
Capítulo 8 🔥
RENATA
Horas posteriores a la cena mi abuelo me interceptó en el pasillo para después reunirnos en la biblioteca para tener una charla. Ahora que sabía algunos secretos de la familia, todo el camino por delante tenía un significado diferente.
Debía admitir que estaba más que convencida de que el puesto del cual anhelaba más de uno existía la posibilidad de ser mío y yo debía estar a la altura como lo estuvieron mis generaciones pasadas.
Y así lo sería ya que lo había pensado largo y tendido.
Con el pijama puesto, bajé las escaleras encaminándome al lugar pactado. Al abrir la puerta y cerrarla a mis espaldas divisé a mi abuelo fumando un puro con nostalgia, que al verme intentó sonreír.
Una vez más dentro de la inmensa biblioteca a la que amaba escabullirme.
—¿Mala noche o malas noticias?
—¿Es malo si respondo que sí a ambas? —río.
—No me gustaría ser tú entonces... —comenté. —En fin, me gustaría saber el motivo exacto por el que estoy aquí.
Mi abuelo se puso de pie vertiendo un poco de vino en dos copas, para luego regresar a su asiento en la antigua posición y ofrecerme una.
—Son tiempos difíciles, pero necesito saber qué es lo que piensas en cuanto a todo lo que te conté. Necesito saber si entendiste bien para continuar aclarando tu mente.
—¿Aun hay más?
—Más de lo que te imaginas, Renata.
—Esto es una locura... —murmuré con una sonrisa incrédula en los labios.
—Mi niña, aun no puedo creer que ya seas una mujer de 27 años-
—Una total fracasada para la familia, querrás decir.
—Lo que diga tu papá a mí no me interesa. —extendió su mano, brindando apoyo a mi sentimiento de frustración. —Siempre serás un orgullo para mí sin importar lo que digan los demás.
Limpié mis lágrimas caídas de las mejillas con velocidad, recordando con culpa que la complacencia a mi padre fue algo que me volvió una mujer infeliz en su totalidad. Por cuestiones de la vida todo esto parecía ser una segunda oportunidad a mis antiguas decisiones, especialmente a mi falta de límites dando lugar a demostrar mi verdadera naturaleza.
—Lo sé, pero ahora debemos continuar a lo que vinimos.
Segundos después dio un sorbo a su bebida e inició.
—¿Recuerdas que mencioné a los romaní? —asentí. —Luego que uno de esos hombres salvo la vida de Emilia y se llevara a cabo el tratado de paz, por unánime estamos destinados a mantener en lo alto ese deber. Lo que significa que el trabajo es fijo para un romaní y una de los nuestros...
—El de ser enlace... Y su protector...
—Exacto, y es aquí en dónde entran en juego los Iliescu. —dicho apellido llamó mi atención.
—¿Qué hay con ellos?
—Pues, Dragos fue el encargado de la protección de Elisa realizando un desempeño de forma impecable, hasta antes de que enfermara de gravedad y el posterior fallecimiento de mi pequeña... A lo que quiero llegar es que un romaní se te es asignado como el encargado de tu protección. —asentí en compresión y no juzgaba la decisión en absoluto. —El problema es que asumí que serías la siguiente y me puse en plan de investigar a tu guardia asignado y grande fue mi sorpresa al descubrir que fue asesinado... Aun teniendo el conocimiento que los protectores son criados desde niños, no como hombres, sino como máquinas de matar —quedé estática por dicho dato. —Lo cual se me fue informado que hasta que tu nueva seguridad regrese de una misión, Dragos será el que se encargue de ti.
Asentí porque sinceramente no tenía nada que agregar, simplemente oír, analizar y aprender.
—Sé que estoy exigiéndote demasiado, pero... ¿Estás segura de continuar? —la mirada capciosa de mi abuelo recayó con peso sobre mí y yo con cautela asentí. —Eso pensé. Debes comprender que tu protector debe saber ciertos tratos, mientas que los hombres del servicio de seguridad están por los peligros que atentan a tu alrededor, muchas veces puede que existan capos que no estén de acuerdo con las decisiones que tomes, pero deben ser llevados a cabo con el consentimiento de la mayoría.
—Tiene sentido... ¿Dragos... Sabe esto?
—Dragos siempre fue consciente de todo lo que significa estar sumergido en esto... —suspiró. —Sabe que tu vida es prioridad a la propia, tal como dicta el protocolo.
Dicho conocimiento me remontó a los documentos encontrados en la habitación de mi primo.
—En caso de representar una amenaza ¿Crees que alguien atentaría contra mi antes de tiempo? O sea, antes de leer ese testamento.
Mi abuelo enarcó una ceja.
—¿Alguien te dijo algo al respeto? —si cosas grandes iban a estar en mis manos debería comenzar desde este momento, por lo tanto, opté por dejar pasar lo extraños comportamientos de los integrantes de la familia dejando esa información confidencial, mucho más teniendo en cuenta con la clase de personas con la que teníamos vínculos de negocios.
—No, es solo una duda personal.
—De ser así, trata de mantenerte cercana a Dragos. —asentí. —¿Recuerdas cuando Elisa tuvo aquel huésped italiano en la mansión?
—Si, aun lo recuerdo. El tipo gruñón de mal genio. —el abuelo Gabriel río contagiándome su risa. —¿Qué? Imposible olvidar su carácter de mil demonios, mucho menos su frialdad y creo que tenía un nombre exótico.
—Pues el sujeto de mal genio, se llama Valentino De Luca... Es el futuro Don de Italia. —mi boca se abrió en sorpresa. —Lo que significa que será un jefe y tendrás trato cercano a él. Y a su vez, a muchos hombres así.
El silencio se prolongó entre nosotros.
—¿Te asusta la idea, Renata?
—No... Simplemente lo estoy asumiendo. —lo miré fijamente.
Los costados de sus labios se elevaron en una sonrisa tranquila y de satisfacción. Varios minutos pasaron antes de que lanzara un último suspiro rompiendo el cómodo silencio extendido.
—Supongo que ya es hora de irme, sabes lo básico, aunque luego de asunción quiero que sepas que tendrás mi apoyo en todo momento. —el mayor se puso de pie, besó mi cabeza como lo hacía cuando era niña, para luego dirigirse a la puerta de la habitación dejando una nueva sensación en mi pecho. —Buenas noches, Renata.
—Buenas noches, abuelo.
De aquella partida, y las recientes noticias recibidas, realicé una retrospección al pasado y muchos datos alrededor de mi tía coincidan a la perfección. Tal como esa conversación entre ese italiano y ella, en dónde él pidió un favor a cambio de otro.
FLASHBACK
—No puedo hacer eso y lo sabes.
—Eres la única a la que puedo recurrir. —dijo el italiano con matiz agrio.
—Ambos sabemos que no es cierto, dentro de poco serás el jefe y no me resulta agradable tener que dar una orden de búsqueda a los tuyos cuando te tengo en frente. ¿Qué pensará el consejo de mi imparcialidad?
—Es por eso por lo que estoy aquí...
—¿Por sangre? ¡Ja! Niño, no cuentas conmigo.
Un intenso silencio se prolongó.
—Hazme un favor... Y te lo devolveré a cambio de otro, sabes que tarde o temprano lo necesitaras...
La atención de mi tía fue absoluta al italiano.
—Será un favor a cambio de otro favor. —reafirmó su anterior comentario.
La tensión invadió la habitación dándome un escalofrío.
—¿Qué es lo que necesitas en sí? —preguntó Elisa.
—Quiero que detengas mi búsqueda, sé que papá está detrás de esto —el hombre lanzó un suspiro. —Quiere apresurar una sucesión a la que no estoy preparado.
—¿Quién dijo que no lo estás? Si tu Capo lo mencionó es porque vio tu potencial.
Capo...
—Yo. No puedo permitirme a subir a un puesto cuando ni siquiera me respetan... ¿Estoy equivocado? Te daría más datos explícitos si tu sobrina no estuviera husmeando conversaciones ajenas detrás del estante de libros. —afirmó el hombre saliendo de la oficina siendo consciente de mi presencia en esa ocasión.
FIN DEL FLASHBACK
El sonido de la puerta abrirse llamó mi atención sacándome de mis recuerdos, viendo la figura de Chris ingresar lentamente en la biblioteca cerrando la puerta a sus espaldas. Y como siempre, su simple presencia erizó mi piel.
—¿Interrumpo algo?
—Nada en absoluto... —sonreí.
Las suelas de sus botas repercutían suavemente al dar un paso más en mi dirección, hasta que una de sus manos tuvo contacto con mi hombro descubierto. La dureza de sus palmas contrasta con la suavidad de mi piel iniciando un lento masaje.
—Te extrañé hoy... —susurró cerca de mí con la voz ronca.
Podía asegurar que lo que había en mi ropa interior era solo un desastre causado por su mera presencia, dulzura con matiz de peligrosidad envolvían a ese hombre. Una mezcla irresistible y extraña para cualquier mortal, que se convirtió en una necesidad para mí.
—Yo igual...
No recuerdo en el momento exacto en el que me levanté del sillón encontrándome entre sus fuertes brazos. A milímetros de sus labios... Su respiración golpeó suavemente mi rostro en una silenciosa invitación.
A la cual accedí.
Sus brazos me envolvieron con fuerza al mismo momento en el que su boca tuvo contacto con la mía, compartiendo un desesperado beso. Su calor corporal traspasó la tela de mi pijama ascendiéndome a un nivel más alto de excitación.
Luego sin esfuerzo alguno, Chris me cargó entre sus brazos al fondo de la biblioteca en dónde estaba encendida una chimenea decorativa con algunas velas aromáticas ambientando la habitación.
En el silencio solo podía oírse nuestra entrecortada respiración y el jaloneó de las prendas que a los minutos abandonaron mi cuerpo. Mi espalda tuvo contacto directo con la gruesa alfombra de color crema que recubría el suelo, al instante en el que quedó de rodillas entre mis piernas para quitarse la remera que traía puesta dejando expuesto su torso que anteriormente no había apreciado de la manera en que lo merecía.
Alejé una de mis manos que cubría mis pechos para acariciar las decenas de pequeñas cicatrices que recubrían su torso, a simple vista pasaban desapercibida, pero no lo eran al tacto.
Chis bajó su mirada a donde mis ojos apuntaban, deteniendo su siguiente movimiento.
—¿Pasa algo? —negué acariciando suavemente la piel cicatrizada por el tiempo.
—¿No te gustan? Porque de ser así, puedo cubrirme de nuevo.
—Me molestaría mucho que hagas eso, cuando tú besas cada una de mis estrías.
Los costados de sus labios se elevaron en una sonrisa con una renovada confianza. Sus manos descendieron el elástico de sus pantalones de pijama quedando en mí misma condición.
Con la ropa sobrante fuera, ascendió llenándome de besos desde mis pies hasta llegar a mi boca. Sus dedos buscaron la única prenda que me separaba de la total desnudez, quitándola de su camino alcanzando mi centro en dónde me fue inevitable no gemir de placer, aunque intenté retenerlo.
A sus dedos, rápidamente lo acompañaron sus labios para después posicionarse con firmeza entre mis piernas. Mis muslos presionaron sus caderas acercándolo más hasta sentirlo en mí.
Mis gemidos de gozo fueron silenciados por su boca, aunque otros sonidos nos delataban. Mi cuerpo reaccionaba al suyo sin pena, alcanzando un estado de gloria no antes conocido en otros hombres.
El sonido de nuestra piel fue en ascenso en sintonía de mis gemidos y sus jadeos opacados en mi piel hasta alcanzar el clímax antes de él. Quedando sudorosa y laxa debajo suyo.
A medida que el calor nos abandonaba, el cansancio golpeaba mis sentidos.
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