrible era que lo había hecho. No que el rubio se lo diría.
—No. Pero también puedo ver que eres infinitamente más modesto que los otros.
Fue su turno de reír.
—Por cierto, ellos deben ser muy difíciles.
Taehyung sonrió abiertamente.
—Veo que conoces tus limitaciones.
Se hizo silencio de nuevo y Taehyung se sorprendió cuando Jungkook lo rompió.
—Disfruté de las charadas. Era como si yo fuera parte de la familia.
Las palabras fueron tan honestas e inesperadas, tan honestas que las lágrimas llegaron de manera espontánea, para hacer picar los ojos de Taehyung, parpadeó para contenerlas diciendo simplemente: —Estamos casados.
Jeon le buscó la mirada en la oscuridad.
—¿Es todo lo que se necesita? ¿Intercambiar votos delante del vicario y nace una familia? —Cuando no contestó, él agregó—: Me gustaría que así fuera.
Taehyung trató de mantener las palabras ligeras.
—Usted es bienvenido por mis hermanos, Su Señoría. Estoy seguro de que ambos disfrutarán de tenerle como hermano... debido a su amistad con lord Park y... — se detuvo.
—¿Y? —apremió él.
Respiró.
—Y su habilidad para evitar que Seokjin se convierta en un Choi.
Él suspiró, inclinando la cabeza hacia atrás contra el asiento.
—Taehyung... no es tan fácil.
El doncel se quedó quieto, luego se alejó de su abrazo, el frío atacando al instante.
—¿Quieres decir que no te sirve?
—No. No es así.
—¿Por qué importa que contraigan rápido matrimonio? —Él vaciló y Taehyung llenó el silencio—. He tratado de entender, Jungkook... pero no puedo entenderlo. ¿Cómo uno sirve al otro? Tú ya tienes prueba de la ilegitimidad de Hoseok... —Y de repente comprendió—. No las tienes, ¿verdad?
Él no apartó la mirada pero tampoco habló. Su mente giraba mientras Taehyung trataba de darle sentido al acuerdo, de cómo había sido organizado, de las partes que habían sido involucradas, de la lógica de la situación.
—Tú no la tienes, pero mi padre sí. Y le pagarás muy bien por ello con hijos casados. Su mercancía favorita.
—Taehyung. —Él se inclinó hacia adelante.
El doncel se apretó contra la puerta del carruaje, tan lejos como podía conseguir.
—¿Lo niegas?
Jungkook se quedó quieto.
—No.
—Así es la vida —dijo Taehyung con amargura, la realidad de la situación llenando el estrecho espacio del carruaje, amenazando con sofocarlo—. Mi padre y mi esposo conspirando para manipularnos a mis hermanos y a mí. Nada cambia. Esa es la elección, ¿no? ¿La reputación de mis hermanos o la de mi amigo? ¿Una u otra?
—Al principio fue una elección —admitió él—. Pero ahora... no permitiría que tus hermanos se arruinasen, Taehyung.
El nombrado enarcó una ceja.
—Perdóneme si no le creo pero considerando cuánto ha amenazado esas mismas reputaciones desde nuestro encuentro.
—No más amenazas. Quiero que sean felices. Quiero que seas feliz.
Jungkook podría hacerlo feliz. La idea susurró a través del doncel, y no lo dudaba. No, en absoluto. Este era un hombre que tenía un enfoque singular y si él se proponía darle una vida de felicidad, tendría éxito. Pero eso no estaba en los papeles.
—Quieres más tu venganza.
—Quiero ambos. Lo quiero todo.
Taehyung le volvió la espalda, hablando hacia la calle más allá de la ventanilla del carruaje, de repente irritado.
—Oh, Jungkook, ¿quién te dijo que podías tenerlo todo?
Avanzaron en silencio durante un rato antes de que el vehículo se detuviera y Jungkook descendiera, dándose la vuelta para ayudarle a bajar. Mientras él estaba de pie allí en las sombras oscuras del carruaje, con una mano extendida, Taehyung se acordó de aquella noche en las ruinas de la casa, cuando Jeon le había ofrecido su mano, su nombre y su aventura y él lo había aceptado, pensando que todavía era el muchacho que una vez había conocido.
No lo era. No era para nada ese muchacho, ahora era del todo un hombre con dos caras, el protector amable y el redentor cruel. Era su esposo.
Y, Dios lo ayudara, Taehyung lo amaba.
Todos esos años había esperado por este momento, por esta revelación, seguro de que cambiaría su vida, y haría que las flores florecieran y los pájaros cantaran su euforia.
Pero este amor no era eufórico. Era doloroso.
No era suficiente.
Taehyung descendió del carruaje sin ayuda, evitando su mano fuerte y enguantada mientras ascendía por las escalinatas y entraba en el vestíbulo de la casa de la ciudad, desprovisto de criados. Él lo seguía, pero el doncel no vaciló, en lugar de eso fue directamente hacia las escaleras y comenzó a subir.
—Taehyung —lo llamó desde el pie de las escaleras y él cerró los ojos en contra de su nombre, en contra de la manera como sonaba en sus labios que le hacía doler.
Taehyung no se detuvo.
Él lo siguió hasta su dormitorio, lenta y metódicamente, subiendo las escaleras y dejando abajo el vestíbulo largo y oscuro. El rubio había dejado la puerta abierta, a sabiendas que él entraría aun si se encerraba adentro. Jungkook cerró la puerta detrás de sí al mismo tiempo que Taehyung se movía hacia el tocador y se quitaba la bufanda, colocándola cuidadosamente sobre una silla.
—Taehyung —repitió con una firmeza que exigía obediencia.
Bueno, al doncel se le había acabado la obediencia. —Por favor mírame.
Taehyung no vaciló. No respondió.
—Taehyung... —Jungkook se fue apagando, y por el rabillo del ojo, lo vio pasarse los dedos por el cabello, dejando un surco de gloriosa imperfección allí... tan hermoso, tan característico de él—. Durante una década he tenido esta vida. Venganza. Merecido castigo. Eso es lo que me ha alimentado... lo que me ha nutrido.
El doncel no se volvió. No podía. No quería que él viera cuánto lo conmovía. Cuánto quería gritar, lanzar improperios y decirle que había más en la vida, más en él que este objetivo perverso.
Él no lo escucharía.
—Estás equivocado —le dijo, moviéndose hacia la jofaina en la ventana—. Más bien, te has envenenado.
—Tal vez.
Vertió agua fría y cristalina en la palangana, y sumergió las manos, observándolas pálidas y temblorosas contra la porcelana, el agua distorsionando la realidad. Cuando habló, era a sus extrañas extremidades.
—Sabes que no va funcionar, ¿no? —Cuando Jungkook no contestó, continuó—. Sabes que una vez que hayas infligido tu preciosa venganza no habrá otra cosa... luego ¿qué? ¿Qué sigue?
—Entonces la vida. Finalmente —dijo con simpleza—. La vida debajo del espectro de ese hombre y el pasado que él me dio. La vida sin justo castigo. —Él se detuvo—. La vida contigo.
Jungkook estaba cerca cuando lo dijo, más cerca de lo que esperaba, y Taehyung sacó las manos del agua y se volvió aún cuando las palabras punzaban, aún cuando le causaban dolor. Eran las palabras que desesperadamente había querido oír, durante el comienzo de su matrimonio, quizás desde antes que eso. Quizás desde cuando empezó a escribirle cartas, sabiendo que él nunca las recibiría. Pero por mucho que hubiera deseado escuchar esas palabras, encontró que no podía creer en él.
Y era la creencia, no la verdad, lo que importaba. Jungkook se lo había enseñado.
Jungkook estaba de pie a menos de un brazo de distancia, serio y sombrío, sus ojos negros en las sombras de la habitación, e incluso cuando sabía que nunca le haría ver la verdad, Taehyung no pudo evitar decir: —Te equivocas. No cambiarás. En lugar de eso, te quedarás en la oscuridad, envuelto en la venganza. — Se detuvo, sabiendo que las próximas palabras eran las más importantes para que él las escuchara. Para que las dijera—. Serás infeliz, Jungkook. Y yo seré infeliz contigo.
La mandíbula masculina se endureció.
—¿Eres un experto? Tú con tu fascinante vida, escondido en Busan, nunca un momento arriesgado, nunca una mancha en tu perfecta y correcta reputación. No sabes nada de rabia, desilusión o devastación. No sabes lo que es tener una vida arrancada de cuajo de ti y no querer nada más que castigar al hombre que lo hizo.
Las palabras quedas fueron como un cañón en el cuarto, resonando en torno a Taehyung hasta que él ya no pudo más guardar silencio.
—Tú... hombre... egoísta. —Taehyung dio un paso hacia Jungkook —. ¿Crees que no entiendo de desilusión? ¿Piensas que no estaba desilusionado cuando observaba a todo el mundo a mi alrededor... a mis amigos, a mis hermanas... casarse? ¿Crees que no estaba devastado el día que descubrí que el hombre con quien debía casarme estaba enamorado de otra? ¿Crees que no estaba enojado cada día que me despertaba en la casa de mi padre sabiendo que nunca podría tener la alegría y que nunca encontraría el amor? ¿Crees que es fácil ser un doncel como yo, lanzado de uno a otro para que me controlen, padre, prometido, y ahora esposo?
Se acercaba a Jungkook de modo amenazador, haciéndolo retroceder hacia la puerta de la habitación, demasiado irritado para disfrutar del hecho que Jungkook retrocediera junto con él.
—¿Necesito recordarte que nunca, jamás he tenido una opción respecto al rumbo de mi vida? ¿Que todo lo que hago, todo lo que soy, ha sido en servicio de los demás?
—Eso es culpa tuya, Taehyung. No nuestra. Podrías haberte negado. Nadie estaba amenazando tu vida.
—¡Por supuesto que lo estaban! —estalló—. Amenazaban mi seguridad, mi título, mi futuro. Si no era Bogum o Hoseok o tú, ¿qué? ¿Qué hubiera sucedido cuando mi padre muriera y no tuviera nada?
Entonces él se acercó, tomándolo de los hombros con las manos.
—Salvo que eso no estaba fuera del instinto de conservación, ¿verdad? No estaba fuera de la culpa, la responsabilidad y el deseo de darles a tus hermanos la vida que tú no podrías tener.
Taehyung entrecerró la mirada.
—No voy a pedir disculpas por hacer lo correcto para ellos. No somos todos como tú, Jeon, mimado, egoísta y...
—No te detengas ahora, cariño —dijo él arrastrando las palabras, soltándolo y cruzando sus brazos sobre el ancho pecho—. Acabas de llegar a la parte buena. —Cuando no respondió, él enarcó una ceja—. Cobarde. Te guste o no, hiciste tus elecciones, V. Nadie más.
Lo odió por utilizar el apodo ahora.
—Estás equivocado. ¿Crees que yo habría elegido a Bogum? ¿Crees que habría elegido a Hoseok? ¿Crees que te habría elegido a...?
Se detuvo, queriendo terminar la frase con desesperación, decir ti. Quería hacerle daño. Castigarlo por hacer que todo fuera mucho más difícil. Por hacer imposible que lo amara.
Jungkook oyó la palabra de todos modos.
—Dila.
El doncel negó con la cabeza.
—No.
—¿Por qué no? Es la verdad. Si yo fuera el último hombre en Seúl, nunca habría sido yo. Soy el villano en esta obra, el que te arrebató de tu perfecta vida campestre, todo venganza y furia, demasiado duro, frío e indigno de ti. De tus sentimientos. De tu compañía.
—Tus palabras. No las mías. —Excepto que no eran verdad. Porque de todas las cosas que Taehyung había hecho, de todas las parejas que casi había formado, Jungkook era el único al que en verdad había querido.
Jungkook dio un paso hacia atrás, se pasó la mano por el pelo y dio un corto resoplido de risa.
—Has aprendido a dar batalla, ¿no? Ya no más el pobre Taehyung.
El rubio cuadró los hombros y respiró profundo, prometiéndose a sí mismo que se lo sacaría y al hecho de que lo amaba, de la mente.
—No —aceptó al fin—. Ya no más el pobre y estúpido Taehyung.
Algo cambió en Jungkook y por primera vez desde su matrimonio, el doncel no cuestionó la emoción en su mirada. Resignación.
—Así que eso es todo, ¿verdad?
Taehyung asintió con la cabeza una vez, cada centímetro resistiendo las palabras, queriendo gritar ante la injusticia de todo esto.
—Eso es todo. Si insistes en la venganza, lo harás sin mí a tu lado.
Taehyung sabía que el ultimátum nunca se llevaría a cabo, pero no fue menos que un duro golpe cuando él dijo:
—Así sea.
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