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||CAPÍTULO 0.5||

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Por un breve instante los esclavos se les olvida su posición y empieza un revuelo de murmullos y cuchicheos entre ellos. Mientras mi amiga aterroriza, con los ojos abiertos a más no poder y rebozados de lágrimas fugitivas, me implora que interceda por ella.

Mi cuerpo actúa en automático, tomándola del antebrazo y haciendo fuerza contraria con el guardia que tira de ella para llevársela. Si nos hundimos en el barco, nos hundiremos juntas. No me importan las consecuencias ni mucho menos el destino que correremos, no la dejaré sola.

- ¡¿Por qué se la llevan?!, ¡No ha hecho nada malo?! - despotrico contra el soldado alfa que mide alrededor de seis pies - ¡Yo recibiré su castigo!, ¡Déjenla a ella!

- ¡Por favor, soltadme!, no he hecho nada malo!

Nuestros gritos y alaridos revolucionan a todo el campamento a tal punto que hasta el mismísimo archiduque que mando a ejecutar la orden de llevarse a Hanna intercede abriéndose paso entre el tumulto de esclavos y guardias.

Sin tan siquiera poder tener el lujo de pestañear, todo sucede demasiado rápido, como si el tiempo tuviese un efecto de hipervelocidad y todo ocurriera en milésimas de segundos.

Siento como el brazo de Hanna es desprendido de mi mano bruscamente y su cuerpo es alejado a una gran distancia. El impacto y la fuerza fue de tal grado que termine estrellada contra el piso de tierra llevándome de paso una buena cantidad de raspones y moretones a mi colección, el sangrado no se hace de esperar y dudo mucho que sean capaces de curarse por sí solos.

-¡No te la lleves maldito, cobarde! - podrían golpearme o mandarme a morir a golpes de latigazos, pero mi voz no la callarían.

El archiduque me dedica su mirada gélida que tiene el efecto de miles de dagas atravesando el corazón y aun con mi amiga cogida del brazo hace una escueta señal para que dos guardias me lleven a base de maltratos hasta un cuartucho en donde me encierran y aíslan de los demás.

La ansiedad me carcome y no dejo de preguntarme por la suerte que estará corriendo mi amiga. El motivo de la visita del archiduque al principio nos causaba intriga, pero este desenlace tan trágico y desastroso solo me hace maldecirme por no haberme percatado del mal augurio que se nos veía venir.

El cuchitril de mala muerte no se diferencia mucho del barracón, salvo que este no tiene agujeros, ni ventanas, ni nada, por lo que se pueda apreciar el exterior, solo cuenta con una enorme puerta cerrada desde afuera. ¡Maldita sea!, ¡¿Por qué tenía que sucedernos esto?!

Nunca le hemos hecho daño a nadie ni causado algún alboroto, solo nos preocupa vivir el día a día de nuestras miserables vidas como esclavas con la ilusión de llevarnos algo de comer a la boca, no es para nada ambicioso tener ganas de sobrevivir y, sin embargo, aquí estamos en una constante batalla por la supervivencia.

Solo puedo escuchar el imperceptible revuelo de afuera, no sé cuanto tiempo ha pasado o si me abandonaron aquí a mi suerte esperando a que muera de inanición o vendrán por mí en cuanto tengan tiempo y me harán pagar por mi insolencia. Llevo mis manos al falso dobladillo de mi ropa en donde se esconde discretamente las barras de ajonjolí y nueces, las que hubiesen sido nuestra cena y le doy libre albedrío a mi mente al imaginar lo contentas que hubiéramos estado de haberse dado ese momento y lo lleno que hubieran estado nuestros estómagos a pesar de ser una comida banal y escasa.

Tomo una de las barras y decido comerla mientras me encuentre con vida, tal vez esto sea mi último vestigio de comida y lo único que encuentren en el estómago de mi fallecido cuerpo. La otra la resguardaré si por milagros del destino vuelvo a ver a Hanna con vida.

En la oscura y silenciosa habitación se hace paso el característico sonido al abrir un empaque de abertura fácil. Intento hacerlo lo más despacio y delicado posible para que no abandoné mis manos y vaya a parar en el suelo o que se escapen algunas migajas o restos del alimento nutritivo.

Lo llevo, hacía a mi boca lentamente, siento un extraño hormigueo en mis labios los cuales a su vez tiemblan. Un pequeño mordisco hace que mi paladar se inunde del mejor alimento que he comido en mucho tiempo, percibo el sabor a nueces por encima de los demás ingredientes,

Las nueces extrañamente se sienten como el jodido paraíso, y podría afirmar que de poder comer todo lo que me plazca, las nueces serían mi alimento preferido. Mis dientes duelen, mi boca no asimila la sensación de estar masticando algo después de días sin probar bocado y mi mandíbula siente leves corrientazos al hacer el esfuerzo por masticar.

Termino de comerme la barra de cereal a la velocidad de una tortuga con Parkinson. La resequedad en mi boca hace que mi lengua aclame por un poco de agua como cactus en el desierto.

Nunca se me había pasado por la mente que cosas tan banales como poder tomar un vaso de agua se convertirían en un lujo para mí. A veces no apreciamos las cosas simples de la vida, hasta que nos privan de ellas. Solo han pasado cinco inviernos y mi cautiverio como esclava se ha sentido como el pasar de un milenio.

Y muy pronto, con mi muerte me libraré de esta condena. El hecho me deja una sensación agridulce en mi interior, no quiero vivir un día más como esclava, pero muy dentro de mí prevalecía el deseo de vivir. Recuerdo incluso que el primer año mantuve una fe inquebrantable, con el pasar de las horas me decía y me repetía hasta el cansancio "¡Vendrán por mí, no me pueden dejar aquí abandonada!", pero nunca llego nadie a mi rescate y solo me tuve que resignar como la ilusa que era, a nadie de mi familia le importaría una insignificante esclava omega, y mi mate, el cual nunca conocí, no vendría por mi tal cual caballero en su reluciente corcel al rescate de su amada. Solo eran deseos fantasiosos que claudicaron en el olvido.

El fuerte chirrido del candado al abrirse me termina sobresaltando en mi lugar, los rayos de la Luna se cuelan por la hendidura, y eso me hace saber que ya es de noche.

Frente a mí se encuentra el mismísimo archiduque con una cara de mala leche y un posible humor de perros - ¡Levántate 121, vienes conmigo!

Continuará...

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