Capítulo 66
🩸Viuda Negra🕷️
Corre o muere.
Mi escuadrón fue eliminado por el misil, y ahogo un grito de frustración, hemos estado entre la guerra durante tres días seguidos y yo necesito salir de aquí por mis bebés. Félix habla por la radio pero la estática hace que se me haga imposible comunicarme, lo perdí hace más de quince minutos. Tuve que alejarme ya que es ley marcial en el mundo es dar conmigo, están dando una recompensa de 10 millones, y me estoy arriesgando a salir, algunos son capaces de entregarme, y tuvimos que movernos a Irlanda ya que no pudimos ir a Londres cómo planeamos.
Jadeo contra el frío de la pared, no tengo idea en qué callejón estoy pero sé que es un maldito lugar de probablemente Waterford, me presiono contra roca oscura del edificio, tengo un disparo en la pierna, y el dolor de hombro cuando luche contra un soldado. La sangre seca sobre mis manos y cuerpo se siente pesada. Saco mi guante de piel de la parte trasera de mi traje y quito la pequeña bomba de mi cinturón. La remojo con la saliva de mi boca, bajo la cremallera de mis pantalones ajustados y acomodándome con las piernas abiertas la dejo ir dentro de mi vagina.
«¿Estás consiente de que tienes una bomba dentro de la vagina? —me pregunto—. Sí, y es la única salida.»
Acomodo mis pantalones y quito mi guante para ponerme en guardia después de guardarlo. La nieve cae pero eso no evita que se derrita en mi piel.
—Rodeen el área —grita uno.
El auricular en mi tímpano chilla, y jadeo.
—¡Mi señora! —el grito de Félix se escucha con estática pero desgarrador.
Lo arranco de mi tímpano, divisando los lados laterales del callejón, la caja torácica me revienta al grado de hacerme tragar bilis y lo único que puedo pensar es en mis hijos, en que algo puede salir mal, que me pueden lastimar y si los pierdo ese sería su fin, pero por ello es la bomba, hay algo que sé y es que no me arriesgare a que me golpeen en grupo, o me hieran más, y si tocan a mis hijos jamás saldrán del infierno.
Ese sería el meteoro que acabaría con la humanidad.
«¡Enfócate!»
Voces, y voces. Pasos, perros de rastreo, gritos, y silbidos. Tomo el intercomunicador y lo presiono, avisando que el plan a comenzado. Yo sé lo que sucederá. Sólo yo puedo activar la bomba o el dragón si le digo cuál es, pero esto se activa con una palabra y después el cronómetro de cuatro o dos horas comienza.
Levanto las dos armas de fuego que me quedan al ver las luces parpadeantes de los lados laterales, entrecierro los ojos cubriéndome la luz pero ellos me aprecian, soy un mito, la mujer que expresa su dolor con sangre.
—¡Manos arriba, y de rodillas! —recargan.
Me pongo frente al hombre que me apunta, veo más cabezas que también me apuntan, así como los de atrás; cientos de láser acarician mi uniforme negro de combate, las luces deslizan a mi pecho, frente, y sonrío dándoles un espectáculo de mi cuerpo con el traje lleno de sangre.
—¡De rodillas! —exige.
—¿Sabes lo que me costaron estas botas? —les muestro el tacón de daga, la piel de las botas me cubre la rodilla—. No lo creo.
—¡Suelta las armas! —espeta—. ¡Con el derecho que me otorga la suprema corte de la nación y el poder jurisdiccional aristócrata queda detenida por al menos 6 delitos contra la seguridad de la humanidad, Lovely Aragon!
Lo que dice al final hace que mi cerebro se ahogue en una nube oscura y sólo comienzo a respirar en lo que se acerca.
Habla, pero yo sólo escucho el silbido de mis tímpanos. Mis sentidos se activan al ver cómo se acerca con un par de esposas tácticas. Empujo su arma y la tiro al suelo, le arranco las esposas y con ella mismas me voy sobre él, golpeando su casco, una y otra vez.
Hay sangre, gritos, pero sólo escucho; Aragon, sólo puedo ver su cuerpo cubierto de sangre así que baño al hombre que tengo debajo de mí, la sangre caliente salpica mi cara, jadeo al sentir la calidez, no me detengo, y cualquier grito es apagado por los suyos...
—¡Basta! —grita una voz, y elevo la vista.
Mi pecho está tan acelerado que sólo puedo determinar el cabello de Petee dentro del casco ya que la vista me late, sonrío, y me toma de los brazos levantándome del hombre que diviso antes de que me empuje contra la pared, y ponga él mismo las esposas.
—¿Por qué no te detuviste? —lo ignoro.
Lo maté, tiene la cara llena de sangre, al casco no está y tiene heridas que no se cómo le hice, quizá con sus propias armas. No sé cómo no me mataron pero quizá Petee sabe la razón
—No podemos moverla —dice un uniformado, Petee me jala frente a él, sacándome del callejón—. Sus hombres vienen en manada.
Petee gruñe y me aprieta a él, giramos con todos los demás haciendo un escudo a mi alrededor. No digo una palabra mientras me escanean como si estuviera loca, los hombres con los que nos encontramos en el convoy de la UCR.
Unidad de combate riesgoso. Sólo se hace si la cosa es extrema y al parecer lo soy. Intercambian información y Petee vuelve a maldecir pero yo sólo dejo que me meta a una camioneta de convoy. Me gira hacia él, elevo la mirada, sonrío, no responde, sólo le pide a un soldado que le entregue algo y con ello le abren paso a un collar de cadenas.
—Petee, no conocía esta parte tuya —ronroneo.
—No sabes lo que haces, niña —ruedo los ojos, y dejo que haga su trabajo.
Mis pies quedan sujetos al acero de la camioneta blindada, me atan de tobillos, muñecas, cuello y cintura como si fuese demasiado peligrosa para ellos.
—Compórtate —espeta Petee.
Le guiño el ojo, y cierra una de las puertas, mirándome sorprendido.
—Yo me sé comportar muy bien.
Cierra la otra después de que un soldado entra frente a mí. Está de camuflaje pero puedo ser su alma a través de sus ojos, sólo lo escaneo, su lenguaje corporal.
Aclaro mi garganta en lo que avanzamos, y suspiro.
—Yo era agente Especial del FBI —le comento, y me da un leve vistazo—. Era especialista en análisis conductual. Era perfiladora, y movía mis huellas porque a la que buscaban era mí.
Sigue sin hablar, pero se remueve incómodo.
—Trabajé toda mi vida para mi puesto —recargo mi cabeza, y me ve de reojo—. Me gustaba ser agente, era divertido ser la buena por un rato, pero ahora... ahora es increíble. Me aburro de ser buena persona.
Clava su mirada en mí.
—Sólo mata, no es divertido —gruñe por debajo.
Hago puchero como si me hubiese afectado.
—¿No es lo mismo? —me burlo—. Estoy en una prisión donde he muerto.
Me carcajeo pero él no se ríe, y le digo amargado en todos los idiomas que me se hasta que el vehículo frena. Muevo con mis dedos lo que le robe que Petee cuando me jaló, y entierro el seguro en la pantalla de sensor de las esposas.
La puerta se abre al mismo tiempo en que me lanzo al hombre de enfrente ya que me zafe las manos.
—¡No! —el grito de Petee alerta al otro y logra moverse cuando clavo la daga en su hombro ya que se movió.
Dejo el arma que le robé al soldado en su hombro, yo iba a la cabeza pero es lo que hay.
—Basta —me regaña—. No añadas más cargos que va a morir en prisión.
Me jala con él después de quitarme las cadenas. Me arrastran a una de las bases secretas de la ONU, la NASA y el departamento del pentágono de encuentra frente a mí.
Los soldados al rededor me escanean al llevarme escaleras arriba de él lugar con hectáreas de terreno boscoso con nieve adornando sus áreas verdes. Soldados, uniformados y trabajadores de la nación escanean mi llegada.
La puerta es abierta por los soldados, dándole paso al lugar blanco, brillante con al rededor de cien personas estáticas mirándome como si no fuese real.
—¡Llévenla a la sala de interrogatorios! —demanda una voz que reconozco y al levantar la mirada determino a Chan con su uniforme de Coronel, su tío lo acompaña junto con los guardias—. Aseguren al área y pónganle cadenas.
—¿Asustado, Lee? —me burlo.
Petee me jala con él así como el escuadrón de soldados que me rodean cuando atravesamos toda el área. Subimos a un elevador donde entran al menos cuatro más, no me miro al espejo, sólo escaneo mis botas y los zapatos de combate que tiene Petee, una vez nos detenemos y el elevador se abre, nuevas miradas aterradas me reciben en un área oscura iluminada por dispositivos electrónicos más que por la luz de los focos.
Enojo y tristeza es lo que veo. Ignoro la sospecha de que haya matado a sus familias. Un hombre atraviesa lo que parece ser una sala de quejas con demasiados trabajadores, hay computadores donde sea y una pantalla gigante con un mapa del mundo mostrando el mapa del caos que llevo y casi sonrío al ver la mayoría en rojo.
—Puede soltarla, comandante —le dice a Petee que lo hace.
El hombre de uniforme y medallas me escanea cruzándose de brazos.
—Lo diré una vez —dice, y asiento dulcemente—. Te darás una ducha, reflexionaras y nos darás lo que queremos a menos que quieras que tomemos medidas extremas.
—¿Extremas? —me burlo, acortando espacio—. Deberías pensar tú si es que vas a soportar mis medidas extremas —le señalo la pantalla detrás de él.
Se endereza, y hace señas con la cabeza para que me dirijan a un pasillo donde voy sin cuidado de los murmullos e insultos tras de mí. Todo es más cómodo de lo que creí. Los soldados se detienen antes que Petee, me mete en una habitación blanca acolchada como si fuese un manicomio y casi me río al entrar en tropezones.
Giro a sus ojos verdes.
—Báñate, que la sala de interrogatorios no te gustará —dice, y sale.
Es como si no me conociera. Pero ya estoy aquí, suspiro aliviada porque creí que me costaría más trabajo. Entro a la habitación igual blanca que cuenta con una regadera, no hay nada que pueda usar como arma, así que, me limito a usar la ducha. Una vez termino me coloco el uniforme de tono rojo, y en el sello del uniforme en el pecho izquierdo que dice; "proactivo".
Casi sonrío pero me limito a usar el uniforme solamente, mis pies descalzos entran a la habitación y no hay lugar donde sentarse así que camino sin mover mucho las caderas ya que la bomba se baja. No sé cuánto tiempo pasa en total pero los segundos según mis mente dan a una hora.
Examino mis uñas, mi cabello está seco, sin peinar...
La puerta es abierta y sonrío a Petee que me escanea, le muevo los dedos.
—Te necesitan en la sala de interrogatorios —dice.
Cuando voy a salir animada dos hombres que miden al rededor de dos metros entran con cadenas, la rabia se cuela en mi sistema y sonrío a mi amigo. Comienzan a ponerme las cadenas en todos los lugares de pulso y mis ojos se expanden al ver cómo uno de ellos levanta una mordaza de metal, el collar metálico de mi cuello me lastima, y mientras me hacen todo eso no dejo de mirarlo.
No me parta la vista pero sé que sabe que planeo algo. Una vez terminan de ponerme veinte kilos de cadenas me dirijo hacia la salida con los soldados, Petee se pone frente a mí, y los otros dos a mi lado. Mis pies descalzos suenan en el mármol, las cámaras me siguen en cada esquina que veo.
Finalmente intercambiamos dirección y en un elevador del pasillo nos dirigimos a lo que parece ser el subterráneo, sigo sin mirar mi reflejo, no quiero.
Una vez el elevador se detiene las puertas se abren y pasillos se iluminan, todo es más gris aquí, las luces se activan en nuestra presencia, y giramos en el segundo pasillo, al fondo encuentro otro lugar parecido a los integrantes de la NASA, pero uno de los hombres me sujeta con fuerza, me muevo ante su toque y Petee frena en seco al verlo.
Escanea la escena, me jala con él hacia adelante.
—Yo la llevaré —dice—. Avisen cuando llegue adónde está —ordena y se van, asintiéndole.
«Bien, hecho, Petee», le diría pero me cerró la boca.
Dejo que me arrastre hasta la camara de interrogatorio donde hay una pantalla en blanco encendida, Petee me sienta en la silla de metal así como la mesa que tiene un botón en cada esquina lateral. Adhiere las cadenas a la silla, miro hacia el frente cuando también lo hace con la de las muñecas.
Me escanea la mirada, y le guiño el ojo. Una voz habla por la bocina de la camara y Petee se aleja a la puerta de acero.
—No estás aquí para preguntar si eres culpable —reconozco la voz del secretario la nación—. Esta es una única llamada de advertencia, Joven Walker.
No me dieron la posibilidad de hablar pero mi boca definitivamente está teniendo problemas para esto. Quiero escupir y decir que se vayan a la mierda.
—Su única idea es matar, y no hay motivo aparte de un asesinato que ya cobró.
«—No, no lo he hecho, pendejo», quiero decir pero sólo veo el espejo encendido que no me deja ver mi reflejo.
Escaneo a Petee por el rabillo de mi ojo.
—Hay un botón en la parte derecha e izquierda de la mesa —explica—. Responderá a unas preguntas, y después le daremos una propuesta debido a aquella deuda que tiene el país contigo. Creemos que si la detenemos se acabará la guerra, ¿es así?
Casi sonrío pero mantengo mi semblante, y niego con la cabeza. Dirijo mi mano al botón izquierdo que es color rojo.
—¿Usted derribó la torre Eiffel?
«—No, lo hizo el dragón, bajo mis órdenes», me burlo.
Oprimo el botón rojo.
—¿Recibió ayuda de algún miembro de nuestra jurisdicción?
Oprimo el rojo.
—Sabiendo todo esto, ¿tendrá la güera llegando a una tregua?
Oprimo el rojo.
—¿Aceptaría los cargos antes que renunciar a la guerra?
Oprimo el verde.
«—Prefiero morir que vivir gracias a los que lo mataron»
—Veremos cuanto dudara eso —suelta.
No entiendo qué quiere decir pero su voz se apaga y algo se empieza a ver en el espejo, es como el que compré hace muchos años, así que pueden exponer allí.
Toda la piel se me eriza al ver lo que creo que es, respiro hondo porque no puedo gritar, la desesperación me atrapa y el video de nuestra boda grabado por un dron se reproduce, de nuestro beso. Los aplausos se escuchan en mis tímpanos que silban en agonía, cada fragmento de mi cuerpo se expande en presión, el terror de recibir el mejor día de mi vida.
Volteo hacia Petee que está firme, le grito bajo la mordaza, y el alma sale de mi cuerpo cuando evita mis ojos, dándome la espalda. Una lágrima se acumula en mis ojos pero la reprimo, entierro mi vista en el suelo. Quiero arrancarme los oídos.
—Tú puedes detenerlo —habla la voz de la camara.
Dirijo mi mirada a ellos y no hay palabras que describan lo que ahora quiero hacerles, jamás he querido torturar pero mientras escucho los gritos festejos y aplausos sólo puedo verlo lleno de sangre...
Los disparos truenan en la pantalla, y giro a la pantalla donde se encuentra una grabación... alguien está disparando, un hombre que gira. Y entonces mis ojos borrosos lo determinan, es la camara de Franck al momento de dispararle a él.
Me veo a mí corriendo a su cuerpo, me veo a mí gritando. La rabia es tristeza pero es suplida por algo que jamás había sentido, jamás había estado tan vacía. Sólo grito a la pantalla, grito y grito hasta que las lágrimas ahogadas no salen, mi mandíbula cruje debido a la fuerza y no puedo seguir escuchando, no puedo verlo detengo en mi regazo.
«—Basta», grito pero es apagado por la mordaza.
—Usted puede detenerlo —dice una voz—. Puede detenerse la guerra.
La secuencia sigue, mi boda, y su muerte, mis gritos, su sangre, besos, aplausos, disparos, la pantalla se vuelve borrosa. El botón verde está cerca pero no puedo hacerlo.
Grito mirando al techo pero el collar de fierro me lo prohíbe. Una lágrima gorda cae en mi uniforme volviéndolo más oscura. Todo chilla a mi alrededor rededor cuando la resignación se instala en mi alma, así que silencio todo y me aviento hacia adelante cuando escucho mi grito y los disparos, provocando que mi frente choque con la mesa de metal.
El dolor agudo punza pero no tanto como el de ver lo que me obligan. Lo hago con fuerza de nuevo, golpeando mi nariz pero no se rompe. Grito y grito, deseando que se detengan.
Todo comienza a oscureceré y cuando mi cabeza se mece con mi cuerpo hacia atrás una mano me atrae hacia atrás y cubre mis ojos.
—¡Es suficiente! —a lo lejos escucho la voz de Petee—. Es una soldado y Agente del FBI, no va a ceder con tortura psicológica.
Los disparos son silenciados unos segundos después pero mi vista está borrosa, Petee se pone a mi lado, elevando mi rostro. Parpadeo tratando de verlo pero apenas puedo.
—Niña —niega, y sonrío cuando acomoda mi cabeza en la mesa fría.
Quiero jugar pero no tengo ganas, todo se vuelve negro así que dejo que me trague por un momento.
No suelo soñar porque sé que aparece como un señuelo para que no vuelva a abrir los ojos y olvide mi guerra. Se que me jala hacia él pero no puedo detenerme, por ello grito contra el sueño y al abrir los ojos, salto de la silla.
El dolor de cuello se instala con rapidez, aprieto los ojos dejando ir el aire de mis pulmones al sentir el dolor contra mi frente y nariz. Elevo la vista, adaptándome a la habitación donde sigo encadenada.
El espejo está apagado y puedo verme, no quería pero ahora lo hago; las bolsas debajo de mis ojos tienes aspecto púrpura contra mi piel pálida, la sangre seca en mi nariz se desliza por mi mejilla izquierda, mi cabello está opaco pero más oscuro, y mis ojos, en mis ojos no hay brillo...
La puerta es abierta y con ello un aroma familiar a chicle elegante, me enderezo en mi silla, su cuerpo está a mi lado, puedo escuchar su respiración, puedo ver su puño apretarse pero no quiero verlo y no quiero que se me acerque.
Se aleja de mí debido a que sabe que no quiero verlo, saca la otra silla debajo de la mesa y se sienta frente a mí, entrelaza sus largos dedos frente a mí. Sin elevar la cabeza le doy la mirada y es como un choque de mundos al toparme con el azul zafiro-cobalto más impresionante que han visto mis ojos.
Estudia mi rostro como si necesitara saber que soy real, recorre mi cabello y finalmente regresa a mis ojos que nuevamente es una sensación cálida a mi pecho, y yo evito esto a toda costa.
—¿Te has visto? —dice, y niega cómo si no pudiera creerlo—. No es que luzcas de la mierda, sólo te ves... cruel. ¿Qué hiciste con la niña?
No me muevo, trato de controlar mi respiración porque Elton es un profesional en comportamiento.
—¿Estás bien? —trata de tocar mi mano pero ma aparto—. No te lastimare.
«—¿No me digas? —quiero gritar—. ¿Qué mierda fueron esos videos»
No puedo seguirlo mirando, pero observo a Petee y debo dirigir mi mirada a la cámara. Quiero salir de aquí.
—¿Por qué tiene mordaza? —inquiere Elton, devuelvo mi mirada a él que me escanea.
Ahora tengo un collar que descarga volteos si intento ser agresiva. Al menos eso pude reconocer cuando lo colocaron.
—Casi se escapa con un pedazo de alfiler que tenía en mi cinturón de emergencia, uso sus manos para robarme, y casi escapa del convoy después de apuñalar a un soldado.
Elton me mira extrañando, se levanta frente a mí y lo sigo con la mirada. Su expresión no suele ser terror, pero sus dedos viajan a mi mejilla.
—Quítasela —demanda.
Petee está a mi lado en segundos y levanta mi cabello para quitar el seguro que está del lado de mi oreja izquierda. Cuando la presión disminuye mis ojos se cierran, Elton quita la mordaza, entregándosela a Petee en lo que yo muevo mi mandíbula, tratando de recuperar la sensibilidad y también detectando nuevos dolores. Elton saca un pañuelo de su pantalón y con su saliva quita la sangre de mi mejilla y nariz.
—Detén la guerra, y devuelve a la chica —ordena, se sienta frente a mí y sonrío—. Detén la guerra o yo mismo te encerraré.
Me levanto de la silla, Elton no se intimida, las cadenas evitan que alce tanto las manos pero aún así me concentro porque tengo poco tiempo.
—Déjenme en paz —rujo—. Aléjense de mi camino, yo no me estoy metiendo con tu territorio, majestad. No voy a regresar a la chica, y eso no está en discusión.
—Has matado a inocentes, no puedes usarla, la nación no lo permitirá —trata de razonar—. Piensa en ti, piensa en que si podemos frenar esto puedes desaparece...
—¡Van a dejarme ir, y sin ningún problema! —declaro—. Saldré de aquí pacíficamente, y si estoy aquí es porque yo quería. —Los ojos de Elton estudian mi cuerpo—. Vengo a advertirles que con cuidado se aparten de mi camino, porque de lo contrario no sólo me llevaré a Londres conmigo.
—No me amenaces —advierte con suavidad.
—Yo no amenazo en vano, majestad —majestad.
—¿Qué planeas? —se quita la corona de zafiros y la deja en la mesa, alborotando su cabello azabache.
—¿Todo esto por una simple niña? —me burlo—. ¿¡Cuando le importo al gobierno la vida de una joven inocente!? —respiro hondo—. Quiero que se aparten de mi camino.
—No puedo hacer eso.
Cierro los ojos, relajo mi pelvis, puedo sentir a Elton moverse y pujando dejo salir la bomba que se desliza de mi uniforme hasta mi tobillo. Elton se levanta, me siento, bajo la mano para jalar el uniforme, dándole paso a la bolita que rueda hacia en medio de la habitación detrás de mí.
—¿Qué diablos? —espeta, yendo hacia atrás, examina la cosa.
Puedo verlo por el espejo y su cara me dice que sabe lo que es.
—No creo que deberías tocarla —le guiño el ojo cuando me devuelve la mirada—. Hablemos majestad. ¡Ahora!
Elton se sienta nuevamente frente a mí, y Petee habla por la radio, alertando a todos.
—Van a dejarme salir o ninguno lo hará —digo, mientras me recargo hacia él.
Niega.
—No puedes amenazarme.
—Pero no es amenaza, es una opción —le sonrío—. Sólo yo puedo activarla y desactivarla. Sólo hace falta una palabra.
Sus ojos se abren, y sonrío cuando se da cuenta de lo que ha hecho al quitarme la mordaza, se lanza sobre mí pero antes de que pueda cubrirme la boca lo digo:
—¡Encantadora!
La mano de Elton presiona mi boca, elevándome dolorosamente la nuca ya que tiene las piernas a los lados de mi cadera, así como las suyas a la altura de mi barbilla, me escanea confundido, ya que la bolita comienza a dar vuelvas y a los diez segundos de suspenso en sus rostros y pechos agitados se abre, mostrando una luz verde con un monitor que marca seis ceros en el cronómetro.
—¿Está encendida? —inquiere la voz de la cámara.
Petee se para frente en la silla cuando Elton me suelta, avanzando hacia ella y prefiero no mirarlo a los ojos. Elton se endereza rabioso, mirándome.
—No hay tiempo —dice Elton—. Aún no comienza a correr el reloj.
Elton es inteligente, y Petee, también, se miran entre sí pero el sonido viaja más rápido que ellos así que...
—¡Dos horas! ¡Activo!
La mano mano de Petee cubre mi boca pero demasiado tarde ya que la bomba comienza el conteo regresivo de dos horas. Elton gira rabioso hacia mí, casi dolido. Petee deja caer la mano con frustración.
—¡Sal de allí, Majestad! —grita el secretario—. Activaremos la evacuación, aquí nadie morirá.
Sonrío con todos los dientes. Giro hacia la cabina y aprieto la mandíbula.
—La bomba que está allí desactiva cualquiera de sus vehículos de escape, y aunque pudieran arreglarlos no podrán en menos de dos horas —le comento tranquila—. Déjenme salir y cuando esté en un distancia prudente podrán estar a salvo, le doy mi palabra —levanto la mano derecha.
Elton se sienta frente a mí.
—Detén esto —exige—. Coño, no puedes seguir con el genocidio.
—Oh, pero puedo —le aclaro—. No son inocentes, sólo mato a los culpables, tú puedes quedarte en tu castillo. —muevo la cabeza para que me vean a través del cristal—. No voy a meterme con sus zonas, sólo quiero a Londres, quiero a la jerarquía.
—¡No haremos tratos con delincuentes! —grita el secretario en la bocina.
Asiento, acomodándome en la silla.
—Yo estoy lista para morir, espero que todos inocentes también —hago puchero y Elton se levanta como furia, llevándose su corona.
Todos salen, dejándome sola, la sala silenciosa el avasallada por los nuevos disparos al encenderse la pantalla, mi mundo se viene abajo pero esta vez no aparto la vista, no lo hago porque sé que no estoy haciendo algo de lo que me arrepentiré, ellos me lo cercioran.
Dejo que mi grito de rabia armonice la habitación, dejo que mi grito cubra los disparos y que las lágrimas humedezcan mis labios así como mis mejillas, que mi garganta arda al grado que tronar contra las paredes. La rabia me corrompe y dejo que me paralice, elevo el mentón y el lugar dejo llorar, sonrío al video que se reproduce una y otra vez. No importa que cada que lo vea morir mi alma se vuelva más oscura, no importa que me desgarre cada partícula del cuerpo...
La pantalla se apaga, pero no dejo de estar tensa, veo mi reflejo como una muestra de lo que me han hecho, en lo que me han convertido. Fueron diez minutos, los diez minutos unos más largos de mi vida. Llega el equipo de AFEA.
Agrupación de las Fuerzas Especiales Antiterroristas.
Dos hombres están a su lado, los observo a mi lado izquierdo, no hay nadie más pero sé que me ven por el espejo. Uno de ellos se agacha, tratando de analizar la bomba, y se que no conseguirán nada. Elton lo sabe.
Estas bombas son del dragón.
—Pierden el tiempo...
Mi cerebro se contrae cuando el choque en mi cuello hace que mi cabeza se hecha hacia atrás. La electricidad me congela los sentidos y jadeo cuando éste se detiene, aún con mi cabeza dando vueltas y mi mandíbula abierta con dientes chispeantes.
Elton entra corriendo, me sostiene la cabeza.
—¡Quita esto! —le grita a alguien en Griego.
—¡No vas a quitar nada! —espeta el Coronel del otro lado.
—¡Soy el Rey!
—¡Y te vamos a juzgar por traición!
Niego con la cabeza al ver cómo Petee se acerca a tratar de desactivar el collar.
—Está bien —les digo, Elton acaricia mi mejilla e inconsciente mente me recargo a su tacto pero tan pronto lo hago me alejo—. Tú eres la ley, y yo una criminal, me van a dejar salir de aquí o voy a explotar cada una de sus viviendas con sus familias adentro, no te preocupes.
Veo el brillo en sus ojos y cómo una sonrisa se quiere estirar en sus labios. Rápido la aparta así como sus manos. Petee me acaricia el cabello y puedo escuchar el botón detrás que indica que desactivo el collar pero no dice nada, eso le podría costar la vida, y yo lo estoy provocando.
—Esto es impenetrable, majestad —habla el bombardero—. La tecnología innovadora de esta sobre pasa los límites, sin contar que tiene vibraciones que cavarían al menos todo este lugar sin contar los daños que dejaría el químico que tiene dentro ya que no podemos examinar precisamente lo que hay.
El silencio se hace en la habitación, el reloj sigue su curso.
—¡No hará nada, no es una suicida! —espeta es secretario de la nación en la bocina.
Sonrío al cristal.
—Si no me dejan ir no podré decirle a mis hombres que no entren a su casa en Ámsterdam y le vuelen la cabeza a su hija y esposa —comienzo—. Si no lo hacen mataré a tu madre, Lee. Está muy feliz en florida, escondida de mí. Vine por un acuerdo de paz entre nosotros, al final son aristocracia y no quiero una guerra.
El secretario irrumpe la sala instantes después, trata de jalarme pero sólo logra empujar la silla ya que Elton lo somete contra la pared, los encargados de la bomba se retiran, Petee habla por la radio mientras el secretario grita.
—¡Deja a mi familia! —grita.
—¡Déjame libre, y aléjense de mi camino! —grito—. La chica se queda conmigo.
Elton le pide que se calme y lo suelta. El hombre se acerca rabioso a mi cara.
—Te vas a ir, y me asegurarás que mi familia esté a salvo —declara—. Pero espero que te claro que esto que haces es un insulto, es un trato no una tregua o acuerdo.
Sonrío satisfecha.
—Su familia estará feliz de hablar con usted.
—Yo la conservaré —espeta rabioso, alejándose de mí en lo que sus palabras me derrumban momentáneamente.
—Y, sé que no le gustaría saber lo que realmente se siente —susurro.
Giro hacia el temporizador. Una hora, no puedo creer que hayan pasado una hora perdiendo el tiempo. Todos están en silencio viendo la bomba.
—Necesito un teléfono para que dejen el plan, pero les daré un tiempo, y si en ese tiempo no reciben noticias de que ya voy de vuelta la misión se reanuda —les explico.
El hombre saca un teléfono de su bolsillo, y lo extiende, lo tomo para marcar el número que le da paso a la voz de Omar después del primer pitido.
—¿Sí mi señora?
—Llegue a un trato pero si en exactamente 45 minutos no me comunico contigo sigan adelante con el plan.
—Entendido.
Cuelgo y se lo entrego. No duramos más de diez segundos así que es imposible el rastreo y más por la tecnología de Elton.
—¡Ya escucharon! —grita el secretario de la nación—. Sáquenla de aquí.
Sonrío, y Petee avanza hacia mí al igual que Elton. Me quitan las cadenas, la del cuello que me estaba matando así como las de las caderas, me sacan de la habitación y mi cuerpo se congela al ver a la mujer rubia que está recibiendo de prisa un pendrive en el pasillo a mi izquierda, justo en la parte del espejo. Ella estuvo allí.
—Garcias por los videos —le dice el Lord Chan a Vanessa.
Sus ojos se encuentran con los míos, mi mundo desaparece, y el corazón se me aprieta al grado de reventar en mis oídos, porque nuevamente lo hizo, y la tristeza es suplida por la rabia, devorándola hasta el momento en que me sumergen en un pasillo contrario. Vuelvo a respirar cuando las luces blancas se encienden al pasar.
Me enfoco en mi panorama, Elton enfrente con el secretario de la nación a toda velocidad. Petee me arrastra con ellos a otra prisa con mis pies descalzos, y giramos más de cinco veces por pasillos que no reconozco.
—¿Puedo tener mis cosas? —le pregunto a Petee.
No responde y habla en códigos al intercomunidador de su oído. Me siguen jalando y finalmente frenamos en lo que parece ser una oficina ya que entramos los cuatro. El secretario tiembla de rabia, se sienta en la mesa de madera y Elton hace lo mismo así como Petee me sienta a mí.
—¿Qué planeas? —espeta el secretario.
—Quiero justicia —le digo—. Nadie sabrá de esto, jamas diré sobre este encuentro, será como si jamás hubiese sucedido.
El secretario escanea a Elton, este asiente, pero el hombre de canas niega, pasando desesperadamente las manos por su cara.
—Si alguien sabe que dejamos ir a una de las mujeres más peligrosas del mundo las cosas se pondrán feas y entonces no escaparás —dice, y saca un papel detrás la mesa con cajones, un expediente que abre—. Lovely Walker Raken; Soldado, teniente, agente y criminal, con más fuerza de combate, perteneciente de armas experimentales y químicas, entrenada a matar por la jerarquía, reclutada por la aristócrata, con más de 15 idiomas almacenados en su lengua, habilidades de combate excepcionales como el conocimiento a más de 170 armas de fuego, sin contar las experimentales. Criminal con al menos 30 asesinatos contados en expedientes como si vida de viuda negra en el exilio de protección de testigos en el FBI que se han resuelto. Genocidio, y terrorismo a más de 5 ciudades. Es dueña de billones incontables, más de un escuadrón con miles en cada país asociado, y líder del poder criminal más sorprendente de la historia, sin contar otros detalles. ¿Está consiente de lo que implicaría liberarla?
Muestra el expediente de la última semana y media, fotografías aéreas que me han hecho, llena de sangre, entre humo, fuego y sangre, y una de ella la desliza hacia mí; soy yo apuntando a unos testigos que están gritando, pero lo que no sabe es lo que gritaron, por eso les volé la cabeza.
«Muerte al líder, y toda su familia bastarda», dijo la mujer mientras trataba de sacar el arma de su espalda. No podía dejar a un hijo viviendo sin su madre, y no es para que me juzguen, no me importa a este grado, ellos han hecho cosas peores, crucé el límite hace mucho y no voy a retroceder. No sé cómo sabían que podía tener más familia pero si era un rumor allí acabé con ello.
—Necesito hacer una llamada para que mis hombres vengan por mí —aparto los ojos borrosos de la fotografía, relamiendo mis labios calientes y temblorosos—, y les sugiero que no ataquen, y se den prisa porque tardará al menos 30 minutos, eso quiere decir que estarán a unos minutos antes de que la bomba detone.
—¡Mierda, maldita sea! —golpea la mesa, saca su teléfono nuevamente, y solamente timbro el teléfono que elegí para Félix ya que le dará una señal.
—Listo —sonrío—. Espero que sus hombres no hayan atrapado a mis hombres o todos aquí vamos a morir —me burlo.
Elton deja ir algo parecido a una risa que cubre con un aclaramiento de garganta. Me acribilla con la mirada pero le guiño el ojo.
—Mientras no entres en mi territorio no haré nada, pero si lo haces me veré obligado a atacar —me advierte—. No tengo opción.
Asiento.
—Tengo en cuenta eso, pero descuida, no quiero una guerra por el reino.
Después de minutos de espera un soldado llega con mis cosas y Petee me las entrega, casi sonrío pero lo aparto porque este acontecimiento me está afectando mucho más de lo que creí. No sabía que estarían ellos dos aquí, así que este fue un mal movimiento.
Mientras esperamos en silencio incómodo, mirándonos el uno al otro, contando los minutos, y yo resonando las uñas en la mesa Elton se aclara la garganta.
—¿En que agujero lo metiste? —su pregunta me hace fruncir el ceño y a todos en el lugar.
Trato de decirle que por la vagina pero el secretario se levanta de golpe con la alerta.
—¡Llegaron por ti! —me jala, sacándome después de que Petee abra la puerta.
Corro con él y mis cosas en mano pero odio que me jale, sin embargo no tenemos tiempo. Damos al menos tres giros en pastillos y finalmente subimos unas escaleras donde Elton y Petee nos siguen. La puerta del final dice "salida" y allí abre.
La oscuridad de la madrugada nevado me toma desprevenida con pies descalzos así como a los demás, el viento golpea igual al aeronave que se estaciona en la pista de aterrizaje, dándole paso a Félix que tiene equipo de camuflaje y una bazuco en el hombro cuando baja.
Giro hacia ellos, sonriendo, todos están desesperados, Elton me escanea como si quisiera decir algo así como Petee pero no lo permito ya que me dirijo hacia el secretario.
—Llámele a su familia —le digo.
No pierde tiempo, y yo corro hacia Félix que extiende la tablet que tiene en mano.
—¡Vuelve! —el grito de Elton me hace frenar, la mano cae a mi lado, y trato de girar—. Frena la guerra...
Todo vuelve a helarse en mi cuerpo, tomo la tablet con el cronómetro en 15 segundos.
—Suba —dice Felix, haciendo un movimiento con la cabeza en lo que sigue apuntando con la bazuca.
Pongo mi mano en la tablet y la cuenta regresiva frena despues de dos segundos ya que tengo la mano congelada. Dejándolo en 3, desactivo bomba, cerrándola y la quemo por el control. Cuando estoy arriba del aéreo puedo girar a ver a mis amigos que me ven a través de la lluvia nevada, Félix entra, y puedo ver cómo sonríen, pero yo esquivo eso. Sentándome en el primer asiento que veo.
Félix deja la bazuca y suspira después de cerrar la compuerta, tiene la cara golpeada, se sienta en silencio a mi lado con el corazón agitado.
—¿Con quién tuviste encuentro? —señalo su rostro con la cabeza.
Se acaricia el labio partido, y niega.
—Martín —suspira—. Al final soy el guardia de la mujer criminal más buscada y él del Rey.
—Lo siento —palmeo su hombro.
—Fue divertido —sonríe a medias—. Me divertí, así que cuando llamo no tuve que dispararle para que dejara de seguirme.
Mi mandíbula se cae, y entiendo. Está entre su amor y la lealtad.
—No te voy a juzgar y decides tu felicidad.
—Nací como hijo de la mafia, mi padre protegió a él señor Carsten, yo al su esposo y ahora a usted.
Sonrío, y palmeo su pierna, echa la cabeza hacia atrás, mirándome sonriente, pero su sonrisa esta tan caída.
—¿Lo consiguió? —sonríe cambiando el tema, y asiento emocional.
—Jodidamente lo conseguimos, Félix —chillo de alegría.
Me regala una mirada apacible.
—Merece algo de comer, vaya a su habitación, pronto llegaremos al territorio —me dice, y me levanto de prisa—. ¿Mañana será la boda?
Su pregunta me llega cuando estoy pasando la cortina deslizable.
—Sí, es mañana el gran día —suspiro.
—¿Eligió su regalo? —inquiere con un toque mordaz.
Una carcajada se me sale.
—Les volará la cabeza —le guiño el ojo y se ríe.
Quizá no le dé risa, pero tal vez sí, quizá estamos locos, pero al menos Félix no intenta traerme al mundo real, me ayuda a mantenerme cuerda cuando creo que perderé.
Y es así como ceno para dormir por fin después de tres días.
Nota:
¿Cómo se sienten al respecto?
Elton me puso mal en este capítulo así como Petee y Félix, estos hombres.🫦
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