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Capítulo 10

     Desde algún lugar de Daegu, junio de 1816

Querido J:
Te estoy escribiendo desde un carruaje, donde he pasado los últimos seis días con todos mis hermanos (los cuatro), y mi madre viajando para visitar a la abuela. No puedo imaginar lo que habrá poseído a los antiguos para continuar su marcha al norte y construir un puente tan largo. No deben haber tenido hermanos o ellos no habrían atravesado Daegu.

Tu perseverante: T

(Sin respuesta)

1931

Jungkook lo había abandonado.

A Taehyung le había tomado un cuarto de hora poder recobrar el juicio, parado allí en la entrada de la casa de Jungkook en Seúl, junto a varias pilas de sus pertenencias.

Lo había abandonado, sumariamente, con un simple «Adiós».

Contempló la puerta de roble macizo por la que Jeon se había marchado hacía más tiempo del que le gustaría confesar, luchando con varias verdades claves.

Jungkook lo había abandonado.

En su primera noche en su casa de Seúl.

Sin presentarle siquiera a su personal antes de salir.

Durante su noche de bodas.

No deseaba pensar detenidamente en ese punto.

En cambio, se concentró en el hecho que estaba de pie como un tonto en el vestíbulo de la residencia de ciudad de su esposo, sin más compañía que dos muy jóvenes lacayos que parecían inseguros sobre su exacto papel en semejante situación. Taehyung no estaba seguro de si debía sentir consuelo por la idea de que no muy a menudo se encontraban lidiando con solitarios donceles en esta residencia o si debía sentirse ofendido porque no habían pensado en llevarlo a una sala de recibo mientras ideaban un plan para él.

Forzó una sonrisa y se dirigió al mayor de los dos, quién no podía tener más de quince años desesperados al pie del cañón.

—¿Supongo que la casa tiene una ama de llaves o mayordomo?

Observó cómo una oleada de alivio inundaba al jovenzuelo y se sintió un poco envidioso. Taehyung lamentaba no saber cómo comportarse en esta situación.

—Mayordomo, mi lord.

—Excelente. ¿Quizá podría ir por él?

El lacayo hizo una reverencia, luego otra, obviamente impaciente por hacerlo lo más pronto posible.

—Sí, mi lord. Como desee, mi lord. —Y se marchó en un santiamén, mientras que su compañero se ponía cada vez más incómodo con el paso de los minutos.

Taehyung comprendía el sentimiento.

Pero solo porque estaba en un estado de incertidumbre total no significaba que el pobre muchacho de pie frente a él también sufriera.

—No tiene por qué quedarse, estoy seguro que el mayordomo estará en camino —le dijo con una sonrisita alentadora.

El lacayo, francamente demasiado joven para ser un lacayo, masculló su acuerdo y desapareció, casi al instante.

Taehyung dejó escapar un profundo suspiro y estudió la entrada de la residencia, toda hecha de mármol y pan de oro, a la altura de la moda y el costo, un poco demasiado extravagante para sus gustos, pero al instante entendió la decoración.

Jungkook podría haber perdido todo en un infame juego de azar, pero lo había recuperado multiplicado por veinte; cualquiera que entrara en su casa vería esto.

Algo se contrajo en su pecho ante el pensamiento del joven marqués trabajando con denuedo para restaurar su fortuna. Qué fuerza le debía haber tomado, qué compromiso.

Era una vergüenza que no tuviera la misma responsabilidad hacia su esposo.

Apartó el pensamiento, enfrentando al macizo baúl que había llegado junto con su carruaje esa noche. Bien, si no debía ser puesto en un cuarto, bien podría ponerse cómodo. Se desabotonó la capa de viaje y se sentó sobre el equipaje, preguntándose si, quizás, debía vivir aquí, en el vestíbulo.

Una conmoción empezó en la parte posterior de la casa, indicios de susurros febriles enfatizados por pasos, y Taehyung no pudo evitar sonreír ante el sonido. Parecía que ninguno de los sirvientes tenía conocimiento de que su señor había tomado un novio. Suponía que no debería sentirse sorprendido, ya que él mismo no había esperado algo así hasta hacía dos días atrás.

Pero no podía menos que sentirse levemente enojado con su esposo.

Por lo menos él podría haberse tomado un momento para presentarlo con el mayordomo antes de marcharse a realizar cualquier negocio importante que tuviera que hacer a estas horas del día.

En el día de su boda.

Suspiró, captando la impaciencia y la irritación en el sonido. Sabía que los donceles no mostraban irritación. Pero solo podía esperar que la regla no fuera tan firme si uno estaba casado con un aristócrata caído.

Ciertamente había posibilidad para la interpretación cuando se estaba sentado en tu nueva casa, esperando a que te ofrecieran una habitación. Cualquier habitación.

Él inspeccionó la palma de una mano y se preguntó cómo reaccionaría Jungkook a esta situación si regresara, en algunas horas, y lo descubriera sentado en su baúl, esperándolo.

Imaginarlo con los ojos abiertos por la sorpresa le hizo emitir una sonrisita.

Bien podría valer las molestias. Se movió ignorando el dolor en su trasero.

Era más que seguro que los marqueses no pensaban en la incomodidad de sus traseros.

—¿Mi lord?

Taehyung se puso de pie de un salto, girándose hacia las palabras, tentativas y curiosas, dichas detrás de él, por el doncel más bello que jamás había visto.

No importaba que vistiera un simple uniforme, fácilmente identificable en cualquier casa a lo largo y ancho de Seúl, o que su flamígero cabello castaño fuera un poco crespado. Este doncel, joven y ágil, con los ojos más grandes y hermosos que Taehyung hubiera visto antes, era deslumbrante.

Como una pintura hecha por un maestro holandés.

Como ninguna criada o criado que Taehyung hubiera conocido jamás.

Y él vivía en la casa de Jungkook.

—Yo... —comenzó a decir, luego se interrumpió, dándose cuenta lo que estaba a punto de decir. Sacudió la cabeza.

El mayordomo no dio ninguna indicación de haber notado un comportamiento extraño, en cambio se adelantó y realizó una profunda reverencia.

—Mis disculpas por no haberlo saludado tras su llegada. Pero no... —fue su turno de detenerse.

No lo esperábamos. Taehyung escuchó las palabras aunque estas no fueron pronunciadas.

El mayordomo volvió a intentarlo.

—Jeon no...

Jeon.

No lord Jeon. Solo Jeon.

Una emoción llameó, caliente y desconocida. Celos.

—Entiendo. Lord Jeon ha estado muy ocupado durante los últimos días. — hizo énfasis en su título, notando la comprensión en la mirada del doncel castaño —. ¿Asumo que usted es el mayordomo?

El hermoso doncel le dirigió una pequeña sonrisa y se hundió en otra reverencia.

—El señor Choi.

Taehyung se preguntó si el señor Choi estaba casado o si el doncel había adquirido el título con su cargo en esa casa. El pensamiento de Jungkook con un mayordomo deslumbrante, joven y soltero, no le sentó bien.

—¿Quisiera ver la casa? ¿O conocer al personal? —El joven parecía inseguro de lo que debía venir después.

—Por el momento me gustaría ver mi habitación —dijo Taehyung, compadeciéndose del otro doncel, quien con seguridad estaba tan sorprendido por el matrimonio de su señor como el propio Taehyung —. Viajamos la mayor parte del día.

—Por supuesto. —El joven asintió con la cabeza, mostrando el camino hacia la amplia escalera que se elevaba a lo que Taehyung asumía eran los cuartos privados de la casa—. Haré que los chicos suban sus baúles de inmediato.

Mientras subían la escalera, Taehyung no pudo evitar preguntar:

—¿Su esposo también es empleado de lord Jeon?

Hubo una pausa larga antes que contestara:

—No, mi lord.

Taehyung sabía que no debía insistir.

—¿En una casa cercana, entonces?

Otra pausa.

—No tengo ningún esposo.

Jeon Taehyung resistió los desagradables celos que llamearon con la declaración y el impulso de seguir haciéndole más preguntas al hermoso doncel.

El señor Choi ya se había apartado, abriendo tranquilamente la puerta de una recámara débilmente iluminada.

—Encenderemos algunas luces al instante, por supuesto. —Se adelantó con ese objetivo, encendiendo varias velas alrededor del cuarto, revelando poco a poco una acogedora y bien equipada recámara adornada en adorables tonos verdes y azules—. Le traeré una bandeja. Debe tener hambre. —Cuando completó su tarea, se giró de nuevo hacia Taehyung —. No tenemos una doncella entre el personal, pero yo sería feliz de... — no terminó la oración.

Taehyung negó con la cabeza.

—Mi doncella no debe demorar en llegar.

El alivio destelló en el rostro del castaño, y Taehyung inclinó la cabeza en señal de conformidad.

Lo observó con cuidado, fascinado por esta hermosa criatura que parecía ser un sirviente competente y a la vez no tenía pizca de serlo.

—¿Hace cuánto trabaja en esta casa?

El chico alzó la cabeza con brusquedad, sus ojos se fijaron en Taehyung al instante.

—Con Jeo... —Se detuvo, corrigiéndose—. ¿Con lord Jeon? —Taehyung asintió—. Dos años.

—Sois muy joven para ser mayordomo.

La mirada del más joven se volvió cautelosa.

—Fui muy afortunado de que lord Jeon encontrara un puesto para mí en su casa.

Una docena de preguntas pasaron por la mente de Taehyung, y necesitó de toda su energía para contenerse y no formularlas, deseaba descubrir la verdad sobre este hermoso doncel y cómo había llegado a vivir con Jungkook.

Pero ahora no era el momento, no importaba cuán curioso se sintiera.

En cambio, alzó las manos y se quitó la boina, dirigiéndose a un tocador cercano para dejarla. Dándose vuelta, despidió al mayordomo.

—Mis baúles y la cena suenan muy bien. Y un baño, por favor.

—Como desee —El señor se marchó ni bien terminó de decir las palabras, dejando solo a Taehyung.

Respirando hondo, giró en un círculo lento, estudiando la habitación. Era preciosa, exuberantemente diseñada con sedas en las paredes y una enorme alfombra que debía venir de Oriente. Las obras de arte eran de buen gusto y el mobiliario estaba finamente tallado. Había un hogar con algunas brasas, pero la frialdad y el persistente olor a encierro en el aire demostraban que la casa no había estado preparada para su llegada.

Se dirigió a la palangana, ubicada junto a una ventana que daba a un amplio y extravagante jardín, vertió el agua en la jofaina, y metió las manos en la porcelana blanca, observando la forma en que el agua distorsionaba su color y forma, dándoles el aspecto de estar rotas y deformadas. Respiró hondo, concentrándose en el lugar donde el frío líquido cedía paso al aire del cuarto.

Cuando la puerta se abrió, Taehyung se apartó de la palangana, casi volcando el soporte y salpicando el agua sobre él y la alfombra. Se dio la vuelta hasta quedar frente a una muchachita, no podía tener más de trece o catorce años, quien entró haciendo una rápida reverencia.

—He venido para encender el fuego.

Taehyung observó cómo la chiquilla se ponía en cuclillas con una caja de yesca, y una imagen de Jungkook destelló en su mente, solo unos días antes, en la misma posición en su antigua casa. Las astillas prendieron fuego y las mejillas del rubio se calentaron mientras recordaba todo lo que sucedió esa noche y la mañana después. El recuerdo trajo consigo una punzada de pesar.

Pesar porque él no estuviera allí.

La muchacha se puso de pie, quedando enfrente a él con la cabeza gacha.

—¿Hay algo más que necesite?

La curiosidad llameó otra vez en él.

—¿Cómo te llamas?

La muchacha alzó la cabeza rápidamente.

—¿Mi... mi nombre?

Taehyung probó con una sonrisa reconfortante.

—Si no te importa compartirlo conmigo.

—Leah.

—¿Qué edad tienes, Leah?

Ella realizó una nueva reverencia.

—Catorce, mi lord.

—¿Y desde cuándo trabajas aquí?

—¿Quiere decir en Hell House?

Los ojos de Taehyung se abrieron de par en par.

—¿Hell House?

Dios Santo.

—Sí, señor —se apresuró en responder la pequeña criada, como si fuera un nombre completamente razonable para una casa—. Tres años. Mi hermano y yo necesitábamos empleos después de que nuestros padres... —sus palabras se desvanecieron, pero Taehyung no tuvo dificultad en completar el resto.

—¿Tu hermano trabaja aquí también?

—Sí. Es un lacayo.

Lo cual explicaba la juventud inesperada de los lacayos.

Leah parecía extraordinariamente nerviosa.

—¿Hay algo más que necesite de mí?

El doncel negó con la cabeza.

—No esta noche, Leah.

—Gracias, señor. —Ella giró hacia la puerta y casi había alcanzado la libertad cuando Taehyung la llamó.

—Oh, hay una cosa. —La muchacha se dio la vuelta, con los ojos muy abiertos y expectantes—. ¿Podrías decirme cómo llegar a la recámara del señor?

—¿Quiere decir a las habitaciones de Jeon?

Allí estaba otra vez. Jeon.

—Sí.

—La mayoría de nosotros usamos la puerta que da al pasillo, pero usted tiene una puerta directa —dijo, señalando una puerta en el extremo opuesto de la habitación, casi metida detrás del biombo del vestidor.

Una puerta directa.

El corazón de Taehyung comenzó a latir un poco más rápido.

—La veo.

Por supuesto tendría un acceso directo a los cuartos de su esposo.

Jungkook era, después de todo, su esposo.

Quizás él la usaría.

Algo resplandeció en el pelirrubio, algo que no pudo identificar. Miedo, posiblemente.

Excitación.

Aventura.

—Estoy segura que él ni siquiera notará que usted está aquí. Muy pocas veces duerme aquí.

Taehyung sintió que el calor inundaba sus mejillas otra vez.

—Ya veo —repitió. Jungkook dormía en otra parte. Con alguien más.

—Buenas noches.

—Buenas noches, Leah.

La muchacha se marchó, y Taehyung se quedó de pie mirando hacia aquella puerta, insoportablemente curioso de lo que habría detrás de ésta. La curiosidad persistía mientras sus baúles llegaban, seguidos por su cena, una simple pero opípara comida consistente de pan fresco y queso, jamón caliente, y una sabrosísima salsa. Esta la carcomió mientras comía, mientras su doncella recién llegado desempacaba sus prendas más esenciales, mientras los muchachos que habían traído sus baúles llenaban su bañera, mientras se bañaba, secaba, vestía y trataba desesperadamente de escribir una carta a su abuela.

Cuando el reloj marcó la medianoche, y se dio cuenta que su día de bodas y noche de bodas había llegado a su fin, la curiosidad por lo que había detrás de esa puerta se convirtió en desilusión.

Y luego en irritación. Su mirada se vio atraída hacia la puerta contigua una vez más. Observó la caoba; la cólera y un poco de vergüenza lo embargaban. Y en esa fracción de segundo, tomó su decisión.

Avanzó hacia la puerta y la abrió de golpe, revelando una gran y profunda oscuridad.

Los criados sabían que Jeon no planeaba regresar esa noche o habrían mantenido un fuego encendido para él. Taehyung era el único que había esperado que él volviera. El único que había pensado, que quizás, su noche de bodas podía ser algo más.

Tonto Taehyung.

Jungkook no había querido casarse con él.

Se había casado con él para recuperar sus tierras. ¿Por qué era tan difícil para él recordarlo? Tragó el nudo que se había formado en su garganta y respiró profundo. No se permitiría llorar. No esta noche. No en esta nueva casa, con sus criados curiosos. No durante su noche de bodas.

La primera noche del resto de su vida.

Su primera noche como Marqués de Jeon, con las libertades que venían con el título.

Así que, no, no lloraría. En cambio, tendría una aventura.

Levantando un gran candelabro de una mesa cercana, entró en el cuarto, un charco de luz dorada lo seguía, revelando una larga pared de anaqueles llenos hasta el tope de libros y una chimenea de mármol con dos grandes y elegantes sillas dispuestas cómodamente cerca de esta. Se detuvo ante el hogar para investigar la enorme pintura que colgaba sobre la chimenea, levantando su vela para otorgar más luz sobre el paisaje.

El reconocimiento lo embargó.

No la casa, sino la tierra. Las colinas cedían paso al deslumbrante y luminoso lago que marcaba el límite occidental de la exuberante y verde propiedad, la joya de Busan. La tierra que una vez había formado parte de sus derechos de nacimiento.

Al despertar lo primero que veía eran sus tierras.

Lo hace cuando duerme en este cuarto.

El pensamiento ahuyentó cualquier simpatía que pudiera haber sentido en ese momento, y se dio la vuelta, irritación y desilusión llameando en su interior. Su vela reveló el extremo de una enorme cama, más grande que cualquier otra cama que hubiera visto jamás. Taehyung se quedó sin aliento ante el tamaño, cada esquina poseía enormes postes, cada uno más finamente tallado que el anterior, el dosel en lo alto era de al menos dos metros, quizás más. Estaba cubierto por telas de color vino y medianoche, y no pudo evitar extender la mano para recorrer con los dedos los cortinados de terciopelo.

Era algo en extremo exuberante, ostentoso y extravagante.

E irresistiblemente masculino.

El pensamiento lo hizo apartarse para observar el resto de la habitación, su mirada siguió la luz de la vela hasta un gran decantador de cristal lleno de un líquido oscuro y un conjunto de copas a juego.

Se preguntó con qué frecuencia Jungkook se servía un dedo de whisky y dormía en la gigantesca cama. Cuestionándose con qué frecuencia servía una cantidad similar de licor para una o un invitado.

La idea de otra mujer o doncel  en la cama de Jungkook, misteriosa y voluptuosa, igualándolo en belleza y audacia, alimentó la ira de Taehyung.

Lo había abandonado allí, en su casa, en su primera noche como su esposo.

Y se había marchado para beber whisky con una diosa.

No importaba que no tuviera ninguna prueba; aun así ese pensamiento lo hizo enojar.

¿Su conversación en el carruaje no significaba nada? Cómo harían para demostrar a Seúl y a la sociedad que esta farsa de matrimonio no estaba bordeada por el escándalo si él estaba fuera de correrías con...con... ¿mujeres y donceles de la noche?

¿Y qué debía hacer él mientras Jungkook vivía la vida de un consumado libertino?

¿Sentarse aquí haciendo su costura hasta que él decidiera honrarlo con su presencia?

No.

No lo haría.

—Definitivamente no lo haré —juró, suave y rotundamente, en el cuarto en penumbra, como si una vez que las palabras fueran dichas en voz alta, no pudieran ser rescindidas.

Y quizás no podría retractarse.

Su mirada se fijó en el decantador una vez más, el fino tallado en el cristal, la amplia base, diseñada para impedir que la botella cayera en mares embravecidos. Jungkook tenía el decantador del capitán de un barco en este cuarto decadente, una guarida de tela y pecado que podría haber pertenecido a cualquier pirata con algo de amor propio.
Bien. Taehyung le mostraría mares embravecidos.

Antes que pudiera pensarlo mucho, avanzó hacia la bebida, dejó a un lado su candelabro, tomó una copa y se sirvió más whisky de lo que cualquier doncel o mujer decente debería beber.

El hecho que no supiera con seguridad cuánto whisky podía beber un doncel decente le era irrelevante.

Experimentó un placer perverso por la forma en que el líquido ámbar llenaba el cristal, y se rió solapadamente al preguntarse lo que su nuevo esposo pensaría si llegara a casa en ese momento, su correcto esposo, rescatado de una vida de soltería, agarrando una copa medio llena de whisky.

Medio llena de futuro.

Medio llena de aventura.

Con una sonrisa, Taehyung vio su reflejo en el amplio espejo montado detrás del decantador y tomó un largo sorbo de whisky.

Y casi se sintió morir.

No estaba preparado para el ardor que quemó su garganta y se concentró en su estómago, haciendo que tuviera arcadas una vez antes de poder recobrar el control de sus facultades.

—¡Puaj! —anunció al cuarto vacío, bajando la mirada hacia la copa y preguntándose por qué alguien, particularmente los hombres más ricos de Seúl, elegían beber esa porquería tan ahumada y amarga.

Sabía a fuego. Fuego y... árboles.

Y era asqueroso.

Aunque fuera una aventura, esta no era nada prometedora.

Creía que podría estar enfermo.

Se apoyó en el borde del aparador, deslizándose contra este y preguntándose si era posible que realmente pudiera haberle causado un daño serio e irreversible a sus entrañas. Tomó aliento varias veces y el ardor empezó a amainar, dejando un calor lánguido y vagamente alentador.

Tuvo que rectificarse.

No era tan malo, después de todo.

Volvió a ponerse de pie, levantando el candelabro una vez más y dirigiéndose hacia los estantes de libros, ladeando la cabeza para leer los títulos de los libros encuadernados que los llenaban por completo. Parecía extraño que Jungkook pudiera tener libros. No podía imaginarlo quieto el tiempo suficiente para leer. Pero aquí estaban: Homero, Shakespeare, Chaucer, varios tomos alemanes sobre agricultura y un anaquel entero de historias de los Reyes de Corea. Y La guía de la aristocracia de Seúl.

Recorrió con los dedos la rotulación dorada del volumen, la historia completa de la aristocracia, ya que su lomo estaba completamente desgastado por el uso. Para alguien que era tan feliz ausente de la sociedad, parecía que Jungkook leía con frecuencia el volumen.

Sacó el libro del estante, presionando una mano sobre el cuero de la cubierta antes de abrirlo al azar. Este se abrió en una página, vista a menudo.

El artículo del Marquesado de Jeon.

Taehyung recorrió las letras con sus dedos, la larga fila de hombres que ostentaron el título antes de Jeon. Antes de hoy. Y allí estaba él.

En 1816, había asumido el título de Marqués de Jeon, para él y sus descendientes varones.

Podría aparentar no sentir cariño por su título pero de alguna forma se sentía conectado con él o este libro no estaría tan desgastado. El placer lo atravesó ante el pensamiento, ante la idea de que él aún podía pensar en su vida en Busan, en su tierra, en su infancia, en Taehyung.

Quizás no lo había olvidado.

Su índice trazó la línea de texto: Y sus descendientes varones. Taehyung se imaginó una cuadrilla de muchachos con hoyuelos en sus mejillas y ropas desordenadas.

Pequeños Jungkook.

Y también descendientes varones de él.

Si es que Jeon se molestaba en regresar a casa.

Devolvió el libro a su lugar y se acercó un poco más a la cama, estudiando el enorme mueble más detenidamente, agarrando el cubrecama oscuro, preguntándose si era terciopelo, al igual que los cortinados de la cama. Dejó a un lado su luz y extendió la mano, deseando tocar la cama. Deseando sentir el lugar donde él dormía.

El cubrecama no era de terciopelo.

Era de piel. Piel suave, exuberante.

Por supuesto que lo era.

Pasó la palma de su mano sobre el material, e imaginó, durante un breve momento, cómo sería estar en esta cama, arropado por las sombras y esa piel.

Y por Jungkook.

Él era un pícaro y un sinvergüenza, y su cama era una aventura en sí misma.

La piel suave lo llamaba, tentándolo a trepar a la cama y echarse en su calor, en su decadencia. Tan pronto como se le ocurrió la idea, empezó a moverse, dejando que su copa cayera al suelo, olvidándose de ella, cuando subió en la cama como un niño a la caza de galletas, escalando los anaqueles de la despensa.

Era la cosa más suave y más lujosa que hubiera experimentado jamás.

Yació de espaldas, extendiendo ampliamente los brazos y piernas, amando la forma en que las plumas y la piel acunaban su peso, permitiéndole hundirse en capas de puro y completo placer.

Ninguna cama debería ser así de cómoda.

Pero, por supuesto, la de Jeon Jungkook lo era.

—Él es depravado —dijo en voz alta al cuarto, oyendo el eco de las palabras cuando estas se desvanecieron en la oscuridad.

Alzó los brazos, los cuales se sentían más pesados que de costumbre, y los levantó directamente hasta el dosel encima de él, hundiéndose aún más en el cubrecamas antes de cerrar los ojos, girarse hasta que su mejilla rozara contra la piel.

Taehyung suspiró. Le pareció injusto que tal cama no fuera usada.

Sus pensamientos se hacían lentos, como si vinieran de muy lejos y fue agudamente consciente del peso de su cuerpo hundiéndose en el colchón.

Esta gloriosa relajación debía ser la razón de por qué la gente bebía.

Ciertamente lo hacía más abierto a considerar la idea.

—Parece que te has extraviado.

Taehyung abrió los ojos ante las susurrantes y suaves palabras dichas en la oscuridad, para encontrar a su marido de pie junto a la cama, mirándolo.

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