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Capítulo 8

Cuando despertó al día siguiente, se encontraba en casa de su padre, y cuando tocó una campanilla que estaba al pie de la cama, vino la sirvienta que al verlo lanzó un gran grito. Su padre llegó al oír el grito y casi se muere de dicha al ver de nuevo a su hijo querido, y estuvieron los dos abrazados un cuarto de hora.

Después de las primeras emociones, Jimin pensó que no tenía ropa para ponerse, pero la sirvienta le dijo que acababa de ver en la habitación contigua un gran cofre lleno de la ropa más elegante, con adornos de oro y diamantes.

Jimin le dió las gracias a su buena Bestia por estas atenciones. Tomó la ropa más modesta y le dijo a la sirvienta que guardara los otros, pues quería regalárselos a sus hermanos. Pero apenas dijo estas palabras el cofre desapareció.

Su padre le dijo que la Bestia quería que conservara todo para él solo, y enseguida los adornos, la ropa y el cofre regresaron al mismo sitio.

Jimin se vistió. Mientras tanto se mandó avisar a sus hermanas que acudieron con sus maridos. Las tres eran muy desgraciadas. La mayor se había casado con un gentil hombre tan hermoso como el Cupido, pero tan enamorado de su propia belleza que no se ocupaba sino de eso desde la mañana hasta la noche.

La segunda se había casado con un hombre que tenía una inteligencia brillante, pero sólo la utilizaba para hacer rabiar a todo el mundo, principiando por su mujer.

La tercera hermana era quien tenía el marido más gentil, pero que no podía cumplir todos los caprichos de su esposa por su economía media.

Las hermanas de Jimin casi se mueren de tristeza cuando lo vieron vestido como un principe y más bello que el alba.

Nada pudo ahogar sus celos, que aumentaron cuando Jimin les contó cómo era de feliz. Estas tres celosas bajaron al jardín para llorar a sus anchas y comentar:

—¿Cómo puede este niñito ser más feliz que nosotras? ¿Acaso no somos más dignas de amor que él?

—Hermanas mías, se me ocurre una idea. Intentemos retenerlo aquí más de ocho días: esa Bestia estúpida se pondrá tan furiosa cuando vea que le faltó a su palabra, que a lo mejor lo devorará.

—Tienes razón, hermanita —dijo la tercera—. Vamos a hacer lo posible por retenerlo.

Cuando pasaron los ocho días, las tres hermanas se halaron los cabellos fingiendo estar tan tristes con la partida de Jimin que él prometió quedarse ocho días más. Sin embargo, Jimin se reprochaba el dolor que iba a causarle a su pobre Bestia, a quien amaba de todo corazón, y le hacía falta verlo.

La décima noche que pasó en casa de su padre soñó que estaba en el jardín del palacio y que veía a la Bestia tendida sobre el prado, y que ya moribunda le reprochaba su ingratitud.

Jimin se despertó de repente llorando.

—¿Seré una horrible persona? —Se preguntó— ¿Le causo tanto dolor cuando él me quiere tanto? ¿Tiene acaso Bestia la culpa de ser tan fea y no poseer una inteligencia brillante? Tiene un buen corazón, y eso vale más que todo lo demás. ¿Por qué me negué a casarme con él? Sería más feliz con él de lo que son mis hermanas con sus maridos. No son la belleza ni la inteligencia las que mantienen contenta a una pareja, sino su bondad y su virtud, y la Bestia tiene estas cualidades. No lo amo pero sí lo estimo, soy su amigo y le estoy muy agradecido. ¡Vaya, no puedo ser causante de su desgracia! Toda mi vida me reprocharía a mí mismo por ser ingrato.

Y diciendo esto Jimin se levantó de la cama, puso su anillo sobre la mesa y volvió a acostarse. En cuanto estuvo metido en la cama se durmió.




























•Kat🐾

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