El día en que partieron Jimin y su padre, las tres perversas muchachas se frotaron los ojos con una cebolla para llorar; sus hermanos, en cambio, lloraron de veras. Solo Jimin se abstuvo de llorar porque no quería aumentar el dolor de los otros.

El caballo tomó la ruta del palacio y al atardecer lo divisaron, tan iluminado como la primera vez. El caballo se fue solo para el establo y el buen hombre entró con su hijo en la gran sala donde encontraron una mesa puesta con magnificencia para dos personas.

El comerciante no quiso comer, pero el doncel, tratando de aparentar tranquilidad, se sentó a la mesa y le sirvió. Luego se dijo para sus adentros:

“La Bestia me quiere engordar antes de comerme puesto que me ofrece cosas tan ricas.”

Cuando terminaron de comer escucharon un gran ruido. El comerciante le dijo adiós a su pobre niño llorando pues sabía que se trataba de la Bestia. Aunque Jimin no pudo evitar un escalofrío al ver esa horrible figura, se tranquilizó como pudo, y cuando el monstruo le preguntó si había venido por su propia voluntad, respondió temblando que sí.

—Eres muy bondadoso —le dijo la Bestia—, y te lo agradezco mucho. Buen hombre, váyase mañana por la mañana y no se le ocurra volver nunca por aquí. Adiós, Jimin.

—Adiós, Bestia —respondió él, y el monstruo se retiró enseguida.

—¡Ay! Hijo mío —dijo el comerciante abrazando a Jimin—, estoy medio muerto del miedo. Créeme, déjame aquí.

—No, padre mío —le dijo con firmeza—. Partirás mañana por la mañana y me dejarás al cuidado del Cielo que quizá se apiade de mí.

Fueron a acostarse y creyeron que no dormirían en toda la noche, pero en cuanto se metieron en sus camas sus ojos se cerraron.

En sueños, Jimin vio una señora que le decía:

“Estoy contenta por tu buen corazón, Jimin. La buena acción que estás haciendo al dar tu vida para salvar la de tu padre no quedará sin recompensa.”

•Kat🐾