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➺ 𝐶𝑎𝑝𝑖́𝑡𝑢𝑙𝑜 𝑑𝑜𝑠: Adler Hoffmann

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𝟬𝟬𝟮. 𝙰𝚍𝚕𝚎𝚛 𝙷𝚘𝚏𝚏𝚖𝚊𝚗𝚗
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Llorar no te hace débil,
en el fondo sabes muy bien que es todo lo contrario.

                  ━━━ 𝐕𝐎𝐑𝐖𝐀̈𝐑𝐓𝐒! 𝐕𝐎𝐑𝐖𝐀̈𝐑𝐓𝐒! —exclamó Adler dándole varias palmadas a la parte trasera de la furgoneta en la que había venido para que continuara la marcha —¡Ya nos volveremos a ver, colegas! —Vociferó energéticamente mientras recogía el zurrón con su equipaje.

La nieve ya empezaba a bañar las calles de Berlín con su delicado y fino tacto dándole a las calles un precioso manto blanquecino como las suaves mantas de terciopelo de la nana. La copa de los árboles se movieron al son de la brisa matutina y el siseo de sus ramas daban la bienvenida al joven de los hermanos Hoffman mientras que, algunos haces de luz cristalizaron el reflejo cándido de los transparentes, largos y fríos carámbanos que adornaban los tejados hogareños que colgaban como afilados dedos helados sobre nuestras cabezas.

Era Navidad y el tiempo nos lo quería enseñar. Quizá no la Navidad que deseábamos pues estaba llena de conflictos políticos y tensión en el aire pero, al menos, nos manteníamos unidos.

Cassian estaba en mis brazos y pude ver cómo su sonrisa se ensanchaba al ver a nuestro amigo. Ann sostenía las muletas del niño a mi lado. Nos acercamos a él mientras Adler se quitaba la parte superior de su uniforme militar pues sabía que me sentía incómoda si lo veía con la esvástica nazi en su brazo izquierdo y cambió su vestimenta por un suéter de lana gris neutro.

—¡Adler! —exclamó emocionado Cassian abriendo los brazos para que este lo abrazara.

—¡Pequeño! —exclamó Adler al unísono dejando el zurrón en el suelo de nuevo para aprovechar y levantar a Cassian en el aire y aferrarse a su pecho—. ¿Qué travesuras has hecho esta vez?

Adler era mi mejor amigo, pertenecía a un internado con enseñanza política nacional como segunda formación de las Juventudes Hitlerianas. Él no quería formar parte de ello pero se sentía obligado por sus padres que apoyaban a raja tabla el Partido Nazi. No obstante, él despreciaba todo lo que tuviera que ver con esa doctrina pero hacía lo que debía para enorgullecer a sus progenitores siempre y cuando no causara daño a nadie.

—Eso pregúntaselo a Matilde —dijo entre risas Cassian. Sonreí nerviosa. Adler me miró y contempló el pómulo violáceo que se me había quedado tras el golpe y mi labio partido. La sonrisa de Adler se desvaneció.

—¿Qué... te...?

—Me caí por las escaleras de la Iglesia —murmuré entre dientes antes de que formulara la pregunta—. Estoy bien.

—Porque se las puso en su sitio al general —confesó inmediatamente Cassian en los oídos a Adler.

—¡Chivato mentiroso! —exclamé, fulminándolo con la mirada—. ¡Mentiroso!

—¿Qué hiciste qué? —preguntó Adler, sorprendido y asustado a partes iguales—. Dios se apiade. No me digas que te enfrentaste al general Klaus.

—No, claro que no —le mentí, frotándome la cara con impaciencia—. ¡Yo jamás haría algo así! ¡Cass es un mentiroso!

Cassian me hizo un puchero. Ni siquiera sabía si ese tal Klaus era el mismo general con el que me había enfrentado.

—Los niños no mienten —murmuró Adler, alzando una ceja. Conocía muy bien esa mirada—. El general Klaus es impulsivo, Mat.

Y tanto, me disparó sin dudarlo. Si no hubiera sido por el director ahora mismo estaría bajo tierra.

—No debes enfrentarte a él —dijo con cautela—. ¿Era rubio con ojos grises, verdad?

—¿Con cara de amargado? Sí, ese mismo —confesé yo al mismo tiempo. Por el tembleque de la comisura de sus labios sabía que estaba aguantándose la risa.

—Ese es.

—Ah, pues entonces si era él —le respondí con indiferencia—. No importa, ya se fue y no creo que tenga la osadía de enfrentarme de nuevo después de haberle puesto los nervios a flor de piel.

Cassian se rió sin disimulo mientras Ann saludaba al muchacho y le dejaba las muletas al niño para que bajara al suelo, Adler lo ayudó delicadamente en el proceso, saludando a Ann al mismo tiempo.

Ann se marchó para dedicarle tiempo a la lectura pues era domingo y el director nos dejaba la jornada libre, tampoco hablaba mucho.

—O sea con todo esto me has dejado en claro que los niños no mienten y los amigos, sí —confesó él, divertido.

Cuando se incorporó y al ver que no le respondí, alzó de nuevo una ceja. Me encantaba ese gesto.

—Los amigos sí, pero yo soy tu mejor amiga.

Cuando le dije eso, Adler sonrió lentamente y entornó los ojos.

—No tienes remedio.

—Lo sé, por eso soy tu mejor amiga porque tú tampoco tienes remedio —le dije sin evitar reírme.

Él dio un paso hacia delante, acercándose más a mí.

—Anda, ven aquí —Vi cómo abría sus brazos para darme un abrazo pero yo miré por encima de su hombro e imité una pose asustada para engañarlo.

—¡No, no! ¿¡Qué es eso!? —exclamé.

—¡Oh, dios mío! ¿Qué pasa? —preguntó este, asustado, volviéndose hacia atrás. Aproveché la ocasión para atrapar la suficiente nieve como para hacer una bola en mis manos.

—¡Adler! —vociferé. Él se dirigió de nuevo hacia mí y le tiré la bola en la cara que estalló en diminutas esferas blancas, haciendo cerrar sus ojos color verde mar. Su cabello castaño oscuro se llenó de copos blanquecinos.

—¡Serás...! —gritó este atrapando nieve entre sus manos pero me preparé para el ataque cuando formó la bola y solo me rozó el hombro. Salí corriendo al tronco de un árbol donde estaba Cassian que ya se había preparado para la ocasión mucho antes y nos escondimos detrás.

—¡Gamberros! ¡Venid aquí y recibid la oleada del Yeti alemán! —exclamó Adler dirigiéndose a nosotros.

—¿Del Yeti alemán? —susurramos entre risas Cassian y yo, agachados.

Cuando nos incorporamos un poco para ver a Adler este había desaparecido. El inmerso jardín del orfanato yacía vacío y solo estaba su zurrón depositado en el centro junto con los árboles helados. Nos miramos, dubitativos.

—¡Tomen! —Una voz desde atrás nos sorprendió y una bola de nieve impactó de lleno en mi cara, tirándome al suelo. Su tacto frío me dejó la nariz congelada.

—¡Ahhh! ¡Auu!

—¡Puaj! —exclamó Cassian incorporándose, tratando de quitarse la nieve de sus pómulos. Sus ojos verdes observaron a Adler con una mirada apenada—. Qué malo eres...

Adler lo miró con preocupación y se acercó a él, inmediatamente cuando lo hizo, Cassian cogió un puño de nieve y se lo lanzó en la cara. Las facciones de Adler ya estaban totalmente enrojecidas pero sobre todo, sus pómulos y su nariz, parecía un muñequito de nieve.

—¡Te lo has creído! —exclamó el niño, carcajeándose—. ¡Te lo has creído!

Me reí sin disimulo.

—¡No! ¡Sois muy malos, eso no se hace! —El joven sacudió la cabeza y empezó a corretear por detrás de nosotros.

Estuvimos así un largo rato, aminorando nuestras marchas para que Cassian no se quedara atrás. Sonreía al ver que ellos sonreían. Disfruté al ver que ellos disfrutaban. Soñé despierta al ver que ellos soñaban despiertos con batallas de caballeros y bolas de fuego de dragones ancestrales en un mundo en el que no estaba patriarcado por partidos políticos ni amenazado por el comienzo de una guerra; de una guerra real.

Caí, reí, soñé, no quería despertar, no quería volver a la realidad. No queríamos volver a la realidad. Quería seguir estando en el reino helado de Hoffnung —que significa esperanza en alemán—, queríamos seguir siendo libres; sin sufrimientos, sin miedos, sin incertidumbres.

Una tos seca rompió las risas y Cassius cayó de rodillas en el suelo. Adler y yo corrimos hacia él.

—Estoy... bien —carraspeó el niño entre toses fuertes—. Estoy... bien, no... os... preocupéis.

Le coloqué una mano sobre el hombro, era obvio que no estaba bien, la tos estaba más pronunciada.

—¡Ann! —chillé yo, desesperada. Adler lo llevó en brazos hacia la entrada. Mi amiga apareció en pocos instantes y abrió la puerta—. Te pondrás bien, ¿vale? Promesa de amiga —le susurré yo aferrando su meñique contra el mío a espaldas de Adler—. Te pondrás bien. —Cassian me aferró el dedo con fuerza y determinación, pude ver en su mirada que la esperanza jamás nadie podría arrebatársela de sus ojos risueños.

—Vamos a tomarnos algo para la tos, ¿vale? —dijo Ann acariciando la nuca de Cassian. Ella miró a Adler y luego, a mí, necesitaba contarle todo lo que había pasado y el motivo por el cual me había enfrentado a Klaus. Ann comprendió sin formular ninguna palabra que necesitaba hablar a solas con Adler. Ella asistió mientras cogía al niño en brazos y cerró la puerta.

Cassian estaba en peligro y debía contárselo a Adler cuanto antes.

—El motivo por el que me enfrenté a Klaus era porque quería llevarse a Cassius. —Adler no me interrumpió, ni hizo ademán de responder cuando hice una pausa para intentar calmarme. Tan solo me contemplaba, y su silencio me resultaba extrañamente reconfortante a pesar de todo—. Yo no... yo no podía permitirlo y cuando me enteré, noté que, conforme hablaba, la rabia regresaba junto con el miedo a no poder hacer nada por ayudarlo. La misma rabia que mantengo adormecida desde que todo esto no va sino empeorado a medida que avanzan los días, a medida que su enfermedad se agrava. —Me temblaba la voz—. Sé que fui tonta pero... no pude controlarme.

Maldije para mis adentros al notar que me ardían los ojos. Lloraba todas las noches por el miedo, la frustración, la rabia y en general por la acumulación de pensamientos negativos y pensaba que había derramado todas las lágrimas necesarias hasta entonces. Pero, al parecer, estaba equivocada.

Aguanté todo lo que pude pero Adler se dio cuenta.

—Llorar no te hace débil, en el fondo sabes muy bien que es todo lo contrario —me dijo él con una media sonrisa mientras apoyaba sus dedos cálidos sobre mis mejillas. El contacto físico hizo que las últimas esperanzas por no llorar se rompieran. Cuando vio la primera lágrima caer, sonrió y continuó—. Mat —hizo una pausa con cautela para no hacer daño sin apartar sus ojos de los míos—. En determinadas ocasiones debes de saber diferenciar entre actuar con la cabeza o con el corazón.

—¿Qué? —pregunté yo zafándome de sus dedos—. ¿A qué te refieres con eso? ¿Actuar con la cabeza para ti equivaldría entregar a Cassian a esos monstruos para que experimenten con él? —Mi voz sonó extraña, sabía que estaba actuando injustamente con él y estaba desahogándome con alguien que no se lo merecía.

Había un brillo gentil en sus ojos, sin el menor atisbo de maldad o burla en su mirada. Adler había bajado la guardia casi tanto como yo en ese momento.

—No, actuar con la cabeza significa discutir menos con unos hombres peligrosos, Matilde, porque lo único que conseguirás con eso es que te maten y destruyan la vida de tu familia. Puedes ayudar a Cassian, sí, lo ayudaremos, yo estaré contigo pero lo haremos siempre partiendo y actuando desde el respeto y controlando las emociones, debes de relajarte más y hacerles enfadar menos.

Se hizo un breve silencio y sabía que tenía razón pero no me pude controlar, no como debería de haber hecho.

—¿Cómo lo haces tú con tu padre? ¿No discutes porque tienes miedo a defraudarlo? ¿Porque tienes miedo de que te expulsen por ser un niño rebelde que no apoya El Partido Nazi tanto como a ellos les gustaría? ¿Porque tienes miedo de...?

—Porque tengo miedo de él —Bajó la vista, interrumpiéndome y volvió a mirarme. Una gota de lágrima resbaló sobre uno de sus pómulos enrojecidos por el frío— Porque tengo miedo de él...

—No me vengas con esas —le interrumpí rápidamente—. Ya eres mayor de edad, no deberías de tenerle miedo. Haz lo que tú quieras, Adler. Sé libre de no formar parte de ese partido que solo hace actos infames —le dije mientras le daba la espalda pero este cerró su mano en torno a mi muñeca, deteniéndome y me volví hacia él. Este soltó su agarre pero se acercó más a mí, estaba molesto.

—Tú no lo entiendes: no entiendes nada. No lo entiendes porque tú has tenido una suerte que yo no he podido tener, has tenido a unos padres buenos que te respetan, que te quieren y te apoyan en todo pero yo he tenido que lidiar con toda la... mierda —escupió esa palabra— que trae mi padre cada vez que se emborracha. Cuando no está bebido tampoco puedo librarme de sus humillaciones, de sus insultos, de sus amenazas. No entiendes cuánto deseaba de pequeño que le diera un coma etílico y se desmayara antes de que llegara a casa a altas horas de la madrugada para que no me pegara con el cinturón y me usara como saco para desahogarse de todas sus mierdas. No entiendes la sensación de pavor que sentía cuando me escondía debajo de la cama temblando, deseando que no me viera. No entiendes lo jodido que ha sido para mí que mi propio padre se olvidara de mí en sus ratos buenos y en los malos volviera a su cabeza para recordarme lo que siempre he sido para él: su desilusión, su mierda y se acostumbró a pisar esa mierda día tras día. —Desvió la mirada cuando terminó mientras más lágrimas bañaban su rostro.

No sabía qué decir. Me sentía fatal.

—Adler, eres una mierda fuerte y como ves, no ha podido aplastarte y jamás lo podrá hacer —le dije medio en broma, medio en serio. A causa de los nervios no podía controlar a veces lo que decía. Pensé que se lo había tomado mal o le había ofendido pero sacudió levemente la cabeza mientras sonreía, mirando al paraje y al mismo tiempo, a la nada—. Tú eres más fuerte que él y no necesitas ser como tu padre.

—Como dije, no tienes remedio —murmuró con una sonrisita, volviendo sus ojos claros hacia los míos—. No quiero ser como él. Solo quiero que me admire como padre que es, que no me desprecie, que me trate como el hijo que soy.

—Quizá algún día lo haga, por el momento está tan ciego que no ve la maravilla de muchacho que tiene como hijo —le señalé—. Obviamente tu hermano mayor también pero ninguno de los dos debe de llegar tan lejos para que eso suceda ahora. Con el tiempo, estoy segura, de que se dará cuenta del gran error que está cometiendo.

—Mis padres siempre han tirado más del lado de mi hermano... —confesó a media voz pero se recuperó.

Adler me puso ambas manos sobre mis hombros.

—Te prometo que jamás haré daño a nadie.

—Ya, claro... ¿y si... un día, uno de esos hombres te obligan a matar...? ¿te convertirías en un monstruo como lo son ellos para poner feliz a tu familia? ¿Cuándo sea tu propio padre quién te obligue a hacerlo cuando las cosas empeoren? ¿Lo harías? —Abrió la boca pero no dijo nada, estaba horrorizado por lo que le dije, por mis dudas hacia él pero yo en ese momento vi su silencio como un acto de vergüenza por pensar verdaderamente lo que no quería decir, lo que yo no quería oír cuando no fue así. No pudo articular palabra alguna. Yo tampoco—. Lo que me suponía —dije decepcionada. Me sentía mal, estaba frustrada y lo estaba pagando con él nuevamente, no pensaba con claridad—. Que tengas buena tarde.

Me aleje y él no intentó detenerme pero cuando estaba a punto de tocar la puerta del orfanato para entrar, él empezó a canturrear una melodía que desde pequeños nos gustaba y nos traía dulces recuerdos.

Aah! Mami, Mami komm ans Fenster, es schneit. —Entonó uno de los estribillos del villancico alemán de Navidad—. Schneeflöckchen, Weißröckchen, Wann kommst du geschneit. —Todos los años lo cantábamos cuando llegaba la temporada de invierno y con ello el frío, la nieve, la magia y la Navidad. Sonreí con la cabeza gacha, dándole la espalda y recordando los viejos tiempos. Eso era lo bueno de Adler, siempre te sacaba una sonrisa allí donde pensabas que sería imposible esbozarla—. ¿He venido desde tan lejos para verte y así me lo pagas? —Oí que daba golpecitos a su zurrón—. Creo que es la hora de la operación... ¡compraregalos!

Me giré hacia él sin disimular mi sonrisa esta vez.

—A ti solo se te ocurren nombres ridículos en situaciones menos favorables...

—Es que, como dijiste, soy el mejor amigo de una chica que no tiene remedio y por eso, yo tampoco lo tengo y tampoco lo deseo. ¿Qué crees que le gustará a Cassian que le compremos para esta Navidad?

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