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𝐏𝐑𝐎́𝐋𝐎𝐆𝐎

𝑷𝒓𝒐𝒍𝒐𝒈𝒖𝒆 💥 𝑳𝒊𝒕𝒕𝒍𝒆 𝑴𝒐𝒏𝒔𝒕𝒆𝒓𝒔

"Todos somos el monstruo de alguien."


HACE 17 AÑOS...

—¡Eh, llevadlos detrás del mostrador! —gritó un hombre mientras las alarmas resonaban encima de los gritos de los rehenes—. Me pone en una posición en la que me está obligando a hacer algo que no quiero. ¿Hmm?

Salté por el techo y salí al balcón, guardando silencio mientras el resto del equipo se dispersaba y se ponían en sus posiciones.

—¡Mierda! —gritó el mismo hombre. Vi con diversión como Número Tres daba saltitos mientras se acercaba al hombre inocentemente. Él la miró, y frunció el ceño—. ¡Eh, vuelve con los demás!

—Corre un rumor —susurró Tres, agachando la cabeza para que el hombre no la oyera.

—¿Qué? ¿Qué has dicho? —preguntó el hombre, mientras se inclinaba a la altura de los ojos de la niña mientras la fulminaba con la mirada.

Sonreí, sintiendo como mis manos se calentaban y una sensación de hormigueo se formaba en mis dedos.

Esto va a ser muy divertido.

Una sonrisa apareció en la cara de Tres, y colocó su mano junto a su boca mientras se inclinaba.

—Corre el rumor de que has disparado a tu amigo en el pie —respondió ella, su voz resonando a través del pasillo.

Automáticamente, el hombre se enderezó mientras su mirada se volvía blanquecina, y levantó el arma en su mano derecha, apuntando a su compañero.

—Eh, tío —dijo el tipo en frente del objetivo de la pistola—. ¿Qué haces?

El hombre hipnotizado disparó a su amigo en el pie derecho y en el izquierdo, haciendo que el otro hombre se desmoronara en el suelo, y su dedo presionara el gatillo mientras caía, las balas que salieron de su ametralladora rompieron los cristales de los ventanales que estaban detrás de tres rehenes.

Los gritos llenaron el aire mientras extendía mi brazo, una ráfaga de sombra se convirtió en una brillante arma y disparé al hombre caído, causando que fuera engullido por la oscuridad.

—Uno menos, quedan.. unos cuantos —solté y empecé a contar—. Uno. Dos. Tres-

Número Uno se estrelló contra el techo de cristal y pasó a través de él, aterrizando detrás del mostrador mientras el vidrio caía desde arriba.

Número Cinco suspiró.

—Siempre tan dramático.

Sonreí, escuchando su frustración de no estar en el campo de batalla a través de los diminutos dispositivos de comunicación en nuestros oídos.

Número Uno agarró el cuello de uno de los hombres, golpeándolo en el mostrador delante de ellos antes de tirarlo por la ventana.

—Demonios —murmuré antes de conjurar una oscura y espesa bola de energía. Sombras en forma de astillas aparecieron brillando bajo la luz del sol y las dirigí hacia el ladrón, las lanzas afiladas se cernieron durante un segundo vacilante antes de hacer trizas al hombre.

Maldita sea, tengo sangre en el suelo.

—Las pistolas son para nenazas. ¡Los hombres lanzan cuchillos! —dijo Número Dos mientras entraba con sus dos dagas en la mano.

Rodé mis ojos, dibujando lanzas de sombras con una ola de energía y atacando a otros dos hombres.

—Una precisión mortal, Cero —replicó Número Dos con una sonrisa antes de lanzar dos cuchillos. Observé con asombro como volaban por el aire, curvándose en un maravilloso ángulo antes de incrustarse en el cuerpo de un hombre armado.

Sonreí de oreja a oreja.

—Gracias, Dos.

—¡Atrás, bichos raros! —espetó un hombre mientras se estremecía del miedo encima del mostrador.

Número Dos sonrió.

—Eh, ten cuidado ahí arriba, chaval.

—¡Atrás ya!

—No vayas a resultar herido —Número Tres se rió mientras el hombre les apuntaba con su pistola.

—Vaya un idiota —suspiré mientras el aire a su lado se deformaba.

—¿O qué? —Número Cinco se materializó justo donde estaba el aire enrarecido, sentado con las piernas cruzadas frente a él con su encantadora sonrisa.

Desapareció antes de que el hombre le disparara, haciendo que los disparos fueran directos al mostrador.

El hombre siguió disparando en el mismo lugar como si Cinco fuera a reaparecer, gruñendo mientras disparaba.

Cinco apareció rápidamente al otro lado del hombre, con los brazos cruzados.

El hombre le apuntó con el arma y apretó el gatillo, haciendo que sonaran varios clics.

Cinco se quedó mirando el arma y se rió burlón.

—¡Qué grapadora tan malota!

El hombre apretó la grapadora en su mano, confundido, justo cuando Cinco agarró su mano y lo golpeó en la cabeza con ella.

—Boom, boom, estás muerto —intervine mientras varios zarcillos de sombras emergían de la bola de sombra que se hallaba en mis manos y envolvieron al hombre.

Retiré la crepitante bola de sombra y suspiré con cansancio antes de atravesar el suelo y aterrizar junto a los seis.

—Sigo sin entender cómo haces eso —me murmuró Cinco.

—Paso átomos entre los espacios de otras partículas en la superficie que estoy atravesando —expliqué por millonésima vez.

Número Seis arrastró sus pies mientras todos caminábamos y se paró junto a la puerta de la cámara acorazada.

—¿En serio tengo que hacerlo?

—Venga, Ben. Hay más tíos en la cámara acorazada —respondió Uno.

El chico suspiró y se movió para abrir la puerta.

—No he venido para esto.

Sonreí tan amablemente como pude mientras iba y abría las puertas principales para los rehenes.

Salieron corriendo despavoridos, gritando mientras nos lanzaban miradas aterrorizadas.

Eché mi pelo corto hacia atrás mientras caminaba de regreso al grupo.

Vimos como la bestia dentro chillaba, destrozando a los cuerpos de los hombres que estaban dentro de la habitación.

Sus gritos fueron inútiles mientras zarcillos de tentáculos ondeaban adentro con ellos.

Un minuto después, Seis salió cubierto de pies a cabeza con sangre y una expresión ilegible en su cara. Respiró temblorosamente.

—¿Podernos irnos a casa ya?

Salimos trotando del edificio.

—¡Tira las armas! —gritó un policía mientras apuntaba a Dos con su pistola.

Me ajusté la máscara, y me moví para estar en formación junto a Uno, que saludaba a la multitud.

Papá rápidamente se unió a nosotros en frente del banco, su sonrisa ensanchándose al ver la gran cantidad de cámaras y coches de policía en el lugar.

—Nuestro mundo está cambiando.

Los obturadores de las cámaras chasqueaban mientras los destellos blancos que soltaban brillaban bajo la luz del sol de la tarde.

—Ha cambiado —continuó Papá—. Entre nosotros hay algunos dotados de capacidades que superan con creces lo ordinario. Y yo he adoptado a siete de esos niños.

La sonrisa de papá se amplió hasta convertirse en una mueca.

—Les presento la clase inaugural de la Umbrella Academy.

—¡Sr. Hargreeves! ¡Sr. Hargreeves! Del Canal 9. ¿Qué ha sido de sus padres?

—Se les ha compensado generosamente —respondió, apenas mirando a la reportera.

—¿Le preocupa el bienestar de estos niños? —preguntó otra señora.

Papá se rió entre dientes.

—¡Por supuesto! Tanto como el destino del mundo.

Todavía podía oír su voz cuando cerré los ojos para dormir por la noche.

Tanto como el destino del mundo.

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