
Capítulo 9
A medida que el calor nos abandonaba, el cansancio golpeaba mis sentidos. Pero su voz impidió que cayera rendida al sueño completamente.
—¿Todo bien? —indagó abrazándome a su pecho en posición de cucharita.
Sonreí.
—¿Por qué no lo estaría? —pregunté acariciando suavemente su antebrazo, a su vez, recordando el bochornoso momento protagonizado por la mañana.
—Solo preguntaba.
En mis labios continuó una sonrisa mientras podía sentir su cuerpo pegado a mi espalda prácticamente cubriéndome. La diferencia de tamaños era un fetiche que siempre me tuvo a sus pies, lo que me volvía débil a sus brazos.
—Ha pasado mucho últimamente... —dije rompiendo el cómodo silencio. —Tengo tantas noticias nuevas en mi cabeza, que me hace creer que he estado viviendo en una burbuja toda mi vida.
Su cuerpo se tensó ante mi afirmación, haciéndome recordar que el del trato con mi familia la tenía su padre, no él y hablar de más podía significar peligro y muerte. No quería que nada malo le sucediera a Chris.
—¿Crees que sea malo? —indagó.
—La verdad, ni siquiera sé que pensar.
Chris me pegó a él, haciéndome lanzar un suspiro a medida que el sueño me ganó entre el calor de su cuerpo y su camisa que ocupó el rol de frazada improvisada. Desconocía cuando tiempo pasó, pero en medio del sueño su voz dijo una sola frase que oí antes de caer rendida.
—Estás en la boca de lobo, Scumpă...
***
Desperté cuando mi cuerpo tocó las frías sábanas de la cama.
—Shhh, tranquila. —dijo Chris recostándome nuevamente.
Mis ojos analizaron que ambos estábamos totalmente vestidos cuando con una manta cubría lentamente mi cuerpo reinando una suave sonrisa en sus labios.
—¿Qué hora es?
—Van a ser las cinco. —afirmó mirando el reloj en mi mesa de noche.
—¿No te quedas lo que queda de la noche?
Chris quedó estático con mi pregunta con un semblante perturbado que lo obligó a tomar asiento a mi lado en la cama, peinó hacia atrás mi cabello con sus dedos como si algo estuviese fuera de lugar. Ahora que el sueño había abandonado mis sentidos parcialmente, la luz clara que ingresa por mi ventana exponía su gesto de total angustia.
Jamás lo vi igual.
Miré con disimulo la nueva dirección de su mirada, encontrándome con un vaso con agua en la mesa de noche.
—Tengo sed ¿Me das un poco? —Chris extendió su brazo hasta alcanzar el vaso.
—Ya regreso, te traeré agua limpia.
—No te preocupes, esa está bien. —dije quitando el recipiente de sus manos.
Su mirada viajó desde mis ojos al vaso que estaba entre mis labios, viendo desaparecer el agua en mi boca. Cuando estuve saciada, le regresé el objeto. Aunque para mi sorpresa él extrañamente analizó el fondo de este antes de colocarlo de regreso en la mesa de noche.
—Anda, duerme un poco que pronto amanecerá... Será un día difícil...
Con conocimiento a lo que se avecinaba o no, sabía que él tenía razón. Asentí hundiendo mi cuerpo en la frazada, mientras él me arropaba cerrando mis ojos otra vez hasta dejar de sentir su peso en el colchón dejándome saber que se había ido.
***
Abrí mis ojos sintiendo repercutir fuertemente el paso agitado de botas y zapatos por el exterior de mi ventana, la cortina estaba echada gracias al cielo impidiendo el ingreso del sol, pero la sinfonía de idas y venidas, ladridos de perros y de más pasos en el pasillo causó una fuerte molestia en mis sentidos. Observé con atención descubriendo que no estaba en mi habitación.
La escaza decoración solo indicaba que estaba en un ala poco concurrida de la mansión y entre el sonido de los pasos el grito de mi nombre taladró mi cabeza, irónicamente sonaban a desesperación casi como si me estuvieran buscando. Cuando lo oí más cerca, supe que debía hacerlos parar.
Me puse de pie lentamente encaminándome a la puerta y un fuerte mareo que me hizo caer en la alfombra. Fue entonces cuando identifiqué la voz de mi abuelo intentando localizarme.
—¡¿Abuelo?! Dios, siento que mi cabeza va a explotar. ¡¿Abuelo, puedes oírme?! —pregunté mirando el reloj donde claramente marcaba las quince y cuarenta y siete de la tarde.
Mierda.
—¿Renata? ¿Estás ahí? —cuestionó sumamente aliviado.
—¡Estoy aquí!
—¡Renata! ¿Estás bien? —preguntó mi abuelo exaltado del otro lado, luego de oírme toser.
—Si, ya abro.
Intenté abrir, pero con la poca fuerza que sentía esta no cedía. No dije nada, aunque claramente mi abuelo fue consciente de ese hecho por el movimiento brusco del picaporte intentando ser abierto sin éxito y a su vez, causándome más cansancio.
—Mierda. —susurré transmitiéndome mi nerviosismo. —¡Abuelo, no puedo abrirla! Está trabada.
Minutos después podía sentir el sonido de pasos y el fuerte forcejeo con la madera desde afuera. Me alejé lentamente, en consonancia con la sensación de debilidad que sentía en mis extremidades.
—No intentes nada Renata, iré por ayuda.
Asentí estúpidamente como si pudiera verme, aunque por el sonido de sus pasos determiné que no esperó respuesta cuando se fue. Tiempo después me informó de su regresó acompañado de mis padres, y el mayor de los Iliescu claramente afligidos que al quitar mi arruinada cerradura, me miró con la mandíbula presionada a lo que no comprendí en absoluto su reacción.
—Yo... Debo irme. —agregó con el destornillador en mano.
Mi familia no prestó atención a su huida lo cual era normal, pero no lo fue sus nudillos blancos. Con los rostros fruncidos papá y mamá me abrazaron preocupados como si algo anduviera mal.
—Hija ¿Estás bien? —indagó mi mamá presionándome a su pecho.
—Si, me dormí y luego se arruinó la cerradura de mi habitación. Creo que me excedí durmiendo, me duele todo el cuerpo y la cabeza.
A paso lento regresamos a la que es mi verdadera habitación descubriendo que quedaba en dirección totalmente opuesta al lugar en el que aparecí. Analicé con cautela los gestos tranquilos de mamá y papá, aunque el ceño fruncido del abuelo planteaba otro tema, al notar mi atención en él habló.
—¿Segura que no comiste nada que te hizo mal? —negué. —Intenta recordar, esto no es normal.
—Papá. —advirtió mi padre hacia el abuelo Gabriel.
—Solo es una pregunta. —aclaró el mayor de los Aragón. —Luego... tenemos que hablar.
—¿Se puede saber de qué? —intervino mi padre a la defensiva y la mirada de mamá demostraba su apoyo.
Hasta este punto, mi mal humor rompió mi propio récord.
—Cosas que debí saber con anterioridad. —intervine tratando de ocultar el entumecimiento de mis extremidades.
Mi padre se acercó a mí con claras intenciones de intimidarme, mirándome fijamente a la cara. Ya no podía doblegarme, por lo tanto, esa actitud era en vano. Sin mediar palabras papá nos echó un último vistazo a mi abuelo y a mi antes de continuar su propio camino con evidente signo de frustración. Comprendía lo que estaba pasando.
—Creo que... debemos tener una seria conversación en familia.
—Abuelo... Se que sonará egoísta, pero lamentablemente no podemos solucionar los problemas que él tiene consigo mismo y los demás. Tenemos una bomba de tiempo en nuestras manos y no es momento de comportarnos como niños.
—Tienes razón, Renata... —afirmó con una pequeña sonrisa forzada.
Creo que las cosas están peor de lo que parece.
—Ve abajo y luego me reuniré contigo, abuelo. Tampoco creo que esto sea normal...
Él asintió abandonando mi habitación hasta que la presencia de mi primo detuvo mi puerta a punto de cerrarse.
—¿A qué estrategia juegas primita? Es increíble que por ambición te hayas aliado a nuestro abuelo. —dijo acariciando mi mejilla con uno de sus dedos que quité de mi rostro con brusquedad.
Lo que faltaba.
—No soy tú, no necesito jugar a nada para sentirme inteligente.
Trágate esa, pendejo. Su rostro evidencio el disgusto.
—Eres tan detestable, odio tanto ser tu jodida familia. —y ahí salió el verdadero hombre que se encondía. Sonreí. —Por tu jodida culpa, la lectura del testamento se reprogramó por tu estúpida ausencia. Fue divertido que hayan cancelado todo mientras te buscaban de arriba a abajo de la mansión y tu... Seguramente revolcándote con el jardinero.
—No me interesa en absoluto escuchar tus estúpidas pretensiones, así que ahora vete.
—Más te vale no ausentarte más tarde sino-
—¿Sino qué? —repercutió la gruesa voz del señor Dragos.
Mi primo quedó con la frase a medias cuando la presencia de Dragos lo opacó desapareciendo casi a velocidad de la luz por el otro lado del pasillo dejándome en compañía del Iliescu. Los pasos del hombre ni siquiera fueron perceptibles cuando llegó a nuestro lado.
—Señorita Renata ¿Puedo hablar con usted?
Por su anterior reacción claramente no podía negarme.
—Si-
—Dragos, el señor Gabriel te solicita. —interrumpió mamá. —Dice que es urgente.
Los ojos del romaní me analizaron con un gesto que exhibía su pesado debate interno, no lo culpaba, yo también estaba confundida. Por más que necesitaba un poco de tiempo para mi cabeza, tenía la certeza que no iba a conseguirlo. Interrumpir fue el talento del día.
—Hablaremos luego. —afirmó saliendo en la dirección contraria.
Mamá llegó a mi e ingresó a la habitación sin ser invitada.
—¿Que quería Dragos?
—No pudo decirme, justo lo llamó el abuelo. —suspiré. —Hay... ¿Algo que haya sucedido esta mañana, mamá?
Ella no respondió, pero el movimiento repetitivo de sus manos me dio indicios de su nerviosismo. Hasta que suspiró derrotada.
—Esta mañana fue un completo caos, se suponía que la lectura del testamento sería temprano, pero cuando fuimos por ti no estabas... Con el pasar de los minutos no aparecías y nos pareció raro, Luca vino y no te encontró y nadie lo hizo por horas, se inició un plan de búsqueda hasta se programó la lectura del testamento de tu tía para dentro de dos días, también se organizó una reunión familiar. La verdad es que muchas cosas extrañas están sucediendo... Pero hay algo más...
—... ¿Qué es?
—Tu padre no quiere que estés presente cuando eso suceda.
—¿Por qué no quiere? Soy adulta, puedo hacerlo, aunque eso implique tener que soportar su disgusto.
—Genial, vengo a ver cómo está mi caprichosa hija y escucho ese comentario. ¡Sabía que venir aquí no fue una buena idea! —exclamó papá desde la entrada.
—Emilio... —susurró mamá.
—¿Por qué no lo haría? No tiene nada de malo estar presente de la misma manera que tú lo estarás.
—No, no estarás en ese momento. Estás completamente desquiciada como mi padre, Renata, lo que menos necesito es que te creas el jodido cuento de tu abuelo y juegues a hacerte la heroína en el mundo real.
—¿Quién dijo que quiero ser una heroína? Papá, sé las alocadas historias de mi abuelo, pero eso no significa que todo lo que diga sucederá. Mucho menos que yo seré la marioneta de alguien más en esta familia. —dije escogiendo prendas de mi armario para cambiarme.
—Renata, yo sabía que eras inteligente. Además ¿Qué harías si estuvieras en peligro? No necesitas formar parte de este mundo. ¡Mierda! ¡Ni siquiera puedes defenderte sola! El mundo no necesita a una diseñadora gráfica en peligro ¿Qué harás? ¿Enviar tarjetas de disgusto a tus enemigos?
Las palabras de papá calaron mi corazón en una triste sensación de amargura junto al sonido de su risa, el pasado golpeó mi vida y los constantes recuerdos de mis "indecisas y erróneas decisiones" solo por no cumplir sus expectativas de padre.
Lágrimas mojaron mis mejillas que limpié con rapidez ignorando el dolor.
—Vete. —la risa de papá se aminoró en un gesto de confusión. —He dicho que te vayas.
—No quise-
—¡Ah, genial! No quisiste ofenderme, pero lo hiciste. ¡Sorpresa! Me lastimaste con cada maldita palabra, cada mísero año de mí vida, pero que seas así me hizo consciente de una cosa... Tú y yo... Jamás nos pareceremos. Mientras tú haces feliz al mundo, yo prefiero ser feliz por mí misma y a cambio de ti, yo no tengo miedo del qué dirán. Me cansé de ser tu marioneta, papá.
Di media vuelta dejando a papá sorprendido con las palabras en la boca, sujeté a mi pecho la ropa que había separado encerrándome en el baño en dónde la sensibilidad me hizo compañía. Abrí la llave de la ducha dejando al agua opacar mis tristezas y los golpeteos de mamá en un pobre intento de mediar la situación.
Cosa que no sucedió.
—Esto es algo que se realizará, tía Elisa...
CHRISTOPHER
El peso de mi vida cayó con fuerza sobres mis hombros, difícilmente podía impacientarme, pero por desgracia ese sentimiento me acompañaba desde que la vi bajar del auto de su padre con una belleza que duele. Tuve la errónea certeza de que su presencia no afectaría mis capacidades de la manera en la que lo hace, estropeando todo el plan que tenía entre manos.
Estoy convirtiéndome en mi propio enemigo con el pasar de los minutos.
Me sumergí una vez más bajo el agua aclarando la situación que tenía ante mis ojos. La noche anterior todo era distinto, un pedido especial de trabajo golpeó mi puerta y no era cualquiera, era un encargo de más arriba. Lo que significa que no había mucha posibilidad de dar la espalda.
Aunque si no lo hago yo, lo hará alguien más, pensé.
Miré mi reflejo en el espejo y la contradicción es palpable en mi rostro, casi como el sendero de los laberintos del patio trasero.
Tomé la rémington con silenciador colocándola en la cintura de mi pantalón para salir antes de tiempo.
—De hoy no pasarás... Renata Aragón.
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